Patricia Aguirre Fragmentarium
VI.- La Envidia: Ególatras y Narcisistas
Por Alberto Espinosa Orozco
Uno de los
fenómenos pasicopatológicos más comunes en nuestro tiempo es el de la envidia.
Enfermedad de los ojos, la envidia es en sí mismo un sentimiento equivocado, un
error capital, raíz de variopintos trastornos de la personalidad. La enfermedad
de la envidia puede definirse como un sentimiento negativo de frustración
insoportable ante el bien de otra persona, él cual lleva aparejada la
intencionalidad de causarle daño. El tipo humano a que da lugar es el del
hombre esencialmente insatisfecho, infeliz consigo mismo, quien por odio
radical contra sí mismo proyecta sobre otro y con rencor aquello que le falta,
envidiándolo, con el deseo no tanto de apropiárselo (codicia), sino de
destruirlo. Se trata en el fondo de la rabia vengativa del impotente quien, privado de un bien que anhela, postula un
enemigo imaginario a quien intenta destruir. Así, en lugar de luchar por sus
anhelos, el envidioso se complace en trabar con el sujeto sobre el que proyecta
su envidia una especie de competencia innoble, para así arruinar la
`personalidad, la felicidad, la libertad, el éxito del otro que fuente de su
envidia.
Especie de
admiración invertida es la envidia, la cual lleva a cabo una doble degradación
del valor pues, por un lado, descubre que aquello que atrae su envidia no le
daría felicidad ni lo colmaría, no pudiendo así utilizarlo como modelo,
distanciándose entonces radicalmente de aquello procediendo, por otro lado, a
disminuirlo, a minimizarlo, a desacreditarlo, de ridiculizarlo incluso, no
pudiendo poner en el lugar del valor evaporado sino otra cosa de menor valor:
la mezquina reivindicación personal. El mecanismo de la envidia está en los
ojos: es agarrarle a alguien ojeriza, echarle mal de ojo, intentando en lo
posible sembrar de escollos y de dificultades su camino.
La envidia es
así una de las formas de la cólera propia de personas débiles, acomplejadas o
fracasadas, cuyos métodos de venganza y sabotaje son casi siempre indirectos o
intelectualizados. Su retorcida
sintomatología se expresa en el complejo de inferioridad, el cual alcanza el
sumum en las personalidades narcisistas, quienes exhiben un ansia incontrolable
por descollar socialmente, por ser el centro de la atención, de ser más que los
otros e, incluso, el mejor de todos –siendo ya del todo indiferentes o
irrelevantes los medios para conseguir dicha posición. Característica asociado
al complejo del narcicismo es el sentimiento e una profunda angustia por el
éxito ajeno, ante lo cual se sienten amenazados, por el miedo irracional de
quedarse atrás o de ser menos. Deseo contradictorio por lo que tienen los
demás, su sentimiento de envidia condiciona entonces su personalidad, la cual
se satura entonces de toda clase de rivalidades, de deseos de destrucción y de
venganzas, de críticas infundadas, de rechazos y agresiones, pudiendo
fácilmente convertirse en fuente de
complots, calumnias y difamaciones. Así el sujeto envidiado es postulado como
adversario personal, al que el envidioso intentará dañar por resentimiento, no
deteniéndose entonces ni ante el robo ni ante el asesinato.
La influencia
de la envidia en lo político y en lo social es en nuestro tiempo inmensa,
pudiéndosele considerar como un cáncer que infesta a todo el organismo de
tremendas ansiedades, trastornos obsesivos, agresividad, falta de autoestima y
de una frenética competitividad. Gran matriz de narcisistas y codiciosos, de
rabiosos y despechados, la envidia no es en e fondo sino un sentimiento
desdichado por no tener lo que tiene el otro, una tristeza por el bien ajeno y
un agobio por sus triunfos que en su negatividad no puede sino conducir a
modificar el humor en el sentido de una intensa amargura.
La envidia es
así un vicio de carácter, raíz de muchos otros pecados, siendo el enemigo
número uno del amor al prójimo, de la caridad cristiana. Pecado de los ojos,
deseo pervertido de privar a los otros de sus bienes y de actuar con desmayo
ante los propios, la envidia es la negra semilla que engendra tanto la
infelicidad ajena como la propia. Fuente de rivalidades cuya pasión vehemente
se revela en el fondo como una falta de afecto por el próximo, al que en el
fondo a la vez que utiliza le desprecia, careciendo finalmente el acosador de
atributos ideales. Hombre carente de espíritu es así el envidioso, quien busca
al victimizar al otro una compensación anímica, sobre la que levanta entonces
el castillo de naipes de la superioridad, siendo por ello su sentimiento de
seguridad tan intermitente como desfondado y sin asidero posible, pues se basa
en valores y en atributos que en realidad no posee –resultando por todo ello su
actuación tan engolada como fingida.
Un paso más
allá se encuentran los trastornos bipolares de la personalidad. Reino de de las
manías, de las obsesiones fatales, de la locura y de la demencia, caracterizado
por tratarse de genéricamente de una especie de depresión invertida
compensatoriamente, para subir el ánimo o el tono afectivo, se intenta humillar
o rebajar al otro, de causarle daño o causarle el mal. Tales depresiones se
apoyan en un exceso de confianza, el cual pueden llegar a ser verdaderos
delirios de grandeza acompañado por los síntomas de la ansiedad y la falta de
reposo, de hipersensibilidad afectiva e hiperestesia sensorial. La aceleración
excitada del pensamiento y la exaltación
las emociones da, sin embargo, frecuentemente lugar a disfunciones
mentales, tales como la fuga de ideas, las constantes digresiones y
divagaciones propias de la distracción, llegando al auto-abandono en cuanto al
atuendo o en la higiene corporal.
La locura va así
frecuentemente acompañada por la labilidad emocional, siendo sus síntomas más
evidentes la inmoralidad y la violencia. Enfermedad propia del espíritu que se
revela prácticamente, en efecto, como una total ceguera respecto de los
intereses y valores de los otros, manifestándose como desenfreno, pero también
como agresividad, hostilidad, incuso como cólera que en ningún caso se deja
amonestar. Los episodios maniacos van frecuentemente marcados por la
inconsciencia, llegando en los trastornos obsesivos compulsivos a la repetición
insistente de determinados pensamientos de forma incontrolada, los cuales
pueden ir acompañados de rituales patológicos ligados a insistentes
pensamientos negativos, a la magnificación del pesimismo y a una visión
enteramente subjetiva de la realidad. El tono anímico de tales padecimientos es
el de una exagerada susceptibilidad e irritación ante las opiniones contrarias,
acompañada de temor y de preocupaciones exageradas. Cuadro patológico, pues,
que al enfrentarse al otro intenta su manipulación y control, a que éste le
obedezca por miedo, ya sea por intimidación o por la fuerza –desplegando así
una fuerza esquizogeneizante bajo la cual el otro no puede ya no digamos
desarrollarse, pero ni siquiera prensar o ser sí mismo. Cuando tales actitudes
se difunden o generalizan socialmente, por un complejo sistema de convenciones
que las avala, el hombre vive en un mundo donde la mayoría de las personas son
otras gentes, donde sus pensamientos reales son otros a los que declaran o sus
vidas son sólo una imitación.[1]
[1] Los tiempos trabajosos, los
momentos difíciles por los que atraviesa nuestro mundo, son anuncios también de
una cultura nueva por venir. En el fondo se trata de la locura de oponerse a la
verdad. Locura de los hombres corrompidos del entendimiento, malos y
embaucadores, cuyo número aumentará en los últimos tiempos, cuyas mentes
retorcidas sembrarán de dificultades el camino, de acuerdo a la profecía de San
Pablo el Apóstol: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
jactanciosos y fanfarrones, soberbios, difamadores y blasfemos, desobedientes,
rebeldes a los padres, in gratos, irreligiosos e impuros, sin afecto natural o
desnaturalizados, implacables y desleales, calumniadores, disolutos e
incontinentes, crueles y despiadados, enemigos del bien, aborrecedores de lo
bueno, traidores, temerarios, hinchados, más amantes de los placeres que de
Dios, que teniendo apariencia de piedad niegan su eficacia.” (2ª Carta a
Timoteo, 3; 1 a 5) Mentes corrompidas de
los hombres, como Janés y Jambrés que resistieron a la verdad enfrentándose a
Moisés, cuya locura empero que no irá muy lejos, pues será manifestada a todos.
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