La Cucaracha
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
“La cucaracha, la cucaracha
Ya no puede
caminar
Porque no tiene,
porque le falta
Mariguana que
fumar”
La Cucaracha
No podía caminar. Por eso es que se abrazaba
de ella. Es lo que pude ver cuando abrí luego de que tocaron a la puerta. La
cucaracha movía sus largas antenas velludas, intermitentemente en acompasados
giros, como si olfateara algo, de una manera más que mecánica podría decirse
que satelital.
Con dos de sus largas patas derechas abrazaba
a la mujer por la cintura y el cuello y daba la impresión, a juzgar por la
sonrisa ebria de ella, de que no se daba cuenta de quien iba acompañada.
La cucaracha no podía caminar y se apoyaba
en la mujer para poder mantenerse en pie y mostrar su abultado abdomen
amarillento y estriado. De pronto perdió el equilibro y como por instinto se
agacho hasta casi tocar el suelo, empujando hacia a un lado a la mujer. Fue
entonces cuando pude ver el duro dermatoesqueleto que le cubría la espalda con
una concha brillante marrón que se partía por la mitad dejando asomar algo que
parecían como dos alas.
Retrocedí entonces un par de pasos y
extendiéndole la mano le di a ella unas monedas, mientras la cucaracha hacia
esfuerzos sobrehumanos por incorporarse moviendo unos como bigotes velludos que
rodeaban sus verticales quijadas, destilando con fruición una especie de espesa
baba blanca. Cerré la puerta luego de empujarlos un poco hacia fuera y me quede
de pie por un momento, horrorizado.
Desde entonces lucho con asiduidad contra un
ejército de pequeños bichos oscuros, marrones, negros, que se esconden en los
rincones de las bigas del techo, detrás del refrigerador y entre los tabiques
de adobe de la húmeda habitación o entre los papeles ajados de la biblioteca en
ruinas.
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