Miguel Ángel Vega: las Alas y el Abismo
El artista jalisciense Miguel Ángel Vega ha ido destilando en su pintura toa una concepción de la belleza y de nuestra altura histórica, concentrándose para ello al retratar la realidad que nos rodea afectada de subjetivismo y de ficción, encontrando en su camino las apariencias activas más que nunca, afectando las
formas fisonómicas encarnadas, dando como resultado el despliegue cotidiano de las mutaciones del ánimo, en sus intermitentes oscilaciones psíquicas.
Rostros que nos hablan de la presión generacional e histórica de nuestro tiempo, expresado en
términos de colores virados y estridentes y de contorsionadas formas
enrarecidas, que nos hablan de la aceleración del tiempo histórico y de las disonancias del
progreso en prisa, que al no lograr armonizar la vida de la materia con la vida
del espíritu ha desencadenado, por medio los instrumentos, artefactos y
procedimientos de la técnica moderna, la permutación vertiginosa de los
contenidos y la confusión de los órdenes, destapado también con ello el pozo de
los arquetipos psíquicos del inconsciente. El artista Miguel Vega se vale entonces de filtros y de lentes de aumento para aislar y proteger, como si de una coraza transparente e ingrávida se tratara, a las figuras de belleza.
Arte que por un lado retrata, pues, en la
solferina solfa de la tensión social y la angustia en la existencia, el
fenómeno más propio de nuestro tiempo: el de la aceleración histórica y la
presión del futuro en razón de su precipitación. Por el otro, que protege y preserva a sus figuras en la detenida determinación de sus formas. Sus figuras revelan entonces maneras de ser inusitadas, a veces mediante estructuras insólitas o de raro primitivismo
futurista, en las que sin embargo late con todo su peso la gravedad del alma. En otras ocasiones, en cambio, sus modelos manifiestan, bajo el disfraz de un estilo de vivir despreocupado o en actitudes de indiferencia respecto de la persona, la profunda crisis moral y espiritual de nuestro tiempo, que cifra la abismática
negación de la continuidad histórica y
el anuncio del fin del tiempo post-moderno.
Arte de la ruptura, pues, que
por ello puede penetrar en las fisuras de la duración para contemplar lo más
antiguo con ojos nuevos, logrando por lo mismo ver la novedad desde las
perspectivas más arcaicas. Confluencia de caminos en la que se da, si no la
superación, al menos si la suspensión del tiempo histórico, abriendo con ello
una grieta del psiquismo por donde el artista se sumerge para contemplar el
abanico de la esencia humana desde el ápice actual del relevo generacional
contemporáneo, plasmando a los individuos pertenecientes a la especie
erosionados por la presión del tiempo y desgastados por el gravamen de un
destino que al ser histórico no puede dejar por ello de ser tampoco
sustancialmente metafísico.
Miguel Ángel Vega ha ido entonces
registrando en su devenir biográfico su posición en la historia del arte, dejando como singular
testimonio el retrato de una singular consonancia y sincronicidad contemporánea, en la que todos los
miembros de la especie, desde los antepasados y ancestros más remotos hasta los
futuros descendientes, pasando por la generación presente, se despliegan en un
gran lienzo antropológico e historicista -cuya realización en la formación
plena de la persona apunta a los ideales estéticos de una raza
cósmica, atisbada por el filósofo de la cultura mexicana José Vasconcelos.
Pintura fuertemente
antropológica, pues, que tras la fijación en sus imágenes del pluralista relativismo moral, de la
“virtualidad” de los contenidos y del derrumbe de las costumbres, como
consecuencias de la decadencia incita en el nihilismo de la cultura moderna,
examina la existencia nuda de la humanidad, que en su raíz más honda anuda ser
y nada, la contienda y el contento, la desmesura dislocada y la concentrada
contención, la plenitud y el anonadamiento. Porque al sondear las profundidades
del arte moderno y contemporáneo, Miguel Ángel Vega encuentra la expresión del a priori existenciario de la especie,
para descubrir las posibilidades últimas del ser humano, arrojado sobre un fondo
universal de contingencia -cuya accidentalidad
amenaza, en sus oscilaciones y desequilibrios extremos, mermar la misma
naturaleza o esencia del hombre.
El dilema del hombre genérico
entonces aparece a través de su reflejo lunar y complemento, en que mirar los efectos naturalizados del río sin
fin de la conciencia: es la mujer, quien con su eterno encanto, espejo de belleza y sus poderes
mágicos, genésicos y adivinatorios, revela al través de su fisonomía las
vertiginosas cimas de nuestra altura histórica. Estudios a profanidad de la
expresión psíquica del rostro femenino que nos hablan de su salada miel y sus
olores verdinegros, de su cuerpo infinitamente más sensitivo y personal que
para el hombre el suyo, de su hermandad dulcificada que es piedra bipolar de
las imantaciones que la vuelve el libre objeto del deseo y sujeto ella misma
que desea –único ámbito de fecundidad donde pueden rearticularse los símbolos del hombre, para
fertilizarlos de espíritu y ser así potentes.
Porque el artista al
interrogar el alma femenina y semblantear su rostro encuentra un sin fin de
maravillas: significaciones de la carne que al sondear las perlas de los ojos
descifran el claro sol que los alumbra, para espejearlo su pálido reflejo, viendo en el rostro el lago apacible que refleja la luna llena y la silueta curvilínea de blanco nácar.
Rostros que momentáneamente también se abren, desocultando la complicidad de los
placeres, o el limpísimo acariciar de la ternura -deshaciendo con ello las resistencias sordas del confinamiento atrincherado.
Pintura que al sumergirse en
la profundidad de las ventanas de los ojos, que comunican con el alma al través
del reflejo de la carne, vislumbra en las miradas lo que tienen de vidrios trasparentes
vaciados en espejos vivos, rompiendo así en su expresión lo que hay de acero en sus reflejos. Espejos de la luz, pues, que hinchan o filtran el espacio
para afectar el ámbito atmosférico con una nueva transparencia. Porque las pinturas del artista son mágicos cristales que rebotan la luz al
absorberla, que cribar sus polvos y tinturas, que quintaesencian su sustancias para llevarla al el color al esplendor de su potencia -en un proceso de progresivo de purificación de la imagen, que quema las distorciones corpusculares que crispan o fascinan a la imagen.
Imágenes del deseo, pues, en
las que hay algo también de cuento de hadas; donde apenas, a lo lejos, en una
astilla que se rompe en la mirada, se condensa la estampa de una blanca niña
hecha de nieve después de morder la fruta roja y al soltarla quedar paralizada.
Imágenes que el ojo dora o que el sueño desdibuja y que se tornasolan para quitar en ellas lo que tienen de regusto amargo o de la pesadilla y bañarlas con la luz más clara y el dulce sabor de la vainilla.
La mirada de los ojos, como el
órgano más percipiente y sutil del ser humano, se revela entonces como el de
mayor significación emocional también. Órgano metafísico en donde el latir de la vida
anida y resuelven en conjunciones de galaxias imantadas las nebulosas de los mundos. Así, cada de sus obras resulta una gota de agua
pesada y cristalina del insondable mar de la mirada. Gota de agua que no cesa,
ni se agota minuciosa al rodar por las mejillas de las dunas. Órgano solar y reflejo de la luna; el ojo se vuelve entonces también cual gota de agua, y las obras del artista perlas de rocío rodando en el oscuro terciopelo de la
noche o centellas del recuerdo burbujeando en la memoria de los días. Obras que son también esquirlas rotas de un diamante ingrávido, transfiguradas para volver a ser reflejos en el rosario de las
horas. El ojo de pintor que se vuelve entonces canto de la luz en la moneda de oro que es el día -o fragmento de
espina lastimada que destilada, ante el cono inverso del incendio, sus filamentos de
ámbar.
Lucha y contienda, pues, donde se observa el minucioso choque de la
doble naturaleza humana, donde también se busca suturar la triple escisión del hombre consigo mismo, con los otros y con el cosmos, en busca de alegría y de contento, en busca de armonía y de belleza, para lograr por la mirada el equilibrio. Por
una parte, pues, la exploración de la realidad de la ficción, la cual quisiera
despojar de toda esencia al hombre, para ser sólo el devenir histórico, para sumirlo en una temporalidad despojada de contenido metafísico, que solo sabe de inventarse
y reinventarse a sí misma, y en cuyo recreo ab
libitum de formas no hace sino definir al hombre meramente por su devenir: como el ser
innecesario de innecesarios atributos, el cual no puede entonces sino representarse como un ser esencialmente mudable, sujeto a la distorsión de lo mutante y
transitorio, que al no
poder trascender su naturaleza finita escapa necesariamente a los abismos del
inconsciente en busca de un equívoco refugio. Por la otra, la revelación de la indesconocible inmutabilidad de la naturaleza humana, en cuya especie y
universalidad se desenvuelven los arquetipos, no a la manera de inmóviles
piezas de museo, sino como formas vivas, poderosas, orgánicas y necesarias. Pintura, pues que desde el incendio de la torre echa a andar de nuevo la rueda de la vida.
Así, en la obra del artista
que es Miguel Ángel Vega conviven lo mismo imágenes del éxtasis
nocturno que finales temblores de la tierra cimbrando hasta los huesos;
impresiones de miradas fascinadas escrutando la magia de infinitos que rostros enmarcados por los labios del esmalte y los cabellos esfumados en espumas. Sestacan en su obra los rostros envueltos en
transparencias vinílicas del aire vueltas agua -o resueltos en la unidad telúrica
de furia donde emerge el magma de la vida.
Mundo, pues, donde se alternan, por un lado, las extremas distorsiones de la excentricidad y
el exhibicionismo, producto de las filosofías modernas del instante y sus abismos; por el otro el sosiego de la contemplación contemporánea, que en la exploración infinitas de las relaciones
analógicas abrazan la vía de la homologación del hombre con la naturaleza. Porque a fin de cuentas el hombre es un microcosmos en donde se refleja el eterno devenir de la naturaleza.
Orbe, pues, cuya multidireccionalidad se imanta y se alimenta de las florescencias de las figuras míticas y de los poderes naturales desbocados para explorar el oro negro en el subsuelo del inconsciente colectivo o para destilar su agua viva.
Orbe, pues, cuya multidireccionalidad se imanta y se alimenta de las florescencias de las figuras míticas y de los poderes naturales desbocados para explorar el oro negro en el subsuelo del inconsciente colectivo o para destilar su agua viva.
Cruce de caminos, pues, donde re reflejan y desfilan las expresiones de los extremos oscilantes e inestables del ser humano, Por un lado la multiplicación hasta el extremo del capricho de las posibles formas de lo humano,
hasta tocar el imposible punto de su deshumanización; por el otro lugar del encuentro, donde se dan cita las formas que comulgan en conjunciones consonantes con los
astros favorables para formar constelaciones de
valores, fraguando arquetipos determinados y luminosos del
psiquismo. Elaboración óptica, pues, de la naturaleza humana bajo el simbólico
registro colorido del misterio mismo de la especie: el de la dualidad
moral del hombre, constituido, en las lajas últimas del análisis, tanto
por el impulso de placer y el afán de dominación como por la voluntad e impulso
que le mueve al ascetismo y al desbordamiento de la interioridad.
La pintura de Miguel Vega, , a la vez frugal y
abigarrada, es un arte de dolor, de virtud y maravilla, que a su manera conjura la unidad a los contrarios para suturar la escisión con el mundo y con nosotros mismos. Porque la pintura
de Miguel Ángel Vega se desenvuelve sobre la cresta levantada sobre la crisis
espiritual contemporánea, reuniendo las esquirlas de su esfera ferozmente destrozada e imantando sus fragmentos dispersados –instrumentando de tal forma
un mágico aleph con que viajar por el
espacio y en el tiempo, para inspeccionar la completa redondez del mundo en las
vibraciones más íntimas de sus materias animadas. Bajo la óptica universal de
una cultura planetaria el artista ha ido así seleccionando las formas más logradas o más rebeldes del
espíritu, resultando su obra una poderosa máquina grabadora de las esencias y
accidentes de la especie, condensando así en sus símbolos más caros el drama de ser hombre a través de las edades.
whooo Muy interesante :)
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