martes, 15 de abril de 2014

Miguel Ángel Vega: las Alas y el Abismo Por Alberto Espinosa Orozco

Miguel Ángel Vega: las Alas y el Abismo
Por Alberto Espinosa Orozco












    El artista jalisciense Miguel Ángel Vega ha ido destilando en su pintura toa una concepción de la belleza y de nuestra altura histórica, concentrándose para ello al retratar la realidad que nos rodea afectada de subjetivismo y de ficción, encontrando en su camino las apariencias activas más que nunca, afectando las formas fisonómicas encarnadas, dando como resultado el despliegue cotidiano de las mutaciones del ánimo, en sus intermitentes oscilaciones psíquicas.
   Rostros que nos hablan de la presión generacional e histórica de nuestro tiempo, expresado en términos de colores virados y estridentes y de contorsionadas formas enrarecidas, que nos hablan de la aceleración del tiempo histórico y de las disonancias del progreso en prisa, que al no lograr armonizar la vida de la materia con la vida del espíritu ha desencadenado, por medio los instrumentos, artefactos y procedimientos de la técnica moderna, la permutación vertiginosa de los contenidos y la confusión de los órdenes, destapado también con ello el pozo de los arquetipos psíquicos del inconsciente. El artista Miguel Vega se vale entonces de filtros y de lentes de aumento para aislar y proteger, como si de una coraza transparente e ingrávida se tratara, a las figuras de belleza. 
   Arte que por un lado retrata, pues, en la solferina solfa de la tensión social y la angustia en la existencia, el fenómeno más propio de nuestro tiempo: el de la aceleración histórica y la presión del futuro en razón de su precipitación. Por el otro, que protege y preserva a sus figuras en la detenida determinación de sus formas. Sus figuras revelan entonces maneras de ser inusitadas, a veces mediante estructuras insólitas o de raro primitivismo futurista, en las que sin embargo late con todo su peso la gravedad del alma. En otras ocasiones, en cambio, sus modelos manifiestan, bajo el disfraz de un estilo de vivir despreocupado o en actitudes de indiferencia respecto de la persona, la profunda crisis moral y espiritual de nuestro tiempo, que cifra la abismática negación de la continuidad  histórica y el anuncio del fin del tiempo post-moderno.
   Arte de la ruptura, pues, que por ello puede penetrar en las fisuras de la duración para contemplar lo más antiguo con ojos nuevos, logrando por lo mismo ver la novedad desde las perspectivas más arcaicas. Confluencia de caminos en la que se da, si no la superación, al menos si la suspensión del tiempo histórico, abriendo con ello una grieta del psiquismo por donde el artista se sumerge para contemplar el abanico de la esencia humana desde el ápice actual del relevo generacional contemporáneo, plasmando a los individuos pertenecientes a la especie erosionados por la presión del tiempo y desgastados por el gravamen de un destino que al ser histórico no puede dejar por ello de ser tampoco sustancialmente metafísico. 



   Miguel Ángel Vega ha ido entonces registrando en su devenir biográfico su posición en  la historia del arte, dejando como singular testimonio el retrato de una singular consonancia y sincronicidad contemporánea, en la que todos los miembros de la especie, desde los antepasados y ancestros más remotos hasta los futuros descendientes, pasando por la generación presente, se despliegan en un gran lienzo antropológico e historicista -cuya realización en la formación plena de la persona apunta a los ideales estéticos de una raza cósmica, atisbada por el filósofo de la cultura mexicana José Vasconcelos.
   Pintura fuertemente antropológica, pues, que tras la fijación en sus imágenes del pluralista relativismo moral, de la “virtualidad” de los contenidos y del derrumbe de las costumbres, como consecuencias de la decadencia incita en el nihilismo de la cultura moderna, examina la existencia nuda de la humanidad, que en su raíz más honda anuda ser y nada, la contienda y el contento, la desmesura dislocada y la concentrada contención, la plenitud y el anonadamiento. Porque al sondear las profundidades del arte moderno y contemporáneo, Miguel Ángel Vega encuentra la expresión del a priori existenciario de la especie, para descubrir las posibilidades últimas del ser humano, arrojado sobre un fondo universal de contingencia -cuya accidentalidad  amenaza, en sus oscilaciones y desequilibrios extremos, mermar la misma naturaleza o esencia del hombre.




   El dilema del hombre genérico entonces aparece a través de su reflejo lunar y complemento, en que  mirar los efectos naturalizados del río sin fin de la conciencia: es la mujer, quien con su eterno encanto, espejo de belleza y sus poderes mágicos, genésicos y adivinatorios, revela al través de su fisonomía las vertiginosas cimas de nuestra altura histórica. Estudios a profanidad de la expresión psíquica del rostro femenino que nos hablan de su salada miel y sus olores verdinegros, de su cuerpo infinitamente más sensitivo y personal que para el hombre el suyo, de su hermandad dulcificada que es piedra bipolar de las imantaciones que la vuelve el libre objeto del deseo y sujeto ella misma que desea –único ámbito de fecundidad donde pueden rearticularse los símbolos del hombre, para fertilizarlos de espíritu  y ser así potentes.
   Porque el artista al interrogar el alma femenina y semblantear su rostro encuentra un sin fin de maravillas: significaciones de la carne que al sondear las perlas de los ojos descifran el claro sol que los alumbra, para espejearlo su pálido reflejo, viendo en el rostro el lago apacible que refleja la luna llena y la silueta curvilínea de blanco nácar. Rostros que momentáneamente también se abren, desocultando la complicidad de los placeres,  o el limpísimo acariciar de la ternura -deshaciendo con ello las resistencias sordas del confinamiento atrincherado.
   Pintura que al sumergirse en la profundidad de las ventanas de los ojos, que comunican con el alma al través del reflejo de la carne, vislumbra en las miradas lo que tienen de vidrios trasparentes vaciados en espejos vivos, rompiendo así en su expresión lo que hay de acero en sus reflejos. Espejos de la luz, pues, que hinchan o filtran el espacio para afectar el ámbito atmosférico con una nueva transparencia. Porque las pinturas del artista son mágicos cristales que rebotan la luz al absorberla, que cribar sus polvos y tinturas, que quintaesencian su sustancias para llevarla al el color al esplendor de su potencia -en un proceso de progresivo de purificación de la imagen,  que quema las distorciones corpusculares que crispan o fascinan a la imagen.
   Imágenes del deseo, pues, en las que hay algo también de cuento de hadas; donde apenas, a lo lejos, en una astilla que se rompe en la mirada, se condensa la estampa de una blanca niña hecha de nieve después de morder la fruta roja y al soltarla quedar paralizada. Imágenes que el ojo dora o que el sueño desdibuja y que se tornasolan para quitar en ellas lo que tienen de regusto amargo o de la pesadilla  y bañarlas con la luz más clara y  el dulce sabor de la vainilla.









   La mirada de los ojos, como el órgano más percipiente y sutil del ser humano, se revela entonces como el de mayor significación emocional también. Órgano metafísico en donde el latir de la vida anida y resuelven en conjunciones de galaxias imantadas las nebulosas de los mundos. Así, cada de sus obras resulta una gota de agua pesada y cristalina del insondable mar de la mirada. Gota de agua que no cesa, ni se agota minuciosa al rodar por las mejillas de las dunas. Órgano solar y reflejo de la luna; el ojo se vuelve entonces también cual gota de agua, y las obras del artista perlas de rocío rodando en el oscuro terciopelo de la noche o centellas del recuerdo burbujeando en la memoria de los días. Obras que son también esquirlas rotas de un diamante ingrávido, transfiguradas para volver a ser reflejos en el rosario de las horas. El ojo de pintor que se vuelve entonces canto de la luz en la moneda de oro que es el día -o fragmento de espina lastimada que destilada, ante el cono inverso del incendio, sus filamentos de ámbar.
   Lucha y contienda, pues, donde se observa el minucioso choque de la doble naturaleza humana, donde también se busca suturar la triple escisión del hombre consigo mismo, con los otros y con el cosmos, en busca de alegría y de contento, en busca de armonía y de belleza, para lograr por la mirada el equilibrio. Por una parte, pues, la exploración de la realidad de la ficción, la cual quisiera despojar de toda esencia al hombre, para ser sólo el devenir histórico, para sumirlo en una temporalidad despojada de contenido metafísico, que solo sabe de inventarse y reinventarse a sí misma, y en cuyo recreo ab libitum de formas no hace sino definir al hombre meramente por su devenir: como el ser innecesario de innecesarios atributos, el cual no puede entonces sino representarse como un ser esencialmente mudable, sujeto a la distorsión de lo mutante y transitorio, que al  no poder trascender su naturaleza finita escapa necesariamente a los abismos del inconsciente en busca de un equívoco refugio. Por la otra, la revelación de la indesconocible inmutabilidad de la naturaleza humana, en cuya especie y universalidad se desenvuelven los arquetipos, no a la manera de inmóviles piezas de museo, sino como formas vivas, poderosas, orgánicas y necesarias. Pintura, pues que desde el incendio de la torre echa a andar de nuevo la rueda de la vida.








   Así, en la obra del artista que es Miguel Ángel Vega conviven lo mismo imágenes  del éxtasis nocturno que finales temblores de la tierra cimbrando hasta los huesos; impresiones de miradas fascinadas escrutando la magia de infinitos que rostros enmarcados por los labios del esmalte y los cabellos esfumados en espumas. Sestacan en su obra los rostros envueltos en transparencias vinílicas del aire vueltas agua -o resueltos en la unidad telúrica de furia donde emerge el magma de la vida. Mundo, pues, donde se alternan, por un lado, las extremas distorsiones de la excentricidad y el exhibicionismo, producto de las filosofías modernas del instante y sus abismos; por el otro el sosiego de la contemplación contemporánea, que en la exploración  infinitas de las relaciones analógicas abrazan la vía de la homologación del hombre con la naturaleza. Porque a fin de cuentas el hombre es un microcosmos en donde se refleja el eterno devenir de la naturaleza. 
   Orbe, pues, cuya multidireccionalidad se imanta y se alimenta de las florescencias de las figuras míticas y de los poderes naturales desbocados para explorar el oro negro en el subsuelo del inconsciente colectivo o para destilar su agua viva.



   Cruce de caminos, pues, donde re reflejan y desfilan las expresiones de los extremos oscilantes e inestables del ser humano, Por un lado la multiplicación hasta el extremo del capricho de las posibles formas de lo humano, hasta tocar el imposible punto de su deshumanización; por el otro lugar del encuentro, donde se dan cita las formas que comulgan en conjunciones consonantes con los astros favorables para formar constelaciones de  valores, fraguando arquetipos determinados y luminosos del psiquismo. Elaboración óptica, pues, de la naturaleza humana bajo el simbólico registro colorido del misterio mismo de la especie: el de la dualidad moral del hombre, constituido, en las lajas últimas del análisis, tanto por el impulso de placer y el afán de dominación como por la voluntad e impulso que le mueve al ascetismo y al desbordamiento de la interioridad.
   La pintura de Miguel Vega, , a la vez frugal y abigarrada, es un arte de dolor, de virtud y maravilla, que a su manera  conjura la unidad a los contrarios para suturar la escisión con el mundo y con nosotros mismos. Porque la pintura de Miguel Ángel Vega se desenvuelve sobre la cresta levantada sobre la crisis espiritual contemporánea, reuniendo las esquirlas de su esfera ferozmente destrozada e imantando sus fragmentos dispersados –instrumentando de tal forma un mágico aleph con que viajar por el espacio y en el tiempo, para inspeccionar la completa redondez del mundo en las vibraciones más íntimas de sus materias animadas. Bajo la óptica universal de una cultura planetaria el artista ha ido así seleccionando las formas más logradas o más rebeldes del espíritu, resultando su obra una poderosa máquina grabadora de las esencias y accidentes de la especie, condensando así en sus símbolos más caros el drama de ser hombre a través de las edades.
















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