martes, 23 de diciembre de 2014

Palacio de Comunicaciones Por Alberto Espinosa Orozco



Palacio de Comunicaciones 
Por Alberto Espinosa Orozco



 I
   En el predio que hoy ocupa el Museo Nacional de Arte (MUNAL), frente al cual se encuentra una pequeña plaza donde se ubica la escultura de El Caballito, se erigió el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, inaugurado en 1910. En ese mismo lugar estuvo antes el Colegio Jesuita, construido de 1626 a 1642, abriéndose entonces el noviciado jesuita teniendo un amplio departamento para los “ejercicios espirituales” y contando además con una iglesia, en lo que es hoy la calle de Xicoténcatl.



   Sin embargo, en la madrugada del 25 de junio de 1767, fiesta del Sagrado Corazón, por órdenes del Rey Carlos III de España, se presentaron las fuerzas armados del virreinato en la Casa de la Profesa y en todos los colegios de la Nueva España, incomunicaron a todos los jesuitas con la ropa puesta y los pusieron presos para enviarlos desterrados a España. La extirpación de los jesuitas se debió a que, a diferencia de otras órdenes religiosas que aceptaban derechos de la Corona de privilegio con la Iglesia, la Compañía de Jesús se negaba a negociar con los poderes de los estados no católicos. La propaganda oficial, en cambio, argumentó que los jesuitas se habían enriquecido enormemente en las misiones. Aunque la indignación popular alcanzo tintes de alarma en Pátzcuaro, Guanajuato, San Luis de la Paz y San Luis Potosí, la ejecución de 69 manifestantes y las amenazas y llamados a la sumisión a la Corona sofocaron pronto el conflicto. Al llegar a España los jesuitas fueron expatriados nuevamente a los Estados Pontificios, llegando en estado miserable hasta septiembre de 1768. La Compañía de Jesús no pudo regresar a México sino hasta el año de 1813.




   El Colegio Jesuita quedó así abandonado por un tiempo, hasta que en 1771 el Arzobispo de México Alonso Núñez de Haro y Peralta pidió que lo cedieran al clero para crear un hospital. Se fundó así una Casa de Asistencia, dotada con sus propios fondos, construida con el nombre de Hospital de Santa Ana, aunque a partir de 1776 llevó el nombre de Hospital de San Andrés, dado que el patronato de la fundación tenía a la cabeza a Andrés de Tapia, siendo conocida la calle como de San Andrés, hoy Tacuba. Alonso Núñez de Haro y Peralta (1729-1800), noble de Cuenca descendiente de los Núñez de la Chinchilla de Albacete, España, doctorado por la Universidad de Boloña, fue Arzobispo de México de 1772 hasta el día de su muerte, en 1800. También fungió como Virrey interino durante tres meses, del 8 de mayo de 1787 al 16 de agosto de 1787. Fundó a su llegada a México en 1770 el Colegio de Tepozotlán, Seminario de Instrucción, Retiro Voluntario y Corrección, equivalente a una especie de cárcel para eclesiásticos. En 1771 reordenó la residencia-seminario jesuita como hospital con apoyo oficial, aunque en responsabilidad de la Arquidiócesis. El edificio con 1000 camas divididas en 39 pabellones, contaba con departamento de disecciones y autopsias, la mayor farmacia de la Nueva España y un laboratorio. Debido a la fuerte epidemia de viruela que asolaba la región en 1779, el Virrey Martín de Mayaga ordenó que se instalaran 500 camas más. En 1788 mandó trasladar al Hospital de San Andrés el Hospital del Amor de Dios, ubicado en lo que es hoy la Academia de San Carlos, el cual había sido fundado por edicto de Carlos V y la intervención del obispo Fray Juan de Zumárraga en 1539 para tratar el "mal de bubas", el cual había decaído luego de casi siglo y medio de atenciones y estaba en plena decadencia.



   Con las Leyes de Reforma, el Hospital de San Andrés paso a manos del gobierno federal, siendo demolido el Templo de San Andrés en el año de 1868 para abrir una calle y modernizar la ciudad, la cual fue bautizada con el nombre de Felipe Santiago Xicoténcatl, héroe del Batallón de San Blas que defendió Chapultepec de la invasión estadounidense en 1847, cayendo a las faldas del cerro en la defensa del Castillo de Chapultepec, luego de animar a sus compañeros en la lucha al tomar la bandera de su escuadra estando doblemente herido. El batallón fue destruido por los estadounidenses y Santiago Xicoténcatl inhumado en la capilla de San Miguel Chapultepec envuelto en la bandera de su batallón, de donde fueron trasladados sus restos al Panteón de Santa Paula y luego al Panteón de San Fernando. En el centenario de su muerte, en 1947, sus reliquias mortales fueron incineradas y depositadas en el Altar a la Patria del Bosque de Chapultepec, donde descansan en una urna de cristal. Una estatua en basalto de Sebastián Ledo de Tejada depositada en esa calle rememora la decisión modernizadora tomada por el senador de la república. 
   A un lado de la Plaza Sebastián Lerdo de Tejada, localizada a un costado del MUNAL, puede verse el edificio del Siglo XVII que fuera sede del Senado de la República, en funciones en ese sitio hasta el año de 2010, que se conecta con la Plaza Manuel Tolsá, donde se encuentra la famosa obra de su autoría "El Caballito", con la efigie del rey de España carlos IV, símbolo de la ciudad de México y de los avatares de la república. La antigua casona de Xicoténcatl #9 es hoy archivo histórico y biblioteca. 
   El edificio del Hospital de San Andrés fue finalmente demolido en el año de 1906 para construir el Palacio de Comunicaciones, sede de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. 







II
El Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas se erigió en la calle de Tacuba #8, levantado sobre los cimientos del antiguo Hospital de San Andrés, como un símbolo más del ostentoso ajedrez de edificios monumentales del decorado porfirista, hecho con el propósito de mostrar los símbolos del progreso y avance de la nación en una dirección cosmopolita. La obra fue aprobada en 1902 por el Secretario de Comunicaciones Don Leandro Valle, pensando que se ejecutaría frente al malhadado Palacio Legislativo Federal, que nunca se terminó.


La obra del histórico edificio se inició en 1904, aunque emplazada frente al Palacio de Minería del arquitecto Manuel Tolsá, en los terrenos del Hospital de San Andrés, que mudó de nombre en la época republicana para llamrse Hospital de González Echeverría. El suntuoso palacio fue pensado para dar albergue al Ministerio de de Comunicaciones y Obras Públicas, como recinto estatal del gobierno federal, cumpliendo con funciones de oficinas y salas de recepción internacional y se terminó entre 1911 y 1913, en base a un proyecto del ingeniero italiano Silvio Contri, por lo que no pudo ya ser inaugurado por Porfirio Díaz, llamándose después la dependencia Ministerio de Comunicaciones y Transportes.[1] El mismo arquitecto italiano Contri se encargó del proyecto y diseño de otros edificios emblemáticos del porfiriato, como son: el Palacio del Instituto Geológico Nacional (1900-1906), el Hospicio de Niños (1904), el Hospital General (1905), el Palacio de Justicia, el Manicomio General y el Monumento Hemiciclo a Benito Juárez.



[1] El Hospital de San Andrés, de la Compañía de Jesús, formaba parte de de todo un corredor de hospitales virreinales, que se extendía por la calle de Tacuba hasta el Hospital de Belén, y el que llegaban hasta la plaza de Santa Veracruz (en Avenida Hidalgo), donde hoy se encuentra el Museo Franz Mayer












III
   En lo que se refiere a su estilo puede decirse  que corresponde a la ascensión de la modernidad que, atravesando las épocas, puso como valor máximo el cosmopolitismo y la sofisticación, logrando con ello pretendidamente la universalidad a la que aspiraba el ideal del nuevo dios: el progreso. Su estilo es el eclecticismo académico – tan repudiado por principio por Frank Lloyd Wrigth y su escuela racionalista, que detestaban la decoración. Su ideal bien entendido, tal como la expresó Adamo Boari, era no repudiar el pasado, sino modernizar sus formas artísticas. Así, a la idea ecléctica académica se sumó la fuerza del renacimiento y las sombrías exquisiteces del gótico, dando por resultado un historicismo de carácter más bien racionalista (por influencia del positivismo decimonónico). Se trataba, pues, de un clasicismo neorenacentista cuyo historicismo apreciaba la apariencia formal, más como un modo, manera o carácter, que como un estilo. Sin embargo, la heterogeneidad de maneras mezcladas dio cuenta de una cultura más bien inestable y no integrada, cuya frenética interacción de estilos ponen el acento de las nuevas ideas propagadas por los modernos, tanto en la idea de la libertad de la elección individual como en la técnica moderna, que permite la combinación audaz de materiales y la incorporación de equipos mecánicos de construcción. De hecho lo que se buscaba era la invención de una especie de “clasicismo suprahistórico”, tal vez inalcanzable, cuyos puntos más débiles fueron la afectación de cierto excentricismo, del frío racionalismo abstracto y aun de un vertiginoso anacronismo –todo lo cual da al recinto una impresión de desequilibrio y en cierto modo estrambótica de “cangrejo cronológico”.












La ornamentación y la decoración, contratada por Silvio Contri, prácticamente en su totalidad por casas extranjeras, corrieron sobre todo a cargo del artista italiano Mariano Coppedé y su familia, incluyendo tanto los trabajos de herrería y el magnífico temple de la escalera principal, como otro más en el salón principal. La cimentación y estructura de hierro con alma de acero estuvo a cargo de Miliken Bros, así como los trabajos posteriores de los pisos y entrepisos y vigas de techumbres –misma compañía que cimento el Palacio de Bellas Artes, el frustráneo Palacio Legislativo y el Palacio de Correos. Las piedras de cantera fueron fabricadas por Prieto, Bazane & Mugnani y para la ornamentación de ellas se contrató por dos años a seis canteros italianos, mientras que los azulejos estuvieron a cargo de la Cia Mosaic Tilec. Otra parte de la ornamentación en piedra, hecha también en Florencia, es toda ella extraída de moldes renacentistas italianos florentinos, especialmente de la época de los Médicis.





















Los trabajos de decoración se mandaron traer desde Florencia, estando casi todos ellos monopolizados por el artista florentino Mariano Coppedé. Los trabajos de herrería, de hierro y de bronce, pero también los vitrales o emplomados, fueron encargados a la Fondearía Pignone, de Florencia, siendo subcontratados al mismo artista para sus diseños, así como otorgándole los diseños de la herrería de puertas, escaleras de mármol con herrería de bronce, de los interiores y de la mueblería, las pinturas decorativas, el yeso para los estucos y los techos de madera -que llegaron a México ya acabados, listos para ser ensamblados. La escalera, que puede considerarse en si misma una obra maestra, aunque tiene algo de laberíntico y aun de excesivo protagonismo, se pierde en la alturas confundiendo la vista del espectador entre el arriba y el abajo, siendo su esfuerzo constructivo semejante a los intrincados juegos ópticos urdidos por la imaginación abstracta del artista neerlandés Maurits Cornelis Escher (Leeuwarden, Países Bajos, 17 de junio de 1898-Hilversum, Países Bajos, 27 de marzo de 1972).


Todo el programa de herrería, mobiliario, emplomados, y el decorado de pinturas sobre tela que se coloca en los plafones, digamos a manera de murales, corrió a cargo de Mariano Coppedé y familia, dedicados a producir a gran escala elementos decorativos para inmuebles de todo el mundo, como fue también el caso del Palacio de Hierro del Centro de México. Muy al modo de los decorados de los salones europeos, descuella en el inmueble el plafón decorado para el ábside del cubo de la escalera central en forma de de caracol, titulado “Alegoría de la Paz”.


























El plafón del Salón Principal de Recepciones del segundo piso, también conocido como Sala de los Embajadores, es una alegoría del “Trabajo” –al que luego se le llamaría “Progreso”, destacando los recuadros dedicados a la Fuerza, la Justicia, la Sabiduría y la Riqueza. Otros plafones decorados corresponden al Arte, la Ciencia, la Libertad y la Historia, que son los conceptos fundamentales del modernismo, pero también de la monarquía republicana liberal decimonónica.




















El dorado de los pisos corrió a cargo del Sr. Antonio Saloarich, mientras que las obras talladas en mármol italiano fueron concedidas a la compañía Decoraciones Gerard, destacando los pasillos adornados con mármoles blancos y negros. Imposible detenerse aquí en la abigarrada decoración del edificio. Baste con señalar la recurrencia de figuras míticas y zoológicas, como son el león y la quimera, como emblemas de guardianes del palacio, destacando su presencia sobre todo el Patio de los Leones, donde destacan también los fastuosos lampadarios con decoraciones de dragones y quimeras. Los emblemas botánicos corresponden a los decorados de laureles y robles. No pudiera faltar, por más desbalagado que fuese, el emblema del águila devorando a la serpiente de la mitología Mexica.


























  La decoración sumó al repertorio clásico occidental elementos chinos, japoneses y árabes, en una dudosa unidad de la diversidad, de un estilo recargadamente pluralista, impoente para competir con la obra mejor lograda de Adamo Boari. El edificio destinado a oficinas gubernamentales, concebido como un palacio cortesano y aun imperial, dio como resultado una obra imponente, lujosa, pero hibrida, inadecuada funcionalmente y arquitectónicamente mediocre. En efecto, el edificio cumple el deseo de grandiosidad, con su patio alargado y corredores monumentales invadidos por el cubo semicircular de la gran escalera, con sus grandes ventanales y herrería artística, plafones y plafoncillos, pero pierde en cambio el sentido de su función y de la proporción. La perfecta ejecución formal, imponente a golpe de vista, resuelto más que nada un retrato de la época, a juicio de Justino Fernández, siendo en resumen un artefacto arquitectónico  estéticamente intrascendente.

















































El bello y abigarrado edificio, estilo neoclásico renacentista, reflejo del esteticismo cosmopolita de inicios de siglo XX, fue terminado en su exterior con piedra de cantera gris de Pachuca. El Palacio fue sede por muchos años de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), sin embargo, de 1973 a 1982 el edificio albergó al Archivo General de la Nación, y a partir de 1982 se le consagró para ser el recinto del Museo Nacional de Arte, resguardando en su interior un imponente acervo de obras artísticas mexicanas distribuidas en 33 salas, cuya parte principal provine de la Pinacoteca Virreinal de San Diego, incluyendo a todos los grandes artistas nacionales de ese periodo, así como muchos anónimos de extraordinaria calidad, enriqueciéndose la colección posteriormente con obras de arte de los siglos XVI al XX –de entre las que destacan las colecciones de pintura, especialmente la de José María Velazco, de fotografía y de estampa, ocupando un lugar central la espléndida colección de las esculturas en mármol y en yeso de los más importantes cinceles mexicanos decimonónicos pertenecientes a la Academia de San Carlos. El Palacio de Comunicaciones alberga también, como recuerdo de sus antiguas funciones, al Museo de Telégrafos. Todo el inmueble fue acondicionado y remodelado para los modernísimos sistemas museográficos de la actualidad, con tecnología de punta, en el año 2000.




Hay que agregar aquí que en el año de 1979 se colocó en la plaza que se encuentra al frente del inmueble la famosa escultura de “El Caballito” de Manuel Tolsá y Sarrión (Enguera, Valencia, 4 de mayo de 1757 -Las Lagunas, México, 25 de diciembre de 1816), viendo hacia el frente donde se encuentra el Palacio de Minería, obra también del gran escultor y genio arquitectónico valenciano, plaza que desde entonces ostenta el nombre de Plaza Manuel Tolsá.[1]


[1] Apenas vale la pena hacer referencia en este punto a la frustránea intervención, so pretexto de una limpieza general,  realizada a punta de ácido nítrico al monumento de El Caballito, en el mes de octubre de 2013 por la Compañía de Restauración Marina, sin licitación de contrato, a petición del Gobierno del Distrito Federal. La obra severamente dañada en su superficie y estructura, que al poco tiempo fue cubierta por una especie de cuádruple telón, y que permanece hasta el día de hoy en el dudoso estado de “veremos”, a pesar de los esfuerzos realizados por diversos grupos independientes de la sociedad civil para su pronta recuperación.



[1] El Hospital de San Andrés, de la Compañía de Jesús, formaba parte de de todo un corredor de hospitales virreinales, que se extendía por la calle de Tacuba hasta el Hospital de Belén, y el que llegaban hasta la plaza de Santa Veracruz (en Avenida Hidalgo), donde hoy se encuentra el Museo Franz Mayer.
[2] Apenas vale la pena hacer referencia en este punto a la frustránea intervención, so pretexto de una limpieza general,  realizada a punta de ácido nítrico al monumento de El Caballito, en el mes de octubre de 2013 por la Compañía de Restauración Marina, sin licitación de contrato, a petición del Gobierno del Distrito Federal. La obra severamente dañada en su superficie y estructura, que al poco tiempo fue cubierta por una especie de cuádruple telón, y que permanece hasta el día de hoy en el dudoso estado de “veremos”, a pesar de los esfuerzos realizados por diversos grupos independientes de la sociedad civil para su pronta recuperación.