VI.-
El Secreto… a Voces: la Falta Fatal de JEP
¿Que quedará del poeta que no se haya ido ya en su átona carrera literaria? Acaso un cuento atómico, un ensayo fragmentado o el rescoldo de un experimento logarítmico, de esa literatura tan postmoderna, tan controlada por los sutiles hilos de hierro del totalitarismo ambiente, manipulada por la mano invisible de los Protocolos de los Hijos de Sion, determinada por la omnipresencia del Estado, inscrita de lleno en la Red Estatal de la Literatura, censada por el Ministerio del Amor y de las Buenas Letras donde se intenta normar no las buenas maneras novohispanas, sino la chabacanería del estilo coloquial proletarizador de la burguesía. Estilo trufado por la lengua impura del vulgo, salpicado lo mismo de abyectas hipérboles que de exasperadas leperadas, contaminado por rebajamientos que sólo saben levantar las narices al aire para en sus contorciones serpentinas acercarla cada vez más al polvo del camino; manierismo de la palabra y de los modos saturado de vulgarismos urdidos por la locura fatal del convencionalismo, cocinados en la marmita de la frustración y el rencor de la melancolía, de los pactos suicidas con la nada, donde desaparecen los niños a la mitad del día, de cuentos fantasmales donde se fragua el caldo hirviente de las lacrimosas ausencias, de los amargos resentimientos, de las ácidas nostalgias en medio de cuyo hirviente caldo burbujeante sobresale como un icono intocable la inmensa cola kilométrica del grifo muralista, la cáscara reseca de los años devaluados, las permisiones de la esclava libertad retribuida por 20 mil pesos en escombros en medio de la técnica del plagio materialistamente trasmutada finalmente en un Volks Wagen.
o de la Felicidad Humana
¿Que quedará del poeta que no se haya ido ya en su átona carrera literaria? Acaso un cuento atómico, un ensayo fragmentado o el rescoldo de un experimento logarítmico, de esa literatura tan postmoderna, tan controlada por los sutiles hilos de hierro del totalitarismo ambiente, manipulada por la mano invisible de los Protocolos de los Hijos de Sion, determinada por la omnipresencia del Estado, inscrita de lleno en la Red Estatal de la Literatura, censada por el Ministerio del Amor y de las Buenas Letras donde se intenta normar no las buenas maneras novohispanas, sino la chabacanería del estilo coloquial proletarizador de la burguesía. Estilo trufado por la lengua impura del vulgo, salpicado lo mismo de abyectas hipérboles que de exasperadas leperadas, contaminado por rebajamientos que sólo saben levantar las narices al aire para en sus contorciones serpentinas acercarla cada vez más al polvo del camino; manierismo de la palabra y de los modos saturado de vulgarismos urdidos por la locura fatal del convencionalismo, cocinados en la marmita de la frustración y el rencor de la melancolía, de los pactos suicidas con la nada, donde desaparecen los niños a la mitad del día, de cuentos fantasmales donde se fragua el caldo hirviente de las lacrimosas ausencias, de los amargos resentimientos, de las ácidas nostalgias en medio de cuyo hirviente caldo burbujeante sobresale como un icono intocable la inmensa cola kilométrica del grifo muralista, la cáscara reseca de los años devaluados, las permisiones de la esclava libertad retribuida por 20 mil pesos en escombros en medio de la técnica del plagio materialistamente trasmutada finalmente en un Volks Wagen.
Quedará su compromiso con la ideología
reinante de la desvencijada ciudad apocalíptica, su liga de esperanzas en el
país sin esperanza: su fe entreguista a un socialismo de estrelleros donde vale
más y se prefiere el Gulag stalinista o el puro de la comedia habanera trasmutado
en el dulce amor por las bananas que el cómodo confort helado e imperialista de
Wall Street. Literatura profundamente ideológica en su simplista secrecía,
literatura espartaquista también, pues, avalada por el maligno autoritarismo
del viejo labastidismo y su comité central,
en cuya Mafia, nacida en medio del poeticismo anarquista de la desobediencia
y la rebeldía, los disidentes agasajados forman esa cúpula de la literatura
nacional enganchada lo mismo con la gélida monarquía polaca en el exilio que
con el franquismo español, con el fascismo ultramarino o el fariseísmo clerical
de todo tiempo.
A la postre, literatura del insatisfactible
glotón empedernido denunciada impunemente por los colaboracionistas del caos;
infectada por lo que el polvo se lleva y la memoria rechaza. Escritura
publicitada hasta la saciedad, reaccionario estandarte promovido por la
oligarquía nominalista que, en franco repudio de la tradición viaja a la antigüedad
o a la remoto para llegar a ser finalmente como antes del bautismo. Literatura revolucionaria,
en efecto que en su ansia de novedad toca lo efímero y se queda con el
fragmento astillado de un bulbo o con la roída rodaja de una pastilla
telefónica para adelantarse hacia atrás. Literatura que al hacer de la ruptura
una tradición no puede sino rebajar el sentimiento del respeto al nivel de los
circos de tres pistas tras la cara ajada y maquillada del payaso equilibrista
donde todo habla de la ausencia de Dios y de la presencia de la muerte.
Literatura del cronista de la ciudad inmensa
que se delecta en lo menor, en el segundo milimétrico, solidarizándose así con
los niveles más bajos de la creación. Microscópica mirada donde las nimias
bestias devoran prodigiosos miligramos, o se alimentan de creencias milenarias,
de descomunales dioses, de inmarcesibles héroes, de sagradas tumbas, como si se
tratara de mosquitos –infectando cada letra con la ponzoña de un indisimulable
nihilismo.
Invocaciones persistentes al caos, pertinaz
alago a la sordera, inmersión al laberinto lilipiputiense de las pesadillas
insomnes y a la fatalidad de las destrucciones. Estilo consensado del pesimismo
tímido, de la modesta rabia solazada en el quebranto cuya marea de vituperios quisiera
exorcizar la oscuridad, la sórdida herencia del desagrado, la suciedad de la
memoria –como si sembrando cizaña se pudiera cosechar el trigo. Socialización
de la miseria, pues, cuyo ateo paganismo vuelve al vómito del perro para erigir
estatuas: la traumática efigie marcada por la contusión final del golpe del
azar donde sobre la página en blanco los signos saturan la indecible cabeza contusa de sí mismo.
Producto e hijo de su tiempo el poeta así se
despersonaliza en la obediencia de la noche, en la obra lóbrega de la
indistinción, donde todos los gatos son pardos, para entrar al arcaico
basamento donde se pierden en la oscuridad de los tiempos algunas cuantas
sílabas conjuradas hace mil años en la Grecia antigua o en el desconocido oriente
–mas donde queda registrada la vergonzosa
historia de la hybris fáustica de nuestro tiempo, de la historia fáustica en la
que luego de la borrachera atroz los hombres se agarran a mordidas o
felinamente se arañan las melifluas espaldas. Momento de la luz negra, que es
más luz que la que viene del sol, fijado en el papel por las artes patentes del
laboratorio literario, donde la censura política se vuelve cernidor poético que
sólo deja hablar ya a su profeta: al cronista de la ciudad en ruinas y de la
yerba trepadora de cínicas hojas, cuyos ojos se cierran al contacto áptico de
la impertinente mosca esquiva -como quien pone una aguzada caña de bambú entre las uñas.
¿Que va a quedar así entonces del eximio literato? La apuesta por una visión inmanentista; el gesto torcido de la tecnocracia y la ingeniería social: los insulsos congresos; la vida en ausencia de Dios; los lastimosos caminos de la nostalgia y el hedonismo atroz; la falta de espiritualidad; la literatura como plagio, sin vuelo de inspirados, como experimento de laboratorio y como descomposición de la figura; el retorno a un rancio paganismo sin buena nueva, sin esperanza, desesperado... pero con buena paga; la solidaridad con los niveles más bajos de la creación, el monopolio de los privilegios, el morderse y el arañarse las espaldas... y su colofón inevitable marchando a pasos contados: la vida sin-sentido, el accidente y finalmente la muerte; es decir: los fragmentos postmodernos, diluidos, de una experiencia generacional errada.
¿Que va a quedar así entonces del eximio literato? La apuesta por una visión inmanentista; el gesto torcido de la tecnocracia y la ingeniería social: los insulsos congresos; la vida en ausencia de Dios; los lastimosos caminos de la nostalgia y el hedonismo atroz; la falta de espiritualidad; la literatura como plagio, sin vuelo de inspirados, como experimento de laboratorio y como descomposición de la figura; el retorno a un rancio paganismo sin buena nueva, sin esperanza, desesperado... pero con buena paga; la solidaridad con los niveles más bajos de la creación, el monopolio de los privilegios, el morderse y el arañarse las espaldas... y su colofón inevitable marchando a pasos contados: la vida sin-sentido, el accidente y finalmente la muerte; es decir: los fragmentos postmodernos, diluidos, de una experiencia generacional errada.
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