(Fragmenatrium)
XII.- El Arte Narrativo de Patricia Aguirre
Por Alberto Espinosa Orozco
XII.- El Arte Narrativo de Patricia Aguirre
Por Alberto Espinosa Orozco
Mirada
crítica, es cierto, que en base a las virtudes de una estética colorista y a la
rapidez de la ideación, busca el encuentro del centro místico de la persona, de
su propia persona, en un esfuerzo de concentración de la imagen simbólica, para
lograr así la sublimación de la materia, la transfiguración de los elementos y
la superación de los instintos primordiales –encontrando a través de recuento
de los orígenes la perfección ideal de los fines, adquiriendo así por
transformación la naturalización espiritual. Purificación del símbolo también
en lo que tiene de participación y solidaridad con todos los niveles cósmicos,
potente por tanto de participar activamente en la vida de una cultura, de
partir y de insertarse en el lenguaje vivo de una comunidad por virtud de su
autenticidad y de su accesibilidad a cada uno de sus miembros al estar en
contacto permanente con la actividad mítica y fantástica de cada uno de sus
miembros –dando con ello la plenitud y razón de ser del símbolo: volver la
vida, para aquellos que lo comprenden, más matizada, más rica, más íntima.
Alegoría,
metáfora continuada y concatenada por la diversidad de elementos que caben en
ella, la obra de Patricia Aguirre, de un tono paradójicamente minimalista por
expresar contenidos asequibles a la instrumentación orquestal de los murales,
pero que se sirve de elementos muy antiguos, como los repertorios de los
bestiarios medievales.[1] Salvación de la cultura por la cultura
misma también, que ante sus intimidantes abismos de mecánica frialdad y
agobiante tiniebla de nuestro tiempo reclama una restauración completa por la
vida de un humanismo renovado.
Arte cuyo
género narrativo, relata la angustia del ser humano en la época de la
postmodernidad, preso en las redes simbólicas y en las técnicas de los
manipuladores profesionales, y todo ello bajo una mirada, que sin dejar de
ser veras, agregue los componentes de la
limpidez, donde reina la precisión del trazo y la calidad luminosa de cada
pincelada –y todo ello subsumido en el dilatado espectro de una reflexión
crítica sobre el valor moderno de lo simbólico. Así, su obra resulta una
especie de lotería giratoria, la cual evoca también al juego de “serpientes y
escaleras” o, mejor dicho, una tirada de cartas personal que, no obstante
diseñado por una psicología como una especie de espejo y de reflejo de la
intimidad individual la cual logra, simultáneamente a la revelación del
autorretrato, detectar los impactos emocionales de una época y, de tal forma,
revelar una potente radiografía del inconsciente colectivo.
Así, lo que
salta a la vista en tal exploración es el error que domina, no sin frivolidad, a
las vanguardias, a las heterodoxias modernas y a las nuevas herejías: la
confusión entre la valoración de la Vida, determinada por las normas y los
ritmos cósmicos, y la sobrestimación de los impulsos vitales, que se mueven en
el inmanentismo de lo puramente temporal, preparando un provenir sin contenido
metafísico –siendo su signo y su estigma el de las aguas descendentes que bajan
hasta el confín de los amorfos ríos infernales que no participan ni de la
memoria ni de la Vida. También el propósito de restaurar las normas y el canon
moral, de viajar teniendo en cuenta los límites de las formas puras y las
distinciones precisas, donde el espíritu puede detenerse en la contemplación,
permaneciendo así dentro de las fronteras del ese (sér), sin dejarse por tanto
arrastrar más allá de las formas o de los sentidos, donde comienza la confusión
de la eternidad y de la nada, el devenir evasivo de la subjetividad personal,
las posesiones y las obsesiones, de la barbarie orgiástica de lo fantástico y
de la indeterminación del porvenir o de la nada. Defenderse del no ser mediante
el respeto de las normas, de los límites, de las formas, que es un acto a la
vez de dominio de uno mismo para mantenerse en la corriente de la Vida. Acto de
decisión por la libertad ascendente, por una libertad más grande y solemne, que
sea responsable para con uno mismo, que responde a la propia vida con cada acto
que realiza.
El políptico
de la artista constituye, en efecto, un
testimonio de los caracteres de la edad contemporánea que se interroga por los
misterios de la condición humana, basada no en una construcción ficticia, sino
en una experiencia concreta traducida con minucia en una descripción objetiva a
partir de conceptos claros que buscan sin embargo lo que hay en ellos de símbolo
e incluso de mito: la concentración arquetípica de una verdad que le permita
llegar y ser sí misma. Su estilo fragmentario, lleno de sugerencias y matices,
de distinciones nítidas, de riqueza y de respeto por el contemplador al no dar
nada por definitivo o acabado, es también el desarrollo de una exclusiva humana
más: la del proyección del sentido sobre el trasfondo de la existencia humana .
Porque ser humano es vivir en ese trasfondo de sentido, de tiempo orientado por
la cultura, que tiene vasos de comunicación
insospechados en sus aristas, que nos
precede y que no morirá con nosotros rebasándonos por todas partes.
La meditación
de la Maestra Patricia Aguirre en la compleja composición de su políptico se
interna en el laberinto de la modernidad, es cierto, pero va en dirección del
camino del centro, para sí al recordar la verdad inmutable actualizarla. Camino
que nos muestra la salida de la amnesia también al hacernos recordar como es
que toda alma es esencialmente libre –aunque el hombre en estado natural,
perdido entre las apariencias, ignore el valor y la situación de su alma. El
ser humano, que ha olvidado la situación real de su alma, que ya no se acuerda
de la verdad ni de su verdadero centro, es capas, sin embargo, de recordar la
verdad que reside en el centro de su propio ser. Síntesis del agua purificadora
de la verdad y del fuego del espíritu, búsqueda del carbunclo que como una
perla luminosa protege de la abrasión de la materia, del incendio de las
pasiones y que hay que robar a los dragones que la aprisionan en el fondo
barroso de los abismos. Moral de artesano también, que en una labor de ascesis
y expiación que explora el núcleo de la moral del oficio, donde radica el
verdadero trabajo desinteresado del artista: purificar la ciencia de los
caprichos de la voluntad para encontrar la morada de la verdad suprema y de la
esencia oculta, la luz intelectual que vive y despierta en el fondo inmutable
corazón de la persona.
Búsqueda de
la perla escondida, de la esencia oculta que ni la marea del yo ni la concha
del espacio-tiempo pueden contener, de la trasmutación de la materia oscura por
medio de la espiritualización de los elementos, que por razón del poder de la luz limpia el vinagre
de la melancolía, la herrumbre del pecado y ahuyenta a los malos espíritus.
Proceso de evolución del alma que en su viaje pasa de la confusión de la
materia homogénea a la heterogeneidad de la diferenciación, a la distinción y
discriminación de las formas, remontado con ello el temor a la vuelta de los
sucesos superados. Pintura de verdad y de de gran extensión la de Patricia
Aguirre, caracterizada por el gusto de los matices, por los oleos que se
trasmutan en carne humana, por el deseo de pertenencia y de sentido, por la
calidad de cada pincelada y las sutiles texturas, en un concepción de la
técnica que va en la dirección de lo impecable, de cuya visión artística nace
una traslúcida trasparencia, como nace del agua la sal y de la tierra los
frutos -como nace también de Saturno la muerte del tiempo y de las rosas.
1-2-2013
[1] Hay que destacar la colaboración
en el Mural “Paisaje Histórico Mexicano”, proyecto realizado por José Luis
Ramírez, en la Biblioteca Pública del Calvario. También participó en el
proyecto mural de la maestra Elizabeth Linden en la Escuela de Medicina de la
UJED, “Historia dela Medicina” y “Medicina”, junto con Sergio Montiel, Otón
Rivera y Jesús García. A tomado parte también en las decoraciones de intención
mural de los bares “El Corzo” y “El Alebrije”.
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