La
Toma de Zacatecas: Nobles, Barrenderos y Oficiales
Por
Alberto Espinosa Orozco
“Será mejor no regresar al pueblo,
al
Edén subvertido que se calla
Bajo
la mutilación de la metralla.”
Ramón López
Velarde
En la famosa Toma de Zacatecas por las
fuerzas de la División del Centro y de la División del Norte de Pancho Villa se
cometieron lamentables extralimitaciones y flagrantes injusticias al calor de
los acontecimientos. Algunas de ellas han sido minuciosamente presentadas en el
informe que el Licenciado León J. Canova envió en agosto del 1914 al Sr.
Williams, del Departamento de Estado Washington, EU, y que mucho tiempo
después, casi un siglo más tarde, se publicó en Zacatecas, México, por el
Archivo Histórico del Estado de Zacatecas.[1]
Uno de los principales actos de barbarie
perpetrados por aquella victoria revolucionaria fue la que suscitó el jueves 25
de junio cuando por órdenes del caudillo revolucionario las fuerzas de
Francisco Villa arrestaron a todos los sacerdotes de Zacatecas, fijando en 100
mil pesos el precio de su liberación, los cuales, a pesar de fueron pagados el
día 30 de junio, no surtieron el efecto prometido, pues Pancho Villa ordenó que
mandaran a Torreón a los 22 sacerdotes arrestados, de donde fueron luego
expulsados del país y desterrados con destino a El Paso, Texas.[2]
Otro incidente, trágico, se registró en el
Colegio de San José de los Hermanos Cristianos, cuando el día 24 de junio de
1914 el General Chao ejecutó en el Cerro de la Bufa al Director del Colegio,
Sr. Adrían Astuc, al Profesor Principal de la escuela Señor Adolfo Guillet,
ambos de nacionalidad francesa, y al Capellán del Colegio, Pascual de la Vega,
descubriéndose sus cadáveres hasta el día 28 y dándoles cristiana sepultura. El
resto del profesorado, compuesto por 14 sacerdotes, fue arrestado y enviado junto
con los restantes clérigos desterrados a El Paso, Texas. Muchos de ellos
encontrarían luego acomodo en los Estados Unidos, trabajando en el Colegio de
Santa Fe, Nuevo México, en el Colegio Sanit Michael’s de los Hermanos
Cristianos.
Uno de los responsables de la brutal
persecución religiosa fue el Ingeniero Miguel Macedo, quien luego fuera
nombrado por las fuerzas villistas Jefe del departamento de Agricultura del Estado
de Zacatecas. Hombre violento quien alimentado por sus bajas pasiones después
de saquear la casa de Benigno Soto, hijo de Don Manuel Soto, y de apuntarle con
su pistola en el corazón de la sirvienta hasta en dos ocasiones, dirigió su ojo
científico y su apetito agrícola, según narra Don León Canova en su Informe, a
la casa del Padre Fray Ángel de los Dolores Tiscareño, llevándose todo lo que
pudo de su casa sin reparar en lo pequeño o en lo grande.[3] También
lo hace responsable de la orden por la cual los tres profesores del Colegio de
los Hermanos Cristianos encontraron la muerte, pues al parecer actuó por
rencor, ya que dos hermanos suyos había entrado al Colegio San José y habían
sido expulsados sin remedio por resultar incorregibles –o bien, que los mandó matar por algún otro
motivo extra, tal vez de inferioridad intelectual o por el hecho de haber
aquellos acumulado bienes temporales para su disfrute.
No contento con tales atrocidades el Sr.
Macedo, conectado por lazos familiares con los Madero y por tanto con
influencia sobre Pancho Villa, se apoderó de una bellísima finca con jardines
italianos de un ciudadano francés, mandándole decir que le ofrecía una bagatela
y que de no aceptar le sería confiscada por la revolución; luego se apoderó de
varias haciendas de la región, tomando posesión de la Hacienda la Gruñidora de
los hermanos Delgadillo, quienes habían contratado su cosecha de grayule para
la Continental Mexican Rubber Company,
al parecer es una empresa de los Madero, apoyándose para ello de un decreto
expedido por Pánfilo Natera, hombre no muy malo pero de pocas luces, quien ordenó intervenir todas las haciendas en
nombre de la revolución y llegó a comprar o confiscar varias fincas en la
localidad.
Padre Ignacio López Velarde
II
Otra gran tragedia más se registró cuando el
Presbítero de la Capilla del Colegio Teresiano, el Padre Ignacio López Velarde, tío paterno del laureado poeta Ramón López Velarde, fue sacado de la escuela el 24
de junio por la noche. Dice Canova que la causa fue que algún enemigo suyo o
que Villa tenía rencor contra él. La historia, sin embargo, se remonta hasta
Ojo Caliente, cuando “Don Chencho”, como le llamaba el pueblo cariñosamente al
sacerdote y culto y caritativo que fuera un potente orador en el púlpito, siendo sacerdote allá se negó a casar a un
feroz rebelde y cabecilla de Villa con una bella joven de la localidad. Cuando
Villa ocupó Zacatecas, el dicho cabecilla valiéndose del desorden aprovechó la
oportunidad para asesinar a Don Ignacio López Velarde, quien se ocultaba en una
casa humilde. Cuando Villa supo de tamaño atropello, sin embargo, mandó fusilar
en el acto al feroz rebelde por los mismos revolucionarios de su partido.
Mientras tanto, por otra parte, dos
extranjeros a las órdenes de Villa saqueaban la rica residencia del Obispo de
Zacatecas Miguel de la Mora; el capitán alemán Von der Gloz, a cargo de la
artillería de Pancho Villa, y un norteamericano apodado Jim The Crack, un
ex-convicto de los EU célebre por su pericia en abrir las cajas fuertes, luego
de vaciar la casa con las fuerzas rebeldes, junto con todo el mobiliario y las
pinturas, violaron la caja fuerte, haciendo luego lo mismo en la casa a de Luis
Escobedo. Se dice que al día siguiente, haciendo gala de vileza, el capitán Von
der Gloz vendía en la calle por nada las acciones de varias minas. Luego, al
enredarse a causa de un entredicho, por el botín los filibusteros profesionales
Von der Gloz y Jim The Crack se degollarían mutuamente.
Relata Canova en su multicitado Informe que
lo mismo sucedió en toda casa rica, en donde los propietarios se encontraban
ausentes, dejando al frente sólo a la servidumbre. Saquearon también la casa de
Manuel Soto, una de las mejores residencias de la región, y al grito iracundo y
frenético de “Agandallen”, destrozaron escritorios y alacenas, llevándose toda
la ropa de cama, la vajilla de plata, la loza de la cocina y una máquina de
coser, mientras usaban la parte inferior de la finca como caballería, abriendo
todo por la fuerza en busca de acciones y oro, dejando todo desbalagado,
papeles tirados en el suelo en la mayor confusión y los cuadros desmotados de
sus marcos que no se quisieron llevaros agujerados a balazos.
Robaron los rebeldes sin respetar cosa
alguna de las casas ricas, llevándose pianos, mobiliario, máquinas de coser y
muchas cosas más, como carruajes y automóviles. También saquearon los templos,
todo artículo de valor fue sustraído, pinturas, imágenes y ornamentos
religiosos. Todo aquello se despachó en un tren de carga hacia el norte del
país, probablemente con destino a Chihuahua.
III
El colmo de la vorágine llegó cuando
aquellos burladores de la religión y de la propiedad privada se ensañaron
contra los nobles y notables de la ciudad, obligándolos entre humillaciones y
malos tratos a barrer las calles de la derruida capital. Luego que la canalla
tomara posesión de sus casas los hombres armados se dieron a la tarea de la
trasposición de las cosas, dando una escoba y obligando a limpiar las aceras a
los abogados Manuel Zesati, Eusebio Carrillo y José Torres, al comerciante
Manuel Rodarte y al propietario Carmelo Sucunza. Paralela suerte correría el
prestigioso litógrafo de la Civilizadora del Norte, Nazario Espinosa, pues
luego de que los rebeldes entraron a su taller ubicado en la Callejón del Cobre,
robando y rompiendo todo lo que pudieron y usando la planta baja como
caballería, tiraron los moldes tipográficos en la calle, obligando al editor y
artista a barrer las sílabas truncas de aquel siniestro poema ilegible y
desmadejado.
No
sabemos si su poca fortuna la incursión de Nazario Espinosa en política o una supuesta vinculación a una cofradía de
un grupo Mason, lo marcó de alguna manera, exponiéndolo en 1914 a las vendettas,
insidias e iras revolucionarias. Enrique Espinosa Dávila, hijo primogénito de
Don Nazario, atendía la librería y la papelería de su padre, local que se
encontraba casi enfrente de lo que fue posteriormente el Cine Ilusión. Cuando
el Coronel Bernal voló el edificio del gobierno, echó por los aires también la
papelería, robándose luego las fuerzas villistas todas las cosas que habían
quedado servibles.[4] La imprenta de grandes cuartos y enormes
ventanales localizada en el Callejón del Cobre sirvió en cambio como cuartel a
los forajidos, que destruyeron todo lo que encontraron en su estancia, Ahí
trabajaba un nieto de Don Nazario, el joven Antonio Espinosa González, quien
vio con ojos asombrados como las fuerzas rebeldes iban robando todo lo que
hallaban a su alcance, quedando en el taller apenas unas cuantas máquinas para
el final de la refriega. Entre otras cosas en la papelería había tibores de
porcelana, oriental, muy finos, que después de la revolución se llegaron a ver
en algunas casas elegantes de Zacatecas,
donde presumiblemente los habían vendido los rebeldes villistas.
La papelería se encontraba apenas al lado
del Hotel de la Plaza y de la asociación política Zacatecanos Unidos, cuyo
órgano “La Unión Zacatecana” era dirigido por el Sr. Alberto Muños, los cuales
habían volado, mientras los revolucionarios saqueaban el Almacén de Ropa y
Abarrotes “La Caja”, la cual fue quemada por el revolucionario Galván. Algunas
casas quedaron también destruidas en sus interiores. Una división villista
asesinara a Inocencio López Velarde, tío
del gran bate jerezano. Aciagos acontecimientos que dejaron en la
psicología colectiva zacatecana una profunda cicatriz, la cual quedo abierta y se
ahondó al quedar la plaza prácticamente abandonada por más de cinco décadas,
colapsándose la población a los 20 mil habitantes, estando la ciudad por mucho
tiempo sumida en un limbo de amnesia, sin grandes personalidades, sin los
necesarios documentos escritos y sin transformaciones económicas y sociales.[5]
Es posible que el rencor de algunos rebeldes
contra Nazario Espinosa viniera de un año atrás, cuando fue obligado a diseñar
e imprimir los billetes de cinco centavos mandados a hacer por Pánfilo Natera y
que circularon por escasos meces por el norte el país.
Los billtes de
5 centaos del Gobierno provisional y transitorio de
Zacatecas, fueron probablemente dibujados e impresos en los talleres
litográficos de Nazario Espinosa. Apenas un mes antes de
la Toma de Zacatecas, el 16 de mayo de 1914, fueron publicados tres decretos.
El decreto 188 condonó, “por equidad”, contribuciones al empresario editorial
Nazario Espinosa. El asunto del dinero para sostener la guerra no era exclusivo
del gobierno asentado en la vetusta ciudad de Zacatecas. En Sombrerete, los
constitucionalistas también padecían la falta de circulante. En esta situación,
el 13 de mayo de 1914 Pánfilo Natera hizo circular una orden: “En uso de las
facultades extraordinarias de que me hallo investido y de acuerdo con el
decreto de fecha 12 de febrero del corriente año, expedido en la ciudad de
Monclova, Coahuila, por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, ordeno
la circulación forzosa de billetes del Ejército Constitucionalista de la
referida emisión en toda la zona del estado dominada por mis fuerzas,
castigándose con multa de 100 a 500 pesos a aquellos que rehusaren los
mencionados billetes”.[6]
Don Nazario Espinosa quedó así atenazado
cuando se retiraron las fuerzas de Natera en 1913 y volvió el gobierno federal
a establecer el control, hallándose así al regreso de las fuerzas de Centro del
Ejército Constitucionalista entre dos fuegos. La voladura el Palacio Federal
afectó también la papelería del empresario litográfico, que se hallaba
enfrente, cayendo luego su negocio en una crisis por la merma y la falta de
trabajo de la que ya no hubo modo de recuperarse.
Simultáneamente el general Domínguez atacaba
la casa de Juan Zesati por rencor, ya que éste había reprendido a aquel cuando
era vaquero de la Hacienda de El Cuidado, colindante con la suya, por pasar
ganado de un lado a otro, por lo que cundido por la cólera del rencor arremetió
contra sus propiedades. La revolución tomó así un sesgo equívoco,
convirtiéndose en una gavilla de saqueadores. El general Rosalío Hernández
saqueó la tienda de Jesús Soto, robando más de 200 mil pesos en metálico y en
mercancía.
Cuando las fuerzas villistas estaban ya en
Torreón exigieron al apresado cura de Calera, de nombre Jesús Alba, la cantidad
de 50 mil pesos para liberarlo, el cual intentó cristianizar con palabras dulces
a sus captores, por lo que el mismo general Rosalío Hernández optó mejor por
asesinarlo. Los catorce sobrevivientes del Colegio de los Hermanos Cristianos,
liberados el día 27 de junio, fueron vueltos a apresar el día 29 y puestos en
el techo de zinc de un vagón bajo las aguas de un diluvio torrencial, expuestos
a morir de frío debido las bajas
temperaturas de Zacatecas, situado a 8 mil cien pies de altura, y cuya
estación, además de la de ferrocarriles, era frecuentemente de helada. A la
salida de Zacatecas el maquinista se apiadó de ellos y los bajó poniéndolos en
un vagón junto a la carga. Cuando llegaron presos a Gómez Palacio dejaron
libres a dos de ellos, quienes milagrosamente sin conocer a nadie pudieron
reunir los 50 mil pesos para salvar sus vidas, aunque de cualquier manera
fueron luego deportados a El Paso. Con ello la lucha de clases se convirtió de
pronto en una lucha tan inmoral como vacía, en una cruenta guerra fratricida que
no respetaba ningún principio, enteramente bárbara y sin clase.
La
expulsión de los religiosos se hizo contra los deseos del pueblo y en nombre de
la revolución. Cerraron todas las iglesias de la ciudad y en escenas más que
patéticas las mujeres de hinojos rezaban en la aceras frente a las iglesias. Un
peregrinaje multitudinario subió de rodillas, entre peñascos y espinas, hasta
el crestón de la Bufa, rezando por el perdón de sus faltas. La persecución
religiosa duró por muchos años y hasta más allá de 1928 niños y grandes
asistían clandestinamente, a escondidas, a los servicios religiosos que se ofrecían en algunas casas
de la apiñada ciudad minera, reinando en todo aquello un ambiente más bien de
desolación.
El inmortal bate jerezano escribiría Ramón
López Velarde, al helado calor de aquellos aciagos acontecimientos su poema “El Retorno Maléfico”, que reza:
El
Retorno Maléfico
A D. Ignacio I. Gastélum
Mejor
será no regresar al pueblo,
al
edén subvertido que se calla
en
la mutilación de la metralla.
Hasta
los fresnos mancos,
los
dignatarios de cúpula oronda,
han
de rodar las quejas de la torre
acribillada
en los vientos de fronda.
Y
la fusilería grabó en la cal
de
todas las paredes
de
la aldea espectral,
negros
y aciagos mapas,
porque
en ellos leyese el hijo pródigo
al
volver a su umbral
en
un anochecer de maleficio,
a
la luz de petróleo de una mecha
su
esperanza deshecha.
Cuando
la tosca llave enmohecida
tuerza
la chirriante cerradura,
en
la añeja clausura
del
zaguán, los dos púdicos
medallones
de yeso,
entornando
los párpados narcóticos,
se
mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?»
Y
yo entraré con pies advenedizos
hasta
el patio agorero
en
que hay un brocal ensimismado,
con
un cubo de cuero
goteando
su gota categórica
como
un estribillo plañidero.
Si
el sol inexorable, alegre y tónico,
hace
hervir a las fuentes catecúmenas
en
que bañábase mi sueño crónico;
si
se afana la hormiga;
si
en los techos resuena y se fatiga
de
los buches de tórtola el reclamo
que
entre las telarañas zumba y zumba;
mi
sed de amar será como una argolla
empotrada
en la losa de una tumba.
Las
golondrinas nuevas, renovando
con
sus noveles picos alfareros
los
nidos tempraneros;
bajo
el ópalo insigne
de
los atardeceres monacales,
el
lloro de recientes recentales
por
la ubérrima ubre prohibida
de
la vaca, rumiante y faraónica,
que
al párvulo intimida;
campanario
de timbre novedoso;
remozados
altares;
el
amor amoroso
de
las parejas pares;
noviazgos
de muchachas
frescas
y humildes, como humildes coles,
y
que la mano dan por el postigo
a
la luz de dramáticos faroles;
alguna
señorita
que
canta en algún piano
alguna
vieja aria;
el
gendarme que pita...
...Y
una íntima tristeza reaccionaria.
Familia López Velarde Berumen
En el centro, sentados: José
Guadalupe López Velarde y María Trinidad Berumen de López Velarde con Guillermo
en su regazo. De pie, de izquierda a derecha: Ramón y Jesús. Sentados, en el
mismo sentido, Pascual, Trinidad y Guadalupe
Billete que circuló en Zacatecas
durante 1914. ( Excelsior )
[1] Lic. León Juan Canova, “Una Hermosa Victoria Prostituida”, El
Pregonero de la Muy Noble y Leal Ciudad de Zacatecas, Archivo Histórico del
Estado de Zacatecas. Año #4, #s 24, 25 y 26. Marzo, Abril y Mayo de 2007. El
informe fue enviado el 15 de agosto de 1914 y respondido por el Sr. Bryan como
muy satisfactorio –a pesar de las opiniones, de los juicios de valor, que juzgo
no pertinentes. El testo también puede verse en: Terranova (Revista de Cultura,
Crítica y Curiosidades) viernes, 4 de julio de 2014. Una espléndida victoria
prostituida Por León Canovahttp://terranoca.blogspot.mx/2014/07/una-esplendida-victoria-prostituida-por.html
[2]
De aquella razia
difícilmente escapó el querido padre Ángel Tiscareño, quien ya viejo fue
escondido celosamente por sus amigos en algunas casas de Zacatecas. Los nombres
de los sacerdotes apresados y luego expulsados del país es el siguiente: José
María Vela, Cenobio Vásquez, José Antonio Ramos, Vicente Taso, Manuel Romo,
Juan Ignacio Richart, Francisco Sánchez, Emérico Martínez, Benjamín Rodarte, J.
Escalante, J. Cumplido, J. Remigio, Juan Martínez, José Quintero, J. Peña, J.
Muños, J. Serrano, José Cuevas, Juan Raigosa Reyes, Ramiro Velazco.
[3] El Padre Fray Ángel. Tiscareño es
el autor, entre otras obras, del volumen: Nuestra Señora del Refugio, patrona de las
misiones del Colegio Apostólico de Nuestra Señora de Guadalupe de
Zacatecas. 1901. Talleres de Nazario Espinosa. Zacatecas.
[4]
En la actual
Avenida Hidalgo, antes llamada Calle Real y luego Calle de la Merced Nueva, se
encontraba las Antiguas Casas Consistoriales o Casas Reales de los Intendentes,
que es donde se encuentra hoy en día el Hotel Santa Lucía. En ese edificio
estuvieron por dos semanas, del 20 de Agosto a 5 de septiembre de 1811, las
cabezas decapitadas del Cura Hidalgo , Allende, Aldama y Jiménez, en tránsito
para la Alóndiga de Granaditas, Guanajuato, en donde para escarmiento del
pueblo fueron las cabezas colgadas cada una de una esquina, donde permanecieron
hasta 1821, hasta que finalmente fueron sepultadas en la Columna del Monumento a la
Independencia conocida popularmente como “EL Ángel”.
[5] Nazario Espinosa. Litógrafo
Zacatecano. Alberto Nazario Espinosa Orozco, “Nazario Espinosa: la
Litografía en Zacatecas”. Ed. La Herrata Feliz y Antecamara Ediciones. México,
2014.Pág. 55.
[6]
La historia, como quiera que fuera, estuvo salpicada de profundas ambigüedades.
Escribe
Marco Antonio Flores Zavala que Natera signó el texto junto con su secretario,
Antonio Acuña Navarro, y hace notar que “las fuerzas inmersas en la guerra
civil, más allá de cuánto y dónde gobernaban, para tener dinero debieron
establecer mecanismos impositivos para conseguir los recursos económicos para
la guerra”. Panfilo Natera tal vez usó en
1913, en la primera toma de Zacateacas, las prensas de Nazario para editar sus
inservibles bilinbiques, y luego sobre eso, en la toma definitiva las fuerzas
de Villa saquearon por ello su negocio.
Continúa Flores Zavala diciendo que: “El sábado 16 de mayo de 1914 fueron
publicados tres decretos aprobados por el Congreso del Estado y promulgados por
el gobernador de Zacatecas. La importancia de la publicación radica en que su
circulación pública implicó “el debido cumplimiento” por parte de “todos”. En
el trabajo de 45 días del Congreso local, en su último período de sesiones
ordinarias, la representación de la soberanía popular aprobó cinco decretos que
dan cuenta de cómo el gobierno enfrentaba la guerra civil. El decreto 185
reformó el presupuesto estatal en el ramo de guerra. Se hizo para fortalecer
pecuniariamente el cuerpo de seguridad pública del estado. El decreto 186
prorrogó el pago de contribuciones rústicas y urbanas. El aplazamiento implicó
no cobrar multas ni recargos. El presupuesto de esta contribución implicaba
todo el estado e incluía las comunidades dominadas por las fuerzas
constitucionalistas. El 16 de mayo de 1914 fueron publicados tres decretos. El
decreto 188 condonó, “por equidad”, contribuciones al empresario editorial
Nazario Espinosa. Los decretos 187 y 189 impusieron una contribución adicional
extraordinaria y la suspensión de una obligación de la ley fiscal vigente. Estos
decretos dan cuenta que el gobierno estatal, al no contar con las
contribuciones de las comunidades dominadas por las fuerzas
constitucionalistas, debió imponer otro cobro “adicional extraordinario” a los
propietarios y comerciantes de las comunidades donde gobernaba. El asunto del
dinero para sostener la guerra no era exclusivo del gobierno asentado en la
vetusta ciudad de Zacatecas. En Sombrerete, los constitucionalistas también
padecían la falta de circulante”. Marco Antonio Flores Zavala, “Mayo 16 de 1914”. Periodico
Imagen de Zacatecas, Miércoles 15 de mayo de 2014.http://www.imagenzac.com.mx/nota/mayo-16-de-1914-22-10-08-l2
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