viernes, 12 de julio de 2013

Francisco de Ibarra Por Héctor Palencia Alonso

Francisco de Ibarra
Por Héctor Palencia Alonso



  El joven Capitán vascongado Francisco de Ibarra fue un excepcional conquistador y un ejemplar gobernante, el primero de Durango. Nunca recibió una merced del Rey de España y toda su vida, la puso al servicio de sus ideales.
   Son muchos los méritos del fundador de la Villa de Durango, antecedente de nuestra amada ciudad, y fundador también de la Provincia de la Nueva Vizcaya. La corrupción, término de moda en México y que los estadounidenses utilizan para señalar la falta de honradez de los funcionarios públicos, no se encuentra en los inicios de la Nueva Vizcaya, al contrario de lo acontecido en los comienzos de otras ciudades o provincias. Francisco de Ibarra era todo un hombre que cruzó esforzado y honesto por una época de corrupción, violencia y desmedidas ambiciones. Puso con los cimientos de la ciudad de Durango, el ejemplo vivificante del ejercicio del poder como servicio a la comunidad, y tuvo la emoción de identificarse con las gentes. Si el Capitán Francisco de Ibarra no tuviera, como los tiene, otros grandes méritos, bastaría el de su intachable honradez para que nunca fuera arrojado simbólicamente a un osario del olvido.
   En 1554, Francisco de Ibarra partió de Zacatecas donde formaba parte de la llamada "aristocracia de la plata", para crear la Provincia de la Nueva Vizcaya, gobernó las tierras por él conquistadas hasta el año de 1577 en que murió. Gastó en la empresa toda su fortuna personal que era de poco más de doscientos mil pesos oro, y agrega la memoria de sus servicios que nunca tuvo aprovechamiento alguno, "además y allende que de los trabajos grandes que sostuvo y pasó, le sobrevinieron grandes enfermedades". Tuvo que pedir una pensión al Virrey de la Nueva España y murió sin que le fuera concedida, en el desamparo y la soledad en el mineral de Panuco, del hoy Estado de Sinaloa. Sus restos mortales se han perdido y los únicos datos para encontrarlos son los que ofrece él mismo en su testamento, reproducido fielmente por el historiador estadounidense Lloyd Mecham en el libro de éste: "Don Francisco de Ibarra y la Nueva Vizcaya", editado en inglés por una universidad del vecino país del norte.
   El conquistador de Durango pertenecía a la "aristocracia de la plata", porqué era sobrino del primer Gobernador de Zacatecas, Diego de Ibarra y éste era uno de los cuatro fundadores de dicha aristocracia. Los otros eran: Miguel de Ibarra, Juan de Tolosa y Baltasar Término de Bañuelos. La "aristocracia de la plata" consistió en todo un estilo de vida que empezó en Zacatecas y poco más tarde dio particularidades a la vida mexicana.
Cuando empleo la palabra "empresa" para referirme a los actos de los conquistadores, doy a este término el que se daba en aquel tiempo: el de una inversión de los particulares para obtener beneficios con la conquista y colonización de tierras. Los expedicionarios comprometían ciertos bienes y servicios y si la empresa era coronada con el éxito, ellos recibían metales preciosos, tierras y otros beneficios. Debemos tener en cuenta que no era el español propia-mente un ejército, tal y como lo conocemos ahora, sino un conjunto de particulares que convenían en una empresa.




   La sed de oro, la fe religiosa y el espíritu caballeresco fueron la base psicológica de la efectividad de los conquistadores. El enriquecimiento de los conquistadores siempre había sido, durante la Edad Media, consecuencia natural de sus triunfos. Se consideraba una injusticia del monarca que no otorgaba "mercedes", sobre todo si el costo de la campaña no corría por su cuenta, sino que era aportado por los expedicionarios mismos, como aconteció en la conquista de México, tanto en la primera que concluyó con la muerte de Hernán Cortés en España, como en la segunda que comprende la conquista del Norte de la Nueva España y que comienza con el descubrimiento y que empieza en 1547 con el descubrimiento de las ricas minas de plata de Zacatecas y, ya en marcha, es Durango el bastión español por excelencia. 
   El haber aportado persona, espada y con frecuencia dinero, caballo y otros bienes, a la empresa, a cambio del “botín de guerra”, era un aliciente constante. La expedición era de hecho, una empresa en el sentido moderno de la palabra, pues adoptaba una forma similar a la de una sociedad en comandita, en la que cada uno era re¬ tribuido dé acuerdo con su aportación a la empresa, y las hazañas que llevaba al cabo.
   Las "mercedes reales" eran concesiones de tierras a conquistadores y colonizadores, sujetas a ulterior confirmación. Los concesionarios debían acreditar los requisitos de residencia y cultivo. Las "confirmaciones" se constituyeron para dar validez final a las "mercedes reales".
   Francisco de Ibarra estaba muy lejos de quedarse contento en la paz de sus posesiones. El estaba poseído por la ilusión de encontrar, como sucedió con otros conquistadores anteriores a él -Vázquez de Coronado sobre todo- tierras legendarias, verdaderos ensueños de caballeros andantes.





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