Alma Santillán: el Corazón Mecánico y el Acento
Solar
Por
Alberto Espinosa Orozco
La poderosa pintura de la notable artista plástica durangueña Alma
Santillán ha sabido heredar y sintetizar cuatro altas corrientes voltaicas que
tensan y dan contenido y forma a la historia reciente de la pintura universal.
En primera instancia habría que hablar de la maravilla del encuentro, de ese
azar objetivo forjado por las visiones de los surrealistas, que Santillán
incorpora a su obra para ahondar en nuestro tiempo de artífices, técnicas y
tentadores magos. En un segundo renglón es patente la influencia en su obra el
uso del lenguaje vanguardista empleado como herramienta para expresar a nuestro
tiempo, inspirándose para ello recientemente en las composiciones del
abstraccionismo, para dar con ello mayores calidades y trasparencias a su lienzos,
pero siendo en realidad influenciada a profundidad por los cuatro grandes
abuelos del expresionismo, tanto alemán, noruego como mexicano -me refiero a
los extremosos mares de la nostalgia de Emil Nolde no menos que a los
desvergonzados payasos y mimos simiescos del alemán James Ensor, a los
indecibles vibraciones de emoción voltaica de Eduard Munch, pero sobre todo a
José Clemente Orozco quien, respirando lo mismo en las riveras de Manhattan que
en los lupanares pestilentes de la colonia Guerrero, supo predecir el alma de
su tiempo desgarrado, atrapando en velos la sutil manifestación de la materia
psíquica del mundo y la imponente historia. Su escuela, sin embargo, se
enriquece también con la estética del Guillermo Bravo Morán, quien atento a la
renovación de la forma y restringiendo su paleta al espectro de sus tonos más
secos y ácidos supo trasmitir a la discípula y diligente amanuense el gusto por
la renovación de los temas clásicos y míticos, entresacado empero sus imágenes
y figuras siempre de la realidad misma –haciéndola observar penetrantemente la
gesta cultural en lo que tiene de construcción de la imagen arquetípica, pero
también de revelación apocalíptica y de caída.
La pintura de Alma Santillán, sabiendo ser
disciplinada y obediente a la revelación de la tradición y de la imagen, por su
libertad de trazo y juego con las formas estilizadas al borde de lo grotesco,
la caricatura o la fantasía ha igualmente ser potente para tratar los temas más
serios y desgarradores de nuestro tiempo abismado y convulso, haciendo frente
así a la helada de la voluntad que al endurecer los corazones prodiga la
arbitrariedad de insuficientes simbolismos. Así la desgarradora inquisición
cuasi cuaresmal de la artista va claramente en busca del ser y de los
principios trascendentes. Quizás por ello su peregrinaje en pos de la esencia
figurable, teniendo como rosa de los vientos los temas cardinales de los
reclamos más urgentes de la existencia vivida, de la realidad concreta, ha
remontando de tal suerte el laberinto de las subjetividades para sostener en
sus visitaciones la instrumentación y recreación de un misterioso simbolismo en
cuyo horizonte de sentido se actualiza una fe trascendente acuñado por visiones
de verdadera sub-creación.
La pintura de Santillán, que se presenta en
principio como una pintura surrealista de resonancias narrativas (pues cada una
de sus obras es una “escena”, muchas veces saturada de verbos activos), destaca
siempre a la manera de un símbolo una actitud, un perfil o un rasgo distintivo,
característico de nuestra época. Sus obras entonces son visiones de los malos
tiempos de crisis humanista en que vivimos y en algunas ocasiones premoniciones
de los tiempos futuros y su temibles obstáculos por sortear. La influencia del
surrealismo, no sólo en lo que tiene de viaje onírico, sino también en su
tratamiento del psiquismo oscuro, sirve entonces a la artista para dar cuenta
del terrible tiempo de existencialismo, historicismo y relativismo ambiente.
Mundo moderno que agoniza y se expresa ahora en términos de fantasmas, detritus
y angustia constitutiva: quiero decir de peligro, que para el hombre es el
peligro sustantivo, intimo, entrañable, radical: el peligro de dejar de ser
humano. Su obra se presenta entonces como una sintomatología del mundo
excéntrico, extraviado, zozobrante o en
peligro de perdición irremisible, de naufragio en el pavoroso Ponto.
Así, por un lado sus poderosas imágenes
cargadas de revelación y Apocalipsis, son la expresión de lo humano que al
estallar o estrellarse contra el límite vuelve como confusión y oscura mezcla
de autoritaria censura o de licencia libertina –donde lo humano mismo agoniza
entre las posibilidades del ser y el no
ser mostrando simultáneamente las esencias caducas y demoníacas de lo social.
Por el otro, su pintura da cuenta también de la necesidad del retorno al uso de
los lenguajes analógicos, siendo por ello su arte el de la búsqueda de un
lenguaje de consonancias y resonancias sagradas que, por ser reflejo de la
armonía celestial o cósmica, resulte revelador de un orden trascendente a la realidad.
Es por ello que una de las cosas que la pintura de Santillán hace patente es
esa nostalgia de la sabiduría ancestral, de la sabiduría egipcia, de filosofía
esotérica incluso -en una palabra, de metafísica. Búsqueda así de armonía, de
la magia del mundo gobernado por Eros (o por la Gracia o por la Fuente de la
Vida), al través del estudio de las atracciones y semejanzas en el espacio
real. Asimismo búsqueda de luz solar,
que igual es la llama divina que brota de la fuente que el agua luminosa irradiada
por la frente del soberano: búsqueda, pues,
del agua de vida por lo que el mundo es periódicamente regenerado, por
lo que es restaurado a la situación primordial o por lo que el mundo queda
absolutamente trasfigurado.
Visión que no puede sino alternar así con
una ácida crítica a la magia moderna terrorífica y delirante del cientismo
-magia experimental que en su impuso de dominar la materia, para con ello
dominar y manipular al mundo o conseguir el poder, no tiene empacho en
incursionar en la “magia negra” del frenesí de las palabras, de los sentidos o de
las imágenes y en cuya licuefacción de las significaciones lucha abiertamente
contra las normas y contra lo concreto, instrumentando con ello el acto demoniaco
de la descomposición, de la desasimilación, de la dislocación o de la
autoanulación (hibrys).
Por un lado, pues, esperanza de un
renacimiento de la cultura -por ser su pintura el soporte de una meditación
metafísica, en cierto sentido teológica;
por el otro, representación de la violencia del mundo social moderno,
cuyo fallido simbolismo ha fracasado estrepitosamente al comparar al hombre con
lo inferior, resbalando así siempre hacia más abajo y cuya tragedia estética
estriba en el retorno de formas inferiores de la mística. Trabajo arduo de la
imaginación, en verdad, consistente en
sobrepasar por los ácidos corrosivos de la critica la barrera de niebla
para así poder restablecer un pensamiento y un simbolismo coherente con la
esencia humana dentro de un orden trascendente a la realidad, dando en el orbe
estético un nuevo lugar a la tradición, a la religión y a la metafísica.
13-II-2012
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