Patricia Aguirre (Fragmentarium)
V.- Los Extremos de la Excentricidad
Por Alberto Espinosa Orozco
El arte de
Patricia Aguirre tiene el don de penetrar del otro lado del espejo, para
mostrarnos el revés de las cosas, donde por razón de sus veladuras, de su
virado cromatismo y dislocadas matizaciones logra asomarse al reino de lo
invisible, de lo irracional o del presentimiento. En un de sus registros,
desfilan por su aleph iconográfico
una serie de figuras revulsivas u ominosas, de tétricos emblemas de la
comunicación de masas hollywoodense y su fábrica de horrores, cuyo
particularismo, empero, nos sitúa abiertamente en la ambigua frontera
postmoderna, haciéndonos sentir la atmósfera de sus terrores colectivos
–dejando filtrarse, sin embargo, una ambigua sensación de claustrofobia
regional, tramada con las tensiones del ostracismo propio del aislamiento
provinciano y de una extraña combinación donde se superponen las areniscas
sedientas y coléricas del salitre con las aguas añubladas y cenagosas del
estancamiento.
Retrato,
pues, del mundo moderno, poblado por hombres sacados de centro, debido tanto a
su excentricidad y como a su extremosidad, los cuales son guiados, no tanto por
la razón que define esencialmente al ser humano o por sus propiedades o
exclusivas humas derivadas de ella, sino por tendencias e impulsos más
apremiantes de su voluntad y sobre todo
por sus instintos. Registro de la edad contemporánea, pues, que pone de
manifiesto cómo es que han ido quedado desarticulados los goznes de su
arquitectura psíquica y sociológica, hasta quedar sus mismos goznes
desquiciados por razón de la presión histórica, que presenta en cada generación
normas morales más relajadas, agudizando la tendencia a la decadencia y al
declive moral, desembocado finalmente en una especie de oscuro paganismo
desenfrenado, donde la abundancia de pecados incita a ser adoctrinados por los
demonios –creando la atmósfera desenfadada y colorística del pop art una especie de festivo y
perturbador trasfondo apocalíptico.
Retrato,
pues, de la presión histórica de nuestra edad, donde las potencias inhumanas
encaminan a la humanidad toda, por medio de los medios masivos, en la dirección
de una libertad descendente, fundándose en una idea psico-biológica del hombre
que lo afirma como cosa encadenada a la necesidad o a una función orgánica
dominante. Mundo de irracionalismo extremo, plagado por los chancros de la
simulación y la frivolidad, que en un culto creciente engullen a los sujetos en
la disgregación social y la dispersión psíquica, dando por resultado una
caterva de almas atormentadas hundidas en la desesperación. Expresión del
peligro de la novedad estética también, que lleva en su farándula y
estilización de las formas al extravío de los caminos y de las orientaciones
dadas por la tradición, para hacer circular al hombre en el gélido circuito de
un campo devastado y sin raíces. Peligro radical y extremo que corre el ser
humano cuando la existencia reclama la prioridad sobre la esencia al ser sólo
de hecho y sin razón de ser o cuando se es pudiendo más bien no ser -cuando por
inducción o por imprudencia se interna con temblor por las oscuras veredas del
bosque existencialista -que no llevan a ninguna parte.
Mundo que
mirado desde un punto de vista socio-cultural, revela s
u sin sentido en una serie
de actitudes agresivas, en cierto modo avaladas por el establecimiento de una
civilización interesada en validar la moral del abuso y de la fuerza, dando a
colación una realidad que automáticamente promueve y codifica formas
socialmente aceptadas de hostilidad hacia el prójimo, que van de la fingida
indiferencia, ya sea como ausencia de relación o como forma simbólica de
despreciar al prójimo, a la cínica dominación –pasando por la inducción, el
adoctrinamiento y el omnipresente chantaje moral o sentimental. Crítica, pues,
a las viciadas matrices de la organización social misma, donde disimuladamente
se propone que es más digno ser fuerte que ser deseable, llevando con ello el
agua del prójimo al molino de la fuerza donde el león prepara su despótica
tajada. Mundo de la complacencia sorda en la dominación y el ejercicio del
sometimiento, pues, donde abiertamente se humilla y desprecia el mundo del
valor y de la significación, reduciendo al ser humano a los mecanismos básicos
de la animalidad, exhibiéndolo como un puro ser biológicos, para luego
destilar, como un veneno, una moral de la sumisión recortada de acuerdo a los
patrones insensatos de las mecánicas del inconsciente.
Así, el
collage, barroco por la saturación de imágenes que contrarresta la sensación
del horror producida por el vacio, nos muestra, en base al gusto por el color,
la observación y el detalle, un recorrido que desciende por las escalinatas del
deseo cuando éste ha perdido ya la libertad, convirtiéndose entonces la obra en
una exploración de la psique oscura envuelta por el viento maniático y enemigo
de las leyes que sordamente silba para extraviar al hombre, detectando así todo
lo que hay de engañoso fetiche en la “belleza convulsiva” del vanguardismo
contemporáneo, expresando todo ello en términos de figuras y tonos
sentimentales a medio camino de la angustia y la estridencia.
Visión del
lado negativo de la libertad, pues, donde los desequilibrios y la absorción de
la luz que hay en mal nos conduce al mohoso poso sin fondo del irrespeto o de
la insolencia –y en cuyas gélidas lozas rebotan
en esquirlas los reflejos de la conciencia desgarrada, encerrada por el peso
grave de la falta de no querer el hombre asumirse como espíritu, de negar en el
alma humana su componente radical, que
es su esencia divina, desterrándose con ello el hombre de su propio huerto
cultivable y de su pequeña porción de paraíso. Experiencia de la libertad
negativa, es verdad, que equivale no a una expansión del espíritu, sino a la
hinchazón de un vacío, que no es tampoco la experimentación del futuro
realizándose, sino la visión enturbiada de la chisporroteante cauda en el
comenta hundiéndose fantásticamente en lo posible y donde lo que se manifiesta
es la profunda irrealidad del mal.
Patricia
Aguirre se sirve entonces de una serie de figuras para dar cuenta de las
presiones sociales y las distorsiones psíquicas de nuestra época, las cuales,
como una enfermedad mental colectiva, alejan de la verdadera ruta a los
iniciados, quienes lejos de encontrar las puertas últimas o la salida del
laberinto, acaban por perderse en lugares ocultos o quedar encerrados en
prisiones perpetuas, condenados por sus imprudencias, enredados por sus errores
inextricables, para sufrir las penas correspondientes a sus irreflexivos
extravíos o a su loca temeridad.
Retrato de la crisis de nuestro
siglo, pues, donde tras el grito de angustia rebotando en el espejo vemos
tambalearse al mundo en torno al darse el sólito fenómeno de la escisión del yo
y del alma desdichada, mostrándose las esencias sociales mismas como caducas.
Disolución del yo que sólo puede engendrar en sus dobleces, pliegues y
repliegues, los chispazos esporádicos de un fuego mojado, para enturbiar y
quemar en su impotente fricción el agua tibia. Relato de un viaje iniciático
por un mundo poblado de simuladores, disfraces y fantasmas, donde los centros claros
de poder espiritual han quedado ensombrecidos por el ajetreo mecánico de las
válvulas sociales, en una efervescencia mecánica que tienta con arrojarnos a
sus pies al ahuyentar al amor, la inteligencia y la bondad o al perseguir a la
belleza y a la verdad con único fin de degradarlas.
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