lunes, 22 de julio de 2013

El Piloto de Pancho Villa Por Mercedes Orozco Moncada de Espinosa


El Piloto de Pancho Villa
Mercedes Orozco Moncada de Espinosa




”... Y el tren que corría
por el ancha vía
de pronto se fue a estrellar
contra un aeroplano
que andaba en el llano
corriendo sin descansar.”

   No conozco el origen de este corrido que oía cantar cuando era niña. Entre cómico y sangriento aquello de que alguien decía, creo que el garrotero:

”que ya sin cabeza
pedía su sombrero
para taparse del sol...”

   Esto sí, tengo muy presente el estribillo:

”y todo esto sucedía
sin saber cómo ni cuándo
y la máquina seguía
pita, pita y caminando...”

   Hasta hace muy poco asocio esta canción del "aeroplano que andaba en el llano" con un episodio de la vida de mi papá que nos contaba cuando durante la revolución se fue a pelear con las fuerzas de Pancho Villa.
   Cómo siento ahora no haber prestado más atención  a sus relatos, no haberle preguntado más cosas, no haberle pedido que nos contara todas sus aventuras, que nos dijera los motivos que tuvo para irse a la revolución... Pero eso sí, por haber conocido su manera de pensar, estoy segura de que fue por un ideal: de justicia, de libertad... Debe haber estado harto, como tantos mexicanos de esa época, de la dictadura que ocultaba asesinatos, injusticias y barbaries tras un orden falso y oropelésco. Del "Don Porfirio" venerado por tantos conservadores, entre ellos mis tías maternas (que después llegaron a admirar el orden y la fuerza de Hitler), que gozaban  con la pompa de los desfiles, con los kepís emplumados, con las fiestas en Palacio...
   El caso es que se fue. En aquel entonces ya era un excelente mecánico. Había trabajado (qué tristeza, no sé en qué) para ayudar a sus papás -mi abuelo era pintor y claro, no ganaba lo suficiente-, y a sus hermanos menores. El mayor, Alberto, había estudiado en el Colegio Militar y desde luego pertenecía al "otro bando" -era "federal" o "pelón", como les decían los revolucionarios, pero esa es otra historia. A mi papá lo llamó la aventura, tal vez el ansia de liberarse de tanta responsabilidad y de vivir o de morir independiente... Ya para entonces había conocido a mi mamá y eran novios. Le prometió volver y ella le prometió esperarlo. Volvió y se casaron: aquí estamos nosotros.
   Cuando estuvo en "el norte" y como era, además de un magnífico mecánico, sumamente hábil en cuanto hacía (y sabía hacer de todo y todo bien, -no recuerdo que a la casa entrara nunca un electricista, un plomero, un cerrajero...), Villa lo habilitó como piloto. Hace poco  me enteré que uno de los primeros aviones que se utilizaron en México para fines militares fue el que voló mi papá. Era seguramente un avión de reconocimiento, y un día, por un desperfecto o un mal aterrizaje, se accidentó. Un pedazo de fierro o de madera le hizo una herida terrible en una pierna. Lo llevaron a un hospital en Chihuahua donde un médico le dijo: "Mira, tu pierna se podría salvar, pero se necesitaría una operación larga y complicada y, sobre todo, la recuperación sería muy lenta. En cambio, si te la cortamos, en unos cuantos días estarás listo y te podremos adaptar una buena pata de palo". Es de imaginarse lo que sintió aquel joven lleno de vida y de energía al pensarse sin una pierna, así que haciéndole frente al médico le dijo: "¡Mira (tal por cual) me vas a operar y a salvarme la pierna, porque si cuando vuelva de la anestesia de la operación ya no la tengo, te juro que te mato!". El doctor vio tal determinación en su mirada que lo operó, desde luego con la anestesia que había entonces: cloroformo.
   Cuando volvió en sí, le dolía todo el cuerpo y tenía la lengua tan hinchada que casi no podía hablar. Lo primero que hizo fue tocarse la pierna y ya más tranquilo, al sentir que la tenía, cuando pudo hablar, le preguntó a una enfermera que había sucedido. Ella le contó que como la operación había sido muy larga, se le había "pasado la anestesia" y estuvo a punto de morir. Para hacerlo reaccionar, le golpearon el cuerpo con toallas mojadas y tuvieron que jalarle la lengua, que ya se le estaba yendo hacia atrás y a punto de asfixiarlo, con unas pinzas. Efectivamente, su recuperación, y desde luego su estancia en el hospital, fueron largas aunque con sus momentos divertidos. Contaba cómo, de acuerdo con otros enfermos y fingiendo que padecía de alguna cosa, conseguía un tónico, "vino de San Germán", al que reforzaban con alcohol de la enfermería para prepararse un buen "tanguarnís".
   Cuando lo dieron de alta hubiera tenido que incorporarse a las fuerzas de Pancho  Villa, pero ya antes del accidente se había dado cuenta que Villa no era el jefe militar que había idealizado. Tal vez luchaba por una buena causa, pero sin duda era también un asesino desalmado. En una ocasión le tocó a mi papá presenciar que llevaron detenido ante Villa a un pobre muchacho, reportero, que quiso ver de cerca al famoso "Centauro del Norte". El General se le quedó mirando fijamente. El pobre muchacho se puso nervioso y se llevó la mano a la bolsa del pantalón. Creyendo que iba a sacar un arma, Villa desenfundó la suya y lo mató de un tiro.  Después se dieron cuenta los presentes que lo que el infeliz tenía en la mano era un pañuelo, que iba a utilizar para secarse el sudor del miedo.
   Decidió entonces que "ya estaba bueno de revolución" y como no podía quedarse en México porque lo fusilarían como desertor, cruzó la frontera -entonces era bastante más fácil que ahora- y se fue a El Paso, Texas, que en aquel entonces estaba abarrotado de refugiados mexicanos de todos los bandos: revolucionarios que ya no querían pelear, unos por desilusión, como era el caso de mi papá, otros por miedo, que era el caso de muchos, y "federales" que escapaban de los revolucionarios, como mi tío Alberto, que estuvo a punto de ser fusilado, no sé si por los carrancistas, los zapatistas, o los villistas, y que se encontró con mi papá en El Paso. Desde luego, además de los refugiados que literalmente "no tenían qué comer", había muchos mexicanos que residían en El Paso que tenían negocios, entre ellos restaurantes, ayudando a sus compatriotas cobrándoles menos de lo que se comían y a veces nada. En ocasiones (Dios  se los habrá premiado!) hasta dándoles dinero
   Mi papá, mi tío Alberto y algunos otros refugiados vivían no sé en donde, pero seguramente muy mal. Mi papá fue quien primero consiguió trabajo como chofer de un auto de alquiler y, como él llevaba dinero para el gasto, los demás se encargaban de la casa. No sabía inglés, pero como en El Paso de aquel entonces casi todo mundo hablaba o entendía español, no le hizo mucha falta, hasta que un día una joven americana, que seguramente le vio facha de "gringo" (alto, rubio, de ojos azules) y que parecía tener mucha prisa, subió al auto a un niño, le dio algo de dinero rápidamente y en inglés le dio instrucciones de a donde lo tenía que llevar. Antes de que mi papá pudiera hacerse entender, aunque fuera a señas, para saber la dirección, la joven se fue. Y allá estaba con un niño en el auto y ninguna idea de qué hacer con él. Empezó a dar vueltas por el rumbo y cuando vio que el niño saludaba a alguien, lo bajó del coche y lo dejó con esa persona, confiando en que lo llevaría a su casa. Creo que allá terminó su carrera de chofer.
   Vivió otras muchas aventuras y en cuanto pudo regresó a la ciudad de México a buscar a su novia, con la que se casó a principios de 1918. Creo que desde entonces empezó a trabajar en
los ferrocarriles. [1]






[1] Mercedes Orozco Moncada (1923-2007) se tituló con honores en la Escuela Comercial de Tacubaya como secretaria bilingüe taquimecanógrafa parlamentaria, donde fue dilecta discípula de la Maestra Celia Balcarcel. De joven trabajo en varias empresas (La Impulsora de Comercio y una Compañía de Luz privada manejado por norteamericanos); en plena madurez retomó los bártulos y fue sectaria del poeta estridentista Luís Quintanilla; posteriormente fue secretaria en la agencia de noticias Notimex como secretaria en el departamento de Hilo en Inglés y simultáneamente en la revista Vuelta, de Enrique Krauze y Octavio Paz, donde en un periodo fue secretaria del joven poeta Aurelio Asian, para por último  trabajar en la Fundación Octavio Paz como secretaria general bajo el comando de Guillermo Scheridan –poco antes, su vigorosa labor la llevó a ser la secretaria personal del reconocido poeta mexicano Octavio Paz, acompañándolo durante sus últimos años y en su penosa enfermedad final. Entre las reliquias materiales que dejó a su familia y a la posteridad destacan  poemas y algunos escritos de recuerdos familiares, entre los que sobresale el presente texto.  


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