La Visión de Francisco Villa por Guillermo
de Lourdes
(Museo Francisco Villa)
Por Alberto Espinosa Orozco
I
En el muro
al lado este del edificio, dos tableros cierran el conjunto completo referente
al movimiento revolucionario en el Norte de México pintados por el maestro
Guillermo de Lourdes en el año de 1936. Si el tablero “La Lucha de Facciones” cierra cronológicamente en el tiempo en que
el Guillermo de Lourdes estaba terminando el tablero con las figuras del
flamante presidente Lázaro Cárdenas y el que sería su sucesor presidencial
Manuel Ávila Camacho, en la parte central y arriba con la imagen de un parisino
Diego Rivera tocado con una enorme americana, al doblar el muro en dirección
oriente, como estando ya fuera del tiempo, el artista realiza dos composiciones
más dedicadas a la memoria del movimiento revolucionario en Durango, ocupándose
en ambas composiciones de los caudillos de la División del Norte.
En un
primer plano y de tamaño colosal sobresale en la totalidad de la obra la imagen
idealizada de Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido como “Pancho Villa”, a
manera de espectacular homenaje a la figura del mítico héroe revolucionario.
En efecto,
la figura de Francisco Villa se yergue majestuosa en el primer tablero del
costado este del recinto, como símbolo y emblema, como promesa de libertad,
pues, del sufrido pueblo durangueño. Imagen a la vez histórica e idealizada del
caudillo del Norte que lo muestra solitario y montando un imponente caballo con
una estrella blanca en la frente, representando así al militar de genio, cuya
abnegación y valor indomable acuñó en la memoria colectiva la imagen del mito:
la del hombre que ante la adversidad de una sociedad inicua se levantara en
armas para luchar por cimentar en la justicia el equitativo reparto de la
riqueza. Su figura se alza así como un
símbolo, más allá de la historia y del polvo abrasivo del olvido para volver a
vivir, impertérrito, eterno. Atrás de él un infante de overol extendiendo la
mano hacia arriba le abre el paso triunfal en una extraordinaria y
sobrecogedora atmósfera de velos y esfumatos.
Francisco Villa sonríe y mira de frente, mientras dirige el alazán con
mano firme sentado sobre una singular silla que lleva labrado en hueso la
máscara de un hombre, de su amigo Adolfo de la Huerta, con quien firmara un
acuerdo de paz, dándole en 1920 el presidente interino la amnistía para
retirarse a vivir, ya pacificado, en la hacienda de Canutillo, hasta el día en
que lo sorprendió la muerte viajando junto con sus escoltas en un coche Dodge
el 20 de julio de 1923. Al fondo de la imagen se aprecia un campo de guerra y
más acá unos revolucionarios colgados de los postes de telégrafos: es el
pueblo, que por seguir los ideales de libertad y de justicia propuestos por el
caudillo fueron masacrados, ahorcados y finalmente expulsados del territorio
durangueño por la feroz reacción de las fuerzas carrancistas y callistas que se
empeñaron por llevar la revolución por otros derroteros, aliándose a una
política internacional depravada y defendiendo subrepticiamente antiguos
privilegios socio-económicos de clase. El resto del pueblo sobreviviente, en
efecto, marcha detrás del caudillo, a la manera de una patética procesión,
hacia el exilio. Expulsados de su propia tierra, en plena migración colectiva
para buscar mejores condiciones de vida, el pueblo no nacido a la luz de la
justicia, se dirigen así guiado tan sólo por una esperanza futura –aún sin
actualizar-, cerrando la composición una idea que queda impregnando la
atmósfera: la exaltación de los pobres, pues los pobres según el mundo son en
cambio ricos en la fe –pues el rico pasará como la flor de hierba, secándose
pronto al sol al marchitarse sus proyectos vanos, sabiendo que los hombres no
tenemos aquí patria permanente, más buscando la por venir.
Por otra
parte, hay que indicar, se trata de la primera imagen pictórica en un muro
oficial del caudillo del Norte, pues durante el periodo de larga influencia de
Plutarco Elías Calles, conocido como “El Maximato”, se había intentado
disminuir la figura del gran revolucionario durangueño, no habiendo sido
previamente pintado ni por Rivera, ni por Orozco, ni por ningún otro muralista.
Explica el
Ingeniero Agrónomo Pastor Rioaux la situación pre-revolucionaria en el estado
de Durango: “En todos los estados del Norte predominó el régimen latifundista
en su más ruda pesadez. Habitados aquellos territorios por tribus nómadas y
salvajes, los conquistadores encontraron la tierra libre, sin que tuvieran
arraigo en ella las razas aborígenes, pues no habían fundado pueblos estables y
carecían de cultivos que les dieran apego y amor a la tierra. No siendo los
indígenas fácilmente domables, los conquistadores tuvieron que repartir el
territorio en fracciones enormes para utilizaras en criaderos de ganados, pues
faltaba el peonaje humilde del Centro y del Sur para implantar cultivos
agrícolas.” El estado de Durango cuenta con una superficie de 12 millones de
hectáreas, pero la mitad de las son ocupadas por la cordillera de la Sierra
Madre Occidental, de una geografía abrupta y fría. De la otra mitad sólo un
millón era susceptible d cultivos agrícolas, al estar cruzada de espinazos montañosos
y extenderse en la faja oriental las áridas estepas del Bolón de Mapimí, hasta
llegar a los límites de Zacateas. La población colonial se concentró para
cultivar sólo en las vegas de los escasos ríos que tienen caudal permanente,
dividiendo sus terrones en parcelas relativamente pequeñas. Pero excluyendo
estas fajas todo el demás terreno se repartió en territorios de tal magnitud
que a principios del siglo XX treinta personas eran dueñas de más de tres
millones de hectáreas, superficie semejante al estado completo de Puebla. Otros
360 propietarios poseían una extensión de 6 millones 390 mil hectáreas,
equivalente al territorio ocupado por los estados de Guerrero y Michoacán
juntos, Una sola hacienda, que fuera en la colonia feudo de los Condes del San
Pedro del Álamo, contaba con 440 mil hectáreas, siendo un poco menor en
extensión al estado de Morelos. Bajo la mole abrumadora de las haciendas sólo
había 3 mil 267 pequeños propietarios, cuyo patrimonio apenas alcanzaba las 50
mil hectáreas, contándose en ellas las tierras de 92 pueblos, siendo viveros de
peonaje par fincas cercanas. Existían además
los pequeños ranchos, apenas 434, que forma la clase media rural, con
una superficie en conjunto de 220 mil hectáreas, que iban siendo comprados por
los dueños de las haciendas cercanas. Una aristocracia de 600 familias,
constituida por 390 latifundistas, industriales, comerciantes de grandes
negocios, mineros afortunados y los altos políticos del Porfirismo, una
oligarquía plutocrática apoyada en el ejército y el clero, formaba el grupo
privilegiado sobre la pirámide de 480 mil personas, sosteniendo así la cúpula
el absolutismo del latifundio, los fueros del capital y los privilegios de los
amos. De los 483 mil habitantes del estado de
Durango en 1910, eran jornaleros 108 mil, que con sus familias sumarían
380 mil habitantes; 100 mil pobladores más eran humildes obreros, mineros,
arrieros y artesanos; en las villas populosas y en la ciudades se contaba
apenas con 24 mil profesionistas, empleados, comerciantes y rentistas, apenas
el 5% de la población total.[1]
II
La última
frase narrativa de la extensa composición de Manuel Guillermo de Lourdes “La Lucha de Facciones” concluye con un
homenaje a los revolucionarios regionales, representado así a las figuras de
los valientes durangueños que descollaron por su valor durante la revuelta
armada: Doroteo Arango Arámbula “Pancho Villa”, y a su mano izquierda luego de
Rosalío Hernández se encuentran Domingo Arrieta y sus hermanos los empresarios
Arturo, José, Jesús y Francisco, junto a Severino Ceniceros y Calixto
Contreras, además de Tomás Urbina.
Calixto
Contreras Espinosa (1862-1916) nació en la comunidad indígena de San Pedro de
Ocuila, municipio de Cuencamé, Durango. Fue campesino, minero y correo. Se
reveló en el año de 1905 en contra del hacendado Laureano López Negrete, quien
ayudado por las compañías deslindadoras tan caras al porfiriato decidió ampliar
su hacienda de Sombreretillos, despojando de sus tierras a los pueblos
indígenas de Santiago y San Pedro de Ocuila. Es apoyado por Severino Ceniceros,
secretario del juzgado en Cuencamé, quien es enviado a la cárcel, mientras que
Contreras es acusado de motín y sedición y lo entregan a la leva como castigo.
Escapa y se encuentra con Francisco I. Madero en San Luis Potosí. Adelanta dos
meses el estallido de la Revolución, la cual inaugura con un levantamiento el
16 de septiembre de 1910, contando con pocos seguidores, por lo que tiene que
refugiarse en la serranía. El 20 de noviembre, ya mejor organizado, vuelve a la
carga y toma la hacienda de Sombreretillos y, a continuación, el mineral de
Velardeña, para luego incursionar sobre San Juan de Guadalupe, donde muere su hermano
Antonio. Luego de tomar el mineral de Avino, en Indé, se une a las fuerzas de
José Agustín Castro y Orestes Pereyra. Después del asesinato de Francisco I.
Madero se levanta en armas junto con Francisco Villa para participar como cabecilla en la División
del Norte encabezando el Batallón “Benito Juárez” distinguiéndose en la lucha
contra el orozquismo. Participa en la toma de Torreón, Gómez Palacio, Lerdo y
Durango, donde son rechazados en una primera escaramuza por las fuerzas de
“Cheche” Campos. Luego participa con méritos sobresalientes en la toma de
Zacatecas y en la ocupación de Guadalajara, mandando acuñar la famosa moneda
“Muera Victoriano Huerta”. Muere en una artera emboscada urdida por el
carrancista Fortunato Maycotte en la
estación ferroviaria de “El Chorro”, entre Durango y Torreón, el 22 de junio de
1916, siendo enterrado por sus solados en la hacienda de “El Ojo”. Sus restos
mortales descansan hoy en día en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Durango.
Severino
Ceniceros Bocanegra (Cuencamé, 1880-Cd. de México 1937), oriundo de San Pedro
de Alcántara del Rincón de Ocuila se distinguió por su sencillez, por su
serenidad y por su honradez acrisolada, gozando por tales razones de la
confianza de Francisco Villa. Estudio hasta tercero de primaria y fue juzgado
local, emprendiendo un litigio contra Laureano López Negrete quien, junto con
los hacendados de Fresnillo, Zacatecas, en complicidad con las autoridades
federales, querían despojar a los indios de Ocuila de sus tierras para extenderse,
matando a seis de sus jefes. Ceniceros defendió a los débiles del despojo en
1905 y se levantó en armas con otro jefe de ellos, Calixto Contreras, con quien
combatió por lealtad al antirreleccionismo de 1910 a 1912. De 1913 a 1915
combatió en la División del Norte, primero combatiendo a Victoriano Huerta,
pero pronto se pasó al lado de Francisco Villa, participando el 29 de
septiembre de 1913 en la reunión celebrada en la Hacienda de la Loma, donde se
unificaron los bandos al nombrar a Pancho Villa Jefe Supremo de la División,
luego participa en la Convención de Aguascalientes. Con Calixto Contreras
participó en la toma de Durango, Torreón y Zacatecas. Durante el gobierno del
Ing. Pastor Rouaix fue el Comandante Militar en Durango y luego le sucedió como
gobernador de la entidad en un interinato que duró del 28 de septiembre al 13
de octubre de 1914. Se retiró a la vida privada, pero volvió a la política
siendo senador de Durango de 1930 a 1936, año en el que fue nombrado gobernador
interino de Durango por haber sido desconocido de sus funciones Carlos Real,
ocupando el cargo de enero a agosto, puesto al que renunció por enfermedad poco
antes de morir.
Por su
parte el general Tomás Urbina Reyes (Las Nieves, Municipio de Villa de Ocampo,
1870-Las Nieves, Durango, 1915) fue un mestizo tarahumara que se dicaba a hacer
ladrillos, formando parte distinguida posteriormente de Los Plateados de Villa.
Desde 1903, a los 33 años de edad, conoce a Francisco Villa y se dedica con él
al abigeato, haciendo sociedad con Eleuterio Soto y Sabas Baca. Se adelantó a
tomar las armas por la causa maderista
operando entre Durango y Chihuahua. En 1912 retomó las armas para pelear contra
el movimiento orozquista, integrándose con 400 a las filas irregulares de
Francisco Villa, uniéndose después a las fuerzas federales de la División del
Norte comandadas por Victoriano Huerta. . En 1913 se levantó en armas contra el
usurpador Huerta y en defensa del constitucionalismo y en el mando supremo de
las tropas tomó la ciudad de Durango el 18 de junio de ese mismo año, saqueando
la Catedral y tomando las reservas de los bancos y de las casas comerciales,
nombrando a Pastor Rouaix gobernador y a Domingo Arrieta jefe de armas. Tomó
Gómez Palacio y Lerdo y fue derrotado en Torreón. Se unió a Francisco Villa en
y participó en la toma de Mapimí y de Torreón. Asistió a la Convención de
Aguascalientes y apoyó a Villa en su ruptura con Carranza integrándose al
ejército de la Convención. Fue nombrado jefe de operaciones en Tampico, pero
sufrió derrota en la batalla de El Ébano, retirándose a su pueblo natal.
Francisco Villa permitió que Rodolfo Fierro lo asesinara por causa de traición
en Las Nieves, a mediados de 1915.
El papel
del revolucionario Domingo Arrieta León (Canelas, Durango 1874-Durango, Dgo.,
1962) ha resultado al cabo del tiempo, cuando menos, ambiguo. Fue minero y
arriero de pequeño. Se levantó junto con sus hermanos en 1910, lanzándose a la
lucha el 20 de noviembre. Junto con los grupos rebeldes de su localidad,
comandados por Conrrado Antuna y Ramón Iturbe,
tomaron Santiago Papasquiaro, tomando la ciudad de Durango en mayo al
celebrarse los Tratados de Ciudad Juárez. Se le encargó guarecer la ciudad n de
Durango con su Brigada “Guadalupe Victoria”. En 1913 se levantó en armas contra
Victoriano Huerta adhiriéndose al Plan de Guadalupe, dirigiendo las operaciones
con Calixto Contreras, Orestes Pereyra y su hermano Mariano, tomando la ciudad
con ayuda de Tomás Urbina el 18 de junio de 1913, cuando el gobierno
provisional nombro como gobernador a Pastor Rioaux, pactando muy pronto con
Venustiano Carranza, en agosto de ese mismo año, siendo nombrado Comandante
Militar en el estado, participando en la toma de Culiacán. Rompe con Villa
abril de 1914 al no apoyarlo en la batalla de Torreón, decidiéndose
definitivamente por el bando de Carranza en septiembre, desconociendo a
Francisco Villa como Jefe de la División del Norte y emprendiendo una activa
campaña contra el villismo, desalojándolos por completo del estado de Durango.
A pesar de ser completamente analfabeta, en agosto de 1917 fue designado
gobernador de Durango, cargó que desempeñó hasta mayo de 1920, adelantándose al
reparto de tierra propuesto por la reforma agraria mediante las leyes que había
expedido desde 1914, oponiéndose a sí mismo a las tiendas de raya. Desconoció
el gobierno de Adolfo de la Huerta y se levantó en armas, siendo amnistiado por
Álvaro Obregón. Murió en la Ciudad de Durango el 18 de noviembre de 1962 a los
88 años de edad, después de haber sido senador de la República de 1936 a 1939.
En noviembre de 1958 se devela un monumento en su honor en el atrio de la
iglesia de San Agustín, un busto debido a la mano de Benigno Montoya, y en 1979
otro monumento a los hermanos Arrieta en la calle Dolores del Rio cerca de 5 de
Febrero y Nazas –los cuales serían retirados por el gobernador Ismael Hernández
Deras en el año de 2008, desapareciendo el primero. Hay que agregar que el
Museo Domingo Arrieta, que se encontraba en las instalaciones del ICED (hoy en
día Centro Cultural de Convenciones Bicentenario), fue desmontado en su
totalidad en el año de 2010 para dar paso a la decoración del Museo Francisco
Villa.
El mural,
pintado apenas una década después de la muerte del centauro del norte, incluye
a algunos otros generales villistas, destacándose en la composición muy
especialmente la figura de “El Bizco”, general Eugenio Aguirre Benavidez. El
aguerrido General José Aguirre Benavidez (1884-1915), de Parras de la Fuente,
Coahuila, militó en el Antirreleccionismo y luego en la División del Norte
junto con sus hermanos Adrián y Luis. Luchó con las fuerzas maderistas contra
la sublevación de Pascual Orozco y en 1913 contra la usurpación de la
presidencia por Victorino Huerta. En la hacienda de la Loma de Chihuahua fue
uno de los jefes revolucionarios que designaron a Francisco Villa general en
jefe de todas las fuerzas revolucionarias en septiembre de ese mismo año. Fue
comandante de la Brigada Zaragoza participando con honores en la toma de
Zacatecas y antes en la de Tlahualilo, Sacramento y Torreón, donde combatió al
lado de Maclovio Herrera y José Isabel Robles. Ante la escisión revolucionaria
urdida por Venustiano Carranza permanecieron fiel a Francisco Villa y fue
delegado en la Convención de Aguascalientes votando por el retiro del Varón de
Cuatro Ciénegas como primer jefe revolucionario, conferenciando con él. Durante
el gobierno de Eulalio Gutiérrez Ortiz ocupó el cargo de Secretario de Guerra y
Marina a quien acompaño en su peregrinación al norte. Participó en la famosa batalla
de “El Ébano” y fue hecho prisionero a mediados de 1915 y fusilado en Los
Aldamas, Nuevo León, por las fuerzas carrancistas de Teódulo Ramírez a los 32
años de edad.
Arriba puede
apreciarse también la imagen del general Rosalío Hernández, jefe de la brigada
Leales de Camargo, quien siendo derrotado en Nuevo Laredo se pasó a las fuerzas
del carrancismo en 1916 y murió fusilado en 1929. Debajo de Villa puede
apreciarse la efigie de Severino Ceniceros, de Orestes Pereyra y de Felipe
Ángeles.
Entre los
muchos militares que pertenecieron al villismo destacaron los generales Toribio
Ortega, jefe de la brigada González Ortega, Tomás Urbina, Maclovio Herrera,
jefe de la brigada Benito Juárez, Martiniano Servin, José Rodríguez, jefe de la
brigada Villa, Rodolfo Fierro, Trinidad Rodríguez, Manuel Chao, jefe de la
brigada Chao, Manuel Madero, quien fuera gobernador de Coahuila y Nuevo León,
Juan N. Medina, presidente municipal de Ciudad Juárez y de Torreón, Manuel
Mendinabeytia, Pedro T. Bracamonte, el del famoso corrido “Siete Leguas”,
Nicolás Fernández, Pablo López y Martin López, quienes descollaron en la
batalla de Columbus, Felipe Ángeles, Manuel Chao, José Isabel Robles, jefe de
la brigada Robles, Severino Ceniceros, senador y gobernador de Durango quien
murió en 1937, Orestes Pereyra y Calixto Contreras, jefe de la brigada Juárez
de Durango.
[1] Patror Rouaix, Matías Pazuengo y Ignacio Morelos Zaragoza, Compilación
de la Revolución en Durango. Ed. UJED. 208. Durango. Dgo. Págs. 230 a
235.
No hay comentarios:
Publicar un comentario