La Historia de la Litografía en México: la Metrópoli y las Provincias
-Los Primeros Talleres Litográficos en México en el Siglo XIX
Por Alberto Espinosa Orozco
Luego de un peiodo de diez años en que tardó en aclimatarse la nueva
técnica en su proceso de familiarización y asimilación en México, la litografía
empezó a florecer cuando, a partir de 1835, surgen una serie de revistas
ilustradas, periódicos, se incorpora a la edición de libros y se elaboran
álbumes que ilustraban paseos y costumbres. La lentitud de tal recepción se
debió en parte a que después de la presidencia de Guadalupe Victoria
(1824-1828) el país cayó en
enfrentamientos y en la total anarquía, desapareciendo incuso los
periódicos El Sol y El Águila Mexicana. No obstante, la vida cultural de la
nación seguía persistiendo en sus tareas, fundándose en 1833 la Sociedad de
Geografía y Estadística y en 1835, a instancias del Conde de Cortina, la
Academia de Letras.
Uno de los primeros talleres litográficos particulares en ponerse en
marcha fue el de la sociedad formada por Robert y Fournier, que había iniciado
sus actividades desde 1828 en la Calle de Monterilla #6. La sociedad se
disolvió y en 1836 Fournier se asoció con Severo Rocha, publicando el órgano La
Lima de Vulcano y la novela Etelvina o Historia de la Baronesa de Castle
Acre, impreso por Agustín Contreras con varias litografías en Calle
Palma #4. En 1836 publican la Historia Antigua de México de Mario
Fernández Echeverría y Veytia, impreso por Juan Ojeda con varias litografías: un
retrato de su autor vestido a la usanza del Siglo XVIII y una serie de
calendarios astrológicos mexicanos. Al año siguiente surgen dos importantes
publicaciones: los periódicos ilustrados El Mosaico Mexicano y Diorama (1836) y
El Recreo de la Familia (1837). En el mismo año en la Librería de Galván
apareció la novela Los rebeldes del tiempo de Carlos V en Francia ilustrada con
litografías.
El taller de Ignacio Cumplido produjo gran cantidad de obra de folletos
a calendarios y novelas a libros, destacando el Viaje a México de Fosey, El
solitario Bug Jargan y el famoso libro de Juan Bautista Morales El
Gallo Pitagórico, con grabados humorísticos de Plácido Blanco, Joaquín
Heredia y Hesiquio Iriarte en 1845, con una notas sobre su autor de Francisco
Zarco Mateos. Esta última obra satírica
y de crítica política fue publicada primero como una serie de artículos en la
columna de costumbres de Juan Bautista Morales en el diario El
Siglo Diez y Nueve, entre 1842 y 44, los que debido a su éxito fueron
compilados y publicados en forma de libro un año más tarde, debiéndose su gran
impacto a la cofradía acordada entre la letra satírica del escritor y las
cáusticas imágenes litográficas de los artistas grabadores.
Imposible olvidar en esta revista al importante impresor francés José Antonio
Decaen, distinguido no sólo por la perfección y belleza de sus impresiones,
sino también por haber establecido de 1838 a 1864 seis talleres litográficos
diferentes. Decaen se asoció primero con el comerciante Federico Mealhe,
fundando un taller de viñetas para papelería; luego con el empresario francés
Mr. A. Baudouin, produciendo ilustraciones para calendarios religioso y
novenas; junto con Baudouin estableció
dos talleres más en la ciudad de Zacatecas, asociándose primero con Don Aniceto
Villagrana y luego con el impresor Juan Cantabrana, quienes montaron así sus
talleres en la bizarra capital de la céntrica provincia; posteriormente se
asoció con Agustín Massé, ubicando su taller en el Callejón de Santa Clara #8
(hoy Filomeno Mata) y publicando las novelas Don Quijote de la Mancha e
Historia
de Napoleón. Sin embargo, la obra más importante editada en la imprenta
de Massé y Decaen se realizó en 1841, reeditándose en 1855 y 56, con el álbum
del artista italiano Pedro Gualdi: Monumentos de México tomados del natural,
pieza notable de todos los tiempos por el detalle de su dibujo y la
grandiosidad con que plasmo la arquitectura de la ciudad de México. El
maravilloso álbum consta de 12 litografías en blanco y negro en las que
desfilan las vistas del Palacio de Santo Domingo; el Interior de la
Universidad; el Interior de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe; el
Interior del Palacio de Minería; el Interior de Catedral; la Fuente de la
Alameda; el Paseo de la Independencia; el Patio del Convento de la Merced; la Antigua
Cámara de Diputados, y la Casa Municipal.
En esta extraordinaria colección de estampas sobresalen prácticamente
todas las imágenes. Entre ellas podemos ver lo que fue el Paseo de la
Independencia, primero llamado Paseo Nuevo y conocido como Paseo de Bucareli,
por haber sido mandado construir por el Virrey Antonio María de Bucareli y
Ursúa Henestrosa y Lazo de la Vega (Sevilla 1717- Ciudad de México 1779), quien
gobernó la Nueva España de 1771 a 1779. Entre muchas obras Bucareli mandó abrir
y poblar de árboles el Paseo Nuevo en 1778. En la hermosa litografía de Pedro
Gualdi aparece la Fuente de la Libertad, que se estrenó en 1830 junto con otras
dos, la Fuente de Victoria y la Fuente de la Paz, las cuales adornaban el bello
corredor adornado con glorietas, pilares y estatuas que aprecian en medio de un
jardín arbolado, el cual costó 33 mil 200 pesos. Una imagen de la Alameda,
mandada construir por el Virrey Don Luis de Velazco en 1592. Una imagen de la
Villa de Guadalupe, erigida en el Siglo XVIII, con sus cuatro torres y, al
fondo, la Capilla del Cerrito. En la imagen del interior de lo que fuera la
Real y Pontificia Universidad de la Nueva España podemos admirar la estatua
ecuestre de Carlos IV, de Manuel Tolsá, conocida universalmente como “El
Caballito”, colocada en aquel tiempo en el patio central, alcanzándose a ver en
el rincón del fondo la escultura prehispánica de la Coatlicue, tras un enrejado
de madera, tratada como si fuese un monstruo. El Convento Real e Imperial de
Santo Domingo deja admirar al fondo la torre de Santa Catarina, al frente las
dos entradas al atrio del convento, los portales de la plaza, el Palacio de la
Santa Inquisición y el Palacio de la Antigua Aduana (hoy SEP). La Casa del
Ayuntamiento de la Ciudad de México, erigido por órdenes de Hernán Cortez en
1524, enfrente del cual se encuentra el mercado del Parían, mandado derribar
por el tirano y dictador Antonio López de Santa Anna. La más hermosa y famosa
de las imágenes dibujadas por Gualdi es quizá la del Claustro de la Merced,
donde puede apreciarse la iglesia con su techo de plomo de dos aguas que hacía
con el sol brillar de azul las azoteas del centro, así como los 13 arcos por
banda que constituyen el interior del edificio, en recordatorio de Cristo y los
12 apóstoles a los que se debían la orden de los mercedarios.
Por su importancia, la trayectoria de Pedro Gualdi requiere mención
aparte. Gualdí encarna a la perfección al nuevo hombre romántico del Siglo XIX:
fue viajero, dibujante, pintor, litógrafo y arquitecto en sus últimos años,
dedicado siempre al estudio, a la aventura de la libertad y a la autenticidad
de la creatividad. Nació en Capri, Modena, el 22 de julio de 1808 y murió en
Nuevo Orleans, Estados Unidos, el 4 de enero de 1857 a los 49 años de edad,
viviendo 13 años en México y 6 en Norteamérica. Estudió teatro y arte en la
Academia de Arte de Milán. A los 30 años, viaja como escenógrafo de una
compañía de ópera y desembarca en el puerto de Veracruz en 1838. Atraído por la
revolución artística, ideológica y social de aquellos años de efervescencia,
cargados de aspiraciones nacionalistas y democráticas, el artista italiano
pensó realizar sus sueños en la nueva república de américa, ya que al partir la
compañía, Pedro Gualdí decidió permanecer en nuestro país, enamorado de las
obras arquitectónicas tanto del virreinato como del neoclásico. Colaboró con
viñetas e ilustraciones para la revista Mosaico Mexicano y diseñó telones y escenografías para el
Teatro de los Gallos y el Teatro Principal, llamado también Teatro Santa Anna y
luego Teatro Nacional.
Entre 1842 y 43 el artista italiano realizó
una de las series más importantes que se hayan realizado sobre la Ciudad de los
Palacios, conocida como Panorama. La obra se compuso a
partir de bocetos a lápiz y de una serie de cuando menos 8 oleos, los cuales
dieron lugar a 4 litografías de diversas vistas de Ciudad de México tomadas
desde las torres de San Agustín. Los dibujos fueron encargados por el
Ayuntamiento de la Ciudad de México para el libro Documentos relativos a la
construcción y demolición del Parían. Tanto sus oleos como sus grabados
litográficos resultan incuestionables documentos testimoniales de la sociedad
mexicana independiente, siendo notable las perspectivas, el registro aéreo de
las azoteas y de los personajes civiles y populares. A ello pueden sumarse
ciertas dotes de historicista y reportero gráfico, pues ya desde 1840 había
fijado en una litografía los estragos del Palacio Nacional vistos de la calle 5
de febrero, como lo haría posteriormente con los enfrentamientos de la guerra
contra los Estados Unidos, entre 1847 y 48, en imágenes de pólvora y batallas.
Impartió cátedra en la Academia de San Carlos para mediados de siglo,
destacando como su discípulo Casimiro Castro, el cual heredó su amor por la
arquitectura realizando luego una serie extraordinaria de láminas sobre la
Ciudad de México, cuyas vistas fueron captadas desde un globo aerostático. En 1851 Gualdi viajó a los Estados Unidos,
fijando su residencia en Nuevo Orleans donde, pintó un gran mural, titulado
también “Panorama”, de 228 metros cuadrados.
Su último trabajo fue el diseño arquitectónico de una tumba circular
monumental de mármol, auspiciado por la Sociedad de Beneficencia Italiana para
el Cementerio Luis I de Nuevo Orleans. Pedro Gualdí murió el 4 de marzo de 1857 y fue el primero en entrar en una de las
gavetas de su última creación.[1]
Uno de los litógrafos mexicanos más importantes del Siglo XIX fue
Casimiro Castro, quien nació el 24 de abril de 1826 en Tlepetlaoxtoc y murió el
8 de enero de 1889 en la Ciudad de México a los 63 años de edad. Estudió
litografía y dibujo en la Academia de San Carlos, especializándose bajo la
tutela de Pedro Gualdi. Sus primeras litografías sirvieron de ilustración a
publicaciones religiosas y literarias como El Mosaico Mexicano (1843) y El
Gallo Pitagórico (1845), Antonio y Anita, la novela de Éduard
Riviére (1851) y Los Nuevos Misterios de México, editada por Massé y Decaen (1851),
año en el que colabora con dibujos litográficos para el periódico La
Ilustración Mexicana, editado por el prestigioso editor Ignacio
Cumplido.[2]
El álbum histórico ilustrado magníficamente por el litógrafo mexicano
Casimiro Castro se tituló México y sus Alrededores. Colección de
Vistas, Trajes y Monumentos, con
textos de L. Castro, J. Campillo, L. Auda y G. Rodríguez. La publicación del
editor Decaen se hiso entre 1855 y 56,
contiendo los álbumes de 38 a 42 estampas, 31 de ellas fueron litografías de
Castro, las restantes obras de Julián Campillo, Luis Auda y G. Rodríguez. Las
estampas primero se vendieron por separado y luego fueron reunidas por Decaen
en un solo volumen con textos de 12 ingenios, entre los que también figuraban
José María Roa Bárcenas, José T. Cuellar y Francisco González Bocanegra.
En 1869 Victor Debray había adquirido el viejo
taller de Antonio Decaen, quien quedó sin embargo al frente de la imprenta como
regente, y editan, en el año de 1877, el Album del Ferrocarril Mexicano, con textos
de Antonio García Cunas y 24 ilustraciones litográficas, casi todas ellas de
Casimiro Castro, estampadas a color (cromolitografía). Unos años más tarde Debray
publicaría el Álbum Mexicano, obra pequeña y apaisada con imágenes de
diversas ciudades de la República, exacerbando sin embargo el espíritu
mercantilista de su empresa, cuyo sentido francamente comercial degeneraría
posteriormente en el cromo. En ese mismo año de 1877 el litógrafo y editor
zacatecano Nazario Espinosa se trasladaría a la Ciudad de México no por tren,
sino por diligencia, cuando el viaje duraba 19 días con escalas, con el objeto
de enterarse de las nuevas estampaciones en fotolitografía y de comprar una
prensa editorial.[3]
Casimiro Castro gozó de gran fama al final de su vida, tomando la
dirección en 1880 de la Imprenta Montauriol donde trabajaba y viajando a Europa
para tomar apuntes del natural y de vistas urbanas de los principales
monumentos y edificaciones, dejando una vasta obra en la que se condensa toda
una tradición romántica de temas y posiciones pues, en medio de la
inestabilidad política y social de aquel tiempo, retrató una amplia gama de
tipos humanos populares y oficios, que van del cargador y el arriero al aguador
y el desarrapado, siguiendo en ello la huella dejada por Linati, y dibujando
también la crónica gráfica de la ciudad, estampando paseos, lagos, canales,
monumentos, cárceles, y la grandiosa arquitectura barroca y neoclásica novohispana
del Siglo XVIII, siendo su obra un reflejo fiel que va de los grandes espacios
lujosos de la ciudad hasta los barrios más humildes.[4]
Entre las casas editoriales que usaron el nuevo procedimiento
litográfico se pueden mencionar: la Casa García Torres, que publicó un buen
número de obras ilustradas, como El diario de los niños (1839), El
viaje pintoresco y alegórico de México, con litografías hechas en París
(1840) y El manual del dibujante de Perrot (1844); la Editorial Murgía,
con El
proceso de Pedro de Alvarado, con litografías de Hesiquio Iriarte
(1847), el México Pintoresco, con litografías de Luís Garcés, impreso en
París; Los Gobernantes de México ; El Libro de Satanás, y; Los Mexicanos
pintados por sí mismos, con litografías de Higinio Iriarte. La Casa
Editorial de Lara publicó bellísimas litografías, aunque eran copias de los
dibujos franceses de Honoré Daumier, reproducidas por Hipólito Salazar. La Casa del Llano y Cía.,
fue la primera en utilizar la técnica de la fotolitografía, con una marcada
tendencia hacia industrialismo, publicando El Artista (1874) y Templos
y Conventos de la República Mexicana (1875). Otras empresas en utilizar
el método litográfico fueron la editorial de Irineo Paz, que imprimió con él
calendarios y libros, y la Casa de Julio Michaud y Daniel Thomas, que publica
estampas fotolitográficas.
Los más importantes talleres litográficos creados por mexicanos en ese
tiempo fueron: los de Ignacio Cumplido, el de Hipólito Salazar, quien fuera
discípulo de Ignacio Serrano, el de Manuel Murguía, el de Manuel C. Rivera y
dos más, el de Hesiquio Iriarte, distinguido por su calidad, el de José María
Villasana, quienes imprimieron en su obra un sello nacionalista, con tendencias
hacia lo costumbrista, la sátira y lo caricaturesco. Los litógrafos más
prominentes de ese tiempo fueron: Hipólito Salazar, Hesiquio Iriarte, pedro
Gualdo, Casimiro Castro y un discípulo suyo, Juan Bautista Urrutia (1871-1938),
quien haciendo litografías en multicolor desarrolló un estilo humorístico muy
personal en historietas y logogrifos. También desarrollaron el oficio Santiago
Hernández, Plácido Blanco, Constantino Escalante, Joaquín Heredia, Altamirano
Gaitán, Luis García Pimentel, José Guadalupe Posada, Daniel Thomas Egerton y
Joaquín Giménez (el Tío Nonilla). Las
aportaciones más significativas de la nueva técnica litográfica consistió en el
registro gráfico de oficios y costumbres, pero también de paisajes, retratos,
ruinas arqueológicas, acontecimientos históricos y sátira política.
Lo que se ha considerado la época de oro de
la caricatura comienza con Constantino Escalante, consolidando y enriqueciendo
esa corriente Santiago Hernández, Constantino Escalante, Noe, Alejandro Casarín, Jesús T. Alamilla y José
María Villasana; en las décadas de los años 40 y 50 destacan las caricaturas
publicadas en La Calavera (1847), El Tío Nonilla (1849-51), el famoso libro El Gallo Pitagórico y La Pata de Cabra (1856-65); en los años
60 y 70, en los periódicos La Orquesta,
El Cascabel, Juan Diego, San Baltasar,
El Padre Cobos, El Palo de Ciego, El Ahuizote y El Hijo del Ahizote. En Mérida Vicente
Gahona (Picheta,) ejerció la caricatura política a través de las páginas del Don Bulle Bulle y de La Burla. Durante el Porfiriato resalta
la actividad crítica de dibujantes como Daniel Cabrera o Jesús Martínez Carrión
y en los periódicos La Cantárida, El Quijote, La Patria Festiva; El Hijo
del Ahuizote, El Ahuizote Jacobino
(1904-05) y El Colmillo Público.
Destaca la presencia del José Guadalupe Posada, quien desde 1871 hacia
caricatura en su natal Aguascalientes.
El arte tipográfico de los periódicos se vio
así enriquecido con el nuevo proceso de ilustración, destacando en este renglón
los diarios y semanarios: El Iris (1826), El Mosaico Mexicano (1837) y El
Recreo de la Familia (1838) de Rocha y Fournier, El Semanario de las Señoritas
Mexicanas (1841), La Cruz (1855), México y sus Costumbres (1872), El Artista
(1873) de la Casa del Llano y Cía., y El Álbum de la Mujer (1883). Dentro de
los periódicos musicales los más sobresalientes fueron: La Historia Danzante
(1873), El Rascatripas (1882) y La Historia Cantante (1879). Por su parte, los
periódicos de oposición más notables que usaron el nuevo arte fueron: La
Orquesta (1861-75) en el que descollaron José María Villasana y Santiago
Hernández, El Monarca (1863), El Ahuizote (1874) y el Hijo del Ahuizote (1897).
El arte litográfico también se desarrollaría
en los estados con excelente producción, especialmente en Puebla, San Luis
Potosí, Michoacán, Toluca, Yucatán, Aguascalientes… y en la capital de Zacatecas, que ha sido hasta el día hoy un
caso, aunque notable, poco estudiado. En Puebla destacó la Litografía de J.M.
Macías, publicando la novela Rafael de Lamartine en 1849, con
litografías firmadas por R.S., y la Guía de Forasteros con un plano
litográfico firmado por Rivera; destaca también otro pionero poblano de la
estampa en piedra: el impresor Neve, quien en 1868 y con dibujos de Pacheco
publica una curiosa novela: El Cazador Mexicano. El taller de
Toluca inició sus actividades el 25 de julio de 1851, en el Instituto
Literario, con la edición de las Cacetas Geográficas del Estado,
levantadas por Tomás Ramón del Moral, incluyendo la práctica de la técnica
litográfica una gran solución, pues debido a la imposibilidad de adquirir
piedras de Baviera se usaron losas de mármol traídas de Tenancingo, siendo el
grabador Don Pedro Riberoll, quien tuvo como discípulos a Tapia y a Trinidad
Dávalos quienes estamparon la primeras vistas ferroviarias del camino el tren
de México a Veracruz. Ese taller pasó luego a la Escuela de Artes, y fue
dirigido por el mismo Trinidad Dávalos, al que se le sumó e l impresor Plácido Blanco.[5] En
San Luis Potosí surgió la litografía asociada a un periódico político, El Monarca, con los litógrafos B. Oteiza
y Melchor Álvarez. En las primeras litografías que llegaron a Mérida se
imprimieron en la Habana, Cuba, pero pronto se editó un folleto, la Vida
de Fray Manuel Martínez, con texto de Don Crescencio Carrillo y Arcona
(1883) con una serie de litografías sin firma. En Michoacán se implementó un
taller de litografía en la Escuela de Artes de Michoacán, donde se editaron las
Memorias
del Gobierno de Guanajuato con litografías firmadas por E. Villaseñor.[6]
Especial mención merece el caso de
Aguascalientes con la imprenta “El Esfuerzo”, del liberal José María Chávez
(1812-1864), quien llegó a ser gobernador de la entidad y fue fusilado por las
tropas de Napoleón III. Tuvo una producción constante de imágenes religiosas y
novenas, de viñetas para cajas de cigarros y de caricatura política. Su sobrino
José Trinidad Pedroza (1837-1920) se formó en esa imprenta y fue a su vez el
maestro de José Guadalupe Posada (1852-1913) quien entró como aprendiz al
establecimiento en 1868.
En la imprenta Trinidad Pedroza organizó el
Centro de Reunión Reformista, para luchar contra el cacique local Coronel Jesús
Gómez Pedraza, por lo que tuvo que abandonar Aguascalientes en 1872 e instalar
su taller el León, Guanajuato, regresando Pedroza al año y quedándose José
Guadalupe Posada al frente del establecimiento por 3 años, hasta 1876, fecha en
la que compra el taller con media docena de piedras litográficas, una prensa de
mano hecha en Nueva York y dos rodillos.
Ilustra periódicos, hace viñetas y diplomas, anuncios comerciales e
imágenes religiosas, litografías para cajas de cerillos y reproducciones de
monumentos, edificios y paseos con abundancia de ornamentaciones y arabescos. De
1883 a 1889 imparte clases de litografía en la Escuela de Instrucción
secundaria de León.
Se relaciona con Irineo Paz, quien publicó
infinidad de obra y un periódico, La
Juventud Literaria (1887-1888), cuya imprenta y litográfica se localizaba en la calle de las Escalerillas #7 (República de Guatemala). Posada cambia su domicilio a la Ciudad de México
donde establece su propio taller, primero en la Cerrada de Santa Teresa y luego
en la Calle de Santa Inés (hoy Moneda). En 1890 se relaciona con el editor
Antonio Vargas Arrollo e ilustra sucesos políticos en sus gacetas populares,
pero también almanaques, calendarios, silabarios, novenarios, libros, cuentos y
anuncios de corridas de toros. Muere unos días antes de la Decena Trágica en la
Ciudad de México el 20 de enero de 1913 a los 61 años de edad.
Por último, en lo que respecta a Zacatecas hay que mencionar al editor y litógrafo Don
Nazario Espinosa Araujo (1839-1919), contemporáneo de José Guadalupe Psada
(1852.1013) quien lega de su natal Guanajuato a México justo en el momento en
que está empezando a circular una obra sin duda histórica, no sólo para la
litografía mexicana del Siglo XIX, sino para la historia del arte en general:
las estampas sueltas y el famosísimo álbum que los colecciona publicado por
Masse y Decaen, llamado México y sus Alrededores (1885 y
1856), ilustrado con litografías de Casimiro Castro, J, Campillo, L. Auda y C.
Rodríguez, obra que apasionó a la época y del cual se hicieron varias
ediciones, llamando poderosamente la atención las vistas aéreas de la Alameda
tomadas desde un globo aerostáticos y siendo una de sus imágenes más memorables
una bellísima y misteriosa estampa: “El Paseo de las Cadenas en Noche de Luna”. El influjo de dichas imágenes debió de
resultar al joven aprendiz una especie de revelación y de poderosa atracción
irresistible, haciendo volar su imaginación hacia horizontes en ese momento recién
explorados. Cosa que seguramente no hiso sino confirmar un hermoso libro
editado en 1858 por Decaen: el tratado de arquitectura y ebanistería El
Viñolas de los propietarios y Artesanos, enriquecido con 80 láminas
litográficas de gran nitidez en su estampa y de inmejorable precisión en la
realización del dibujo. Fue en ese ambiente de libertad creativa y
efervescencia política que el futuro editor zacatecano comenzó a dar sus
primeros pasos como aprendiz y artista.
Luego de haber permanecido en la Ciudad de
México por un lustro, el cual aprovechó para ilustrarse en el arte de la
estampa calcográfica, Nazario Espinosa llegó a la ciudad de Zacatecas en el año
de 1862, a los 23 años de edad, en donde puso su residencia, lleno de proyectos,
sueños e ilusiones. Un par de años antes, sin embargo, había ido a la ciudad de
Guanajuato debido al fallecimiento de su padre, Don Antonio Espinosa de la
Barrera, acaecido en el año de 1860. Nazario Espinosa llegaba entonces a los 21
años de edad cuando recibió la fatal noticia, a la que Doña Ramona Araujo, su
madre, sobreviviría 30 años más, pues murió en 1890. Una no despreciable
herencia dejada por su padre quedó entonces en litigio por un cierto tiempo, en
cuyo lapso su hermana María del Refugió casó con un artista de la fotografía y
se fue a vivir a San Miguel de Allende, Guanajuato, presumiblemente
encargándose de atender a Doña Ramona hasta el final de sus días y
distanciándose en sus relaciones con el futuro impresor. Lo cierto es que el
joven aprendiz volvió solo a la gran capital del país, pero en esta ocasión con
otras miras en mente, enterándose en algún momento de que una década atrás en
la ciudad de Zacatecas un antiguo socio del prestigioso impresor Antonio
Decaen, el francés Mr. A. Baudouin, con el que por un tiempo imprimió
ilustraciones religiosas y novenarios, había montado un par de talleres
litográficos. En efecto, en la ciudad de Zacatecas funcionaban para ese tiempo
dos talleres equipados con prensas litográficas y piedra de Baviera: tanto el taller
particular de Don Aniceto Villagrana, fundado en 1848, como el taller de Juan
Cantabrana, una céntrica y prestigiosa imprenta, localizada en el Callejón de
la Moneda y Doctor Hierro, en la que laboraba como tipógrafo Francisco Flores.
Un
año antes de la llegada de Don Nazario Espinosa a Zacatecas comenzó a trabajar,
en 1861, la tipografía de la Escuela de
Artes y Oficios, situada en el Callejón del Cobre, a cargo del Sr. Mariano
Mariscal, siendo impresor en ese taller desde 1871 el Sr. Juan Luján, empresa
que estuvo en actividad hasta 1893. Contando con algunas recomendaciones debajo
del brazo el joven impresor Nazario Espinosa Araujo llegó así en 1862 a
Zacatecas para atender la imprenta de pequeña imprenta de Juan Cantabrana, donde
laboró por un par de años. En 1864 marchó el litógrafo a su natal Guanajuato
para contraer nupcias con Salomé Dávila (1843-?), oriunda de Sombrerete, atractiva
y de no mala posición, de mediana estatura, rubia y de ojos azules, viuda y sin
hijos, que moriría en Zacatecas. Con ella procrearía una familia de cinco
hijos, la Espinosa-Araujo, que nacieron todos en Zacatecas: Enrique
(1871-1928); Antonio, que murió de pequeño en la cuna (1872-1873); Aurora
(1873-1942); Guadalupe (1874-?) y María Magdalena (1875-1963).[1]
La “Litografía de Nazario Espinosa” estuvo primero en la esquina del Callejón de
la Moneda y Dr. Hierro, después a espaldas del Teatro Calderón, luego se
trasladó a al Callejón del Chepinque y más tarde el maestro grabador mandó
construir un lujoso edificio de dos pisos en el Callejón del Cobre y el
Callejón del Borrego donde instaló sus talleres, teniendo sus oficinas en el
Callejón de la Caja #20. Abrió también un taller de encuadernación y de sellos
de goma, el cual se encontraba frente al justamente célebre Instituto de
Ciencias de la bizarra capital.
Debido al notable esfuerzo, laboriosidad y
capital invertido, los talleres de Nazario Espinosa se levantaron a envidiable
altura, anexándose a los talleres tipográficos y de encuadernación, una
fábrica de libros en blanco, grabados al aguafuerte, sellos de goma, clichés y el taller de fotograbado –aunque éstos
últimos no alcanzaron a inaugurarse como consecuencia de los movimientos revolucionarios
de la revuelta armada de 1910 y la toma de Zacatecas en 1914 por las fuerzas
leales a Felipe Ángeles y Pancho Villa.
El
gran desarrollo alcanzado por la imprenta de Nazario Espinosa se debió en gran
medida a sus trabajos litográficos. El edificio ostentó mucho tiempo en la
fachada la inscripción: "Talleres de Nazario Espinosa movidos por
vapor", a los que después se aplicó la electricidad. Algunos peritos llegaron a expresar que los
talleres de Don Nazario, montados al estilo europeo, eran los primeros en toda
la República. En efecto, de esa
acreditada casa salieron artísticos memorables, como la publicidad impresa de
la gran Fábrica de Cigarros del Buen Tono, acaso los más famosos de todos, pero
también las atractivas marmotas multicolores del gran Circo Orrin, una emisión
de giros postales ordenada por la Secretaría General de Correos y los timbres
postales usados en el norte del país, en 1914, cuando el general Francisco
Villa imperaba en esas tierra, y los Billetes de Lotería de Zacatecas de
1922. Los trabajos de la imprenta
notables por su delicada ejecución y concepto, incluían también planos,
croquis, mapas y aun trabajos en cargados por casas extranjeras. Para
principios del Siglo XX
Don Nazario Introdujo una atractiva modalidad de imágenes reproducidas por el
método fotolitográfico: las tarjetas postales.
[1] El hijo primogénito, Enrique
Espinosa Dávila, casó con María de la Mercedes Gonzales Flores (1881-1946), de
Guadalupe, Zacatecas, hermana del célebre literato y editor Don Jesús B.
González (Bufalmaco). Tuvieron 12
hijos: Bertha, que murió de niña (1902-1907);
Antonio (1904-1970); Enrique (1905-1944); Consuelo (1907.1979); Bertha
(1909-1985); José Luis, quien murió en la cuna (1910); José Nazario
(1912-1995); Carlos (1915-1979); Mercedes (1917-1999); José Luis (1919-2002);
Salvador (1922-1980), y; María Aurora (1923-2003). Su hija Guadalupe casó con
Don Enrique Ibargüengoitia (1807-?) y tuvieron sólo un hijo, Joaquín Enrique
(1913-?). Aurora casó con Don Agustín Álvarez (1870-1909), tuvieron sólo un
hijo, el Arquitecto Roberto Álvarez Espinosa (1892-1984), quien casó a su vez
con Consuelo del Valle Arispe (1893-1895), de Saltillo, hija del gobernador de
Coahuila Jesús del Valle, y hermana menor del Bachiller Don Artemio del Valle
Arispe. Se cuenta que Don Nazario acepto como hijo natural a Manuel Espinosa
(1872-?), hijo de una mujer humilde, quien fue impresor en los taller y murió
joven.
[1] Germán Argueta, “Pedro Gualdi:
pintor de perspectiva”. Crónicas y Leyendas Mexicanas. Tomo XIX. Ed Progreso,
Febrero de 2009.
[2] Guillermo Tovar de Teresa llama
la atención sobre la existencia de 11 litografías originales relacionadas con
la obra de Casimiro Castro: se trata una serie de partituras del compositor
Luis Hann, de 1861, fecha de la llegada de ese compositor a nuestro país.
Dichas, partituras muy poco estudiadas y resguardadas en el Conservatorio
Nacional de Música, tuvieron como editores tipógrafos a Constantino Escalante,
José María Villasana y Joseph Decaen, siendo firmadas por M.C. Rivera, impresas
en el taller de la Calle de las Capuchinas (hoy Venustiano Carranza). Las
partituras, de mazurcas y danzas, caprichos y polcas, son así ilustradas por
paseos del mar, por imágenes de la Ciudad de México, por la célebre escultura
de El Caballito, el Paseo de Bucareli, la residencia de Don Manuel Escandón en
Tacubaya, con vistas de Chapultepec, de San Ángel, del Paseo de la Viga, del
Jardín de San Francisco, de la laguna de Chalco, del Colegio de Minería y de la
Academia de San Carlos.
[3] El poeta Enrique Salinas nos ha
hecho notar un registro del viaje de Nazario Espinosa a la Ciudad de México en las Diligencias Generales, que se encuentra
en la Enciclopedia de México, Edición Rosa, Tomo XII, pág. 526.
[4] Casimiro Castro y su Taller.
Ed. Instituto Mexiquense de Cultura. Toluca, 1996.
[5]
Víctor Ruiz Meza: Apuntes para la Historia de la Litograf
ía en Toluca en el siglo XIX,
México, 1948. Junta Mexicana de Investigaciones Históricas.
[6] Manuel Toussaint, La
Litografía en México en el Siglo XIX. Sesenta facsimilares con las
mejores obras. Estudios Neolitho, M. Quesada. B. México 1934. Con un Prólogo de
Enrique Fernández Ledesma, Director de la Biblioteca Nacional.
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