El Omega Vanguardista
Por Alberto Espinosa Orozco
Cultura de la decadencia, es cierto, y de la ocultación,habría que agregar, donde ambiguamente se revuelven valores y contravalores, honores y desprecios, en una mesa de ajedrez fatal donde todo queda tablas, indeciso, estancado, inamovible, petrificado, sin vida.
Cultura del signo que bajo el petulante nombre de “icono” ha desecado la vida ya no digamos de todo mito, sino incluso de todo símbolo y donde se da, bajo la forma de la imagen estridente o convulsiva, la ocultación de los grandes modelos, de las formas eternas, los cuales son arrojados a ninguna parte por razón más que nada de cálculo, quedando finalmente enmohecidos, deshabitados, arrumbados en la covacha del olvido.
Porque lo que ese arte nos ofrece en cambio, además de la filosofía de la eficacia y el éxito, no es otra cosa la dictadura del relativismo, de ese subjetivismo rampante que impera ahora abiertamente por doquier, alineado a la estética del mal gusto que, bajo la máscara revolucionaria de la crítica social, en realidad se regodea abiertamente en la chabacanería, en el hibridismo, en la gratuidad, en la arbitrariedad de la exclusión y en el gregarismo programático, concluyendo casi siempre en los detritus de un gestualismo a todas luces paralítico o suicida, urgido por la necesidad de degradar, precisamente, todo lo que se llame cultura (cultivo del espíritu) en una especie de furibunda y apremiante invocación a la perplejidad o en una parasacrílega invitación al caos.
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