lunes, 31 de agosto de 2015

Ir al “Vai Ven” de Nuez Por Alberto Espinosa Orozco

Ir  al “Vai Ven” de Nuez
Por Alberto Espinosa Orozco





   En lo que fuera una de las bodegas de la antigua Estación de Ferrocarriles de Durango se llevó a cabo, entre viernes y sábado del presente agosto, un interesante evento denominado “Vai Ven”, en su tercera edición.  Interesante foro donde, teniendo como telón de fondo la remodelada arquitectura un nutrido número de jóvenes creativos y emprendedores se dieron cita para mostrar sus propuestas y trabajos, contando con el apoyo del Ayuntamiento.
   El galerón recién remozado se localiza en la llamada “Zona Dorada”, sobre la Avenida Felipe Pescador –justo donde los automóviles, por una extraña razón de diseño urbano, marchan a la inglesa, en dirección invertida, descontrolando al viandante, por las contingencias del flujo vial. Anticipo de las grandes posibilidades comerciales e incluso estéticas de esa zona de la ciudad, por tanto tiempo abandonada, de la que tenemos un primer atisbo de su futuro remozamiento y una vislumbre de optimismo con esta muestra de diseño, arte, moda y cultura, que se reitera ahora por tercera vez, donde se asoma ya con vigor y belleza el rostro de un Durango moderno y desarrollado a la altura de los modernos tiempos que corren y donde cambio, modernidad y tradición se dan la mano, en un lazo de armonía y hermandad.
   La muestra es un compuesto cumplido de innovación y tradición, donde una serie de espíritus emprendedores dan una muestra de su actividad, poniendo en cada producto de sus frescas firmas el sello del carácter regional, resistente a las pruebas más rigurosas de sobrevivencia, adornando sus colores discretos con los valores regionales de la buena hechura artesanal y los bien cuidados detalles estéticos llevados a la práctica por una nutrida serie de jóvenes ingeniosos e independientes, que apuestan, cada uno de ellos, por la sana renovación y la activación de Durango en un sentido propositivo, creativo y modernista.
   Un rayo de renovación y de esperanza iluminó así los rostros por dos días, cuando en los stans de la reciente muestre fueron apareciendo una serie de productos locales, de gran innovación, diversidad y originalidad creativa: pequeños jardines, arboles en miniatura, nieves, nuevas marcas de tequilas y mezcales en diminutas botellas, rústicos muebles, conservas, mermeladas y salsas durangueñas, panes caseros, etc. que, entre otros productos, dieron pie a la sana convivencia de sus productores y a la curiosidad del mercado.







   Destacaron en la muestra los noveles artistas Guillermo Martínez, Luis Leonardo Ortega y Christian de Jesús Castro quienes fueron  la alegría de la reunión al no sólo exhibir su trabajo de talentosos dibujantes, sino haciendo a la vez, por unos cuantos pesos, “Retratos Feos” de los asistentes, que luego se podían colorear a la acuarela por una moneda más. Así, la plataforma sirvió para exhibir su propio trabajo, para darse a conocer entre el público asistente y para promover su oficio y su arte, ofreciendo a la vez sus servicios en su nuevo taller “La Casa”, en Coronado 941, Zona Centro, donde impartirán próximamente clases de dibujo en cursos que van de 200 a 300 pesos por todo el mes o por el fin de semana.      



   En la sección gastronómica vale como ejemplo la iniciativa de Tita de la Parra, quien ha creado toda una serie de fusiones de cereales, carnes y ambigús, ofreciendo en su local "Santa Fortuna", junto al Bebeleche, en la nueva plaza comercial. Contando con servicios matutinos de Bronch & Cofee, de pan, sanwiches y licuados verdes, “Santa Fortuna" mostró un interesante concepto naturista de panes de caja con arándonos, como hechos en casa, que se inspira en los mejores movimientos de la cocina ecológica del momento, en combinación con los modernos carpinteros del diseño.


   En el diseño de ropa estuvieron personalidades creativas de la talla de Mariana Escárzaga con su marca “Agua Mala”, quien cultiva una moda alegre y muy quiud, destacando sus creaciones no sólo por el estilo fresco, optimista y modernizante, sino también por los cuidosos acabados hechos a mano, por la calidad de cada prenda y su equilibrado vanguardismo. La moda de Mariana se ha afanado por defender una imagen de elegancia, incorporando algunos elementos “old faschion”, preocupada por proteger una imagen de distinción aneja al la idiosincrasia durangueña, con ese tono propio y cordial de la nacionalidad especificado en la provincia norteña, siendo por ello tomada en cuenta como estilista en la más reciente película del 007 James Bond, filmada hace apenas unos meses en la Ciudad de México.



   La diseñadora y artesana Cindy de los Ríos puso otra de las notas de creatividad al evento con sus “Lovly Accesorios”, quien realiza una serie de graciosas figuras originales, hechas a partir de un compuesto de arcillas de la región y luego decoradas manualmente, las cuales forman parte de collares, anillos y pulseras y dijes, siendo muy solicitados por el público sus diseños tipo “Frida”.



   Así, entre otras destacaron firmas como “Tía Ofelia” de la familia Vázquez, los tacos sudados del “Alebrije” de la cef María Teresa Valle, la “Villa de Patos”, las mermeladas de “Santa Teresa”, “Barrio Independiente”, la galería “Neco Hause”, el suchhi y onigiri “Kuro”, la botánica "Vai Ven" y florería "Camelia" de la calle de Florida. Hay que destacar que la organización del magno evento estuvo a cargo de los artistas: Guillermo Lugo Thron, Jimena Ramos y Sergio Rolando Valdéz, en un evento que puede considerarse como redondo. 
   El público asistente pudo disfrutar de la sana convencía y la creatividad, engalanando finalmente el evento por una pequeña pasarela, cuyo desfile de modas dejó ver la belleza y el estilo característico de la región –revirtiendo con ello la fácil tendencia local al estancamiento, de invertir en el lago de la cerveza, contribuyendo a la arraigada y sólita ilusión local de crudos espejismos de cantina reflejados en el lomerio del dorado oeste.





















domingo, 30 de agosto de 2015

Héctor Palencia Alonso: la Promesa del Espíritu Por Alberto Espinosa Orozco

Héctor Palencia Alonso: la Promesa del Espíritu
Por Alberto Espinosa Orozco

“... (lo sabio) no es reconocido porque los hombres carecen de fe”.
Heráclito (116)

“¿Puede acaso brotar de una misma fuente
agua dulce y agua salada?
Así como una higuera no puede dar aceitunas
ni una vid puede dar higos, tampoco puede dar
agua dulce una fuente de agua salada.”
Santiago, 3, 11-12

 “Tu crees que hay un solo Dios. ¡Magnífico!
Pero hasta los demonios lo creen y tiemblan.”
Santiago, 2. 19





I
   Recordar es despertar, es ver entre la bruma del pasado el oro de la acción o del verbo ejemplar, que al desentumirnos nos hace otra vez beber también del agua de la vida. Recordar es vivir, es volver a vivir.

   Es por ello que la memoria tiene por sí misma una función rememorativa en la vida privada y en la educación y conmemorativa en la vida pública: revivir en el recuerdo los emblemas de un grupo humano. Recordar la figura de Don Héctor Palencia Alonso es volver a beber, no ya del amplio cajón de resonancias de su pecho o en el manantial sin cuento de sus carnales belfos, sino desde su inextinguible presencia en un lugar de la memoria del pasado, que ahora se vislumbra cual marmórea fuente de luz y agua cristalina.
   Recordar el pasado, ese laberinto absoluto de roca y mármol y a la vez  imagen de la inasible nube hecha con los materiales pasajeros del vaho transitorio, no tendría sentido si no salvase del olvido lo digno de memoria, lo que es motivo de alegría, de congratulación y exaltación colectiva. La dignidad inalienable del ser humano encarnada en el caso ejemplar es por antonomasia lo digno de memoria y por tanto de rememoración personal y de conmemoración colectiva. Porque recordar la dignidad del nombre del maestro Héctor Palencia Alonso es hacer justicia al recuerdo de un largo y e insondable lago de alegría, en cuyo espejo de valor humano y espiritual se revelaba su acción cotidiana también como un bien general y especialmente para la colectividad de quienes coincidimos con él él en algún momento de nuestras vidas e inconcusamente como el más elevado benefactor de su comunidad.
   A once años de la ausencia física del querido mentor Héctor Palencia lo primero que se hecha de menos en su presencia es, más allá del ejemplo en el cumplimiento de sus responsabilidades en tareas y escritos sin número o la generosidad a toda prueba es, decía, el tono alado de su voz, en el que reverberaba en cada nota la gravedad sin peso y cantarina de su grandeza de espíritu. Porque con su sola presencia -frecuentemente animada por la conversación sabia y de profundísimos horizontes históricos y culturales, amena y divertida, confesional y adivinatoria-, lo modificaba todo con un pequeño toque ingrávido, haciendo con ello entender el significado de la palabras “gracia” y “plenitud”: la gracia de la actitud y la palabra y la plenitud y el esplendor del espíritu.
  La grandeza de gruesos doblones simbólicos de nombres e imágenes que de forma casi imperceptible dejaba verter sobre los diversos contenidos de la cultura por el frecuentados, de manera tan crítica como objetiva, tenía entre sus funciones pedagógicas la de elevar la convivencia de sus lectores y coterráneos a un nivel cada vez más alto –cuya exigencia de atención rallaba muchas veces en el añil del esplendor antiguo o el sian purísimo de lo sublime metafísico.
   Tal sentimiento estético de hermandad con el tiempo y la historia bajo la batuta de los mejores propósitos y las más realizadas creaciones de nuestra tierra, no era sino una mezcla más del historicismo filosófico, nacionalista y antropológico,  aportado por nuestra cultura mexicana al siglo XX universal. En su expresión particular, el Maestro Héctor Palencia Alonso lo interpretó bajo la especie de la primigenia fraternidad de corte pedagógico, convocada a partir de la expresión oral, en una mezcla filosófica en cuyo monólogo memorativo, rememorativo y consecuentemente conmemorativo o histórico sabía fundir a las figuras de lugares y tiempos las formas más altas del sentimiento y la belleza, hasta tocar aquellas propiamente sublimes que por su mera invocación despertaban en el alma el recuerdo de otro mundo y otra vida, en donde lo que reina es la paz, la inteligencia, la morigeración y la armonía, dando con ello las pautas generales a la visión de una comunidad de fe futura, anhelante de esos valores supremos -por entrañar una trascendencia metafísica.
   Sin necesidad de ir tan lejos, sus esfuerzos se enfocaron de manera radial en varias direcciones, cuya trascendencia inmediata habría que buscarla en el desarrollo de una cultura regional vigorosa y consciente de sí, preservando de tal manera una comunidad autóctona y resistente contra los disímbolos venenos destilados por la sociedad moderno-contemporánea. No es de extrañar así que el gran mensaje del campeón de la cultura durangueña muchas veces no haya sabido ser escuchado por el mundo y entorno circunstancial que con él creció, pues resultan efectos naturales de una civilización vuelta de espaldas al mito y al destino y  cautivada hacia los impulsos del dominio material de la naturaleza, el consecuente consumo, al afán de novedades o la revista de la publicidad, arrojada desnuda a la aventura histórica e hija solamente de sus obras técnicas. El hombre, empero no puede soltar del todo las amarras de la tradición, pues con ello serrucharía el mástil  de la legitimidad y del origen.
   El hombre es hombre por su palabra, que es trasmisión y diálogo, siendo por tanto su vida esencial convivencia. El valor de lo social en su raíz misma radica en el valor y sustantividad de ese diálogo-trasmisión, en las expresiones verbales que al objetivar situaciones significando emociones van articulando situaciones de convivencia formativa. El inalcanzable pedagogo que fue el Maestro Palencia Alonso es ahora por sí mismo también ejemplo cardinal de lo verdaderamente digno de memoria y por tanto de rememoración y de conmemoración colectiva. 
   Un pueblo vive de su continuidad histórica, que rememora y conmemora para aclarar su inmediato futuro –pues es cuando pierde cuenta de su historia o se sustituyen impunemente sus figuras verdearas que la nación se pierde en las brumas ociosas del olvido, de lo indigno de memoria, o en el letargo milenario de la piedra. Para evitar tales escollos no queda sino acudir en brazos del recuerdo memorable en rescate de las brazas que quedaron encendidas  en el tiempo del ayer ido y que por su significación verdadera mueven al recuerdo y a la rememoración. Recuento, pues, de la dignidad de la singular figura del genial maestro Héctor Palencia, quien en su vocación de orador, escritor y periodista, de amigo, mentor, padre y filósofo, supo atender a la pureza de sus propósitos y altura de miras de la verdadera cultura mexicana, en especial a las expresiones estéticas y plásticas de su Durango amado. Partir de la razón primigenia es volver a la memoria tradicional, a lo que un grupo considera que le es propio. Volvamos los ojos a la figura del maestro.





II
   En el amplio pecho de Don Héctor Palencia Alonso se daba la expresión de la alta cultura y de sus frutos como realización plena, cumplida y lograda, expresándola por su enseñanza  a su vez dramatizándola o desde su fuente y raíz: como si emanara viva de sus propios poros. Por ello, en su figura se daba la síntesis acabada de la “cultura criolla”, encarnada en un hombre singular, que por lo mismo representó la figura más lograda de la cultura regional del norte mexicano -entendida por el maestro bajo la especie de una filosofía personal u original, cuya doctrina bautizo con el nombre peregrino de “Durangueñeidad”. 

   Héctor Palencia definió el amplio horizonte  de la cultura como la suma de creaciones humanas elaboradas en el correr de los años en lo que tienen de logros distintivos de la humanidad y que guardan su expresión en cada lugar y en cada época. Conocedor del fundamento cultural del humanismo Palencia Alonso  comprendió a la cultura como “cultura ánimi”, o en lo que hay en ella de formadora del alma y enriquecedora del corazón del hombre. Así, supo desarrollar, a partir de esa perspectiva, una conciencia histórica no menos que geográfica de su situacionalidad concreta, cifrada en una filosofía de la cultura de corte historicista y decididamente antropológica, inscrita en el doble movimiento del “Nacionalismo Revolucionario”, pero también  de la Filosofía de lo Mexicano. Caso indiscutible de “hombre culto”, de hombre de letras y cultura superior, el maestro Héctor Palencia Alonso se presenta de nuevo a la memoria como ejemplo sublime a partir del cual deducir su esencia o las notas fundamentales que constituyen esa forma de actividad o vida.
   En términos reales la cultura es, antes que nada, una forma de vida y una figura humana en la que se producen todas las actividades libres y espirituales de una persona, abundando tanto en el conocimiento de la historia del  arte y la ciencia, como de la religión y de la filosofía –que adopta un ritmo peculiar en cada caso. Más que una categoría del saber o del sentir, la cultura se manifiesta así como una categoría ontológica, sustantiva ella misma por producirse como el valor y el bien de una persona o como cultura animi –que termina por articularse en la personalidad acabada, lograda, cumplida.
   El hombre culto, en efecto, es aquel en que se ha acuñado o labrado un ser humano completo, con un mundo integral o con una idea integral del mundo. Su tarea se cifra así en una visión: del universo entero resumiéndose y resumido en un individuo humanizado. Tal no puede caer meramente en una categoría epistémica, pues lo que abarca el hombre culto es la estructura esencial del mundo en torno -en sus puntos más altos descubriendo las huellas de lo divino en la realidad y por lo mismo y circularmente descubriendo cada una de las capas del alma humana que, como dijo Aristóteles, en cierto sentido lo es todo. Es por eso que la tradición cristina en que se inscribía el culto abogado abarcaba el universo entero concibiéndolo poéticamente vivo a la vez que objetivando la historia íntegra del mundo como trágica y grandiosa creación de Dios.
   La educación cultural es, en efecto, un hondo proceso plástico que se produce realmente en el hombre para que este idealmente realice el mundo, desarrollando por ello el hombre cultivado el fruto propiamente filosófico: el anhelo platónico de simpatía e intima unión con las esencias sublunares y cósmicas de todas las especies.
   También es humanización, lento proceso y reiterado de cultivo y preservación de las raíces por las que nos hacemos hombres o saber vertical de los principios humanos -a la vez que intento de progresiva autodeificación o santidad. Afirmación de la suprema bondad, es cierto, hecha de ardiente anhelo y altísima objetividad. Mundo objetivo, pues, justamente recreado por el autor en virtud del respeto al orden jerárquico de los valores esenciales –y del que se deriva por consecuencia necesaria la tolerancia a todo lo que no puede ser alabado ni admirado y la serenidad intima de la persona, el recogimiento o salvación en el más profundo centro de sí mismo.
   “Espíritu”, es verdad, que es a la vez herejía y rebelión al implicar la actitud crítica y la libertad de pensamiento. En modo alguno ello significa que la cultura pueda ser un instrumento para satisfacer los apetitos incultos -porque de la aventura humana, tradicional e histórica, no hay no escapatoria ni vuelta hacia atrás.


III
   Si en algún hombre ilustre de Durango han brillado nobleza y dignidad, generosidad y virtud, protección y hospitalidad, rectitud, bondad y trabajo en conjunto ese hombre ha sido Don Héctor Palencia Alonso. Nadie ignora que en las últimas jornadas de su vida hubo también algo de agonal final. Ello se debía a que su empresa didáctica y pedagógica fue de tal envergadura y altura de miras que en la perfección de la meta colectiva no tenía a corto plazo ninguna posibilidad efectiva de triunfo -porque la categoría de su ideal, en efecto, no era menor que la categoría del espíritu. No por ello renunció ni a la alegría de la comunicación con sus contemporáneos ni  a la dilatada comunión con la belleza -porque aspirando siempre a vivir en comercio constante con la gracia, no por ello renunció nunca a la promesa.
   Quiero decir que nunca renunció ni al despertar ni al recuerdo de la comunidad regional de la que formaba parte esencial y a la que cifró y descifró en su doctrina, bautizada con el patronímico de su tierra y estado: la Durangueñeidad.
   Porque en verdad el durangueño como tipo ideal o esencialmente es una figura única, en la medida que cultura e historia van determinando el magma y azogue de sus valores y productos más acabados. Habría que señalar cuando menos que Durango mismo es un claro ejemplo de una nueva división que se hace de América. Cierto que no pertenece a la América Occidental, a la versión provincial de lugareños de ciudades tales cual Córdoba, Montevideo, La Habana, Nueva York o Buenos Aires, ciudades que anhelan la internacionalidad al mirar por el Atlántico las cosas europeas, la cultura y las ciencias modernas. No. Pertenece por lo contrario a otro tipo de idiosincrasia y de espíritu regional, a otra vida: a la de la América Oriental, que entre montañas asoma a una marina tan basta que aleja más que comunica con Asia, a ciudades como Quito, Lima, Bogotá, La Paz o Santiago. que por su formación cultural e histórica mantienen viva la tracción española y que parecen como replegadas sobre sí mismas. En Durango, en efecto, se experimenta una especie de ensimismamiento o de soledad interior y desde cuya meseta es posible encontrar más que frecuentes sino constantes casos de la visión o el pasisaje interior, de búsqueda de la interioridad del ser mismo y de las cosas.
   Tierra efectivamente filosófica, donde los hombres parecieran buscarse todo el tiempo a sí mismos, de una manera ciertamente seca, es verdad, pero también siempre como arropada por el manto de una gracia celeste hecha de resignación y resistencia. Porque lo que el regio norteño pareciera haber buscado todo el tiempo es al hombre interior y al ser íntimo; la visión clara del propio paisaje interior y la naturaleza humanizada en donde poder aposentarla. Lo que el maestro Palencia Alonso expresó y entendió como ningún otro, fueron precisamente las raíces antropológicas y tradicionales o históricas de esa filosofía geográfica que define al durangueño, también es cierto que cooperó como nadie en la articulación estética de esa comunidad, especificada por su poder de reflexión interior, dando con ello también carácter a su misma circunstancialidad en toda la situacionalidad de su concreción.
   En su núcleo axiológico lo que tal doctrina entraña es un levantamiento (aufbebungh) que supera conservando el anecdotismo y el color inconfundible del sabor local -salvándolo del caricaturismo imitativo del nacionalismo de la capital y de sus gestecillos de aldea globalizada. La transformación, empero, de la enmohecida actitud receptiva en materia de cultura por el hombre de la provincia por otra de participación no puede lograrse sino en una comunidad vigorosa y en cierto modo autónoma, pero no aislada.


IV
   A la superioridad y luminosidad heroica de Don Héctor Palencia le era sin embargo imprescindible encontrar una comunidad donde ser reconocido y hallar así la confirmación de su ser. Su expresión de ello fue entonces la especialización de una virtud local: la de la hospitalidad, la del ser hospitalario en tierra inhóspita -virtud regional, repito, que el maestro no hizo sino magnificar. Porque reconocer es eso: es acoger y dar la bienvenida. Es reconciliarse: el reconocimiento de quien ha sido acogido se expresa  más con la palabra que con la mano, porque propiamente se acoge con algo casi del todo inmaterial, pues se acoge con la intimidad de la personalidad, se acoge propia y solamente con el espíritu.
   La promesa de alta cultura y de una comunidad de fe trascendente que se inscribe en toda la obra del Maestro Héctor Palencia Alonso tiene que valorarse así no por lo que en un día prometió, sino porque es promesa –porque su valor justamente radica en su aceptación, en decirle que sí incondicionalmente. Su aceptación no radica en exigirle que cumpla lo prometido o en nombre de su cumplimiento, cosa que no sería aceptarla sino convertirla en deuda, sino en amarla en nombre de ella misma. Lo que hacia amar la promesa de Héctor Palencia no era así su cumplimiento, sino la libertad con que la hacia, pues esa libertad era el material mismo con que empeñaba su palabra, no para tomarle la palabra como quien compra a quien vende mercancías, sino para guardarla en algún lugar sentimental, cordial del alma –pero sin tomarla para nuestro corazón. Porque la promesa constituye la forma más elevada de pedir o de contar con alguien –y esa es la otra mitad de la generosidad. Ahora que esta ausente la palabra del Maestro Héctor Palencia Alonso puede empezar a verse cuanta luz puede atesorar esa promesa.
   Porque si la alegría sólo es presente en la medida en que es gracia y presencia, la promesa en cambio entraña una negación bajo la forma de la ausencia. No es sin embargo ni la fuerza o el poderío que se contiene ni el dolor que asimila y que dispersa -pues la fuerza es el vacío que deja el amor en su retirada y el dolor es la muerte de la alegría (aunque también es fuerza y dolor la muerte del dolor mismo). La promesa es ausencia que no es pérdida ni es muerte... sino el sustento mismo del futuro –hermanándose por ello también con la esperanza.
   La realización del espíritu en el hombre puede ser meramente vertical: La trasmigración al mundo del espíritu es entonces, qué duda cabe, una experiencia de vuelo: de elevación, creciemento y ascención –a costa de estrecharse, adelgazarse, angustiarse. Hay otro modo también de espiritualizarse, ya no en espacio vertical de los lenguajes y de su función pedagógica y de contagio pasional, sino horizontal y temporal de la geografía: de encontrar en esta vida la otra vida, en este mundo el otro mundo, en este lugar la patria perdiida, disuelta en la monotonía de la dispersión o de las horas. Porque Utopía no tendría sentido si el hombre no buscara en la realidad concreta la topía. Más radicalmente aún, porque el hombre no sería esencialmente lo que es si no fuera el ser por naturaleza trascendente... incluso a sí mismo. 
   Porque la luz del sol y las estrellas requieren de tiempo en llegar y encarnar en una atmósfera, los hechos y hazañas de los hombres no se pierden en la historia. La memoria de Don Héctor Palencia a su manera así también se perpetúa y está ahora con nosotros, pues su lenguaje vivo también necesita tiempo, después de haberse realizado, para ser visto y oído También para escribirse y salvarse en la historia, en la memoria colectiva, para que los grandes hechos de los hombres no se pierdan por ser dignos de memoria, de rememoración y de conmemoración colectiva.


Desde el fértil valle,
meseta de recios huisaches y nubes viajeras

de su Durango que tanto amó.



  

Don Héctor Palencia Alonso: Notable Durangueño Por Alberto Espinosa Orozco

Don Héctor Palencia Alonso: Notable Durangueño
Por Alberto Espinosa Orozco



I
   Cerca de cumplirse 12 años ya del deceso del culto abogado Don Héctor Palencia Alonso, toda una comunidad de fe en el espíritu universitario y en la cultura estará de luto, recordando las muchas prendas del querido mentor, de historiador, abogado, periodista y sabio, con las que engalanaba tanto la cátedra universitaria como las prensas rotativas del periodismo regional y internacional, no menos que los foros culturales de la nación, con su impecable concepción de la cultura en la vibrante voz del ilustrísimo orador.
   El legado del Lic. Héctor Palencia Alonso al frente del ICED difícilmente puede ser aquilatado en una época, como lo es la nuestra, abrazada por las sombras vagas y amenazada por el oscurantismo. Baste mencionar que dando ejemplo de humanismo y tolerancia intentó armonizar a todos los grupos regionales constituyentes del arte, tomando en cuenta a cada participante en los empeños artísticos locales, destacando sobre todo los logros distintivos de la cultura durangueña que ha habido en la cuatro veces centenaria historia de su conformación, preservando en lo posible las propias tradiciones regionales y alentando a los intelectuales y artesanos con conferencias, exposiciones, eventos y apoyos de todo tipo y,  yendo más allá de su historia, incardinando todo ello a los logros de la cultura universal, para poner a Durango a la altura de la historia y del arte.
    En la sede del ICED, asentada en lo que fuera el impoluto Hospital General del Estado y luego el Colegio de Huérfanos “Juana Villalobos”, contando con un raquítico presupuesto, la cultura gozó, sin embargo, durante su impecable administración, de un desarrollo notable: tres Museos en funciones (El Museo Domingo Arrieta, el Museo del Cine y de la Fotografía, la Pinacoteca Virreinal del Estado), la “Biblioteca Olga Arias” junto con otras dos de breves dimensiones, más dos Salas de Exposiciones, la de conferencias "María Elvira Bermíudez",  un Cine sabatino, el Centro de Investigación y Periodismo abocado a la atención a los artistas denominado “El Laberinto” y las dos alas de la Dirección; instancias todas que conformaban su organismo vivo, al que habría que sumar el más caro proyecto de su administración: la Sala de Fonoteca y Centro de Estudios Musicológicos “Silvestre Revueltas”, presidida a mitad del paseo por una escultura de nuestro héroe santiaguero, que rescató uno de los edificios derruidos del viejo Internado y que tardó cuatro años edificarse y en hermosear, haciendo ahorros aquí y allá, hasta llegar a los acabados en los pisos de finos mármoles de la región, la serie de butacas, agregando como la cereza en el rubí de la corona las más sofisticadas tecnologías eufónicas de los adelantos modernos.
   El interrumpismo político característico de nuestra república terminó por dar al traste con aquella empresa, dando lugar a la entrada del llamado Centro de Convenciones Bicentenario, presidido en su mermado baluarte cultural por la artista plástica Pilar Rincón. Lo cierto es que los museos se desmontaron y se dispersaron, derruyeron o perdieron, junto con la biblioteca “Olga Arias”, de la que no se si quedó un tomo, dos tildes o tal vez solamente media coma, mientras que los restos fúnebres electrónicos de la Fonoteca fueron a parar a las Oficinas de Radio UJED, donde permanecen arrumbados y en completo desorden, preservándose sólo de aquella preciada iniciativa la escultura de Silvestre Revueltas, que fue a dar, como tantas otras que decoraban el jardín ideal del Maestro Palencia Alonso, a las actuales oficinas excéntricas del ICED, apostada en la cima de un distante lomerío, en una casona nueva y rentada, larga como un chorizo, que anteriormente sirvió como sets cinematográficos a dudosos filmes heteróclitos, de escasa producción y nula memoria.
   La incuria y negligencia en materia de cultura tocó su ápice cuando en el año de 2010 fue violentamente desempotrada la placa en bronce, reservada a la memoria de los héroes, que conmemoraba el lugar del nacimiento de Don Héctor Palencia, en la Calle de Hidalgo # 311, misma casa que otrora viera el nacimiento de otra luminaria durangueña: la famosa actriz Dolores de Río.[1]  






   Tocará pues a la nueva administración estatal de la cultura por venir rescatar, de entre sus innumerables trabajos periodísticos, las joyas más preciadas de la historia y de la cultura de Durango, de sus orígenes, fundación y destino todo, en tantos volúmenes como haya menester, en una labor de rescate e investigación, para luego imprimirlos en función  del enriquecimiento de los jóvenes de ahora y para los futuros científicos sociales y sabios todos de la posteridad de esta región geográfica, que aguarda paciente el tiempo de su gestación, germinación y luminosa florescencia, contando en sus raíces con ese faro del espíritu, cuyas teas de luz viva no podrán ser borrar ni por las mezquindades del tiempo feroz ni por el soñoliento hechizo de la  inconsciencia.


II
  Vale la pena recordar ahora el núcleo la doctrina de la Durangueñeidad, a 11 años del fallecimiento de su insigne fundador, el sabio abogado y bienhechor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso. Momento de conciliar el pasado con el presente, para poder así escanciar el vino nuevo en odres nuevos.
   La tesis de la durangueñidad no es económica, ni política, como quisieran algunas manos estrábicas u oídos miopes, prosélitos del determinismo materialista, hoy en día tan en boga.
   Por lo contrario, se trata de una tesis propiamente cultural, que atañe a la cosas del espíritu, a la comunidad y a la intimidad de la persona, consistente esencialmente en una defensa del pasado que, al preservar y restaurar nuestra memoria colectiva, nos permita poner en foco lo que somos y el acento del corazón en el alma misma de nuestro pueblo, de nuestra raza, signada con un destino histórico de independencia frente a las potencias hegemónicas internacionales, aportando con ello una nota sin par por su colorido al concierto mundial de las naciones.
   Tesis de conciencia histórica es la de la durangueñeidad, pues, que se enmarca dentro de del amplio movimiento de la filosofía del mexicano propuesto por José Gaos y a su zaga por Octavio Paz, que nos hace ver lo que tiene nuestra circunstancia moderna de ser nuestras vidas plurales y superpuestas a otras capas tectónicas del tiempo, por lo que resultan nuestras vidas, vidas  hermenéuticas también, cuya modernidad radica justamente en el esfuerzo de ser contemporáneos de todas las edades, de ver nuestra actividad de hoy sobre un transfundo del sentido, contrarrestado las inercias del hombre viejo y pagano, bárbaro o amoral, o excéntrico y extremista por el que se desfonda toda modernidad, con las linfas del hombre nuevo y sus inconsútiles destellos de luz y velos de belleza.
   Contra el desprecio de esos soñadores de quimeras, de esos habitantes del futuro inexistente, que sacrifican por el mezquino progreso personal la memoria colectiva que nos hace pertenecer a un  horizonte espiritual colectivo, la tesis de nuestro querido mentor Don Héctor Palencia nos hace despertar a un valor enraizando íntimamente a nuestra tradición, a nuestra memoria colectiva, que al preservar en la evocación y en el recuerdo los tesoros de nuestros artistas más insignes nos permite poner el punto sobre las íes, la tilde en lo que es realmente importante y valioso, por su sentido trascendente incluso, para participar con ello y formar parte del alma sencilla, humilde, colorida y cantariana, de un pueblo cubierto por el constelado manto de la Virgen y señalado desde siempre por el potente dedo creador de Dios.



Apéndice:
Biografía de Don Héctor Palencia Alonso
Por Víctor Samuel Palencia Alonso  

   El culto abogado y escritor Héctor Alfonso Palencia Alonso nace el primero de marzo de 1933 en la casa colonial de la calle de Hidalgo número 311 de la ciudad de Durango, Dgo., misma casa donde naciera -27 años antes- precisamente el 3 de agostó de 1906 la actriz Dolores del Río. Fueron sus padres el Dr. José Pedro Palencia Contreras y la señora Va­lentina Alonso Díaz de Palencia, sus abuelos paternos Dr. Heriberto Pa­lencia Liceras e Isabel Contreras García, y sus abuelos maternos Sa­muel Alonso Parga y Valentina Díaz Valadez. Cursó su primaria en la es­cuela de Súchil, Dgo., secundaria en el glorioso Instituto Juárez de Duran­go y los estudios profesionales de abogado en la prestigiada Escuela Libre de Derecho de la Capital de la República.
   Como estudiante se distinguió por la dedicación al estudio y su afición al periodismo y la oratoria. Desde temprana edad ya figuraba su nombre y fotografía en las páginas del naciente "El Sol de Durango" co­mo corresponsal en Súchil, Dgo. En el año de 1950 -a la edad de 17 años- pronunció el discurso oficial en la ceremonia que se organizó con motivo de declarar Ciudad a la pobla­ción de Guadalupe Victoria, Dgo. Como estudiante de secundaria en el Instituto Juárez, alcanzó el honor de triunfar en el V Concurso Estatal de Oratoria, convocado por el Instituto Juárez; participó en concursos nacio­nales de oratoria cómo los convoca­dos por el periódico "El Universal".
   En la Escuela Libre de Derecho de la ciudad de México, también fue cam­peón escolar de oratoria durante los años de 1954, 1955 y 1956. Miembro del H. Jurado Calificador en innume­rables concursos de oratoria y decla­mación, concursos de cuento y nove­la, así como de los Premios Naciona­les de Periodismo "Francisco Zarco" y los Premios Estatales de Periodis­mo "Antonio Gaxióla", organizados por al Universidad Juárez del Estado de Durango "UJED" en 1991, 1992 y 1993. Realizó estudios de postgrado en Comunicación, en Educación y Derecho Agrario; cursó diplomados en Formación para la Docencia Universitaria (UJED), Investigación y Docencia en Ciencia Histórico Social (UJED), Análisis Político (UIA), Historia del Arte Virreinal (UNAM). Su ex­tensa preparación incluyó el desarrollo de diversos cursos: Metodología en la Investigación de las Ciencias Sociales, Psicología Educativa, In­vestigación Educativa, Didáctica Ge­neral, Investigación Científica del Derecho, Didáctica Jurídica y Sociología Educativa.
   En 1978 le correspondió pronun­ciar la oración fúnebre ante el féretro de la excelsa cantante durangueña de fama internacional Fanny Anitúa. Presentó su examen profesional con la tesis "Reflexiones sobre un Dere­cho Penal Penitenciario", trabajo que recibió la máxima distinción de Laureles de Oro, presea que concede la prestigiada institución Escuela Libre de Derecho a trabajos excepcionales por su calidad. Y fue comentada elo­giosamente en la prensa nacional, por ejemplo: "Brillante aportación que entra a formar parte de una reserva ética de las prisiones", dijo Jacobo Dalevuelta en el periódico Excélsior; mereció también varias referencias de renombrados tratadistas, por ejemplo la del maestro Raúl F. Cárde­nas en la revista Criminalía de la Aca­demia Mexicana de Derecho Penal; la tesis es libro de texto en varias uni­versidades del país, en la impartición de la materia de Derpcho Penal.
   Desempeñó importantes puestos dentro de la procuración de justicia: Procurador de la Defensa del Trabajo, Vocal Representante del Gobierno del Estado de Durango en la Comi­sión Agraria Mixta; fundador de la Agencia del Ministerio Público Federal para Asuntos Agrarios y Foresta­les en Durango; agente titular funda­dor de la Agencia del Ministerio Público Federal en Puerto Vallarla, Jal., Tlaxcala, Aguascalientes y Guadalajara, Jal., y jefe de Consultaría en la Procuraduría General de la República en México, D.F.; Supervisor de la Secretaría de Asentamientos Huma­nos y Obras Públicas (SAHOP) en lo relativo al Plan Coplamar en los estados de Durango, Chihuahua y Zacatecas; Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional para las Actividades Sociales (FONAPAS) en el estado de Durango. Fungió como Secretario de la Colonia Durangueña en el Distrito Federal durante cinco años, cuando el organismo fue presidido por el coronel Enrique Carrola Antuna.
    Como periodista y escritor su plu­ma fue ágil y productiva, autor de más de cinco mil artículos en páginas editoriales entorno a una gran diver­sidad de temas, sobre todo, relativos al acontecer de Durango, publicados en medios escritos en el extranjero, en los periódicos nacionales que se editan en la ciudad de México, en otros estados de la República y en • Durango. colaborador editorialista en El Sol de Durango, El Siglo de To­rreón, La Opinión, La Voz de Duran­go, Excélsior, El Universal y en las raevistas Todo, Horizontes de México, Criminalía y otras.
   En enero de 1993 recibió el reconocimiento del periódi­co de circulación nacional Excélsior por su participación en la serie coleccionadle Encuentro de Dos Mundos, Análisis de 500 Años, que con motivo del Quinto Centenario del Descubri­miento de América y el 75 Aniversario de Excélsior, realizó este periódico en conjunto con 27 periódicos más del ámbito internacional. Bajo el titulo de Derecho Indiano se publicaron los artículos del abogado Héctor Palen­cia Alonso en Le Monde de Francia, Novedades de Moscú, Clarín de Ar­gentina, Jornal da Tarde de Sao Pau­lo, Brasil, Granma Internacional de Cuba, Tribune de Chicago, EUA., y El Tiempo de Colombia.
   Impartió conferencias en diversos lugares de la República Mexicana, desde el Antiguo Salón del Cabildo de la Ciudad de México, el Salón Orozco del Hotel Camino Real, el Club Sirio Libanes, el Club de Industriales de la Ciudad de México, Concamin, CANACINTRA, hasta en su Durango en el Aula Magna Laureano Roncal del Edificio Central de la Uni­versidad Juárez del Estado de Du­rango (UJED), en el Museo Regional UJED, en el Instituto Tecnológico de Durango (ITD), en los Clubes de ser­vicio, entre otros. En su biblioteca personal consistente en más de diez mil volúmenes, cuelga debidamente enmarcados más de cien reconoci­mientos de diversas organizaciones académicas y culturales. Sobre política cultural también se expresó en prestigiados foros, como en la más alta tribuna de la nación, la de H. Cá­mara de Diputados del H. Congreso de la Unión.
   Entre sus libros publicados figuran Apóstol del Pensamiento Libre, Se­pulcros Blanqueados, Músicos de Durango, Apuntes de Cultura Durangueña, Opinión Pública, Cocina Durangueña, Apuntes para la Historia de Durango, Memorias del Cinemató­grafo, Doctrinas Económicas en México, Silvestre Revueltas, Francisco Zarco, Historia del Cine en Durango, La Educación en México, entre otros.
   Dirigió las corresponsalías en Durango del Seminario de Cultura Mexicana, y de la Academia Mexicana de la Historia y Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, socio académico de número de la Academia Me­xicana de la Educación A.C. Sección Durango, miembro de la asociación civil "Amigos de la UJED".
   Autor de la doctrina de la Durangueñeidad, relativa al ideal de armó­nico progreso de Durango basado en nuestros recursos materiales y en el mundo espiritual que da unidad a lo durangueño; autor también de serias investigaciones sobre la historia y personajes de Durango.
   Sus datos biográficos se han publicado en diversas Antologías y libros de efemérides, por ejemplo "Quién es quién en Durango" del periodista Raúl Vázquez Galindo; "Hombres y Mujeres de Durango" del historiador Manuel Lozoya Cigarroa; "Anuario Cívico Du­rangueño" del escritor Víctor Samuel Palencia Alonso; "Calendario Duranguense" de Louis Sergio Soto Jimé­nez, Olga Arias y Gerardo Llarrasa Cangas; también su biografía se ha publicado en diferentes revistas co­mo en "Ciencia y Arte", órgano de difusión de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
    Director fundador de la Casa de la Cultura de Durango, titular de la Dirección de Asuntos Culturales de la Secretaría de Educación del Estado de Durango. Director fundador del Instituto de Cultura de Durango (ICED) y Coordinador del Fondo Regional del Noroeste del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Recibió varias preseas y diplomas de labor social que realizó y por el impulso permanente a la cultu­ra en general.
   Muere el martes 31 de agosto de 2004, siendo director del ICED y autor de la columna "Durango: Ayer y Hoy" en el periódico El Sol de Durango. Catedrático de la Facul­tad de Derecho de la Universidad Na­cional Autónoma de México (UNAM), de la Facultad de Derecho de la Uni­versidad Autónoma de Tlaxcala, de la Facultad de Derecho de la Universi­dad Juárez del Estado de Durango (UJED), de la Escuela de Matemáti­cas de la UJED, de la Universidad José Vasconcelos en las carreras profe­sionales de Psicología y Ciencias y Técnicas de la Comunicación.
   Le sobreviven sus hijas Gabriela, Mónica y Martha Palencia Núñez, y sus hijos Mauricio y Fabián Palencia Estrada; sus hermanos Horacio, Oralia, César, Víctor y Gerardo Palencia Alonso.
   El ICED le rendirá homenaje.



[1] A su muerte, el gobierno de Luis Ángel  Guerrero Mier y José Aispuro Torres, Presidente Municipal, levantaron un recinto cultural con su nombre: la Biblioteca Pública Municipal Hector Palencia Alonso Razon social Gobierno Municipal. Actividad económica 519122 - Bibliotecas Y Archivos Del Sector Público. Estrato Personal  de 0 a  5 Personas Número de Teléfono 6188358830. Biblioteca Pública Municipal Héctor Palencia Alonso. Gobierno Municipal. Ubicación: Av. de los Cipreses s/n Centro Comunitario El Ciprés CP 34217, Durango, Durango Tels.: (618) 835 88 30.  Servicios:  Sala general Sala de consulta Sala infantil Horario de servicios: Lunes a viernes de 9 a 20 hrs. Hay que agregar que a finales de 2006, nació la revista "Durangueñeidad", manejada por José de la O Olguin; Esvardo Carreño y Javier Guerrero Romero, editada hasta el día de hoy, junto con 30 magazines más, por el grupo de la industria editorial Herrera de Piedra.