La Revuelta de las Ideologías: Ideología, Filosofía y Mito
Por
Alberto Espinosa Orozco
(Sexta Parte)
(Sexta Parte)
Son las filosofías esfuerzos por dar
razón de cuanto existe, del hombre y el mundo y el ultramundo o del ser en su
totalidad. A la vez, las filosofías han sido la instrumentación conceptual de
la religión –ya sea al razonar la religión o al sin-razonarla… para erigir otra
en su lugar. El hombre moderno ha
intentado así escapar de la religión y sin-razonar el mito, base narrativa de
la religión y de lo sobrenatural –pero el mito no se deja vencer, pues apenas
sale por la puerta de enfrente, entra embozado por la de atrás, frecuentemente
bajo formas degradadas, bajo formas inferiores de la mística, pues el rechazo
de las grandes analogías y metáforas suele conllevar a la escatología, también
analógica, de lo peor.
Los tres grandes dogmas, los dos grandes
mitos del hombre moderno-contemporáneo han sido la fe en la fortuna, en la
revolución y en el progreso. El hombre se ha dejado de concebir así como hijo
de la tierra para concebirse como hijo de la fortuna: como hijo de la técnica,
de sus obras, de sí mismo –asumiendo una libertad sin solemnidad, ni grandeza,
ni responsabilidad, como un mero derecho de paso, de manera anárquica, sin
seguir a una cabeza, andando cada quien por su propio camino, siendo absorbido
muy frecuentemente por los dictados despóticos de la ideología en turno.
En sus inicios la filosofía comenzó al
intentar hacer ciencia con los objetos del mito, con los objetos míticos (muy
particularmente del alma inmortal y de Dios) –nació entonces la metafísica… dando
muerte a sus padres y al culto religioso que entrañaban. La crítica reveló con
el tiempo que, a diferencia de otras disciplinas, la metafísica no había
entrado por el camino seguro de una ciencia (Kant), que la ciencia metafísica
había resultado frustránea, que era una psuedo-ciencia de los objetos del mito.
La filosofía desembocó entonces en una ciencia de esa frustración.
En nuestro tiempo la filosofía, ave fénix
que renace de sus cenizas, ha intentado renovar sus poderes críticos,
revelándose ya no como ciencia de la demostración de la existencia de los
objetos míticos, sino: a) como ciencia y crítica de la mentalidad mítica y
simbólica; b) como ciencia y crpitica de sí misma: la filosofía de la
filosofía, y: c) la cual ha ahondado en dos vías: de sus métodos de
conocimiento y lógicos, y la de su origen volitivo-psicológico, pues son las
filosofías oriundas de la soberbia, de la soberbia o superioridad intelectual,
de la elación del ánimo que produce la teoría de la totalidad, de estar en la
visión sobre todo lo demás, para intentar dominarlo todo…in mente y en corde, en sumo corde (como un proyecto, pues, a su
vez frustráneo, de autodivinización).
En lo que toca a la primera vía, puede
decirse que el mito representa en su conjunto una manera de ver e interpretar
el mundo y al hombre, y de regular la vida entera, ya que al tener sus objetos
una referencia a la totalidad abarcan o representan principios universales. La
primera forma que adopta la metafísica es, efectivamente, la del mito y la del
símbolo o signo. Al volverse discursiva o alcanzar plena conciencia de sí, se
vuelve discursiva, adoptando las formas de la cosmología y de la teología,
tratando así teóricamente de lo sobrenatural, de la realidad trascendente. El
prestigio de universalidad que ha caracterizado a la filosofía se debe en buena
parte a que los primeros objetos de la filosofía fueron los del mito, los
cueles representan principios universales.
La
metafísica y la religión abrazan ambas la “vía del centro”, pues son dos
caminos que revelan la capacidad del hombre de despertar de la absurda amnesia
en que se ve sumergido por el peso de la materia y de recordar la verdad del
espíritu. La religión tiene como misión descubrir lo sagrado fuera del hombre,
ya que todo acto religioso (el culto) entraña salir de una zona profana para
entrar a un templum (saliendo con
ello de lo profano, de la historia, de devenir, de la vida común) para entrar
en la oración al centro del ser, a la realidad absoluta, al esse: la realidad sagrada, opuesta a lo
meramente profano, a el aspecto de la vida que ha de ser engullida por las
aguas incesantes del devenir universal. La metafísica, por su parte, tiene como
objeto descubrir el centro del hombre: su alma, camino muchas veces doloroso de
la libertad que rompe las cadenas de la esclavitud, que es el pecado, para
mostrarnos la verdad -pues la verdad forma parte misma del centro del hombre.
Los hombres han sido y seguirán siendo devotos
de los cultos religiosos; han sido y seguirán siendo también creadores y
recreadores de mitos; y seguirán también reflexionando sobre el mito y
criticándolo, para razonarlo o sin-razonarlo, haciendo a la par ciencia del
mito, filosofía de lo mítico, reflexionando su hacer recrear mitos. El
nacimiento de la filosofía y de la ciencia causo la muerte de sus progenitores:
los mitos, sustituidos por una nueva, por una nueva fe, por una confianza en la
razón (principio racionalista, que afecta lo práctico en un principio a la vez
intelectualista y moral, pues según la idea que nos hagamos del mundo nuestro comportamiento
en él).
Empero, las ideologías contemporáneas
valiendo del prestigio de universalidad de la filosofía han intentado, por
medio de absurdos sortilegios, tratar las realidades sagradas de una manera
profana, a la vez que han osado acordar a lo profano valores sagrados, en una
muy grave trasmutación axiológico que ha lleva a un número sin cuento de
actitudes y acciones insensatas y vergonzantes, perturbando de tal manera la
armonía cósmica, pues es tesis central de todas las metafísicas la idea de que
el universo es solidario con el hombre. Así, tanto el materialismo
contemporáneo como el viejo positivismo decimonónico relujado baja la forma del
neopositivismo lógico, han erigido sendos mitos bastardos conducentes a tan
fatídico equívoco. El uno, intentando una religión de estado de cuño
totalitario, que no es más que un cesarismo apoyado por una extensa capa de
mandarines ateos; el otro dando caza a la metafísica al declarar a los
lenguajes analógicos, míticos y simbólicos, meros sin-sentidos, cambiando la
objetividad social de la ley moral por los libres caminos del individuo guiado por sus
mezquinos intereses, condicionados a su vez por las condiciones materiales y
biológicas e la existencia –en ambos casos sujetos a un oscuro paganismo. El mito
ha renacido así bajo sus formas más oscuras, dando lugar a la irrupción las
místicas inferiores, en un pensamiento de la existencia que resulta puramente
de hecho y sin razón de ser. Pensamiento único, cuyas místicas de la nuda
existencia, de la tecnocracia, o del lucro y la mentira, parecieran más bien
acarrear la muerte de la filosofía.
XV
Ciencia es investigación metódica de proposiciones
del pensamiento (como la matemática) o de la realidad (como la física) que
incluye el proceso de su fundamentación, de dar razón de ellas o de
verificarlas, ya sea por medio de demostraciones del pensamiento o de
observaciones y experiencias. Característica de los objetos científicos es ser,
pues especies y parciales, relacionándose los sujetos científicos con ellos
investigándolos.
A diferencia de ellos, los objetos del mito
son concebidos como situados más allá de la realidad perceptible por los
sentidos, ni bien a bien aprehensibles por el pensamiento racional, pero a la
vez como principios o espíritus que son causa de la totalidad de los objetos
(ejemplos clásicos: el alma inmortal; Dios –y y otros espíritus figurados por
la imaginación mítica). Los sujetos se relacionan con los objetos míticos
concibiéndolos de esa forma, pero sobre todo creyendo en ellos, en los objetos
del mito, comportándose prácticamente con ellos de las maneras derivadas de tal
fe. La filosofía metafísica fue el intento de entrar en relaciones científicas
con los objetos del mito; ya demostrando racionalmente la existencia del alma
(no como una serie de eventos meramente psíquicos, sino del alma sustancial,
espiritual, inmortal), ya la existencia de Dios. Sin embargo, la manera propia
de dar razón de tales es objetos es: por revelación (o por la autoridad que de
tal revelación dimana); por la luz natural de la conciencia (puesto que le es accesible
al hombre aquello que de Dios, y del alma, puede saberse o le es manifiesto).
Una tercera vía es la de adaptar los métodos a sus objetos, tarea que en
nuestro tiempo ha frecuentado la filosofía de la cultura.
El punto central, sin embargo, es el que
deriva de la época moderna: no ya tanto una fe en la razón, ni en la nueva
ciencia experimental de la naturaleza física, sino en la técnica, en las
máquinas y sus procedimientos, potente para dominar y transformar los objetos,
para su explotación y aprovechamiento –que es apuesta también por un espíritu
invisible que reina detrás de las bambalinas científicas: el espíritu de
dominación, de la voluntad de poder.
XVI
Del mito no se puede escapar; principio
anterior a los principios, piedra fundadora que siempre ha estado ahí, ley que
establece y que luego se retira, ley ausente –circularidad última e irrebasable
de la filosofía y de la cultura: fe, voluntad, que siempre estará ahí por más
que le neguemos o sea reprimida en actitudes antisolemnes o iconoclastas,
puesto siempre vuelve y nos alcanza de nuevo.
El hombre moderno sin embargo deriva la fe
en la religión a la fe en la ciencia, a la creencia en la ciencia quiero decir –pues
ha sido la ciencia la fuente de la técnica, la cual a su vez proporciona los
medios de dominación material del mundo en torno. La constante en el hombre
moderno es así una fe, muchas veces inconsciente y oscura, en la máquina, que
ejerce sobre las almas una extraña fascinación –pues la confianza en la ciencia
deriva de una previa seguridad que da al hombre el uso de la técnica, por su
eficiencia, en el dominio, uso y transformación material del mundo, de
dominación, uso y transformación de la misma naturaleza, sin excluir a la
naturaleza humana, no solo en lo psíquico o individual, sino también
socialmente.
Así, los tres aspectos a su vez dominantes
de la técnica, de la tecnología, de la tecnocracia moderna, son: por un lado,
el pulular de objetos nacidos de la aceleración de los procesos industriales,
que conlleva a la devastación y sobre explotación de la naturaleza anejo a un
consumo desenfrenado y circulación irracional, cada vez más acelerada, de mercancías;
una aceleración creciente también en los movimiento del ser humano facilitado
por las máquinas, de movimientos de traslación específicamente, en los
transportes, o una aceleración en general vehicular, que permiten al hombre
ahorrar tiempo, hacer más cosas o ir a más lugar con menor desgaste tiempo, con
la consecuente superficialidad que ello pudiera implicar, todo lo cual modifica
incluso los módulos naturales de desarrollo de la vida, sitiando al ser moderno
en una aparente juventud perpetua de reiteradas satisfacciones y viajes o traslaciones
en el espacio en una vida marcada así con el sello de lo vertiginoso e de lo inútil.
El tercer aspecto, sin embargo, resulta
de entre todos el más inquietante: me refiero a la tendencia creciente de los
tiempos contemporáneos o tardo-modernos nuestros de usar las ideas filosóficas
como medio de dominación espiritual de las conciencias por parte de las naciones en lucha por la
hegemonía cultural y política del mundo. Son las ideologías, caracterizadas por
esa específica voluntad de poder que en los centros educativos no se avoca
tanto a la formar valores en las conciencias, orientandolas a la acción
sensata, sino una disimulada retórica del poder, cuyos ídolos predilectos han
sido las ideas, los espíritus sería mejor decir, del progreso material, de la
rebeldía y de la revolución, tentadas todas ellas por la voluntad de poderío. La
verdadera crítica y filosofía no puede sino enfrentar esa voluntad de poder
totalitaria luchando a favor de una voluntad más potente que pueda
reemplazarla, por su valor universal, de progreso espiritual de la humanidad en
su conjunto, por medio de la educación cultural.
Filosofía de la cultura y crítica, pues, afanosas
de estudiar esencialmente al hombre y en situación, pues es ahí donde radica la
condición de posibilidad de las ciencias del espíritu y de la cultura –que son
todas ciencias históricas, historicistas, al estar gravada la especie humana
con un destino histórico, no pudiendo ser sino su método de estudio a la vez
esencial y existencial. Investigación en lo particular de los sectores de la
cultura humana donde se dan las formas del mito, investigando en una filosofía
del hombre tanto: al creyente, afanoso de Dios y de la inmortalidad del alma,
que por sus obras anda por el camino de la fe, de la buena fe, para ver de
cerca sus motivos, o sentimientos motores de su voluntad, que es la voluntad
ética de hacer el bien; del hombre resignado de vivir con una fe débil o ya sin
fe, en una religiosidad que asume meramente por costumbre, como alguien que por
lo mismo se pone un traje raído: y observar muy de cerca el caso del hombre
moderno, no interesado o indiferente en materia religiosa, o en la
trascendencia, que viviendo una vida meramente inmanente o que se agota en sí
misma, devorada por la aguas fluctuantes de la historia o del devenir, acoge
frecuentemente sin saberlo otra mística, sólo que de un carácter marcadamente
inferior, investigando así los motores o motivos básicos, tal vez irracionales,
de tal fe en la mera inmanencia.
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