Los Muros del Conde del Valle de Súchil
Por Alberto Espinosa Orozco
A Don
Alejandro Rivadeneira
I
En la Ciudad de Durango se encuentran dos majestuosos
palacios edificados en el siglo XVIII: el del Conde de Súchil y el del Capitán
Juan Joseph de Zambrano. Se trata de dos magníficas residencias, de dos
imponentes mansiones coloniales reflejo de la organización social, económica y
cultural de su tiempo.
La casa del
Conde del Valle de Súchil destaca por su imponente extravagancia ornamental y
máximo refinamiento.[1]
Fue proyectada y construida por el arquitecto Pedro de Huertas –a quien se debe
otra importante casona ubicada en la esquina de 20 de Noviembre y Zaragoza,
pero también la gran casa, regularmente habitada por el Conde, en la Hacienda
de San Amador del Mortero. El Conde de Súchil tenía otra casona en la ciudad de
Durango, de mala habitación según se cuenta, llamada irónicamente “El
Escorial”, la cual sin embargo contaba con un gran viñedo y una bodega no menor
para el vino que ahí se elaboraba.[2]
La robusta mansión de Durango,
calificada por sus adornos y alardes técnicos interiores de extravagante, se
construyó en terrenos heredados al Conde de Súchil por la familia Erauzo, y a
media cuadra de la residencia de su cuñado, Pedro de Erauzo, entre la Calle
Real (hoy 5 de Febrero) y la Calle de San Francisco (hoy Francisco I. Madero),
teniendo su vista al Convento de San Francisco y a la Plaza de San Antonio de
Padua. En 1763 su edificación estaba ya muy avanzada, sirviendo ya para 1778
como Caja Real de la Ciudad, al ser en ese tiempo el Conde del Valle de Súchil el
encargado de administrarla. Se cuenta que al ver su magnificencia el gobernador
José Carlos de Agüero la codició, sin ninguna consecuencia, deseando infructuosamente
convertirla en Casa de los Gobernadores.
El palacio, construido en
sillera de cal y canto, comunica sobre todo el valor de la grandeza, asociada a
la fama de su dueño, pero también los símbolos de la riqueza y el poder. En la
monumental construcción puede leerse el carácter y el temple de su dueño: sus
fantasías ornamentales constituyen así toda una lección de urbanidad, pero
también de galanura; sus afamados alardes estructurales reflejan el temple
arrojado de su propietario, pero también el de toda una civilización empeñada
en colonizar las tierras norteñas y áridas del país; mientras sus caprichosas,
aunque contenidas, fantasías, su carácter jovial y desenvuelto. Por un lado, se
trata de uno de los primeros grandes palacios privados de la proyectada urbe,
de una ciudad que empezaba a tomar con ello carácter, la cual se postulaba así
como un verdadero centro de cultura, de expansión de la civilidad, de refinamiento
de las costumbres y del cultivo de las cosas propiamente pertenecientes a la
mente y al espíritu. Por el otro, el palacio representa, a través de la obra y
empeños de un individuo, el espíritu edificador y aún católico, cristiano, de un
individuo y de toda una civilización, era y mundo: la Novohispana del Siglo
XVIII.
La
arquitectura de la gran casa, debida al maestro constructor Pedro de Huertas,
calificada incluso de quimerária por algunos de sus alardes arquitectónicos,
constituye toda una exhibición de ingenio e inventiva, por sus soluciones
estructurales originales y atrevidas y por sus refinados adornos, siendo uno de
sus mayores encantos el arco suspendido del patio central, no menos que el
salón principal que cuenta con tres balcones y una fachada con chaflán que
resultó de lo más novedosa.[3]
Se trata, en efecto, de una
excepcional casa de dos plantas y dos patios, el principal y el secundario, en
donde se encontraba la cochera y la caballeriza, las bodegas y la cocina. El
hermoso palacio contaba en su plata baja con estancias espaciosas y sitio para
las oficinas administrativas, para el despacho, el archivo de la hacienda y las
accesorias, cocina, bodega y talleres. En la planta noble, el salón de entrada,
el oratorio, el salón del dosel, el salón de asistencia, los dormitorios, el
comedor y la cocina. A pesar de que todos los muebles se perdieron, todo al
interior del inmueble nos habla de una vida formal, la cual se enriquecía en la
sociedad con la complejidad propia de la exhibición de las galas, de los modos
refinados y de los coches –vida, por otra parte, proclive a caer en el
formalismo del lucimiento y aún en el ritualismo de las costumbres. Aunque el
decorado de sus muros se encuentra incompleto, destaca su pintura mural, la que
hoy en día todavía puede apreciarse en el descanso de la escalera principal,
siendo una pintura de roleos con motivos vegetales de color azul oscuro sobre
fondo blanco, de fantasía y riqueza ornamental.[4]
La solución del arco
suspendido en el patio central constituye a la vez un alarde técnico y una
espectacular fantasía decorativa. Los arcos y las columnas pendientes en el
aire nos hablan así tanto del arrojo de una civilización cuanto de su afán de
singularidad, estando marcado el barroco mexicano por un ideal que combina
simultáneamente motivos locales con la exigencia clasicista de universalidad.
El patio, emplazado en diagonal, con claves colgantes sin columnas, es único en
su tipo. La originalidad del arco suspendido, gracia del arte antiguo, de
difícil realización, se repite en el doble arco de la escalera, suspendido en
el aire, adornado con un ensortijado motivo vegetal.
El palacio,
de sabor afrancesado y volumen exterior robusto, guarda en todo un cuidadoso
equilibrio, destacando su portada, de esmerado diseño mixtilíneo, y en la
disposición cerrada del inmueble un franco esteticismo barroco. La portada
principal tiene una fachada ochavada, también llamada fachada en chaflán (pancoupé) o en esquina, la cual ostenta un tapiz mixtilíneo del más
desarrollado estilo, saturado de adornos tipográficos, viñetas de cestas,
medallones y hojas.
En el marco de la puerta del
balcón central destaca un nicho con la figura de San José, joven, de pie,
posado sobre un globo terráqueo, el cual a su vez se asienta sobre una casa,
quien sostiene los brazos al Niño Dios –santo que despertó una gran devoción en
el México Novohispano del Siglo XVIII. En la parte inferior de la puerta hay asimismo
un escudo con un busto de la diosa Ceres. En la decoración del recinto se
encuentran como motivos recurrentes las hojas de acanto y las piñas, y también unas
gárgolas. En la puerta de salón principal se encuentra una extraña españoleta,
en forma de sirena, siendo su patio central uno de los más elegantes de todo el
país.
II
José Ignacio
del Campo Soberón y Larrea (1726-1782) fue hijo de Gregorio del Campo Castaños
y María Soberón y Larrea, todos ellos naturales de San Pedro de Galmadez, en la
provincia de Vizcaya, España. Llegó siendo aún un niño a la Nueva España, en el
año de 1750. La figura del Conde del Valle de Súchil es propiamente la de un
personaje novelesco y aun legendario: portador de un título nobiliario,
conquistador de tierras y de la dama socialmente más encumbrada, forjador de
una acrecentada fortuna. Don Joseph del Campo Soberón y Larrea, oriundo del
señorío de Vizcaya, participó destacadamente, por sus servicios valientes y
desinteresados, en la campaña contra los indios cocoyomes, en el Real de Minas,
de Santiago de Mapimí, en la región fronteriza del reino. Comandó las campañas
de avance en la frontera del Reino, haciendo intermitentes incursiones en
tierra adentro, llegando incluso a fundar la población de Nueva Bilbao y de Nuestra
Señora de Begoña, con 50 familias españolas. Probablemente su actividad
económica comenzó como proveedor de bastimentos, armas y municiones a la
población.
El acaudalado minero,
empresario y latifundista, casó con Isabel Erauzo Ruiz, en la Capilla de la
Hacienda de Real de Avino, el 15 de agosto de 1752. Isabel era la hija del acaudalado
minero Esteban de Erauzo, quien a su vez era originario de Guipuzcóa y dueño de
las ricas minas de Texamen, San José de Avino y de Nuestra Señora de Aranzazú de
Gramón. Al morir, en el año de 1759, dejó como principal beneficiario de su
herencia a Don José del Campo, quien se desempañaba en una sociedad dominada
por figuras como la de Felipe de Ureña, el Obispo de Durango Pedro Anselmo
Sánchez de Tagle (quien presidió la Iglesia de 1748-1758, para ser luego
Inquisidor en la Nueva España) y el mismo gobernador de la región, José Carlos
de Agüero.
Su actividad en las armas se
caracterizó por su celo, siendo por ello reconocido por Juan Carlos de Agüero,
gobernador del Reino de la Nueva Vizcaya, quien lo nombra Teniente del
Gobernador y Capitán General del Reino. A partir de ahí Joseph del Campo Soberón
comenzó a cumplir con un papel protagónico en la política del reino, llegando
incluso a cubrir el puesto de gobernador, cuando el gobernador Agüero se ausentó, primero para atender las diversas comarcas, de 1762 a 1764, y luego de 1767 a 1768 cuando Don Carlos de Aguero fue a en
defensa del Castillo de San Juan de Ulúa en Veracruz.
Personaje
distinguido de la sociedad y aun de la clase política, el Conde de Súchil dio
lustre, realce y jerarquía cultural a la región, combinando su espíritu de
empresa, nobleza y magnificencia con un carácter alegre y la personalidad de un
visionario. Ganó el título de Vizconde
de Juan de las Barcas y posteriormente se le concedió el título de Cande del
Valle de Súchil, debido tanto a sus méritos en el campo de batalla como a sus
exploraciones de tierra adentro, otorgado por el Rey Carlos III, creado por
real decreto el 1 de abril de 1775 y por real despacho el 11 de junio de 1776,
a favor de José del Campo Soberón, a partir de cuya feche mereció el
tratamiento propio a su rango nobiliario.[5]
Además de la extravagante mansión de Don José del Campo en Durango, el
Conde fue propietario de grandes extensiones de tierra en el sur de la
provincia de Nueva Vizcaya: de la Hacienda de Muleros, y de la populosa
Hacienda de San José de Avino, en San Juan del Río, donde se beneficiaba la
plata extraída de la mina del Tajo de Avino y la cual contaba, a decir del
Padre Morfi, con dos mil operarios, caballos, una profusa producción de trigo
que abastecía a toda la región de Real de Sombrerete, y una capilla con
capellán, habiendo realizado en ella costosas obras de acondicionamiento.
Se cuenta que las grandes
extensiones de sus tierras se perdían en el horizonte. A sus posesiones hay que
sumar siete haciendas contiguas que contaban con 103 sitios de ganado, habiendo
sido dueño de la mayor parte del sur del actual estado de Durango,
comprendiendo su extenso caudal en 1771
la región de Poanas, el valle de Nombre de Dios y de Súchil. La Hacienda de
Muleros (hoy Guadalupe Victoria) comprendía los ranchos de San Julián,
Chinacates, San Antonio, Santa Teresa, San Rafael, Toboso del Norte y Toboso
del Sur, Calera, San Ignacio, Mortero y San Juan, que topa con el Cerro del
Escritorio y colinda con Sombrerete, Zacatecas.
III
El gran empeño del Conde del
Valle de Súchil, Don José del Campo Soberón y Larrea fue, en aquellas tierras
áridas del norte mexicano, la del injerto, asimilación y aun invención de todo un estilo de vida, ligado a las ideas,
costumbres y hábitos de alta cultura novohispana, de acuerdo al ideal de la
época del refinamiento en las costumbres, la intrincada relación entre las
clases y el espíritu de empresa y prosperidad material.
Personaje que dio realce a la
jerarquía social, debido a su temperamento, el cual combinaba a la valentía el
arrojo y la audacia, el alarde de la riqueza entendida como muestra de las
refinadas manifestaciones del gusto y del buen vivir, introduciendo como norma
ideal en la Nueva Vizcaya las reglas más estrictas de la cortesía y de la
generosidad, siendo no solo un celoso administrador de su casa sino también un
reconocido anfitrión –todo lo cual dio carácter y rumbo a la idiosincrasia
regional.
Hombre de fuerte genio, temperamental y
enérgico también, educado en la escuela de la nobleza y milicia de los señores,
cuyas fuertes características eran afirmadas por las diversiones viriles de la
época: la caza de lobos del monte y el juego de apuesta en la baraja. Su
mansión es así la de una exhibición señorial donde, sin embargo, cabe la
inclinación al refinamiento y al placer estético, siendo su ostentación la de
un manantial de utilidad colectiva, que suavizaba la áspera rudeza y
precariedad del medio, y a la vez un tributo colectivo a la dignidad de su
capacidad personal y arrojo individual.
Por las especiales
circunstancias geográficas y económicas de la Nueva España, la ciudad de
Durango había limitado su desarrollo, el cual sufrió de innúmeros contratiempos
desde su fundación, al estar enclavada en los territorios áridos y llanos del
norte mexicano, y abruptos y quebrados de la sierra, cundidos de alacranes
ponzoñosos, distante de los centros de importancia y amenazada constantemente por
las tribus salvajes, llevando desde siempre una vida aislada y un crecimiento
vacilante, al grado que a finales del siglo
XVII la ciudad estuvo a punto de ser abandonada por completo, impidiendo el
gobierno del virreinato su desaparición, por su importante posición defensiva y
su estratégica localización geográfica.
A partir del
descubrimiento de riquísimas vetas de minerales preciosos en la región, también
cambió la suerte de la ciudad, retomando su primera razón de ser: la vocación
de riqueza y prosperidad que, intermitentemente, han estado a punto de
convertirse en un mero espejismo en el desierto.
Luego de la segunda mitad del siglo XVIII empiezan a construirse en Durango los grades palacios y a definir su imagen urbana, constituyendo hasta el día de hoy los emblemas arquitectónicos de su grandeza y encanto colonial: se completan las cúpulas de los templos que estaban inacabadas; se termina la construcción del templo de la Compañía de Jesús, en cuyo monasterio destaca la soberbia fachada de cantera ornamentada escultóricamente, habiendo sido la cúpula de la Iglesia a San Juanita de los Lagos la bóveda más grande en la región, desafortunadamente perdida; se reconstruye la Catedral Basílica Menor; se construyen los palacios del Conde del Valle de Súchil y de Juan Joseph de Zambrano, así como otras magníficas residencias; obra que se completó durante el porfiriato con la construcción del Palacio Municipal de Escárzaga, el Palacio del Poder Judicial, la Estación de Ferrocarril, el Arzobispado, El Hospital Nuevo (luego Internado de Primera Enseñanza #8), la Penitenciaria del Estado y el Teatro Principal (hoy Teatro Ricardo Castro). A las que hay que sumar residencias privadas de gran magnificencia, como la Casona de los Gurza y el Edificio de las Rosas.
Luego de la segunda mitad del siglo XVIII empiezan a construirse en Durango los grades palacios y a definir su imagen urbana, constituyendo hasta el día de hoy los emblemas arquitectónicos de su grandeza y encanto colonial: se completan las cúpulas de los templos que estaban inacabadas; se termina la construcción del templo de la Compañía de Jesús, en cuyo monasterio destaca la soberbia fachada de cantera ornamentada escultóricamente, habiendo sido la cúpula de la Iglesia a San Juanita de los Lagos la bóveda más grande en la región, desafortunadamente perdida; se reconstruye la Catedral Basílica Menor; se construyen los palacios del Conde del Valle de Súchil y de Juan Joseph de Zambrano, así como otras magníficas residencias; obra que se completó durante el porfiriato con la construcción del Palacio Municipal de Escárzaga, el Palacio del Poder Judicial, la Estación de Ferrocarril, el Arzobispado, El Hospital Nuevo (luego Internado de Primera Enseñanza #8), la Penitenciaria del Estado y el Teatro Principal (hoy Teatro Ricardo Castro). A las que hay que sumar residencias privadas de gran magnificencia, como la Casona de los Gurza y el Edificio de las Rosas.
La magnífica mansión pasó en
1850 a manos de un ciudadano alemán de nombre Maximiliano Damm, quien se casó
con una mujer española de nombre Perla del Palacio, cuya familia conservó el
palacio de 1858 a 1928, usándolo como residencia y como tienda. El edificio fue
comprado posteriormente por diversos hombres de negocios dándole diversos fines
comerciales; entre otros usos fue el local del Gran "Número 11", tienda de abarrotes, luego "El Café de los Condes" donde se preparaban todo tipos de cafés y estaba siempre a reventar, hasta que en 1985 fue adquirido por el Banco Nacional de México. Local restaurado en 1988 por expertos, capitaneados por Don Alejandro Rivadeneira. Hoy en día
forma parte de las Casas de Cultura de
Banamex y además de ser usado como oficinas y cajas bancarias cuenta con una sala de exposiciones temporales.[6]
[1]"Súchil" es el nombre del pueblo,
antiguo señorío del primer Conde del Valle de Súchil, en los límites del Estado
de Durango con el de Zacatecas. "Súchil" proviene del náhuatl que
quiere decir "Flor". El Diccionario de la Real Academia de la Lengua
define el vocablo, como un pequeño árbol de las amílias, de las apocináceas, de
ramas tortuosas, hojas lustrosas con largos peciolos lechosos y flores de cinco
pétalos blancos con listas encarnadas. Su madera es usada para las construcciones.
Acerca de la misma palabra, "Súchil", el Diccionario de Aztequismos,
de Luis Cabrera, dice que es el nombre por antonomasia que se le da al
"Yoloxóchitl" y considera dos especies: el arbusto ornamental de las
malváceas y el arbusto lechoso también ornamental de las apocináceas. Aparte
del significado botánico, "Súchil" se denomina en algunos lugares, el
final de una fiesta nocturna que termina al amanecer. En el Diccionario de
México, su autor Juan Palomar, afirma que en Oaxaca, "Súchil" designa
a una serpiente de cascabel.
[2] Ver Fray Juan Agustín de Morfi, Viaje
de Indias y Diario de Nuevo México, donde
reseña la visita que hizo al Conde en compañía del Caballero de Croix.
[3] Hay en México solamente otros cuatro palacios que cuentan con la
original solución de la fachada con chaflán: el Palacio de la Inquisición en la
Ciudad de México (construido entre 1733 y 1737siendo su arquitecto Pedro de
Arrieta); la Real Caja de San Luis Potosí (1760-1770, por Felipe de Cleere); la
“Casa Chata” de Tlalpan, de finales del siglo XVIII, y; el Colegio de San
Nicolás de Hidalgo en Pátzcuaro, de finales del XVIII.
[4] María Angélica Martínez Rodríguez, “Un Palacio en el norte de México: el Palacio del Conde del Valle de
Súchil”, Rizoma (Revista de Cultura Urbana), No. 6. Nuevo León. Octubre
–Diciembre de 2007. De la misma autora el libro: Momento del Durango Barroco.
Arquitectura y Sociedad en la segunda mitad del Siglo XVIII; y, con
Joaquín Lorda Iñarra: La Catedral de Durango.
[5] Con ello se creó prácticamente el condado y estado de Súchil, junto
con el vizcondado previo de San Juan de las Barcas, en el sur de lo que hoy es
el estado de Durango. El 2º Conde del Valle de Súchil lo ostentó su hijo José
María del Campo Erauzo, quien había casado con Isabel Roig de Cevallos
Villegas, no habiendo tenido con ella descendencia. A la muerte de ésta
contrajo nuevas nupcias con Guadalupe Bravo, con quien tuvo ocho hijos
(Esteban, Luisa, Isabel, Manuel, Juan, María del Carmen, Dominga y María Salomé
del Campo Bravo). Sin embargo, el título cayó en desuso a partir del
fallecimiento del 2º Conde, en 1823, ya que ninguno de sus ocho hijos reclamó
la sucesión del título. Fue rehabilitado poca antes de un siglo más tarde por
Alfonso XIII, quien lo otorgó en 1919 a
José María de Garay y Rowart. El 3er Conde, quien en 1923 fuera alcalde de
Madrid, casó con María de Garay y Corrodi, dejando al morir en 1940 el título
de 4to Conde a su hijo Eduardo Garay y Garay, quien casó con María de la
Concepción Despujol y Rocha, obteniendo el título en 1954, que pasó a su hijo
Ramón de Gary y Despujol, 5to Conde del
Valle de Súchil, el cual casó en primeras nupcias con Belén Aguilar Baselga y
en segundas nupcias con María de las Cuevas Purón, reclamando el título de 1986
y ostentándolo hasta la fecha, sin tener
ambos títulos relación entre sí.
[6] La cede de Fomento Cultural de Banamex se encuentra en el Palacio de
Cultura Banamex, mejor conocido como Palacio de Iturbide, antes Palacio de
Moncada, soberbio edificio de arquitectura civil barroca del Siglo XVIII
novohispano, construido por el arquitecto Francisco Guerrero y Torres entre
1770 y 1785. Cuenta además con tres casas señoriales en la provincia: en Mérida
con la Casa Montejo, edificada entre 1542 y 1549 por instrucciones de Francisco
de Montejo, siendo la única casa civil de estilo renacentista en México; en San
Miguel de Allende, con la Casa del Mayorazgo de la Canal, del siglo XVIII,
siendo su estilo barroco sanmiguelense, y; en Durango, con la Casa del Conde
del Valle de Súchil, de estilo barroco miguelangelesco.
Esta equivocado el nombre de la esposa de Maximiliano Damm no es Perla se llamaba Josefa Palacio de Iglesias ella fue tia abuela de mi abuela Josefa Palacio Flores
ResponderEliminarGracias por la observación Lupita Granados. Corregido
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