domingo, 28 de septiembre de 2014

Desvelo Por Alberto Espinosa Orozco

Desvelo
Por Alberto Espinosa Orozco


Caídos a la esfera de la noche,
al sitio del naufragio y el olvido
de las sales, el polvo y el estruendo
recuerda el hombre con la tibieza
del sol que le calienta el pecho
como una densa miel que recorre
el vasto laberinto de las venas

el rumor de una fuente en la rivera
en medio de un jardín que florecía
poblado por mil aves que cantaran
solemne himno al que todo lo creara
cerca del manantial en que rodaba
con la música el agua y dos damas conversaban
y un pavo real con dos conejos que saltaban.

La libertad de volver por el sendero
peligroso fue señalada desde siempre
a los seres que habitan el destierro
una mañana en que la sierpe huraña
les mostrara del cuerpo los secretos,
la libertad de quedarse sobre el valle
hirsuto del camino pedregoso les fue dada
también cuando en tumulto prefirieron a la vida
ser esclavos del mágico polvo del sepulcro
donde Hades con sus sombras y fantasmas fugitivos
pueblan el reino de la noche y de los huesos.

La nuestra es la prisión del cuerpo que en espejos
las formas se recrean en sus reflejos
haciendo brillar sus inconsútiles destellos
entre las sombras herrumbradas por vapores,
donde el olvido hace ciertos los temores
volviendo inciertas las figuras pasajeras
al trocarlas por espejismos de la nada
siendo el recuerdo la luz de las miradas.



viernes, 26 de septiembre de 2014

Horizonte Por Alberto Espinosa Orozco

Horizonte
Por Alberto Espinosa Orozco


La corrupción que rueda a nuestros pies trayendo
obstinados fragmentos coloridos de maravillas obsoletas
que pertinazmente un tiempo hollado vuelve nada;
el airado rugir del mar, que en densos torbellinos

mezcla en el caleidoscopio de la arena vida y muerte;
el polvo de la montaña erosionada que se filtra debajo
de las puertas, rodando sobre un fondo de hojas secas;
la reseca costra de la noche con su vagaroso manto roji-negro

donde anida insidioso el grosero ulular del terco olvido;
nada de ello habrá de oscurecer los claros tesoros de la costa,
la luz de la bahía transparente y sus riberas, donde las conchas
del recuerdo tornasolan al sol las perlas de su nácar:

la estampa de aquel grupo de focas sobre las rocas detenidas;
el largo puente de cinabrio que colgaba entre la niebla que surgía
de aguas aceradas entre enormes naves como islas encalladas;
o el viejo tren, hoy de ocre, que con equilibrio endeble bamboleante
se deslizaba a la carrera por cintas argentinas para hacer el viaje
-y el claro anuncio en el alba de jaspe de la otra orilla y sus riveras.





miércoles, 24 de septiembre de 2014

Testimonio de una Provincia Universal: Mural del Maestro Guillermo Bravo Moran en la Posada San Jorge Por Alberto Espinosa Orozco

Testimonio de una Provincia Universal:
Mural del Maestro Guillermo Bravo Moran en la Posada San Jorge
Por Alberto Espinosa Orozco



I
   El mural Testimonio de una Provincia Universal de la Posada San Jorge fue pintado por el maestro Guillermo Bravo Morán con la ayuda de su aventajad discípulo Ricardo Fernández entre noviembre de 1996 y enero de 1997 con la técnica del acrílico, la cual emplearía el maestro en prácticamente toda su obra. 
   El mural se encuentra en el cubo de la escalera principal de la Posada San Jorge, que antiguamente fuera la Casa Real de la Caja. El edifico fue construid a mediados del siglo XVIII durante una época de bonanza económica del estado de Durango. Su propietario en 1778 fue el canónigo Felipe Cantor, pasando pronto a manos del prelado José Márquez Soria quien a su fallecimiento en 191 la legó a la Iglesia. El edifico fue entonces arrendado por el Gobierno de la Nueva Vizcaya, siendo ocupado de 1794 a 1822 por la Real Caja del Ayuntamiento, dedicada a recaudar impuestos por concepto de la actividad minera. A partir de 1825, durante la consolidación del proceso de Independencia, el inmueble fue cede del Congreso Constituyente del estado de Durango, permaneciendo con esas funciones hasta 1836 en que fue disuelto. Unos años después fue comprado por el hacendado e industrial Juan Nepomuceno Flores Alcalde, quien fuera también dueño de la Hacienda de Ferrería de las Flores. Durante los años posteriores a la Revolución muchas de las grandes fincas que habían sido residencias de personas acaudaladas fueron convertidas en hoteles. La Casa Real de la Caja  albergó entonces al Hotel Metropólitan. Posteriormente, en la década de los 50's, su nuevo propietario, el Sr. Jesús H. Martínez, lo convirtió en el Hotel Posada San Jorge, el cual luego de su remodelación cuenta con 22 suites decoradas al estilo colonial.
   La obra mural del maestro Guillermo Bravo Testimonio de una Provincia Universal presenta así una idea de la formación tanto geográfica como social de la ciudad de Durango.



II
   El tema del cuadro es el de una formidable alegoría sobre la fundación de Durango, yendo desde los planos míticos de su formación geológica hasta tocar algunos emblemas y figuras eidéticas de su historia. El mural, de compleja composición, puede dividirse para su observación y correcto análisis en seis cuadros más pequeños o estampas.
   Empezando desde las capas superiores, propiamente celestes, aparece en primer lugar, y como uno de los motivos dominantes del tablero, la imponente figura de un genio o de un demiurgo que sobrevuela, portentoso, por el aire: es Uranos (o el dios Creador del Universo). La figura en su extraordinaria dinamicidad emerge como surgiendo, cargado de poderes, de entre las nubes del cielo. En su vuelo va envuelto entre las llamas, ataviado con una especie de solemne manto rojí-negro que se orada al incendiarse de escarlata. El rostro gris, casi una máscara, con ojos, boca y oídos de grana por la combustión interna, culmina en su corona por las lenguas de fuego, cuyas amarillas llamas en volandas forman la cabellera que ondula en ribetes por el aire. Sus grandes brazos de color de nieve más que arrojar, ordenan un prodigio a la materia, resuelto en una incandescente esfera o ígnea bola ardiente que reverbera de energía, en cuyo núcleo gravitan tres brazas rojas que dejan tras de sí sendas estelas en el aire. Se trata de la esfera meteórica que dejó caer el cielo sobre el suelo durangueño. Esfera de metal incandescente, que no es sino el de un aerolito que conformó la geografía regional del Valle del Guadiana, erigiendo en su centro una auténtica montaña de puro mineral, que luego sería llamado el Cerro del Mercado -pues adopto el nombre del conquistador español que lo descubrió creyéndolo de plata pura, Ginés Vázquez del Mercado, siendo en realidad un yacimiento de hierro enraizado hasta el corazón mismo de la tierra.


   Detrás del dios y su prodigio o esfera incandescente, se yergue dominante la figura joven de San Jorge, enfundado en traje medio de centurión romano, medio de caballero cruzado y adornado con una extensa capa que sobrevuela. Va montado en un fiero corcel color alazán que, alzando en los dos cuartos posteriores, relincha y se encabrita. Sobresale, además del rostro de rasgos mestizos, prácticamente mulatos del juvenil héroe,  el pronunciado  escorzo del puño sauróctono del Santo Jorge , quien blande una larga pica, empuñándola decisivamente y que baja verticalmente atravesando con su filo el hocico del gigantesco dragón color turquesa y de ojos de zafiro, hasta perforarlo entero y hundírselo en el pecho. La larga cola del dragón se revuelve por la herida hasta perderse retorcida al fondo central del tablero. Hay algo de parálisis entonces en sus dos alas, por la herida mortal, cuyas plumas van transformándose e imbricándose en escamas impenetrables al llegar al cuerpo, que cubren todo el resto de la bestia, un poco a la manera del bíblico Leviatán. Así, como parte medular del mural, la decoración del artista presenta a San Jorge, patrono de la Provincia de Durango, peleando con el Dragón, el cual exhibe en la punta de la cola el estilete ponzoñoso, haciendo alusión con ello al temible alacrán que proliferó y aún se encuentra frecuentemente en la zona. San Jorge empuña su terrible arma descargándola con fuerza sobre las fauces del reptil alado, atravesándolas hasta romperle el pecho.




   Como tercera estampa, en el centro del tablero, sobresale el motivo del grupo de conquistadores apiñados, tocados cada uno ellos con un aso o morrión, que sin ser más que una docena dan la impresión de una masa compacta. Van ataviados con invencible armadura de metal, llevando los ojos temerosos y en casos desorbitados, llevando a un capitán barbado al frente, quien señala con el dedo índice de la mano izquierda la riqueza mineral encontrada en esa tierra y con la derecha, con la palma de la mano abierta, como en actitud amenazante, en señal de espera de un prometido castigo. El temor de dos indios lugareños, zacatecos, huicholes o tepehuanos,  no se hace esperar: uno de ellos de pie recibe la carga de la piedra sobre los brazos, interponiéndola entre el conquistador y él a manera de escudo, más de defensa que de ofrenda, mientras que otro, en cuclillas, les presenta una especie de bolsa, negra, conteniendo probablemente los relatos fantasiosos de los hechiceros para confundirlos. Se trata del ambiguo “pacto” con que se creó la nación Mexicana, primero bajo la Colonia y en el orden de la Nueva España, siendo patente el motivo guerrero y violento de la Conquista y su eficaz tecnología, que importó la superior civilización del hierro y de la espada, contrastando con la actitud de sumisión de los indios, de rudimentaria cultura nómada de cazadores y recolectores, que por su parte, siendo eslavizados, recibiendo la carga del trabajo, poniéndose servilmente y en mansedumbre bajo el poder de la nueva fuerza conquistadora, la cual contaba sin embargo a su favor, con la poder persuasivo de la educación y de la palabra evangelizadora. 





   El muralista dibuja la estampa del enorme dragón, ser serpentiforme estilizado, alado y de matizados colores azul turquesa, cuya larga cola caprichosa se desliza por el aire amenazante hasta perderse en el fondo, allá, en la lejanía, relacionándolo directamente así con los condotieros españoles, señores de la guerra, mercenarios y encomenderos, que ante el vacío de civilización y la ausencia de poderes y de leyes, quisieron imponer en el Nuevo Mundo su propia ley. Pero también lo relaciona con los aborígenes, pues el artista representa a la antigua cultura bajo la forma de una mermada tribu nómada, muy poco cultivada y ruda: son los chichimecas que poblaban la región, constituida en esa parte del septentrión por los xiximes y los acaxes, temibles guerreros quine aparecían como pequeños grupos de cazadores vestidos con pieles y ataviados con ellas como elementos ceremoniales –probablemente rindiendo culto al temible dragón. Hay que añadir, sin embargo, que la leyenda de San Jorge luchando contra el dragón da cause y sentido a otros mitos que proliferaban en aquella época: me refiero a la leyenda de las Siete Ciudades de Cíbola, que despertaba el ansia de oro y riqueza por pate de los conquistadores, quienes estaban profundamente influenciados también por los cuentos de la época: especialmente por las historias del Amadis de Gaula y Las Sargas de Espaldarian, que empezó a circular desde 1496 en España.
    Tanto a la izquierda como a la derecha del tablero, en la parte media superior, sobresalen las representaciones de la arquitectura de la ciudad de Durango, simbolizada por la fachada de Casa de la Caja Real, actual sede de la Posada San Jorge, a la izquierda, y por un conjunto arquitectónico a la derecha, en el que se destaca un arco tras el cual se asoma la Catedral Basílica Menor, y al otro lado una poderosa muralla que representa una casa fuerte o un presidio y tras ella un conjunto de edificios dañados por el incendio y por la guerra. 



   En efecto, la cuarta estampa del tablero Guillermo Bravo represento a un gobernante novohispano indeterminado, enfundado en mayas rosáceas, que descansa sentado en un soberbio sitial,  el cual está acompañado por un indígena cargado con piedras áureas, o un tameme convertido en vasallo de los españoles. Atrás de ellos una fachada que da la impresión de mera portada, que representa la casa de la Caja Real, sobre lo que es hoy en día el paseo Constitución, otrora sede del español recaudador de los impuestos, representante del poder central de las encomiendas y de las haciendas como elemento material fundamental de la Colonia.. Debajo del peñón que los sostiene se abre la visión al interior de la tierra por unas escaleras que descienden hasta el interior de una mina, en cuya entraña o socavón destaca la figura de un minero aborigen fortísimo en taparrabos de color blanquísimo y paliacate del mismo material en la cabeza, sosteniendo a su vez otra esclarea en actitud imperturbable. Alegoría que claramente nos habla del porqué de la crueldad de los conquistadores: la ambición de las riquezas, la fiebre codiciosa por el oro vulgar.


   La quinta postal no es menos rica en elementos: arriba de una fortaleza almenada se alza la figura de un conquistador español de pie, imponente, mitad ángel alado mitad hombre máquina, blandiendo en su mano derecha una daga. Va ricamente ataviado con armadura de hierro y una especie de manto o capa que sobrevuela a su alrededor, dando la impresión de un renovado Tlatoani. Al lado izquierdo de la torre amurallada o casa fuere puede apreciarse un arco de muros poderosos, detrás del cual a la distancia se yerguen las dos torres de la Catedral Basílica Menor de la ciudad de Durango.
   Sobre el costado derecho puede apreciarse otro paisaje urbano, en el que antiguas construcciones de cal y canto son desmoronadas por la acción propia del abandono o del tiempo. Debajo del conquistador y la muralla destaca la boca de una fragua, que irónicamente asemeja a un ídolo prehispánico portando un par de anteojeras o rodelas. Toda la torre parece invadida internamente por el fuego, saliendo de la extraña imagen del funesto ídolo llamas de fuego, en lo que da la impresión de ser una fragua. Una gran y larga espada estilizada, moderna, eficaz, en pronunciado escorzo apunta a la boca del misterioso ídolo, mientras que tres varillas de metal descansan en una roca de cantera para ir subiendo su color hasta llegar al rojo y al rojo blanco mientras más se acercan a la boca del monstruo –simbolizando tollo tanto el afán de dominación no sólo de la naturaleza y de sus bienes sino del hombre mismo, así como el motivo promotor de la ciencia moderna toda: la tecnología, que con sus armas, artefactos, máquinas, procesos y procedimientos da al ser humano la posibilidad de volverse como rey y señor de su medio ambiente y de la naturaleza en torno.  




   La sexta y última postal reproduce otra vez el motivo de la mina, pero en esta ocasión muestra al fondo de la profunda caverna las vías de un ferrocarril, sobre las cuales se desliza a manera de bólido, de bala o de cañón una máquina futurista en acelerado movimiento, en la que hay algo de caldera hiriente para el beneficio de los metales. Se trata de una fabulosa máquina de cuño siqueiriano, si así puede llamársele, acaso una barrenadora o la perforadora modernista, que recuerda a la bola  fuego incandescente, estando alimentada por seis turbinas que expelen fuego a manera de poderosas turbinas.  Símbolo inequívoco de la fuerza motriz necesaria para sacar los tesoros que yacen en el fondo de la tierra –imagen, por otra parte, que recuerda vivamente, a manera de intertextualidad, la imagen que Guillermo realizó del tren revolucionario, que aparece en la primera portada de su gran mural en el Palacio de Gobierno o Casa de Zambrano (hoy en día Museo Francisco Villa).
   A la entrada del socavón cuatro cuatreros montados a caballo parecen disputarse, ávidos, las riquezas de todo aquello. Mientras que más abajo una pareja de gambusinos va en una carreta o rústico carruaje, enfrente de la cual, luego de un blanco manto que vuela,  se encuentra un par de animales de tiro, bajo la forma dos mulas blancas uncidas por el yugo. Se trata de la pareja de viajeros colonos, que se atreven a remontarse al lejano territorio en busca de mejores condiciones de vida, haciendo probablemente de su carreta su morada.
III
   La decoración mural en su conjunto es, más que nada, la de un gran símbolo que atiende o tiene como tema la génesis de Durango. La imagen de la gran deidad que preside el mural de la Posada San Jorge es la del principio del principio: es Uranos, creador del universo,  relacionada probablemente con la de Yahvé como el Hacedor, quien habría dorado al territorio mexicano con indecibles riquezas, distinguiendo especialmente a Durango con una semilla ígnea meteórica de fuego y hierro, siendo uno de los sus más notables cuernos de la abundancia  –territorio sujeto por tanto a la codicia de los naturales y a las asechanzas de los enemigos externos, polo de atracción también de misteriosos poder energéticos.


   Para la mitología griega Uranos es la personificación de los cielos, del firmamento, que habita la bóveda celeste. Dios primordial para algunos, hijo y esposo de Gea para otros, a Uranos se le ha hecho hijo también de la luz y el aire e incluso de la noche y el día. Es el primer rey de los dioses que desposó y fertilizó a Gea, la Madre Tierra, y de a cual nacerían los primeros 12 Titanes, pero también los gigantes, los cíclopes y los seres monstruosos de 100 brazos y 50cabesas llamados “hecatonquiros”, a quienes Uranos despreció enviándolos a vivir sin luz en el Tártaro. Gea, sintiéndose ofendida con Uranos por su manera de ser planeó vengarse, los Titanes se negaron a secundarla, no así el menor de ellos, Cronos (Saturno), el de mente retorcida que se pinta también como cojo, quien con ayuda de los hecatonquiros, el más famoso de ellos Briareo, los gigantes y  los cíclopes rescatados del Tártaro, derrocan a Uranos, tocándole a Cronos (el Tiempo) la lamentable tarea de castrarlo.[1]
   La alegoría del dios primordial que emerge en el mural en la Hostería Posada San Jorge, representa así al dios dador de los bienes materiales o fertilizador de la tierra, quien habría dotado a la ciudad de Durango y a todo su dilatado territorio con incalculables riquezas, motivo desafortunado de la codicia y la avaricia humana. El tomo de este mural obedece, como algunos otros del mismo artista excepcional Guillermo Bravo Morán, a una visión crítica, así podría decirse que ácida,  de la realidad, siendo obediente por tanto a la dinámica misma del movimiento muralista mexicano, pues en él se denuncian profundas y rancias injusticias sociales, la opresión del mal entendido paternalismo, y la bárbara explotación, que ha llegado a tocar los timbres más bajos de negreros. Visión extraordinaria, sin embargo, que incorpora a la crítica social una verdadera visión legendaria e incluso mítica de la realidad efectiva de la patria chica.
   El tono mítico y grandilocuente de la decoración, reforzado por el carácter escatológico y casi delirante de su colorido, proporciona un fabuloso marco sobre el cual interpretar a las dos figuras misteriosas de los dos conquistadores, que se encuentran, uno sedente, el otro de pie, en las cimas sobre sendas complejos arquitectónicos, las     que representan sin duda algo más, dos figura metafísicas quiero decir, siendo probablemente símbolo de los “Vigilantes”. Se trata de un grupo de misteriosos personajes aludidos en dos pasajes del Génesis, donde se habla de que los hijos de Dios fueron hacia las hijas de los hombres, dándoles el nombre de Nefilm, que serían los hijos de Anac, una raza de gigantes que fuera también una raza caída.[2] El libro bíblico apócrifo, juzgado por algunos pseudográfico, pero considerado por San Agustín como demasiado antiguo para haber sido considerado en el canon bíblico, llamado El Libro de Enoch (conocido también como Génesis de Enoch o Libro de los Vigilantes), habla de una segunda caída de los ángeles rebeldes, ya no motivada por el orgullo, sino por la lujuria.
   Efectivamente, el citado libro habla de los “Grigori”, los que no duermen, los observadores o los vigilantes, grupo de ángeles caídos, mencionada varias veces en la literatura judeocristiana, acusados inapelablemente de haber desviado su misión. Ellos habrían engendrado al copular con hermosas mujeres a la raza de los gigantes o “Nephelim”, palabra que da a entender también a “aquellos que han caído”, llamados en otros lugares “bastardos” o “hijos de la fornicación”. Encarnan la explotación y opresión de los seres humanos, la destrucción y la guerra, la vanidad, la ambición del oro, la falsificación y el engaño e, incluso, la práctica de las ciencias prohibidas y de la brujería -que según el mismo San Agustín serían descendientes de Set, los “valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre”. Ángeles o hijos de Dios que habrían sido castigados por Yahveh por haber copulado con las mujeres de la tierra, y por haber enseñado a los hombres la creación de las armas y el arte de la guerra.



   De acuerdo al antiguo Libro de Enoch, los dos líderes de aquella angelical gavilla, que sumarían unos 200 en total, tienen por nombre Shamihaza y Azael. En el Capítulo 8 die:
   “Y Azael enseñó a los hombres a fabricar espadas de hierro y corazas de obre, y les mostró como se trabaja extrae el oro hasta dejarlo listo, y en lo que respeta a la plata a repujarla para brazaletes y otros adornos. A las mujeres les enseñó sobre el antimonio, el maquillaje de los ojos, las piedras preciosas y los tinturas. Y entones creció mucho la impiedad y ellos tomaron los caminos equivocados y llegaron a corromperse en todas direcciones.”
  Y así fue que, siguiendo con el mito, Azael enseñó toda injustica sobre la tierra, revelando secretos eternos que se cumplen en los cielos, mientras que Shamiahza, el jefe de todos ellos, enseñó encantamientos y a cortar raíces. Como parte de los hombres estaban siendo aniquiladas, su grito subía hasta le cielo, y los Arcángeles vieron toda la injusticia que se cometía contra los hijos de la tierra, la sangre derramada y la injusticia, y oyeron  "el grito y el lamento por la destrucción de los hijos de la tierra sube hasta las puertas del cielo" (9.2) Dios los envía a los cuatro arcángeles (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel), a encadenar a los Vigilantes y a destruir a los gigantes, por haber oprimido a los humanos. Los ángeles caídos rogaron al profeta Enoch que intercediese por ellos y los gigantes ante Dios, sin ningún éxito. Entones el Señor de los cielos decreta la destrucción de la humanidad mediante el diluvio universal, pues la tierra había sido corrompida por las obras que fueron enseñadas por Azael, cubriéndola de todo pecado, y le dijo a al Arcángel Rafael:
   “Encadena a Azael de pies y manos, arrójalo en las tinieblas, abre en el desierto que está en Dubael, y arrójalo en él,  echa sobre él piedras ásperas y cortantes, cúbrelo de tinieblas, déjalo ahí eternamente sin que pueda ver la luz, y en el gran día del juicio que sea arrojado al fuego, después sana a la tierra que los Vigilantes han corrompido y anuncia su curación, a fin de que se sanen de la plaga y que todos los hijos de los hombres no se pierdan, debido al misterio que los Vigilantes descubrieron y han enseñado a sus hijos.”
   El Señor se dirige también al Arcángel Miguel a le manda decir a Shamiahza y a todos sus cómplices, que se unieron con mujeres y que se contaminaron con ellas en su impureza, que sus hijos perecerían, ordenándole destruir a todos los hijos de los Vigilantes, a quienes llama “bastardos”, porque han hecho obrar mal a los hombres, y luego de hacer perecer toda opresión de la tierra y toda obra de iniquidad, hacer que aparezca la planta de justicia:
   “Y limpia tú la tierra de toda opresión, de toda violencia, de todo pecado, de toda impiedad y de toda maldad    que ocurra en ella, y hacerles desaparecer de la tierra, para que todos los hijos de los hombres lleguen a ser justos y todas las naciones me adorarán, se dirigirán en oración a mí y me alabarán.”
   Tales profecías relatadas en el Libro de Enoch ha sido relacionado con el mito ugarítico del dios El y de la llamada “Reina del cielo”, cuyas ceremonias consistían en orgías y prostitución ritual.[3] Como quiera que sea, la palabra Azael deriva de la voz “Lz” que en hebreo significa “cabra” o “macho cabrío”, componiendo la palabra con la idea de “lo que se aleja”, ligándose por tanto a los rituales del “chivo expiatorio” descritos en el Pentateuco, en el libro Levítico (10, 26 y 16.8).
   Por otra parte, en el libro encontrado a orillas del Mar Muerto llamado el Testamento de Amram se le apareen a Enoch en una visión la revelación de dos Vigilantes o Nefilm, uno de ellos, el demonio Belial, el Príncipe del Mal o de las Tinieblas, aterrador de contemplar, pues se le aparece con una cabeza “como de víbora”, llevando una capa de muchos colores, pero muy oscura -semejante a la capa de uno de los conquistadores del mural en la Posada San Jorge realizado por el Maestro Guillermo Bravo Morán.[4]
   La evocación de Belial se relacionaría así, en su forma serpentina, con el prepotente y orgulloso dragón, el cual a su vez está representado cubierto de escamas y de alas –recordando que los mensajeros de Dios, los ángeles y arcángeles, son tradicionalmente representados portando alas, tanto como los Serafines y Querubines, que se representan también teniendo varios conjuntos de alas, queriendo el mural india ron esto la idea de la caída de los ángeles rebeldes.  La figura del dragón ha sido también asociada al “complejo reptiliano”, que es el cerebro más interno radicado en la hipófisis y que obedece a los impulsos meramente egoístas y a los instintos más crueles y primarios, de adaptación al medio y de sobrevivencia del más apto; es decir, que se manifiesta en esa voluntad cuya razón sólo atiende a la astucia y la depredación, en razón del propio provecho y sin sentimientos morales ni de culpa respecto de la comunidad. Por todos esos factores y otros más no consignados, tradicionalmente se invoca la protección de San Jorge, cuya figura es la de un héroe sauróctono o matador de dragones, que a su vez es una alegoría de la legítima lucha cristiana contra el poder temporal e imperial, despótico y dominante, del mundo en torno.     




   Hay que agregar que la alegoría del dragón está asociada tradicionalmente a los arácnidos anómalos, como el alacrán, debiéndose a ello el culto regional en Durango a San Jorge –donde la presencia de dragón es, según consenso generalizado, ascendente. En efecto, el 15avo Obispo de Durango, Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, instituyó en el año de 1749 a San Jorge como patrono de la ciudad, con fiesta el 23 de abril, como protección para la población azotada por una plaga del temible insecto –registrándose en la Capilla Basílica Menor a la Inmaculada Concepción varias imagines en honor al Santo Jorge, entre las que destacan un hermoso cuadro del siglo XVIII, San Jorge Matando al Dragón, tal vez obra del taller de Miguel Cabrera; el famoso San Jorge Niño, escultura estofada y encarnada del mismo siglo, a la que se rinde culto el mismo 23 de abril de cada año acompañado por una fiesta ceremonial, y; la escultura de San Jorge Niño en el nicho superior derecho de la portada lateral poniente de la Catedral, debida al arquitecto Pedro de Huertas, quien remodeló la Basílica en el año de 1750.
   La tradición prescribe encomendarse a San Jorge como protección contra la picadura del temible alacrán, cuyos remedios médicos antiguos resultaban poco eficaces, yendo de cauterizar la picadura con una braza a hacer una incisión pequeña en forma de cruz para succionar el veneno, aplicando luego un ungüento de dientes de ajo machacados con orégano. Otros remedios consistían en mascar directamente los dietes de ajo e incluso beber una copa de aguarrás, como se hacía en Navocoyan, según relatos de Don Alberto Tirión impresos en la memoria colectiva. Hubo remedios en base al cloroformo y el amoniaco y se bebía también la llamada “agua de alacrán”, preparada en frascos con agua natural donde se ahogaban un cierto de número de alacranes. Se utilizaba una así mismo la infusión de hojas de naranjo y mezcal al que se le agregaba polvo de alacrán dejado secar al sol. La planta de “lampazo”, vegetal acuático de Nombre de Dios, se ponía a manera de ungüento sobre la picadura, a los que hay que agregar una serie de amuletos o talismanes, así como el polvo de crisantemo, el polvo de alacranes quemados, el simple frotamiento con cebolla jugosa, hasta la aplicación de creolina.
   La decoración mural del Hotel Posada San Jorge de Durango, nos habla así de un saurio resistente a la espada de San Jorge, que es la verdad del evangelio, dándose en la zona una especie de sobresaturación de rebeldes y demonios, convocada por el mismo llano desértico, de indistintos grupos humanos, que van de herejes y nicolitas a hechiceros, remisos, materialistas vulgares, erotómanos, burlones, truchimanes, fariseos y facciosos de toda laya. Sin embargo, en la decoración del céntrico recinto durangueño no deja de notarse los efectos devastadores del doble filo de las armas del Santo Jorge, símbolos de la palabra y la verdad revelada, pues la sangre corre por la boca y por el pecho de la bestia, mientras deja asomar entre las fauces agónicas la venenosa legua bífida, símbolo por su parte de la doblez e hipocresía que caracteriza a las lenguas réprobas.
IV
   El mural Idea de una Provincia Universal nos habla así de la génesis de Durango desde un punto de vista, más que revolucionario, cristiano, visionario y apocalíptico incluso –pues, de alguna manera, el principio de algo y su fin coinciden en la representación mental, donde se imbrican la causalidad eficiente y la final. Porque la obra de Guillermo Bravo esta he ha de elementos ingrávidos, así impalpables, por atender sobre al sentido más puro de la vista o a la visión eidética interior –a diferencia de los murales de su contemporáneo Guillermo Ceniceros, oriundo del rico y pujante Nuevo León, caracterizados por sus pesas masas tectónicas, de pesado realismo constructivo. 



   El último de los murales pintado por el maestro Guillermo Bravo, como todas sus obras de gran formato, obedece en efecto a esa sensibilidad superior del espíritu, hecha de pruebas y decantaciones sucesivas, hasta llegar a la imagen privilegiada, al símbolo mítico me atrevería a decir, donde se condensa en una sola imagen un mundo entero de experiencias comunes. Imagen cierta, reiterada, donde uno vuelve a ver lo que antes vio, en una especie de respuesta final donde se inscriben las huellas indelebles que van acuñando la memoria, más que en el inconsciente colectivo, en la sensibilidad trascendental, hasta poder cifrar y dar forma a un imaginario común, constituido por imágenes que vienen de lejos, a partir de costumbres, actitudes, valores, usos sociales, orígenes, lengua compartida y tradiciones, dando lugar a un especifico modo de vida. Imagen del desierto minero del norte de México, que desde su lejanía al entro metropolitano nos acompaña, que va con nosotros en el desierto como la grulla del refrán, en una tierra poblada por gente en su mayoría sencilla, buena y sobre todo resistente, como los robles de los que hablaba en sus cantos Isaías.
   Con buen tino el admirable maestro y culto abogado Don Héctor Palencia Alonso ha caracterizado, en su archifamosa tesis sobre la durangueñeidad, los modos de vida dominantes en la región, siendo acaso el más característico de ellos el producido por el aislamiento centenario de la zona, situada en medio de las inmensidades del norte mexicano, dando a los lugareños, a los durangueños de sepa, la emoción infinita, íntima, de la imagen interior.


    Tesis propiamente historicista del rescate no tanto de los documentos cronológicos de una región, sino de sus símbolos, de sus signos, donde se cifra el alma de su raza y los emblemas de su propio e inalienable destino. Microcosmos del alma de México, de la patria mayor, que en mucho está depositada en su provincia. Tierra tocada también por los dones del talento y del arte, cuyos logos distintivos de su cultura blasona a los hijos de Durango con la vocación estética e incluso mística, de espiritual autonomía e independencia, que son la esenia de su verdadero oriente, y nos guía en la búsqueda ferviente de un provincialismo más sano por inclusión, que no por exclusión, para poder ser verdaderamente universal.
   Porque la verdadera vocación de los durangueños ha sido siempre el sentimiento ecuménico de la cordialidad hospitalaria y la de la conmovedora solidaridad humana, donde muchas veces se ha puesta a prueba el amor y la pertenencia a esa alma colectiva, quintaesenciándola.  
   Así, el Mural de Guillermo bravo nos habla también de una transformación necesaria que, sin renegar ni dejar de ser lugareños, abra a los durangueños la verdadera puerta de la modernidad que, lejos de los desérticos espejismos producidos por el ardor del vaho o de la fantasía desfondada, permita su robustecimiento y desarrollo propio cultural interno, para así poder incorporarse plenamente a la vida contemporánea.
   Así, una de las osas que los murales del maestro generacional Guillomo Bravo pone literalmente delante de los ojos es la idea entra de la recuperación de los orígenes, es decir: la de la conciencia histórica y simbólica de lo que somos y de lo que hemos sido. Pues lo que muestra a las claras su obra es ser la nuestra una vida superpuesta am otras, y en este sentido una vida plural sujeta a su interpretación, articulación y vertebración en una visión más amplia de nosotros mismos, para así poder dar una definición precisa de nuestra esencia, tanto individual como colectiva.  






   Preocupación efectivamente esencial del maestro muralista fue descubrir el fin de Durango, en el sentido de su finalidad o “telos”, de su destino, el que se cifra en llegar a realizar su verdadera vocación cultural y de solidaridad hospitalaria. Ideal que, dejando atrás las rémoras del estrávico egoísmo y las pústulas del pusilánime resentimiento que se han ensañado contra la zona, logre fundir en igual crisol de luz las sangres y las razas, la opulencia de los bosques con la meditación de los desiertos y las áureas profundidades de las minas, en una tarea de inconcluyente de exploración conjunta, que permita  amalgamar nuestros mejores metales consonantes, explotar nuestros ricos filones y riquezas de memoria, para  beber así fraternalmente del agua más clara hecha de luz -que brota de la fuente imperecedera de la gracia.  
  



https://www.youtube.com/watch?v=FvawAcWgaVE




[1] El planeta Urano, que tiene su regente en Acuario y su exaltación en Escorpión, es el más singular de los planetas, pues tiene una inclinación de 98º´s que lo hace girar con su polo sur orientado siempre hacia el Sol. Su movimiento de rotación o día dura 17 horas con 14 minutos, más rápido que la tierra, mientras que el de traslación alrededor del Sol tarda 84 años. Fue descubierto en 1781, tiene 11 anillos, sus lunas o satélites son en número de 27, siendo los principales Miranda, Ariel, Umbriel, Titania y Oberón está compuesto de agua, helio, hidrogeno y metano. El gigante gaseoso está asociado antropológicamente al surgimiento de lo nuevo y la ruptura con lo establecido, favorecedor de los ideales de fraternidad universal y de igualdad, pues representa el idealismo y el anhelo de libertad, la comprensión y la independencia, en la tecnología obedece a las comunicaciones y a la metafísica. 
[2] Génesis, 6.1-2, y 6.2-4. Génesis 6:1-4: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.”
[3] Sus hijos Schelem (Perfecto) y Suhar (Aurora) habrían tenido un hijo de nombre Helel, el cual se a identificado con Lucifer. Salmo 139.9; Isaías, 14.12.
[4] Ambos ángeles serían los gobernantes de la humanidad: uno de ellos sería Belial, pero el otro en cambio sería  San Miguel. En Los Secretos del Libro de Enoch (o Enoh II) se habla de 200 Vigilantes con aspecto serpentino, ángeles caídos que serían los responsables de la tentación de los primeros padres Adán y Eva.







viernes, 19 de septiembre de 2014

Arcadia Por Alberto Espinosa Orozco

Arcadia
Por Alberto Espinosa Orozco

                                   
En busca de belleza fui al monte
y la Naturaleza era un río de sal :
bosques talados por el fuego,
brumas de yodo tornasol las nubes,
y el lago de Alegría era espejo glacial 
donde Narciso, en esquirlas,
se miraba la bizarría del rostro.

Vagué por los minutos hechos horas
en días de horas hechas nada:
inexistente instante suspendido
en espumas de granito: polvo,
grito sin luz petrificado.

Bajé hasta el Purgatorio de las almas sin pena: 
inversas colinas se abrían a mi paso sometidas 
a la orfandad, autómatas estatuas 
los hombres de sí mismos armados:
y la fascinación desnuda y el apetito y el lujo 
roían la túnica de los nervios últimos.

Levantando la tienda del Nómada en mis huesos 
armada de otros huesos y otras pieles, 
hinché un aeróstato para cubrir la aridez del mundo:
escarpadas bibliotecas, ruinas, desiertos 
que acorralan a  Memoria y la selva de la etimología 
y el réprobo olor de la mentira 
rutinaria de Bagdad olvidada.

Cuando por fin la encontré dormía
en el balcón de su Castillo de Hadas y ante ella, 
con la acritud roja del humo entre los labios
quise hablar... y descubrí que no tenía palabras.