Jessica
Ríos Quiñones: Paralelos y Meridianos[1]
Por
Alberto Espinosa Orozco
"Lo que es imperfecto será perfecto. Lo que
es curvo será recto. Lo que está vacío
será lleno.
Donde falta habrá abundancia. Donde hay plenitud
habrá vacío.
Porque siempre que algo desparece, algo nace.”
Tao
Te King
“El templo de Dios es santo y limpio,
Y Dios destruirá al que profane o corrompa a su
templo,
Y ustedes son templo de Dios.”
Corintios
I, 3,17
I
En la historia de los organismos sólo hay
unos pocos hechos que son significativos, que tienen importancia, que alcanzar
a tener una secuencia o un destino de suerte: la generación, la fecundación… la
creación. En la historia de los pueblos sólo los actos creadores, sólo el
surgimiento del símbolo tiene importancia, porque solo de ellos pueden los
hombres aprender. El artista, así, nos ayuda a elegir, entre una multitud de
hechos fortuitos, transitorios, sin importancia, lo esencial que se comunica en
nosotros o alrededor de nosotros –sea esto el amor, esa locura única que nos
reintegra al absoluto; o el símbolo, que deja pasar las cosas que se hunden en
el devenir, en el caos amorfo del tiempo, para rescatar una figura que
condensa, que comunica con una tradición, que totaliza.
La tarea del artista es en mucho una lucha,
un combate contra uno mismo y contra los elementos de la mente y el deseo, para
darle a la vida una secuencia orgánica, para que se vuelva reconocible, fértil
y creativa: para que engendre el símbolo. Es también una lucha contra la época,
contra sus engaños y errores, contra sus confusiones y truismos, que surgen por
todos lados, bajo aspectos cada vez más fascinantes y novedosos, mutando
siempre como los virus o las herejías, para volverse irreconocibles por los
organismos vivos y paralizarlos al mutilar o frustrar su esencia. Lucha, pues,
de la persona por alcanzar una libertad más alta, más verdadera, ascendente y
responsable, tanto con uno mismo como con todo aquello que se relaciona,
combate contra las fuerzas disgregadoras de la vida para alcanzar el centro de
la persona, de la energía creativa, donde radicada lo mejor de nosotros mismos y
el alma de la vida, a la que pertenecemos, y donde nos relacionamos con el alma
del mundo, llámese igual armonía que realidad absoluta o música de las esferas.
Época sembrada de peligros es la nuestra,
marcada con los signos del drama existencia: de la frustración y el fracaso, de
la sed de intoxicación o de perdición, de incontrolables tendencias a la
excentricidad y al extremismo; tiempo agijado también por los estigmas del
convencionalismo huero, por los atavismos de la simulación y de la fachada que
llevan a una retrogradación de lo humano, a la solidarizarían con automatismos
caducos de la cultura que, al no participar de los niveles más altos de la
vida, no pueden conocen de forma o de memoria. Mundo de crisis, siglo de
confusión y de caducidad donde toda una etapa histórica pareciera tocar a su
fin –llevando en su seno sin embargo, junto con los dolores de la gestación, el
anuncian de una regeneración del espíritu y de un nuevo nacimiento.
Es por ello que los esfuerzos de la artista Jessica Ríos navega por las encrespadas olas del mundo contemporáneo
nuestro, abriéndose camino entre sus agrestes paisajes -dando cuenta tanto de sus accidentes y abruptos
corredores al marchar entre sus estrechos
pasadizos, como de las chispas de luz que salen a su encuentro para iluminar el
sendero, mostrando con ello un horizonte que nos ayude a salir de la fría
caverna del olvido.
En ese panorama la tarea de Jessica Ríos es
en mucho la de mostrar los síntomas de nuestra época, definida por un
generalizado malestar en la cultura, recogiendo los cabos sueltos que arroja el
mundo social en su carrera, como desflecados hilos o desarticuladas madejas,
para al coordinarlos y rearticularlos en un orden estético, volviéndolos
así ases de sentido o frescas espigas
luminosas con las que encender de nuevo el fuego del espíritu. Es por ello que
en ambos casos los artistas manifiestan una preocupación menos estética que
metafísica, al ser su trabajo el de una extenuante empresa de, a la vez que recrear, purificar y sanear el huerto del
espíritu, para asegurar con ello en lo personal la continuidad de toda una
cultura.
II
El arte de Jesica Ríos es el trabajo de
la luz y el color en su perene lucha contra las sombras de la noche, siendo su
virtud la de una atemperada seriedad, donde salvaje, ferozmente, combate por
persistir el anhelo de la vida sobre los impulsos del olvido y de la muerte.
Obra cuya perspectiva perfectamente individualizada opone al horror vacui de la modernidad en crisis un
cierto barroquismo, decantado en los filtros del gusto por el detalle y en la
maestría del cuidadoso miniaturista. Así, los retratos de la artista son
también el relato de una travesía, de una aventura, poblada por el peligro de
caer en las aguas deprimidas del estancamiento, de deslavarse por las cascadas
distraídas de las horas, de perturbarse o rodar por los toboganes del
inconsciente que llevan a la indiferencia y a la muerte del sentimiento Pintura
que expresa el riesgo siempre latente de encallar en la parálisis, al topar
contra los muros del silencio, o de estrellarse contra las puertas cerradas de
la universal sordera. Viaje, pues, que equivale a una inmersión psicológica
donde se da la subversión de las formas y la sublevación de los sentidos, en
ocasiones penetrados por la densidad,
por la oscuridad y el abigarramiento de la atmósfera, sujeta a la contaminación
de la inestabilidad psíquica y a la dualidad dubitativa que se debate en un mundo
de disfraces, poblado por los de gestos de caretas, por las muecas de las simulaciones
y los fantasmas de la enajenación.
Radiografía, pues, de un mundo a la vez
sobrecargado de sensualidad y de saturaciones analógicas y, a la vez,
desgastado por el subjetivismo de las culturas meramente históricas, no
universales, cuya suspensión de la verdad y relativismo escéptico no puede sino
desembocar en los estériles delirios de la fantasía o en las tortuosas
quebradas del onirismo incontrolado (surrealismo) –de lo que se pierde entre
las aguas descendentes del río revuelto del devenir, que en su desfile de
fantasmas desatentos no conoce de normas ni de trascendencia metafísica. Así,
la tarea de la artista se cifra en condesar las formas para darles realidad en
sus imágenes para, y así al lograr revelar sus significaciones enterradas poder
darles también un orden dentro de una secuencia orgánica. Punto intermedio, pues, donde los estallidos
de la luz se encuentran suspendidos, amenazados de ser ahogados por las
sombras. Experiencia de paso por la muerte, de pasmo, que al estar impregnada
de melancolía y de nostalgia amaga con hacer
encallar el mundo entero en la parálisis, pero que la artista al tener el valor
de enfrentar logra sortear sus escollos, no dejándose absorber por sus
fantasmas para ser su presa, sino fijándolos precisamente en la reflexión al
someterlos a la luz de la conciencia para así disolverlos al mostrar lo que en
ellos hay de sombras vagarosas.
III
Así,
Jessica Ríos, a la vez que toma el pulso a una época, intenta controlar la energía
tensa y opaca, suspendida en el amor por
lo transitorio, por lo efímero y episódico, al mostrar los puntos de inflexión
y los nudos de las articulaciones donde se producen las escisiones y los
desgarramientos de la conciencia, donde se rompe la unidad del mundo en un sin
fin de lajas, esquirlas y fragmentos. Su preocupación por el estilo toma
entonces el sentido de un ahondamiento consciente en la reflexividad de la
imagen, donde la rebanada sincrónica del instante, detenido por el impulso del ojo
fotográfico o por el gesto de la pincelada expresionista, es transformada en virtud de labrar sobre su delgada película
sensible los signos del tiempo debajo
del horizonte de la crítica y de sus cloros corrosivos y purificadores.
Ardua labor de composición estética, pues,
donde se alían pintura y fotografía en el punto intermedio de la concepción
artística, donde hay que saltar sobre el abismo en blanco de la nada y de la
ausencia para aclarar el horizonte cierto del sentido y lograr la realización
completa de la esencia, del desarrollo de la persona. La original de su obra radica
así en esa labor que alían dos técnicas disímiles de la representación, marcando
de tal modo las huellas de la perspectiva y de la experiencia personal sobre el
verismo de la impresión sensible, haciendo a la vez en su pintura una parada en
sitio reflexiva, que es a la vez un criterio de contemplación y un genuino
esfuerzo por recuperar las formas simbólicas permanentes y restaurar la norma
eterna. Proceso doble de inmersión y emersión, donde después de la zozobra se da la vuelta de los
ritmos cósmicos y el radiante retorno de la verdadera magia de la vida: la
vuelta desde la viva subjetividad a la objetividad de lo concreto y a la secuencia orgánica
presidida por el símbolo –y donde se da también naturalmente la recuperación del
sentido.
[1] Exposición de Jessica Ríos Quiñones Titiriteando, Casa de la Cultura
(ICED), del 11 de Septiembre de 2014 al 15 de Noviembre de 2014.
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