viernes, 30 de mayo de 2014

Quetzalcóatl: la Serpiente Emplumada Por Alberto Espinosa Orozco

Quetzalcóatl: la Serpiente Emplumada
Por Alberto Espinosa Orozco

   “¿Crees que el dios es un hechicero capaz de mostrarse, por medio de artificios, en momentos distintos con aspectos distintos, de tal manera que a veces él mismo aparece y altera su aspecto de muchas formas, en tanto otras veces nos engaña, haciéndonos creer tales cosas acerca de él? ¿No crees, por el contrario, que el dios es simple y es, de todos los seres, quien menos puede alterar su propio aspecto?”
Platón, La República, (Libro II, 380d)




I
   Las culturas mesoamericanas, especialmente la tradición Tolteca, pero también la cultura Maya e incluso la Azteca, cuentan con un poderoso mito fundacional: el de la serpiente emplumada. Se trata de la fabulosa serpiente alada conocida como Quetzalcóatl, jefe-sacerdote  y dios descendiente directo de los señores del Anáhuac, los legendarios toltecas, que encarnaron con él el principio del Quinto Sol.
   Los mexicas o aztecas siempre afirmaron ser los directos y legítimos descendientes de los toltecas. De hecho, para la civilización náhua, la dicotomía universal bárbaro-civilizado, advenedizo-culto, se expresaba con los términos chichimeca-tolteca. Con ello, piensa Octavio Paz, los aztecas, fundadores de México-Tenochtitlan, quisieron borrar su pasado fugitivo de forajidos, de hombres fuera de la ley, afirmando así su dominio y hegemonía sobre los otros pueblos y naciones de mesoamérica. Perduro en los aztecas, empero, el sentimiento de ilegitimidad cultural, como una suerte de llaga en psique, estando su poderío perpetuamente amenazado por aquellos que realmente encarnaban el principio del Quinto Sol: los antiguos toltecas.
   Quetzalcóatl es el dragón celeste, símbolo de la unión primigenia del cielo y la tierra –acaso emparentado con el dragón chino, símbolo de los emperadores y de la fertilidad, así como del lujo de la vida y el poder real. El mito mexicano da cuenta de la intuición sagrada y cósmica de que el hombre nace disociándose de la unidad originaria de la tierra (la serpiente) y el cielo (el águila). Así, para las culturas mesoamericanas el dragón representa  la integración de las tres regiones del mundo: el inframundo (la serpiente), la tierra (las garras), y el cielo (las alas), dándole así a la imagen una significación esotérica, ubicada como la más alta concepción religiosa y ritual de su tiempo y región geográfica. 
   En efecto, Quetzatcoatl es el dios más venerado de los antiguos mexicanos, ocupando en el panteón mesoamericano un lugar de privilegio absoluto. Es también el héroe civilizador, convertido con el tiempo en hombre-dios. Dirigente y campeón cultural que es deificado tras su muerte, caso que recuerda vivamente al filósofo oriental Sidarta Gautama. Otro paralelismo apuntado por Paz: a la manera de Satán con Cristo o de Mara con Buda, Tezcatlipoca es el engañador y vencedor de Quetzalcóatl, al hacerlo perpetrar incesto con su hermana, concretado con ello la ruina sobre el héroe y su ciudad ideal.



Quetzalcóatl, saliendo de las fauces de la serpiente, del proceso alquímico; que es Venus también. la estrella del amanecer.

II
   Habría que agregar, en honor de Grecia clásica, una reminiscencia previa: el choque entre el dios Baco del vino y el conceptual Apolo, el guerrero amante del arte, de la idea y hermano siamés de la diosa cazadora de los muchos nombres Artemisa. Para las antiguas civilizaciones centroamericanas fue siempre de gran importancia el ciclo astrológico del planeta Venus, haciendo incluso de ese conocimiento derivado una narración simbólica encarnada en el personaje, rey y sacerdote, Quetzalcóatl –que resucita en el Este tras su muerte en el Oeste–, representado en el foro de esa reencarnación a un arquero astral, identificado con el ciclo del planeta Venus, que aparece por el Este (la estrella matutina llamada Hesperus) y se oculta por el Oeste (Fosfurus, la estrella del atardecer), astro que el conocimiento hermético llama “precioso gemelo” (reminiscencia del mito cristiano de los gemelos Juan y Jesús). En el mismo espectro  se haya la asociación Venus y el Sol, debido a la similitud del curso diurno que hace al misterioso planeta, siendo directo mensajero del Sol y su interlocutor ante los hombres  -encontrándose en este tenor la dualidad planetaria en la relación ideal Venus-Júpiter. Así, Venus es figurado como un despierto caballo protector de los demás, por lo que se le nombra también “el pastor celeste”, por llevar tras de sí al rebaño de estrellas y mostrar su camino como recuerda también la tradición sumeria.
   En el culto de Venus ocupa un lugar central la leyenda del “rapto de la novia”, cuando a la estrella errante se la hace hija de la Luna, asociándola al véspero, cuando es casi la noche, y es entonces la diosa del amor y la voluptuosidad, En su aspecto de estrella de la mañana preside la acción guerrera, por ser hija de la Luna y hermana del Sol. O es el macho guerrero, conocido tristemente como la Estrella de Luz o Lucifer, también conocido como el Brillante o el Refulgente.  En la visión de león furioso se le asocia a la leona de los dioses del cielo o Isthar (Astarte, Asera), portadora de arco y flecha como trasparente símbolos de sublimación que representa un aspecto de la Diosa del Destino o la Diosa de la Suerte. Para la astrología, el ciclo venusino se resuelve así por sus ascendentes de atracción instintiva, sentimiento, amor, simpatía, armonía y dulzura, siendo por ello el astro del arte, de la agudeza sensorial y el predomino del valor de lo atractivo, de lo precioso.
    Por otro lado se le asocia al tacto y por ello a la femineidad, al lujo, la moda y el adorno, correspondiendo su influencia al toro de Tauro y a la balanza de Libra, siendo sus órganos la garganta, los senos y los riñones y su órgano el del tacto corporal. Su apogeo lo encuentra en el gozo y la fiesta, es decir, en los foros de las afinidades y los intercambios e incluso de la comunión afectiva. Sus estados emocionales predilectos son los estéticos por antonomasia: el encanto, la belleza y la gracia. Su apogeo está en la fiesta primaveral, vista como placer espiritualizado o de llanamente estética. Su equilibrio perfecto y zenit lo encuentra en ese estado de la paz del corazón, que es la verdadera dicha, o bien en el trato del mero afecto.


III
   La historia del hombre real es la siguiente: Ce Ácatl Topiltzin nació en el año Uno Caña (Uno Ácatl). Cincuenta y dos años más tarde acaeció su fuga y desaparición, otra vez el año Uno Caña (Uno Ácatl). Los cincuenta y dos años significaban un ciclo cósmico completo, minimizado a la escala humana. El desconcierto de Moctezuma II a la llegada de los españoles en parte se deriva de la circunstancia según de que se forjó en la mente india la creencia que Quetzalcóatl regresaría un año Uno Caña y el año en que llegó Hernán Cortes, en 1519, fue casualmente un año Uno Caña.
   Quetzalcóatl tiene un origen mítico, asistida su madre Chimalma en su concepción por el Espíritu Santo, pues ella se tragó una piedra preciosa y ahí se colocó el espíritu de Quetzalcóatl, para engendrar al héroe en el seno de su madre (Anales de Cuautitlán) -notable paralelismo con el nacimiento de Huchilobos (Hutzilopochtli), engendrado de una pluma por la diosa Coatlicue, el héroe civilizador azteca que dirige a su pueblo teñido de rojo, mermado al centro de México Tenochtitlán, y que al morir es deificado.
   Ce Ácatl Topiltzin o Quetzalcóatl, hijo de Chimalma, fue educado en las virtudes de la sabiduría y el recato. Permaneció cuatro años viviendo en Tulancingo y, luego de vivir en el retiro y en la abstinencia, preparándose para ser sacerdote, fue a vivir a Tula. Se convirtió en un gran artista y adquirió conocimientos variados, descubriendo a su pueblo las artes mecánicas y liberales para enaltecer las costumbres: les enseñó la belleza y el uso ornamental y artístico del jade y la turquesa, del metal precioso blanco y amarillo, del coral y los caracoles, del arte ornamental de la plumería (del quetzal y del ave turquesa, de las aves rojas y amarillas). También descubrió para ellos el beneficio y uso del cacao y del algodón.
   Tal esfuerzo civilizador se cristalizó en el concepto de la “Toltecáyotl”, significante a la vez de la suma de las creaciones toltecas como del pueblo mismo artífice de ellas. Los toltecas se concebían así como un pueblo de artistas. Fue Quetzalcóatl quien promovió la creación de la Toltecáyotl, voz que puede traducirse también como “el saber”, pues el héroe fue también un sabio bondadoso, un sacerdote justo y un varón de conducta ejemplar, que en una edad cósmica restauró a los seres humanos, al crear con los dones de la Toltecáyotl las insignias de su reino y todas sus grandezas.
   Los artistas toltecas alcanzaron, en efecto, la maestría en todas las artes y oficios, al grado que llegaron a identificarse los términos “artista” y “tolteca”. Su poderosa influencia estética y su visión del mundo se difundieron por todo el altiplano central: Xicocotitlan, Culhuacán, Tezcoco, Teotihuacan, llegando hasta las tierras bajas del sur de los mixtecos, desarrollándose nuevamente a plenitud en las regiones orientales de los mayas (Chilar Balam) y los mayas quichés (Popol Vuh).


    Las artes que desarrollaron principalmente fueron: en un lugar de privilegio las “artes de tinta roja y negra”, es decir, los códices y las pinturas, con lo que ello implica conceptual e iconográficamente, pero también los libros de canto y las flautas, corpus que constituyó la raíz de la Toltecáyotl. A partir de ese conocimiento, desarrollaron las artes de las plantas alimenticias, el cultivo del maíz, pero también del algodón de los mil colores: amarillo, rojizo, rojo, rosado, morado, verde, verde azulado, azul celeste, azul pavo real, azul marino, moreno y matizado. Se criaban aves de rico plumaje y primoroso canto, cultivándose a un grado histórico universal sin precedente  el arte de la plumería. También fueron grandes constructores de casas y palacios,  artistas consumados en el arte de la cerámica y de la joyería, especializándose en el jade y la turquesa. Su mundo, henchido de cantos y flores, no era sino una metáfora exacta del arte, el saber y la poesía, cultivadas como un todo orgánico, que confería dignidad y sentido a la vida de nuestros antepasados mesoamericanos.
   Los toltecas fueron grandes pintores, escritores de códices, escultores de madera y de piedra, arquitectos, astrónomos, alfareros, artistas de la pluma, constructores de casas, templos, pirámides y juegos de pelota. Sus obras artísticas, eran todas ellas rectas y buenas, todas ellas bien planeadas y maravillosas. Por tales razones prácticas los toltecas alcanzaron un alto grado de abundancia y de riqueza en todos los ámbitos de la vida.


   El monje franciscano Fray Bernardino de Sahagún (1500-1590) en su Historia General de las Cosas de la Nueva España (1575), transcribe el relato de los primeros indios hispanizados sobre su compleja y rica civilización, sobre sus tradiciones y cultura toda. La Historia General de las Cosas de la Nueva España resulta por sus dimensiones un texto no menos complejo y prolijo que los diálogos platónicos o el corpus aristotélico. Se trata, en efecto, de un libro a todas luces excepcional, el cual condensa el conocimiento de la cultura, de las costumbres, las ciencias y las instituciones de los antiguos mexicanos. La cultura material y espiritual mesoamericana de altísimo quilate fue tan atropellada no por los misioneros, sino por los conquistadores, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes, siendo así tenidos por gente bárbara y de bajísimo quilate.
   Particularmente en el Libro III, titulado Del principio que tuvieron los dioses, Sahagún narra la historia mítica, dada  por sus informantes sobre el ocaso de la cultura tolteca, cuando finalizo en Tulla el reinado del héroe civilizador Quetzalcóatl. Pues en Tulla adoraron de tiempo antiguo a Quetzalcóatl, héroe cultural quien fue estimado y tenido por dios. Su estatua cubierta de mantas era de rostro feo, cabeza larga, y barbudo. Todos sus vasallos eran oficiales de artes mecánicas, especialmente diestros para tallar las piedras verdes que se llaman chalchihuites. También eran diestros para fundir y hacer muchas otras cosas, artes todas que tuvieron su origen en Quetzalcóatl. Sus casas estaba ricamente ornamentadas, unas hechas de tablas, y más otras hechas de plumas ricas, y más otras de plata y de concha colorada, y otras casas hechas de piedras verdes preciosas llamadas chalchihuites y de turquesa. Dicen que Quetzalcóatl era muy rico y proveía muchos árboles de cacao y maíz  abundantísimo, de mazorcas tan grandes que las llevaban abrazadas, y calabazas muy gordas, de una braza de redondo, y que sembraban y cogían algodón de todos los colores, que son colorado y encarnado y amarillo y morado, blanquecino, verde y azul y prieto, y pardo y naranjado y leonado, y estos colores de algodón eran naturales, que así nacían. Que en Tulla además se criaban muchos y diversos géneros de aves de pluma rica y colores diversos y otras aves que cantaban dulce y suavemente. También que tenía vasallos que eran muy ligeros para andar y llegar donde ellos querían ir y se llamaban Talnquacemilhuitime. Y que Quetzalcóatl, que era al decir de Fray Bernardino otra gran Hércules y nigromántico, hacía penitencia punzando sus piernas y ensangrentaba y manchaba las puntas de maguey con la sangre que sacaba, costumbre y orden que adoptaron los sacerdotes del pueblo de Tulla.


IV
   Los toltecas, sin embargo, también adoraban a otros dioses. Principalmente a Huitzilopochtli, dios de la guerra, el cual tenía el rostro como pintado y una pierna siniestra, delgada y emplumada, el cual era hijo de la diosa Coatlicue y hermano de la diosa de la luna, llamada Coyolxauhqui, todos ellos naturales de un pueblo cercano a Tulla, que se llama Coatépec. Además de rendir honra y acatamiento al dios Hutzilopochtli, los antiguos mexicanos de Tulla honraban ambiguamente al temido dios negro: Tezcatlipoca. Figura ella misma ambigua la del dios Tezcatlipoca, a la que también llamaban Titlacauan, del que decían que era criador del celo y de la tierra y que era todopoderoso, que daba a los vivos de comer y beber, y riqueza. Decían que el dicho Titalcauan era invisible, como oscuridad y aire, que cuando aparecía y hablaba a algún hombre era como sombra, y que sabía los secretos de los corazones de los hombres. Además dicho dios daba a los vivos pobreza y miseria, y enfermedades incurables y contagiosas de lepra, y bubas y sarna e hidropesía. Cuando los hacía enfermar insultaban al dios, calificándolo de burlón, e incluso de “puto”. También le llamaban Yaoatzin, Nécoc Yáotl y Nezahualpilli. Asimismo se le llamaba Tezcatlipoca Moyocoyatzin, sustantivando el adjetivo, por razón de que hacía todo cuanto quería y pensaba, dando riqueza o pobreza a quien quería, y más decían que cuando quisiera destruir y derribar el cielo lo haría, y los vivos se acabarían. Era, efectivamente, un dios con seis nombres y una sola figura oscura, misteriosa, evanescente y terrible.
    El nefasto día en que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se enfrentaron el saldo fue desfavorable pare el héroe cultural. Fue el aciago momento en que  llegaron tres nigromantes para hacer muchos embustes en Tulla. Cuando Quetzalcóatl se encontraba mal dispuesto, con dolores de cuerpo, manos y pies, llegó un nigromántico llamado Titlacauan, que era en realidad uno de los espíritus de Tezcatlipoca, disfrazado de viejo muy cano y bajo, ofreciéndole una medicina para que la bebiera, un vino blanco, hecho de leche de maguey o pulque, llamado teométl. Por el engaño y burla que le hizo el viejo nigromántico forzó a Quetzalcóatl a ir a Tullantlapalan (Tlillan-Tlapallan).
   Titlacauan se disfrazó de nuevo y pareció un indio forastero, desnudo como un indio toueyo, que vendía ají verde. Huémac, el señor temporal de los toltecas, tenía una hija que al ver desnudo al toueyo se le antojó el miembro viril de aquel, cayendo luego gravemente enferma, por lo que se le hinchó todo el cuerpo. El toyuelo fue aprendido para sanarla y durmiendo con ella la sanó. El toueyo tuvo que casarse con ella, haciéndose  así yerno del señor Huémac. Para deshacerse del indio toueyo el señor Huémac lo envió a la guerra contra Coatépec y Zacatépec, dejándolo ahí abandonado con los pajes, y enfrentó a los enemigos a quienes mató sin número. Empero cuando volvió a Tulla emborracho y dejó sin ceso a los toltecas, al repetir un verso monótono en una fiesta que él mismo organizó. Al repetir el verso que cantaba el nigromántico algunos se despeñaron borrachos al río y se convirtieron en piedras, los que se encontraban en el puente de piedra también se despeñaron o fueron empujados al río y también en piedra fueron convertidos.


   No contento con esos embustes el nigromántico fue luego a la huerta de flores de Quetzalcóatl, llamada Xochitla, y bajo la apariencia de un hombre valiente que dijo llamarse Tlacauepan, y otro nombre, Cuéxcoch, llamó a los de Tulla y hacía bailar a un muchachuelo en la palma de sus manos (el cual dicen que era Hutzilopochtli) y como lo vieron los toltecas fueron a mirarle y al empujarse unos a otros murieron muchos ahogados y acoceados, lo cual se repitió muchas veces. Entonces los toltecas apedrearon al dicho nigromántico y al muchachuelo y los mataron. El cuerpo del nigromántico empezó a heder y el hedor corrompía el aire, y muy muchos toltecas se morían. Ataron el cuerpo con una soga, pero el muerto pesaba tanto que los toltecas no podían moverlo. Los que estaban asidos a la soga caían al romperse la soga o morían súbitamente, cayendo unos sobre otros. Un mago hizo un canto para llevar fuera de Tulla al dicho nigromántico: “¡Arrastradlo, al muerto, Tlacauepan nigromántico!”, y así pudieron llevarlo al muerto hasta el monte, y los que regresaron no sentían aquello que les había acontecido, porque estaban como borrachos. 
  Otros embustes hizo el mismo nigromántico en Tulla: hizo pasar una ave blanca como una saeta algo lejos de la tierra, que claramente vieron los toltecas mirando hacia arriba: les hizo creer que la sierra de Zacatépec estaba ardiendo, pues las llamas se veían de lejos en la noche; también hizo llover sobre ellos piedras y luego hizo caer una gran piedra llamada téchcatl, después de lo cual apareció una vieja india en un lugar que se llama Chapultépec Cutlapilco, por otro nombre Huetzinco, vendiendo unas banderitas de papel diciendo “¡A las banderas!”, y quien se determinaba a morir compraba una banderita y en la piedra téchcatl le mataban.
   No satisfecho con tales travesuras el dicho nigromántico ideó otra diablura contra los toltecas: hizo que todos los mantenimientos se volvieran acedos y nadie pudo comerlos, y tomando el nigromántico la apariencia de una vieja india se asentó en Xochitla y tostaba maíz, y el olor del maíz tostado llegaba a los toltecas quienes iban, y la vieja los mataba cuando se juntaban, y ninguno de ellos volvía, y así comenzó a matarlos, y mató a muy muchos de los toltecas.[1]
   Quetzalcóatl teniendo pesadumbre de los dichos embustes hizo quemar todas sus casas que tenía hechas e hizo enterrar otras cosas muy preciosas en las sierras o barrancos de los ríos y se acordó de ir a Tlapallan. Y así se fue, mandando a todas sus aves por delante hasta Anáhuac, hasta que llegó a un lugar llamado Quauhtitlan, donde hay un árbol grande y largo y grueso, y se arrimó a él y pidió a los pajes un espejo y al verse dijo “¡Ya estoy viejo!” Nombró a dicho lugar Huehuequautitlan, y con piedras apedreó a dicho árbol. Luego siguió caminando y llegó a otro lugar en el camino en el que descansó y se asentó en una piedra sobre las que puso las manos, dejando las señales de las manos en la dicha piedra, y comenzó a llorar tristemente al mirar hacia Tulla y las lágrimas que derramó cavaron y horadaron la piedra. Y también dejó señales de las nalgas en la dicha piedra en que se había asentado y nombró a dicho lugar Temalpalco.
   Siguió su camino hasta llegar a donde pasa un río ancho y grande, y mandó hacer y poner un puente de piedra, y llamó a dicho lugar Tepanoayan. Y siguió su camino, y se topó con los dichos nigrománticos que quisieron impedir su ida, pero Quetzalcóatl les dijo que se iba a Tlapallán, que habían venido a llamarle, que le llamaba el Sol. Y Quetzalcóatl tiró en una fuente todas las joyas que llevaba consigo, y se le llamó a dicha fuente Cozcaapan. Y continuó su camino y se topó en Cochtocan con otro nigromántico, que le obligó a beber por fuerza de un vino que traía. Quetzalcóatl lo bebió con una caña y se emborracho y comenzó a roncar. Y prosiguió su camino pasando por la Sierra del Volcán y de la Sierra Nevada, donde murieron de frío todos sus pajes. En otro lugar por el que pasó hizo poner un juego de pelota hecho de piedras en cuadra, donde solían jugar después el juego que se llama tlachtli, y muy muchas cosas notables hiso Quetzalcóatl por los pueblos por donde iba pasando –hora tiró con una saeta a un árbol para hacer una cruz, hora hizo poner una piedra grande que se mueve con un dedo y no la pueden mover muchos hombres aunque sean muy muchos, hora dio todos los nombres a las sierras y a los montes, y al llegar a la rivera del mar, mandó hacer una barca hecha de culebras (coatl apecte), yéndose por el mar navegando y, sin saber cómo, ni de qué manera llegó a Tlapallan.



   Otras tradiciones narran que Tezcatlipoca conspiró contra Quetzatcóatl al mostrarle un espejo en el que el héroe ve su rostro ojeroso y con los ojos hundidos. También cómo fue que el hechicero de nombre Tezcatlipoca llamó a otros hechiceros para darle una bebida fermentada y, ya borracho, llamar a su hermana Quetzalpétatl, para que yacieran juntos. Al recobrar la conciencia Quetzalcóatl lloró amargamente. Entonces emprende la marcha hacia Oriente en busca de la tierra roja y negra, el Tllan Tlapallan, donde se inmola. De acuerdo a los Anales de Cohautitlan en el momento de quemarse, hacia lo alto, vieron salir su corazón y entrar en lo más alto del cielo, para convertirse Topitzin Quetzalcóatl, en la Estrella del Alba. Así Quetzalcóatl, convertido en símbolo, mito y deidad, aparece representado como la serpiente emplumada –asociándolo de esta forma al viento (Ehécatl), pero también a la unión de las aguas de la lluvia y de las aguas terrestres de ríos y manantiales (Cóatl). Su templo de forma circular se conservó en la cultura azteca, teniendo su cede frente al Templo Mayor de Tenochtitlan.
V
   A diferencia de los hombres occidentales modernos, tanto los pueblos asiáticos como los mesoamericanos estaban muy familiarizados con las hazañas mágicas de los nigromantes, al grado de formar parte de su vida cotidiana. Las historias de los pueblos árabe, hindú y chino, al igual que el mexicano prehispánico, están teñidas de acontecimientos sobrenaturales y misteriosos, dándose la realidad de las fuerzas mágicas y la existencia de espíritus incorpóreos como hechos indiscutibles, formando la creencia en ellos parte de la cosmología común. Hay que recordar, así, que no es posible cultivar en plenitud la vida espiritual sin acudir en alguna medida a los poderes psíquicos del símbolo, que aguzan, algunas veces de manera sorprendente, nuestros sentidos. Es sabido que los discípulos de Buda, así como los de Cristo, llegaron a la posesión de toda clase de poderes milagrosos o mágicos, tales como la clarividencia o la clariaudiencia, el conocimiento de los pensamientos de los demás o el recuerdo de nacimientos pasados, tal y como sucedería con las sectas órficas, especialmente la encabezada por el matemático Pitágoras. Otros poderes superaban lo psíquico para interesarse directamente en lo físico, como pasar directamente a través de muros o colinas, como si fueran aire, caminar sobre la superficie del agua o deslizarse a través del aire. Podían prolongar la vida, conjurar un doble de sí mismos o dar a su cuerpo la forma de un muchacho o de una serpiente.
   También es sabido que el desarrollo de tales capacidades psíquicas, inseparables en cierta etapa del desarrollo espiritual, pueden arruinar el carácter de la persona a quien se le manifiestan, pues su peligro consiste en aumentar inmoderadamente el orgullo, ponerse en contacto con fuerzas que desmoralizan o que atraen a la búsqueda del poder y de los placeres que con él se consiguen, perdiendo con ello la salvación y la gloria. El sinólogo Eduard Conze relata la anécdota de Buda cuando encontró a  un asceta orgulloso que había logrado, después de 25 años de trabajo, atravesar el río al caminar sobre el agua. Buda señaló la poca ganancia que en ello había, puesto que por un centavo la balsa lo llevaría del otro lado. En efecto, lo oculto y lo psíquico puede degenerar y terminar por  exhibirse al populacho como un mero juego barato o una suerte circense.
   Por otra parte, habría que agregar que el ciencismo moderno, que acuña en gran medida el escepticismo y el dogmatismo contemporáneo, culpa abiertamente a la poesía ser la heredera de la antigua magia, por sus recursos metonímicos del “contagio” o metafóricos de la “analogía”, ocultando en qué sentido ella misma hereda esa forma de pensamiento: en el afán de dominación, detectado perspicazmente por Nietzsche ese rasgo mágico en la “voluntad de poderío” propia del hombre moderno o “fáustico”, en sus ideales de racionalismo y de progreso. En el mismo tenor de ideas no deja de asombrar el escepticismo moderno respecto de la personificación de las fuerzas espirituales bajo la forma de los dioses propios de las culturas agrarias, tales como Afrodita o Isis, Coatlicue o Xochipili, que antaño, especialmente en las culturas agrícolas,  excitaban la imaginación popular, hoy día inflamada por una muchedumbre de sustantivos abstractos no siempre clarificados en la acción de los hombres que los sustentan, tales como Progreso, Igualdad, Razón, Libertad, Ciencia, o Civilización. El desprecio por culturas donde rivalizaban mil dioses en una visión del mundo, petrificados por la repetición y deformación ajada de lo mismo, no es menos infantil y cruel que el aprecio por la civilización moderna, dominada por mil firmas y sus caprichos capciosos, donde se atribuyen misteriosos poderes mágicos a yerbas y polvos y reaparece bajo sofisticadas formas el arte mágico y la invocación, donde para obtener todo, lo que sea, y ya, es necesario que todo se valga, y repetir mil veces una fórmula convencional (un dogma), carente de significación. Mejor volvamos al mito.


VI
   Tlapallan será acaso Yucatán, donde reaparece Quetzalcóatl como Kukulkan.  En efecto, para los  mayas de Chiapas y Yucatán el héroe civilizador adopta otro nombre: ahora es Kukulkan, cuyo mito relata las hazañas del héroe en su viaje por la noche de los tiempos. La imagen del dios saliendo de las fauces de la serpiente emplumada no es sino una alegoría del amanecer: es el sol que brota de la tierra al despuntar el alba (aunque bien pudiera tratarse de un heraldo, de Hésperus o la estrella vespertina, que anuncia la llegada del nuevo día). Se trata, al igual que en el caso de Quetzalcóatl, de un héroe civilizador cuya imagen es una alegoría del amanecer o del nuevo día increado. El cambio de piel de la serpiente, que es una de las características más notables del reptil, sirve aquí para representar el poder de regeneración del ciclo cósmico. Se trata del tema del héroe civilizador o del artista elegido que tiene que viajar por el infierno de la noche primigenia para volver a traer con él la luz del día.





   La ciudad de Chichen Itzá es la ciudad Maya de Yucatán que ocupa en el plano universal un lugar sólo comparable a las ruinas de la Grecia Clásica en Atenas o las del Alto Nilo del Antiguo Egipto, sobresaliendo no sólo por su grandeza, sino también por la belleza de su concepción y realización. Chichen Itzá guarda un enorme parecido con la cuidad sagrada de Tula, pues ambas ciudades participan de los símbolos más caros del Gran Quetzal: las columnas y relieves en forma serpentina; las almenas en forma de caracol cortado; las enormes plazas del juego de pelota orientadas de norte a sur, siendo las más grandes de todo Mesoamérica. Invención específica de la cultura tolteca es efectivamente el juego de pelota: representación de la lucha entre los poderes diurnos y nocturnos, entre el día y la noche, o entre Quetzalcoatl y Tezcatlipoca.


   Chichén-Itzá significa “La Boca del Pozo de los Ittzaes”, resultando así su comunidad la de los hombres del ojo de agua. Ciudad encantada de Yucatán, mítica ciudad maya en donde reina solitaria la pirámide de Kukulkan y duerme el más grande de los Juegos de Pelota ceremoniales prehispánicos con 168 metros de largo. Algunos atribuyen a la palabra “Itzá” una correspondencia con el color blanco, que en la simbólica mesoamericana corresponde a la vida, siendo así lugar de energía y fertilidad; también la región del dios Tlaloc, Tlali y Tonantzin, no menos que de Quetzalcóatl. A Tezcatlipoca corresponde el color negro, pues ¿no es él mismo llamado “El Negro”, “El Oscuro”, “El humear del Espejo”, “El que ve sin ojos”? Es así, el movimiento, el pensamiento, los recuerdos, incluso la conciencia del viento -equivalente al “demonio del aire” de que hablan los evangelistas. El color rojo pertenece al dios desollado Xipetotec, asociándose al tiempo y al espacio, mientras que Hutzilochtli, al movimiento y al color azul.  
   Por su parte “quetzal” viene a ser más que un sustantivo, equivalente a “ave de hermoso plumaje”, pues es en realidad un concepto abstracto, que reúne las nociones de bello, bonito, pero sobre todo precioso; es lo que amo, quiero, respeto, prefiero o aprecio, lo que no es despreciable ni despreciado: es decir, un símbolo de soberanía. Por su parte la palabra “cóatl”, equivale a nuestra voz serpiente, también comprende al gemelo, al cuate, no menos que a la sabiduría y al conocimiento propio de la astuta serpiente. En su acepción astrológica y alquímica, equivale a Venus, el lucero de la mañana y a su gemelo o doble nocturno, personificado en Phosphorus, el lucero del atardecer.


   En el centro de Chichen-Itzá se levanta la imponente pirámide de Kukulkan, llamada por los españoles “El Castillo”. Se trata de la pirámide universalmente mejor orientada, desde el punto de vista astronómico, de todas,  debido al meticuloso cálculo de su estructura: se trata de cuatro gradas divididas por cuatro escalinatas de 91 peldaños cada una rematadas por cabezas de serpientes, lo que sumado da como resultado 364, a los que añadir la palestra, es decir, 365, número igual a los días del año –y de la que se pueden deducir los meses y las eras o siglos de la cultura de los Itzaes.





   El Castillo es, en efecto, un pequeño microcosmos arquitectónico, un calendario anual de roca convertido en pirámide, en la que se da un fenómeno notable. Durante los equinoccios de primavera y otoño una serpiente de sombra se desliza bajando ondulante por la escalinata -ilusión creada por la sombra proyectada por los triángulos de la escalinata al ponerse el sol. Hay que añadir que en el interior del Templo de Kukulkan se encentran dos obras del arte ceremonial  más refinado de la cultura mexicana: el trono del altar, de color rojo brillante, decorado con incrustaciones de jade y dientes de jaguar, y un chak mool, de extraordinario acabado, que ahora se encuentra en el Mueso de Arte Moderno de Chapultepec. La pirámide es, pues, un bloque pétreo en movimiento, un código astral y un recinto sagrado, siendo en su conjunto una de las grandes obras artísticas de la humanidad, al reflejar también con precisión el movimiento sideral y astronómica, saber del que gozó la cultura maya por la influencia de Quetzalcóatl.




   Fue en 1566 Fray Diego de Landa describió para el mundo occidental por primera vez la belleza y grandiosidad de la ciudad sagrada de Quetzalcóatl convertido en Kukulkan, cuya cultura tocó a su fin en esta ciudad por el enfrentamiento de los Itzáes y los Cocom, emigrando sus habitantes hacia las tierras selváticas del Petén. Cichén Itzá, ciudad sagrada por excelencia, está dominada por el culto a Kukulkan como conquistador, inspirador del espíritu guerrero de la cuidad y como dios, quien es figurado coma la síntesis del quetzal y la serpiente de cascabel, simbolizando el aliento de vida, el principio de la generación y la creación cultural.
VII
   La ciudad de Uxmal, inspirada por la filosofía de Quetzalcóatl, fue olvidada durante generaciones y redescubierta por el historiador Diego López de Cogollado (1613-1665), a 84 Km al suroeste de la ciudad de Mérida, en medio de la selva yucateca del Puuc. Uxmal fue construido hace mil doscientos años y es un lugar especialmente concebido para que ciertos acontecimientos estelares relacionados con el planeta Venus, quedando señalados en piedra para siempre.
   Para los antiguos mayas el espacio cósmico fue ideado como un cuadrado, reinando sus cuatro dioses, llamados Bacables, desde los cuatro puntos cardinales, sosteniendo el cielo para impedir que cayera sobre la tierra y la aplastara. Debajo de la tierra se ahondaban nueve infiernos sobre los cuales se erigían trece cielos -algunos de los cuales son esferas tachonadas de estrellas, otros poblados por antepasados y por dioses. La ceiba representaba al ser humano, eje del mundo, símbolo de un ancestro potente para comunicar los tres mundos: infierno-tierra-cielo, girando a su alrededor la rueda sagrada del sol, condenado a repetirse eternamente hasta que un ciclo cósmico entero se completara, dando con ello origen a un mundo nuevo.
   Los mayas denominaron al planeta Venus la “Estrella Roja” y lo relacionaron estrechamente con el Sol, tanto por su brillantes como por las analogía de sus jornadas de trabajo, por lo que la teología maya lo transformó en el “doble” o “cuate” del astro rey, o identificado con Dios. Es entonces Chac, el “hacedor de lluvia”, que es el mismo Kukulkan, equivalente pues del Quetzalcóatl tolteca o azteca. Deidad pacífica que prohíbe férreamente los sacrificios humanos y que al extender los beneficios de la civilización a un grado de perfección se convierte en héroe regenerador de la vida. La aparición del astro servía así para orientar la agricultura y la previsión del porvenir y de la política.



   Se cuenta que la pirámide del “Adivino” la construyó un brujo de dimensiones diminutas en una sola noche, ganando con ello el puesto de astrónomo real al gobernador de Uxmal, que había cruzado una apuesta con él. Aquella noche debió de durar cuatro siglos (del IV al IV d. de C.), los que se dividieron en cinco etapas constructivas, pues la pirámide alberga cinco templos superpuestos. Por su parte, el “Palacio del Gobernador”, uno de los más bellos de toda la América Precolombina, esta profusamente adornado con máscaras, donde aparece insistentemente el glifo de Venus. Alineada con Chichen-Itzá y el observatorio de “El Caracol”, Uxmal indica geográficamente una de las rutas más importantes de la Venus sideral.
VIII
  Algunos estudiosos han supuesto que Quetzalcóatl era de piel blanca, cosa que aunque bien sabida por la tradición no aparece explícitamente en ninguno de los antiguos relatos. Tanto Carlos de Sigüenza como Fray Servando Teresa de Mier llegan a conjeturar que Quetzalcóatl es en realidad uno de los apóstoles, Santo Tomás, también llamado el “gemelo”, quien habría llegado a  Mesoamérica en fecha incierta para predicar el evangelio, las Buena Nueva cristiana.
   Desde los tiempos de Fray Bernardino de Sahagún, el misionero franciscano llegó a advertir una posible predicación del evangelio en América, anterior a la conquista, pues en su teología sabían los indios que bajaban en busca del paraíso terrenal, que sabían se encontraba hacia el mediodía, en altísimo monte; o cuando dice que Chiuacóatl era una diosa equivalente a nuestra madre Eva, la cual fue engañada de la culebra, y que ellos tenían noticia del negocio que pasó entre nuestra madre Eva y la culebra.


   En las Notas a la Primera Edición del libro de fray Servando Teresa de Mier, edición que se imprimió en Londres de su Historia de la Revolución de 1810 ocurrida en Nueva. España, relata que cuando los Españoles desembarcaron en el continente de América en 1519, encontraron en Cozumel, junto a Yucatán, muchas cruces dentro y fuera de los templos, y una Cruz grande en el patio almenado, hallándose de ellas muchas en Yucatán, de ahí que los Españoles comenzaran a llamar al territorio la Nueva España.
   Por su parte Herrera atreve la tesis de que fue el adelantado Francisco de Montejo, quien desde 1527 comenzó la conquista de Yucatán, fue el primero que entendió que, poco antes de la llegada de los Castellanos, un indio principal sacerdote, de nombre Chilam Cámbal, habría profetizado que a la señal de la cruz no podían llegar sus dioses y que dejarían sus ídolos y que adorarían a un solo Dios,  aquellos hombres, que habrían de señorear la tierra. Carlos María Bustamante acabó por convencerse de que Chilam Cámbal en lengua chinesa significa Santo Tomás, cosa que para Bustamante no es tanto de admirarse, pues de aquellas tierras vino, afirma, no sólo el calendario Mexicano, casi idéntico al de los tártaros chineses, estando la lengua mexicana llena de palabras chinas (como es el caso de la partícula reverencial tzin, etc),  sino también la voz del evangelio a las Américas.
    Sorprende, es cierto, que los indios mayas usasen del bautismo y la confesión y otras muchas ceremonias de la Iglesia. Así, en 1544, cuando a instancias del Santo Obispo de Chiapas, el clérigo Francisco Hernández, al preguntarles por la creencia antigua, respondieron que creían en la Trinidad, teniendo perfecto conocimiento de la religión de Jesucristo, que veneraban a su madre virgen y ayunaban el día de su muerte -añadiendo el Obispo la noticia creída de que en la tierra de Brasil se hallan los restos de Santo Tomás apóstol, aunque estos son secretos y que solo Dios lo sabe.
   Un Comisario de San Francisco escribe a un Conserje de las Indias, el primero de mayo de 1538, que en las Riveras del Río de la Plata los Cristianos fueron recibidos como ángeles por los indios, quienes decían que cuatro años atrás (acaso cuatro edades, como se decía en Yucatán) había allí un profeta llamado Equiara, quien les anunció que llegarían cristianos hermanos de Santo Tomás a bautizarlos, hallando que les enseñó guardar los mandamientos y otras muchas cosas de los cristianos. Y lo mismo en las Crónicas del Brasil, como en las del Padre Manuel de Noberga, que dice que ahí hasta conservaban el nombre de Jesús y María y el de Santo Tomás que les había predicado.
   En una palabra: que es un hecho constante en las historias escritas por los Españoles que, de no abandonarse a un ciego pirronismo, el dicho Santo Tomás era un hombre venerable, barbado, blanco, de pelo y barba larga, con un báculo, que predicó en toda América una ley santa y el ayuno de 40 días, que levantó cruces que los Indios adoraban y les anunció que vendrían hombres del oriente, de su misma religión, a enseñarlos y dominarlos. Tal presencia aparece también en los jeroglíficos mexicanos y peruanos, como en el Viracocha barbado del Perú, que llaman incluso a los sacerdotes Paytumes o padres o Tomés, aunque a los suyos llamaban Moanes –cosa que consta también en el Inca Garcilazo.
IX
   En México, la turbación de Motehusoma y sus consultas constantes al rey de Texcoco, luego de que arribó Juan de Grijalva por primera vez a la costa de la Nueva España, y los regalos que posteriormente envió a Cortés, no provinieron sino de la misma profecía o tradición con que esperaban a su antiguo predicador Quetzalcóhuatl, llegando Cortés en el mismo año y carácter, Ce Ácatl, en que ellos esperaban a Quetzalcóhuatl, que no era dificultad reconocerlo como Señor -aunque la crueldad y rapacidad de los Españoles, ajena a Quetzalcóhuatl, los detenía. Es verdad también que todas las conversaciones de Motehusoma con Cortez, como en todas las historias consta, estuvieron en que todo el arte de Cortes estaba en persuadirle que el rey de España era éste, por lo que en todas partes se le recibió como a raza santa. Ningún misionero de los que han escrito ha dejado de apuntar los vestigios claros del cristianismo que encontraron hasta en las tribus salvajes.
   En el siglo XVI, refiere el mismo Carlos María de Bustamante que entre los principales que han tratado el asunto se encuentra Fray Diego Duran, cuya relación dio al Padre Acosta, quien a su vez la imprimió en su Historia de Indias. En dicha historia quedan asentados los vestigios de cristianismo en las creencias religiosas de los indios, tanto en sus creencias sobre la Trinidad como sobre la Eucaristía y la Penitencia. En el mismo siglo el arzobispo de Santo Domingo, Dávila Padilla, escribió un libro para probar la predicación apostólica en las Indias, que él mismo cita en su Historia de Santo Domingo de México. Siguió el célebre Presbítero Tomás de. Torquemada en su Monarquía Indiana, y es bueno para probar la predicación apostólica en las Indias, aunque concluya como dudando, por su temor al gobierno.
   A principios del siglo XVII escribió otro religioso, el P. Betancourt, probando legalmente que los indios creían y usaban los siete sacramentos, lo mismo el Padre Remesal, cuya obra en América y España sufrió una oposición impresionante y terrible. Por su parte Solórzano, quien trabajó De Jure Indianorum, arremetió contra la idea de que la predicación del Evangelio estuviera hecha por Santo Tomás, aunque se retractó en su Política Indiana, al salir a favor las obras del dominico Fray Antonio Caloncha. Gregorio García, autor de la Historia de los Incas y del Origen de los Indios, apuntó en esta obra lo que refrendó en su Predicación del Evangelio en el Nuevo Mundo, a saber: que se encontró entre los indios toda la Biblia en figuras, cosa que ya Torquemada contaba, que los misioneros habían encontrado en poder de los indios figurados varios artículos de fe, como la crucifixión y resurrección de Jesucristo, y la imagen de la Virgen y de otras dos Santas. Por su parte el P. Calancha, criollo de la ciudad de La Plata, en el segundo tomo de su Crónica de San Agustín del Perú, se ocupa de probar la predicación del evangelio en todas las Indias por el Apóstol Santo Tomás, único en haberse remontado a las naciones de los verdaderos indios, así llamados por el río Indo, y entre los Chinos, libro en que se asienta la dicha predicación por otros, como Fr. Alonso Ramos en su Historia de Copacabana y Rivadeneira en su Flors Sanctorum. Vida de Sto. Tomás y otros muchos. Ahí se ve como,  por los cantos de los peruanos, constaba que un varón blanco, santo, barbado y de ojos azules y pelo largo, vestido de blanco y con capa judía y un libro bajo el brazo y dos discípulos, les predicó el Evangelio, haciendo muchos prodigios, relaciones y señales –las cuales cuadran admirablemente con el Quetzalcóhuatl de México, llamado en Yucatán y Campeche. Cocolacan y Chilancámbal.


   Que Quetzalcóhuatl fuese Santo Tomás también lo sostuvo el célebre cosmógrafo,  matemático e historiador mayor de las Indias, Don Carlos de Sigüenza y Góngora, en su Fénix de Occidente el apóstol Sto. Tomás, y el famoso Becerra Tranco en su Historia de Guadalupe, siendo su juicio de gran peso, por ser obra de gran maestro de la lengua mexicana. Boturini en su Idea de una Nueva Historia General de las Indias prometió probar lo mismo con  muchos documentos que sobre el particular había recogido, y Clavijero en su Storia Anica dél México no se atreve a negarlo. El dominico Burgoa en su Crónica de Tehuantepec apoya la tesis de la predicación de Santo Tomás. Es de la misma opinión el célebre anticuario Lic. Borunda quien ha sostenido el mismo dictamen.
   Mier sostiene no sólo la predicación de Santiago en España, solo que prueba con diez veces más documentos la predicación del Evangelio por Santo Tomás o Quetzalcóhuatl en América, reduciendo toda la mitología mexicana, especialmente la acuñada en los tiempos de los Toltecas o de los dioses así llamados  Tlaloques (esto es, del paraíso) a las figuras de Dios, Jesucristo, su madre, Santo Tomás y sus discípulos, quienes murieron en la persecución de Huémac (Mano grande).
X
   Se ha imputado a los mexicanos antiguos ser adoradores de la serpiente, confundiendo de tal suerte a los mexicanos con los judíos que  llegaron a admirar a la serpiente de metal que Moisés levantó en el desierto, debido a que Quetzalcóhuatl, dios general del Anáhuac, quiere decir serpiente emplumada, llamándose sus santuarios Cohuautépec o Coatépec (esto es, el monte de la culebra) o por adorar a Cihuacóhuatl (o mujer culebra) llamada también Coatlaltona (madre de las culebras) y a su dios Huitzilopochtli, adorando también a Chicomecóhuatl ( o siete culebras) y a la diosa Tzenteutl, llamada Coatlan, Cocomes o Cocohua (esto es, culebras) y rindiéndole culto en lugares como Coatzacoalcos (lugar donde se esconde la culebra), por ser ahí el lugar donde se embarcó y desapareció Quetzalcóhuatl, y Cuatulco, por ser el puerto por adonde anduvo aquel (lugar donde se adora a la culebra), y por llamarse a todo el imperio Colhuacan, traducido por Boturini como el País de la Culebra. Así, México parece el país más culebrero  y enculebrinado del mundo.
   Aún en el templo mayor de toda América ubicado en Cholula (Cholollan) están aún hoy aguardando a un anciano blanco y rubio, de pelo y barba largos, de túnica larga y blanca, con capa blanca sembrada de cruces coloradas, con corona en la cabeza y una tiara o mitra, estando recostado en señal de que lo aguardaran. Se trata del sumo sacerdote de Tula, que envió a predicara sus discípulos a Huaxyacac una nueva y santa ley, prohibiendo los sacrificios que no fueran de pan, flores e incienso, que enseña la penitencia y aborrece las guerras y que trajo muchas cruces halladas después por los españoles, que fue perseguido por el rey de Tula, Huémac, paso hasta Cholula o Grande Tula donde estuvo varios años, yéndose después a Coatzacolco, donde se embarcó para Onohcalco, volviéndose luego a Huehuetapallan en Yucatán.
   En cuanto a Cihua-cóhuatl o mujer culebra, la diosa que detestaba y prohibía los sacrificios humanos, era una diosa blanca, virgen y rubia, que sin lesión de su virginidad parió por obra del cielo al Señor de la Corona de Espinas o Teohuiznahuac, vestida a la manera de Quetzalcóhuatl, llamada también por ello Cohuatlicue, y le decían también Chalchihiutlicue, por su túnica esmaltada de piedras preciosas ( de cueitlt o túnica y citlalín, palabra chinesa que quiere decir estrella). Es decir, manto azul sembrado estrellas, el cual es un símbolo de virginidad o Matlalcueye, llamada por otro nombre Tonacayóhua o Madre o Señora del que ha Encarnado entre Nosotros, y a las cruces Tonacayuitll o Árbol del que Encarnó entre Nosotros. Es decir: que nunca adoraron a culebras como a dioses, sino que la culebra era jeroglífico indicativo de la religión de Quietzalcóatl.


XI
   Todo el error proviene del empeño raro de traducir cóatl o cóhuatl por culebra, significando más usualmente mellizo, porque parecían culebras, usándose la palabra coate para significar gemelo o mellizo y nunca lo usaban para significar culebra. A Quetzalcóahuatl llamaban Ometochtli, cuya traducción es “dos hombres” y llamaban Omecíhuatl a una diosa, que ha de traducirse por  “dos mujeres”; es decir, “mellizo” y “melliza”. Por su parte la diosa Chihuacóatl debe traducirse como aquella mujer que parió dos criaturas juntamente o la que pare siempre mellizos, o aún la que pare criaturas de dos en dos. Fray Bernardino de Sahagún dice que es la misma que Coatlilantona y Mixcohiitl, la virgen melliza o la que pare mellizos, y dice que es nuestra madre Eva, pues la mujer de Adán siempre parió gemelos. En cuanto al significado propio y común de Tomás, por la raíz tam, es el de mellizo -aunque puede significar abismo de profundísimas aguas-, y significa lo mismo que Quetzalcóhuatl.
   El término hebreo taoma significa “gemelo” o “mellizo”, que lo toma del arameo thoma, mientras que la voz griega para el mismo término es dídymos. Es evidente que Tomás significa “taoma”, es decir, dídymos, que en griego es también “gemelo” (Thomas qui dicitur Dydimus). Por ello dice el evangelista San Juan: “Entonces Tomás, el llamado Dídymo...” (S.Juan, 11, 16), y “Tomás, uno de los doce. Llamado Dídymo...” (20,24). Por otros textos, como Los Hechos de Tomás, citas en Los hechos de los Apóstoles, el padre Migne señala que cuando el Señor reapareció en la resurrección lo hizo bajo la forma de Tomás, y que por ello les dijo: “No soy Tomás, sino su hermano”.  Eso tal vez aclara un poco la confusión de los peregrinos de Emaus sobre la resurrección de Jesús y las dudas de María y de algunos de los apóstoles. Como ha observado Alain Desgris se trata claramente de una alegoría, la cual se repetirá en la idea de que la Virgen María da a luz dos niños: Jesús y Juan, es decir, el amor y el conocimiento juntos –lo cual nos remite inmediatamente al mito de Castor y Pólux, los hijos de Zeus que tomó a la virgen Leda bajo la forma de un cisne.


XII
   Si coatl significa “gemelo”, la palabra quetzal significa “pájaro”, pero también “precioso”, “apreciable”, “querible”. En efecto, la palabra elidida o sincopada “Quetzal-li”, se refiere en primera instancia al famoso pájaro criado en las selvas de Guatemala, al pájaro de color verde esmeralda y de dulce canto, preciosísimo, que tiene tres plumas largas y grandes en la cola que pierde cuando se le coge por la pesadumbre. Es también, empero, el nombre distintivo para el aprecio -por caso, solían usar la palabra quetzali (que es también palabra chinesa) para alabar a la muchacha honesta y hermosa, es decir, a la virgen pura, significando entonces continencia o virginidad. El quetzal, o el plumero cuando aparece o se pinta así en los jeroglíficos, es indicio inequívoco  del atributo o la nota de la santidad, el equivalente en la iconografía cristiana de la aureola. Entonces Quetzalcóhuatl no significaría serpiente emplumada solamente, sino simultáneamente el “precioso mellizo”, y por ello estaría asociado al planeta Venus, el gemelo, que es a la vez la estrella de la mañana y la estrella del atardecer.
   Así pues, para terminar sus especulaciones, Carlos María de Bustamente atreve en 1830 una tesis sorprendente y fascinante: que toda la mitología prehispánica puede explicarse a consecuencia del cristianismo, siendo la palabra “Miecsi” igual a Cristo, queriendo decir así la voz “México” donde se adora a Cristo.


XIII
   Quetzalcóatl, dios que barría el camino de los dioses del agua, mediante grandes vientos y polvo, en su atuendo de gran sacerdote del templo tenía por atavíos una mitra en la cabeza, manchada, como de tigre, con un penacho de plumas, el cuerpo y la cara teñida de negro, orejeras de turquesa, collar de oro adornada con caracoles marinos, y a cuestas por divisa un plumaje como llamas de fuego, calzas de cuero de tigre, de las rodillas para abajo, adornadas con caracoles marinos, sandalias teñidas de negro, en la mano izquierda una rodela de cinco ángulos, llamada joyel del viento, y en la mano derecha un cetro o báculo enroscado como de obispo (Fray Bernardino de Sahagún Historia General de las Cosas de la Nueva España, Libro I, Capítulo I, Gg. 5). 
   A todo lo largo de la mitología amerindia, desde México hasta Perú, es uno el mito del pájaro-serpiente –unificado por las antiguas religiones de la cultura del maíz. Así, si el dragón es el símbolo de la omnipotencia imperial china, en tanto manifestación celeste, la serpiente emplumada americana es el dios de la fertilidad, es la madre de la lluvia y el padre el trueno. El doble dios de la fecundidad y de la fuerza, el cual representa a las fuerzas creadoras y ordenadoras de los cielos, siendo responsable de los ritmos de la vida. Es el dios que se encuentra tras la nube de lluvia, especialmente manifestado en el cúmulo de reflejos plateados de mitad del verano. Cuando su negro vientre deja escapar el sudor, la lluvia se manifiesta con su otro nombre: el Dios blanco. Es el cuerpo de la serpiente que lleva sobre sus espaldas el cúmulo de lluvia y en su lengua el relámpago dentado. Convertido en ancestro mítico, es Quetzalcóatl como héroe civilizador, que encarna en figura de hombre y se sacrifica por el género humano.
   Una lectura del Códice de Dresde muestra al águila hundiendo sus garras en la serpiente, para extraer la sangre formadora del hombre civilizado. Sin embargo, se trata del mismo dios-serpiente, que vuelve contra sí mismo al pájaro solar, su atributo de poder celeste, para hacer de su misma sangre lluvia nutricia que hará posible el surgimiento del hombre del maíz. El sacrificio de la nube puede verse entonces como la muerte del deseo en el cumplimiento de su misión de amor.
   Jaques Sustelle ha interpretó el sacrificio de Quetzalcóatl como arquetipo clásico de la iniciación, hecho de una muerte seguida de renacimiento. Más que una figura propiamente solar, a la blanca divinidad se le asociado con Venus. El divino gemelo es símbolo también de la dialéctica clásica: dos que es doble y uno, dialéctico en sí mismo, y a la vez protector de los gemelos. Anunciándose antes que el sol, e igual que él en trayectoria, nace en el Este para ocultarse en el Oeste (Hésperus y Phósphorus), siendo el alpha y el omega de toda manifestación.
   La serpiente mexicana está aureolada por variadas lecturas, de rica elevación o plumaje, llamando la atención la relatada en el mito de los dos soles en su relación con el divino gemelo. Se trata de un mito cosmogónico relacionado con el Juego de Pelota. Así, la serpiente emplumada, entre cuyas virtudes se encuentra la sabiduría no menos que el recato, se asocia también al arco iris. La serpiente de plumas verdes, la serpiente de barbas de lluvia, es también la casa de los rocíos, el señor del alba y el hijo de la serpiente. La palabra sánscrita näga quiere decir a la vez serpiente y elefante, pues el poderoso cuadrúpedo de la memoria es complemento terrestre del principio vital. Cosa análoga sucede en las representaciones del mundo de los maya-quiches de México, cultura  en donde se da la homología entre la serpiente y el tapir. Para los huicholes la serpiente emplumada tiene dos cabezas, abiertas como dos gigantescas mandíbulas por las cuales escupen al sol naciente y engulle al sol poniente. Tal es Quetzalcóatl, el héroe de la leyenda tolteca, cuya soberanía sólo fue sucedida por la hegemonía de México Tenochtlitlan que, lejos de olvidar su figura, hacen de su vuelta en el Quinto Sol una perpetua amenaza al sistema de componendas urdido por los bárbaros Aztecas.
   El Popol  Vuh, libro sagrado de los mayas, narra en uno de sus pasajes como en los lejanos tiempos de la creación del universo dos hermanos (Hunahpú e Ixbalanqué), que representaban el lado luminoso del cosmos, debieron enfrentarse a los seres de la oscuridad en una pugna resuelta mediante un juego de pelota, en el cual se cifra la dialéctica eterna del día y la noche, de la luz y la  oscuridad, de la vida y la muerte. Se trata así de un viaje en que dos hermanos bajan al inframundo. Realizando ahí el deporte ritual del pok a pok y en cuya jugada les va convertirse en el Sol y la Luna. Tal es la hazaña de Hunahpú e Ixbalanqué, que los pueblos mayas conmemoraban en sus ciudades al otorgar un sitio de privilegio en su espacio sagrado construyendo uno o varios juegos de pelota.
   Para la cultura Maya la serpiente sagrada, junto con el jaguar, es el animal que representa mejor las más poderosas expresiones divinas. Los nombres para designar a la serpiente y al cielo (“kumatz”) son voces homónimas. Análogos paralelismos se da en otras culturas: los caldeaos tenían una misma palabra para vida y serpiente, y el arábigo llama a la serpiente con la voz el-hayyah y a la vida el-hayat, siendo El-Hay el nombre de una divinidad suprema, llamada también “el vivificante”, es decir, el que da vida o el principio mismo de la vida. Para los mayas la misma Vía Láctea era vista bajo la forma fabulosa de una serpiente estelar, con las fauces abiertas. “Kumatz” es así el símbolo propio del sacrificio y la trasformación, en donde la serpiente y sus cíclicos cambios de piel indican la potencia del renacimiento.






[1] Pasajes que recuerdan al Profeta del Imperio del que habla el Apóstol San Juan en el libro de las revelaciones, que hacía grandes prodigios, haciendo bajar fuego del cielo a la tierra a la vista de los hombres, y seduciendo a los hombres  para hacer una estatua del Monstruo y que hablara, haciendo matar a todos aquellos que no la adorasen, y cuyo número de hombre es 666. San Juan, Apocalipsis, 13, 11-18