Alma Santillán: el Corazón Mecánico y el Acento Solar
Por Alberto Espinosa Orozco
“Porque donde hay envidias y
rivalidades,
también hay confusión y todo tipo de maldad.”
Santiago 3, 16
La poderosa pintura de la
notable artista plástica durangueña Alma Santillán ha sabido heredar y
sintetizar cuatro altas corrientes voltaicas que tensan y dan contenido y forma
a la historia reciente de la pintura universal. En primera instancia habría que
hablar de la maravilla del encuentro, de ese azar objetivo forjado por las
visiones de los surrealistas, que Santillán incorpora a su obra para ahondar en
nuestro tiempo de artífices, técnicas y tentadores magos. En un segundo renglón
es patente la influencia en su obra el uso del lenguaje vanguardista empleado
como herramienta para expresar a nuestro tiempo, inspirándose para ello
recientemente en las composiciones del abstraccionismo, para dar con ello
mayores calidades y trasparencias a su lienzos, pero siendo en realidad
influenciada a profundidad por los cuatro grandes abuelos del expresionismo,
tanto alemán, noruego como mexicano -me refiero a los extremosos mares de la
nostalgia de Emil Nolde no menos que a los desvergonzados payasos y mimos
simiescos del alemán James Ensor, a los indecibles vibraciones de emoción
voltáica de Eduard Munch, pero sobre todo a José Clemente Orozco quien,
respirando lo mismo en las riveras de Manhattan que en los lupanares
pestilentes de la colonia Guerrero, supo predecir el alma de su tiempo
desgarrado, atrapando en velos la sutil manifestación de la materia psíquica
del mundo y la imponente historia. Su escuela, sin embargo, se enriquece
también con la estética del Guillermo Bravo Morán, quien atento a la renovación
de la forma y restringiendo su paleta al espectro de sus tonos más secos y
ácidos supo trasmitir a la discípula y diligente amanuense el gusto por la
renovación de los temas clásicos y míticos, entresacado empero sus imágenes y
figuras siempre de la realidad misma –haciéndola observar penetrantemente la
gesta cultural en lo que tiene de construcción de la imagen arquetípica, pero
también de revelación apocalíptica y de caída.
La pintura de Alma Santillán,
sabiendo ser disciplinada y obediente a la revelación de la tradición y de la
imagen, por su libertad de trazo y juego con las formas estilizadas al borde de
lo grotesco, la caricatura o la fantasía ha igualmente ser potente para tratar
los temas más serios y desgarradores de nuestro tiempo abismado y convulso,
haciendo frente así a la helada de la voluntad que al endurecer los corazones prodiga
la arbitrariedad de insuficientes simbolismos. Así la desgarradora inquisición
cuasi cuaresmal de la artista va claramente en busca del ser y de los
principios trascendentes. Quizás por ello su peregrinaje en pos de la esencia
figurable, teniendo como rosa de los vientos los temas cardinales de los
reclamos más urgentes de la existencia vivida, de la realidad concreta, ha
remontando de tal suerte el laberinto de las subjetividades para sostener en
sus visitaciones la instrumentación y recreación de un misterioso simbolismo en
cuyo horizonte de sentido se actualiza una fe trascendente acuñado por visiones
de verdadera sub-creación.
La pintura de Santillán, que se
presenta en principio como una pintura surrealista de resonancias narrativas
(pues cada una de sus obras es una “escena”, muchas veces saturada de verbos
activos), destaca siempre a la manera de un símbolo una actitud, un perfil o un
rasgo distintivo, característico de nuestra época. Sus obras entonces son
visiones de los malos tiempos de crisis humanista en que vivimos y en algunas
ocasiones premoniciones de los tiempos futuros y su temibles obstáculos por
sortear. La influencia del surrealismo, no sólo en lo que tiene de viaje
onírico, sino también en su tratamiento del psiquismo oscuro, sirve entonces a
la artista para dar cuenta del terrible tiempo de existencialismo, historicismo
y relativismo ambiente. Mundo moderno que agoniza y se expresa ahora en
términos de fantasmas, detritus y angustia constitutiva: quiero decir de
peligro, que para el hombre es el peligro sustantivo, intimo, entrañable,
radical: el peligro de dejar de ser humano. Su obra se presenta entonces como
una sintomatología del mundo excéntrico, extraviado, zozobrante o en peligro de perdición irremisible, de
naufragio en el pavoroso Ponto.
Así, por un lado sus poderosas
imágenes cargadas de revelación y Apocalipsis, son la expresión de lo humano
que al estallar o estrellarse contra el límite vuelve como confusión y oscura
mezcla de autoritaria censura o de licencia libertina –donde lo humano mismo
agoniza entre las posibilidades del ser
y el no ser mostrando simultáneamente las esencias caducas y demoníacas de lo
social. Por el otro, su pintura da cuenta también de la necesidad del retorno
al uso de los lenguajes analógicos, siendo por ello su arte el de la búsqueda
de un lenguaje de consonancias y resonancias sagradas que, por ser reflejo de
la armonía celestial o cósmica, resulte revelador de un orden trascendente a la
realidad. Es por ello que una de las cosas que la pintura de Santillán hace
patente es esa nostalgia de la sabiduría ancestral, de la sabiduría egipcia, de
filosofía esotérica incluso -en una palabra, de metafísica. Búsqueda así de
armonía, de la magia del mundo gobernado por Eros (o por la Gracia o por la
Fuente de la Vida), al través del estudio de las atracciones y semejanzas en el
espacio real.
Asimismo búsqueda de luz
solar, que igual es la llama divina que brota de la fuente que el agua luminosa
irradiada por la frente del soberano: búsqueda, pues, del agua de vida por lo que el mundo es
periódicamente regenerado, por lo que es restaurado a la situación primordial o
por lo que el mundo queda absolutamente trasfigurado.
Visión que no puede sino
alternar así con una ácida crítica a la magia moderna, terrorífica y delirante,
del cientismo -magia experimental, que en su impuso de dominar la materia, para
con ello dominar y manipular al mundo o conseguir el poder, no tiene empacho en
incursionar en la “magia negra” del frenesí de las palabras, de los sentidos o de
las imágenes y en cuya licuefacción de las significaciones lucha abiertamente
contra las normas y contra lo concreto, instrumentando con ello el acto
demoniaco de la descomposición, de la desasimilación, de la dislocación o de la
autoanulación (hibrys).
Por
un lado, pues, esperanza de un renacimiento de la cultura -por ser su pintura
el soporte de una meditación metafísica, en cierto sentido teológica; por el otro, representación de la violencia
del mundo social moderno, cuyo fallido simbolismo ha fracasado estrepitosamente
al comparar al hombre con lo inferior, resbalando así siempre hacia más abajo y
cuya tragedia estética estriba en el retorno de formas inferiores de la
mística. Trabajo arduo de la imaginación, en verdad, consistente en sobrepasar por los ácidos corrosivos de la
critica la barrera de niebla para así poder restablecer un pensamiento y un
simbolismo coherente con la esencia humana dentro de un orden trascendente a la
realidad, dando en el orbe estético un nuevo lugar a la tradición, a la
religión y a la metafísica.
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