Asúnsolo y Revueltas: Monumento al
General Álvaro Obregón
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
En el año de 1931 Ignacio Asúnsolo se asoció al pintor durangueño Fermín
Revueltas para el proyecto del monumento al Héroe de Nacozari, Jesús García
Corona (1881-1907), humilde ferrocarrilero quien salvó al pueblo sonorense
desviando la maquina 501 que conducía con 4 toneladas de dinamita a punto de
estallar fuera del pueblo. Encargándose ambos artistas personalmente de la
construcción, de diciembre de 1931 a marzo de 1932, juntos diseñaron toda la
estructura del monumento, traduciéndola Revueltas a dibujos y Asúnsolo a
maqueta. Se trata de una estructura de cuerpos geométricos regulares, un
hexaedro de cuatro caras levando sobre una base piramidal. El estilo sobrio de
la composición atendía la idea de reflejar en el cubo central mediante la
pureza de las formas las ideas de justicia, verdad y perfección. Para las
cuatro caras del hexaedro Asúnsolo diseñó relieves de gran simplicidad alusivos
a la acción heroica de Jesús García, siendo añadidas inscripciones igualmente
sobrias sobre las superficies por parte de Fermín Revueltas. La solución
arquitectónica, que contaba con un recinto interior, resulto de gran equilibrio
y elegancia, influenciando notablemente posteriores proyectos monumentales.
La amistad con Fermín Revueltas se prolongaría en el tiempo, colaborando
como un binomio para el proyecto al Monumento de Álvaro Obregón, realizado
entre 1934-1935 en La Bombilla, lugar donde Obregón cayera asesinado apenas 6
años atrás por el fanático religioso de la ACMJ (Acción Cristiana Juvenil
Mexicana) José de León Toral, en el 17 de julio del año 1928, quien se le
acercó haciéndose pasar por dibujante, mientras al fondo interpretaban los
músicos la canción “Limoncito” de Alfonso Esparza Otero.
La compleja estructura debió de ser
decorada en su interior con un mural de Fermín Revueltas, el cual quedó
bocetado, pero la muerte le impidió realizar. Sin embargo algo de su labor
quedó plasmado en los relieves de la parte baja de la cripta, de gran
delicadeza de trazo. De hecho la relación entre Asúnsolo y Revueltas era de lo
más intensa en ese tiempo, quedando impresa la aportación de Revueltas en el
diseño de los relieves del interior del monumento.
Luego de ganar el concurso abierto y al faltar Fermín Revueltas,
Asúnsolo se asoció al arquitecto Enrique Aragón Echegaray para la realización
de la obra, la cual se situó sobre un parque y una fuente proyectada por
Vicente Urquiaga. Se trata de una pirámide truncada, cuyas figuras frontales
representan el Trabajo y la Fecundidad, y las laterales el Sacrificio y el Triunfo
–donde el escultor rinde tributo y enaltece a las figuras de la madre, del
campesino y del obrero.
Se ha dicho que la arquitectura resultó poco adecuada, endeble y baja y
por tanto desproporcionada respecto de las estatuas. Se trata, sin embargo, del
último gran tributo publico a la utopía educativa obregonista y, por lo tanto,
al vasconcelismo que le estuvo desde un principio ligado. Obregón, héroe trunco
de la revolución, dejó también una obra trucada como presidente, sin
continuidad, siendo su figura y obra incómoda para sus sucesores, sobre todo en
el capítulo relativo a la educación. El monumento en realidad resulta
completamente desfigurado en su intención al incluir en el recinto interno el
brazo amputado del Manco de Celaya conservado en un enorme frasco de formol,
como si se tratara, no de un altar al prócer de la patria, sino de un museo o
de circo trashumante donde se exhiben fenómenos de las contingencias genéticas,
desde abortos deformes hasta los misceláneos e indistintos horrores del reino
zoológico. Es también lamentable que los murales destinados a ser pintados por
Fermín Revueltas en el recinto no se hayan realizado, dando todo ello al
interior una apariencia sombría y mortecina.
Al poco tiempo de terminada la obra Aragón Echegaray se adjudicó la
autoría total, jactándose de ser el director de la construcción. Asúnsolo tuvo
que defenderse, desmintiéndolo en un artículo publicado por el periódico El Universal, señalando que la
parte arquitectónica se debía a él mismo, siendo en general las pequeñas
soluciones aportadas por Aragón torpes y filisteas, habiendo sido su ayudante
en la ejecución de la maqueta el señor escultor Mercado. En la revista Reforma
Social Joaquín Fernández del Castillo exaltó la obra, señalando que se trataba
de una cátedra viva, permanente y objetiva, de la revolución social –que quedó
petrificada en su primer proceso: el Sacrificio, el cual al quedar cercenado y
sin cristalizar no alcanzó sin embargo a consolidarse en el paso definitivo: el
Triunfo. Por su parte, en la misma publicación David Alfaro Siqueiros saludó la
obra de Asúnsolo como un impulso hacia la integración plástica entre
arquitectura, escultura y pintura. También celebra que el artista viva el
momento del ahora “sabiendo asirse con talento y energía al carro nuevo de la
historia”.
Hay que agregar que el recinto guardó celosamente durante años el brazo mutilado del "Manco de Celaya" en un gran frasco de formol, como si se tratara de uno de los viejos circos de trashumantes. El Monumento, como quiera que sea, rinde tributo a un gobernante que
apoyó el proyecto educativo más imponente y trascendente de América Latina, y
quien inyecto nueva vida al arte mexicano al dar muros públicos al movimiento
muralista, el cual se expandió en sus primeras etapas del ex convento de San
Pedro y San Pablo a la Escuela Nacional Preparatoria y de ahí a la Secretaría
de Educación Pública.
Posteriormente Asúnsolo
se encargaría de modelar tres conjuntos escultóricos más: el Monumento a la
División del Norte, en Chihuahua; el Monumento a Ignacio Zaragoza, en la
calzada del mismo nombre, bajo el orden de una composición neoclásica, y: el
Monumento a Cuitlahuac, en el Paseo de la Reforma, que hace alusión a una
figura más mítica que heroica, depositando en ella la gravedad del símbolo –un
poco a la manera que hiciera Ramón López Velarde con la figura idealizada de
Cuauhtémoc. Arte completo que añade al refinamiento la función de dar
estabilidad a la ideología de un estado nacional, que supo aliar al clasicismo
lo mejor de las vanguardias y del antiguo arte mexicano, de manera contenida,
mirando, pues, al futuro, sin olvidarse del pasado.
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