jueves, 28 de mayo de 2015

La Renovación de la Academia de San Carlos: Santiago Rebull Por Alberto Espinosa Orozco

La Renovación de la Academia de San Carlos: Santiago Rebull
Por Alberto Espinosa Orozco

“El dibujo es la honradez del arte”.
Ingres
I










   Antes de pasar en nuestra revista con el siguiente gran escultor del Siglo XIX mejicano, que es Miguel Noreña, se impone detenerse en un magnífico pintor, injustamente olvidado del Parnaso Nacional del Arte, que dejó escritas con letras marmóreas y cabales su nombre en la historia de la Academia de San Carlos y grabado con los suaves cinceles coloridos el paisaje cultural de nuestra tierra para la Historia del arte universal. Me refiero al gran maestro Santiago Rebull, de quien en este mismo año se le hecho un primer reconocimiento a nivel oficial con una magna exposición retrospectiva.       
   Santiago Rebull Gordillo (1829-1902)  no nació en la tierra… nació en el mar, en medio del océano Atlántico. De padre catalán, José Rebull, y madre mexicana, Josefa Gordillo, el futuro pintor nació en un buque de bandera inglesa mientras viajaba con sus padres desterrados hacia España, por la expulsión española que se suscitó en México en el año de 1829, decretada por Guadalupe Victoria (Miguel Fernández Félix, Durango) a raíz del movimiento revolucionario de Independencia y la instauración de la República.[1]
      Regresó a México en su infancia, a la edad de 7 años, en el año de 1836, cuando España por fin reconoció a regañadientes la Independencia de México. Entra a estudiar pintura a la Academia de San Carlos en 1847, a los 18 años de edad, ingresando a la cátedra de Dibujo de Estampa del pintor catalán Pelegrin Clavé, director de la escuela, cuya dinámica consistía en copiar a autores como Rafael, Diego de Velázquez y Antonio Van Dick, seguidos de una interpretación y explicación discursiva de las imágenes.[2]
   Fue compañero de José Salomé Pina y Felipe Gutiérrez. Realiza en 1851 con gran éxito las obras “Cristo en agonía” y “Abraham adorando a los tres ángeles”, y sobre todo “La muerte de Abel”, la cual le valió el derecho a una beca para estudiar por 6 años en la prestigiosa Academia de San Lucas, en Roma. Parte a Europa en el año de 1852, iniciando un recorrido que lo llevaría a recorrer las mejores galerías de toda España. La Academia le compró varios óleos de esa época, como “Moisés con las tablas de la ley”  y “El sacrificio de Isaac”. Pinta también en esa época su famoso “Autorretrato” (1853). Siguiendo la escuela de Clavé destaca en el género del retrato, que no abandonaría en el resto de su carrera, apegándose al estilo romántico de su maestro e inspirado en la Escuela Nazarena creada por el magnífico pintor alemán Johann Friederich Overbeck (1789-1869).[3] En Roma estudia bajo la dirección Thomaso Consoni, copiando los perfectos modelos del Renacimiento, considerándoso como un experto dibujante. Su obra “El Sacrificio de Isaac” viajo a las Ferias Mundiales de Filadelfia y Nuevo Orleans. Viajo ampliamente por España y de vuelta en Roma, Italia, participó en el Movimiento Artístico de los Nazarenos, el cual fundaría las raíces mismas del llamado Romanticismo europeo.















II
   En 1859, a los 30 años de edad, regresa a México, donde es nombrado profesor de la cátedra de Dibujo de Desnudo, llamada también de Dibujo al Natural,  en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, con un modesto sueldo de 50 pesos mensuales. El 21 de febrero de 1862 es designado como Director Provisional de la academia por el gobierno no menos provisión de Benito Juárez, a la que renunció el 5 de julio de 1863 por razón de la entrada de las fuerzas francesas a la Ciudad de México, negándose a la vez a firmar el pliego de adhesión al Movimiento Intervencionista.





   Un año después contrae nupcias con la señora Concepción Pérez. Junto con Manuel Vilar y Pelegrín Clavé se dedica a dar forma a la Galería de Arte de la Academia, recogiendo obras de arte olvidadas y dispersas en los arruinados conventos, lo que facilita una primera hostilización de nuestros grandes pintores novohispanos.
   Con ello se fija y comienza a valorar universalmente la obra pictórica de artistas como Simón de Pereyns, y sobre todo de Baltasar de Echave Oreo, conocido como “el Viejo”, pues dejó toda una dinastía de pintores familiares suyos. Se dice que era vizcaíno, de Guipúzcoa, siendo el primer pintor de mérito afincado en el país, realizando su labor de 1573 a 1640. Casó con la hija de Francisco Gamboa de Zumaya, Isabel Ibía, conocida como la Zumaya, el 9 de diciembre de 1582 y con la que tuvo dos hijos, también artistas, Baltasar de Echave Ibía y Manuel. A su vez Baltasar de Echave Ibía casó con Anna de Rioja, dando un pintor más a la Colonia de México: Baltasar Echave y Rioja. Perteneció a la escuela de Juan de Juanes y Vicente Joannes Macup, de Valencia, de quien decía Jovellanos que pintaba más con el espíritu que con las manos. Severo, devoto y profundo.
   El viejo Echave fue, además de pintor, filólogo y escritor, dejando un tratado sobre el Lenguaje de Castilla. Se dice que su mujer y su hija también pintaban. El famoso Se dice que “San Sebastián”  en el Altar del Perdón de la Catedral Metropolitana, pertenece a los pinceles de La Zumaya, su mujer. Los primeros paños del Viejo adquiridos por la Academia fueron: la “Adoración de los Reyes”; la “Oración del Huerto”; la “Figura del Salvador Orando”, desarrollando un arte noble y moderno, antes que Velázquez y Murillo florecieran en España, con tanta verdad y tanto carácter que, según Clavé, algunas de esas obras hubieran sido con orgullo prohijadas por el mismísimo Overlock como suyas. Sus cuerpos y caras modelados con pericia, con sobrados méritos tanto en la expresión del carácter como en la invención.
   Reunió también obra de los mayores artistas barrocos, incluyendo a los cuatro Echave –Baltasar Echave Orio, Manuel y Baltasar Echave Ibía y Baltasar Echave y Rioja-, a Simón de Pereyns, a los cuatro Juárez –Luis Juárez, José Juárez, Nicolás y Juan Rodríguez Juárez-, además de Sebastián López de Arteaga, José Rodríguez Carnero, José Torres y Antonio de Torres, al famoso Juan Correa e tan buen dibujo y color templado, a José Ibarra, a Pedro Ramírez, Nicolás Becerra, Fray Diego Becerra y Antonio López de Arteaga, a Cristóbal de Villalpando quien componía como poeta, y a Manuel Cabrera como a muchos de los ayudantes de su taller.   
  Como director de la Academia no sólo ayudo a componer la galería de Artistas Novohispanos, sino que también reforzó la enseñanza ayudando a que vinera el maestro Antonio Fabres (27 de junio de 1854, Barcelona - 1936, Roma) y otros importantes artistas mis, españoles e italianos.[4] Siendo director en la Academia sufrió la crítica mordaz de sus enemigos, debido sobre todo a la severa disciplina que impuso en la escuela –tan dada a ser refugio del tipo bohemio, del soñador intoxicado, que gasta en trasnochadas, nostalgias e inqueridos ensueños, la energía y el esfuerzo contemplativo que debía imprimir entre las horas con sus armas delante del lienzo. 





III
   Para el año de 1865 el 2do Emperador de México Maximiliano de Habsburgo le impone la condecoración de la Orden de la Virgen de Guadalupe, a la vez que lo nombra Pintor de Cámara del Imperio y ratificándolo como Maestro de Dibujo al Natural y se le otorga la cátedra de Maestro de Dibujo al Yeso, se le asigna un sueldo de un mil 500 pesos anuales en la misma Academia. Junto con la restauración de títulos, el Imperio de Maximiliano se dio a la creación de nuevos títulos y honores, siendo muy atento al protocolo monárquico, e impulsando el arte en diversas facetas. Maximiliano fue, en efecto, un príncipe generoso e ilustrado que promovió las artes, siendo amigo de todos los progresos del espíritu benéficos para México, mostrando en todo momento su buena voluntad. Fomentó, pues las artes, como ya había sucedido en Nueva España con Cabrera, Ibarra y Juárez. Santiago Rebull fue también el encargad0o de conformar la Galería del palacio nacional con una serie de personajes ilustres, pues era imperativo para el príncipe del 2do Im0perio Mexicano dotar a la nación de una idea heroica e ilustrada de sí misma –resultando así un pintor, que sin ufanarse de nacionalista, dejo un registro fiel de la historia misma de evolución estilística de la Academia de San Carlos y de la misma historia de la Nación Mexicana.



   Prefiriéndolo sobre Pelegrín Clavé y Eugenio Landesio, a Rebull le encargó el emperador su retrato oficial, tanto como el de la emperatriz Carlota Amalia. El retrato que lo pinta de cuerpo completo con manto de armiño, corona y cetro es custodiado hasta hoy en día en su Castillo vienes de Miramar en Trieste. Existe, sin embargo, una buena copia realizada por su discípulo Joaquín Ramírez, pintada un año después que el original en 1866, localizado en el Museo del Castillo de Chapultepec –se trata del mismo pintor al que se debe el actualmente controvertido retrato de Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la patria, que se encuentra custodiado en idéntico recinto.
   El retrato de la emperatriz Carlota Amalia de Bélgica es en cambio de pequeño formato, de unos 59 cmts de altura y 50 de ancho, donde se muestra joven, de 26 años, simpática y de aspecto agradable. El retrato oval la muestra de frente, de pelo castaño, rizado y con trenzas, con un collar de dos filas de perlas, en un traje rosa. Se muestra en la transparencia de la obra el fino trazo del lápiz, siendo un retrato de cámara o un estudio para los retratos de cuerpo entero que, al parecer, gustó mucho a la Emperatriz al mandar hacer copias de su imagen usadas como tarjetas.
    El retrato de Maximiliano de medio cuerpo, de 75 x 59 cmts, lo toma de frente, de pelo y barba rubia, de uniforme oscuro con espoletas, tachonado el pecho de órdenes y condecoraciones, mas la “Toisón de oro”. El pecho adornado con una amplia franja con el Águila mexicana, en verde, con lemas en color rojo. Sin firma ni fecha. La pincelada no es suave, sino llana, incluso dura. Transparentándose igualmente el dibujo a lápiz en el famoso retrato oficial del Emperador, con manto de armiño, corona y cetro. De entre los más de 2 mil objetos mexicanos pertenecientes a Maximiliano de Habsburgo entre un sinfín de objetos, entre órdenes, condecoraciones, vajillas, etc, se conservaron 8 cuadros de José María Velazco y 3 cuadros de Santiago Rebull –reliquias que fueron rescatadas en 1909, legadas por el Barón Kaska.




IV
   Una de las obras más significativas realizadas por Santiago Rebull a encargo de del emperador mexicano Maximiliano de Habsburgo fuere la realización de los frescos pintados para el Alcázar del castillo de Chapultepec, sugeridos por el mismo aristócrata europeo a partir de un tema pompeyano y que dan una idea de la gracia de la vida cortesana. Las decoraciones fueron ideadas para recordar al emperador su mundo en el Castillo de Miravalle. Rebull comenzó a pintarlos en el año de 1864 poniendo especial atención en el movimiento y magnificencia de las figuras.[5]
   El Archiduque gastó a manos llenas en la remodelación del Castillo de Chapultepec, haciendo las más grandes modificaciones del palacio en toda su historia, sirviéndole de modelo su querido Castillo de Miramar, en Triste, , bañado por la luz y las aguas del mar adriático. Las obras arquitectónicas fueron llevadas a cabo por Ramón Rodríguez Arangoldi y Bernardo de Guinbarda. Las decoraciones interiores las realizó Santiago Rebull más los artesanados, las esteras, las estelas y las copias de esculturas de la antigüedad. 





  La decoración del Alcázar del Castillo del Chapultepec se inició, efectivamente, con la realización de cuatro frescos al estilo pompeyano, y fueron terminados por el mismo Rebull 32 años después, en 1896, con la adición de dos frescos más, cuando se dio a la tarea de  restaurar los cuatro primeros, en el tiempo en que Porfirio Días ocupaba el Castillo como su residencia de verano. En la década de los 20´s, durante el gobierno de Álvaro Obregón, se destruyó uno de los frescos cuando se abrió un puro para construir una puerta. La sexta bacante, en efecto,  se perdió y sólo quedan de ella algunos bocetos de su imagen, conocida como “La Bacante de la Pantera”. Los cinco murales sobrevivientes son: “La Bacante del Tiesto”, sacerdotisa del dios Baco; “La Bacante del Lirio”; “La Bacante de la Copa”; “La Bacante del Pandero, y, por último; “La Bacante del León”.








   Se ha juzgado a Santiago Rebull como un pintor académico e incluso neoclásico. No es verdad. Su estilo, que alimenta la corriente profunda de la llamada escuela mexicana de pintura, es más bien continuador de la famosa Escuela Nazarena de pintura, de raigambre germana, y debe con toda propiedad ser calificado como Romántico. Escuela contra la que en realidad el ideólogo, anarquista y agitador político Gerardo Murillo (Dr. Atl) enfilo sus baterías al incendiar la Academia de San Carlos con una huelga, para con ello dar paso a un no siempre consistente vanguardismo nacionalista.
   Los oleos al estilo fresco de Rebull en el Castillo de Chapultepec pueden considerarse, sin embargo, el gran antecedente del Movimiento Muralista Mexicano, quedando marcado ese recinto con ese sello indeleble de aquella obra fundacional, al grado de que los mejores pinceles de la vanguardia pública dejaron luego en él su imprimatura: José Clemente Orozco con el tablero La Reforma y la Caída del Imperio”; “La Revolución contra el dictador Porfirio Díaz de David Alfaro Siqueiros; El Retablo de la Independencia”, de Juan O´Gorman, y ; “La Constitución de 1917” de Jorge Gonzalez Camarena.      
      Los frescos de “Las Bacantes”, también conocidos como "Las Ninfas", son en realidad cinco óleos recién restauradas por la experta Rosana Calderón y equipo, entre 2012 y 2013, y cada uno de ellos tiene como medidas 1.55 de ancho por 2.50 de alto. Los frescos se realizaron sobre cal y polvo de mármol.




V
   Como maestro de dibujo colaboró durante más de 40 años a la formación de los futuros artistas mexicanos, siendo señero maestro de todos ellos y compartiendo los gises con profesores de la talla de José María Velasco, José Salomé Pira, Felix Parra, Felipe Sojo, de los que fue maestro0, y de los Monroy, Miguel Noreña, Jesús F. Contreras, José Obregón, Germán Gedovius, Joaquín Ramírez, Daniel Dávila, Luis Coto y Leandro Izaguirre. Entre sus primeros alumnos destacó Joaquín Ramírez, de entre los últimos Ángel Zárraga y Roberto Montenegro. Aunque se dice que Diego Rivera asistió a sus cursos, lo más probable es que haya chochado con su estética nazarena, al confundir la precocidad artística con la precocidad sexual, siendo un renegado de la religión desde un primer momento. José Clemente Orozco lo tuvo en alta estima como maestro y lo menciona varias veces en su famosa autobiografía, especialmente en el renglón correspondiente a sus especulaciones sobre la “pintura pura”, sobresaliendo por la intuición de sus teorías novedosas.




   El maestro, de innegable talento, fue sin embargo acusado de “afrancesado” e incluso de “monárquico” por sus adversarios liberales. Sin embargo, lo cierto es que fue el retratista de la élite cultural y política de su tiempo, como ya antes lo había sido su maestro Clavé, llevando a cabo en 1870 los retratos de Benito Juárez y de un todavía rústico Porfirío Díaz, también el de Ignacio Manuel Altamirano –aunque también realizó algunos retratos de personas comunes.







   En el taller de dibujo, disciplina que consideraba “la honradez del arte”, imprimía en las clases el mismo método que su maestro Pelegrín Clave: la copia comentada de los modelos de los grandes maestros: Rafael, Van Dyck, Velázquez, Ribera. También fue maestro en el Internado del Colegio de Las Vizcaínas, famosa escuela secular para mujeres durante los siglos XVIII y XIX, en el Colegio de La Paz de Profesoras de Instrucción Primaria, en el Colegio de Señoritas de La Encarnación y en la Escuela Nacional Preparatoria.
   Maestro culto que tocaba el piano y componía canciones, fue uno de los más destacados pintores de su tiempo, sobre todo como retratista, aunque también se esmeró en la pintura de paisaje y en asuntos interiores y bodegones destacando en estos renglones sus obras: “Corredor del Colegio de las Vizcaínas”, “Boceto de un edecán de Bolívar” y “Estudio del pintor”. Destaca su “Autorretrato” de 1853, tanto por su carácter como por el realismo de la ejecución. Se considera que su obra maestra de tema histórico es “La Muerte de Marat” (1875), tela en la invirtió años de trabajo y de reflexión. También es suya la obra “La Prisión de Cuautemotzin”, en el Castillo de Chapultepec, pensado conjuntamente con el cuadro “la Muerte de Marat”, los que tardó en hacer más de 3 años. .    



   Maestro de las formas humanas que cultivó los géneros del desnudo y el retrato, de entre los retratos dejados por su escuela, de corte heroico y nacionalista, promovidos por Maximiliano, vale la pena mencionar los retratos de Hidalgo, Iturbide y Morelos, pintados por sus alumnos. De sus obras, en primer lugar se encuentran los retratos de tema nacionalista: “Ignacio Manuel Altamirano”, en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec; el de “José Ives Limantour” de 1893, colección particular; su “Autorretrato”, sin fecha; o algunos de su dibujos, como “El Ciego”, en la Academia de San Carlos.  De tema histórico ellos mismos: los retratos de Maximiliano de cuerpo entero, el retrato de Carlota Amalia, que quedó inconcluso, siendo cortado como retrato de busto, ambos de 1866.
   En sus últimos años usaba un característico bastón, a consecuencia de las heridas sufridas a manos de un miserable truhan en 1891, que quiso despojarlo de su lujosa capa de noche, confundiéndolo con un millonario. Falleció el 12 de febrero de 1902, de agotamiento, por una influenza torácica o tifitis mal atendida, en la pobreza.  Se le otorgó a la familia un mes de su sueldo del finado por vía de la misma Academia de San Carlos, la cual cargó con los gastos del sepelio, siendo enterrado en el panteón de Dolores.[6]    
   El MUNAL (Museo Nacional de Arte) cuenta con seis obras suyas: “Una Escena de Jesucristo” de 1850; “Retrato de Juan Machote”; “El sacrificio de Isaac” (1858); “La Muerte de Abel” (1851) y el “Retrato de Dionisia Sojo de Orozco”. Otras obras suyas son. “Las Ninfas”; “Baco con Vid” y “Figuras Femeninas”, “Retrato del Escribano José Villela” (1879), “Virgen” s7f. El pintor no solía firmar sus cuadros, pero la perfección y pericia de su dibujo, con el aura estética del verdadero pincel, los vuelve inconfundibles.



[1] La efervescencia antihispanista tomo una forma legal al asumir el poder el general duranguense Miguel Félix Fernández  en 1824; primero al expulsar a todo español de todo cargo administrativo y luego con la prohibición de retirar sus capitales, ya que se les atribuía la atribución de privilegios coloniales y ser causantes de la pobreza del país. De la campaña propagandística de amedrentamiento antiespañol se pasó a la prohibición de reunión y luego  al despojo. La idea era impedir la consolidación de una oligarquía económica y política amalgamada por la raza. El 10 de mayo de 1827 se aprobó el proyecto de la ley de empleo, que echaba prácticamente a los españoles de la administración pública, la cual fue ratificada en agosto del mismo año en una primera ley que daba de plazo 30 días a los iberos para abandonar el país, otorgando la pasibilidad de retirar sólo una tercera parte de sus capitales. Una segunda ley en el mismo sentido se formalizó y aprobó el 20 de diciembre de 1829 con 43 votos a favor y 13 en contra.  Con esa ley fueron también expulsados los descendientes del emperador Agustín de Iturbide. De los 15 mil empleados españoles marcharon fuera del país 7 mil 148 en dos años, y en el siguiente año de 1830 lo abandonaron 5 mil más, marchando a España, Estados Unidos, Filipinas, Cuba o Puerto Rico. Los 2 mil españoles vinculados a la administración restantes gozaban en cambia de grandes haciendas y fincas en todo el país. Lo cierto es que la medida debilitó a México comercialmente, que los militares expulsados se rehicieron para invadir a México desde La Habana en 1829, en medio del temor ante la destrucción de las garantías sociales. Sin embargo, España finalmente reconocería la Independencia de México en el año de 1836.  Lo cierto es que, como vio Schopenhauer en su libro, la Republica mexicana no alentó sino a cada cual a pensar exclusivamente en su propio provecho, sin preocuparse para nada por el conjunto, que así se va a pique.
[2][2] Hay que recordar que el nombre de Pelegrín Clavé está ligado al renacimiento de la Academia de bellas Artes en México, cuando fue director de ella el culto abogado clásico José Bernardo Couto Pérez (1803, de Orizaba), sereno y grave en el desempeño de sus funciones, quien pertenecía al selecto grupo de sabios intelectuales conformado por Lucas Alamán, José Ramírez, Manuel Orozco y Berra, García Icazbalceta y José María Luis Mora. Edad en que se reforma el edificio para adoptar la forma que guarda hasta la fecha, por el arquitecto italiano Javier Cavallari. Junto con Couto, Clavé comenzó con una de las obras más importantes de la institución: la formación de la galería de Pintura de la antigua escuela mexicana de pintura, enajenado los mejores cuadros abandonados en los claustros de la ciudad, preservándolos así de una pérdida segura ante la rapiña republicana.  Como director llevó a cabo el proyecto de la “Estatua Colosal de Cristóbal Colón” vaciado en bronce, de 1852, la cual se colocó finalmente en la Plaza de Buenavista en el año de 1892. También se ocupó en su calidad de director de la realización del “Monumento a Iturbide”. El nuevo rostro de la Academia se logró gracias a la importación de una serie de maestros prestigiosos de Europa, tales como: Manuel Vilar, para la escultura; Jerónimo Landesio en el paisaje; Cavallari en la arquitectura; Bagalli en grabado en hueco y Periau en grabado en lámina.  Durante el gobierno de Santa Anna, Couto sostuvo a Pelegrín Clave como director del área de pintura , nombrando sustituto a Juan Cordero, cosa que ampuloso artista formado también en Italia nunca le perdonó.  Por su parte José Bernardo Couto forma en 1859 la Sociedad de Geografía y Estadística, donde se dan cita los mayores ingenios de su tiempo como Goroztiza, Alamán, Quintana Roo, Sánchez de Tagle, peña y peña, Riva palacio, pesado y Cuevas.  Renuncia en 1861 a la presidencia y junta directiva de la Academia  ya siendo desde 1860 en adelante Rector del Colegio de Abogados, siendo nombrado miembro honorario de la Academia de la Lengua Española por su magnífico tratado Diálogo sobre la historia de la pintura en México, donde se escenifica una charla erudita del mismo Couto con el poeta José Joaquín Pesado y con el pintor Pelegrín Clave. El tratado fue publicado por el FCE en 1947 y reimpreso en 1979. El ilustre licenciado José Bernardo Couto murió cristianamente rodeado de su familia el 11 de noviembre de 1862, siendo depositas sus reliquias fúnebres en el Panteón de San Fernando.
[3]Junto a Franz Pforr, estudiante como él en la Academia de Viena, fundó el 10 de julio de 1809 la Lukasbund ('Hermandad de San Lucas'), inspirada en los gremios medievales. Pretendía establecer las bases de la pintura sobre la religión y un buen trabajo artesanal. Juraron permanecer siempre fieles a la verdad, combatir el academicismo y resucitar por todos los medios el arte. Overbeck diseñó el emblema que debía figurar en la parte trasera de todos los cuadros. Este emblema mostraba a san Lucas dentro de un arco con las letras HWPOVS (Hottinger, Wintergerst, Pforr, Overbeck, Vogel, Sutter), en los ángulos superiores una espada y una antorcha, en lo alto, en el centro, una W de Wahrheit ('verdad'). En la parte inferior, la inscripción: 10 Heu Mond 1809. Overbeck, Franz Pforr, Ludwig Vogel y Johann Konrad Hottinger decidieron marchar a Roma, a donde llegaron el 10 de junio de 1810. Gracias al director de la Academia de Francia en Roma, pudieron alojarse en el monasterio abandonado de San Isidoro; allí vivieron una existencia de recogimiento prácticamente monacal. Su precepto era trabajo duro y honesto y una vida santa; despreciaron la Antigüedad pagana y el Renacimiento por considerarlos falsos; y pretendieron recuperar la simple naturaleza y el arte serio de Perugino, Pinturicchio y el joven Rafael Sanzio. Las características de este estilo eran nobleza de ideas, precisión e incluso dureza en el perfil, composición escolástica, con el añadido de luz, sombra y color. Overbeck era el mentor del movimiento, escribe un compañero: «Nadie que le vea o le oiga hablar puede poner en duda la pureza de sus intenciones, su profunda penetración y abundante conocimiento; es un tesoro de arte y poesía, y un hombre santo».En septiembre de 1811 se les unió Peter von Cornelius. Al año siguiente, la muerte de su amigo Franz Pforr le sumió en una grave crisis espiritual. Buscó refugio en la religión y, en 1813, se convirtió al Catolicismo. Entonces, Overbeck tomó las riendas del movimiento, imprimiéndole un sentido más religioso. El arte de los nazarenos se volvió hacia una piedad sencilla. Produjeron una versión esquematizada del arte del primer Rafael. En los años siguientes, el grupo se centró en la elaboración de frescos monumentales. El primer encargo es el de la Casa Bartholdy. Jacob Salomon Bartholdy (1779-1825), cónsul general de Prusia en Roma y tío del compositor Félix Mendelssohn, les encargó la decoración del Palazzo Zuccaro. Elaboraron los frescos sobre el tema bíblico de José y sus hermanos. Los temas que correspondieron a Overbeck fueron "José vendido por sus hermanos" (1816-1817) y una luneta en la que están representados los "Siete años de escasez". En estas obras Overbeck demuestra su interés por la iconografía religiosa medieval.
[4] Fabrés nació en Barcelona en 1854. Se dice que tenía sangre de artista ya que su padre era delineante y su tío platero. En 1867 obtiene una medalla e ingresa en la Escuela Llotja, de Barcelona, donde estudió escultura. En 1875 recibió un premio por el que se fue pensionado en Roma, donde pronto dejó de realizar esculturas y consolidó su maestría en la pintura casi exclusivamente. Fabrés se unió a Mariano Fortuny con un grupo que se dio a conocer por su realismo intenso. Su popularidad creció con el gusto de la burguesía buscando imágenes exóticas con temas orientales medievales. Fabrés volvió a Barcelona en 1886 y en 1894 se marchó a París. La popularidad que había ganado durante su década en Italia le ayudó a abrir un estudio grande donde podría crear escenas complejas para las clases altas. Su prestigio internacional aumentó, gracias al apoyo de su marchante Adolphe Goupil y los numerosos premios ganados. En 1902 la Academia de San Carlos, de la capital mexicana, decidió renovar sus técnicas clásicas con las del realismo que eran entonces tan populares en Europa. Llamaron a Antonio Fabrés para dirigir el área de pintura de esta importante institución, sustituyendo a Santiago Rebull. Aunque algunos de sus estudiantes desarrollaron lo que fue conocido más tarde como el Movimiento Postrevolucionario en el arte mexicano, la Academia tuvo dificultad para adaptarse a su estilo duro y a su personalidad. El presidente de México, Porfirio Díaz, lo nombró Inspector General de Bellas Artes de México, cargo que ostentó hasta 1908. Una de sus últimas obras en México fue la decoración de un pasillo en la casa de Porfirio Díaz, donde principalmente se concentró en el estilo art nouveau. Debido a problemas con el director de la Academia, por su fama y personalidad, Fabrés decidió regresar a Europa en 1907, dejando una gran gama de opiniones diversas en sus alumnos; sin embargo, también les legó un conocimiento maestro acerca del dibujo, una excelente capacidad para resolver composiciones pictóricas complejas, y una afición por lo exótico, armas que fueron decisivas para el nacimiento de la Escuela Mexicana y del muralismo. Fabrés fue reconocido en todas partes donde viajó. Fue aclamado en Barcelona, Londres, París, Viena y Lyon. Al final de su vida fue tratado desafortunadamente cuando en 1926 decidió donar una gran cantidad de sus trabajos al Museo Municipal de Bellas Artes de Barcelona. A cambio de esta generosa donación pidió al Museo que a un pasillo le fuera dado su nombre.
[5] Las copias de los murales estuvieron por mucho tiempo enclaustradas en otro sitio del Castillo, llamado el Patio de Escudos, escondidos u ocultos, acaso por temor a las iras republicanas contra todo vestigio de realeza.
[6] Actualmente se vive un proceso de reevaluación de nuestro patrimonio artístico, cobrando renovada atención los grandes maestros del siglo XIX de la Academia, especialmente la obra de Santiago Rebull nuevos bríos ante el público, como lo constata la exposición de 2014 y 2015 “Santiago Rebull: “Los Contornos de una Historia”, recientemente presentada en el Museo Mural Diego Rivera, del 23 de octubre del 2014 al 8 de febrero del 2015. Exposición en espera de ser itinerante que reúne 72 obras, 50 de ellas en colecciones privadas de sus descendientes, , siendo la primera gran exposición individual retrospectiva del autor. Hay también una importante monografía sobre el pintor: Nanda Leonardini, Vida y Obra de Santiago Rebull. UNAM, México.



































martes, 26 de mayo de 2015

Cuatro Caligramas de José Petronilo Amaya Por Alberto Espinosa Orozco

Cuatro Caligramas de José Petronilo Amaya
                                         Por Alberto Espinosa Orozco     


   José Petronilo Amaya ha practicado desde su amado solar nativo el doble arte de la poesía y de la reflexión profunda, esas artes donde se entreveran  la memoria y el canto de la escucha. Así, sus composiciones se han vuelto, en ocasiones, viñetas, signos gráficos que celebran el encuentro con la visión o con las formas. Expresión de la palabra que conforma el espacio del poema y donde la tipografía adopta el ritmo del dibujo -a la manera de los augustos predecesores suyos en este género, como Guillaume Apolinaire, Vicente Hiudobro, Gerardo Diego, Olverio Girondo, Ezra Paund y Octavio Paz.
   Los cuatro caligramas del maestro Petronilo Amaya se hunden así en la raíz de su ser, del ser nuestro, de cada uno y de todos, del ser común a todos, olvidado cada día en el humos primordial de la memoria o borrado por el barro de la macha, de la caída, o disperso entre el polvo que levanta y se lleva el torbellino. Pero el poeta entonces canta, recuerda, dibuja, mira de lejos, reverbera al diapasón de astros y guirnaldas: vuela. Y mira entonces el poeta lo que somos: la sangre de nuestros ancestros derramada y la fatigada ilusión de nuestros dioses; la manzana y la serpiente; la mácula y la convulsión de fuego de averno… y el temor de Dios –pero también el júbilo primero, la fe sin mácula que nació feliz bajo el manto de estrellas sin castigo, cuando la fe no dolía.



   Aparecen así en sus dibujos el pilar y la raíz; la cruz redentora y sus ingrávidos pájaros, donde pulula el gusano, es cierto, pero también el fabuloso despliegue de las alas. Y la comunión, donde conviven Velázquez, León Felipe y nosotros -cuando el halo del reino de la esencia brilla para llegar con un rumor de aguas iluminando nuestras costas. Se perfila así la única presencia, el presente eterno, del que fuera poeta ante la muerte, sabio en el templo, infatigable pescador en travesía, alquimista del agua vuelta cielo. De quien fuera estoico insobornable ante la tentación inicua, mártir sin queja, pastor que da la vida por la perdida oveja. La huella imborrable por los siglos del Dios que fue enviado entre los hombres para enseñar a los hombres cómo elevarse a Dios. En la señal, en la norma irrefragable de obsequiarse, de darse –que es también la norma de sufrir y dar la sangre.



   Primero así hay que buscar en uno mismo, buscarse entre nosotros. Hay que encontrar lo que mejor que todos conocemos: la propia mancha, la culpa, el primer pecado que nos roe, a cada cual, y ante el que huye el Ángel de la Guarda con alas escondidas. Porque de nada sirve colgar las culpas de un perchero, exhibiendo inútilmente penitencias, mudando de ser pero sin ser de nuevo en el recuerdo, dejando intacto su pasado, sin calma y aturdido, dejando que su porción de cielo se le escapara, como un castillo de arena entre los dedos. No. Hay primero que lavar la piel y la sonrisa, para recuperar la fe infantil, la fe primera, que a veces, es cierto, es terrible, cuando dicta al que escucha sus sentencias, trayendo entre sus versos, no se sabe, o la clara miel de ritmos sincopados, o el hiriente fuego que consume de la laba.




   Queda sin embargo una esperanza, porque:

“No hay cicatriz indisoluble
Al canto que aprendimos en la infancia.”



   Porque la fe cultivada, que alumbra sombras densas en medio de la oscura madrugada, nos recuerda el poeta José Petronilo Amaya en sus diamantinas vislumbres, trae consigo, con el dolor de la templanza, indulgencia y virtud. Para aprender en el centro mismo de la aparente orfandad que es este mundo, que la crueldad de no verlo, ni oírlo, ni de lejos, haya un consuelo en la belleza redentora de los ángeles, que no se han ido y que siempre furtivamentite nos visitan, posando sobre la frente aciaga su beso dilatado, cuando de pronto, entre las grietas de la noche,  lo sentimos. 
   Reflexión profunda que bebe de los manantiales de la metafísica tradicional, puede alegarse, pero que incluye poderosas imágenes expresadas en nuevas formas, que llevamos marcadas en la piel como con hierro ardiente, pegadas a nosotros, como si estuvieran cosidas a los talones, como la sombra nuestra que no nos abandona, pero que a la vez sólo se proyectan por el faro de luz que da el oriente, mostrándonos así la ruta inefable, pero cierta, del futuro que en el borde final de los caminos nos espera.


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