sábado, 19 de abril de 2014

Alma Santillán: el Corazón Mecánico y el Acento Solar Por Alberto Espinosa Orozco

Alma Santillán: el Corazón Mecánico y el Acento Solar
Por Alberto Espinosa Orozco 

 “Porque donde hay envidias y rivalidades,
también hay confusión y todo tipo de maldad.”
Santiago 3, 16


   La poderosa pintura de la notable artista plástica durangueña Alma Santillán ha sabido heredar y sintetizar cuatro altas corrientes voltaicas que tensan y dan contenido y forma a la historia reciente de la pintura universal. En primera instancia habría que hablar de la maravilla del encuentro, de ese azar objetivo forjado por las visiones de los surrealistas, que Santillán incorpora a su obra para ahondar en nuestro tiempo de artífices, técnicas y tentadores magos. En un segundo renglón es patente la influencia en su obra el uso del lenguaje vanguardista empleado como herramienta para expresar a nuestro tiempo, inspirándose para ello recientemente en las composiciones del abstraccionismo, para dar con ello mayores calidades y trasparencias a su lienzos, pero siendo en realidad influenciada a profundidad por los cuatro grandes abuelos del expresionismo, tanto alemán, noruego como mexicano -me refiero a los extremosos mares de la nostalgia de Emil Nolde no menos que a los desvergonzados payasos y mimos simiescos del alemán James Ensor, a los indecibles vibraciones de emoción voltáica de Eduard Munch, pero sobre todo a José Clemente Orozco quien, respirando lo mismo en las riveras de Manhattan que en los lupanares pestilentes de la colonia Guerrero, supo predecir el alma de su tiempo desgarrado, atrapando en velos la sutil manifestación de la materia psíquica del mundo y la imponente historia. Su escuela, sin embargo, se enriquece también con la estética del Guillermo Bravo Morán, quien atento a la renovación de la forma y restringiendo su paleta al espectro de sus tonos más secos y ácidos supo trasmitir a la discípula y diligente amanuense el gusto por la renovación de los temas clásicos y míticos, entresacado empero sus imágenes y figuras siempre de la realidad misma –haciéndola observar penetrantemente la gesta cultural en lo que tiene de construcción de la imagen arquetípica, pero también de revelación apocalíptica y de caída.

    La pintura de Alma Santillán, sabiendo ser disciplinada y obediente a la revelación de la tradición y de la imagen, por su libertad de trazo y juego con las formas estilizadas al borde de lo grotesco, la caricatura o la fantasía ha igualmente ser potente para tratar los temas más serios y desgarradores de nuestro tiempo abismado y convulso, haciendo frente así a la helada de la voluntad que al endurecer los corazones prodiga la arbitrariedad de insuficientes simbolismos. Así la desgarradora inquisición cuasi cuaresmal de la artista va claramente en busca del ser y de los principios trascendentes. Quizás por ello su peregrinaje en pos de la esencia figurable, teniendo como rosa de los vientos los temas cardinales de los reclamos más urgentes de la existencia vivida, de la realidad concreta, ha remontando de tal suerte el laberinto de las subjetividades para sostener en sus visitaciones la instrumentación y recreación de un misterioso simbolismo en cuyo horizonte de sentido se actualiza una fe trascendente acuñado por visiones de verdadera sub-creación.

   La pintura de Santillán, que se presenta en principio como una pintura surrealista de resonancias narrativas (pues cada una de sus obras es una “escena”, muchas veces saturada de verbos activos), destaca siempre a la manera de un símbolo una actitud, un perfil o un rasgo distintivo, característico de nuestra época. Sus obras entonces son visiones de los malos tiempos de crisis humanista en que vivimos y en algunas ocasiones premoniciones de los tiempos futuros y su temibles obstáculos por sortear. La influencia del surrealismo, no sólo en lo que tiene de viaje onírico, sino también en su tratamiento del psiquismo oscuro, sirve entonces a la artista para dar cuenta del terrible tiempo de existencialismo, historicismo y relativismo ambiente. Mundo moderno que agoniza y se expresa ahora en términos de fantasmas, detritus y angustia constitutiva: quiero decir de peligro, que para el hombre es el peligro sustantivo, intimo, entrañable, radical: el peligro de dejar de ser humano. Su obra se presenta entonces como una sintomatología del mundo excéntrico, extraviado, zozobrante  o en peligro de perdición irremisible, de naufragio en el pavoroso Ponto.

   Así, por un lado sus poderosas imágenes cargadas de revelación y Apocalipsis, son la expresión de lo humano que al estallar o estrellarse contra el límite vuelve como confusión y oscura mezcla de autoritaria censura o de licencia libertina –donde lo humano mismo agoniza entre las posibilidades  del ser y el no ser mostrando simultáneamente las esencias caducas y demoníacas de lo social. Por el otro, su pintura da cuenta también de la necesidad del retorno al uso de los lenguajes analógicos, siendo por ello su arte el de la búsqueda de un lenguaje de consonancias y resonancias sagradas que, por ser reflejo de la armonía celestial o cósmica, resulte revelador de un orden trascendente a la realidad. Es por ello que una de las cosas que la pintura de Santillán hace patente es esa nostalgia de la sabiduría ancestral, de la sabiduría egipcia, de filosofía esotérica incluso -en una palabra, de metafísica. Búsqueda así de armonía, de la magia del mundo gobernado por Eros (o por la Gracia o por la Fuente de la Vida), al través del estudio de las atracciones y semejanzas en el espacio real. 

         Asimismo búsqueda de luz solar, que igual es la llama divina que brota de la fuente que el agua luminosa irradiada por la frente del soberano: búsqueda, pues,  del agua de vida por lo que el mundo es periódicamente regenerado, por lo que es restaurado a la situación primordial o por lo que el mundo queda absolutamente trasfigurado.


   Visión que no puede sino alternar así con una ácida crítica a la magia moderna, terrorífica y delirante, del cientismo -magia experimental, que en su impuso de dominar la materia, para con ello dominar y manipular al mundo o conseguir el poder, no tiene empacho en incursionar  en la “magia negra” del  frenesí de las palabras, de los sentidos o de las imágenes y en cuya licuefacción de las significaciones lucha abiertamente contra las normas y contra lo concreto, instrumentando con ello el acto demoniaco de la descomposición, de la desasimilación, de la dislocación o de la autoanulación (hibrys).


   Por un lado, pues, esperanza de un renacimiento de la cultura -por ser su pintura el soporte de una meditación metafísica, en cierto sentido teológica;  por el otro, representación de la violencia del mundo social moderno, cuyo fallido simbolismo ha fracasado estrepitosamente al comparar al hombre con lo inferior, resbalando así siempre hacia más abajo y cuya tragedia estética estriba en el retorno de formas inferiores de la mística. Trabajo arduo de la imaginación, en verdad, consistente en  sobrepasar por los ácidos corrosivos de la critica la barrera de niebla para así poder restablecer un pensamiento y un simbolismo coherente con la esencia humana dentro de un orden trascendente a la realidad, dando en el orbe estético un nuevo lugar a la tradición, a la religión y a la metafísica.




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