Ángel Zárraga: del Cubismo al Futbolismo.
Por Alberto Espinosa Orozco
I
Como a pocos estados de la República a
Durango le ha correspondido entre sus privilegios el don del arte. En la
llamada Escuela Mexicana de Pintura deben contarse una corte de poderosos
astros mayores que aunque presentes en el segundo plano de las difuminadas
lejanías del Nor-Oeste mexicano, constituyen por si mismos otras simas del
esplendor estético: me refiero a los tres titánicos talentos durangueños
de Ángel Zárraga (1896), Fermín Revueltas (1902) y Francisco Montoya de la Cruz
(1900). Aunque muchas veces vilipendiados por la cultura oficial de su estado,
estos tres genios regionales del arte nacional representan por su valor como
ejemplo de vida y en el profesionalismo de su obra sendas concepciones del
hombre, de México y el mundo a la altura histórica que en suerte les tocara
representar para dar testimonio de ella, colaborando así a dar sustancia
visual a los ideales más acendrados de la patria, siendo por ello personalidades
históricas, que trascienden los límites de su existencia individual y
cronológica para ser presencias vivas en nuestro horizonte, montañas de luz
inamovibles por las turbulencias históricas, muchas veces procelosas, del río
del tiempo. Ángel Zárraga Argüelles por sí mismo es y complica así al
dilatado mundo de la más alta y profunda cultura estrictamente contemporánea,
con sus picachos y sus cimas, siendo por ello plenamente actual.
Ángel Zárraga nació en la Ciudad de Durango,
en el barrio de Análco, el 6 de agosto de 1886 y murió en la Ciudad de
México en 1946 a los sesenta años de su edad. Hijo de un prestigiado
médico de ascendencia vasca, Fernando Zárraga Guerrero, y de Guadalupe
Argüelles, de ascendencia francesa, quien lo enseñó desde pequeño las
oraciones a San Jorge y al Ángel de la Guarda, a rezar arrodillado y misterios
del culto y la vida religiosa, en el año de1893, a los 7 años de edad,
tiene que trasladarse con su familia a la Ciudad de México debido a un
infortunado descuido profesional de su padre, quién no obstante llegó a ser en
la gran urbe notable catedrático de la Escuela Nacional de Medicina.
De joven estudió en la célebre Escuela
Nacional Preparatoria, en pleno barrio universitario de San Ildefonso, ingresando
en 1899 a los 14 años de edad al seno de una cultura floreciente
comandada por Justo Sierra, Amado Nervo y Ezequiel A. Chávez. Posteriormente
estudia en la Academia de San Carlos teniendo como compañeros a Diego
Rivera y Saturnino Herrán. Orfebre del claroscuro aprendido del maestro
generacional Germán Gedovius y del neoclasicismo de Santiago Rebull, pronto se
impregna del simbolismo funerario de Julio Ruelas, formándose en los rigores
más exigentes del oficio, lo que le permitiría desarrollar una técnica segura y
triunfante. A Carlos González Peña le confesaría un día Zárraga no sólo que
Julio Rulas fue su primer maestro, sino que tuvo el privilegio de ser su único
discípulo. En efecto, por arcano afortunado en 1903 se le otorgó al grabador
zacatecano el Taller de Modelado en Yeso, donde por afinidades electivas imanta
al joven Ángel Zárraga, marchando al finalizar ese año a Paris, donde muere de
tuberculosis en 1907 a los 37 años de su bohemia edad.
Para descifrar los misterios del simbolismo
Julio Ruelas (1870-1907) tuvo que viajar en 1892 a Alemania, becado
por Justo Sierra, para estudiar dibujo en laAcademia de Artes de Karlsruhe,
profundizando en el estudio del grabado al aguafuerte en la capital francesa en
taller del grabador Joseph Marie Cazin. A su regreso Ruelas se refugió en la Revista
Moderna de José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G. Urbina y Rubén Darío,
dirigida por Jesús E. Valenzuela, desarrollando la imaginación sombría en sus
viñetas macabras, donde desfilan el dolor de la angustia y el tormento de los
suplicios fantasmales que roen el alma para dejarla en ruinas.
Quedó marcado desde el principio por el
simbolismo vanguardista en boga representado inmejorablemente por Julio Ruelas,
pues tal corriente estética era una respuesta a la época y altura histórica,
reaccionando en contra del racionalismo y materialismo científico al expresar
los estados del alma extremosos bajo el escorzo de los temas extremosos ellos
mismos: la enfermedad, la muerte, la pasión sexual y los terrores ocultos de la
crueldad o del pecado, hasta incursionar por los pasadizos y precipicios de lo
sobrenatural, el misticismo y el ocultismo. Pronto el joven artista queda
inscrito al grupo del poeta y fiel amigo José Juan Tablada y para 1903 ingresa
a la Revista Moderna como escritor y viñetista, gracias al
reconocimiento de su primer maestro, el enigmático y perturbador grabador
zacatecano Julio Ruelas, de quien aprendió los principios de una especie de
exquisito simbolismo, de carácter fantasmagórico y alemán –en donde hay que
buscar, junto con Clemente Orozco y su maestro Posada, las raíces y el humus
del más profundo simbolismo mexicano.[1]
Una década después de aquel afortunado
inició espiritual pinta su Martirio de San Sebastián (1911), tomando
como modelo a su amigo Modigliani, por lo que es comparado con Fra Angélico y
Tintoreto; también el extraño y suntuoso lienzo de profundo hieratismo: La
Adoración de los Reyes Magos, que fue la admiración delSalón de Otoño de
París en 1912, sólo comparable con las obras de los más altos maestros del
género: Gustav Klimt, Gustave Moreau y Dante Gabriel Rossetti, pues en él logra
la difícil conjunción entre la modernidad y su necesidad de riqueza (gloria)
con sus enseñanzas del simbolismo en su fase espiritualista: el de la evocación
y apoteosis de la gloria en la inmortalidad de lo divino.
Ángel Zárraga emprende pronto el viaje a
Europa, del que regresó después de 37 años, siendo testigo de la
destrucción moral y material de Europa al iniciar la Segunda Guerra Mundial. En
ese lapso de tiempo visita su patria solamente en cuatro ocasiones: en 1907,
1910, 1914 y 1929, siendo esta última especialmente desafortunada por las
turbiedades del clima político creado por sediciosos y calumniadores
socialistas de buró, quienes en delirantes filosofías especulativas sospechan
de su desarraigo para acusarlo de antinacionalista, clerical y hasta de
cristero. Vuelve definitivamente a México en 1941. y muere un lustro más tarde,
en 1946, cuando pintaba uno de sus murales más importantes en la Biblioteca
México de la Ciudadela.
II
En 1904, a los 18 años de edad
inicia en Francia, apoyado por Justo Sierra, su peregrinaje europeo: estudia en
Bélgica las antiguas técnicas pictóricas, viaja a España y se inscribe en el
taller de Ignacio Zuluaga (1905-08) y posteriormente en el de Joaquín Sorolla (1863-1023);
estudia en el Museo del Prado a el Greco, Tiziano, Goya y Velásquez y
en Italia a los maestros del renacimiento florentino, especialmente a
Botichelli y el Tinttoreto, en 1910, hasta que se establece definitivamente
en París en 1911.
Puede decirse del pintor que tuvo una
madurez precoz. En las primeras obras maestras de Zárraga se muestra como todo
un maestro del realismo costumbrista español... a los 20 años de edad. De esa
etapa son los lienzos Mujer de Sevilla, 1906. El Hombre del Paraguas,
1906. Retrato de una anciana, (Toledo, 1906) y La mala Consejera (Segovia,
1907), La mujer del espejo (1907), El viejo del
escapulario (1907). Estudio de Cabeza de Mujer (1908). Retrato
de Mujer (S/F). Telas en las que logró fijar y exteriorizar con una
sensibilidad insólita el gran drama humano. Expresó como ninguno otro los
diversos estados del alma española provinciana y pueblerina, sumida en el
estancamiento histórico y en la decadencia espiritual. Tomó sus modelos de los
tipos populares, registrando el carácter étnico en sus modelos callejeros,
sumando al ascetismo de la pintura española la gracia florentina para poder
expresar una esencia histórica de la cultura peninsular y más aún: de la
condición humana. Sus figuras no son así personajes cualesquiera, sino
caracteres populares, que son más que tipos verdaderos arquetipos o figuras
filosóficas o esenciales de un pueblo.
Ángel Zárraga, hombre de inspiración
razonada y de carácter metafísico, supo poseer un foco orientador religioso para
rozar una mística. Desde temprano dominó el arte del retrato, el cual consiste
para el pintor en trasportar la expresión psíquica del retratado al resaltar un
rasgo de los demás, que surgen amortiguados o atenuados contribuyendo a
realizarlo en la unidad de un carácter. Pintó, no sin piedad, las misteriosas
congojas y pésames inevitables del pueblo español (El viejo del escapulario)
y las atmósferas de maleficio de la jadeante miseria (La mala consejera, La
mujer del espejo), no menos que cifrando en algunas de sus figuras la
divina gracia de la radiante esperanza que no muere aún en la resignación
irónica (Estudio de Cabeza de Mujer). En efecto, bajo la dirección e
influencia de Zorolla y Zuluaga logra sus más perfectos retratos psicológicos o
de tipos humanos, logrando la majestuosidad del claroscuro.-siendo comparado
por ello con el Españoleto.
Se ha dicho
que lo luminoso o lo auroral es lo esencial en la obra de arte. Es verdad.
Porque a pesar de que en esa época el pintor revela los terrores y profundos
secretos del alma española, no hay que obviar el hecho de tratarse de uno de
los sentidos de la cultura mexicana, siendo por ello sus pinturas poderosos
cristales de refracción de nosotros mismos, de una de nuestras raíces, es
cierto, muchas veces sumidas en las sombras en que les dejó la caída de la grandeza
conquistada en las colonias explotadas de ultramar.
III
El movimiento cubista lo iniciaron los pintores
olvidados Meztinger y Alberto Gleizes, acompañados por el parco y precario
pintor español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso francés Fernando Léger
y el astuto italiano sin imaginación plástica Severini; Diego Rivera,
Pablo Picasso, el poeta Guillaume Apolinaire y Ángel Zárraga completaban la
baraja.
El hoy abuelo y tatarabuelo durangueño Ángel
Zárraga encabezó marginalmente junto, con un puñado de inmigrantes latinos y un
cuarteto francés, el movimiento más importante que sacudió la estética
contemporánea, cerrando con broche y oro los límites extremos del arte de la
representación y la figura. No es de extrañar que la imagen de México con todo
su exotismo se repitiera con frecuencia ente los grupos cubistas.
Junto con George Braque y los españoles
Pablo Picasso, Juan Gris y el mexicano Diego Rivera, experimentó una especie de
geometrismo extremo de feroz facetismo, diríamos ahora de-constructivo,
en cierto modo derivado de Cessane y Matisse, para crear el cubismo sintético,
grupo que por tal aportación al arte universal es por ello conocido como la
famosísima Escuela de París, en cuyo núcleo, el Centro de Arte
Vanguardista, se investigó las formas adaptables a la geometrización angular y
la concepción sintética del movimiento -taller y tertulia en la que
giraban Jaques Villón, Marcel Duchamp, André Lothe, Robert Delaunay y
Francis Picabia. El artista mexicano formó parte también de laAsociación de la
Sección de Oro de Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris,
donde Ángel Zárraga aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos
conocimientos sobre la proporción aúrea o la divina mesura, secreto de
secretos aprendidos en la Academia de San Carlos gracias a las
lecciones del maestro Alberto Lanndesio, Santiago Reboul y Germán
Gedovius.[2] Difícil
hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
La experimentación vanguardista es la
consecuencia última en el plano estético de los movimientos revolucionarios de
inicios del siglo XX. Empero, la verdad es que el cubismo no fue sino una
reacción antiimpresionsita, un formalismo o mera búsqueda de la forma surgido
del fauvismo y su especulación del color por parte de “las Fieras”. La raíz del
dogma cubista vino de la sentencia de Cezanne: “¡Todo es cilindros, conos, esferas!” Arquitectura moderna, habría
que agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura ocurrió
cuando Zárraga agrega a la intersección de los planos las relaciones
complementarias de las formas, los contrastes simultáneos de las formas
mismas... y el conflicto terminó en desastre, porque la consecuencia del movimiento
revolucionario cubista fue su pronta osificación en ortodoxia, en donde todo se
estropeó, desgarrándose entre equipos rivales. Y es que sumados al equipo
teórico entraron en escena los poetas Jean Cocteau, el viajero suizo Blaise
Cendrars y Pierre Reverdy, siendo éste último quien termina por imponer una
dictadura puritana que prohibía pintar retratos y paisajes, admitiendo sólo las
naturalezas muertes de mesas de cafés y guitarras –intento, pues, de reducir
sintéticamente a los Picasso, Rivera y Zárraga a meros epígono del
limitado Juan Gris.
Desde temprano Zárraga presintió el peligro
latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de
los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su
pintura la experiencia cubista una revolución de formulas emancipadas y el
rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde fue, en su conjunto, un error, una experiencia
equivocada, un movimiento frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su propia
ruina, pues acarreaba como consecuencia una dolorosa enajenación mental,
producto de la abstracción de los otros, de si mismo y de Dios Porque en el
fondo las ideas de Gustave Couvert sobre la pintura por la pintura,
implicaban la negación del ideal cristiano, cimiento profundo en la historia
del arte occidental.[3]
De ahí vino el desastre que acarró todos los
desastres: ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver
insolubles problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en
pinturas, sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor
espiritual Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso, con
radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del
renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración
dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico,
con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.
Son del pintor durangueño dos soberbios
cuadros clásicos de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para volverse
verdadera mutación central: Niña con torta, 1917 y El
Lector Juan Ramón Jiménez, 1917, a los que habría que sumar
el bodegón heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha, de
1922 En efecto, de aquella experiencia frustrada dejo, no obstante, cuadros
memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del poeta
español El Lector Juan Ramón Jiménez.[4]
Obra revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus
jugos nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni
siquiera se acercaran a morderlo u olerlo. El pintor durangueño, que desde un
principio derrotó en Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos,
especialmente en el arte del retrato, aporta así a la tradición del arte una
imagen perfectamente cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación
que le es propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar
de los volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica
buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos
lumínicos, sino algo más aún: el encuentro con una especie de estridente aura
en calma de fija firmeza la cual, por decirlo así, nos da en un hojear de su
presencia estructural la representación del poeta (del más alto poeta
intelectual español de la primera mitad de siglo), en gélidos términos de
rigurosa arquitectura, es cierto, más mágicamente compensados por la
calidez conmovedora del color.
IV
Sin embargo la experiencia vanguardista fue
una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo
impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato
de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera impresión
sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud y hasta
mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias arrojadas
por el movimiento Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve entonces a
los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía humana y el
denudo femenino, encontrando, en una pintura deportiva formidable, la
esencia del hombre genérico.
¡Volver a las fuentes!, es entonces su
divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica
al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más
profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro
tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra
espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la
espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica
del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese
periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la
mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto
deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su
naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así la maravillosa
mecánica del cuerpo humano que aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el
Dr. Fernando Zárraga a disectar cadáveres.
En La bañista sus pinceles se
empapan de color, de mar, de aire y de oro viejo. Porque si sus figuras guardan
siempre algo del hieratismo hindú, propio también de nuestra cultura, en la
frugalidad del color, en la paleta restringida y en la inmaterialidad de las
tinturas hay algo de la elegancia añeja de la decadente inercia ajada española,
algo también de la frugalidad franciscana propia al principio de belleza
ascética y cristiana, lo que da a la pincelada esa alquimia de gran finura de
prodigioso naturalista sintético.
Aunque Ángel Zárraga tuvo una hija, llamada
Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su segundo matrimonio con
la suisa-alemana Maria Luisa Gysi, lo cierto es que en su primera estancia en
París vivió durante años con una maestra de gimnasia y deportista,
llamada Junnette Ivanoff, quien fuera además su modelo y protectora de 1919
a 1924 –otro paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus
estudios europeos practicando el costumbrismo español y de participar
activamente en el movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer
eslava: la pintora Angelina Beloff, su primera esposa. Por su parte Ángel Zárraga tuvo una hija, llamada Clara Bernadette y un hijo,
Fernando, en México, de su segundo matrimonio con la suisa-alemana Maria Luisa
Gysi.
La crisis de angustia profunda que deja como
herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes discusiones
teóricas del movimiento estético por el encabezado lo hacen caer enfermo
en el año de 1918. Durante su enfermedad decide organizar su vida, casándose
con una bella y atlética joven cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener
oculto. Hay quien afirma que no era rusa ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino
polaca, cuyo verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de
una fuerte personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada
en los problemas de estética. Se ocupa del pintor quien recupera la salud
física y se casa con ella en 1919, viajan a California para luego vivir juntos
en el número 9 de los Chaletres Talleres de la Cité des Artistes, en el
boulevard Argo. Son de esa época los cuados que nos visitaron: Estudio
de Mujer, 1917; Las Futbolistas, 1922; Mujer
de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922; Paisaje, S/F.
Jannette Ivanoff fue una futbolista de fama
y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París,
que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con
las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault . En 1924
pinta una serie de grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son
comprados de inmediato por el periódico Excelsior de París –y así
como fuese el Fray Angélico del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del
Fútbol. En efecto, en los cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso
expresar la mística de la acción y de los deportes, donde desarrollar el valor
de la voluntad y la fuerza moral aportada por la disciplina. En realidad se
trata de un empeño del artista por volver al estudio del hombre y de su
inalienable esencia. Así, Zárraga continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva
del cuerpo humano, en especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje
de la expresión mímica humana en términos de un formalismo absoluto, aunque
ciertamente amable y aún decorativo, con el cual logra profundizar en la
sicología. y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo, alcanzando
figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad. Se le ha reprochado
que en tal obra lo que se expresa no es más que el culto a la figura, al
hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y serenidad.
Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de los
deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. No es
verdad. Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir más bien, como no
ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del
pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época
efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el
artista en un retrato a su primo coterráneo, el actorRamón Novarro (1919-1920).
A la búsqueda de valores clásicos de pureza
inmanente el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social,
cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de
voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en
efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos
deportivos, para enseñarla en México, donde abundan los soñadores, a
perfeccionar la molicie ola descompostura del cuerpo por el deporte.
A lo largo de su extensa obra el pintor
durangueño desarrolló toda una filosofía del cuerpo, refinando en ese
tiempo su visón del movimiento, ya que fue un gran aficionado a los estadios y
a las competencias atléticas, a las carreras a pie, al fútbol, al básquetbol, a
la natación. al rugby, al tenis. A su prodigioso instinto de pintor se sumó el
más cultivado talento hecho de afinamientos sucesivos y auroleado siempre por
el buen gusto, un poco seco, y la elegancia de un paradójico espíritu: sereno y
a la vez ardientemente cultivado.
V
Torpemente se ha querido retrasar el triunfo
de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura francesa y su
espíritu religioso –porque la actitud característica de la reacción ha sido
siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida radical y
desinteresada del espíritu, ya sea en política, literatura, religión o arte.
Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo siendo
radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda alguna,
la legada a su patria por los experimentos franceses aportados por el atlético
y culto pintor cubista durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
Pintura soberbia fue el cubismo, experimento
de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una
reacción: el retorno, pues, a la verdad humana. La historia
puede verse como una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de
retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió
el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres. Porque el hombre, ese
animal, esa máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a
él pertenece, siendo en la constitución humana los polos equilibradores,
centradores de la vida y de la salud los planos físicos y espirituales
–teniendo la grandeza física su escenario en los grandes estadios deportivos,
la espiritual su mejor representación en los templos Su idea: la
purificación del templo del cuerpo por el deporte y del cuerpo del templo
por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
Por último, hay que señalar que el retorno
al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza
humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica
a México. El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo
vertió el pintor entonces en términos de piedad, de simpatía y compasión por
los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros más significativos, La
niña de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de
concentración humanista, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa
sencillez y resistencia, y a la discreta actitud frugal propia del alma
mexicana. Lienzo de luminosa y dulce
frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un
tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona.
Ángel Zárraga descubrió así en el
radicalismo francés las raíces del laicismo mexicano y de la conciencia social,
intentando con el dinamismo y modernidad de su pintura contrarrestar el
enquistamiento de nuestra raza, tendiente a la moribundez. También encontró en
él la liberación de la conciencia individual, encontrando en las imágenes de
los templos lo más mexicano de nosotros mimos y de nuestra conciencia
individual, pues en las figuras sacras de las iglesias pueblerinas y regionales
está depositado el sentimiento más íntimo del alma nacional y la expresión
visible de nuestra especial manera de sentir la vida, cuyos hábitos religiosos
y anhelos de reconciliación y redención divina se trasminan en el arte popular,
haciéndolo así inigualable por su carga de interés trascendente, factor que da
cuenta del refinamiento en su elaboración.
Empero, en el medio académico ha sido sólito
propalar un falso laicismo también, que lo vulgariza al desviar su significado,
interpretándolo como falta de religión -equívoco que hay que disolver, pues ha
causado, sobre todo en la escuela misma, la depravación de los espíritus.
Porque el concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El
laicismo, en efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se
deslinda por tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia
personal, justamente –por considerar que la conciencia social no debe
supeditarse a doctrinas o sentimientos reaccionarios o ser esclavizada por
doctrinas y sentimientos oscurantistas de la conciencia individual. En la
sociedad laica la doctrina religiosa, en efecto, deja de ser el fundamento de
la sociedad, la cual admite así que no se funda en ninguna doctrina, sino
directamente en su propia experiencia histórica y en su tradición. Principio de
realidad y de libertad, pues, que desencadena las almas de su grillete a
círculos sociedades detentadores del poder o de la organización social. Así, es el primer deber
de la sociedad laica es imponer la obligación de liberar la cultura de la
sociedad de grilletes impuestos por sociedades cerradas, para que ella se
realice tal y cual se da en su despliegue como cultura positiva y concreta.
Así, el laicismo no es sino la conciencia positiva de que la cultura y su
contenido (de arte, ciencia, técnicas, ideas e instrumentos de producción)
pertenecen de modo radical a la nación al través de la sociedad –y no de modo
histórico o tradicional a una clase, sea clerical, capitalista o proletaria.
Es así como la nación encuentra su fundación
en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma, que se da
ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces la
estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase
privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo su estatuto,
sino precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre
fundándose a sí misma. El laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad
social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta
de la sociedad de sus grilletes o ataduras convencionales, siendo por ello el
objeto de la conciencia social –no de la
conciencia individual, tampoco del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo
revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático
de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho
menos una ortodoxia o un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la
experiencia reformista de la sociedad como libre, producida en
el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la
responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación
con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa
heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo en el fondo laicismo y radicalismo una misma actitud de
espíritu.
Es por ello que la doctrina viviente de la
revolución mexicana está presente de forma silente, enclaustrada en la
profundidad de su cultura y en mucho está codificada en su pintura. Así, lo
verdaderamente revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte nacional
–pero también la idea de la salvación de las culturas nacionales por la
cultura, de donde se desprende el programa de estudio de estas realidades para
la potenciación de los valores propios, como una salvación de las
circunstancias en donde se da una síntesis ponderada de mexicanismo y
universalismo, de civilización y humanismo.
[1]
En 1907 traba amistad
con los miembros de la Sociedad de Conferencias,
presidida por Antonio Caos, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Isidro Fabela
y José Vasconcelos, la cual se convierte en 1909 en el renombrado Ateneo
de la Juventud. Se trata de la Generación del
Centenario.
[2] Posteriormente
tal corpus de conocimientos clasicistas fue vuelto a compilar por Santos
Balmori Picasso en el libro Los Secretos de la Sección Áurea,
publicado hace años por la UNAM.
[3] Ángel Zárraga
practico la poesía continuando sus ejercicios en París donde, junto con su
amigo Guillaume Apolinaire, desarrolló una especie de catolicismo modernista.
Se publicaron en aquella ciudad sus libros de poesía: Oda a la Virgen de
Guadalupe (1917), algunos de cuyos versos aparecieron en la revista mexicana de
Contemporáneos; Tres Poemas (1934); Oda a Francia (1938) y; Oda a la Victoria
(1939). La editorial de la Revista Ábside publica su libro Poemas 1917-1939 con
prólogo de Alfonso Reyes.
[4]
Fue
también uno de los grandes retratistas del siglo, pintando desde Ramón del
Valle Inclán y Juan Ramón Jiménez a
Ramón Novarro y Dolores del Río, pero también a lo mejor de la sociedad
parisina, como Lucien Romier, Henrrí Beqhín. O madame Charles Brousse, siendo
memorable el fantasma tomado a su amigo el mundano pintor Pierre Bonard a los
46 años de edad, teniendo Zárraga 25 años de edad, en 1912, gozando así en su
carrera de un modesto éxito económico
que le permite establecerse en la capital del arte, justamente cuando Heminguey
la recuerda en su inolvidable novela de costumbres Paris era una Fiesta. . Retrató
a Diego Rivera en Toledo en 1912.
A los que hay que sumar los retratos efectuados en su
última estadía y arraigo final mexicano: Los niños Carlos y Luis Prieto, , la Señora
Hilda Leal de Gómez y su hija Esther, La Niña María Eugenia Souza y Beatriz
Asúnsolo con vestido de primera comunión.
falta la de los reyes magos
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