Tres Atlantes del Muralismo
Durangueño en la Escuela 18 de Marzo:
Guillermo de Lourdes, Francisco Montoya y Horacio Rentería
Por Alberto Espinosa Orozco
I
En el año
de 1937 comenzó en la Ciudad de Gómez Palacio la construcción de un nuevo y
moderno edificio educativo, que finalmente sería llamado Instituto 18 de Marzo, el cual comprendería desde los niveles
básicos de kíndergarden y primaria, pasando por secundaría, hasta abarcar a los
niveles propios de la preparatoria, siendo inaugurado tres años después por el
entonces presidente de México, general Lázaro Cárdenas del Río, el 23 de junio
de 1940. El mismo día se develaron lo murales de tres verdaderos atlantes de la
pintura durangueña, quienes como segunda hornada del movimiento muralista mexicano fueron convocados para su decoración: Manuel
Guillermo de Lourdes (1898-1971), Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994) y
Horacio Rentería Rocha (1912-1972).
La Escuela Secundaria Prevocacional “18 de
Marzo” se ubicó en lo que fuera el edificio de Los Portales, en Av.
Victoria esquina con Constitución, enfrente del parque Morelos, jactándose la propaganda oficial hasta la
fecha, de haber sido construida con la ayuda de campesinos y su hijos sin
ningún goce de sueldo.[1] La moderna
edificación daba continuidad así al proyecto educativo post-revolucionario, el
cual había iniciado en 1934 con el levantamiento de los “Centros Escolares
Revolución” en varias partes de la república, siendo su arquitectura de líneas
más geométricas y puras, de vagas reminiscencias neo-clásicas, acordes a los
nuevos materiales de construcción, la
cual contaba con decenas de flamantes aulas y una moderna alberca.
En
efecto, a mediados de la década de los
30´s se vivía en el país una de las etapas de mayor fervor nacionalista y
efervescencia ideológica, guiadas por la consigna del progreso asequible a las
clases trabajadoras. En el aspecto educativo se contaba para mediados de esa
misma década con el funcionamiento de los “Centros Escolar Revolución” (CER) en
varias partes de país: en la Ciudad de México, Durango, Ciudad Juárez, Veracruz,
etc. Notables artistas, como es el caso del artista durangueño Fermín Revueltas
(1902-1935), quien con dos series de hermosos vitrales para la Ciudad de México
y Ciudad Juárez, habían participado en esa empresa, en la que desde disímbolos perspectivas
se habían abordado los ideales que se abrían sobre el horizonte de la nación en
los nuevos tiempos por venir.[2]
El Centro Escolar Revolución de la Ciudad de Durango había sido decorado en el año de 1935 por Mercedes Burciaga (1914-1981) y su hermana Luz María, asesoradas por el talentoso pintor Francisco Montoya dela Cruz y por la joven promesa regional Horacio Rentería Rocha. En el año de 1937 estos dos últimos pintores fueron convocados para decorar una nueva escuela que se construía en la región de la Laguna; a ellos se sumó un artista legendario que había pintado hacia poco tiempo una asombrosa serie mural en el Palacio de Zambrano, localizado en la capital del mismo estado, siendo ayudado en las etapas finales de la obra por el mismo Horacio Rentería, quien dejó en los arcos del vetusto palacio una serie de interesantísimas imágenes heráldicas con los escudos de los municipios. La obra que plasmarían en los muros de la nueva construcción en la ciudad de Gómez Palacio, del estado de Durango, que hoy en día sobrevive bajo la forma es una modesta escuela primaria, constituye una de las grandes joyas del Movimiento Muralista Mexicano, siendo uno de los monumentos pictóricos más importantes en todo el Norte de la nación.[3]
El Centro Escolar Revolución de la Ciudad de Durango había sido decorado en el año de 1935 por Mercedes Burciaga (1914-1981) y su hermana Luz María, asesoradas por el talentoso pintor Francisco Montoya dela Cruz y por la joven promesa regional Horacio Rentería Rocha. En el año de 1937 estos dos últimos pintores fueron convocados para decorar una nueva escuela que se construía en la región de la Laguna; a ellos se sumó un artista legendario que había pintado hacia poco tiempo una asombrosa serie mural en el Palacio de Zambrano, localizado en la capital del mismo estado, siendo ayudado en las etapas finales de la obra por el mismo Horacio Rentería, quien dejó en los arcos del vetusto palacio una serie de interesantísimas imágenes heráldicas con los escudos de los municipios. La obra que plasmarían en los muros de la nueva construcción en la ciudad de Gómez Palacio, del estado de Durango, que hoy en día sobrevive bajo la forma es una modesta escuela primaria, constituye una de las grandes joyas del Movimiento Muralista Mexicano, siendo uno de los monumentos pictóricos más importantes en todo el Norte de la nación.[3]
II
El
muralista Guillermo de Lourdes debía parte de su prestigio a haber sido
discípulo del gran pintor costumbrista español Ignacio Zuloaga Zabaleta (1870-1945);
también a la obra magisterial y pictórica que recientemente había llevado a
cabo en la Ciudad de Durango. Manuel Guillermo de Lourdes, natural de Texcoco,
fue estrictamente contemporáneo de Antonio Ruiz “El Corcito” (1895-1964). Habían estudiado con los grandes maestros en aquel entonces de la
Academia de San Carlos: Saturnino Herrán y Germán Gedovius, cuando se impartía
tímidamente un grandioso método para la enseñanza del dibujo, creación de
Alfonso Best Mougard, el cual trascendería fronteras, siendo empleado en una
época en algunas escuelas de los Estados Unidos. Ambos cultivaron un estilo
costumbrista –diametralmente opuesto: Lourdes incursionó en los grandes espacio
murales practicando una vena más bien tradicionalista, historicista se puede
agregar, en cierto sentido refractaria
los extremos de la modernidad.
Los temas
de los murales desarrollados por Manuel Guillermo de Lourdes en Gómez Palacio versan sobre los grandes asuntos del nacionalismo: sobre la
agricultura, sobre la siembra y la recolección del algodón, importante producto
en la región Lagunera de aquella época, y sobre los jornaleros campesinos
reunidos luego del trabajo para fumar y conversar.[4]
Ya
radicado el artista en la ciudad del Norte durangueño, para 1937 decorará las escalinatas
y los corredores del conjunto en construcción, que albergarían a la futura
institución educativa. Los temas de los murales desarrollados por Manuel
Guillermo de Lourdes versan sobre la agricultura, la siembra y la recolección
del “oro blanco” que había hecho próspera a la región de la Laguna: el algodón,
importante producto en la región en aquella época, cuyas níveas montañas se
confunden con las nubes -asunto en el
que destaca una imagen sobre los jornales campesinos.[5]
Se
encuentra también en el instituto de enseñanza de Gómez Palacio un par de notables
murales más en las escalinatas del recinto, uno de ellos llamado “El Trabajo”, en cual nos habla, no sin
cáustica ironía e incluso sarcasmo, de la poderosa actividad ganadera, en cuya
acuciosidad constructiva sobresalen las figuras de dos políticos y empresarios
llevando la noticia de la “redención del indio”, asimilado a la civilización
moderna de las actividades agropecuarias.
Sobre los
corredores de las escalinatas sorprende por su belleza un tercer tablero: “La Vendedora de Frutas”, realizado en un
estilo ecléctico donde se combinan los motivos nacionalistas con el art noveu y el impresionismo
vanguardista. Epifanía de la fertilidad la obra celebra la abundancia de la
tierra pródiga, resaltando la figura de dos muchachos, uno saltando para tomar
el bocado, el otro montado en un caballo blanco. La figura principal es la de
la vendedora, llevando con gran prestancia el cesto sostenido con la cabeza y
equilibrado apenas con el grácil brazo y exhibiendo sus formas opimas. El porte
de la mujer de piel apiñonada y de rasgos inequívocamente hispánicos, invita
inequívocamente a la sensualidad –remitiendo la imagen, por otra parte, al óleo
que se encuentra en las escaleras centrales del Palacio de Zambrano, donde
encontramos la misma figura, aunque ésta vez de rasgos y piel morena,
autóctona, en un muy bien tasado juego autorreferencial de “intertextualidad”.
Hay en el
recinto, por último, otros dos tableros más debidos a las martas del Maestro
Guillermo de Lourdes, localizados en los muros que flanquean la dirección, ambos
de tono heroico, dedicados uno a “La Artesanía”
y a la herrería (Hefasitos) y, el otro, al “Trabajo
minero y su familia”, en el que un trabajador del subsuelo ve como sus
hijos se ilustran por medio de la lectura, aspirando con ello a una vida a la
vez más refinada y más libre. Se conserva también un interesantísimo proyecto
mural del mismo maestro sobre la poderosa figura de Hefaistos (Vulcano)
inspirando el trabajo en una fragua moderna, probablemente un bosquejo mural
para la misma institución que ya no fue realizado en las grandes dimensiones.
Manuel
Guillermo de Lourdes trabajó por unos cuantos años dentro de la misma
institución, dando clases de dibujo y probablemente de piano, teniendo su caso
dentro de la gran nave industrial de la Jabonera “La Esperanza”, y su estudio
en Gómez Palacio, donde clases particulares de pintura.
III
En el año
de 1938 al muralista Guillermo de Lourdes se unió la mancuerna integrada por
Francisco Montoya de la Cruz y Horacio Rentería, con lo que se dio cita un
grupo de creadores norteños en verdad excepcional.
El maestro Francisco Montoya de la Cruz, quien
se había formado en la Academia de San Carlos (1929), pero también, al igual que
Fermín Revueltas, en el Instituto de Arte de Chicago, pintó teniendo como
motivo el progreso regional y la siembra de algodón, pero desarrollo con amplitud
el tema del momento: la expropiación petrolera y la figura de Lázaro Cárdenas,
destacando de inmediato el dinamismo de sus figuras, los volúmenes y el ardiente
colorido.[6] Esperanza y optimismo en el futuro, es verdad, que por un complejo
sistema de sustituciones trabado por la ideología revolucionaria, inculcó una
fe progresista, desarrollismo, tecnológica incluso, que tendría su motor y fundamento
en el “oro negro" como pivote del futuro nacional. Progreso material, pues, cuya desmesura, sin embargo, no siempre ha sido acompañada por un parejo desarrollo moral de la persona, viviéndose así con el correr frenético del tiempo un periodo de franca decadencia en nuestro muy ambiguo proceso de "modernización" a escala nacional.
En efecto, Montoya de la Cruz incursionó en el tema que
da nombre a la escuela: el de la expropiación petrolera decretada por el
general Lázaro Cárdenas del Río el 18 de marzo de ese mismo año. Momento de
exaltación nacionalista en donde aparece la famosa triada convocada por el
muralismo como símbolo de las clases populares: el obrero, el militar y el campesino.
Afán constructivo que recuerda de lejos los planteamientos laborales de Diego
Rivera en Norte América, y el que se encuentran, más o menos estilizados, los
símbolos comunistas de la hoz y el martillo. La retórica del día, digna de un
Baltasar Dromundo, señalaba el valor cotidiano de esas tres figuras, ya
sustituida la figura del militar por la del maestro: del campesino, cuya labor
infatigable hace rendir sus frutos al campo; del maestro, que transforma la
ignorancia en saber, y la del obrero, que transforma la ignorancia en saber. Así,
se hablaba del gobierno cardenista (1936-1940) como un empeño donde se
realizaba la “unidad del pueblo”, conquistador de la paz por el estudio y el
trabajo, en una especie de apuesta
demagógica con sordina que intentaba exaltar mediante el desarrollo industrial
el fervor nacionalista.[7] Hay recordar, empero, que para integrar y definir
una personalidad colectiva coherente no basta con exhibir a las figuras
populares, sino que hace falta también la crítica de nosotros mismos: ya en los
murales de Guillermo de Lourdes puede verse el sustrato feudal que hay detrás
del ideal progresismo ganadero y lo que tienen las clases populares de
desvalidas: el campesino, dolido por la pérdida de su tierra; el soldado
cercenado de sus creencias; el obrero armado de maquinaria pero ciego ante los acontecimientos
de la intimidad y del mundo.
La obra de
Montoya debe haber quedado terminada a más tardar a principios de 1939, pues
ese mismo año decoró los muros de la Escuela Normal de Durango, ubicada en la calle
de Negrete, con cuatro imponentes tableros en los que desarrolla con mayor
libertar su genio colorístico y volumétrico.
IV
Por su parte Horacio Rentería, quien se
dedicaba por aquel tiempo a la pintura de paisaje y que posteriormente desarrollaría
un estilo único, retequete buscado por las revistas de moda y por los
coleccionistas de arte, en sus famosos “Horacios” (una serie innumerable en
pequeños lienzos de niños ataviados con hermosos vestidos a la usanza de la
moda virreinal), abordó sus asuntos seleccionando tres famosos “Cuentos de la
Mamá Gansa” de Charles Perrault (1628-1703): Caperucita Roja y el Lobo Feroz;
La Bella Durmiente, y; Pulgarcito; a los que añadió una figura hispana de
Miguel de Cervantes Savedra (1547-1616): El Quijote de la Mancha –muros en los
que ya es posible detectar una especie de prefiguración de “época”, un ingrediente
cuando menos, de lo que luego iría a servirle para componer sus célebres
retratos –mundo, pues, alimentado por los cuentos de hadas, trasmitidos por
tradición oral, y por leyendas de origen exótico, en el que pululan ogros,
brujas, animales parlantes y príncipes encantados, corriente de la que también
participaron los Hermanos Grimm, Hans Cristian Andersen y Jean de la Fontaine. También
pintaría para dicha institución, como hiciera en el Palacio de Zambrano, los
escudos del estado de Durango arriba de la puerta de la dirección.
Existen dos
murales más en el recinto de carácter impresionista, probablemente pintados al
alimón por Guillermo de Lourdes y Horacio Rentería, aunque atribuido a éste
último, con dos temas al aire libre que, a la manea de dos inmensa acuarelas que
alegran la intimidad del recinto
educativo, abriendo un pulcro espacio de meditación y de sosiego,. Hay que señalar que Horacio Rentería fue invitado a trabajar en la
nueva escuela, asignándosele las clases de dibujo para los niños de primer
ingreso.
[1] Cabe aclarar que las
nuevas instalaciones del Instituto 18 de Marzo se construyeron al norte de la
ciudad, edificios, 26 aulas, talleres y 6 laboratorios, en lo que fueran los
terrenos de la Casa Redonda del FFCC en la Col. Felipe Carrillo Puerto, frente
a la Termoeléctrica, inaugurándose en 1977. El nombre del Instituto figura con letras doradas en el H. Congreso del Estado de
Durango. Del primer edificio,
conocido como de “Los Portales”, Av. Victoria esquina con Constitución, dejó un
dibujo J. Antonio Muñoz, cuando ya estaba extinta para 1938. La escuela inaugurada en 1940 sirve el día de hoy
exclusivamente como centro de educación primaria.
[2] Hay que recordar que los murales del CER de la Ciudad de México fueron
llevados a cabo entre los años de 1936 y 1937 por noveles artistas
revolucionarios de Michoacán, comandados por Raúl Anguiano, entre cuyas filas
se encontraban los militantes Everardo Ramírez, Antonio Gutiérrez, Ignacio
Gómez Jaramillo, Gonzalo de la Paz Paredes y la pintora Aurora Reyes Flores, siendo
la ideología de los tableros la de la lucha contra la oligarquía y la iglesia,
derrotadas finalmente por la “educación socialista” –asunto que había sido el
centro de un intenso debate público en los años recientes, encabezado principalmente
por el Ministro de Educación Narciso Bassols y por el ensayista y poeta de
“Contemporáneos” Jorge Cuesta.
[3] Los murales, severamente
deteriorados por el paso del tiempo, fueron restaurados en el año 200 a
instancias de los reclamos de la sociedad civil que se organizó para ello,
siendo los encargados para tal tarea los restauradores del INBA: Arturo Ventura
Pérez, Juan García Cortes, José Marín Martínez y Horacio Raúl Marmolejo.
[4] Claudia Landeros “Aulas que
enseñan arte e historia. Un gran legado guarda el Instituto 18 de Marzo”.
Publicado por El Siglo de Torreón el lunes 27 de diciembre de 2010.
[5] Claudia Landeros “Aulas que
enseñan arte e historia. Un gran legado guarda el Instituto 18 de Marzo”.
Publicado por El Siglo de Torreón el lunes 27 de diciembre de 2010.
[6] El 9 de marzo, todas las representaciones de México en el extranjero
recibieron un memorándum que advertía la posibilidad de que se realizara la
expropiación petrolera, a pesar de la gravedad de esta posible situación
representaba, el tono del documento era optimista ante las dificultades
económicas que conllevarían tomar esta decisión. El embajador de México en
Estados Unidos, el ejemplar abogado durangueño Francisco Castillo Nájera, llegó
a pensar en una respuesta militar. El viernes 18 de marzo de 1938, las
compañías extranjeras, advertidas por personas dentro del gobierno de que el
presidente planeaba una acción enérgica en contra de ellas, declararon en el
último momento estar dispuestas a hacer el pago, pero condicionando una rebaja
en las prestaciones y aumentando el número de empleados de confianza en una
proporción que permitiera a las empresas mantener el control de sus decisiones
clave, pero el presidente Cárdenas ya había tomado una decisión, la propuesta
fue rechazada, después de reunirse con su gabinete, a las 10 de la noche,
declaró la expropiación mediante la cual la riqueza petrolera, que explotaban
las compañías extranjeras, se volvió propiedad de la nación mexicana, lo cual
era una de los ideales sociales de la Revolución mexicana asentados en el
artículo 27 constitucional y respondía a la política nacionalista del
presidente Cárdenas.
[7] Miguel Rodríguez López, “Los Murales del Instituto 18 de Marzo”.
El Siglo de Torreón. 2 de junio de 2013.
¡Que recuerdos! y estuve ahí en esa escuela y me daban muchísimo miedo los murales de la entrada. Ahora los recuerdo con nostalgia. Excelente post y muy buenas fotos.
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