lunes, 21 de abril de 2014

Tres Atlantes del Muralismo Durangueño en la Escuela 18 de Marzo: Guillermo de Lourdes, Francisco Montoya y Horacio Rentería Por Alberto Espinosa Orozco

Tres Atlantes del Muralismo Durangueño en la Escuela 18 de Marzo:
Guillermo de Lourdes, Francisco Montoya y Horacio Rentería
Por Alberto Espinosa Orozco 




I
   En el año de 1937 comenzó en la Ciudad de Gómez Palacio la construcción de un nuevo y moderno edificio educativo, que finalmente sería llamado Instituto 18 de Marzo, el cual comprendería desde los niveles básicos de kíndergarden y primaria, pasando por secundaría, hasta abarcar a los niveles propios de la preparatoria, siendo inaugurado tres años después por el entonces presidente de México, general Lázaro Cárdenas del Río, el 23 de junio de 1940. El mismo día se develaron lo murales de tres verdaderos atlantes de la pintura durangueña, quienes como segunda hornada del movimiento muralista mexicano fueron convocados para su decoración: Manuel Guillermo de Lourdes (1898-1971), Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994) y Horacio Rentería Rocha (1912-1972).




   La Escuela Secundaria Prevocacional “18 de Marzo” se ubicó en lo que fuera el edificio de Los Portales, en Av. Victoria esquina con Constitución, enfrente del parque Morelos,  jactándose la propaganda oficial hasta la fecha, de haber sido construida con la ayuda de campesinos y su hijos sin ningún goce de sueldo.[1] La moderna edificación daba continuidad así al proyecto educativo post-revolucionario, el cual había iniciado en 1934 con el levantamiento de los “Centros Escolares Revolución” en varias partes de la república, siendo su arquitectura de líneas más geométricas y puras, de vagas reminiscencias neo-clásicas, acordes a los nuevos materiales de construcción,  la cual contaba con decenas de flamantes aulas y una moderna alberca.











  En efecto,  a mediados de la década de los 30´s se vivía en el país una de las etapas de mayor fervor nacionalista y efervescencia ideológica, guiadas por la consigna del progreso asequible a las clases trabajadoras. En el aspecto educativo se contaba para mediados de esa misma década con el funcionamiento de los “Centros Escolar Revolución” (CER) en varias partes de país: en la Ciudad de México, Durango, Ciudad Juárez, Veracruz, etc. Notables artistas, como es el caso del artista durangueño Fermín Revueltas (1902-1935), quien con dos series de hermosos vitrales para la Ciudad de México y Ciudad Juárez, habían participado en esa empresa, en la que desde disímbolos perspectivas se habían abordado los ideales que se abrían sobre el horizonte de la nación en los nuevos tiempos por venir.[2] 
   El Centro Escolar Revolución de la Ciudad de Durango había sido decorado en el año de 1935 por Mercedes Burciaga (1914-1981) y su hermana Luz María, asesoradas por el talentoso pintor Francisco Montoya dela Cruz y por la joven promesa regional Horacio Rentería Rocha. En el año de 1937 estos dos últimos pintores fueron convocados para decorar una nueva escuela que se construía en la región de la Laguna; a ellos se sumó un artista legendario que había pintado hacia poco tiempo una asombrosa serie mural en el Palacio de Zambrano, localizado en la capital del mismo estado, siendo ayudado en las etapas finales de la obra por el mismo Horacio Rentería, quien dejó en los arcos del vetusto palacio una serie de interesantísimas imágenes heráldicas con los escudos de los municipios. La obra que plasmarían en los muros de la nueva construcción en la ciudad de Gómez Palacio, del estado de Durango, que hoy en día sobrevive bajo la forma es una modesta escuela primaria, constituye una de las grandes joyas del Movimiento Muralista Mexicano, siendo uno de los monumentos pictóricos más importantes en todo el Norte de la nación.[3]




II
  El muralista Guillermo de Lourdes debía parte de su prestigio a haber sido discípulo del gran pintor costumbrista español Ignacio Zuloaga Zabaleta (1870-1945); también a la obra magisterial y pictórica que recientemente había llevado a cabo en la Ciudad de Durango. Manuel Guillermo de Lourdes, natural de Texcoco, fue estrictamente contemporáneo de Antonio Ruiz “El Corcito” (1895-1964). Habían estudiado con los grandes maestros en aquel entonces de la Academia de San Carlos: Saturnino Herrán y Germán Gedovius, cuando se impartía tímidamente un grandioso método para la enseñanza del dibujo, creación de Alfonso Best Mougard, el cual trascendería fronteras, siendo empleado en una época en algunas escuelas de los Estados Unidos. Ambos cultivaron un estilo costumbrista –diametralmente opuesto: Lourdes incursionó en los grandes espacio murales practicando una vena más bien tradicionalista, historicista se puede agregar, en cierto sentido refractaria  los extremos de la modernidad. 
    Los temas de los murales desarrollados por Manuel Guillermo de Lourdes en Gómez Palacio versan sobre los grandes asuntos del nacionalismo: sobre la agricultura, sobre la siembra y la recolección del algodón, importante producto en la región Lagunera de aquella época, y sobre los jornaleros campesinos reunidos luego del trabajo para fumar y conversar.[4]





   Ya radicado el artista en la ciudad del Norte durangueño, para 1937 decorará las escalinatas y los corredores del conjunto en construcción, que albergarían a la futura institución educativa. Los temas de los murales desarrollados por Manuel Guillermo de Lourdes versan sobre la agricultura, la siembra y la recolección del “oro blanco” que había hecho próspera a la región de la Laguna: el algodón, importante producto en la región en aquella época, cuyas níveas montañas se confunden con las nubes  -asunto en el que destaca una imagen sobre los jornales campesinos.[5]
   Se encuentra también en el instituto de enseñanza de Gómez Palacio un par de notables murales más en las escalinatas del recinto, uno de ellos llamado “El Trabajo”, en cual nos habla, no sin cáustica ironía e incluso sarcasmo, de la poderosa actividad ganadera, en cuya acuciosidad constructiva sobresalen las figuras de dos políticos y empresarios llevando la noticia de la “redención del indio”, asimilado a la civilización moderna de las actividades agropecuarias.













   Sobre los corredores de las escalinatas sorprende por su belleza un tercer tablero: “La Vendedora de Frutas”, realizado en un estilo ecléctico donde se combinan los motivos nacionalistas con el art noveu y el impresionismo vanguardista. Epifanía de la fertilidad la obra celebra la abundancia de la tierra pródiga, resaltando la figura de dos muchachos, uno saltando para tomar el bocado, el otro montado en un caballo blanco. La figura principal es la de la vendedora, llevando con gran prestancia el cesto sostenido con la cabeza y equilibrado apenas con el grácil brazo y exhibiendo sus formas opimas. El porte de la mujer de piel apiñonada y de rasgos inequívocamente hispánicos, invita inequívocamente a la sensualidad –remitiendo la imagen, por otra parte, al óleo que se encuentra en las escaleras centrales del Palacio de Zambrano, donde encontramos la misma figura, aunque ésta vez de rasgos y piel morena, autóctona, en un muy bien tasado juego autorreferencial de “intertextualidad”.




   Hay en el recinto, por último, otros dos tableros más debidos a las martas del Maestro Guillermo de Lourdes, localizados en los muros que flanquean la dirección, ambos de tono heroico, dedicados uno a  “La Artesanía” y a la herrería (Hefasitos) y, el otro, al “Trabajo minero y su familia”, en el que un trabajador del subsuelo ve como sus hijos se ilustran por medio de la lectura, aspirando con ello a una vida a la vez más refinada y más libre. Se conserva también un interesantísimo proyecto mural del mismo maestro sobre la poderosa figura de Hefaistos (Vulcano) inspirando el trabajo en una fragua moderna, probablemente un bosquejo mural para la misma institución que ya no fue realizado en las grandes dimensiones.  






   Manuel Guillermo de Lourdes trabajó por unos cuantos años dentro de la misma institución, dando clases de dibujo y probablemente de piano, teniendo su caso dentro de la gran nave industrial de la Jabonera “La Esperanza”, y su estudio en Gómez Palacio, donde clases particulares de pintura.




III
   En el año de 1938 al muralista Guillermo de Lourdes se unió la mancuerna integrada por Francisco Montoya de la Cruz y Horacio Rentería, con lo que se dio cita un grupo de creadores norteños en verdad excepcional.
   El maestro Francisco Montoya de la Cruz, quien se había formado en la Academia de San Carlos (1929), pero también, al igual que Fermín Revueltas, en el Instituto de Arte de Chicago, pintó teniendo como motivo el progreso regional y la siembra de algodón, pero desarrollo con amplitud el tema del momento: la expropiación petrolera y la figura de Lázaro Cárdenas, destacando de inmediato el dinamismo de sus figuras, los volúmenes y el ardiente colorido.[6] Esperanza y optimismo en el futuro, es verdad, que por un complejo sistema de sustituciones trabado por la ideología revolucionaria, inculcó una fe progresista, desarrollismo, tecnológica incluso, que tendría su motor y fundamento en el “oro negro" como pivote del futuro nacional. Progreso material, pues, cuya desmesura, sin embargo, no siempre ha sido acompañada por un parejo desarrollo moral de la persona, viviéndose así con el correr frenético del tiempo un periodo de franca decadencia en nuestro muy ambiguo proceso de "modernización" a escala nacional. 




   En efecto,  Montoya de la Cruz incursionó en el tema que da nombre a la escuela: el de la expropiación petrolera decretada por el general Lázaro Cárdenas del Río el 18 de marzo de ese mismo año. Momento de exaltación nacionalista en donde aparece la famosa triada convocada por el muralismo como símbolo de las clases populares: el obrero, el militar y el campesino. Afán constructivo que recuerda de lejos los planteamientos laborales de Diego Rivera en Norte América, y el que se encuentran, más o menos estilizados, los símbolos comunistas de la hoz y el martillo. La retórica del día, digna de un Baltasar Dromundo, señalaba el valor cotidiano de esas tres figuras, ya sustituida la figura del militar por la del maestro: del campesino, cuya labor infatigable hace rendir sus frutos al campo; del maestro, que transforma la ignorancia en saber, y la del obrero, que transforma la ignorancia en saber. Así, se hablaba del gobierno cardenista (1936-1940) como un empeño donde se realizaba la “unidad del pueblo”, conquistador de la paz por el estudio y el trabajo, en una especie de apuesta demagógica con sordina que intentaba exaltar mediante el desarrollo industrial el fervor nacionalista.[7] Hay recordar, empero, que para integrar y definir una personalidad colectiva coherente no basta con exhibir a las figuras populares, sino que hace falta también la crítica de nosotros mismos: ya en los murales de Guillermo de Lourdes puede verse el sustrato feudal que hay detrás del ideal progresismo ganadero y lo que tienen las clases populares de desvalidas: el campesino, dolido por la pérdida de su tierra; el soldado cercenado de sus creencias; el obrero armado de maquinaria pero ciego ante los acontecimientos de la intimidad y del mundo. 





   La obra de Montoya debe haber quedado terminada a más tardar a principios de 1939, pues ese mismo año decoró los muros de la Escuela Normal de Durango, ubicada en la calle de Negrete, con cuatro imponentes tableros en los que desarrolla con mayor libertar su genio colorístico y volumétrico.




IV
      Por su parte Horacio Rentería, quien se dedicaba por aquel tiempo a la pintura de paisaje y que posteriormente desarrollaría un estilo único, retequete buscado por las revistas de moda y por los coleccionistas de arte, en sus famosos “Horacios” (una serie innumerable en pequeños lienzos de niños ataviados con hermosos vestidos a la usanza de la moda virreinal), abordó sus asuntos seleccionando tres famosos “Cuentos de la Mamá Gansa” de Charles Perrault (1628-1703): Caperucita Roja y el Lobo Feroz; La Bella Durmiente, y; Pulgarcito; a los que añadió una figura hispana de Miguel de Cervantes Savedra (1547-1616): El Quijote de la Mancha –muros en los que ya es posible detectar una especie de prefiguración de “época”, un ingrediente cuando menos, de lo que luego iría a servirle para componer sus célebres retratos –mundo, pues, alimentado por los cuentos de hadas, trasmitidos por tradición oral, y por leyendas de origen exótico, en el que pululan ogros, brujas, animales parlantes y príncipes encantados, corriente de la que también participaron los Hermanos Grimm, Hans Cristian Andersen y Jean de la Fontaine. También pintaría para dicha institución, como hiciera en el Palacio de Zambrano, los escudos del estado de Durango arriba de la puerta de la dirección.









  Existen dos murales más en el recinto de carácter impresionista, probablemente pintados al alimón por Guillermo de Lourdes y Horacio Rentería, aunque atribuido a éste último, con dos temas al aire libre que, a la manea de dos inmensa acuarelas que alegran la intimidad del recinto educativo, abriendo un pulcro espacio de meditación y de sosiego,. Hay que señalar que Horacio Rentería fue invitado a trabajar en la nueva escuela, asignándosele las clases de dibujo para los niños de primer ingreso.







[1] Cabe aclarar que las nuevas instalaciones del Instituto 18 de Marzo se construyeron al norte de la ciudad, edificios, 26 aulas, talleres y 6 laboratorios, en lo que fueran los terrenos de la Casa Redonda del FFCC en la Col. Felipe Carrillo Puerto, frente a la Termoeléctrica, inaugurándose en 1977. El nombre del Instituto figura con letras doradas en el H. Congreso del Estado de Durango. Del primer edificio, conocido como de “Los Portales”, Av. Victoria esquina con Constitución, dejó un dibujo J. Antonio Muñoz, cuando ya estaba extinta para 1938. La escuela inaugurada en 1940 sirve el día de hoy exclusivamente como centro de educación primaria.
[2] Hay que recordar que los murales del CER de la Ciudad de México fueron llevados a cabo entre los años de 1936 y 1937 por noveles artistas revolucionarios de Michoacán, comandados por Raúl Anguiano, entre cuyas filas se encontraban los militantes Everardo Ramírez, Antonio Gutiérrez, Ignacio Gómez Jaramillo, Gonzalo de la Paz Paredes y la pintora Aurora Reyes Flores, siendo la ideología de los tableros la de la lucha contra la oligarquía y la iglesia, derrotadas finalmente por la “educación socialista” –asunto que había sido el centro de un intenso debate público en los años recientes, encabezado principalmente por el Ministro de Educación Narciso Bassols y por el ensayista y poeta de “Contemporáneos” Jorge Cuesta.
[3] Los murales, severamente deteriorados por el paso del tiempo, fueron restaurados en el año 200 a instancias de los reclamos de la sociedad civil que se organizó para ello, siendo los encargados para tal tarea los restauradores del INBA: Arturo Ventura Pérez, Juan García Cortes, José Marín Martínez y Horacio Raúl Marmolejo.  
[4] Claudia Landeros “Aulas que enseñan arte e historia. Un gran legado guarda el Instituto 18 de Marzo”. Publicado por El Siglo de Torreón el lunes 27 de diciembre de 2010.
[5] Claudia Landeros “Aulas que enseñan arte e historia. Un gran legado guarda el Instituto 18 de Marzo”. Publicado por El Siglo de Torreón el lunes 27 de diciembre de 2010.
[6] El 9 de marzo, todas las representaciones de México en el extranjero recibieron un memorándum que advertía la posibilidad de que se realizara la expropiación petrolera, a pesar de la gravedad de esta posible situación representaba, el tono del documento era optimista ante las dificultades económicas que conllevarían tomar esta decisión. El embajador de México en Estados Unidos, el ejemplar abogado durangueño Francisco Castillo Nájera, llegó a pensar en una respuesta militar. El viernes 18 de marzo de 1938, las compañías extranjeras, advertidas por personas dentro del gobierno de que el presidente planeaba una acción enérgica en contra de ellas, declararon en el último momento estar dispuestas a hacer el pago, pero condicionando una rebaja en las prestaciones y aumentando el número de empleados de confianza en una proporción que permitiera a las empresas mantener el control de sus decisiones clave, pero el presidente Cárdenas ya había tomado una decisión, la propuesta fue rechazada, después de reunirse con su gabinete, a las 10 de la noche, declaró la expropiación mediante la cual la riqueza petrolera, que explotaban las compañías extranjeras, se volvió propiedad de la nación mexicana, lo cual era una de los ideales sociales de la Revolución mexicana asentados en el artículo 27 constitucional y respondía a la política nacionalista del presidente Cárdenas.
[7] Miguel Rodríguez López, “Los Murales del Instituto 18 de Marzo”. El Siglo de Torreón. 2 de junio de 2013.





1 comentario:

  1. ¡Que recuerdos! y estuve ahí en esa escuela y me daban muchísimo miedo los murales de la entrada. Ahora los recuerdo con nostalgia. Excelente post y muy buenas fotos.

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