viernes, 5 de julio de 2013

La Cucaracha Por Alberto Espinosa Orozco

La Cucaracha
Por Alberto Espinosa Orozco 

La cucaracha, la cucaracha
Ya no puede caminar
Porque no tiene, porque le falta
Mariguana que fumar”
La Cucaracha

   No podía caminar. Por eso es que se abrazaba de ella. Es lo que pude ver cuando abrí luego de que tocaron a la puerta. La cucaracha movía sus largas antenas velludas, intermitentemente en acompasados giros, como si olfateara algo, de una manera más que mecánica podría decirse que satelital. 
   Con dos de sus largas patas derechas abrazaba a la mujer por la cintura y el cuello y daba la impresión, a juzgar por la sonrisa ebria de ella, de que no se daba cuenta de quien iba acompañada.
   La cucaracha no podía caminar y se apoyaba en la mujer para poder mantenerse en pie y mostrar su abultado abdomen amarillento y estriado. De pronto perdió el equilibro y como por instinto se agacho hasta casi tocar el suelo, empujando hacia a un lado a la mujer. Fue entonces cuando pude ver el duro dermatoesqueleto que le cubría la espalda con una concha brillante marrón que se partía por la mitad dejando asomar algo que parecían como dos alas.
   Retrocedí entonces un par de pasos y extendiéndole la mano le di a ella unas monedas, mientras la cucaracha hacia esfuerzos sobrehumanos por incorporarse moviendo unos como bigotes velludos que rodeaban sus verticales quijadas, destilando con fruición una especie de espesa baba blanca. Cerré la puerta luego de empujarlos un poco hacia fuera y me quede de pie por un momento, horrorizado.
   Desde entonces lucho con asiduidad contra un ejército de pequeños bichos oscuros, marrones, negros, que se esconden en los rincones de las bigas del techo, detrás del refrigerador y entre los tabiques de adobe de la húmeda habitación o entre los papeles ajados de la biblioteca en ruinas.





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