Testimonio
de una Provincia Universal:
Mural del Maestro Guillermo Bravo
Moran en la Posada San Jorge
Por Alberto Espinosa Orozco
I
El mural Testimonio de una Provincia Universal de
la Posada San Jorge fue pintado por el maestro Guillermo Bravo Morán con la
ayuda de su aventajad discípulo Ricardo Fernández entre noviembre de 1996 y
enero de 1997 con la técnica del acrílico, la cual emplearía el maestro en
prácticamente toda su obra.
El mural se encuentra en el cubo de la
escalera principal de la Posada San Jorge, que antiguamente fuera la Casa Real
de la Caja. El edifico fue construid a mediados del siglo XVIII durante una
época de bonanza económica del estado de Durango. Su propietario en 1778 fue el
canónigo Felipe Cantor, pasando pronto a manos del prelado José Márquez Soria
quien a su fallecimiento en 191 la legó a la Iglesia. El edifico fue entonces
arrendado por el Gobierno de la Nueva Vizcaya, siendo ocupado de 1794 a 1822
por la Real Caja del Ayuntamiento, dedicada a recaudar impuestos por concepto
de la actividad minera. A partir de 1825, durante la consolidación del proceso
de Independencia, el inmueble fue cede del Congreso Constituyente del estado de
Durango, permaneciendo con esas funciones hasta 1836 en que fue disuelto. Unos
años después fue comprado por el hacendado e industrial Juan Nepomuceno Flores
Alcalde, quien fuera también dueño de la Hacienda de Ferrería de las Flores. Durante
los años posteriores a la Revolución muchas de las grandes fincas que habían
sido residencias de personas acaudaladas fueron convertidas en hoteles. La Casa
Real de la Caja albergó entonces al
Hotel Metropólitan. Posteriormente, en la década de los 50's, su nuevo
propietario, el Sr. Jesús H. Martínez, lo convirtió en el Hotel Posada San
Jorge, el cual luego de su remodelación cuenta con 22 suites decoradas al
estilo colonial.
La obra
mural del maestro Guillermo Bravo Testimonio
de una Provincia Universal presenta así una idea de la formación tanto
geográfica como social de la ciudad de Durango.
II
El tema del cuadro es el de una formidable alegoría
sobre la fundación de Durango, yendo desde los planos míticos de su formación
geológica hasta tocar algunos emblemas y figuras eidéticas de su historia. El
mural, de compleja composición, puede dividirse para su observación y correcto
análisis en seis cuadros más pequeños o estampas.
Empezando
desde las capas superiores, propiamente celestes, aparece en primer lugar, y
como uno de los motivos dominantes del tablero, la imponente figura de un genio
o de un demiurgo que sobrevuela, portentoso, por el aire: es Uranos (o el dios
Creador del Universo). La figura en su extraordinaria dinamicidad emerge como
surgiendo, cargado de poderes, de entre las nubes del cielo. En su vuelo va
envuelto entre las llamas, ataviado con una especie de solemne manto rojí-negro
que se orada al incendiarse de escarlata. El rostro gris, casi una máscara, con
ojos, boca y oídos de grana por la combustión interna, culmina en su corona por
las lenguas de fuego, cuyas amarillas llamas en volandas forman la cabellera
que ondula en ribetes por el aire. Sus grandes brazos de color de nieve más que
arrojar, ordenan un prodigio a la materia, resuelto en una incandescente esfera
o ígnea bola ardiente que reverbera de energía, en cuyo núcleo gravitan tres
brazas rojas que dejan tras de sí sendas estelas en el aire. Se trata de la
esfera meteórica que dejó caer el cielo sobre el suelo durangueño. Esfera de metal
incandescente, que no es sino el de un aerolito que conformó la geografía
regional del Valle del Guadiana, erigiendo en su centro una auténtica montaña
de puro mineral, que luego sería llamado el Cerro del Mercado -pues adopto el
nombre del conquistador español que lo descubrió creyéndolo de plata pura,
Ginés Vázquez del Mercado, siendo en realidad un yacimiento de hierro enraizado
hasta el corazón mismo de la tierra.
Detrás del
dios y su prodigio o esfera incandescente, se yergue dominante la figura joven
de San Jorge, enfundado en traje medio de centurión romano, medio de caballero
cruzado y adornado con una extensa capa que sobrevuela. Va montado en un fiero
corcel color alazán que, alzando en los dos cuartos posteriores, relincha y se
encabrita. Sobresale, además del rostro de rasgos mestizos, prácticamente
mulatos del juvenil héroe, el pronunciado
escorzo del puño sauróctono del Santo
Jorge , quien blande una larga pica, empuñándola decisivamente y que baja
verticalmente atravesando con su filo el hocico del gigantesco dragón color
turquesa y de ojos de zafiro, hasta perforarlo entero y hundírselo en el pecho.
La larga cola del dragón se revuelve por la herida hasta perderse retorcida al
fondo central del tablero. Hay algo de parálisis entonces en sus dos alas, por
la herida mortal, cuyas plumas van transformándose e imbricándose en escamas
impenetrables al llegar al cuerpo, que cubren todo el resto de la bestia, un
poco a la manera del bíblico Leviatán. Así, como parte medular del mural, la
decoración del artista presenta a San Jorge, patrono de la Provincia de
Durango, peleando con el Dragón, el cual exhibe en la punta de la cola el
estilete ponzoñoso, haciendo alusión con ello al temible alacrán que proliferó
y aún se encuentra frecuentemente en la zona. San Jorge empuña su terrible arma
descargándola con fuerza sobre las fauces del reptil alado, atravesándolas
hasta romperle el pecho.
Como tercera
estampa, en el centro del tablero, sobresale el motivo del grupo de
conquistadores apiñados, tocados cada uno ellos con un aso o morrión, que sin
ser más que una docena dan la impresión de una masa compacta. Van ataviados con
invencible armadura de metal, llevando los ojos temerosos y en casos
desorbitados, llevando a un capitán barbado al frente, quien señala con el dedo
índice de la mano izquierda la riqueza mineral encontrada en esa tierra y con
la derecha, con la palma de la mano abierta, como en actitud amenazante, en
señal de espera de un prometido castigo. El temor de dos indios lugareños, zacatecos,
huicholes o tepehuanos, no se hace
esperar: uno de ellos de pie recibe la carga de la piedra sobre los brazos,
interponiéndola entre el conquistador y él a manera de escudo, más de defensa
que de ofrenda, mientras que otro, en cuclillas, les presenta una especie de bolsa,
negra, conteniendo probablemente los relatos fantasiosos de los hechiceros para
confundirlos. Se trata del ambiguo “pacto” con que se creó la nación Mexicana,
primero bajo la Colonia y en el orden de la Nueva España, siendo patente el
motivo guerrero y violento de la Conquista y su eficaz tecnología, que importó
la superior civilización del hierro y de la espada, contrastando con la actitud
de sumisión de los indios, de rudimentaria cultura nómada de cazadores y recolectores,
que por su parte, siendo eslavizados, recibiendo la carga del trabajo, poniéndose
servilmente y en mansedumbre bajo el poder de la nueva fuerza conquistadora, la
cual contaba sin embargo a su favor, con la poder persuasivo de la educación y de
la palabra evangelizadora.
El
muralista dibuja la estampa del enorme dragón, ser serpentiforme estilizado,
alado y de matizados colores azul turquesa, cuya larga cola caprichosa se
desliza por el aire amenazante hasta perderse en el fondo, allá, en la lejanía,
relacionándolo directamente así con los condotieros
españoles, señores de la guerra, mercenarios y encomenderos, que ante el vacío
de civilización y la ausencia de poderes y de leyes, quisieron imponer en el
Nuevo Mundo su propia ley. Pero también lo relaciona con los aborígenes, pues
el artista representa a la antigua cultura bajo la forma de una mermada tribu
nómada, muy poco cultivada y ruda: son los chichimecas que poblaban la región,
constituida en esa parte del septentrión por los xiximes y los acaxes, temibles
guerreros quine aparecían como pequeños grupos de cazadores vestidos con pieles
y ataviados con ellas como elementos ceremoniales –probablemente rindiendo
culto al temible dragón. Hay que añadir, sin embargo, que la leyenda de San
Jorge luchando contra el dragón da cause y sentido a otros mitos que
proliferaban en aquella época: me refiero a la leyenda de las Siete Ciudades de
Cíbola, que despertaba el ansia de oro y riqueza por pate de los
conquistadores, quienes estaban profundamente influenciados también por los
cuentos de la época: especialmente por las historias del Amadis de Gaula y Las
Sargas de Espaldarian, que empezó a circular desde 1496 en España.
Tanto a
la izquierda como a la derecha del tablero, en la parte media superior,
sobresalen las representaciones de la arquitectura de la ciudad de Durango,
simbolizada por la fachada de Casa de la Caja Real, actual sede de
la Posada
San Jorge, a la izquierda, y por un conjunto arquitectónico a la
derecha, en el que se destaca un arco tras el cual se asoma la Catedral
Basílica Menor, y al otro lado una poderosa muralla que representa una casa fuerte
o un presidio y tras ella un conjunto de edificios dañados por el incendio y
por la guerra.
En efecto,
la cuarta estampa del tablero Guillermo Bravo represento a un gobernante
novohispano indeterminado, enfundado en mayas rosáceas, que descansa sentado en
un soberbio sitial, el cual está
acompañado por un indígena cargado con piedras áureas, o un tameme convertido
en vasallo de los españoles. Atrás de ellos una fachada que da la impresión de
mera portada, que representa la casa de la Caja Real, sobre lo que es hoy en
día el paseo Constitución, otrora sede del español recaudador de los impuestos,
representante del poder central de las encomiendas y de las haciendas como
elemento material fundamental de la Colonia.. Debajo del peñón que los sostiene
se abre la visión al interior de la tierra por unas escaleras que descienden
hasta el interior de una mina, en cuya entraña o socavón destaca la figura de
un minero aborigen fortísimo en taparrabos de color blanquísimo y paliacate del
mismo material en la cabeza, sosteniendo a su vez otra esclarea en actitud
imperturbable. Alegoría que claramente nos habla del porqué de la crueldad de
los conquistadores: la ambición de las riquezas, la fiebre codiciosa por el oro
vulgar.
Sobre el
costado derecho puede apreciarse otro paisaje urbano, en el que antiguas
construcciones de cal y canto son desmoronadas por la acción propia del abandono
o del tiempo. Debajo del conquistador y la muralla destaca la boca de una
fragua, que irónicamente asemeja a un ídolo prehispánico portando un par de
anteojeras o rodelas. Toda la torre parece invadida internamente por el fuego,
saliendo de la extraña imagen del funesto ídolo llamas de fuego, en lo que da
la impresión de ser una fragua. Una gran y larga espada estilizada, moderna,
eficaz, en pronunciado escorzo apunta a la boca del misterioso ídolo, mientras
que tres varillas de metal descansan en una roca de cantera para ir subiendo su
color hasta llegar al rojo y al rojo blanco mientras más se acercan a la boca
del monstruo –simbolizando tollo tanto el afán de dominación no sólo de la
naturaleza y de sus bienes sino del hombre mismo, así como el motivo promotor
de la ciencia moderna toda: la tecnología, que con sus armas, artefactos,
máquinas, procesos y procedimientos da al ser humano la posibilidad de volverse
como rey y señor de su medio ambiente y de la naturaleza en torno.
La sexta y
última postal reproduce otra vez el motivo de la mina, pero en esta ocasión muestra
al fondo de la profunda caverna las vías de un ferrocarril, sobre las cuales se
desliza a manera de bólido, de bala o de cañón una máquina futurista en
acelerado movimiento, en la que hay algo de caldera hiriente para el beneficio
de los metales. Se trata de una fabulosa máquina de cuño siqueiriano, si así
puede llamársele, acaso una barrenadora o la perforadora modernista, que
recuerda a la bola fuego incandescente,
estando alimentada por seis turbinas que expelen fuego a manera de poderosas
turbinas. Símbolo inequívoco de la
fuerza motriz necesaria para sacar los tesoros que yacen en el fondo de la
tierra –imagen, por otra parte, que recuerda vivamente, a manera de
intertextualidad, la imagen que Guillermo realizó del tren revolucionario, que
aparece en la primera portada de su gran mural en el Palacio de Gobierno o Casa
de Zambrano (hoy en día Museo Francisco Villa).
A la
entrada del socavón cuatro cuatreros montados a caballo parecen disputarse,
ávidos, las riquezas de todo aquello. Mientras que más abajo una pareja de
gambusinos va en una carreta o rústico carruaje, enfrente de la cual, luego de
un blanco manto que vuela, se encuentra
un par de animales de tiro, bajo la forma dos mulas blancas uncidas por el yugo.
Se trata de la pareja de viajeros colonos, que se atreven a remontarse al
lejano territorio en busca de mejores condiciones de vida, haciendo
probablemente de su carreta su morada.
III
La decoración
mural en su conjunto es, más que nada, la de un gran símbolo que atiende o
tiene como tema la génesis de Durango. La imagen de la gran deidad que preside
el mural de la Posada San Jorge es la del principio del principio: es Uranos, creador
del universo, relacionada probablemente
con la de Yahvé como el Hacedor, quien habría dorado al territorio mexicano con
indecibles riquezas, distinguiendo especialmente a Durango con una semilla ígnea
meteórica de fuego y hierro, siendo uno de los sus más notables cuernos de la abundancia
–territorio sujeto por tanto a la
codicia de los naturales y a las asechanzas de los enemigos externos, polo de atracción
también de misteriosos poder energéticos.
Para la
mitología griega Uranos es la personificación de los cielos, del firmamento,
que habita la bóveda celeste. Dios primordial para algunos, hijo y esposo de
Gea para otros, a Uranos se le ha hecho hijo también de la luz y el aire e
incluso de la noche y el día. Es el primer rey de los dioses que desposó y
fertilizó a Gea, la Madre Tierra, y de a cual nacerían los primeros 12 Titanes,
pero también los gigantes, los cíclopes y los seres monstruosos de 100 brazos y
50cabesas llamados “hecatonquiros”, a
quienes Uranos despreció enviándolos a vivir sin luz en el Tártaro. Gea,
sintiéndose ofendida con Uranos por su manera de ser planeó vengarse, los
Titanes se negaron a secundarla, no así el menor de ellos, Cronos (Saturno), el
de mente retorcida que se pinta también como cojo, quien con ayuda de los hecatonquiros, el más famoso de ellos
Briareo, los gigantes y los cíclopes
rescatados del Tártaro, derrocan a Uranos, tocándole a Cronos (el Tiempo) la lamentable
tarea de castrarlo.[1]
La
alegoría del dios primordial que emerge en el mural en la Hostería Posada San Jorge,
representa así al dios dador de los bienes materiales o fertilizador de la
tierra, quien habría dotado a la ciudad de Durango y a todo su dilatado
territorio con incalculables riquezas, motivo desafortunado de la codicia y la
avaricia humana. El tomo de este mural obedece, como algunos otros del mismo artista
excepcional Guillermo Bravo Morán, a una visión crítica, así podría decirse que
ácida, de la realidad, siendo obediente
por tanto a la dinámica misma del movimiento muralista mexicano, pues en él se
denuncian profundas y rancias injusticias sociales, la opresión del mal
entendido paternalismo, y la bárbara explotación, que ha llegado a tocar los
timbres más bajos de negreros. Visión extraordinaria, sin embargo, que
incorpora a la crítica social una verdadera visión legendaria e incluso mítica
de la realidad efectiva de la patria chica.
El tono
mítico y grandilocuente de la decoración, reforzado por el carácter
escatológico y casi delirante de su colorido, proporciona un fabuloso marco
sobre el cual interpretar a las dos figuras misteriosas de los dos
conquistadores, que se encuentran, uno sedente, el otro de pie, en las cimas sobre
sendas complejos arquitectónicos, las que
representan sin duda algo más, dos figura metafísicas quiero decir, siendo probablemente
símbolo de los “Vigilantes”. Se trata de un grupo de misteriosos personajes
aludidos en dos pasajes del Génesis, donde se habla de que los
hijos de Dios fueron hacia las hijas de los hombres, dándoles el nombre de
Nefilm, que serían los hijos de Anac, una raza de gigantes que fuera también
una raza caída.[2] El libro
bíblico apócrifo, juzgado por algunos pseudográfico, pero considerado por San
Agustín como demasiado antiguo para haber sido considerado en el canon bíblico,
llamado El Libro de Enoch (conocido también como Génesis de Enoch o Libro
de los Vigilantes), habla de una segunda caída de los ángeles rebeldes,
ya no motivada por el orgullo, sino por la lujuria.
Efectivamente, el citado libro habla de los “Grigori”, los que no duermen, los observadores o los vigilantes,
grupo de ángeles caídos, mencionada varias veces en la literatura
judeocristiana, acusados inapelablemente de haber desviado su misión. Ellos
habrían engendrado al copular con hermosas mujeres a la raza de los gigantes o “Nephelim”, palabra que da a entender
también a “aquellos que han caído”, llamados en otros lugares “bastardos” o
“hijos de la fornicación”. Encarnan la explotación y opresión de los seres
humanos, la destrucción y la guerra, la vanidad, la ambición del oro, la
falsificación y el engaño e, incluso, la práctica de las ciencias prohibidas y
de la brujería -que según el mismo San Agustín serían descendientes de Set, los
“valientes que desde la antigüedad fueron
varones de renombre”. Ángeles o hijos de Dios que habrían sido castigados
por Yahveh por haber copulado con las mujeres de la tierra, y por haber
enseñado a los hombres la creación de las armas y el arte de la guerra.
De acuerdo
al antiguo Libro de Enoch, los dos líderes de aquella angelical gavilla,
que sumarían unos 200 en total, tienen por nombre Shamihaza y Azael. En el Capítulo
8 die:
“Y Azael enseñó a los hombres a fabricar
espadas de hierro y corazas de obre, y les mostró como se trabaja extrae el oro
hasta dejarlo listo, y en lo que respeta a la plata a repujarla para brazaletes
y otros adornos. A las mujeres les enseñó sobre el antimonio, el maquillaje de
los ojos, las piedras preciosas y los tinturas. Y entones creció mucho la
impiedad y ellos tomaron los caminos equivocados y llegaron a corromperse en
todas direcciones.”
Y así fue
que, siguiendo con el mito, Azael enseñó toda injustica sobre la tierra,
revelando secretos eternos que se cumplen en los cielos, mientras que Shamiahza,
el jefe de todos ellos, enseñó encantamientos y a cortar raíces. Como parte de
los hombres estaban siendo aniquiladas, su grito subía hasta le cielo, y los Arcángeles
vieron toda la injusticia que se cometía contra los hijos de la tierra, la
sangre derramada y la injusticia, y oyeron
"el grito y el lamento por la
destrucción de los hijos de la tierra sube hasta las puertas del cielo"
(9.2) Dios los envía a los cuatro arcángeles (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel),
a encadenar a los Vigilantes y a destruir a los gigantes, por haber oprimido a
los humanos. Los ángeles caídos rogaron al profeta Enoch que intercediese por
ellos y los gigantes ante Dios, sin ningún éxito. Entones el Señor de los
cielos decreta la destrucción de la humanidad mediante el diluvio universal,
pues la tierra había sido corrompida por las obras que fueron enseñadas por
Azael, cubriéndola de todo pecado, y le dijo a al Arcángel Rafael:
“Encadena a Azael de pies y manos, arrójalo
en las tinieblas, abre en el desierto que está en Dubael, y arrójalo en
él, echa sobre él piedras ásperas y cortantes,
cúbrelo de tinieblas, déjalo ahí eternamente sin que pueda ver la luz, y en el
gran día del juicio que sea arrojado al fuego, después sana a la tierra que los
Vigilantes han corrompido y anuncia su curación, a fin de que se sanen de la
plaga y que todos los hijos de los hombres no se pierdan, debido al misterio
que los Vigilantes descubrieron y han enseñado a sus hijos.”
El Señor
se dirige también al Arcángel Miguel a le manda decir a Shamiahza y a todos sus
cómplices, que se unieron con mujeres y que se contaminaron con ellas en su
impureza, que sus hijos perecerían, ordenándole destruir a todos los hijos de
los Vigilantes, a quienes llama “bastardos”, porque han hecho obrar mal a los
hombres, y luego de hacer perecer toda opresión de la tierra y toda obra de
iniquidad, hacer que aparezca la planta de justicia:
“Y limpia tú la tierra de toda opresión, de toda violencia, de todo pecado, de toda
impiedad y de toda maldad que ocurra en
ella, y hacerles desaparecer de la tierra, para que todos los hijos de los
hombres lleguen a ser justos y todas las naciones me adorarán, se dirigirán en
oración a mí y me alabarán.”
Tales profecías
relatadas en el Libro de Enoch ha sido relacionado con el mito ugarítico del dios
El y de la llamada “Reina del cielo”, cuyas ceremonias consistían en orgías y
prostitución ritual.[3] Como
quiera que sea, la palabra Azael deriva de la voz “Lz” que en hebreo significa “cabra” o “macho cabrío”, componiendo
la palabra con la idea de “lo que se aleja”, ligándose por tanto a los rituales
del “chivo expiatorio” descritos en el Pentateuco, en el libro Levítico
(10, 26 y 16.8).
Por otra
parte, en el libro encontrado a orillas del Mar Muerto llamado el Testamento
de Amram se le apareen a Enoch en una visión la revelación de dos
Vigilantes o Nefilm, uno de ellos, el demonio Belial, el Príncipe del Mal o de
las Tinieblas, aterrador de contemplar, pues se le aparece con una cabeza “como
de víbora”, llevando una capa de muchos colores, pero muy oscura -semejante a
la capa de uno de los conquistadores del mural en la Posada San Jorge realizado
por el Maestro Guillermo Bravo Morán.[4]
La
evocación de Belial se relacionaría así, en su forma serpentina, con el
prepotente y orgulloso dragón, el cual a su vez está representado cubierto de
escamas y de alas –recordando que los mensajeros de Dios, los ángeles y
arcángeles, son tradicionalmente representados portando alas, tanto como los Serafines
y Querubines, que se representan también teniendo varios conjuntos de alas,
queriendo el mural india ron esto la idea de la caída de los ángeles rebeldes. La figura del dragón ha sido también asociada
al “complejo reptiliano”, que es el cerebro más interno radicado en la
hipófisis y que obedece a los impulsos meramente egoístas y a los instintos más
crueles y primarios, de adaptación al medio y de sobrevivencia del más apto; es
decir, que se manifiesta en esa voluntad cuya razón sólo atiende a la astucia y
la depredación, en razón del propio provecho y sin sentimientos morales ni de
culpa respecto de la comunidad. Por todos esos factores y otros más no
consignados, tradicionalmente se invoca la protección de San Jorge, cuya figura
es la de un héroe sauróctono o matador de dragones, que a su vez es una
alegoría de la legítima lucha cristiana contra el poder temporal e imperial,
despótico y dominante, del mundo en torno.
Hay que
agregar que la alegoría del dragón está asociada tradicionalmente a los
arácnidos anómalos, como el alacrán, debiéndose a ello el culto regional en
Durango a San Jorge –donde la presencia de dragón es, según consenso
generalizado, ascendente. En efecto, el 15avo Obispo de Durango, Pedro Anselmo
Sánchez de Tagle, instituyó en el año de 1749 a San Jorge como patrono de la
ciudad, con fiesta el 23 de abril, como protección para la población azotada
por una plaga del temible insecto –registrándose en la Capilla Basílica Menor a
la Inmaculada Concepción varias imagines en honor al Santo Jorge, entre las que
destacan un hermoso cuadro del siglo XVIII, San Jorge Matando al Dragón,
tal vez obra del taller de Miguel Cabrera; el famoso San Jorge Niño, escultura
estofada y encarnada del mismo siglo, a la que se rinde culto el mismo 23 de
abril de cada año acompañado por una fiesta ceremonial, y; la escultura de San
Jorge Niño en el nicho superior derecho de la portada lateral poniente
de la Catedral, debida al arquitecto Pedro de Huertas, quien remodeló la
Basílica en el año de 1750.
La
tradición prescribe encomendarse a San Jorge como protección contra la picadura
del temible alacrán, cuyos remedios médicos antiguos resultaban poco eficaces,
yendo de cauterizar la picadura con una braza a hacer una incisión pequeña en
forma de cruz para succionar el veneno, aplicando luego un ungüento de dientes
de ajo machacados con orégano. Otros remedios consistían en mascar directamente
los dietes de ajo e incluso beber una copa de aguarrás, como se hacía en Navocoyan,
según relatos de Don Alberto Tirión impresos en la memoria colectiva. Hubo
remedios en base al cloroformo y el amoniaco y se bebía también la llamada
“agua de alacrán”, preparada en frascos con agua natural donde se ahogaban un
cierto de número de alacranes. Se utilizaba una así mismo la infusión de hojas
de naranjo y mezcal al que se le agregaba polvo de alacrán dejado secar al sol.
La planta de “lampazo”, vegetal acuático de Nombre de Dios, se ponía a manera
de ungüento sobre la picadura, a los que hay que agregar una serie de amuletos
o talismanes, así como el polvo de crisantemo, el polvo de alacranes quemados, el
simple frotamiento con cebolla jugosa, hasta la aplicación de creolina.
La
decoración mural del Hotel Posada San Jorge de Durango, nos habla así de un
saurio resistente a la espada de San Jorge, que es la verdad del evangelio, dándose
en la zona una especie de sobresaturación de rebeldes y demonios, convocada por
el mismo llano desértico, de indistintos grupos humanos, que van de herejes y nicolitas
a hechiceros, remisos, materialistas vulgares, erotómanos, burlones, truchimanes,
fariseos y facciosos de toda laya. Sin embargo, en la decoración del céntrico recinto
durangueño no deja de notarse los efectos devastadores del doble filo de las
armas del Santo Jorge, símbolos de la palabra y la verdad revelada, pues la
sangre corre por la boca y por el pecho de la bestia, mientras deja asomar entre
las fauces agónicas la venenosa legua bífida, símbolo por su parte de la doblez
e hipocresía que caracteriza a las lenguas réprobas.
IV
El mural Idea
de una Provincia Universal nos habla así de la génesis de Durango desde
un punto de vista, más que revolucionario, cristiano, visionario y apocalíptico
incluso –pues, de alguna manera, el principio de algo y su fin coinciden en la representación
mental, donde se imbrican la causalidad eficiente y la final. Porque la obra de
Guillermo Bravo esta he ha de elementos ingrávidos, así impalpables, por
atender sobre al sentido más puro de la vista o a la visión eidética interior
–a diferencia de los murales de su contemporáneo Guillermo Ceniceros, oriundo
del rico y pujante Nuevo León, caracterizados por sus pesas masas tectónicas,
de pesado realismo constructivo.
El último
de los murales pintado por el maestro Guillermo Bravo, como todas sus obras de
gran formato, obedece en efecto a esa sensibilidad superior del espíritu, hecha
de pruebas y decantaciones sucesivas, hasta llegar a la imagen privilegiada, al
símbolo mítico me atrevería a decir, donde se condensa en una sola imagen un
mundo entero de experiencias comunes. Imagen cierta, reiterada, donde uno
vuelve a ver lo que antes vio, en una especie de respuesta final donde se inscriben
las huellas indelebles que van acuñando la memoria, más que en el inconsciente colectivo,
en la sensibilidad trascendental, hasta poder cifrar y dar forma a un imaginario
común, constituido por imágenes que vienen de lejos, a partir de costumbres, actitudes,
valores, usos sociales, orígenes, lengua compartida y tradiciones, dando lugar
a un especifico modo de vida. Imagen del desierto minero del norte de México, que
desde su lejanía al entro metropolitano nos acompaña, que va con nosotros en el
desierto como la grulla del refrán, en una tierra poblada por gente en su
mayoría sencilla, buena y sobre todo resistente, como los robles de los que
hablaba en sus cantos Isaías.
Con buen
tino el admirable maestro y culto abogado Don Héctor Palencia Alonso ha caracterizado,
en su archifamosa tesis sobre la durangueñeidad, los modos de vida dominantes
en la región, siendo acaso el más característico de ellos el producido por el
aislamiento centenario de la zona, situada en medio de las inmensidades del
norte mexicano, dando a los lugareños, a los durangueños de sepa, la emoción
infinita, íntima, de la imagen interior.
Tesis
propiamente historicista del rescate no tanto de los documentos cronológicos de
una región, sino de sus símbolos, de sus signos, donde se cifra el alma de su
raza y los emblemas de su propio e inalienable destino. Microcosmos del alma de
México, de la patria mayor, que en mucho está depositada en su provincia.
Tierra tocada también por los dones del talento y del arte, cuyos logos
distintivos de su cultura blasona a los hijos de Durango con la vocación estética
e incluso mística, de espiritual autonomía e independencia, que son la esenia
de su verdadero oriente, y nos guía en la búsqueda ferviente de un provincialismo
más sano por inclusión, que no por exclusión, para poder ser verdaderamente
universal.
Porque la verdadera
vocación de los durangueños ha sido siempre el sentimiento ecuménico de la cordialidad
hospitalaria y la de la conmovedora solidaridad humana, donde muchas veces se
ha puesta a prueba el amor y la pertenencia a esa alma colectiva, quintaesenciándola.
Así, el
Mural de Guillermo bravo nos habla también de una transformación necesaria que,
sin renegar ni dejar de ser lugareños, abra a los durangueños la verdadera
puerta de la modernidad que, lejos de los desérticos espejismos producidos por
el ardor del vaho o de la fantasía desfondada, permita su robustecimiento y
desarrollo propio cultural interno, para así poder incorporarse plenamente a la
vida contemporánea.
Así, una
de las osas que los murales del maestro generacional Guillomo Bravo pone
literalmente delante de los ojos es la idea entra de la recuperación de los
orígenes, es decir: la de la conciencia histórica y simbólica de lo que somos y
de lo que hemos sido. Pues lo que muestra a las claras su obra es ser la
nuestra una vida superpuesta am otras, y en este sentido una vida plural sujeta
a su interpretación, articulación y vertebración en una visión más amplia de
nosotros mismos, para así poder dar una definición precisa de nuestra esencia, tanto
individual como colectiva.
Preocupación efectivamente esencial del maestro muralista fue descubrir el fin de Durango, en el sentido de su finalidad o “telos”, de su destino, el que se cifra en llegar a realizar su verdadera vocación cultural y de solidaridad hospitalaria. Ideal que, dejando atrás las rémoras del estrávico egoísmo y las pústulas del pusilánime resentimiento que se han ensañado contra la zona, logre fundir en igual crisol de luz las sangres y las razas, la opulencia de los bosques con la meditación de los desiertos y las áureas profundidades de las minas, en una tarea de inconcluyente de exploración conjunta, que permita amalgamar nuestros mejores metales consonantes, explotar nuestros ricos filones y riquezas de memoria, para beber así fraternalmente del agua más clara hecha de luz -que brota de la fuente imperecedera de la gracia.
https://www.youtube.com/watch?v=FvawAcWgaVE
[1] El planeta Urano, que tiene
su regente en Acuario y su exaltación en Escorpión, es el más singular de los
planetas, pues tiene una inclinación de 98º´s que lo hace girar con su polo sur
orientado siempre hacia el Sol. Su movimiento de rotación o día dura 17 horas
con 14 minutos, más rápido que la tierra, mientras que el de traslación
alrededor del Sol tarda 84 años. Fue descubierto en 1781, tiene 11 anillos, sus
lunas o satélites son en número de 27, siendo los principales Miranda, Ariel,
Umbriel, Titania y Oberón está compuesto de agua, helio, hidrogeno y metano. El
gigante gaseoso está asociado antropológicamente al surgimiento de lo nuevo y
la ruptura con lo establecido, favorecedor de los ideales de fraternidad
universal y de igualdad, pues representa el idealismo y el anhelo de libertad,
la comprensión y la independencia, en la tecnología obedece a las
comunicaciones y a la metafísica.
[2] Génesis, 6.1-2, y 6.2-4. Génesis 6:1-4: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres
a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, viendo los
hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí
mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con
el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento
veinte años. Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después
que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron
hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de
renombre.”
[3] Sus hijos Schelem
(Perfecto) y Suhar (Aurora) habrían tenido un hijo de nombre Helel, el cual se
a identificado con Lucifer. Salmo 139.9; Isaías, 14.12.
[4] Ambos ángeles serían los gobernantes de la humanidad: uno de ellos
sería Belial, pero el otro en cambio sería
San Miguel. En Los
Secretos del Libro de Enoch (o Enoh II) se habla de 200 Vigilantes
con aspecto serpentino, ángeles caídos que serían los responsables de la
tentación de los primeros padres Adán y Eva.
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