100 Años de Octavio Paz:
La Revuelta de las Ideologías: Vanguardia y
Revolución
Por Alberto
Espinosa Orozco
Presentación
El 31 de marzo de 1914 nacía en el barrio de
Mixcoac en la Ciudad de México el poeta, ensayista, crítico y pensador Octavio
Paz Lozano. Educado en sus primeros años por el viejo editor Irineo Paz (1836-1924), intelectual
liberal y novelista, por su madre, Josefina Lozano, y su tía Amalia Paz
Solórzano, Octavio Paz estaba destinado a ser un hombre excepcional. Su padre,
Octavio Paz Solórzano (1883-1936), fue abogado y escribano de Emiliano Zapata;
estuvo involucrado en la reforma agraria, fue diputado y colaboró activamente
en el movimiento vasconcelista: se ató al potro del alcohol y por un accidente mecánico un día terrible tuvieron que ir por su cuerpo, ya muerto, para recoger sus pedazos.
La figura del poeta, más bien robusta, no hablaba de los lejanos godos; había
en su porte algo del general que dirige, ya a lo lejos ya en la presencia viva,
los ejércitos, aunque no dirigió a hombres de armas, sino a los jóvenes y al
pensamiento; sus ojos azules supieron mirar a la distancia, siendo su visión a la vez la de lo alto y de lo profundo, como son el mar y el cielo, pues era su carácter como son el mar cambiante y el cielo majestuoso y tornasolado: igual la calma chicha que las horas de la tarde sin premura, o la tromba y el incendio nocturno y zigzagueante del relámpago.
A los 23 años publica Raíz del Hombre, libro de poemas en
el que con asombrosa maestría logra sintetizar las voces de la tradición con
las de la poesía moderna de Rubén Darío, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer,
Xavier Villaurrutia y Pablo Neruda. En 1950, a los 36 años de edad, publica su deslumbrante
ensayo El Laberinto de la Soledad, donde con una prosa refinada y
majestuosa logra condensar las principales aportaciones del gran movimiento
cultural de ese tiempo: “La Filosofía de lo Mexicano”, cuyas semillas estaban
ya en Alfonso Reyes, en José Vasconcelos y en Samuel Ramos (El
Perfil del Hombre y la Cultura en México), que florecieron con José
Gaos (Filosofía Mexicana de Nuestros Días; En Torno a la Filosofía de lo
Mexicano), y que fueron abonadas por el malogrado grupo Hiperión
(Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Joaquín Sánchez Mac Gregor, Luis Villoro, José
Reyes Nevares, Ricardo Guerra, Jorge Portilla y Fausto Vega), pero también por
la psicología del mexicano que se desarrollaba por aquel entonces.
En el año de 1966 publica la importante antología Poesía en Movimiento (1915-1966),
donde si bien excluye a Jorge Cuenta e incluye a Jaime Labastida junto con
otros dudosos literatos, pronto se convierte el florilegio en un punto de
referencia incuestionable para los poetas de siguiente generación. Luego de una
importante trayectoria como animador de revistas literarias (Taller;
Revista Mexicana de Literatura; Diálogos, etc.), en 1971 funda la
revista Plural, que muere intempestivamente en 1976 cuando el mismo
Labastida, dueño de la editorial Siglo XXI, la toma bajo control, en una
segunda época marcada por el populismo, dominada por la filosofía de la rancia izquierda
autoritaria, por la distorsión de la
jerarquías y por el caos; el poeta
reconfigura entonces al grupo y junto con Tomás Segovia, Alejandro Rossi y Juan
García Ponce funda en ese mismo año la revista Vuelta, que vivió 22
años, de diciembre de 1976 hasta extinguirse en agosto de 1998 con la muerte
del poeta -estando el industrial e historiador Enrique Krauze al final fuera de
la subdirección de la publicación periódica, y quien habiendo tomado las
riendas de su impresión casi desde su inicio se encontraba ya embebido en su
propio proyecto editorial, sabiamente administrado por el poeta y contador Gabriel
Zaid.
En 1990 gana el primer premio Nobel de Literatura para México por los
méritos de su obra y su propio peso específico en el ámbito de las letras
mundiales del siglo XX. Escritor audaz y apasionado polemista, poeta elocuente,
refinado, visionario y de aliento universal, Paz resulta ser un símbolo del pensamiento
propio y del tiempo mexicano moderno: imantado por el inmanentismo y las
vanguardias contemporáneas, pero en modo alguno desatento a las raíces de
nuestra tradición literaria y espiritual (Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de
la Fe), fue también un teórico audaz de la estética moderna, del existencialismo
y de la razón poética, dejándonos páginas indelebles sobre los inmensos poderes
de la metáfora y de la hermenéutica analógica (El Arco y La Lira, Los
Hijos del Limo, Cuadrivio), pero también sobre los
sortilegios propios a la poesía y al amor (La Otra Voz, La Llama Doble). Crítico profundo del
lenguaje, de la revuelta contemporánea y de la tecnocracia postmoderna (Los
Signos en Rotación, Corriente Alterna), durante todo el
trayecto de su obra fue dejando, como las hojas que caen en el otoño o en la
estación violenta, innumerables muestras de su talento como crítico de arte (Los
privilegios de la Vista) y como poeta (Poemas (1935-1975); La
Llama Doble).
Murió el 19 de abril de 1998 a los 84 años de edad en Coyoacán, en la
casa que fuera del conquistador español Pedro de Alvarado, luego de abandonar
su departamento de tres desniveles en la calle de Guadalquivir # 105 en 1996,
luego de registrarse en su interior un misterioso incendio.
Pensador valiente e independiente, nada complaciente con el poder en
turno, a pesar de ser empleado del gobierno por muchos años en el departamento
de Relaciones Exteriores, quien vio antes que nadie los males tanto del
proyecto utópico del Comunismo como de las democracias liberales de occidente.
Recalcó también la enorme importancia del arte y de la cultura para entender no
sólo nuestro tiempo, sino a nosotros y crecer como sociedad y como individuos
–sectores de la vida tan desdeñados tanto por las filosofías positivistas como
por los hombres del poder político, quienes quisieran verlos reducidos a los
ornamentos de la decoración o al polvo de la cosmética.
Uno de sus grandes méritos como pensador fue
hacernos ver la necesidad de una nueva filosofía política que defienda con
lucidez el principio democrático, esencial para la evolución de la sociedad
mexicana del siglo XXI; una filosofía, decía, que sepa conjugar las tres
tradiciones más caras de nuestra historia: el pensamiento ilustrado, liberal y
crítico; la tradición democrática de la posibilidad de la convivencia pacífica,
del diálogo entre las mayorías, las minorías y los individuos, y del respeto a
los derechos humanos; y la aspiración ética por la justicia de las diversas
tradiciones socialistas, no menos de la llamada izquierda antiautoritaria que
acentuadamente de la raíz cristiana, tan propia a nuestra idiosincrasia,
nacionalidad e incluso a nuestra inextirpable historia y concepción metafísica
de la vida y el mundo.
Tiempo de conmemoración es éste que se cumple con los 100 años del
nacimiento del gran poeta y lúcido pensador Octavio Paz; tiempo, pues, de
rememoración de su figura, de su personalidad histórica trascendente a su
muerte: de asimilación y de crítica a su obra; también momento de revista a sus
grandes aportaciones a las ciencias humanas y a la filosofía, dentro de un
clima tanto de reconocimiento a su innegable altura humana e intelectual,
como de confraternidad colectiva: de tiempo compartido -en estos días tan
revueltos como son los nuestros, en que la rueda cronológica gira con rapidez,
con aceleración creciente, vertiginosamente, y en donde el eximio poeta se
presenta de nuevo en nuestro horizonte colectivo para ayudarnos, para abrir con su voz un remanso de
tiempo detenido donde poder vernos con claridad, en el reflejo de sus letras,
como en un diáfano espejo en el cual volver a reconocernos, hecho de luz y a la vez de transparencia.
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