Palacio de Comunicaciones
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
I
En el predio que hoy ocupa el Museo Nacional
de Arte (MUNAL), frente al cual se encuentra una pequeña plaza donde se ubica la
escultura de El Caballito, se erigió el Palacio de Comunicaciones y Obras
Públicas, inaugurado en 1910. En ese mismo lugar estuvo antes el Colegio
Jesuita, construido de 1626 a 1642, abriéndose entonces el noviciado jesuita teniendo un amplio departamento para los “ejercicios
espirituales” y contando además con una iglesia, en lo que es hoy la calle de
Xicoténcatl.
Sin embargo, en la madrugada del 25 de junio
de 1767, fiesta del Sagrado Corazón, por órdenes del Rey Carlos III de España, se
presentaron las fuerzas armados del virreinato en la Casa de la Profesa y en
todos los colegios de la Nueva España, incomunicaron a todos los jesuitas con
la ropa puesta y los pusieron presos para enviarlos desterrados a España. La
extirpación de los jesuitas se debió a que, a diferencia de otras órdenes
religiosas que aceptaban derechos de la Corona de privilegio con la Iglesia, la
Compañía de Jesús se negaba a negociar con los poderes de los estados no católicos.
La propaganda oficial, en cambio, argumentó que los jesuitas se habían
enriquecido enormemente en las misiones. Aunque la indignación popular alcanzo tintes
de alarma en Pátzcuaro, Guanajuato, San Luis de la Paz y San Luis Potosí, la
ejecución de 69 manifestantes y las amenazas y llamados a la sumisión a la
Corona sofocaron pronto el conflicto. Al llegar a España los jesuitas fueron
expatriados nuevamente a los Estados Pontificios, llegando en estado miserable
hasta septiembre de 1768. La Compañía de Jesús no pudo regresar a México sino
hasta el año de 1813.
El Colegio Jesuita quedó así abandonado por
un tiempo, hasta que en 1771 el Arzobispo de México Alonso Núñez de Haro y
Peralta pidió que lo cedieran al clero para crear un hospital. Se fundó así una Casa de
Asistencia, dotada con sus propios fondos, construida con el nombre de Hospital
de Santa Ana, aunque a partir de 1776 llevó el nombre de Hospital de San Andrés,
dado que el patronato de la fundación tenía a la cabeza a Andrés de Tapia, siendo conocida la calle como de San Andrés, hoy Tacuba. Alonso
Núñez de Haro y Peralta (1729-1800), noble de Cuenca descendiente de los Núñez
de la Chinchilla de Albacete, España, doctorado por la Universidad de Boloña, fue Arzobispo de México de 1772 hasta el día de su muerte, en 1800. También fungió como Virrey interino durante
tres meses, del 8 de mayo de 1787 al 16 de agosto de 1787. Fundó a su llegada a
México en 1770 el Colegio de Tepozotlán, Seminario de Instrucción, Retiro
Voluntario y Corrección, equivalente a una especie de cárcel para
eclesiásticos. En 1771 reordenó la residencia-seminario jesuita como hospital
con apoyo oficial, aunque en responsabilidad de la Arquidiócesis. El edificio con 1000 camas divididas en 39 pabellones, contaba con
departamento de disecciones y autopsias, la mayor farmacia de la Nueva España y
un laboratorio. Debido a la fuerte epidemia de viruela que asolaba la región en 1779, el Virrey Martín de Mayaga ordenó que se instalaran 500 camas más. En 1788 mandó trasladar al Hospital de San Andrés el Hospital del Amor de Dios, ubicado en lo que es hoy la Academia de San Carlos, el cual había sido fundado por edicto de Carlos V y la intervención del obispo Fray Juan de Zumárraga en 1539 para tratar el "mal de bubas", el cual había decaído luego de casi siglo y medio de atenciones y estaba en plena decadencia.
Con las Leyes de Reforma, el Hospital de San Andrés paso a manos del gobierno federal, siendo demolido el Templo de San Andrés en el año de 1868 para abrir una calle y modernizar la ciudad, la cual fue bautizada con el nombre de Felipe Santiago Xicoténcatl, héroe del Batallón de San Blas que defendió Chapultepec de la invasión estadounidense en 1847, cayendo a las faldas del cerro en la defensa del Castillo de Chapultepec, luego de animar a sus compañeros en la lucha al tomar la bandera de su escuadra estando doblemente herido. El batallón fue destruido por los estadounidenses y Santiago Xicoténcatl inhumado en la capilla de San Miguel Chapultepec envuelto en la bandera de su batallón, de donde fueron trasladados sus restos al Panteón de Santa Paula y luego al Panteón de San Fernando. En el centenario de su muerte, en 1947, sus reliquias mortales fueron incineradas y depositadas en el Altar a la Patria del Bosque de Chapultepec, donde descansan en una urna de cristal. Una estatua en basalto de Sebastián Ledo de Tejada depositada en esa calle rememora la decisión modernizadora tomada por el senador de la república.
A un lado de la Plaza Sebastián Lerdo de Tejada, localizada a un costado del MUNAL, puede verse el edificio del Siglo XVII que fuera sede del Senado de la República, en funciones en ese sitio hasta el año de 2010, que se conecta con la Plaza Manuel Tolsá, donde se encuentra la famosa obra de su autoría "El Caballito", con la efigie del rey de España carlos IV, símbolo de la ciudad de México y de los avatares de la república. La antigua casona de Xicoténcatl #9 es hoy archivo histórico y biblioteca.
El edificio del Hospital de San Andrés fue finalmente demolido en el año de 1906 para construir el Palacio de Comunicaciones, sede de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.
A un lado de la Plaza Sebastián Lerdo de Tejada, localizada a un costado del MUNAL, puede verse el edificio del Siglo XVII que fuera sede del Senado de la República, en funciones en ese sitio hasta el año de 2010, que se conecta con la Plaza Manuel Tolsá, donde se encuentra la famosa obra de su autoría "El Caballito", con la efigie del rey de España carlos IV, símbolo de la ciudad de México y de los avatares de la república. La antigua casona de Xicoténcatl #9 es hoy archivo histórico y biblioteca.
El edificio del Hospital de San Andrés fue finalmente demolido en el año de 1906 para construir el Palacio de Comunicaciones, sede de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.
II
El Palacio de
Comunicaciones y Obras Públicas se erigió en la calle de Tacuba #8, levantado
sobre los cimientos del antiguo Hospital de San Andrés, como un símbolo más del
ostentoso ajedrez de edificios monumentales del decorado porfirista, hecho con
el propósito de mostrar los símbolos del progreso y avance de la nación en una
dirección cosmopolita. La obra fue aprobada en 1902 por el Secretario de
Comunicaciones Don Leandro Valle, pensando que se ejecutaría frente al
malhadado Palacio Legislativo Federal, que nunca se terminó.
La obra del histórico
edificio se inició en 1904, aunque emplazada frente al Palacio de Minería del
arquitecto Manuel Tolsá, en los terrenos del Hospital de San Andrés, que mudó
de nombre en la época republicana para llamrse Hospital de González Echeverría.
El suntuoso palacio fue pensado para dar albergue al Ministerio de de
Comunicaciones y Obras Públicas, como recinto estatal del gobierno federal,
cumpliendo con funciones de oficinas y salas de recepción internacional y se
terminó entre 1911 y 1913, en base a un proyecto del ingeniero italiano Silvio
Contri, por lo que no pudo ya ser inaugurado por Porfirio Díaz, llamándose
después la dependencia Ministerio de Comunicaciones y Transportes.[1] El mismo
arquitecto italiano Contri se encargó del proyecto y diseño de otros edificios
emblemáticos del porfiriato, como son: el Palacio del Instituto Geológico
Nacional (1900-1906), el Hospicio de Niños (1904), el Hospital General (1905),
el Palacio de Justicia, el Manicomio General y el Monumento Hemiciclo a Benito Juárez.
[1] El Hospital de San Andrés, de la Compañía de Jesús, formaba parte de
de todo un corredor de hospitales virreinales, que se extendía por la calle de
Tacuba hasta el Hospital de Belén, y
el que llegaban hasta la plaza de Santa Veracruz (en Avenida Hidalgo), donde
hoy se encuentra el Museo Franz Mayer.
III
En lo que se refiere a su estilo puede decirse que corresponde a la ascensión de la
modernidad que, atravesando las épocas, puso como valor máximo el
cosmopolitismo y la sofisticación, logrando con ello pretendidamente la universalidad
a la que aspiraba el ideal del nuevo dios: el progreso. Su estilo es el
eclecticismo académico – tan repudiado por principio por Frank Lloyd Wrigth y
su escuela racionalista, que detestaban la decoración. Su ideal bien entendido,
tal como la expresó Adamo Boari, era no repudiar el pasado, sino modernizar sus
formas artísticas. Así, a la idea ecléctica académica se sumó la fuerza del
renacimiento y las sombrías exquisiteces del gótico, dando por resultado un
historicismo de carácter más bien racionalista (por influencia del positivismo
decimonónico). Se trataba, pues, de un clasicismo neorenacentista cuyo
historicismo apreciaba la apariencia formal, más como un modo, manera o
carácter, que como un estilo. Sin embargo, la heterogeneidad de maneras mezcladas
dio cuenta de una cultura más bien inestable y no integrada, cuya frenética
interacción de estilos ponen el acento de las nuevas ideas propagadas por los
modernos, tanto en la idea de la libertad de la elección individual como en la
técnica moderna, que permite la combinación audaz de materiales y la
incorporación de equipos mecánicos de construcción. De hecho lo que se buscaba
era la invención de una especie de “clasicismo suprahistórico”, tal vez
inalcanzable, cuyos puntos más débiles fueron la afectación de cierto
excentricismo, del frío racionalismo abstracto y aun de un vertiginoso
anacronismo –todo lo cual da al recinto una impresión de desequilibrio y en
cierto modo estrambótica de “cangrejo cronológico”.
La ornamentación y la
decoración, contratada por Silvio Contri, prácticamente en su totalidad por
casas extranjeras, corrieron sobre todo a cargo del artista italiano Mariano
Coppedé y su familia, incluyendo tanto los trabajos de herrería y el magnífico
temple de la escalera principal, como otro más en el salón principal. La
cimentación y estructura de hierro con alma de acero estuvo a cargo de Miliken
Bros, así como los trabajos posteriores de los pisos y entrepisos y vigas de
techumbres –misma compañía que cimento el Palacio de Bellas Artes, el
frustráneo Palacio Legislativo y el Palacio de Correos. Las piedras de cantera
fueron fabricadas por Prieto, Bazane & Mugnani y para la ornamentación de
ellas se contrató por dos años a seis canteros italianos, mientras que los
azulejos estuvieron a cargo de la Cia Mosaic Tilec. Otra parte de la
ornamentación en piedra, hecha también en Florencia, es toda ella extraída de
moldes renacentistas italianos florentinos, especialmente de la época de los
Médicis.
Los trabajos de
decoración se mandaron traer desde Florencia, estando casi todos ellos
monopolizados por el artista florentino Mariano Coppedé. Los trabajos de
herrería, de hierro y de bronce, pero también los vitrales o emplomados, fueron
encargados a la Fondearía Pignone, de Florencia, siendo subcontratados al mismo
artista para sus diseños, así como otorgándole los diseños de la herrería de
puertas, escaleras de mármol con herrería de bronce, de los interiores y de la
mueblería, las pinturas decorativas, el yeso para los estucos y los techos de
madera -que llegaron a México ya acabados, listos para ser ensamblados. La
escalera, que puede considerarse en si misma una obra maestra, aunque tiene algo
de laberíntico y aun de excesivo protagonismo, se pierde en la alturas
confundiendo la vista del espectador entre el arriba y el abajo, siendo su
esfuerzo constructivo semejante a los intrincados juegos ópticos urdidos por la
imaginación abstracta del artista neerlandés Maurits Cornelis Escher
(Leeuwarden, Países Bajos, 17 de junio de 1898-Hilversum, Países Bajos, 27 de
marzo de 1972).
Todo el programa de
herrería, mobiliario, emplomados, y el decorado de pinturas sobre tela que se
coloca en los plafones, digamos a manera de murales, corrió a cargo de Mariano
Coppedé y familia, dedicados a producir a gran escala elementos decorativos
para inmuebles de todo el mundo, como fue también el caso del Palacio de Hierro
del Centro de México. Muy al modo de los decorados de los salones europeos,
descuella en el inmueble el plafón decorado para el ábside del cubo de la
escalera central en forma de de caracol, titulado “Alegoría de la Paz”.
El plafón del Salón
Principal de Recepciones del segundo piso, también conocido como Sala de los
Embajadores, es una alegoría del “Trabajo” –al que luego se le llamaría
“Progreso”, destacando los recuadros dedicados a la Fuerza, la Justicia, la
Sabiduría y la Riqueza. Otros plafones decorados corresponden al Arte, la Ciencia,
la Libertad y la Historia, que son los conceptos fundamentales del modernismo,
pero también de la monarquía republicana liberal decimonónica.
El dorado de los pisos
corrió a cargo del Sr. Antonio Saloarich, mientras que las obras talladas en
mármol italiano fueron concedidas a la compañía Decoraciones Gerard, destacando
los pasillos adornados con mármoles blancos y negros. Imposible detenerse aquí
en la abigarrada decoración del edificio. Baste con señalar la recurrencia de
figuras míticas y zoológicas, como son el león y la quimera, como emblemas de
guardianes del palacio, destacando su presencia sobre todo el Patio de los
Leones, donde destacan también los fastuosos lampadarios con decoraciones de
dragones y quimeras. Los emblemas botánicos corresponden a los decorados de
laureles y robles. No pudiera faltar, por más desbalagado que fuese, el emblema
del águila devorando a la serpiente de la mitología Mexica.
La decoración sumó al repertorio clásico
occidental elementos chinos, japoneses y árabes, en una dudosa unidad de la
diversidad, de un estilo recargadamente pluralista, impoente para competir con
la obra mejor lograda de Adamo Boari. El edificio destinado a oficinas
gubernamentales, concebido como un palacio cortesano y aun imperial, dio como
resultado una obra imponente, lujosa, pero hibrida, inadecuada funcionalmente y
arquitectónicamente mediocre. En efecto, el edificio cumple el deseo de
grandiosidad, con su patio alargado y corredores monumentales invadidos por el
cubo semicircular de la gran escalera, con sus grandes ventanales y herrería artística,
plafones y plafoncillos, pero pierde en cambio el sentido de su función y de la
proporción. La perfecta ejecución formal, imponente a golpe de vista, resuelto
más que nada un retrato de la época, a juicio de Justino Fernández, siendo en
resumen un artefacto arquitectónico estéticamente intrascendente.
El bello y abigarrado
edificio, estilo neoclásico renacentista, reflejo del esteticismo cosmopolita
de inicios de siglo XX, fue terminado en su exterior con piedra de cantera gris
de Pachuca. El Palacio fue sede por muchos años de la Secretaría de
Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), sin embargo, de 1973 a 1982 el edificio
albergó al Archivo General de la Nación, y a partir de 1982 se le consagró para
ser el recinto del Museo Nacional de Arte, resguardando en su interior un
imponente acervo de obras artísticas mexicanas distribuidas en 33 salas, cuya
parte principal provine de la Pinacoteca Virreinal de San Diego, incluyendo a
todos los grandes artistas nacionales de ese periodo, así como muchos anónimos
de extraordinaria calidad, enriqueciéndose la colección posteriormente con
obras de arte de los siglos XVI al XX –de entre las que destacan las
colecciones de pintura, especialmente la de José María Velazco, de fotografía y
de estampa, ocupando un lugar central la espléndida colección de las esculturas
en mármol y en yeso de los más importantes cinceles mexicanos decimonónicos
pertenecientes a la Academia de San Carlos. El Palacio de Comunicaciones
alberga también, como recuerdo de sus antiguas funciones, al Museo de
Telégrafos. Todo el inmueble fue acondicionado y remodelado para los
modernísimos sistemas museográficos de la actualidad, con tecnología de punta,
en el año 2000.
Hay que agregar aquí
que en el año de 1979 se colocó en la plaza que se encuentra al frente del
inmueble la famosa escultura de “El Caballito” de Manuel Tolsá y Sarrión
(Enguera, Valencia, 4 de mayo de 1757 -Las Lagunas, México, 25 de diciembre de
1816), viendo hacia el frente donde se encuentra el Palacio de Minería, obra
también del gran escultor y genio arquitectónico valenciano, plaza que desde
entonces ostenta el nombre de Plaza Manuel Tolsá.[1]
[1] Apenas vale la pena hacer
referencia en este punto a la frustránea intervención, so pretexto de una
limpieza general, realizada a punta de
ácido nítrico al monumento de El Caballito, en el mes de octubre
de 2013 por la Compañía de Restauración Marina, sin licitación de contrato, a
petición del Gobierno del Distrito Federal. La obra severamente dañada en su
superficie y estructura, que al poco tiempo fue cubierta por una especie de
cuádruple telón, y que permanece hasta el día de hoy en el dudoso estado de
“veremos”, a pesar de los esfuerzos realizados por diversos grupos
independientes de la sociedad civil para su pronta recuperación.
[1] El Hospital de San Andrés, de la Compañía de Jesús, formaba parte de
de todo un corredor de hospitales virreinales, que se extendía por la calle de
Tacuba hasta el Hospital de Belén, y
el que llegaban hasta la plaza de Santa Veracruz (en Avenida Hidalgo), donde
hoy se encuentra el Museo Franz Mayer.
[2] Apenas vale la pena hacer
referencia en este punto a la frustránea intervención, so pretexto de una
limpieza general, realizada a punta de
ácido nítrico al monumento de El Caballito, en el mes de octubre
de 2013 por la Compañía de Restauración Marina, sin licitación de contrato, a
petición del Gobierno del Distrito Federal. La obra severamente dañada en su
superficie y estructura, que al poco tiempo fue cubierta por una especie de
cuádruple telón, y que permanece hasta el día de hoy en el dudoso estado de
“veremos”, a pesar de los esfuerzos realizados por diversos grupos
independientes de la sociedad civil para su pronta recuperación.
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