miércoles, 23 de abril de 2014

San Jorge y el Dragón: Historia y Mito Por Alberto Espinosa Orozco

San Jorge y el Dragón: Historia y Mito
Por Alberto Espinosa Orozco 


¿No eres tú el que partió a Ráhab,
                                                                                                                                                   el que atravesó al Dragón?
¿No eres tú el que secó la Mar,
las aguas del gran Océano,
que trocó en camino el lecho del mar
para que pasasen los rescatados?
Isaías 5dos, 9, 10






I.- El Mito
   En México, la Catedral Basílica Menor de la Ciudad de Durango, dedicada a la Virgen María como Madre Reina,  ostenta en la portada oriental, en la parte superior sobre su lado izquierdo, una espléndida escultura de San Jorge pisando a la serpiente, labrada en cantera verde rosácea de la región. A ella hay que sumar tres imágenes más del Santo, preservadas en la Basílica Menor: la archifamosa escultura en estofado de San Jorge Niño portando una lanza con la que fustiga al renegrido dragón y venerada el día 23 de abril de cada año; a su costado izquierdo se encuentra un lienzo al óleo que versa asimismo sobre la leyenda de San Jorge combatiendo al Dragón y cuya manufactura es de dudoso valor, y; otro lienzo del Santo, de magnífica factura, resguardado en el Presbiterio y que hoy se exhibe como parte del Museo de la Sacristía de la Basílica menor de la Ciudad de Durango.






   Hurgando en el tiempo lo primero que puede decirse de la figura histórica de San Jorge luchando contra el dragón se equipara mitológicamente a otras figuras míticas de la tradición, entre las que destacan Hércules en su lucha contra la Hidra; Teseo vencedor del Minotauro en el laberinto de Creta; Belerofonte que venció a la Quimera montado en el níveo y alado corcel Pegaso, pero también Perseo, quien logró cortar la cabeza de Medusa de cabellera serpentina utilizando su escudo para espejearla. Hay que agregar aquí que San Jorge es acaso la figura más poderosa de todo el santoral cristiano y el santo más venerado a escala mundial por la trama de su historia, sus méritos extraordinarios y apariciones milagrosas, también por las obras de arte que ha inspirado o a él dedicadas, pero también por las gama de reliquias que  de él se conservan y por la vastedad de los tesoros que  las circundan.
   Para dar una idea de las riquezas imantadas por la figura del Santo cabe apuntar una anécdota trasmitida por el héroe cultural Erasmo de Rótterdam. Corría el año de 1512 cuando el gran erudito europeo, en compañía de su maestro y amigo Juan Colet, luego de su cabalgata de Londres para visitar el santuario de Santo Tomás Becket en Canterbury, fueron invitados por el sacristán a depositar un beso reverente sobre una reliquia especial celosamente guardada en el templo: el mismo brazo de San Jorge, el cual se encontraba en medio de increíbles riquezas y tesoros que adornaban el santuario “frente a los cuales Midas y Creso habrían parecido mendigos”. So pretexto de la Reforma para el año de 1533 los agentes del rey Enrique VIII extrajeron para la corona inglesa parte del fabuloso tesoro que acompañaba a la reliquia del santo en Canterbury: 4, 994 onzas de oro, 4, 425 de plata dorada, 5, 285 de plata común y 26 carretadas de otros tesoros. ¿Cuál es el origen de la historia del hombre de carne y hueso que al luchar contra un monstruo ha llevado a la humanidad a labrar tan magníficas representaciones de su figura, a despertar un culto tan ferviente  y a atraer riquezas de tales magnitudes?



II.- El Imperio Romano
   La Historia ha reservado para el tetrarca y emperador Dioclesiano uno de sus capítulos más infamantes y oscuros de la civilización occidental. Sin embargo, los inicios de tan oprobiosas persecuciones hunden sus raíces en la saña del imperio romano contra el cristianismo naciente, la cual ha sido comparada en el siglo IV , en sus Historias contra los paganos por Pablo Orosio, amigo de San Agustín, con las diez plagas de Egipto, comenzando la lamentable lista con Nerón (54-68 d. C.), ascendiendo la escala por vía de Dominicano (81-96), Trajano (112-117), Marco Aurelio (180), Severo (193-211), Maximino (235-238), Decio (249-251), Valeriano (253-260), Aureliano 270-275) hasta rematar con la implacable persecución de Dioclesiano (284-305).



   En efecto, durante la tiranía arbitraria de Nerón y su régimen populista de terror una tercera parte de la ciudad fue devastada por las llamas en el año 64 d C., aprovechando el emperador la catástrofe para reformar urbanístticamente la ciudad, potenciando el aspecto monumental de la capital según el modelo griego e iniciando la persecución de los cristianos por el imperio como supuestos implicados en el suceso. Un año después del incendio, al descubrirse la conjura dirigida por Calpurnio Pisón, el cual  fue denunciado por los esclavos de su familia en el año 65 d.C., son obligados a suicidarse los intelectuales Lucano y Petronio y el filósofo estoico Séneca, que había sido consejero de Nerón
   La verdad es que el conflicto entre judíos y romanos había estallado unos años antes, ya que en el año 61 d. C, fue masacrada la guarnición romana en Palestina, extendiéndose inmediatamente la rebelión por toda Judea. La revuelta zelota terminó siendo reprimida y sofocada brutalmente  al enviar Nerón un potente ejército contra los sublevados, al mando de Vespasiano, en el año de 66 d..C. El incidente dejó una profundísima huella histórica, volviéndose punto de referencia en la Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés, impresa por Jacobo Cromberger en abril de 1522, en donde éste añade una nota comparando la incursión de los romanos a Judea con la conquista de México-Tenochtitlan, y que a la letra reza: “En el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España , como los españoles habían tomado por fuerza la gran ciudad de Temixtitlán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destrucción que hizo Vespasiano, y en ella asimismo había más número de gente que en la dicha ciudad santa”.



   La persecución contra los cristianos en Roma: se intensifica al grado de que  para el año 67 dos apóstoles y máximos representantes de la nueva fe son masacrados: San Pedro muere crucificado mientras que Pablo es decapitado.[1] El año 70, es destruido el segundo templo de Jerusalén, aunque el conflicto no acabará sino hasta el año 73, con la caída de la fortaleza de Masada que resistía en poder de los zelotas. La historia bíblica cuenta que tras el retorno del exilio de Israel en babilonia y la reconstrucción del Templo en el año 520 a. C, el pueblo de Israel estaba destinado  a verlo destruido por segunda vez, por no haber querido vivir de acuerdo a los requerimientos de la Torá, tal y como Jesús había profetizado apenas unas décadas antes (Mateo 24:2; Marcos 13:1; Lucas 21:5).



   Desde antes de la segunda mitad del siglo I de la era cristiana las autoridades romanas persiguieron intermitentemente a los cristianos en todo el imperio. De hecho la violencia se desató 20 años antes de que escribiera el Apocalipsis el apóstol San Juan, cuando Nerón culpó a los cristianos por el catastrófico incendio que devasto Roma y que presumiblemente fue causado por él mismo, llevado de la mano de sus extravíos estéticos y empujado por un proyecto de reforma urbanística.[2] El incendio duró ocho días y dejó devastada la ciudad. Inició cerca de los montes Palatino y Celio, devorando primero los barrios más populosos de la ciudad. Mientas unos cometían rapiña los otros se dedicaron a propagar el incendio con teas encendidas. Luego de seis días el incendio alcanzo el barrio Emilino, abarcando en total diez de las catorce regiones de la ciudad y dejando el amargo sabor de una ruina colectiva. La leyenda cuenda que el culpable, el emperador Nerón, se presentó cantando con su lira un poema alusivo a la destrucción de Troya incendiada por los aqueos, teniendo como foro la Torre de Mecenas en el monte Esquilino, mientras contemplaba extasiado como las llamas arrasaban con Roma. El gobierno de Nerón mostró su verdadera cara entonces: el despótico rostro de una política personalista y orientalizante que luego de marginar y maltratar a la nobleza y de alejarse de sus viejos maestros Séneca y Afracio Burro, se había dado a la tarea .de hacer descansar la legitimidad de sus maniobras en las vociferaciones públicas del populacho.



   Para disipar las sospechas de su responsabilidad en el siniestro Nerón urdió desplazar la culpa hacia una minoría religiosa que empezaba a cobrar fuerza entre los pobres de Roma. El resultado fue que miles de cristianos fueron crucificados y sus cuerpos usados como antorchas para iluminar las vía de entrada a la ciudad, registrándose con ello una de las escenas más crudas y terroríficas de la historia de Occidente La acusación fue ambigua: “odio al género humano”, a la que sucedieron quemas, despedazamientos y crucifixiones de cristianos en los mismos jardines de Nerón –escenificándose así el primer gran choque en la historia entre los crueles paganos del imperio y los cristianos.
   Dicha persecución dio pie, sin embargo, a la conformación de las primeras fuentes  clásicas sobre el cristianismo. El historiador romano Tácito es la fuente clásica más importante que hace referencia al cristianismo en sus Anales, XV, 44. Obra escrita entre 115 y 117 d. de C., pero que en este capítulo hace regencia a acontecimientos fechados en Roma durante el principado de Nerón, a mediados de la década de los sesenta del siglo I, con ocasión del incendio de Roma. El texto dice: “Y de esta manera Nerón, para desviar esta voz (que era causante del incendio de Roma) y verse libre de la misma, culpó y comenzó a castigar  con formas refinadas de tortura a unos hombres llamados comúnmente cristianos a los que odiaba la plebe a causa de sus excesos. El nombre procede de Cristo que, siendo emperador Tiberio, había sido ejecutado por Poncio Pilato, gobernador de Judea. Por aquel entonces se reprimió un tanto aquella dañina superstición, pero  estaba volviendo a cobrar fuerza  no sólo en Judea, donde se originó este mal,  sino también en Roma, adonde llegaron y son celebradas todas las cosas atroces y vergonzosas que se dan en los demás sitios”.
   Añade Tácito que el castigo a los que profesaban públicamente la religión cristiana se derivó de la acusación de ser culpables del odio general del género humano y así se les mataba con mofa y escarnio, ya vistiéndolos de pieles de animales para que los despedazaran los perros, ya crucificándolos, ya quemados en enormes haces de leña para que iluminaran las tinieblas de la noche. Tal espectáculo se llevó a cabo en los jardines de Nerón, cedidos con tal propósito, junto a lo cual celebraba fiestas circenses vestido de auriga para contemplar la diversión de la turba, la que sin embargo se dolía movida a compasión, ya que eran personas a las que se les arrancaba la vida de manera miserable, no en beneficio público sino para satisfacer la crueldad de uno solo.





III.- Nerón
   Nerón y Domiciano persiguieron a los cristianos al considerarlos revolucionarios políticos, igual que a los judíos. En los dos reinados se encarcelaron o desterraron de Roma también a los filósofos, no por serlo, sino por aspirar al ideal de la restauración de la República, acusándolos así no sólo de políticos descontentos, sino de conspirar activamente contra la majestad del Emperador. Por caso, el año 66 que se expide el edicto contra los filósofos, año en que Pablo de Tarsos fue decapitado en Roma, Apolonio de Tyana tiene que abandonar precipitadamente la ciudad de las siete colinas.
   Luego de la muerte de Nerón se sucedieron en el solio imperial  cuatro emperadores en menos de un año (69): el austro Galba, Otón que se había levantado en Lusitania, Aulo Vitelio, con una política abiertamente neroniana, populista y corrupta, y finalmente Vespasiano quien comandaba las fuerzas de Oriente, siendo reconocido por el Senado y entró triunfalmente en Roma en octubre del año 70. Emprendió una ambiciosa política constructiva para aumentar el esplendor de la Urbe, proporcionando abundante trabajo a las masas ciudadanas. Se construyó el Templo de Júpiter en el Capitolio, levantándose a su lado templos, edificios y espacios públicos entre los que destacaba un nuevo Foro y el nuevo palacio imperial en el Palatino, además de un gigantesco anfiteatro en los terrenos de la Domus Aurea: el anfiteatro Flavio, mejor conocido como el famoso Coliseo Romano. Para ayudar a reconstruir el Tesoro público, esquilmado por los disparates de Nerón y aniquilado tras 18 meses de guerra civil,  decretó un impuesta hasta sobre los urinarios públicos, cosa que su hijo Tito le censuró, a lo cual el avaro Vespasiano respondió: “El dinero no huele –sin embargo, es orina”. Es por ello que en Italia los urinarios públicos reciben el nombre de vepasiani, de  donde procede el nombre de vespasianas dado los recipientes para orinar que reciben en Argentina y en Chile. El emperador murió en el año de 79 en la ciudad natal, Rieti, a los 68 años de edad, alojando la sospecha de que se estaba convirtiendo en un dios –cosa que el Senado decretó después de su muerte.
   Hacia el año 112 d. de C. Plinio el Joven escribió a su tío el emperador Trajano que los cristianos detenidos: “afirmaban que todo su delito consistía en reunirse en día determinado antes del amanecer, recitar un poema a Cristo como a un Dios y comprometerse con juramentos a no cometer ningún delito, ni hurto, ni adulterios”, añadiendo Plinio que “No he encontrado otra cosa que no sea una superstición malvada y desmesurada”  (Epístola 10.96). En efecto, Plinio el Joven  menciona a los cristianos en el décimo libro de sus cartas (X, 96, 97) indicando que llamaban Dios a Cristo dirigiéndose a él con himnos y oraciones, aunque sin añadir referencias históricas. En cambio Suetonio, en su Vida de los doce Césares (Claudio, XXV), menciona una medida del emperador Claudio encaminada a expulsar de Roma a unos judíos que ocasionaban tumultos a causa de un tal Cresto. Tal expulsión tuvo lugar en el año noveno de su reinado (año 41 o 49 d de C.) según Osorio (VII, 6, 15), precediendo a la expulsión la controversia de los cristianos con los judíos que no creían en Jesús como el Cristo y Mesías. Por su parte San Pablo también da cuenta de ese decreto, de efectos pasajeros, comunicado por Áquila, quien había llegado a Corinto con su esposa Priscila procedente de Italia exponiendo sus cabezas para salvarlo (Hechos 18.2; Romanos, 16.3).



   Además de los historiadores Tácito, Suetonio y más tarde Dión Casio, que nos legaron versiones muy sombrías del reinado de Nerón, la historiografía cristiana terminó por presentarlo como un monstruo con los escritos de Sulpicio Severo, asceta cristiano del siglo V d. de C., que lo visualiza finalmente como un real anticristo. Lo cierto es que Nerón se fue volviendo cada vez más arbitrario y cruel, alejándose cada vez más de la realidad. Luego de mandar asesinar a su propia madre Agripina en la bahía de Nápoles en el año de 59, elimina a su esposa Octavia en el año de 62, con objeto de casarse con la mujer del senador Otón, la bella y ambiciosa Popea Sabina, a quien posteriormente mata de un puntapié en el vientre, casándose en 65 con Statilia Mesalina, futura amante del emperador Otón. Los delirios de grandeza ligados al incendio de Roma encuentran su razón de ser en el proyecto arquitectónico de Domus Aurea, monumental construcción planeada sobre 80 hectáreas que abarcaban las colinas Palatina, Esquilita, Celia y Opia. Cuenta Seutonio que los comedores  en el Palacio Domus Aurea en el monte Palatino, que ordenó construir un megalómano Nerón, tenían techos y corredores movibles hechos con tablillas de marfil de donde brotaban perfumes y flores. La Sala de banquetes era circular y giraba de noche y de día imitando el movimiento de rotación del mundo –comprobandos4 en la actualidad que tenía 16 metros y que, sostenido por un pilar de 4 metros, tenía un mecanismo hidráulico que lo hacía rodar. La desmesurada construcción fue demolida parcialmente por Vespasiano para construir en su centro el Coliseo, donde antes estuvo el Coloso de Nerón, estatua de más de 40 metros de altura (3 metros más que el Coloso de Rodas), y posteriormente en otro de los emplazamientos Trajano hizo erigir sus Termas.



   A finales del año 66 Nerón recorre en delirio triunfal Grecia durante 15 meses en calidad de artista, genio y semidiós. -siendo en realidad un despreciable actor cualquiera que hacia igual el papel de una parturienta que el de un esclavo. De regreso a Roma restablece el culto a Apolo haciéndose rodear de sacerdotes de Neptuno y dedicándose a lo que él llamaba “composición poética”, pero también al canto y a la construcción de órganos hidráulicos. El Senado, cansado ya de tantos excesos y excentricidades, nombra a Galba como su sucesor y condena a Nerón a la flagelación y a la ignominiosa muerte en la cruz. Sin embargo, es incierto su final. En su Vida de Nerón el historiador Suetonio asegura que se suicidó apuñalándose en la garganta y que su amante, la cristina Acteé, lo sepultó envuelto en una sábana blanca;  por su parte Tácito narra que huyó a las islas griegas donde adoptó la identidad de predicador y líder de los pobres, pero fue reconocido por el gobernador Kitnos, debido al pelo rojo característico del emperador, quien lo hizo ejecutar, obedeciendo con ello la sentencia senatorial de Roma.
   Aunque el rechazo de la cultura pagana hacia el cristianismo tuvo intermitentes explosiones represivas durante todo el siglo siguiente, fue Séptimo Severo (193-211) quien reavivó el antagonismo, prohibiendo bajo severas penas hacerse cristiano. Unas décadas después Decio (249-251) se distinguió por su feroz persecución de los cristianos, habiendo intentado obligar a las primeras comunidades de la iglesia a abjurar de Cristo y sacrificar a los dioses capitolinos del imperio.
   Poco después de que el emperador Felipe, que era árabe y había sido elegido por el ejército, celebrara con los Juegos Seculares el milenario de Roma en 248 d. C., (aceptando la fecha fundacional de la ciudad dada Varrón y aceptada por Claudio, de 747 a 753 a.C.), Decio lanzó la primera persecución de los cristianos en todo el imperio.
   Los primeros Juegos Seculares se celebraron en 17 a. C., bajo el imperio de Augusto. Claudio convocó a los siguientes juegos el 47 d.C., aduciendo para su celebración la conmemoración del 800 aniversario de Roma. Los Juegos Seculares del 248 d.C., no sólo celebraran con emoción el tránsito del milenio en la ciudad más grande de la tierra, sino también los sentimientos opuestos y complementarios de optimismo y aprensión, de alivio o pesar por el final de una era y el inicio de otra. De hecho Felipe celebro los juegos un año más tarde, en 248, cuando había regresado de luchar contra los bárbaros –lo cual da una idea del tono de desesperación que rodeaba el acontecimiento. Dos años después de esa fecha el emperador Decio inicia una persecución que nada tenía que ver con las persecuciones locales que sufrieron los primeros cristianos: ésta fue de gran alcance e intensidad, señalando con ello una nueva resolución de las autoridades –quienes empezaban a sentir las consecuencias profundas de una lealtad debida a Dios más que al emperador, con lo cual la autoridad política cesárea quedaba fuera de lugar.    
  En efecto, el emperador Decio Trajano fue un burócrata implacable que mostró una tenaz hostilidad oficial hacia el cristianismo, apegándose para ello en formas legales. Por medio de un edicto obliga a los súbditos del imperio a realizar, bajo pena de muerte, sacrificios en honor a los dioses oficiales y al emperador, exigiendo demostrar el culto por medio de certificados legales Para evitar el castigo era necesario firmar un libelli (libelo o escrito) de renunciación a la fe de Cristo. Para instrumentar tal mandato legal el emperador nombró una comisión, iniciando con ello una persecución eficaz. La durísima persecución llevó al martirio a muchos fieles y a otros tantos a la apostasía, al abjurar movidos por el miedo (lapsi). Los obispos de África se retractan de sus creencias religiosas en apostasía masiva, sucediéndose el derrumbe moral y la corrupción al mezclarse la apostasía con el fraude y la usura.



    La suerte de Valeriano (253-260) fue un símbolo del alzamiento y la caída del imperio romano. Inicia una grandiosa obra arquitectónica, que será continuada y concluida por Aureliano (270-275), levantando las altísimas murallas y las gigantescas torres que protegen a la ciudad de Roma hasta la fecha (con una longitud de 18, 183 metros y sobre una superficie de 1,730 hectáreas), pero pronto ahonda el prolongado periodo de persecución y de manera intransigente publica los edictos que obligan a los obispos a adherirse a los dioses del estado y a renunciar a constituir comunidades cristianas. Asociado con su hijo, el futuro emperador  Galieno, persigue sin tregua a los cristianos, pero al intentar detener a los persas en el Eúfrates es derrotado y hecho prisionero por el rey Sapor, quien lo retiene como esclavo deparando la fortuna para el emperador un vergonzoso destino: el rey persa hace utilizar a Valeriano como escabel para sentarse en su trono y luego, tras su muerte, lo manda embalsamar bajo la forma de un taburete. Galieno continúa así como emperador de Roma persiguiendo a los cristianos y sin preocuparse de la suerte  de su padre hasta que en el año 268 es asesinado por motivo de la sucesión imperial.



IV.- Dioclesiano
   Por su parte el temible Dioclesiano nace en 246 d. C. Para ascender al poder casó con la hija de Decio, alianza que la valió ser nombrado emperador a los 38 años de edad (284). Su gobierno se caracterizó por dar un giro importante a la marcha del imperio al descentralizarlo e intensificar la labor defensiva en las fronteras. Con él empieza una nueva era en el Imperio romano -en cuya cifra muchos estudiosos han querido ver el inicio de la Edad Media. Tomando las riendas del imperio de oriente Dioclesiano se asocia a su lugarteniente Maximiano dividiéndose el Imperio, encargándose uno del Oriente y el otro del imperio de Occidente, siendo su primer emperador, y reclamando para ellos el nombre de Augustos. De hecho se trata de una tetrarquía potente para controlar la extensión del dilatado y vasto imperio; Dioclesiano casa a su hija con el corpulento Galerio y le da el título de césar y Maximiano nombra censar suyo al noble romano Constancio Cloro. Aunque Roma conserva su estatuto de Ciudad Santa, Dioclesiano, instaurador de la tetrarquía. Reina en calidad de augusto con su corte en Nicomedia, en Asia, casi enfrente de la antigua Bizancio; Maximiano por su parte toma como augusto la cede de Milán, dejando a Galerio cesar al frente de Sirmium (al norte del actual Belgrado) y Constancio Cloro cesar la cabeceras la ciudad de York y Tréveris, con el objeto de defender el Rín y la Bretaña.





  Dioclesiano tritura al imperio en pequeños fragmentos, primero en doce diócesis desde las cuales se dedica a aterrorizar al mundo mediante los gobernadores de las 57 provincias en que a su vez se subdividían –y que llegaron a subir durante su reinado a 112 y que incluían a Egipto. A la cabeza de las diócesis estaban los vicarios de los augustos, tomando los gobernadores los nombres de prefecto, procurador y procónsul.. Tales medidas tenían por objeto centralizar el poder del gobierno y concentrar del tal modo las contribuciones, no como tesoro del estado sino como propiedad del esperador, siendo “el palacio” a la vez corte, gobierno y capital. La centralización económica trajo como consecuencia el despotismo político y la teocracia imperial, pues los tetrarcas eran de hecho ascendidos a dioses del imperio, exigiendo homenajes religiosos para los dioses oficiales y para ellos mismos. Los cristianos se niegan entonces a rendir tributo a las nuevas deidades de barro, con lo que se recrudecen las persecuciones. Mientras que Galerio da pruebas de su brutalidad y salvajismo y Maximiano comienza a separar a los cristianos del ejercito inflingiéndoles por contumacia severos castigos, Constantcio Cloro se muestra más refinado y tolerante que los restantes tetrarcas. Yéndose de bruces Dioclesiano desata por su cuenta la represión sistemática. Para logarlo amplía la facultad legislativa del emperador, antes limitada a los edictos y a los libelli y gozando de poderes legislativos ilimitados el emperador promulga disposiciones draconianas, sumando a los mandatos generales (edicta), ordenamientos particulares tales como el decreto y la rescripta (sentencias judiciales) y los mandata (de carácter administrativo).



   Sobre la cabeza de los cristianos se habían acumulado históricamente una serie de calumnias judiciales, que iban del incesto al canibalismo, siendo el infundió central ser destructores de los dioses y esencialmente no rendir culto religioso al emperador, tachándolos en las últimas persecuciones de desertores encubiertos del estado imperial. Los edictos del año 300 recrudecen la gran oleada de calumnias y persecuciones, siendo los tétricos actos contra los cristianos cada vez más impopulares y, perdido el apoyo de las turbas urbanas, se hace sentir la crítica pública, debilitándose por tanto el estado, dado que en el ejército estaba en gran parte constituido por cristianos y simpatizantes.
   Pero en el año de 303 un nuevo edicto de Dioclesiano ordena la destrucción de todas las iglesias cristianas y la entrega de los libros sagrados para ser quemados, poniendo con ello la fe cristiana fuera de la ley y sin defensa alguna ante los tribunales. En ese año estalla la más sangrienta de las persecuciones, pues al acentuar Dioclesiano el carácter divino del emperador vuelve inevitable el choque pagano con la verdadera doctrina.



V.- Dioclesiano y San Jorge
   La historiografía también ha preservado las noticia de San Jorge, quien fuera hijo de Geroncio y Policronia, matrimonio natural de Capadocia, la “tierra de los bellos caballos” y de las doscientas ciudades subterráneas (hoy Turquía), quienes llegaron a la prima Palestina para establecerse. .Su padre Geroncio servía como oficial en el ejército romano y al morir, quedando su madre Policromía viuda, volvió con ella a su ciudad natal de Lydda (luego Diospolis, actualmente Lod, en Israel). A pesar de las circunstancias adversas Policromía logró darle una buena educación a su hijo. El joven Jorge siguiendo los pasos de su padre se unió al ejército romano poco después de llegar a la mayoría de edad. Debido a su carisma subió pronto de grado, llegando antes de los treinta años a ser tribuno y comes. Hacia esa época ya se le había destinado en Nicomedia como miembro de la guardia personal del emperador romano Diocleciano (quien reinó entre el 284 y el 305)  Empero Diocleciano emite el edicto de 303 autorizando la persecución sistemática de los cristianos a lo largo y ancho del imperio –siendo el césar Galerio el responsable de continuar con la persecución durante su propio reinado (del 305 al 311).
   El tribuno Jorge recibió entonces órdenes de participar en la persecución, pero decidió dar a conocer su verdadera convicción religiosa y se adelante a criticar ásperamente la decisión del emperador. Un airado Diocleciano reaccionó violentamente al ordenar la tortura del soldado por romper el edicto. El gobernador Daciano manda entonces torturar y posteriormente decapitar a San Jorge por el cargo de haberse proclamado cristiano –aunque la leyenda agrega que, movido por su fe, antes de ser condenado logró salvar a la hija del rey de Lydda, quien se encontraba secuestrada en el palacio real. Como quiera que fuera, tras diversas torturas, Jorge fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril del 303. Los testigos de sus sufrimientos convencieron a la emperatriz Alejandra y a una anónima sacerdotisa pagana a convertirse al cristianismo, las cuales pasarían posteriormente a unirse a Jorge en el martirio. Su cuerpo escarmentado fue devuelto a Lydda, ciudad que fue llamada posteriormente Georgopolis, debido a la inmensa fama y devoción suscitada por el mártir y así se le conoció hasta el siglo XIII.



   La persecución continúa y  en el año de 304 es decapitada Santa Inés y los papas Simaco y Onofre. En el mismo año es martirizada Eulalia por órdenes del mismo gobernador Daciano, siendo hoy la patrona de Barcelona con festividad el 12 de febrero. Los acontecimientos se van concatenando en una negra espiral detonada por las ambiciones del poder absoluto. Así, el autócrata pronto redacta un segundo edicto por el que manda arrestar y encarcelar a todo el clero cristiano y, ya sin ningún freno, adelanta un tercer edicto en que se obliga directamente y por la fuerza a celebrar sacrificios al emperador. El fatídico año de 304 un cuarto edicto manda a todos los ciudadanos rendir el culto prescrito delante de la estatua del emperador. La feroz persecución llegó a su negra culminación cuando Dioclesiano impuso el decreto de perseguir, por el carácter metafísico de sus escritos, a una secta denominada “Kimia” o de los “Kimiastas” (de donde derivan las palabras hebreas “chaman” o “ohaman” y que significan misterio, secreto religioso).



VI.- Constantino,  San Jorge y el Islam
   Las persecuciones, confiscación de bienes  y masacres masivas de las comunidades cristianas del siglo III d.C. se iniciaron en un intento de devolverle la cohesión al maltrecho imperio romano, extendiéndose luego en un intento por revitalizar en poder teocrático del imperio temporal. El impresionante número de mártires, el rigor de las medidas contra templos y culto religioso y la hostilidad contra los sacerdotes y los fieles ha merecido el dictado de “La Gran Persecución de Dioclesiano”, y constituye el máximo empeño del imperio romano contra el cristianismo. Tal fue la política de los cuatro corregentes hasta el 305, año en que Dioclesiano abdica a los 59 años de edad cuando reunió a sus tropas cerca e Nicomedia y delante de ellas renuncia al título de augusto y dejando el poder en manos de Galerio como augusto de Oriente.  Con ello se causó la abdicación de Maximiano y se levantan en occidente por la sucesión Majencio y Constantino.
    Flavio Vario Constantino  nació a finales del siglo III en Servia o en Dacia. Hijo de Constantino Cloro, cesar de Occidente, y Helena, mujer plebeya de fuerte temperamento. Para alcanzar un puesto en la tetrarquía de Dioclesiano, Constancio Cloro repudia a Helena pretextando no ser de origen patricio y se casa con Teodora, hijastra de Maximiano, su superior jerárquico como augusto de Occidente, en garantía de fidelidad. Constantino creció así influido por la ideología imperial pues pronto se incorpora a la corte de Dioclesiano, el augusto de Oriente, y es destinado en 305 al Danubio bajo las órdenes de Galerio, el césar de Oriente.
   Luego de la abdicación de Dioclesiano, Constancio Cloro es elevado a la categoría de augusto de Occidente, pese a la resistencia de Maximiano, pero muere en Britania inesperadamente apenas un año después, en el 306. Inmediatamente el ejército franco-británico proclama a Constantino I augusto  –desplazando con ello a Severo, el hombre de confianza de Galerio., quien tiene que aceptar a Constantino, aunque dándole el título de simple césar. El sistema sucesorio diseñado por Dioclesiano fracasa estrepitosamente y se desencadena entonces una guerra civil por el poder, que duraría dos años, en la que se enfrentan Maximino Daya, Majencio, hijo de Maximiano, apoyados por las tropas de Italia y África y Constantino en Occidente –el cual tiene que apoyarse en Licinio quien se había levantado en Oriente, sellando el pacto con la boda entre el oscuro soldado y la hermana del futuro emperador, Constanza.  Por su parte Galerio, uno de los primeros responsables de la gran persecución, se postra en cama víctima de una horrible enfermedad y firma poco antes de morir un curioso edicto en Sárdica en el año 311, tratando de congraciarse con los cristianos para que rogasen por su vida y por el bienestar del estado.
   La lucha por el poder imperial entre Constantino y Majencio se dirime a favor del primero. El historiador Eusebio de Cesaria recogió de los labios del propio Constantino la leyenda de la visión que tuvo el futuro emperador: camino a Roma, pues mirando al cielo se le apreció una cruz en las nubes y esa noche vislumbró en sueños que Jesucristo le indicaba:. “Con este signo  veneras” (“Inhoc signo vinces”). Así, ordenó  poner sobre los estandartes de los soldados el “crismón” o monograma de Cristo y mandó confeccionar un gran lábaro con una lanza de punta dorada atravesada por una barra transversal rematada con un círculo con el crismón. También hizo portar la cruz en los escudos de los soldados y obtuvo la victoria sobre el más numeroso ejercito de Majencio en la célebre batalla del puente Milvio, sobre el Tiber, a las puertas de Roma, el 25 de octubre del año 312, y un año más tarde,  en el año 313, el emperador Constantino reconoce el cristianismo como religión oficial del estado.



   Las cosas juegan en favor de Constantino, pues Licinio elimina a Maximino Daya, el último tetrarca, en la batalla del Campo Ergenus, viviendo el imperio una tensa paz por cerca de diez años. Pero para el año de 321 en tres batallas sucesivas Constantino obliga a Licinio a deponer la púrpura real. Finalmente, en la batalla de Adrianópolis (hoy Edurne, Turquía) en el año de 324 es vencido definitivamente Licinio por las tropas de Constantino y capitula en Nicomedia para perder la vida un año después, estableciendo entonces Constantino la monarquía universal, declarándose dominus y prínceps cristiano, reconvirtiendo la tetrarquía de Dioclesiano en una autocracia y nombrando césares a sus hijos Crispo, Constantino, Constancio y Constante y erigiéndose como amo indiscutible del Bajo Imperio Romano, que se extendía por entonces desde el Atlántico hasta las fronteras con el imperio Persa. En el año de 325 se celebra el primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino y el papa san Silvestre, en el cual se combate la herejía de Arrio (arrianismo), proclamando la “consustancialidad del Padre con el Hijo”. 
   Constantino I, llamado “el Grande”, fue finalmente sorprendido por una fulminante enfermedad cerca de la ciudad de Nicomedia y luego de pedir ser bautizado en la fe cristiana perece el día 22 de mayo del año 337
   La personalidad de Constantino resultó ser un fiel reflejo de las transformaciones que sufrió el imperio en esa época, siendo a la vez vanidoso y devoto, cruel y caritativo, pagano y cristiano. Sus obras hablan también de la transformación del imperio en una monarquía universal y cristiana. En la península del Bósforo, aprovechando la colonia griega de Bizancio previamente existente, fundó la ciudad de Constantinopla o Constantinópolis –absorbida siglos después por la Estambul otomana. Doce años llevó su construcción, destacando tres iglesias erigidas en esos años por mandato del emperador: Santa Sofía, Santa Irene y la de Los Santos Apóstoles. En Roma se levantaron templos espléndidos, como el de San Pedro y San Pablo y el de Santa Inés, mientras que en Jerusalén se edificaron los templos del Santo Sepulcro y la Basílica de la Asunción y en Belén la Basílica del Pesebre. 



   Así, apenas una década después del martirio de San Jorge, en el año 313, se implementaría una política religiosa razonable mediante el famoso Edicto de Milán, el cual, luego de abolir previos edictos, amplia la libertad religiosa para los cristianos, tolerancia que extendiéndose a los paganos instituye una completa e integra “libertad de cultos”, restituyendo inmediatamente después todos los bienes a la iglesia cristiana, logrando en la vinculación con ella la deseada estabilidad del imperio bajo una política acorde con el espíritu comunitario y caritativo del antiguo cristianismo, al grado que bajo su mandato se erigieron tantas iglesias cristianas como templos paganos.
   En efecto, al firmarse el Edicto de Milán, en que se cifra la supuesta conversión de Constantino al cristianismo, se abre un fabuloso foro para el desarrollo de la verdadera doctrina. Así, a manera de símbolo, apareció encima del labarum de las monedas de Constantino un dragón vencido, indicando con ello que se abría el triunfo de Cristo sobre las divinidades romanas. Santa Helena, madre del emperador Constantino el Grande, impulsa entonces la puesta en valor de los escenarios del cristianismo primitivo y en el mismo año de 313 funda una basílica erigida en el lugar del sepulcro de San Jorge, encargándose de organizar  las procesiones a Tierra Santa que seguían el camino de Jerusalén desembarcando en el puerto e Jaffa hasta llegar a Lydda para visitar la tumba del mártir,  iniciando asimismo  como la acumulación de reliquias.



   La crisis del imperio romano, aglutinado por la campaña contra los cristianos,  cierra el Alto Imperio, signado por ser un mundo a la deriva, plagado de traiciones, crueldades y desequilibrios, también marcado con los estigmas de las convulsiones, desordenes y decadencia moral de los césares y augustos. Sus estructuras políticas, sociales y religiosas empezaron de hecho a desmoronarse desde que Augusto instauró el culto al emperador, llegando a una total pérdida de autoridad el panteón tradicional y acusando el descontento social una profunda necesidad popular de referencias trascendentes. La influencia oriental del cristianismo con su monoteísmo ideal de componentes judío-griegos cumplía con tales necesidades al despreciar las jerarquías temporales basándose en conceptos trascendentes y libertarios, pues la búsqueda del Reino de Dios sólo podía lograrse por medio de la paz, la humildad y la solidaridad. La persecución de Dioclesiano instrumentada por una burocracia implacable alimentada por la calumnia y sufrida por enormes grupos que habitaban el imperio, de hecho debilitó al estado, siendo   así el último intento de preservar el mundo de Augusto, capítulo de oscuridad inhumana con que se cierra propiamente la antigüedad pagana para dar entrada, con la conversión del imperio por Constantino, al inicio del denominado Bajo Imperio Romano y de la Edad Media Latina.



   El rasgo cristiano que más impresionó  a los paganos fue su espíritu de amor mutuo y de caridad comunitaria, siendo un electo virtuoso e inofensivo de la sociedad. Tal forma de vida fue descrita por Diogneto en su Epístola, expresándolo mejor que nadie: “Viven en sus propias regiones, pero sencillamente, como visitantes. Para ellos cada país extranjero es una patria, y cada patria es extranjera, pues pasan su existencia en la tierra como visitantes ya que su ciudadanía está en el cielo. Tienen una mesa común y, sin embargo, no es común. A pesar de ser pobres enriquecen a muchos y careciendo de todo tienen de todo en abundancia. Aman a todos los hombres y por todos son perseguidos. Existen en la carne pero sin vivir para la carne. Obedecen las leyes establecidas y las superan en sus propias vidas. Se les humilla y la humillación se convierte en su gloria  Se les insulta y ellos bendicen, retribuyendo los insultos con honor. Se les envilece y están justificados.”[3] 
   Las mujeres conversas cristianas fueron así penetrando las clases altas de la sociedad educando a sus hijos en el cristianismo y algunas veces convirtiendo a sus maridos. Su comportamiento relucía por su fuerza y entusiasmo como el de una nueva nobleza del espíritu, siendo su trabajo importante en los fondos de caridad. Los cristianos trataban como iguales a sus mujeres y con una gran consideración, pues el matrimonio es sostenido por ellos como un sacramento.  La iglesia católica se presentada así acorde a las necesidades del estado imperial por su voluntad universal y de unificación de la cultura, trascendiendo fronteras raciales y geográficas. El estado imperial, sin embargo, pronto comenzó a favorecer a la clase clerical y a utilizarla para sus fines seculares, sobreponiéndola a la iglesia de los santos que se gobernaba por sí misma.
   Constantino persiguió la herejía donatista en África del Norte en 316 y convocó al Concilio de Nicea en el año de 323, sínodo que presidió fijando el tono del debate bajo las normas de la cortesía y la conciliación, logrando la iglesia católica sintetizar su posición teológica en el célebre “Credo” -disolviendo parcialmente con ello la virulenta herejía del arrianismo, defendida por Arrio un enjuto presbítero de la iglesia de Baukalis en Alejandría, el que ya había sido combatido por el violento presbítero Atanasio en la misma congregación –quedando sin embargo la huella del cisma impresas en las Iglesia Romana de Grecia,  la primera al aceptar que Cristo era hijo de Dios de su misma naturaleza (homousis), discrepando la segunda al considerarlo tan solo es de semejante naturaleza (homiousis).
   A inicios del siglo IV después de Cristo el Imperio Romano comenzaba a desquebrajarse, debido  tanto a la presión de tribus germánicas como por la caducidad de la fe pagana, adaptando entonces in extremis un culto oriental de carácter filosófico y por motivos más que nada políticos: la religión de Mitra como dios solar. El mismo Dioclesiano apoyó el mitraismo dedicándole en 307 un altar en Cornutum. Sin embargo, no duró mucho tiempo ese remedo religioso, sellando la muerte del mitraismo imperial la victoria de Constantino el Grande en el puente Milvio en el año de 312. En realidad el mitraismo era una fórmula vacía para lograr mediante la piedad laica y la solidaridad respecto a la ley imperial la divinización del concepto del estado personificado en un hombre: el “genio” del César.
   Pasados dos siglos el emperador Justiniano (527-565) manda construir una catedral sobre el primitivo templo dedicado a San Jorge Mártir. En el año 614 Cosroes II de Persia invade el imperio Bizantino, destruyendo los lugares de culto cristiano y anexándose parte del territorio. Poco después Heraclio, emperador de Bizancio, lo recupera y catorce años más tarde, en 628, logra restituir el culto al mártir -efímeramente, pues cuatro años más tarde, en 632, el Islam ocupa la región nuevamente entrando en 637 el califa Omar triunfalmente en Jerusalén, dividiendo el territorio entre Jorania (Urdunn) con capital en Tiberiades y Filistea (Judea y Samaria) con capital en Ludd (Lydda). La Palestina musulmana conservó, empero, el aprecio por el mártir cristiano, sustituyendo su nombre por Al-Khader (“Aquel que es Verde” o “El que da Vida”), identificándolo con el profeta Elías y que debe su veneración por aparecer para proporcionar ayuda en los momentos de peligro, siendo adorado con los atributos de la inmortalidad y la perenne juventud (de ahí el Saint-Jordiet Infant). La mezquita musulmana de Lydda se erige así sobre los restos de la basílica de San Jorge en el siglo VII. En la mezquita de Omar se encuentra el “qubbet” de Al-Khader, piedra sobre la que de acuerdo a la tradición rezaba San Jorge –sitio que también es sagrado para los judíos porque dicen que ahí luchó Salomón contra el dragón, siendo efectivamente el rey sabio quien primero luchó a caballo contra el demonio, según testimonia ampliamente el repertorio iconográfico sacro. Hasta el día de hoy es frecuente encontrar en muchas casas palestinas que rodean la ciudad de Belén esculpida o pintada la figura de San Jorge.
   En este apretado tejido sui generis de creencias y cultos religiosos, donde se amalgaman figuras de culturas distintas y de tiempos distantes, resuena como un eco poderoso el viejo mito de Perseo, domador del caballo alado Pegaso, en su lucha contra la Gorgona Medusa, la hechicera de cabellos serpentinos, a quien decapita sirviéndose del reflejo de su escudo, para luego correr sobre el fabulosos equino  para salvar a la princesa Andrómeda, encadenada a una roca en la costa etíope ofrendada en sacrificio a un dragón marino.



VII.- El Mito del Caballero contra el Dragón
   El primer atributo del dragón se descubre por su forma arrogante de hablar y ampulosa de ser, siendo su segunda característica la desvergüenza y el hábito de la mentira, coronando sus cualidades el gusto destructor que lo lleva a  vivir entre ruinas. El dragón, ignorante de la modestia e inmune al sonrojo de la vergüenza, está formado por engaños y es un maestro de la crueldad. Aunque suele presentarse exteriormente como una oveja pronto se ve que se trata en realidad de un disfraz, pues su modo de hablar lo delata como un lobo rapaz. Su traje mayor es el del dragón, que es la gala del mezquino gusano, agigantado por ser el corruptor del mundo entero, pues el dragón es el demonio mismo o el anticristo personificado, siendo así a una el acusador de sus hermanos y el destructor de la tierra. Su figura simbólica es hibrida, pues toma la forma de escorpión con aguijón en la cola, de serpiente venenosa con los pies de oso, la boca de león enfurecido y el cuerpo de pantera, cuyo objeto es negar la fe mediante una guerra soterrada contra la verdadera doctrina, sobre cuya victoria pretende subir tan alto como el cielo para allí vencer y reinar.
   La figura del dragón representa empero un estado de conciencia arcaico del alma, ciega a la espiritualidad y por completo ajena a la divinidad, que ni participa de la cualidad divina, ni reconoce su majestad. Alma caída y enajenada de su antigua gloria. que al no aceptar la naturaleza inextinguible e inmortal de la divinidad y de la ley moral se encuentra ayuna de un suelo fértil en que arraigar y huérfana, no perteneciendo propiamente nada, hundiéndose así en el idólatra mundo engañoso de las supersticiones y en las obsesiones nihilificadoras de lo existente.
   Alma alienada, huérfana e inconsciente, arcaica y sin evolucionar, el dragón también representa un locus o lugar: el de la falta de educación anímica y el venenoso estancamiento del sombrío paganismo. Su falta de desarrollo espiritual lleva así a las almas dominadas por su figura a las  tortuosas sendas de las pasiones escarpadas, a los llanos desérticos donde se barren las distinciones en la indiferenciación de los órdenes o al mar que agita  borrascoso los sentimientos de la angustia, donde acaba postrada, o en el aplanamiento y las deformaciones, la conciencia. Se trata así del alma confinada, imposibilitada de comunicación,  aislada por tanto de los ritmos y las rimas de la naturaleza, con la que ni se solidariza y de la que no participa, siendo por todo ello su figura la de lo artificial y poseso; también de lo furioso y violento que en su ser colérico conlleva la imagen del Caos, del orden natural del universo roto por el hombre. Bostezo cavernícola de la gran boca vacía que todo lo succiona haciendo perder el sentido a toda actividad humana al invitar a la orgía del antiguo desorden original.
   Así, el dragón simbólicamente personifica también a la idolatría, en cuya debilidad y pereza moral se extingue el alma humana presa en tinieblas, siendo por tanto emblema de la nada o el mal absoluto (el Diablo o Satanás) El hombre moderno, en efecto, está tocado hasta su raíz de paganismo idolatra y desindividualizado al grado de encontrarse escindido de la naturaleza por haber roto los lazos analógicos y de afinidad con el alma del mundo (Geist). Al relativizar prácticamente las ideas del bien y del mal, desprendiéndose de la realidad del pecado y de lo que tiene de más grave y reprochable montado en las alas de “razones probables”, o yendo en brazos del opio de lo aparente y fantasioso, el hombre moderno-contemporáneo se ha dado a la ingrata tarea de huir de la conciencia del mal -porque desgarra el pecho del hombre al contemplar el abismo que abre ensanchando la contrariedad del mundo. Actitud, pues, de delegación de la conciencia y de la libertad en el ídolo y cuyo movimiento es el de la fuga  de las figuras más desarrolladas de la individualidad y de los modelos de las personalidades únicas, quedando por tanto el alma ayuna de la personificación a que da lugar el desarrollo interior de las figuras simbólicas en su universalidad y donde se trama la posibilidad de entrelazar lo insólito con lo eterno, el alma grande con la ley moral y al individuo singular con lo general a la especie en la reconciliación final de los antagonismos. También caída en la amarga prisión de la angustia, cuya clausura tenebrosa lleva al alma que no quiere servirse de la razón al miedo, precipitándolo en la aceptación de leyes arbitrarias y a brindarse en aplauso al hombre feísimo y farisaico –caracterización, pues, del hombre roído por la idea de un yo defensivamente egoísta, mezquinamente machista, asustadizo y amenazado, que cobardemente desea sólo lo que no tiene y que confunde irremediablemente el valor con el placer y a éste con la fisiología.



   Es por ello que el dragón es la imagen de las aguas tenebrosas del mundo inferior, del mundo sublunar de la materia,  y cuyo entendimiento se limita a la astuta inteligencia de cubrirse, atrayendo a la luz del espíritu para cubrirse con su brillo y resplandor, sin la cual quedaría impotente, ineficaz y débil. Es por ello que el dragón fuerza a permanecer el resplandor consigo, a la celeste luz que está con la fragancia del espíritu. La tiniebla, en efecto, se esfuerza por poseer el resplandor, por someter a la centella de luz, mientras que la luz y el espíritu luchan por apartarse de la serpiente, para poder recuperar y poseer en plenitud sus propias potencias que se han mezclado con el agua tenebrosa y terrible.
    Por ello en otros tiempos y en una amplia zona geográfica irania, que va más allá de Persépolis, Pasargada, Ecbatana, Babilonia y Susa, a partir de determinado momento histórico, la cosmogonía implicaba el combate victorioso de un héroe mítico contra un monstruo marino o un dragón. Sus modelos son los de Zeus-Tifón, Baal-Yam, Indra-Vitra. Por su parte el Avesta alude al combate entre el héroe Thraetona y el dragón Azdahak. El poeta Firduci, por su parte, narra la lucha del rey Faridun (o Freton o Thraetona) contra un usurpador extranjero, que es el dragón Azdahak, el cual había hecho prisioneras a las dos herederas del soberano legítimo, queriendo tomarlas por esposas. Faridun sale victorioso, mata al dragón Azdahak precisamente el día de Año Nuevo y libera a las dos princesas cautivas, con las que se desposa. En el Japón se puede equiparar a San Jorge con el dios del trueno Susano-oh, a la princesa con la doncella Kushinada y al dragón con Yamata-no-Orochi.
   Propio de los reyes y héroes iranios el contarse el modo en que habían matado dragones -símbolos intercambiados como moneda de máximo honor, pues en tales lances se distinguían como partícipes en el curso, conservación y regeneración del mundo. En el plano humano el caballero significa el combate contra las fuerzas del mal y de la muerte, siendo símbolo de la contribución del hombre finito al triunfo de la luz, la vida, la fertilidad y el bien. Así, el la figura del caballero es símbolo también de la renovación espiritual y universal que conduce a una transfiguración escatológica. Liturgia, pues, que recupera una figura anunciada para la era futura: la de la renovación final del mundo, el momento de gloria en que resucitaran los muertos para ser juzgados y serán inmortalizados los bienaventurados, regenerando así radicalmente el universo en una Nueva Creación, indestructible e incorruptible. Renovación escatológica, pues, que no sólo “salva” a la humanidad al producir la resurrección de los cuerpos, sino que también crea o recrea de nuevo al mundo.[4]





[1] Las reliquias de los santos quedaron resguardadas en Roma. Así, aunque se suponía que las reliquias mortales de Pedro estaban sepultadas bajo el altar mayor de San Pedro, el Papa Gregorio IX exhibió en 1239 las cabezas de los apósteles Pedro y Pablo engastadas en magníficos relicarios, conservadas en la Basílica Lateranense. Junto con ellas se encontraba el Arca de la Alianza, las Tablas de Moisés, la Vara de Aarón, una uña de maná, la Túnica de la Virgen, el cilicio de Juan el Bautista, los cinco panes y los dos peses tomados de la Comida de los Cinco Mil y la mesa usada en la Última Cena, mientras que la cercana capilla de San Lorenzo en el Palacio Lateranense contaba  con el prepucio y cordón umbilical de Cristo preservados en aceite dentro de un crucifijo de oro adornado con deslumbrantes joyas.
[2] Por su parte Juan, de acuerdo con Ireneo de León (130), luego de acompañar a Pedro en su labor evangélica  vivió en Éfeso, pero fue llevado a Toma donde el emperador Domiciano mandó quemarlo en aceite hirviente, pero al salir vivo de la prueba lo desterraron a la isla de Patmos en la que escribió el Libro de la Revelación o Apocalipsis. Lo que ocurrió después con él es confuso, debido a que Cristo consideró la posibilidad de mantenerlo con vida hasta su regreso a la tierra, como señala el mismo apóstol al finalizar El Evangelio de San Juan.  
[3] San Pablo ha descrito también, previamente, la forma del vida cristiana la cual, al estar bañada de paradojas, hace pensar en el choque entre el mundo espiritual y material y en la preponderancia del primero. Ver  2 Corintios 6: 8-10.
[4] Sabiduría 3, 12; véase la visión del Profeta Ezequiel, Ezequiel, 37, 1-14; y Apocalipsis, 11, 11. Mircea Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Vol. I. Gg. 106.  




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