jueves, 31 de agosto de 2017

De Mis Lecturas: La Historia Por Don Héctor Palencia Alonso

De Mis Lecturas: La Historia
Por Don Héctor Palencia Alonso



    




 El gran Marco Tulio Cicerón llegó a definir la historia como "testigo de los tiempos, luz de la verdad, vi­da de la memoria, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad". Es fácil observar que esta definición tiene mucho de oratoria, como tenía que corresponder al famoso orador y abogado latino que fue Cicerón.   
        A propósito de Cicerón, bueno es recomendar a mis lectores, la lectura de "La Columna de Hierro" de la inglesa Taylor Cadwell, que trata de la vida del muy célebre tribuno.
         Uno de los mejores historiadores mexicanos, Carlos Pereyra, recuerda el momento en que Cicerón llegó a su definición de la historia. Cicerón busca en Túsculo un plátano frondoso, como el que daba sombra a la sabiduría de Sócrates en la Academia, y cuando lo ha encon­trado, pide cojines para sentarse cómodamente con sus alumnos.
          Muchos pensadores se han preguntado si la historia tiene un fin determinado. Son muchos los que creen ver en ella un orden, una explicación que permite entender el porqué del paso del hombre. Del afán de hallar un hilo conductor de la historia ha nacido la filosofía de la historia.
         Los antiguos historiadores, como el griego Hesiodo y el latino Ovidio, están persuadidos de que todo el tiempo pasado fue mejor. Ellos explican la existencia de varias edades que pasaron de la cumbre a la decadencia. Tu­vieron que cambiarse estos conceptos para que los historiadores llegaran a la conclusión de que era posible esperar mayor grandeza en el porvenir.
         La idea puesta hacia el futuro fue propiamente de origen hebreo y se relaciona con el sentido mesiánico del pueblo judío, especialmente en las profecías de Isaías. Esta visión futurista y mesiánica encuentra en el Cristia­nismo su expresión más depurada y noble, como marcha del hombre hacia Dios. Recordemos estas palabras de Isaías que se hallan en el Antiguo Testamento:
   “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz gran­de. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz. Porque nos ha na­cido un niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la soberanía, que se llamará Maravilloso Con­sejero, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la Paz. Para dilatar el imperio y para una paz ilimitada sobre el trono de David y de su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto".
         Agustín de Tagaste, el sabio obispo africano de Hipona es el fundador de la filosofía de la historia como disciplina. De este santo que tanto batalló con su propia conciencia, dice el gran escritor italiano, hoy injustamente casi olvidado, Giovanni Papini, en célebre biografía: "Precisamente en haber logrado salir del estiércol para elevarse a las estrellas consiste toda su gloria y se ma­nifiesta la potencia de la Gracia. Cuanta más honda fue la basura, tanto más grande es la luz de la altura".
         Como se sabe, San Agustín es autor de libro "Confe­siones" en el que relata su lucha mundana, el largo ca­mino pleno de excesos que tuvo que recorrer antes de entregar su inmensa dádiva de amor.
         Escribe Papini, citando a Goethe que las poesías líri­cas más bellas son las del azar. Añade: "También los veintidós libros de la "Ciudad de Dios", que constituyen la más prestigiosa epopeya en prosa que yo conozca na­cieron por un azar y quizás no habrían sido escritas sin la mala gesta de Alarico. El saqueo de Roma no fue más que el brote: de aquel hecho nada extraordinario —milla­res de ciudades han sido saqueadas en todos los tiem­pos— el genio de Agustín supo ascender a una síntesis de la historia humana y divina, en la cual nuestro géne­ro, dividido en dos ejércitos, está en combate bajo el ojo de Dios, visión que ha iluminado y moldeado a la Cris­tiandad durante mil años".
         La "Ciudad de Dios", obra fundamental en las creacio­nes culturales de Occidente, es el libro que hizo trascen­der particularmente a San Agustín. Habla en sus páginas de una lucha entre el hombre y Satán, entre el hombre y Dios. La idea central es la contraposición de estas dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo. "Los amores hicieron las dos ciudades, esto es, a la terrena, el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios; a la ce­leste, el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo. Y comenta Papini que la "Ciudad de Dios" es la de los buenos y al mismo tiempo la comunidad de los elegidos, de los que alcanzaron a Cristo y se unieron a Él; la segunda, la del Diablo, es la de los malvados y al mismo tiempo la sociedad de los injustos. La Ciudad de Dios esta  fundada sobre el amor, la Ciudad del Diablo sobre el odio, porque no sabe siquiera elevarse a la perfecta justicia humana.
         La mente agustiniana es radicalmente dualista. De una parte, la vida que se proyecta hacia Dios, de otra, la vida puramente temporal, carente de valores espiritua­les. La llegada de Jesús, es, sin embargo, el punto cen­tral, porque gracias a la Redención la Ciudad de Dios se levanta sobre la Ciudad Terrena o del Diablo, y el objeti­vo final en la historia del mundo será el triunfo de los bie­naventurados. La historia en suma, como una labor de la Providencia y del hombre.
         Giovanni Papini, gran biógrafo de San Agustín, dice que éste nació el trece de noviembre del 354. Antes re­cuerda que Julio Pablo Ritcher afirma que los nacidos en día domingo están destinados a cosas grandes, y San Agustín confirma esta dudosa ley, porque "cuando fue parido por Mónica, esposa de Patricio, era domingo".

         La "Ciudad de Dios" la empezó a escribir San Agustín en 412 o 413, y la concluyo catorce años después. Ahí está la primera filosofía de la historia. Termina el libro con la resurrección de los cuerpos bajo los nuevos cielos. De la oposición eterna entre el bien y el mal, San Agustín supo sacar una de las obras maestras de la ortodoxia católica. Los malos serán indestructibles hasta el fin de los siglos, pero también serán vencidos y castigados eternamente. La historia es la lucha entre los buenos y malos, pero esta división no fue creada por Dios, sino que es consecuencia del don de la libertad, divino y peligroso, que Dios concedió a sus criaturas.






In Memoriam: Maestro Don Héctor Palencia Alonso Por Alberto Espinosa Orozco

In Memoriam: Maestro Don Héctor Palencia Alonso
Por Alberto Espinosa Orozco


   A 13 años de la ausencia material del querido mentor e incnasable promotor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso, exige la vuelta de los tiempos que corren expresar unas palabras de recuerdo, admirado, a su figura, así como a la magnitud de su tarea educativa, propiamente cultural. Porque el querido Maestro Don Héctor Palencia Alonso, mentor de toda una comunidad espiritual, purificó su concepto de libertad con las virtudes del ascetismo y la humildad, añadiendo a la verdadera libertad el valor social no sólo de la tolerancia sino de una actitud más elevada: la de la concordia -porque la actitud del querido jefe cultural era la del ser transparente como el cristal, abierto, siempre igual como las palabras que son modeladas por la expresión verbal de la palabra. El ser como apertura en su actitud liberal se manifestaba, en efecto,  en estar su vida tendida fuera de sí, dirigida hacia los otros y a lo otro radical –se llame igual Comunidad, que Poesía, Misterio o Dios.
   Quiero decir con ello que su vida estuvo siempre dirigida a los demás, referida hacia los otros, preservando la memoria y rescatando los valores de nuestra tradición e idiosincracia propia: que fue el blasón de vida, lo que la iluminaba y le daba sentido. Porque una vida con sentido es aquella que como la palabra no está referida a sí misma, sino al otro; que deja de interesarse en la propia mezquindad de la existencia, para procurar e interesarse en la esencia de los demás y de sí mismo, en lo que importa o que es valioso en ellos, que es la actitud del humanismo... y que así la justifica. La vida justificada es aquella que tiene sentido, pues, al revelar las notas esenciales del fundamento –que ya no tiene sentido, ni justificación, que ya no es para otro, sino que meta aludida que ya no alude, ser puramente en sí y para sí mismo que simplemente “es”, por su potencia, por su valor intrínseco.



   La vida y presencia fulgurante de Don Héctor Palencia puede verse así como un dilatado testimonio de aquello que la dirigía y orientaba: las actitudes y expresiones de su cultura nativa, de su comunidad, pero también de las manifestaciones más elevadas del espíritu -cuyas dos vertientes trató siempre de armonizar en su celebrada donctrina de la "durangueñeidad". Esa modo de afrontar y enfrentar la vida lo llevó a dejar de girar en la órbita cerrada de su propia existencia, dejando de lado la escoria y la negación del vivir en sí o para sí mismo, y disolviendo esa opacidad ganó positivamente para su ser abierto una transparencia hecha de luz que, en efecto, estuvo tendida siempre hacia lo otro diáfano y hacia los otros, y que fue siempre por ello una reiterada revelación de lo que esencialmente somos: una comunidad de espíritu, que el incalculable mentor  abrazó, pues en la comunidad buscaba también un suelo que lo fundamentara. Con ello no atendía a la formula de la vida económica, que postula una máximo de provecho por un mínimo de esfuerzo, sino a la ley de la caridad cristiana, en donde se da el conmovedor espectáculo de un máximo de esfuerzo por un mínimo de provecho personal.



   Ahí, en ese humilde y puro acto de la libertad, tiene que buscarse el misterio y el atractivo de la singular personalidad del Maestro Palencia. Porque el hombre cuya vida tiene sentido no se muestra él mismo, sino que al despejar la esencia del fundamento se hace es instancia revelante ...pero no revelada. Porque el ser para otro no revela nada acerca de sí mismo, sino acerca de la potencia que lo fundamenta... mientras que el fundamento que así apoya y justifica al sujeto tiene por lo contrario como esencia el ser revelado, pero ya no revelante... pues su ser ya no tiene más referencia o no es más para otro, sino que es en sí y para sí mismo. Es vivir teniendo el acento puesto no en propio corazón, sino en el alma que lo alimenta, que ara Don Héctor Palencia Alonso tomo la forma de la cultura y de la transmisión de su valores más caros, con los que hemos crecido como nación, con los que hemos con-crecido como hermanos, como coetáneos y condiscípulos de una misma cátedra del sol de cada día y de la vida que siempre la misma y siempre nueva.  
   Ante el terror de las libertades extraviadas producto del avance vertiginoso de la técnica y de la planificación totalitaria de nuestro mundo moderno acaso quepa entre nosotros el desarrollo colectivo de una nueva actitud espiritual de la que el Maestro Palencia Alonso dio fiel testimonio con su ejemplo heroico individual: la obediencia disciplinada a una autoridad superior, a una ética basada en un nuevo concepto de libertad, en donde pueda abrirse el mundo del valor y de la vida espiritual en una colectividad liberada, ya no de las fuerzas de la naturaleza, sino de las fuerzas destructoras del arbitrio individual. 





domingo, 27 de agosto de 2017

Don Héctor Palencia Alonso: Decimotercer Aniversario Luctuoso Por Alberto Espinosa Orozco

Don Héctor Palencia Alonso: Decimotercer Aniversario Luctuoso 
Por Alberto Espinosa Orozco


I
             A trece años ya del deceso del culto abogado Don Héctor Alfonso Palencia Alonso, toda una comunidad de fe en el espíritu universitario y en la cultura estará de luto, recordando las muchas prendas del querido mentor, del historiador, abogado, periodista y sabio, con las que engalanaba tanto la cátedra universitaria como las prensas rotativas del periodismo regional e internacional, no menos que los foros culturales de la nación, con su impecable concepción de la cultura en la vibrante voz del ilustrísimo orador.
             El legado del Lic. Héctor Palencia Alonso al frente del ICED difícilmente puede ser aquilatado en una época, como lo es la nuestra, abrazada por las sombras vagas y amenazada por el oscurantismo. Baste mencionar que dando ejemplo de humanismo y tolerancia intentó armonizar a todos los grupos regionales constituyentes del arte, tomando en cuenta a cada participante en los empeños artísticos locales, destacando sobre todo los logros distintivos de la cultura durangueña que ha habido en la cuatro veces centenaria historia de su conformación, preservando en lo posible las propias tradiciones regionales y alentando a los intelectuales y artesanos con conferencias, exposiciones, eventos y apoyos de todo tipo y,  yendo más allá de su historia, incardinando todo ello a los logros de la cultura universal, para poner a Durango a la altura de la historia y del arte.
            En la sede del ICED, asentada en lo que fuera el impoluto Hospital General del Estado y luego el Colegio de Huérfanos “Juana Villalobos”, contando con un raquítico presupuesto, la cultura gozó, sin embargo, durante su impecable administración, de un desarrollo notable: tres Museos en funciones (El Museo Domingo Arrieta, el Museo del Cine y de la Fotografía, la Pinacoteca Virreinal del Estado), la “Biblioteca Olga Arias” junto con otras dos de breves dimensiones, más dos Salas de Exposiciones, la de conferencias "María Elvira Bermúdez",  un Cine sabatino, el Centro de Investigación y Periodismo abocado a la atención a los artistas denominado “El Laberinto” y las dos alas de la Dirección; instancias todas que conformaban su organismo vivo, al que habría que sumar el más caro proyecto de su administración: la Sala de Fonoteca y Centro de Estudios Musicológicos “Silvestre Revueltas”, presidida a mitad del paseo por una escultura de nuestro héroe santiaguero, que rescató uno de los edificios derruidos del viejo Internado y que tardó cuatro años edificarse y en hermosear, haciendo ahorros aquí y allá, hasta llegar a los acabados en los pisos de finos mármoles de la región, la serie de butacas, agregando como la cereza en el rubí de la corona las más sofisticadas tecnologías eufónicas de los adelantos modernos.
            El interrumpismo político característico de nuestra república terminó por dar al traste con aquella empresa, dando lugar a la entrada del llamado Centro de Convenciones Bicentenario, presidido en su mermado baluarte cultural por la artista plástica Pilar Rincón. Lo cierto es que los museos se desmontaron y se dispersaron, derruyeron o perdieron, junto con la biblioteca “Olga Arias”, de la que no se si quedó un tomo, dos tildes o tal vez solamente media coma, mientras que los restos fúnebres electrónicos de la Fonoteca fueron a parar a las Oficinas de Radio UJED, donde permanecen arrumbados y en completo desorden, preservándose sólo de aquella preciada iniciativa la escultura de Silvestre Revueltas, que fue a dar, como tantas otras que decoraban el jardín ideal del Maestro Palencia Alonso, a las actuales oficinas excéntricas del ICED, apostada en la cima de un distante lomerío, en una casona nueva y rentada, larga como un chorizo, que anteriormente sirvió como sets cinematográficos a dudosos filmes heteróclitos, de escasa producción y nula memoria.
             La incuria y negligencia en materia de cultura tocó su ápice cuando en el año de 2010 fue violentamente desempotrada la placa en bronce, reservada a la memoria de los héroes, que conmemoraba el lugar del nacimiento de Don Héctor Palencia, en la Calle de Hidalgo # 311, misma casa que otrora viera el nacimiento de otra luminaria durangueña: la famosa actriz Dolores de Río.[1]
Tocará pues a la nueva administración estatal de la cultura por venir rescatar, de entre sus innumerables trabajos periodísticos, las joyas más preciadas de la historia y de la cultura de Durango, de sus orígenes, fundación y destino todo, en tantos volúmenes como haya menester, en una labor de rescate e investigación, para luego imprimirlos en función  del enriquecimiento de los jóvenes de ahora y para los futuros científicos sociales y sabios todos de la posteridad de esta región geográfica, que aguarda paciente el tiempo de su gestación, germinación y luminosa florescencia, contando en sus raíces con ese faro del espíritu, cuyas teas de luz viva no podrán ser borrar ni por las mezquindades del tiempo feroz ni por el soñoliento hechizo de la  inconsciencia.




II
             Vale la pena recordar ahora el núcleo la doctrina de la Durangueñeidad, a trece  años del fallecimiento de su insigne fundador, el sabio abogado y bienhechor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso. Momento de conciliar el pasado con el presente, para poder así escanciar el vino nuevo en odres nuevos.
              La tesis de la Durangueñeidad no es económica, ni política, como quisieran algunas manos estrábicas u oídos miopes, prosélitos del determinismo materialista, hoy en día tan en boga. Por lo contrario, se trata de una tesis propiamente cultural, que atañe a la cosas del espíritu, a la comunidad y a la intimidad de la persona, consistente esencialmente en una defensa del pasado que, al preservar y restaurar nuestra memoria colectiva, nos permita poner en foco lo que somos y el acento del corazón en el alma misma de nuestro pueblo, de nuestra raza, signada con un destino histórico de independencia frente a las potencias hegemónicas internacionales, aportando con ello una nota sin par por su colorido al concierto mundial de las naciones.
            Tesis de conciencia histórica es la de la Durangueñeidad, pues, que se enmarca dentro de del amplio movimiento de la filosofía del mexicano propuesto por José Gaos y a su zaga por Octavio Paz, que nos hace ver lo que tiene nuestra circunstancia moderna de ser nuestras vidas plurales y superpuestas a otras capas tectónicas del tiempo, por lo que resultan nuestras vidas, vidas  hermenéuticas también, cuya modernidad radica justamente en el esfuerzo de ser contemporáneos de todas las edades, de ver nuestra actividad de hoy sobre un transfundo del sentido, contrarrestado las inercias del hombre viejo y pagano, bárbaro o amoral, o excéntrico y extremista por el que se desfonda toda modernidad, con las linfas del hombre nuevo y sus inconsútiles destellos de luz y velos de belleza.
            Contra el desprecio de esos soñadores de quimeras, de esos habitantes del futuro inexistente, que sacrifican por el mezquino progreso personal la memoria colectiva que nos hace pertenecer a un  horizonte espiritual colectivo, la tesis de nuestro querido mentor Don Héctor Palencia nos hace despertar a un valor enraizando íntimamente a nuestra tradición, a nuestra memoria colectiva, que al preservar en la evocación y en el recuerdo los tesoros de nuestros artistas más insignes nos permite poner el punto sobre las íes, la tilde en lo que es realmente importante y valioso, por su sentido trascendente incluso, para participar con ello y formar parte del alma sencilla, humilde, colorida y cantarina, de un pueblo cubierto por el constelado manto de la Virgen y señalado desde siempre por el potente dedo creador de Dios.




III
Todo hombre lleva en potencia un maestro que es la exclusiva del hombre en donde se magnifica y realiza plenamente lo que en todo hombre hay de espíritu generador o de padre. En Don Héctor Palencia esa potencia se actualizó circunstancialmente hasta los extremos de la esencia plenamente acabada. Ello debido a que el maestro durangueño se asomó a los hontanares de la historia y de la cultura donde se genera lo distintivo del hombre, sacando de esa experiencia regulativa un patrón o medida de lo humano con que medir y formar, guiar y aquilatar la vida de sus congéneres y la suya propia.
Su magisterio, nadie lo ignora, estuvo fundado en los robustos pilares del espíritu de libertad y el espíritu de caridad. El entusiasmo de esa vocación hecha de servicio y libertad hallaba en su pasión por lo acendradamente humano la forma de expresión más contagiosa y formativa, más positiva y fecunda que quepa imaginar.
Porque la vida es promesa de su propio cumplimiento y anuncio de lo que en lenta y tortuosa germinación bajo la forma de una pléyade de artistas y humanistas, que asombran tanto por su granel como por lo granado de sus subidos méritos, debiendo todos ellos una parte de sí al Maestro Palencia, cuyo trabajo en pro de la cultura supo estimular la misión de cada artista y letrado, no menos ennobleciendo al lugareño que arrebatando de admiración al peregrino.






Biografía de Don Héctor Palencia Alonso
Por Víctor Samuel Palencia Alonso

   El culto abogado y escritor Héctor Alfonso Palencia Alonso nace el primero de marzo de 1933 en la casa colonial de la calle de Hidalgo número 311 de la ciudad de Durango, Dgo., misma casa donde naciera -27 años antes- precisamente el 3 de agosto de 1906 la actriz Dolores del Río. Fueron sus padres el Dr. José Pedro Palencia Contreras y la señora Va­lentina Alonso Díaz de Palencia, sus abuelos paternos Dr. Heriberto Palencia Liseras e Isabel Contreras García, y sus abuelos maternos Samuel Alonso Parga y Valentina Díaz Valadez. Cursó su primaria en la es­cuela de Súchil, Dgo., secundaria en el glorioso Instituto Juárez de Duran­go y los estudios profesionales de abogado en la prestigiada Escuela Libre de Derecho de la Capital de la República.
   Como estudiante se distinguió por la dedicación al estudio y su afición al periodismo y la oratoria. Desde temprana edad ya figuraba su nombre y fotografía en las páginas del naciente "El Sol de Durango" co­mo corresponsal en Súchil, Dgo. En el año de 1950 -a la edad de 17 años- pronunció el discurso oficial en la ceremonia que se organizó con motivo de declarar Ciudad a la pobla­ción de Guadalupe Victoria, Dgo. Como estudiante de secundaria en el Instituto Juárez, alcanzó el honor de triunfar en el V Concurso Estatal de Oratoria, convocado por el Instituto Juárez; participó en concursos nacio­nales de oratoria cómo los convoca­dos por el periódico "El Universal".
   En la Escuela Libre de Derecho de la ciudad de México, también fue cam­peón escolar de oratoria durante los años de 1954, 1955 y 1956. Miembro del H. Jurado Calificador en innume­rables concursos de oratoria y decla­mación, concursos de cuento y nove­la, así como de los Premios Naciona­les de Periodismo "Francisco Zarco" y los Premios Estatales de Periodis­mo "Antonio Gaxiola", organizados por la Universidad Juárez del Estado de Durango "UJED" en 1991, 1992 y 1993. Realizó estudios de postgrado en Comunicación, en Educación y Derecho Agrario; cursó diplomados en Formación para la Docencia Universitaria (UJED), Investigación y Docencia en Ciencia Histórico Social (UJED), Análisis Político (UIA), Historia del Arte Virreinal (UNAM). Su ex­tensa preparación incluyó el desarrollo de diversos cursos: Metodología en la Investigación de las Ciencias Sociales, Psicología Educativa, In­vestigación Educativa, Didáctica Ge­neral, Investigación Científica del Derecho, Didáctica Jurídica y Sociología Educativa.
   En 1978 le correspondió pronun­ciar la oración fúnebre ante el féretro de la excelsa cantante durangueña de fama internacional Fanny Anitúa. Presentó su examen profesional con la tesis "Reflexiones sobre un Dere­cho Penal Penitenciario", trabajo que recibió la máxima distinción de Laureles de Oro, presea que concede la prestigiada institución Escuela Libre de Derecho a trabajos excepcionales por su calidad. Y fue comentada elo­giosamente en la prensa nacional, por ejemplo: "Brillante aportación que entra a formar parte de una reserva ética de las prisiones", dijo Jacobo Dalevuelta en el periódico Excélsior; mereció también varias referencias de renombrados tratadistas, por ejemplo la del maestro Raúl F. Cárde­nas en la revista Criminália de la Aca­demia Mexicana de Derecho Penal; la tesis es libro de texto en varias uni­versidades del país, en la impartición de la materia de Derecho Penal.
   Desempeñó importantes puestos dentro de la procuración de justicia: Procurador de la Defensa del Trabajo, Vocal Representante del Gobierno del Estado de Durango en la Comi­sión Agraria Mixta; fundador de la Agencia del Ministerio Público Federal para Asuntos Agrarios y Foresta­les en Durango; agente titular funda­dor de la Agencia del Ministerio Público Federal en Puerto Vallarla, Jal., Tlaxcala, Aguascalientes y Guadalajara, Jal., y jefe de Consultaría en la Procuraduría General de la República en México, D.F.; Supervisor de la Secretaría de Asentamientos Huma­nos y Obras Públicas (SAHOP) en lo relativo al Plan Coplamar en los estados de Durango, Chihuahua y Zacatecas; Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional para las Actividades Sociales (FONAPAS) en el estado de Durango. Fungió como Secretario de la Colonia Durangueña en el Distrito Federal durante cinco años, cuando el organismo fue presidido por el coronel Enrique Carrola Antuna.
    Como periodista y escritor su plu­ma fue ágil y productiva, autor de más de cinco mil artículos en páginas editoriales entorno a una gran diver­sidad de temas, sobre todo, relativos al acontecer de Durango, publicados en medios escritos en el extranjero, en los periódicos nacionales que se editan en la ciudad de México, en otros estados de la República y en • Durango. colaborador editorialista en El Sol de Durango, El Siglo de To­rreón, La Opinión, La Voz de Duran­go, Excélsior, El Universal y en las revistas Todo, Horizontes de México, Criminália y otras.
   En enero de 1993 recibió el reconocimiento del periódi­co de circulación nacional Excélsior por su participación en la serie coleccionadle Encuentro de Dos Mundos, Análisis de 500 Años, que con motivo del Quinto Centenario del Descubri­miento de América y el 75 Aniversario de Excélsior, realizó este periódico en conjunto con 27 periódicos más del ámbito internacional. Bajo el título de Derecho Indiano se publicaron los artículos del abogado Héctor Palen­cia Alonso en Le Monde de Francia, Novedades de Moscú, Clarín de Ar­gentina, Jornal da Tarde de Sao Pau­lo, Brasil, Granma Internacional de Cuba, Tribune de Chicago, EUA., y El Tiempo de Colombia.
   Impartió conferencias en diversos lugares de la República Mexicana, desde el Antiguo Salón del Cabildo de la Ciudad de México, el Salón Orozco del Hotel Camino Real, el Club Sirio Libanes, el Club de Industriales de la Ciudad de México, Concamin, CANACINTRA, hasta en su Durango en el Aula Magna Laureano Roncal del Edificio Central de la Uni­versidad Juárez del Estado de Du­rango (UJED), en el Museo Regional UJED, en el Instituto Tecnológico de Durango (ITD), en los Clubes de ser­vicio, entre otros. En su biblioteca personal consistente en más de diez mil volúmenes, cuelga debidamente enmarcados más de cien reconoci­mientos de diversas organizaciones académicas y culturales. Sobre política cultural también se expresó en prestigiados foros, como en la más alta tribuna de la nación, la de H. Cá­mara de Diputados del H. Congreso de la Unión.
   Entre sus libros publicados figuran Apóstol del Pensamiento Libre, Se­pulcros Blanqueados, Músicos de Durango, Apuntes de Cultura Durangueña, Opinión Pública, Cocina Durangueña, Apuntes para la Historia de Durango, Memorias del Cinemató­grafo, Doctrinas Económicas en México, Silvestre Revueltas, Francisco Zarco, Historia del Cine en Durango, La Educación en México, entre otros.
   Dirigió las corresponsalías en Durango del Seminario de Cultura Mexicana, y de la Academia Mexicana de la Historia y Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, socio académico de número de la Academia Me­xicana de la Educación A.C. Sección Durango, miembro de la asociación civil "Amigos de la UJED".
   Autor de la doctrina de la Durangueñeidad, relativa al ideal de armó­nico progreso de Durango basado en nuestros recursos materiales y en el mundo espiritual que da unidad a lo durangueño; autor también de serias investigaciones sobre la historia y personajes de Durango.
   Sus datos biográficos se han publicado en diversas Antologías y libros de efemérides, por ejemplo "Quién es quién en Durango" del periodista Raúl Vázquez Galindo; "Hombres y Mujeres de Durango" del historiador Manuel Lozoya Cigarroa; "Anuario Cívico Du­rangueño" del escritor Víctor Samuel Palencia Alonso; "Calendario Duranguense" de Louis Sergio Soto Jimé­nez, Olga Arias y Gerardo Llarrasa Cangas; también su biografía se ha publicado en diferentes revistas co­mo en "Ciencia y Arte", órgano de difusión de la Universidad Juárez del Estado de Durango.
    Director fundador de la Casa de la Cultura de Durango, titular de la Dirección de Asuntos Culturales de la Secretaría de Educación del Estado de Durango. Director fundador del Instituto de Cultura de Durango (ICED) y Coordinador del Fondo Regional del Noroeste del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Recibió varias preseas y diplomas de labor social que realizó y por el impulso permanente a la cultu­ra en general.
   Muere el martes 31 de agosto de 2004, siendo director del ICED y autor de la columna "Durango: Ayer y Hoy" en el periódico El Sol de Durango. Catedrático de la Facul­tad de Derecho de la Universidad Na­cional Autónoma de México (UNAM), de la Facultad de Derecho de la Uni­versidad Autónoma de Tlaxcala, de la Facultad de Derecho de la Universi­dad Juárez del Estado de Durango (UJED), de la Escuela de Matemáti­cas de la UJED, de la Universidad José Vasconcelos en las carreras profe­sionales de Psicología y Ciencias y Técnicas de la Comunicación.
   Le sobreviven sus hijas Gabriela, Mónica y Martha Palencia Núñez, y sus hijos Mauricio y Fabián Palencia Estrada; sus hermanos Horacio, Oralia, César, Víctor y Gerardo Palencia Alonso.
   El ICED le rendirá homenaje.





[1] A su muerte, el gobierno de Luis Ángel  Guerrero Mier y José Aispuro Torres, Presidente Municipal, levantaron un recinto cultural con su nombre: la Biblioteca Pública Municipal Héctor Palencia Alonso Razón social Gobierno Municipal. Actividad económica 519122 - Bibliotecas Y Archivos Del Sector Público. Estrato Personal  de 0 a  5 Personas Número de Teléfono 6188358830. Biblioteca Pública Municipal Héctor Palencia Alonso. Gobierno Municipal. Ubicación: Av. de los Cipreses s/n Centro Comunitario El Ciprés CP 34217, Durango, Durango Tels.: (618) 835 88 30.  Servicios: Sala general Sala de consulta Sala infantil Horario de servicios: lunes a viernes de 9 a 20 horas. Hay que agregar que a finales de 2006, nació la revista "Durangueñeidad", manejada por José de la O Olguín; Esbardo Carreño y Javier Guerrero Romero, editada hasta el día de hoy, junto con 30 magazines más, por el grupo de la industria editorial Herrera de Piedra.







lunes, 21 de agosto de 2017

Saúl Vargas: Iniciación (Nuestros Orígenes Cósmicos) Por Alberto Espinosa Orozco

 Saúl Vargas: Iniciación (Nuestros Orígenes Cósmicos)
Por Alberto Espinosa Orozco

"Yo soy la puerta; el que por mí entrare,
será salvo; y entrará, y saldrá,
y hallará pastos" (Juan 10:9)



I
            El mural de Saúl Vargas “Iniciación: Nuestros Orígenes Cósmicos” participa activamente del espíritu de la Escuela Mexicana de Pintura, cuyo movimiento puso el acento en el crestón más alto de la ola del  flujo incesante del tiempo, que es el debatido problema de la función social del arte, cuyo contenido histórico e intención edificante tiene como motivo central enseñar, educar al pueblo por medio de la pintura. La obra, localizada en el Colegio PROMEDAC (SEP), se inscribe así así dentro del “realismo simbólico” de la escuela, eslabonando una serie de poderosos símbolos que versan sobre nuestros orígenes, sobre la esencia del hombre de carne y hueso, sobre nuestras raíces,  no menos antropológicas y raciales que geográficas. El mural consiste así en un puñado de símbolos compactos arrojados al tiempo, que son también una visión y cifra de nuestra historia y nacionalidad.
            La decoración arquitectónica es a la vez un paisaje cósmico y un retrato de nuestro presente y futuro inmediato, que gira sobre las coordenadas espirituales y esotéricas del arriba y el abajo, de lo cerrado y lo abierto. A los pies de la obra se inicia la representación con un gran libro escrito que, a manera de una extensa cordillera, se abre de par en par, hasta alcanzar a la distancia, entre el incendio del ocaso, la línea del horizonte. Del inmenso volumen emergen  las raíces de un capullo en flor de un loto, cuyo cáliz se abre a la luz, dejando ver sus pétalos azules y luego blancos y en su núcleo el dorado pistilo y los rayos de los estambres irradiando como un intenso sol diminuto. El libro, sobre el que se abre la comba del profundo espacio sideral, está flanqueado  por las imágenes prehispánicas de dos deidades: el avatar de Quetzalcóatl modelado bajo la forma de la cabeza de la serpiente emplumada, en el  costado izquierdo, debajo del cual se encuentra una antigua llave aurea, e Itzamná, al costado derecho, el viejo gobernador supremo y dios creador de la cultura maya. Al centro del tablero se despliega un búho con las alas totalmente extendidas, en pleno vuelo, llevando prensando entre las poderosas garras el eterno corazón sagrado. Por arriba la nocturna bóveda celeste, tachonada de estrellas multicolores, sobre la que destaca, al centro del lado izquierdo, la viril cabeza de un ancestral  antepasado Acaxe, símbolo de la institución, figura que se enlaza y complementa, hasta formar un conjunto, con el redondo cuadrante de las horas.
II
            Misión  del arte muralista ha sido la afirmación de identidad cultural por medio del conocimiento de nuestras raíces e historia patria, alimentado por la sed de saber de nuestro pasado común, situacional y geográfico, en una reflexión dirigida a la presencia viva de la comunidad ante sí misma en el presente –hoy más que nunca indispensable ante los peligros planteados por la diversidad y el multiculturalismo, tendientes a borrar en el brumoso olvido los valores específicos que nos constituyen como pueblo, patria y nación. La compleja imagen mural “Iniciación: Nuestros Orígenes Cósmicos” de Saúl Vargas, encierra una serie concatenada de preciosos símbolos, de profunda significación antropológica, llevando en sus entrañas, como una nuez, una amplia constelación de valores, donde se condensa una visión del mundo y de la historia.
La cosmovisión tiene así como fundamento o base la imagen arquetípica de la sabiduría y el conocimiento: es el libro abierto, cuyo simbolismo apunta en dirección de la luz, del amanecer de la sabiduría. Se trata, pues, de toda una constelación simbólica bien trabada, que comienza con el fundamento, con la base que requiere el hombre en el mundo para su justificación, en una palabra: del discernimiento entre el bien y el mal, entre el saber y la ignorancia, entre la luz y las tinieblas. Se trata entonces del camino que hay que recorrer en el tiempo, teniendo el hombre como tiene, tanto los pueblos como los individuos, un destino histórico. El libro significa así la orientación del camino a seguir, lo cual equivale a una aurora, a un despertar.
En el horizonte, se adivinan las cordilleras infranqueables de la Sierra Madre Occidental, en donde los crestones, picachos, cañadas, quebradas y rugosas cordilleras azuladas de la tortuosa serranía se confunden con el cielo. Imponente grandeza de los bosques infinitos, de inagotables pinares, de cedros y de encinos, que al hablarnos de la inmensidad de la creación obligan, como ante la montaña, a detener la mirada y pararse en seco, para entonces escuchar el rumor de su poesía salvaje. Más arriba la noche cerrada, pétrea, oscura como el mar profundo que como el espejo de obsidiana irradia el mágico polvo luminoso, multicolor, chisporroteante, tachonando de estrellas el inacabable firmamento.
III
            Naciendo del centro del libro se abre una flor del loto azul, de ocho pétalos, símbolo de la luz lunar y por tanto del pensamiento reflexivo. Creciendo en el agua estancada y turbia, en los pantanos estancados o en las charcas cenagosas, por su propia naturaleza el loto repele los microorganismos del polvo, teniendo una fragancia dulce, simbolizando  así el rechazo de las tentaciones, de los deseos sensuales y de los apegos de la carne, pero también de la indistinción primordial del caos y de las villanías sociales, siendo por ello emblema de lo inmaculado, de la pureza mental, del cuerpo y del alma, y de la plenitud espiritual.
            Significa entonces el despertar del alma cerrada y oscura, presa en las apariencias del mundo fenoménico y sensorial (Maya), que se abre a las potencias de las posibilidades del ser y al acto de su realización, como expresión auténtica de la verdadera libertad, abierta a la luz. La imagen nos habla así de la decisión cardinal del despertar de la conciencia, cifrado en el triunfo y victoria de lo espiritual sobre lo material y los sentidos, por medio de la aceptación de la verdad divina, de su santidad y eternidad,  creadoras del universo y  de la fertilidad y florecimiento del mundo.
            La fuerza indoblegable de su tallo se asemeja a la libertad ascendente, siendo por ello signo del eje del mundo que sube hacia la bóveda del universo, sosteniendo la rueda de los mil pétalos, cuyo centro,  adornado por pistilos de intenso color oro, se orienta en dirección del sol, simbolizando por ello la armonía universal y la totalidad de la revelación. El tallo del loto, en tanto eje ascensorial, resulta así equivalente al tronco de abedul o a la columna del humo que sale del hogar, que atraviesan el techo del cielo y el suelo terrestre, el cenit y el nadir, por lo que el loto representa también el árbol de la vida o el liber mundi, el inmenso libro cuya fronda es la bóveda del universo y cuyas hojas son los seres que componen la totalidad. El tallo del loto lleva así inscrito en su propia morfología el mensaje divino de regar, con la mansedumbre y entereza de su fuerza ascendente, el centro del paraíso.
            Sus pétalos encarnados contienen una poderosa virtud narcótica, como las opiaceas, que pude producir amnesia, siendo por ello el signo de borrar el pasado para poder empezar de nuevo, simbolizando la dialéctica iniciática de muerte, renacimiento y resurrección. Así, la blancura perfecta del nenúfar, que es la flor de oro, sólo se alcanza por una serie de muertes y renacimientos, como lo indica también el emblema del ave fénix.
            El loto es así emblema de la pureza del sabio, de su sobriedad, rectitud y constancia, cuya perfección espiritual es semejante la dulce fragancia a la vida divina.  En los campos de loto hay, en efecto, algo de los atributos ideales del alma santa femenina: de la pulcritud de su hermosura, de la elegancia de su perfección, de la gracia de su fidelidad, de la nobleza del corazón, de su inocencia y concepción amorosa.
IV
            El libro, que simboliza a la sabiduría y por tanto al árbol de la vida, es también una puerta, cuyo significado es el del paso o tránsito de un nivel a otro, que abre el camino hacia lo espiritual y eterno, permitiendo por contraste salir de la oscura cueva de la mundanidad  –cerrándose por tanto o dando la espalda a las contingencias de lo temporal. La puerta se abre así a los dos planos del ser: a los misterios de la tierra y a los misterios del cielo -porque el libro es el microcosmos humano que espejea y a la vez deletrea el macrocosmos divino e infinito. Es también la puerta que permite abrir el paso a la iluminación iniciática, que es como entrar a un lugar, a una ciudad o a una casa, al acceder a un estado espiritual: que es entrar a aquel lugar al que en verdad pertenecemos, del que fuimos en su momento desprendidos, siendo por tanto su espacio, hecho de memoria viva, emblema de identidad y, simultáneamente, la morada o estancia que permite al hombre habitar sobre la tierra y que es la raíz de la cultura: aquello que nos humaniza y que realmente somos.
 Si el universo es un gran libro que abre una puerta espiritual, es también un libro cifrado… que pide ser descifrarlo, una puerta que tiene que abrirse para poder entrar en sus secretos. Se trata en principio de un libro sellado y una puerta cerrada, por lo que se requiere una clave para descifrarlo, de una llave para poder abrirlo. El mural incorpora así, en su apretada madeja de signos, el símbolo de la llave, herramienta potente para abrir o para cerrar el paso, para poder entrar o salir de la morada.
Si el camino del hombre es semejante a un viaje, a la senda que hay que recorrer en el dilatado tiempo, los pies del hombre equivalen a la llave que permite acceder a ese lugar, por grados ascendentes de purificación, del descubriendo del mundo y, simultáneamente, a ese espacio de diáfana claridad de la iluminación del espíritu donde podemos ver nuestro rostro verdadero –a ese ámbito de luz  que despierta a la memoria y que, al concordar con ella, se vuelve una presencia, a la que damos lo mismo el nombre de reconocimiento que de recuerdo (anamnesis). Pues si la vida es como un viaje, el camino verdadero es el que va hacia la reintegración con la fuente de la vida, que es Dios.
El simbolismo de la llave da pie así a abrir la puerta que conduce al camino iniciático de la búsqueda mística para llegar al Paraíso o cuyo fin es el Reino –y por tanto que deja atrás o se cierra a los vericuetos de la mundanidad. Los cuatro dientes de la llave significan así las cuatro letras de Dios (Yawe), símbolo de poder y dominación, potente para abrir y unir (coagular), o para separar y cerrar (disolver). Tener las llaves significa así haber sido iniciado: a tener el poder de discernimiento entre la luz y las tinieblas, lo que equivale a salir de la muerte, a despertar. También a penetrar en el misterio de Dios, a tener acceso a un estado espiritual de conciencia, que es como entrar en las cámaras secretas de una morada, por grados ascendentes de purificación.
La llave es así lo que permite la salida de la cueva de la ignorancia o de la caverna ideológica, simbolizando el paso de un nivel a otro de la existencia. Indica entonces el paso entre dos estados o mundos: el de lo desconocido a lo conocido, o el de las tinieblas, regido por la necesidad, al de la luz, regido por los prodigios y tesoros de la libertad, que van más allá de la condición individual reflejando las armónicas bellas del universo, que iluminan las almas. Al igual que el Sol, que es llave del mundo, que abre al levante y cierra al poniente, y que Dios, que es llave de la creación, por abrir las puertas de las bóvedas celestes, la llave iniciática abre la puerta estrecha, la puerta verdadera, que es Cristo, que conduce al reino de los cielos. La llave así hace referencia al vaivén de la hoja, que es la existencia del hombre exterior, y al gozne central,  que es la esencia del hombre interior no alcanzado por el movimiento. También al misterio de la redención en el juicio final, que es la consumación de la obra, que es la puerta de la justicia o de la luz a la que se dirigen los fieles y el peregrino. Pues Cristo es la puerta por la que los justos entran para salvarse (Juan 10.9) y quien llama a nuestra puerta para cenar con él (Apocalipsis 3.20).   
V
En el centro del tablero aparece entonces un búho de alas desplegadas, llevando entre sus garras el rojo corazón sacrificial. Animal primordial, como el elefante o la tortuga, el búho se presenta entonces como  la clave o llave que permite descifrar el enjambre simbólico de la armónica composición pictórica, que esencialmente versa sobre ese arduo jeroglífico histórico  de nuestra identidad cultural como nación.
            El búho, cuya primera valencia es negativa y hasta nefasta, es una avatar de la oscuridad, del frío y de la noche y, por tanto, de la tristeza. Guardián de la casa oscura y mensajero de la muerte que corta el hilo del destino, acusado de parricida y por ello compañero del terrible alacrán devorador de su madre, el búho simboliza las fuerzas más bajas del inconsciente, siendo sus estigmas los del robo, el adulterio y la delación. Sin embargo, al atenazar entre sus garras al sagrado corazón, emblema de la verdadera doctrina revelada, del Dios redentor y del amor al prójimo, la imagen cambia de signo, adoptando el mensaje salvífico de la buena nueva y de la vida eterna. La imagen nos habla entonces del viaje de abajo hacia arriba: del proceso de recuperación de la libertad caída. En sintonía con los indios de la pradera, el ave de presa se presenta entonces bajo otro escorzo de valencia positiva: el de prestar ayuda y protección en la noche, relacionándose así con el emblema de Minerva (Atenea), como símbolo del conocimiento racional: de la luz lunar de la reflexión que domina las tinieblas.
Por debajo de sus amplias alas desplegadas emergen a la visión dos deidades prehispánicas tutelares.  Por un lado, a mano izquierda, la efigie de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, el sacerdote y héroe civilizador Tolteca, creador de la Toltecáyotl o cultura de las flores y los cantos, perfeccionadores de la mente y el espíritu humanos, que se convierte en hombre-dios, transfigurándose tras su muerte con el planeta Venus. Hijo de Tonacatercutli, dios ocioso que vive en el cielo y que deja la creación inconclusa, a Quetzalcóatl toca enfrentar y matar Cipatli, al pez cocodrilo, especie monstruo andrógino y de diosa devoradora que se alimenta de corazones, para crear la división de las regiones del  espacio-tiempo, haciendo con sus cuatro patas los pilares del universo (Tlaloques). Baja al Mitlán en busca de los “huesos preciosos” de la verdadera doctrina para abrir el Quinto Sol, mezclando el  polvo con la sangre de sus piernas, completando la creación de los hombres (hombres del maíz).
Quetzalcóatl, serpiente alada o dragón celeste, es efectivamente una figura polifacética: sacerdote ascético y héroe civilizador que es también guerrero y dios del movimiento. Pintado como un hombre blanco, barbudo y tonsurado, se le representa también como una especie de eje cósmico o árbol de la vida que atraviésalas tres regiones cósmicas, pues sus alas de águila representan el cielo, sus garras la tierra y la serpiente el inframundo. La máxima deidad mesoamericana dotó, en efecto, a los toltecas de enseñanzas múltiples para enaltecer sus costumbres por medio de las artes. Enseñó el cultivo y beneficio de las plantas: del maíz y el cacao, del algodón de mil colores y de la calabaza. También la cría de aves de bello plumaje y de precioso canto, de la que se desprendió el arte, universalmente único, de la plumería: el arte de la joyería, que es el labrado y uso ornamental del jade (chalchihuite) y la turquesa, de los metales preciosos blanco y amarillo y de los caracoles; el arte de los cantos y las flautas; el arte de la tinta roja y de la tinta negra, que es el arte de la escritura, de los códices y pinturas, de la sabiduría y del calendario; hasta llegar a la arquitectura, de casas, templos y del juego de pelota, donde se escenifica la lucha entre los poderes diurnos y nocturnos, o entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.
La doctrina del Toltecáyotl, que es el Saber, del arte de las flores, la poesía y de los cantos, constituye toda una visión estética del cosmos y del hombre. Su misión es la revelación del mensaje divino: mostrar la santidad de la existencia humana y del mundo por ser una obra sagrada, creación de Dios con ayuda de seres sobrenaturales. Doctrina del equilibrio mental y espiritual, del mundo y de la vida, en búsqueda de la armonía. Guerra florida que se lleva a cabo en el interior de cada persona y que por medio de la belleza de la vida (las flores) y de la sabiduría (los cantos), enfrenta la dialéctica de la cuádruple dualidad humana, dividido entre los opuestos complementarios de lo alto y lo bajo, lo celeste y lo terrestre, la derecha y la izquierda, la naturaleza racional y la intuición, en una decidida lucha contra la caída de la materia, que por su influencia desequilibrante arrastra hacia abajo, a la degradación  y abyección de la existencia o a la intrascendencia de la estupidez.     
            Quetzalcóatl, que barre el camino de los dioses por medio de grandes vientos y polvo, dando así paso a la lluvia y a la fertilidad, luego de ser vencido en Tula ´por los embustes de su rival, del hechicero y nigromántico Tezcatlipoca, se exila con rumbo Este, subiendo en Coatzacoalcos en una barca formada por serpientes y perderse en el horizonte, para llegar después a Yucatán. Otros relatos cuentan que se inmoló en Tlallapan y que, luego de ser devorado por el sol, renace bajo la forma del planeta Venus. Figuración del viaje nocturno de purificación al interior de la persona: la imagen del dios Sol que entra al interior de la montaña, no sería así sino el fuego del espíritu que entra al corazón del hombre, que se abre entonces como una flor por la virtud del amor. Fuego que recorre todo el cuerpo, viajando por el tallo de la flor, que es la columna, reactivando las energías de las vértebras y de la pelvis, que son como mariposas, y del cielo interior, la bóveda celeste que es el cráneo hasta tocar la cúpula de la coronilla, donde se integra la unidad del cuerpo con el cosmos, del microcosmos con el macrocosmos, y donde el individuo se purifica para ser igual que un niño, integrándose al eje del mundo como una parte armónica del todo universal.
Por el otro lado, a mano derecha, se encuentra la imagen de Itzámna, el dios único de los Itzáes que llega del Este. Se trata del dios humanitario, blanco y barbudo, del panteón Maya. Dios creador, invisible e incorpóreo, que tiene su trono celeste  y que, como el búho de Atenea, posee los dones de la sabiduría, la magia y la adivinación, pero también el poder oculto de la sustancia del cielo, del que proceden la gracia y el rocío (naaj): que son las lágrimas y la leche, el sudor y la goma del semen, la saliva y la sangre asperjada.
Constructor y arquitecto, que produce con sus manos como un artista, Señor del Día y de la Noche cuyo rostro es el del Sol, Itzámna se presenta como el  emperador del universo, el  dios supremo ordenador y creador de la armonía cósmica bajo formas individuales y jerárquicas, asociado a la medicina, a la caza y a la agricultura, de tan evidente poder que nadie puede negar su existencia, a pesar de las diferentes opiniones de cómo es. Se trata del Dios que vive en la casa de la iguana (Izam), que es el árbol de la vida y el centro del universo, concebido como un cubo de seis caras que cubre las cuatro direcciones temporales de la tierra, y de cuyo antiguo conocimiento ancestral dieron cuenta durante la conquista Francisco Hernández de Córdoba y Fray Diego de Landa, quedando fijada su imagen para la historia en el inesperado Código de Dresde, realizado en 1519 como regalo de Hernán Cortes al Rey Carlos I de España, comprado en Viena en 1739 por la Biblioteca de Dresde y descifrando finalmente su calendario y numerales en 1900 por el bibliotecario Ernst Wilhelm Forstemann.
Itzamná se encuentra así directamente relacionado con Kukulkán, el sacerdote ascético y humanitario, blanco y barbudo, fundador de la ciudad de Chichén Itzá, enemigo de los sacrificios humanos, que llevó a su pueblo a la prosperidad por el camino de la paz, enseñando las técnicas agrícolas y trasmitiendo los secretos de las plantas medicinales, quien se fue por el mar cuando sobrevino la confusión y la sublevación que acabó con su cultura. Personaje histórico que, al igual que Ce Ácatl Topilzin, encarna la figura de Quetzalcóatl (kukul = quetzal; kan = serpiente) y que reaparece con diversos nombres a lo largo de Mesoamérica: como Gotán, Itzbalanque y Ukumatzu entre los Quechuas; como Vochigua y Chizutzapagua entre los moriscos de Colombia y Venezuela; como Sue o Intereguistagua en el Amazonas; hasta llegar a Quito y Perú, donde se le conoce con el nombre de Viracocha.
            Se trata, pues, del mismo Quetzalcóatl, que aparece bajo la forma de Venus como mensajero del Sol, que nace en el Este (Hespherus) y se oculta por el Oeste (Phosphorus), siendo así el pastor celeste que lleva tras de sí al rebaño de las estrellas. Encarnación del principio de la dualidad dialéctica, que es dos y doble y a la vez uno, y que se revela al principio y al fin de los tiempos. Enigmática figura que predicó en tierras americanas los misterios de la cruz y del evangelio, correspondiendo la antigua deidad blanca y barbuda, a decir de Fray Servando Teresa de Mier, al apóstol Santo Tomás.



VI
Por último arriba, delante del inmenso domo cósmico, surge la doble imagen del rostro imperturbable del guerrero Acaxe antepasado, como expresión del espíritu ancestral de la tierra durangueña, acompañado por la rueda cronológica, símbolo del implacable tiempo infatigable.
Por un lado, a mano izquierda, la imagen de la raza indígena, encarnada en la tribu Acaxe, que dominó un extenso territorio enclavado en la serranía, al -noroeste de Durango, en la Sierra Madre Occidental, en lo que es hoy el Municipio de San Dimas. Guiados por caciques y caudillos familiares, la tribu sedentaria de agricultores y recolectores, dedicados al deporte de la caza y de la pesca, vivían en perpetua guerra con sus vecinos, los temibles guerreros Xiximes, asentados en las laderas del río Piáxtla, guardianes de la legendaria montaña de oro de la que hablan los filósofos, que en su momento fue visitada con asombro por el Barón Von Humboldt, asombrado ante sus montañas gigantescas de inagotable pórfido diorítico, de cuyas incalculables riquezas extrajo su inmensa fortuna el capitán Joseph de Zambrano al explotar sin misericordia las inagotables minas de Guarisamey.
Productores, de tabaco, algodón, maíz y calabaza, pero también de plata y del famoso dulce de panocha, los Acaxes usaban una extraña vestimenta, confeccionada con plumas y cabello humano entrelazado a textiles de algodón. Increíblemente fuertes y feroces, los Acaxes aliándose a las tribus aledañas de los poderosos Xiximes y de los Cacaxtles, opusieron una heroica, aunque infructuosa, resistencia a la dominación castellana, sublevándose de 1601 a 1603, por causa de los abusos a los que eran sometidos por la fundación de minerales, escenificando la primera gran rebelión indígena de Aridoamérica, cayendo primero sobre el mineral de Topia, siendo acaudillados por su jefe militar Perico. La rebelión fue finalmente sofocada por el Capital Canelas, fundador de la población del mismo nombre, siendo acompañado por el obispo de Guadalajara, el Padre Idelfonso de Mota. Los Acaxes fueron prácticamente arrasados y sometidos en la región de las Quebradas, cediendo al dominio español, perdiendo con ello parcialmente su libertad ante los europeos, movidos más por la ambición del oro que por la devoción evangélica o el espíritu caballeresco. 
            El rostro severo del indomable antepasado Acaxe nos habla así de la grandeza de una tribu y de su memoria. No obstante haber sido relegados, humillados y sumidos en la miseria, los hombres de esa región, de altas y escabrosas cordilleras infranqueables, son honrados y serviciales, hospitalarios y comedidos, teniendo como virtudes la fuerza física y la valentía, y como único vicio el alcoholismo.
Por el otro lado, a mano derecha, aparece el reloj bajo la forma de la rueda del tiempo, que nos llama a recordar la historia y el tiempo vivido, plagado de accidentes.  Extraño mecanismo que reproduce el movimiento sideral, continuo, de los astros,  el reloj mide por instantes el fluido transcurrir de la duración, el tiempo astronómico objetivo. Cabe en su círculo, sin embargo, un doble movimiento: uno que va de lo lleno a la vacío, de lo pleno a lo posible, de lo superior a lo inferior, del cielo a la tierra, en donde el tiempo se presenta, como en el reloj de arena, como un hilo que fluye, primero con un movimiento imperceptible que va cada vez más rápido, hasta llegar al fin, que es el símbolo de la cancelación del tiempo humano, que es finito, con la muerte.  Hay también un tiempo muerto, caído, que se pudre, que se estanca o empantana, o que se petrifica, que no va a ninguna parte, donde reina la entropía y la pérdida de energía vital de la materia muerta o que se precipita al caos, que es semejante a los cursos de agua que corren hacia abajo, al moho o al pulular de larvas. Es el tiempo convertido en pura sucesión: en el pasar del tiempo, que se identifica con el devenir inmanente, horadado por los gusanos de la contingencia, donde no hay ninguna trascendencia metafísica.
Puede verse en el tiempo, sin embargo, un segundo movimiento, inverso, que va de lo  vacío a lo lleno, de lo bajo hacia lo alto o de la tierra al cielo, que es el retorno a los orígenes, la marcha de regeneración y reintegración a la fuente de la vida. Camino que va de la caída a la ascensión, al vuelo del espíritu en su subida al cielo, donde la “dure” interior coincide con el illo tempore de los orígenes, Transformación del punto de vista, que va de la tierra, de la manifestación de las posibilidades celes, a su reintegración en la fuente de luz. Visión de belleza del orden y la armonía cósmica, de los solsticios y los equinoccios, pero también de la ley del equilibrio y de las proporciones. El rostro del Jefe Acaxe se modula entonces por la dialéctica del tiempo como el guardián de la puerta y simultáneamente como la llave que abre al infinito de infinitos, a la grandiosidad de la visión, que es la revelación del misterio de Dios. El jefe aparece entonces en el papel de maestro o iniciador, como autoridad espiritual y guía de las almas, poseedor de las llaves, que son el mandato, la responsabilidad y el poder de decisión, que abre la vía de los antepasados, que pasa por los infiernos, y la vía del cosmos, que es la puerta solsticial o puerta del Sol o de la luz, que va más allá de la limitación humana.
Guía de la tradición y orientador de la iniciación por su fidelidad a  la cultura autóctona, el rostro del guerrero Acaxe representa entonces la necesidad apremiante de refrescar y dar nueva vida a los símbolos, de modernizarlos pues, al colocarlos dentro de la síntesis superior de la cultura universal. Trabajo civilizador de alta cultura, pues, que es la última posibilidad de redimir al hombre moderno de la enajenación espiritual en que se haya hundido, ya por la el error y el autoengaño de la ignorancia, ya por la falta y la orgullosa rebeldía a que conduce el abandono de la ley moral.
Así, al igual que el reloj de arena, se trata ahora de la inversión del tiempo, que ya no fluye de arriba hacia abajo, del cielo a la tierra, sino de abajo hacia arriba, de la tierra al cielo, o que va en su movimiento inverso a lo eterno. Su equivalente es entonces el discernimiento entre la luz del bien y la maldad de las tinieblas, la diferenciación radical entre lo temporal y lo eterno, entre el cielo y la tierra, para poder abrirse plenamente a la libertad verdadera de lo espiritual, llevando a la humanidad doliente de abajo hacia arriba, que es el trabajo de ennoblecimiento de los sentimientos, que es lo propio de las humanidades –cuya imagen del hombre es, así, la de un árbol invertido, cuyas raíces son los pensamientos que suben a las estrellas.
Salto de nivel, ruptura con el mundo y abertura al otro mundo, entrada en otro orden, en otro universo, donde se da conjuntamente la revelación  de la naturaleza  del orden cósmico y de la ley moral. Entrada al reino de la interioridad infinita, que se abre hacia adentro, al fuego purificador del corazón, de sus sentimientos y razonamientos, y que se cierra a la materia condenada por el espíritu, lo mismo que al mundo o siglo, que es el tiempo de la tierra rondado por la muerte, donde tenemos un tiempo finito, de seres pasajeros, limitados o con un fin en el tiempo. Vislumbre, pues, del más allá temporal, de la absoluta diferencia que hay en lo eterno, cuyo tiempo es ilimitado o infinito, que no es tanto lo intemporal (lo que subsiste o está fuera del tiempo, como los axiomas matemáticos, los números o la geometría), sino lo inmortal (el reino de las almas y de Dios), pues lo eterno todo el tiempo tiene historia.  
Labor, pues, de situacionalmente tomarle a los símbolos de la cultura mexicana y a la sabiduría de los antiguos ancestros de la tradición occidental la estafeta del relevo real en el tiempo. Tarea, pues, de valorar, interpretar e incorporar los símbolos, el polvo de los huesos ancestrales, a nuestro hoy vigente, llevando a la raza cósmica, por medio de la sustanciación y especialización de la naturaleza humana, a su plenitud. Doble llave, de oro y de plata, cuya combinación de diamantinos dientes cristalinos abre la mente hacia la libertad verdadera, que es la concepción del hombre como ser espiritual, develando a la vez la visión de los grandes ciclos siderales -cuya doble tarea implica participar del cielo (la esencia), sin por ello dejar de ver la tierra (la existencia). Esfuerzo, pues, de escuchar la sabiduría depositada en los ancianos, en inminente riesgo de extinción, cuya tradición oral equivale a una biblioteca, adornada con los retratos en que desfila la imagen de nosotros mismos como pueblo, raza y nación.   
VII
            El tablero “Iniciación: Nuestros Orígenes Cósmicos” del muralista Saúl Vargas constituye así, en su enjambre simbólico, una minuciosa meditación sobre nuestros orígenes históricos y culturales, que reclama a la vez la exigencia de modernizarse, de actualizar nuestros símbolos y de abrirse a la cultura universal. Por un lado, partir del pensamiento consciente de sí o de la esencia humana como ser racional (cogito ergo sum); por el otro, pensar los signos y los símbolos a partir de la circunstancia concreta, de lo dado al hombre como realmente existente, que según lo que cree adquiere su mismidad esencial… o su inestable mutabilidad, convirtiendo su esencia, por el peso  de las presiones generacionales e históricas, en aquello en que se convierte.
            Así, de la noche cerrada y sombría, pesada en su soledad y aislamiento, tentada por los engaños y embelecos que asechan al universo desde su lado oscuro, vacío de tiempo y de sustancia, apenas compensado por la expansión de las multiformes estrellas diamantinas, el mural del artista durangueño que es Saúl Vargas, nos ofrece una llave de humanización, pues el hombre, pequeño y pobre ante la inmensidad de la creación, es también un espejo que refleja al cosmos estrellado, un ojo y una estrella que late con el ritmo del todo. Porque el aislamiento anárquico del hombre moderno, encerrado en la caja de metal de la libertad contractual, que le permite perderse, siendo sí mismo y sólo sí mismo, separado del cosmos y de los otros, hundido en la herida de un tiempo desgastado que tiende a la disgregación, sólo puede superarse volviendo a pulsar los hilos que nos unían a la creación, antes de que sus últimos vestigios se pudran como escombros arrumbados.