jueves, 27 de junio de 2013

De Hazzel Yen Regresar a Casa

Hazzel Yen 

Regresar a Casa 

Salgo de casa, cruzaré la acera, camino unos pasos. Me pregunto qué dejo atrás, acaso el hogar: una sucesión de habitaciones, entrar y salir limitada por paredes, personajes, hábitos, afectos cotidianos. 
Mas continuo mi recorrido y todo se pierde en la lejanía, la luz cambia y el viento me lleva. Debo escribir mi dirección sobre el ala de un ave, la tela de una arana, el pelaje de un unicornio, da lo mismo mientras tengo en el alma el fuego. Camino bosques, desiertos, junglas y aprendo que «hogar» no es carne ni hueso, es un lugar al que llega cuando se transgrede el punto fijo. Hay que ir hacia la incertidumbre, la desnudez y el frío, para palpar sus muros y abrir sus puertas. Habitarlo, es habitarse, poblar el vacío del origen con el sueno del presente, alcanzar el ser y el estar de forma integra. 
Al fin cruzó la acera miró al reloj, solo han transcurrido unos minutos. Debo regresar a casa.






De José Luis Ramírez La Cabellera

José Luis Ramírez 

La Cabellera

Todo inicio con la cabellera que llenaba las calles de tejidos y nudos
Las abuelas contaban cuentos retorcidos que luego tenían que echarlos al comal de barro.
El recuerdo corrió sin laberintos de por medio y con lunas de calendarios y carnicerías, con almacenes llenos de tomates azules y jabones de azúcar colgados en los ganchos del amor.
Se asomaba todos los días un ojo, por el hoyo del recuerdo, pasaba diario y miraba la sombra dejada hay…. desde aquella tarde de domingo.
Solo quedaba el hueco. Y el olor a cabello chamuscado de sol.
Los pájaros de ala y media. Nunca dejaron de volar por encima del espacio, aun siguen en el cielo de ellos, asomándose por las ventanas, cansados de esperar son comidos por la noche que no perdona y que se lleva todo, hasta la última forma que queda de la mañana, la sombra se prolongo hasta hoy y nos alcanzo asustando hasta al recuerdo que quedaba.
Fue la única forma como logro sobrevivir, llego a rastras tomando la punta de su cabello.
Todo parece revertirse para ir en busca del objeto, la sombra la persigue y trata de llegar por la vía corta y sin escalas.
Hubo necesidad de quemar todos los peces malos, los buenos corrieron detrás del de el mar ahí donde parece que descansa la promesa.
Cada uno de sus cabellos, es una escalera de caracol que nace en la intención y termina en el deseo y en cada uno sube y baja el personaje del cuento suspendido, el que se mira al espejo y llora de emoción, el autor de la sensibilidad (híper).
El que se fue al monte y regreso con el salmón que prometió, el que llego sin permiso y se hunde en la cuenca del recuerdo de ayer.
El que trata de tratar menos y poner más flores rojas en el jarrón con agua quieta.
El que sube y baja de esa escalera de caracol en la noche de primavera.
Mujer de alas abiertas.
Los ayunos se mantienen vigentes entre tus manos. Manos que miran lo que tocan.
Pensamiento denso de pueblos de tierra y nopales, de tunas rojas y ancianos jubilados del amor.
Descanso del migrante que salió por la mañana y llego a las bandas para pedirte un vaso de agua y escucharte.

Fin


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miércoles, 26 de junio de 2013

El Capital Por Alberto Espinosa

El Capital

Diciéndoles que éramos burgueses el jefe del partido nos echó a la servidumbre encima, adoctrinando a los trabajadores en el marxismo los convencieron para que robaran, haciéndolo por razones del socialismo, eso era lo que les decían -pero todos sabíamos que no lo hacían por ningún ideal, sino por dinero, sino por una idea lejana y vaga de lo que era el capital. Fue por ello que tuvimos que prescindir de sus servicios y hacerlo todo por nosotros mismos -pero lo mismo sucedió con los amigos, porque algunos de ellos estaban también involucrados en todo aquello.



Sobre el Respeto Por Alberto Espinosa

Sobre el Respeto

Ante la montaña, detenerse. Esa es la actitud propia del respeto. La Weltanschaung del hombre educado se corona, como la nieve que corona los volcanes, como la cereza que remata el pastel con una colorida nota de dulce ornamento, con la noción del respeto.
Sin embargo, no es lo mismo el respeto que la precaución. Tampoco es el respeto una virtud unidimensional que aplana y empareja a todo el mundo al nivel en que todos sean igualmente respetados; falla de conceptuación muy común en la demagogia oficial, que dice respetar a todo el mundo mientras alegremente pasa por arriba, y hasta pisoteando, las cabezas de medio mundo. No.
Existe un uso derivado de la voz “respeto” aplicada a los principios, como por ejemplo a la libertad de expresión, digamos a los derechos fundamentales de la persona. Porque si bien es cierto que se deben de respetar (preservar) los derechos fundamentales de las personas, la virtud del respeto es propiamente otra cosa: es diferenciación, discernimiento, valoración, y por tanto reconocimiento de la jerarquía y autoridad de la persona, o dicho en otros términos: es valor reconocido, no secretamente y en privado, ni de dientes para afuera, sino socialmente, orgánica, vitalmente compartido: reverencia (no meramente formal, sino de suma corpore: inclinación: reconocimiento de la superioridad ajena y, declinación, secesión de los máximos derechos a ella). De tal suerte, las actitudes irreverentes de forajidos y pseudorevolucionarios, son más propias de rebeldes crónicos que de hombres educados. Porque se trata del nicho del respeto, efectivamente, del templo del respeto. Cosa imposible para esos calenturientos iconoclastas que quisieran ponerse en el nicho de lo que antes, minuciosamente o de tajo, han derribado.
Respetar a un poeta por su valor incomparable, por su especificidad como dicen los atomistas, significa que se ha elevando ante nuestros ojos, por su sentido de la belleza, por trasmitir ese contenido en las formas a su vez mas bellas, por su genio, por su carácter. Se ha elevado ante nuestros ojos, es decir, se ha convertido en una figura digna de respeto -cosa, por supuesto, que será motivo de envidia para los envidiosos, de aquellos que queriéndose elevar ante los ojos del respetable (del público, se entiende) no has sabido como o han sido impotentes para hacerse respetar -sirviéndose entonces para ello de modos desviados, volteados, amañados, invertidos del respeto -ya sea comprando directamente conciencias (a los inconscientes), ya infundiendo temor, tanto por vías directas como indirectas.
Como sucede con el público, con los espectadores, que por principio son respetables, que están por decirlo así en potencia de ser respetados, pero que realmente no lo son, así sucede en esa repelente demagogia del “todas las opiniones son respetables” –que equivale justamente a disolver el concepto, a la manera vanguardista del dadaísmo, que al estrellar las sillas sobre las testas del “respetable” les mostraban fehacientemente hasta que punto pueden de hecho no ser respetados.




José Luis Ramirez Historia Breve de Perro.

José Luis Ramirez 

Historia Breve de Perro. 

Con la llegada del perro sin nombre, una tarde caliente y caminando de espaldas toco la puerta pero nadie abrió, con la nariz abrió la puerta del camino, entro y se apodero del limón y de los limones menores. 
Esa noche, Se comunicaban los gatos entre sí, mirando con ojo obtuso el territorio ganado por perro. Era perro, el limón y su olor a días de camino, solo eso y un par de limones caídos. 
Caídos de arrepentimiento, caídos de no querer llegar. Las luciérnagas de la noche formaban coronas azules, rojas y color vino claro.
Bajaban los gatos y gatas confiados a eso de las 2 30 de la mañana, se reunían parejas incomprendidas, se contaban sus derrotas acumuladas, tejían el dolor de gato, de lenguas cansadas, de uñas gastadas por la batalla.
La lengua de perro sudaba de noche y bebía agua de día, agua estancada en el balde del olvido agua amarilla retenida por el tiempo y casi evaporada. Perro moría de calor de mayo, de grados muertos por el sol, de sol asesino, de sol de luz profunda, de luz que llega y no se va, de luz que se comunica por medio de música de tambor tradicional, de noche, de ruido de avispas y de pláticas sin fin.
Los gatos se lamían en solidaridad por el temporal, las luciérnagas se derretían de calor, algunas de ellas, perro las comía para luego ser expulsadas por sus ojos en amor procesado.
El calor perro, los gatos del olvido, las luciérnagas, el limón, la sombra, el margen, las huellas del gato, los sueños arrebatados de Rulfo, las maniobras sinceras del circo, el ciego enamorado de la mujer sin fin. Todo lo anterior se escribía por monos de ojo y medio y de nariz de pico fino que colgaban de la cola en movimiento de perro, despojados uno a uno, minuto a minuto. Y hoja por hoja del limón dulce y si amargura. 
Se escribieron en todas las hojas del árbol todos los pronósticos de amor y todas las dudas reunidas, Pensando en que la vida es un sueño profundo y que el atardecer por momentos se confunde con el amanecer. Y que las palabras de (ella) siempre harán eco y se quedaran en la mirada del pintor más oxidado. Así como el ciego enamorado de la mujer sin fin.
Fin.


jueves, 20 de junio de 2013

Patricia Aguirre: Fragmentarium Por Alberto Espinosa

Patricia Aguirre: Fragmentarium
Por Alberto Espinosa Orozco


“También el reino de los cielos es semejante a un mercader
que buscando buenas perlas halló una perla preciosa,
fue vendió todo lo que tenía y la compró.”
Mateo, 13



   La artista durangueña Patricia Aguirre se ha echado a andar por el camino, en medio de la crisis que asalta, que socava y fatiga al mundo contemporáneo, y lo que ha encontrando es un estridente panorama desalentador, erosionado por el viento maniático y  angustiado por los temblores de la decadencia. Es por ello que en su más reciente exposición el motivo paralizante del miedo se le ha impuesto a la vez como una evidencia y una clave, entendiendo tal sentimiento de ansiedad como un símbolo disuelto por toda la superficie de la cultura y a la vez como un estigma de su asfixiante presión histórica y de su exasperada tensión generacional.
   Arte narrativo que al hacer un inventario  de los emblemas de la crisis va revelando, a través de una selección y catalogación de sus imágenes cotidianas dominantes, un entramado de fondo en el que se relata una especie de viaje simbólico: viaje de penitencia plagado de peligros, callejones sin salida y cruces de caminos, en cuya trayectoria la artista va dando cuenta tanto del mundo roto y fragmentario que se abre a su paso, cuanto de los obstáculos interpuestos por las fuerzas oscuras, que aparecen como signos de advertencia en el exterior, los cuales  tienen como objeto retrasar la llegada del viajero al centro interior y escondido de la persona.[1]
   El retablo de 40 imágenes presentado por la artista, numéricamente asociado a los periodos de penitencia, nos muestra en sus retratos una serie heteróclita de imágenes condensadas de la modernidad, como si de una madeja hecha con los cabos sueltos de un gobelino deshilachado se tratara. Lo primero que salta a la vista entonces al ser puesto de relieve por la artista, es el esfuerzo que hay en el arte de retomar, de manera coherente y ordenada, el sentido disperso de lo social, para incorporarlo en una estructura más basta que lo englobe y donde puedan leerse las relaciones internas, el lugar y el significado que los fragmentos tienen en esa totalidad. Y lo que así aparece es una especie de chisporrotear de los colores y de caída en los sentidos, donde en torbellino se levantan las ilusiones del cuerpo y de la mente, hasta el grado de fracturar o desarticular los elementos materiales y psicológicos de sus modelos.





      Imágenes del reverso del mundo racional de la técnica dominadora de la materia inanimada y, a través de ésta, de la naturaleza humana misma donde, sin embargo, se muestra el expediente de sus resultados finales: el hombre convertido en un átomo aislado de los demás, escindido de sí mismo y separado de la unidad de la armonía cósmica –es el retrato del hombre moderno, que tras de sus disímbolo atavíos se ha vuelto infértil, no creativo, fracasado en su proyecto de libertad, que envuelto en el vértigo del tiempo no puede responder ante su propia vida, esencialmente frustrado al poner en contradicción partes de su propia naturaleza, dividido, escindido en contra de sí mismo al romper con todos sus responsabilidades y compromisos fundamentales con el prójimo y con la tierra misma –quedando por ello ya disgregado entre los sonámbulos, aletargado por sus fantasías narcisistas; ya preso del melancólico extravío, desdibujado entre las asambleas de los corazones sombríos, que tras el humo del café y los reflejos de las vidrieras consagran las horas a vagas mecánicas para matar el tiempo. Mundo postmoderno, pues, que se ha descarrilado, en su proceso de progresiva secularización, hasta el grado de constituirse como una sociedad en riesgo de precipitarse al abismo cínico de la deshumanización, dándose así una peculiar modulación cultural, que bajo la forma de la moda o del hábito de las costumbres espolvorea la ansiedad y el miedo por todos sus rincones. Cultura de riesgo, es verdad, acicateada por la aceleración de la historia, la tecnocracia, el inmanentismo y la publicidad, disparada en todas direcciones, que la artista a su vez tiene que dividir en una serie de figuras emblemáticas para llevar a cabo el análisis de sus compleja problematicidad.
   Se trata así de un retrato de mundo contemporáneo en el que reina la aceleración de la historia, donde el imperio de la técnica y sus procedimientos acaba con la diversidad de las culturas, uniformándolas sin unirlas, empobreciendo los estilos y aplanando las diferencias; mundo globalizado de la condensación de las formas y de condenación de las ideas, donde las figuras estéticas dejan de ser realidades espirituales, intelectuales y sensibles, para consagrar el objeto único que niega el sentido, el cual a su vez es negado por una abstracción, por un concepto -que resulta vacío. Retrato del mundo contemporáneo y nuestro, absorbido y degradado por los vacuos rituales de la vida pública y por sus órganos masivos de publicidad. Mundo eviscerado y sin distinción ninguna, donde para volverse acepto hay que adoptar todo un sistema de convenciones arbitrarias, de imposturas y de lugares comunes asociados, recayendo de tal modo en el magma del gregarismo apelmazado por la irracionalidad humana. Mundo de artefactos y de producción en serie también, cuya estética de la utilidad y el rendimiento arroja al arte a la esfera de la entropía histórica y de la aldea global, cuyo muladar de signos  resulta infectado por el chancro estético de las frívolas vanguardias, arrojando a la palestra, confundida con sus convulsiones, la imagen cada vez más desarticulada de la belleza. Pintura, pues, que pone ante los ojos los símbolos una vida condenada a la frenética instantaneidad de las imágenes, cuya absoluta prioridad de lo significante deja sólo un vacio succionador donde se ha retirado el espíritu de la humanidad y junto con él el alma del mundo, en un remolino que no deja impronta de su paso al filtrar su polvareda entre las piedras erosionadas del olvido, abandonando así a la belleza, ya inerme, a su propia desnudez envilecida.
   La detenida meditación de la pintora Patricia Aguirre en la compleja composición de su retablo, no es así sino el esfuerzo sostenido de concentrarse en sí misma, a través de las mil veredas de las sensaciones, de las emociones y de las ideas para, atravesando la muchedumbre de los deseos, volver a la luz –sin dejarse coger o atrapar por entre los vericuetos del camino. El viaje, difícil, sembrado de dificultadas, es riesgoso porque equivale a una muerte y a una resurrección espiritual en su trayecto, el cual conduce en su fin al interior de sí misma, al santuario oculto donde residen a la vez las potencias más misteriosas de la personalidad y el secreto de la unidad perdida del ser. Proceso de transformación, pues, narrado como viaje simbólico por el valle estridente de las tinieblas contemporáneas, poblado de presencias irreales, ominosas o huidizas, hacia las costas diáfanas de la luz y del ser, donde se establece como fin la victoria del espíritu sobre la materia, de lo eterno sobre lo perecedero y de la inteligencia sobre las violencias y licuefacciones del instinto.




   Mirada crítica, es cierto, que en base a las virtudes de una estética colorista y a la rapidez de la ideación, busca el encuentro del centro místico de la persona, de su propia persona, en un esfuerzo de concentración de la imagen simbólica, para lograr así la sublimación de la materia, la transfiguración de los elementos y la superación de los instintos primordiales –encontrando a través de recuento de los orígenes la perfección ideal de los fines, adquiriendo así por transformación la naturalización espiritual. Purificación del símbolo también en lo que tiene de participación y solidaridad con todos los niveles cósmicos, potente por tanto de participar activamente en la vida de una cultura, de partir y de insertarse en el lenguaje vivo de una comunidad por virtud de su autenticidad y de su accesibilidad a cada uno de sus miembros al estar en contacto permanente con la actividad mítica y fantástica de cada uno de sus miembros –dando con ello la plenitud y razón de ser del símbolo: volver la vida, para aquellos que lo comprenden, más matizada, más rica, más íntima.
    Alegoría, metáfora continuada y concatenada por la diversidad de elementos que caben en ella, la obra de Patricia Aguirre, de un tono paradójicamente minimalista por expresar contenidos asequibles a la instrumentación orquestal de los murales, pero que se sirve de elementos muy antiguos, como los repertorios de los bestiarios medievales.[2] Salvación de la cultura por la cultura misma también, que ante sus intimidantes abismos de mecánica frialdad y agobiante tiniebla de nuestro tiempo reclama una restauración completa por la vida de un humanismo renovado.
   Arte cuyo género narrativo, relata la angustia del ser humano en la época de la postmodernidad, preso en las redes simbólicas y en las técnicas de los manipuladores profesionales, y todo ello bajo una mirada, que sin dejar de ser  veras, agregue los componentes de la limpidez, donde reina la precisión del trazo y la calidad luminosa de cada pincelada –y todo ello subsumido en el dilatado espectro de una reflexión crítica sobre el valor moderno de lo simbólico. Así, su obra resulta una especie de lotería giratoria, la cual evoca también al juego de “serpientes y escaleras” o, mejor dicho, una tirada de cartas personal que, no obstante diseñado por una psicología como una especie de espejo y de reflejo de la intimidad individual la cual logra, simultáneamente a la revelación del autorretrato, detectar los impactos emocionales de una época y, de tal forma, revelar una potente radiografía del inconsciente colectivo.
   Así, lo que salta a la vista en tal exploración es el error que domina, no sin frivolidad, a las vanguardias, a las heterodoxias modernas y a las nuevas herejías: la confusión entre la valoración de la Vida, determinada por las normas y los ritmos cósmicos, y la sobrestimación de los impulsos vitales, que se mueven en el inmanentismo de lo puramente temporal, preparando un provenir sin contenido metafísico –siendo su signo y su estigma el de las aguas descendentes que bajan hasta el confín de los amorfos ríos infernales que no participan ni de la memoria ni de la Vida. También el propósito de restaurar las normas y el canon moral, de viajar teniendo en cuenta los límites de las formas puras y las distinciones precisas, donde el espíritu puede detenerse en la contemplación, permaneciendo así dentro de las fronteras del ese (ser), sin dejarse por tanto arrastrar más allá de las formas o de los sentidos, donde comienza la confusión de la eternidad y de la nada, el devenir evasivo de la subjetividad personal, las posesiones y las obsesiones, de la barbarie orgiástica de lo fantástico y de la indeterminación del porvenir o de la nada. Defenderse del no ser mediante el respeto de las normas, de los límites, de las formas, que es un acto a la vez de dominio de uno mismo para mantenerse en la corriente de la Vida. Acto de decisión por la libertad ascendente, por una libertad más grande y solemne, que sea responsable para con uno mismo, que responde a la propia vida con cada acto que realiza.
    El políptico de la artista  constituye, en efecto, un testimonio de los caracteres de la edad contemporánea que se interroga por los misterios de la condición humana, basada no en una construcción ficticia, sino en una experiencia concreta traducida con minucia en una descripción objetiva a partir de conceptos claros que buscan sin embargo lo que hay en ellos de símbolo e incluso de mito: la concentración arquetípica de una verdad que le permita llegar y ser sí misma. Su estilo fragmentario, lleno de sugerencias y matices, de distinciones nítidas, de riqueza y de respeto por el contemplador al no dar nada por definitivo o acabado, es también el desarrollo de una exclusiva humana más: la del proyección del sentido sobre el trasfondo de la existencia humana . Porque ser humano es vivir en ese trasfondo de sentido, de tiempo orientado por la cultura, que  tiene vasos de comunicación insospechados  en sus aristas, que nos precede y que no morirá con nosotros rebasándonos por todas partes. 
   La meditación de la Maestra Patricia Aguirre en la compleja composición de su políptico se interna en el laberinto de la modernidad, es cierto, pero va en dirección del camino del centro, para sí al recordar la verdad inmutable actualizarla. Camino que nos muestra la salida de la amnesia también al hacernos recordar cómo es que toda alma es esencialmente libre –aunque el hombre en estado natural, perdido entre las apariencias, ignore el valor y la situación de su alma. El ser humano, que ha olvidado la situación real de su alma, que ya no se acuerda de la verdad ni de su verdadero centro, es capaz, sin embargo, de recordar la verdad que reside en el centro de su propio ser. Síntesis del agua purificadora de la verdad y del fuego del espíritu, búsqueda del carbunclo que como una perla luminosa protege de la abrasión de la materia, del incendio de las pasiones y que hay que robar a los dragones que la aprisionan en el fondo barroso de los abismos. Moral de artesano también, que en una labor de ascesis y expiación que explora el núcleo de la moral del oficio, donde radica el verdadero trabajo desinteresado del artista: purificar la ciencia de los caprichos de la voluntad para encontrar la morada de la verdad suprema y de la esencia oculta, la luz intelectual que vive y despierta en el fondo inmutable corazón de la persona.
   Búsqueda de la perla escondida, de la esencia oculta que ni la marea del yo ni la concha del espacio-tiempo pueden contener, de la trasmutación de la materia oscura por medio de la espiritualización de los elementos, que por  razón del poder de la luz limpia el vinagre de la melancolía, la herrumbre del pecado y ahuyenta a los malos espíritus. Proceso de evolución del alma que en su viaje pasa de la confusión de la materia homogénea a la heterogeneidad de la diferenciación, a la distinción y discriminación de las formas, remontado con ello el temor a la vuelta de los sucesos superados. Pintura de verdad y de de gran extensión la de Patricia Aguirre, caracterizada por el gusto de los matices, por los oleos que se trasmutan en carne humana, por el deseo de pertenencia y de sentido, por la calidad de cada pincelada y las sutiles texturas, en un concepción de la técnica que va en la dirección de lo impecable, de cuya visión artística nace una traslúcida transparencia, como nace del agua la sal y de la tierra los frutos -como nace también de Saturno la muerte del tiempo y de las rosas.

1-2-2013





José Luis Ramírez: el Río Bañado Por Alberto Espinosa Orozco

José Luis Ramírez: el Río Bañado Por Alberto Espinosa Orozco 




I
   Meticuloso observador imperturbable, el maestro José Luis Ramírez ha sabido enfrentar tato los complejos de la psique humana como sus epifanías.  Con las armas estéticas de la reflexión el pintor se sumerge ahora en una doble reflexión, a la vez profunda e impecable, la cual versa simultáneamente sobre la naturaleza elemental del agua y sobre la naturaleza espiritual del alma humana. A partir de la descripción pictórica concreta del cuerpo humano el artista ha ido examinando detenidamente sus reacciones al tomar contacto con el agua, tanto en su relación con la figura femenina y masculina, en una meditación sobre el alma humana que se despliega entera a partir de la escena, solitaria y reflexiva, en que el cuerpo mismo es purificado en la ducha.                                                    
    Las escenas que el pintor nos pone directamente ante los ojos reverberan entonces de un contenido a la vez concreto y simbólico, presentándose el agua inmediatamente como espejo, como el mágico lugar de las apariciones que nos llama para citarnos cotidianamente con nosotros mismos –aislándonos y alejándonos, aunque sea por un momento, de los otros y de la baraúnda del mundo, de sus dichas, desdichas y de sus desencantos, no para hundirnos en la inmanencia del ser y de la inquietud existencial, ese confinamiento que es olvido de la luz, sino para zambullirse en ella con el alma entera y salir al mundo de nuevo otra vez fortificados.
   El tiempo es un río que resbala por un cauce inmutable de roca, que es lo eterno -sin embargo, en la contingencia de su mortal carrera, el tiempo va dejando sobre la superficie del cuerpo las huellas de su paso por la fricción del tropel de las arenas. Así, en los recovecos de la psique humana quedan también grabada la memoria del agua detenida, lastrada por el fango de la vida, por el lodo que se  mezcla en los actos del deseo terrenal, que estancan al alma en los pantanos de las energías inconscientes, donde queda apresada por los excesos destemplados, por las motivaciones secretas y desconocidas del vegetal dormido o del demonio y el animal que nos habitan.
    La reflexión es un tipo de pensamiento: es hacer balance del día por así decirlo, o de una etapa de la vida; es poner nuestras acciones en el centro, por medio del recuerdo y verlas en esa caja de cristal reflejante, para juzgarlas; es en principio mirar reflexivamente nuestro propio comportamiento. Lo importante entonces, como en todo pensamiento, es dar con la formula justa, quitar la paja del grano, analizar, dividir, aislar, y poner en términos claros una situación, o una acción. Es poder decir: ah, así fue, fue por esto o por aquello que actué de tal o cual manera -pero verlo con toda precisión, y entonces poder ver cómo es que pasó tal o cual cosa, aceptándolo con toda objetividad.
   La reflexión, es tipo de pensamiento donde nos miramos a nosotros mismos para hacer un balance de las acciones del día o de la vida, equivale entonces a un baño que nos purifica por el fuego, que nos empapa enteros y que nos lava al mostrar lo que hay en nuestra pisque de tierra reseca y resentida, de marisma, de estanque o de pantano, al contemplarnos a partir de la frágil desnudez de nuestros cuerpos solitarios. Y así, sin protección, ajenos otra vez a las vestiduras y a las galas, como fuimos una vez en el origen y cual seremos al final de la carrera., nos encontramos a nosotros mismos frente al espejo de nuestro propio pensamiento, completamente inermes, desnudos de armaduras, de máscaras y afeites.  Reflexión cotidiana y diluida que pasa como sin querer frente al espejo de los propios ojos y que de pronto, sin embargo, se vuelve colectiva por virtud de los ojos del artista.
   Y es así que nos volvemos a ver otra vez y nos pensamos nuevamente al mirar de frente los tatuajes que  imprime en la piel el tiempo vencedor. Reflexión pictórica, pues, que desde la ducha exhibe lo que hay en el cuerpo solitario de voluminosa pesantez, de dura tierra, de plomiza piedra que el pecado herrumbra y el silencio domestica, de erosionado desgaste pertinaz donde se marca el declinar de sus turgencias, su pérdida de energía, su fatal agostamiento, esas pruebas del tiempo y materia que menguan y humillan la condición humana. Pensamiento también que revela el espacio donde se muestran nuestras alas y las posibilidades de nuestro espíritu en lo que hay en él de ingravidez y de vaporoso vuelo aéreo. Pintura compleja de la José Luís Ramírez  caracterizada por su amplia gama de matices, que exhibe también lo que en el cuerpo humano hay de acción por medio de la representación de la luz del calor corporal. Baño de fuego, pues, que condensa en los ojos del artista lo que hay en su ablución de energía viril, de rayo o del relámpago, para traer vida y salud. Baño estético redentor también, pues el agua que cae de sus cuadros como la lluvia que al mojarnos nos humecta pasa, llevándose del cuerpo el polvo de los días, para así rejuvenecernos al borrar en su fluir nuestras angustias. 


II
   Así, el agua que fluye, densa, desde arriba, es detenida y suavizada en la visión del pintor, quien nos muestra con detalle su peculiar naturaleza a la vez elemental y envolvente, líquida y masiva, que recorre humectando el cuerpo no menos que la psique humana para dejar al paso de su rítmica carrera el recuerdo de un centro de paz y de una estela de luz, la memoria de la fuente primordial y del manantial primero de donde todo nace, para rejuvenecidos volver nuevamente a la vida. Todo ello por virtud de la reflexión del pintor, donde se combinan sin confundirse la doble naturaleza simbólica del agua, desplegada en dos vertientes rigurosamente opuestas que se entreveran en dos planos simultáneos. Por un lado, la visión del agua como voz y  lluvia poderosa, que fluye desde arriba, como una semilla uránica tocada por la luz ígnea del cielo, adoptando por ello el valor potencial del pensamiento, del fértil logos, del verbo generador, apareciendo entonces como un agua seca y de luz que conlleva las virtudes purificadoras del entusiasmo y del valor, de la audacia, de la generosidad y de la nobleza: es agua fecundante, en cuya fuerza primaveral se detecta su búsqueda insaciable del agua húmeda, del agua fértil de la creación, para ser engendradora –limpiándonos con ello de la ira, del odio y la crueldad, de la venganza y de la fuerza despótica. Por el otro costado, aparece a su vez el agua blanca, tocada por la luna, que nace de la tierra para asegurar la fecundidad, que se vuelve solidaria de las energías femeninas de lo envolvente y pasivo: es el agua quieta, cariciosa y sentimental, ligada por tanto a los placeres sensuales que promueven la ternura y la receptividad, pero también la compasión y el perdón –lavándonos con ello de los vicios de lo indiferenciado, del fanatismo, de la desidia e inmoralidad que conllevan sus fuerzas inferiores.
   La ambivalencia simbólica del agua aparece entonces en la reflexión del artista bajo el diapasón de las expresiones psíquicas de pesar o turbiedad, pues el agua que es lavada por el agua también purifica a la figura masculina del vértigo que engendran las fuerzas ígneas y volátiles del pensamiento, de la ceguera que las extravía en lo informal, en las posibilidades de lo meramente virtual, en la infinitud inane de lo ideal, donde al conjuntarse todas las promesas de desarrollo sobre la masa indiferenciada del cuerpo amenazan en su onanismo con la reabsorción del hombre, con disolverlo totalmente en el contingentismo de lo meramente posible, sucumbiendo entonces por ardor bajo el poder del agua quemada o del volumen transparente.
   El agua fluida afecta por su parte a la figura femenina por medio de la psique inferior,  tendiendo a la disolución del río que al derramarse solamente hacia la altura del abismo, se pierde en el mar. Doble riesgo, pues el agua homogénea tiende a extenderse horizontalmente y a reposar pasiva, volviéndose así entonces cárcel envolvente que sujeta a su presa para apropiársela; o que cae en la molicie del cuerpo, por amor de la pura sustancia transcursiva o de la mera exterioridad de las arenas, para coagularse entonces en las aguas ancladas y añubladas del estanque. Materia prima, poder cósmico del océano de los orígenes, el agua entraña así el peligro de perdernos en el caos sin cubre de la indistinción primera.
       La tierra es fría como el agua y seca como el fuego; el aire es húmedo como el agua y caliente como el fuego. El agua en cambio es fría y húmeda, pero tiene algo del aire y algo de la tierra; del aire cuando adopta fuego para iral cielo, de la tierra cuando el agua le da su humedad para que de la vida -porque los elementos participan unos de otros y girando están en continua rotaciónRío bañado, pues, donde se alían el agua de fuego con el agua de la tierra para hacer descender la gracia de las aguas superiores y elevarnos luego hacia las nubes, y para estabilizarnos también al aterrizar en las posibilidades formales de la concepción, desembocando los ríos en los lagos femeninos, cuyos frutos de fertilidad y pureza son también los paisajes de la sabiduría, de la gracia y la virtud. Pintura, pues, que como el agua del caos y del principio nos lleva por un momento a las faces pasajeras de regresión y desintegración del cuerpo, pero que conduce finalmente en su proceso a un estadio progresivo de reintegración del cuerpo y regeneración del alma humana.
   Así, el arte de José Luis Ramírez nos conduce también por una serie de sensaciones agradables al conectar con el fluir dichoso de los movimientos internos corporales, reavivando el invisible mar que nos habita con todas las fluctuaciones de sus deseos y sentimientos. El agua aparece entonces como fuente de fecundación del alma que anima el río interior de la existencia humana –para entibiar el hielo duro y la falta de calor del alma dura y estancada,  ausente del sentimiento vivificante y creador. 
   Pasaje momentáneo también por la oxidación del cuerpo seco y por sus impurezas, por las vergüenzas del cuerpo y sus arrugas, manchado por el error, la imperfección y la inconsciencia del espíritu, y que nos hace buscar, por la angustia ante las tinieblas del mar profundo y las aguas inferiores del reino de lo inconsciente, el agua de vida y la sabiduría regeneradora. Inmersión, pues, en las aguas redentoras, que simultáneamente es muerte y vida, que al borrar la historia da la muerte al hombre viejo regenerando al ser y nos prepara así para un nuevo nacimiento.
    Pintura, efectivamente, a la vez realista y simbólica, que en la narración de una serie de imágenes concretas nos conduce por el camino de una suave inmersión en la cascada con que comienza el día, por esa agua de lluvia que tiene algo de rocío y de retozo -pero también de muerte simbólica y de bebida saludable. Agua que combina la semilla del cielo y la sabia de la vida: el agua de fuego con el agua purificante que es espuma. 



III
   Arte el de José Luis Ramírez que manifiesta una gran sed por lo concreto, pero que no por ello deja de ser extraordinario y manifestar lo trascendente. Arte, pues, que al sumergirse en la profunda observación de la psicología humana infatigablemente ha buscado un claro criterio de contemplación del mundo que se tambalea en nuestro entorno, alejándose de las económicas abstracciones generalizadoras. Riguroso oficio que en labor de ascesis, de maceración del cuerpo y purificación de la carne, desemboca en una pintura que revela bajo el claro prisma y crisol de su mirada, a través de la descripción narrativa de las figuras más inmediatas, todo lo que hay en ellas de epifanía y de comunión con la naturaleza de los elementos y con la vida toda que nos rodea.
   Es así que la función vivificadora del agua es retratada por los oleos del pintor para volverla a impregnar de luz, convocando a los sueños vaporosos y evanescentes de la infancia, pero también para convertirla en carne animada por el logos del espíritu y por la orientación del sentido. Pintura que realiza una minuciosa descripción del cuerpo bañado por el agua, que nos lo hace ver reflexivamente al rebotar el pensamiento sobre el espejo de la psicología, haciéndonos ver el alma humana con todo lo que hay en ella de vida, de fuerza y de pureza, sintiendo así y haciéndonos sentir como es el agua cascada que cae sobre el alma, como es que es remedio que se lleva el pecado y que nos lava y cómo es  que así reconforta el interior de la persona, haciéndonos saber por último, no sólo lo que hay en el agua de sinsabor descolorido o estancado pozo, sino sobre de fuente y de agua viva, de fuerza torrencial y de palabra –abriendo con ello, a su manera, un manantial y un pozo de esperanza en las llanuras de ese país de la sed que es nuestro cuerpo. 
   Reflexión, pues, sobre la soledad del hombre, sobre el terrible desamparo que es ser hombre, pero que a la vez y todo el tiempo muestra la presencia del agua cotidiana y bienhechora, el agua de la regeneración periódica y primordial de la vida, del amable líquido que nos purifica y que nos lava del insidioso polvo del tiempo y del terco hollín de la caverna. Pintura, pues, que se piensa y se refleja a sí misma en un arco líquido para volverse pensamiento y pausa, cuerpo detenido, pero también caricia, espejo, espuma.

Durango, 13 de febrero del 2013

Las Raíces de las Manos o la Pinza Mecánica Por Alberto Espinosa

Las Raíces de las Manos o la Pinza Mecánica
Por Alberto Espinosa

“Patria de luz y polvo.”
Octavio Paz

I
El primer rasgo que salta a la vista en los oficios artesanales es su carácter tradicional. En efecto, el sentido de sus prácticas es siempre heredado, no siendo la práctica la aplicación de una teoría sino la práctica de un uso, de una costumbre, cuyos cambios se producen siempre remitiéndose a un pasado –siendo así los oficios no sólo parte esencial de lo que realiza históricamente una cultura, sino la parte que más la caracteriza e individualiza, la que aporta sus símbolos más caros y las claves de su estilo de vida.
La significación de los oficios es así una significación práctica, que funciona sobre el trasfondo de otras significaciones. Ese segundo rasgo de los oficios da cuenta de que su tradiconalidad pertenece a una serie de cosas que la cultura realiza en la historia real como memoria, como significación en el tiempo, como pasado histórico y orientación del sentido que le da un sentido al tiempo que a la vez funciona como fundamento de lo social.
Sin embargo, frecuentemente, tras la conciencia moderna de trabajar abnegadamente por lo “social” y de las convicciones antiindividualistas y antiidealistas que afirman el carácter social del hombre y la determinación de todo lo humano por estructuras históricas, se deslizan sibilinamente actitudes que acaban por negar el valor de lo social en su fuente y raíz misma, terminando por soñar en fundar al hombre en una verdad absoluta, a la vez suprasocial y suprahistórica, sustentada por una necesidad causal y material que en su totalitarismo ciego no puede sino fundar el reino de la impiedad.
. Una de sus expresiones más habituales es la que condena a la tradición como traba del progreso, oscurantismo y opresión de la libertad –idea, por otra parte, compartida con aplauso por las mentes más individualistas, burguesas y reaccionarias, que tras el vanguardista rostro socialista muerden con furor y bizarro estrépito cualquier manifestación desinteresada del espíritu. Porque lo que asecha detrás de todo ello es la tentativa de querer comenzar la significación de la nada, de una vez y para siempre, escapando así a la indeterminación del mundo real. Partir, pues, de un pasado sin memoria o de una pasado “teórico”, rebanando arbitrariamente esa propiedad del tiempo o dimensión suya de la memoria que es tiempo ella misma. Querer comenzar una cultura partiendo de la nada es como querer asistir al propio nacimiento; es también querer escapar de la historia real a la tradicionalidad del significar, creando una memoria teórica, arbitraria y artificial que borre la memoria real –con la intención de reabsorber la realidad en la mecánica cósmica de la fuerza y de del apetito, es decir, de la voluntad de poder, cuya insignificancia repetitiva constituye claramente la barbarie.
Equívoco todo ello del que es mejor despertar a tiempo, pues lo primero que hay que comprender en el campo de las humanidades es que su esencia está en que sus movimientos no son hijos de la causalidad mecánica, sino reflejos de la significación, y que la sustantividad misma de lo social es la tradición, la cual en su plano más general es sinónimo de histórico. En efecto, a diferencia de la sociedad animal, la sociedad humana se distingue en que el tiempo en que se desenvuelve no es repetitivo y mecánico, sino un tiempo orientado por la tradición –donde cada nueva generación es heredera de la anterior y no sólo su sustituto y donde la memoria social estructurada por la tradición es la que hace posible todo cambio y toda evolución –piénsese si no en el largo trecho que va de la sexualidad de la amebas a la sexualidad tradicional. En efecto, la tradicionalidad, contra lo que suele pensarse, es el fundamento radical de la sociedad, pues es a la vez memoria social, historicidad y profundo ejercicio de racionalidad.
Así, lo que nuestros incomprendidos ancestros y obliterados antecesores defienden con vehemencia en su conservadurismo, lejos de ser la trasnochada nostalgia del rezagado o del falto de información, es el hecho de que una sociedad funda su sentido necesariamente en el tiempo –fundando con ello reversiblemente un sentido del tiempo, una orientación del sentido. Es por ello también que su decir o sus prácticas aspiran a la autenticidad de lo que quedó dicho y hecho o representado, repitiéndolo en círculos concéntricos para encontrar en la repetición con sus vueltas y revueltas la plenitud del decir, la verdad del lenguaje, su justicia y su belleza –desconfiando a la vez de la novedad que desarraigada y lisonjera, exploradora perdida de golondrina sin verano, viaja desamparada trayendo bajo el ala idólatra el chancro del error, el enmohecimiento de la fealdad y esterilidad la injusticia, siendo en última instancia formas de la impiedad –y que cuando hacen de la tradicionalidad un tradicionalismo no es sino para robar al pasado, estableciendo una forma fija de tradición para excluir otras de sus formas capaces de fertilizarla; también para robar al futuro, estableciendo a la generación siguiente un programa para que lo siga. Casticismo oscurantista, pues, que hace de la vanguardia un academicismo más y de la herencia una práctica fanática para heredárselo todo ellos mismos… al precio de dejar a sus hijos en cueros.



II
Plato de lentejas metafísicas, claro está, cocinado por la exacerbación de una actitud automatizada y maquinal ella misma, que aplicada a la literatura, resulta hija de una vacua oratoria, oportunista y sin verdadero contenido intelectual o filosófico, que emplea recursos técnicos en el discurso público para “convencer” de manera perfectamente amoral y fraudulenta, hasta el extremo de persuadir por medio de la repetición extravíca de una mentira hasta volverla venenosa verdad –croar de ranas de suástica que canta alegremente en la ciénaga, saltando alegres por la fe cerril en la mera eficacia de la técnica y en cuyo balancín de monos sabios y autosatisfechos desgastan al serruchar la rama sobre la que se columpian. Se trata también del empleo de recursos literarios, críticos o narrativos, festinados por la académica cultura oficial, que embozados tras el vanguardismo de sus maneras y la rebeldía de sus consignas instrumentan el automatismo de la técnica y añadiendo el ilusionismo de la ideología –evitando ambos pasos incorporar la carnalidad del oficio.
Su manifestación más burda e inmediata esta en describir los sentimientos en la materia en bruto de su origen, empleando palabras violentas y vulgares, desligándose así tanto del proceso temperado y continuo del pensamiento cuanto de las formas poéticas o de los auténticos raptos místicos. Tal procedimiento muestra la cercanía del sentimiento y de las sensaciones, es verdad, pero al precio de su chatura, que oscurece al sentimiento hasta el extremo de volverlo irreflexivo y desconocido para sí mismo, siendo por tanto congénitamente infiel e infecundo estéticamente al estar viciado por su carácter chantajista por intenta disponer del deseo del otro y así apropiárselo, resultando constitutivamente destinado a la frustración de la propia libertad. Utilitarismo, pues, que factura empero la malversación de las sensaciones al presentarlas en toda el atropello de su accidentalidad, dando cuenta con ello de su original barbarie.
Ingeniería literaria de las emociones a que se agrega, como en una receta o una fórmula mágica, el ansia imperfecta y oscura de mejoramiento social, plagada de confusos ideales revolucionarios, cuya orientación no es otra es la idea vaga y simplista del valor universal de la felicidad general del hombre confundida con el bienestar material, el consumo y el progreso y que al pretender realizar al hombre sin fundarlo ejerce una influencia política oscurantista que no pueden sino verterse en acciones azarosas y malogradas resultando impermeables a la esfera pública -para finalmente justificarse utilizando argumentos contrarios a sus razones, haciendo pasar los caros anhelos de justicia social por la barba de los privilegios inmerecidos de un grupo autocontenido, excluyente y cuya estructura gregaria y reaccionaria se muestra como una adherencia ciega y sin fidelidad al conglomerado, que en esencia carece de principios unitivos por estar huérfano de alma a la cual pertenecer, estando siempre por tanto lejos de los otros
Se trata, en efecto, de la frivolidad insoportable de la ideología retórica, cuya técnica se destila en el matraz de una especie de manierismo imitativo, que en sus gestos y mímicas se acoge a un modo meramente adjetival de tratar con el mundo, sobresaliendo así sólo su carácter superficial y ayuno de verdadera perspectiva esencial. Técnica, pues, que vive de estampar epítetos como quien ensarta mariposas, no por motivación y participación con el objeto, sino de manera arbitraria al estar movida sólo por los intereses transitorios del sujeto. Manipulación técnica de la realidad que cuando emplea la crítica para ponderar la obra de arte no lo hace de acuerdo con un criterio estético y según las categorías directrices del gusto y la experiencia personal sino arreglado a un orden eclesiástico establecido y que inquisitorialmente juzga el sentido artístico, creyendo pontificalmente que la crítica consiste en ensalzar o condenar sin mayor argumento de por medio que la desmesurada hipérbole.
Doble mutilación de la realidad, pues, que no puede sino culminar en la esclavitud de la parodia, cuya falta de libertad se expresa bajo la forma de una opereta de farsea bufa que rasura la realidad por dogmatismo en litotes de irracional proyección diminutiva, que quisiera hacerse ojo de hormiga ante su conciencia confesional culpígena que termina por odiar su objeto de deseo, ya sea por corrupción y contra versión consigo misma, ya por el dogmatismo con que trasquila el cordero de la realidad para extraer de él sólo las blanduras níveas de sus rentables algodones. También doble oscilación o desequilibrio, donde el sujeto pasa del extremo de la caricatura, suprimiendo el carácter general del hombre a favor de lo particular sin universalidad posible, a la excentricidad de diluir en la insignificancia el carácter individual por el predominio de lo general y blandengue –en ambos casos excluyendo la posibilidad de encarnar la dignidad del individuo con una significación personal propia.

III
Tal es el resultado de aplicar al campote la significación y de lo humano procedimientos y métodos sólo justificables regionalmente, en áreas ajenas a la cultura y cuyas prácticas sirven a otros fines. Porque la técnica, en efecto, concibe a su objeto según sus límites enteramente artificiales y sus fines prácticos –pragmatismo cuyo aspecto cínico relaciona por estrictas mediaciones utilitarias o sociológicas a un máximo de automatización de procedimientos un mínimo de significación y a un mínimo de esfuerzo un máximo de provecho (doble fórmula de la eficiencia motivada por el doble interés técnico y económico)
Se trata así de una elaboración concreta de la experiencia, cuya esfera por definición tiene una existencia limitada al estar atenazada por la pinza que determina el alcance de la experiencia que elabora.
Así, la acción tecnológica limita extraordinariamente la experiencia, pues se interesa por sujetar y modificar un solo perfil, una delgada película de la experiencia –oponiéndose en sus aproximaciones y cálculos al espíritu científico y filosófico, que concibe su objeto de acuerdo a su infinitud natural y a sus fines desinteresados y eternos, pues su interés no es otro que el conocimiento mismo y su método el más rico posible para articular sistemáticamente la experiencia en toda su extensión, salvaguardando que no se reduzca la profundidad de la experiencia. La filosofía, en efecto, aspira a conocer en la pureza de la teoría, tomando por ello distancia y siendo en cierto modo aséptico con su objeto de conocimiento –a diferencia de la técnica, que le impone tener un ser diferente, sometiéndolo a una especie particular de voluntad y sentimiento.
La técnica así desconoce el alcance natural de la experiencia obligada por la condición de convertirla en otra (práctica, utilitaria, eficiente), estando por principio impelida por el deseo de que la realidad sea como ella quiere, impidiendo tal pasión conocer la experiencia como realmente es, reduciendo su saber a aquel que permite modificar el universo a su conveniencia, no atendiendo a la esencia de las cosas o de las personas sino al modo de manipularlas –creando para ello fábricas, centros de producción o férreas doctrinas literarias y eclesiásticas que fundamentan la tecnocracia moderna.
Así, se presenta la técnica como el paso directo de una ciencia o un saber practico a sus aplicaciones sin referencia a ningún oficio, al cual sustituye –llegando en su umbral más alto a la aplicación tecnológica, que soslaya todo contacto con la carne, pasando directamente de la teoría a la máquina. Pero si la técnica es la sistematización y regulación de una práctica, para limpiarla de toda dependencia a la significación individual, empero en sus zonas de contacto con la persona impone a la carne reversiblemente una automatización que la tecnifica, que la libera de su fluctuación y contingencia individual, es cierto, pero a costa de hacerla equivalente a una máquina. Porque su interés es el poder disponer los medios de acción que rebasen la fuerza de que el hombre dispone por sí mismo para dar rienda suelta a su voluntad sin fin –siendo empero a la vez estructuralmente impotente para logar su objetivo, al imponer más de lo que puede exigir, afectando su desarrollo por locura fundamental de trastocar medios y fines. De tal manera no sólo la experiencia, sino la misma existencia social se ve amenaza por el problema del poder, que toma el centro de la vida colectiva al usurpar sus focos de significación, engullendo en una rueda de molino a opresores y oprimidos como meros instrumentos de dominación, deformado también las relaciones hombre-naturaleza por la religión de la producción y de la propaganda que termina falseando todas las relaciones sociales.




IV
La técnica es la tentativa de lograr lo que el oficio, pero con plena autonomía respecto de la significación de la carne, independizando de su limitación individual, de su fluctuación, imprevisiblidad y contingencia individual, pero aislando del sentido del alma que le imprime el corazón de la persona.
La técnica resulta entonces un procedimiento codificable repetible por el conocimiento –pero sin las virtudes de la iniciación y el aprendizaje –capaces de incuso de viajar encapsulados por siglos, aislados de vehículos carnales, y ser redescubiertos al entrar en contacto con una personalidad y por un ejercicio corporal de la técnica que en el oficio recupera la significaión de la carne. El oficio recupera la técnica al volver a hacer un uso carnal de los procedimientos automatizaos y al tomar como valor inestimable en el uso corporal de la técnica por el talento personal, el saber hacer y la gracia infusa o el don personal.
El oficio escapa siempre al conocimiento formal y sistemático por ser indesarraigable de la experiencia, cuyo reino es el del tiempo, de la carne y la memoria. El triunfalismo de la razón instrumental y técnica se cifra en poder captarlo todo codificándolo y subsumirlo bajo la automatización de los procedimientos, todo… menos la experiencia, que es el mundo real, del tiempo y de la carne. Los oficios, antes de ser suplantados por la tecnología, son antes que nada prácticas en la que la técnica vulva a ser una experiencia corporal, en la que acaba reabsorbiéndose y en la que toma su sentido –y sin la cual dejan de tener sentido.
De esta manera, los oficio del grabador o del poeta, pero también del fabricante de algodón de azúcar del trabajador del papier mache o del piñatero popular, representan sin embargo para la cultura más que la técnica, porque constitutivamente y por sí mismos limitan tanto al automatismo de los procedimientos cuanto al uso retórico de las fórmulas y los abusos ilusionistas de la ideología, por esponjar en el uso corporal y en la encarnación individualizada de la significación los profundos vínculo de parentesco, afinidad y comunicación con la tradición y su simbolismo, ligados irrecusablemente a una visión completa del mundo o una filosofía de la vida. Así, todo oficio es un uso carnal, pero también tradicional, de de una técnica, alcanzando por ello las expresiones de la cultura vernácula las bases de la educación anímica de una cultura. Humildes semillas que sin embargo son potentes para despertar los contenidos simbólicos de la conciencia y hacer germinar en el humus de la memoria colectiva las formas eternas, cristalizadas en el tiempo sin tiempo del espíritu. Alacena de las emociones, pues, que se abre al espíritu por virtud del uso corporal y en cuya significación la carne despierta a la luz para refractar los mil colores de los recuerdos y los sueños, para revelar también las iluminaciones y las esperanzas en el corazón del hombre.
Por ello, ante el entusiasmo tecnológico de la producción en masa y el consumismo, ante un arte que es mercancía o que es sólo adjetivalmente creativo cuando copia los rasgos artísticos de las artesanías como si fueran aislables y reproducibles una vez objetivados, frente a los procedimientos burocráticos que incautan el sentido de lo social para apropiárselo, pequeñas comunidades al margen del progreso nos muestran a la vuelta de la equina que el valor artesanal es también uno de los fundamentos de lo social.
Porque la actitud del trabajador artesanal muestra también su dignidad al tamizar las dos caras opuestas del trabajo; por un lado al aceptar lo que hay en él de producción, de transformación de la materia de nuestra herencia natural en un mundo de bienes útiles y consumibles –pero a la vez pone el acento lo que hay en el trabajo de raíz humana, suspendiendo lo que ese mundo tiene de apetitito irracional, de apropiación, destrucción y desperdicio.
Porque por su manera de trabajar el artesano pone entre paréntesis lo que en los bienes económicos hay de objeto y de mercado, desactivando así los circuitos económicos, que crean al alejarse de su raíz y cerrarse autárquicamente en si mismos el orden de la injusticia y la explotación -pero compensando esa actitud con el valor de la hechura, de esa lucha amorosa con la materia cuyo contacto corporal y manual sabe de su peso como nunca el intelecto podrá hacerlo, tratando con la materialidad del mundo y dialogando directamente con su resistencia y temporalidad, abriendo así un espacio a los signos que responden a la carne cuando ella corresponde humanamente a la naturaleza.

V
La labor artesanal entrega no sólo un bien de consumo y desechable, sino un servicio que subraya no lo que en el objeto hay para la satisfacción de la necesidad y el apetito, sino lo que tiene de bien precioso, de objeto para la contemplación, que nos habla también de un contenido histórico, abriendo con ello un lugar sagrado, un templum para preservar el alma de una cultura y donde el espíritu pueda recogerse entero.
El cuerpo de la cultura, concebida como un animal orgánico o como una entidad articulada y que respira por ser un ser vivo, toma toda su savia de la sustantividad de los oficios y todo su oxígeno de la respiración tradicional y sus prácticas y costumbres –sin los cuales o duerme en la piedra de los usos girando sin sentido alrededor del automatismo técnico o se dispara todas direcciones por la aplicación arbitraria de la retórica de las reglas.
Tal es el sentido histórico del espíritu: permitirnos comunicar con la especie en cuanto tal, siendo la instancia de lo específicamente humano, en cuya exclusiva histórica y temporal el espíritu se manifiesta como memoria cultural y a la vez como la significación moral más alta de la realidad, pues nos afirma en el suelo de una tradición al afirmarnos no en las leyes hacemos los humanos sino que nos hace humanos, que a la vez al abrir nuestro deseo a lo realmente deseable nos permite participar en el reino del sentido al contemplar la vida como un campo de valores y a la tierra como el lugar de lo habitable.
La humanidad, en efecto, es un legado, y es por ello tradicional e histórica. El hombre vive, en efecto, en la humanidad como se vive en una morada y la humanidad vive en el hombre como mundo humano. Ser hombre, ser hijo de hombre es aceptar vivir en ese mundo histórico y es entrar en posesión de él por medio la cultura –pero no como un lugar al que se posee o que se consume, sino como un sitio al que se entra. Mundo que puede ser ajeno al hombre por vivir fuera de sí o enajenado… o porque no se alcanza, porque no existe por falta de oportunidades.
Si las dos relaciones fundamentales del hombre con el mundo son la propiedad y el diálogo, la propiedad entendida por la tecnológica resulta proveedora de una felicidad muerta y sin sentido, poseída como un objeto y apropiada como una colonia. El trabajo artesanal en cambio nos seduce por ser a la vez un diálogo con la materia y con la tradición, logrados en base a la significación impresa por el uso corporal y por la impregnación amorosa de la carne. Así, en una primera vertiente de la comunicación humana, las relaciones que el artesano establece con el mundo exterior una relación económica sui generis, que no es la riqueza de lo explotado y apropiado, sino el lujo de dialogar desde el origen con la materia misma de las cosas, estableciendo a la vez una relación directa con los seres humanos. Relación de seducción, es verdad, que amalgama así los bienes utilitarios y de consumo a los poderes eróticos que a la vez despierte y participa del goce producido en los otros, dando así aire oxigenante a los pulmones y alas a la libertad irreducible que habita en el individuo.
Los artesanos, muchas veces más que los artistas mismos, son los únicos que realmente trabajan para nosotros en un tercer sentido: pues no sólo comunican con su trabajo con el mundo exterior y en el dialogo que establecen con la materia con los otros hombres, sino que también abren la posibilidad de comunicar con la humanidad en general, con la historia y con los lenguajes. Instancia del espíritu que nos redime al hacernos pertenecer al alma de un pueblo y vibrar con sus ritmos históricos y expresivos -.abriendo con ello la posibilidad interminable de volver a la fuente, de recuperar el contenido, de volver ha hacer germinar a una cultura en la experiencia al ser infinitamente interpretable.
Porque la pertenencia al espíritu de la humildad es una verdad libre como el viento y eternamente inapresable -que se vuelve monstruosidad y mentira cuando alguien la retiene intentando apresarla en su verdad o en la literalidad de la teoría. El carácter indecible de la verdad de un pueblo se expresa así en cambio en su tradición, pero no en sí misma, sino a través de sus manifestaciones concretas e individuales, detrás de las cuales vive la verdad de la tradición como conjunto de gestos y creencias en el despliegue histórico de su gesta cultural. La crítica de la tradición y el arte crítico de la tradición son así necesarios, pero no para derrotar a la tradición, sino para mostrar la verdad de su verdadero sentido es tradición.
En los oficios artesanales, a medio camino de la profesión y el oficio, entre la técnica y el conocimiento personal, entre el saber hacer y el don, .arraigados en el santo seno de la provincia mexicana,. se encuentra preservada el alma nacional y es a través de ellos que puede exaltarse el sentimiento de la patria, el estilo colectivo de vida que con características regionales propias resiste conservando el núcleo de nuestra pertenencia.
Porque tras la apariencia externa del grado de civilización alcanzado por la nación y al borde de ser engullida por el vacío de pueblos improvisados y a la deriva, gravita todavía, al fondo de la difusa atmósfera creada por las eficaces técnicas de comunicación en masa, el sentimientos de ser herederos de un pasado histórico fecundo.
Porque una nación es un organismo vital que se mide de frente a la historia por su fecundidad creadora -no por su mera repetición tradicionalista, sino por su crecimiento, por su posibilidad de crear .un mundo donde realizar las mejores condiciones de vida para el hombre, tomando el paisaje en torno con todo el peso rugoso de su extrañeza y opacidad y la historia en todo el caudal de su sentido.

Porque la visión artesanal es también la del morador, la de quien busca entre los elementos un espacio habitable en el cual construir y en el campo temporal una estancia del espíritu en la cual poder edificar –para ser de nuevo así hijo legitimo del hombre y poder pertenecer a la vez de verdad a una tierra cultivable.