Las
Alas Talares de Mercurio
Por
Alberto Espinosa Orozco
Hermes posee además del “bastón mágico” o caduceo las sandalias
aladas. Tanto las alas en el caduceo, como en el casco de Mercurio y las alas
talares tienen un claro simbolismo que apunta a la noción de ligereza
espiritual, de elevación de la tierra al cielo -atributos recogidos tanto por
el budismo y el taoismo como por el chamanismo. Simbolizan la abolición de la
molicie natural al cuerpo y la liberación de su peso o del apego a la
manifestación formal, que es el desafío de lo terrenal o su resistencia para
acceder a lo celestial. Simbolizan, pues, la obtención del don de la ligereza
como fruto de la contemplación, el cual permite alcanzar la visión del paraíso
o el dominio sutilísimo.
En el diálogo Fedro el filósofo Platón
explica cómo se alcanza ese don de la “ligereza” espiritual, no explicándolo
propiamente, sino figurando mito-poéticamente como es que el alma elevada a un
grado supraindividual, el grado de la contemplación, le crecen sobre el cuerpo
plumones o alas. “El que comprende, escribe Platón, tiene alas”. Es verdad. Si
el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, debe haber un principio que
en él desarrollado tenga la capacidad o el poder de ser “emplumador”. Nadie
ignora que tal principio es el amor, y si Dios, que es el arquetipo, es
alado, el amor contemplativo puede hacer al hombre echar alas.
En efecto, si el arquetipo tiene alas, el
alma creada a su imagen posee también sus propias alas, que se han inhibido y
pervertido, ya sea por la falta
original, ya por su alejamiento de Dios en la herrumbre del pecado. Por lo que
tiene que recuperarlas, como observo fielmente Gregorio de Niza, al ritmo de su
trasfiguración. Así, mientras más alada es el alma, sube más alto, aunque sea
incapaz de alcanzar el principio celeste en su plenitud.
El Rig Veda expresa la misma intuición
diciendo: “La inteligencia es la más rápida de las aves.” En efecto, todo
ángel, realidad o símbolo de estados espirituales tiene alas. Las alas, como la
rueda, indican la superación de las condiciones del lugar y la entrada en el
estado espiritual, la separación de las afecciones vitales, pero también la
estabilización de la carrera rápida del impulso celestial. Hay que hacer notar
que Hermes, como los fabulosos ángeles del Apocalipsis de San Juan, es portador
de seis alas en total, lo que lo hace el mensajero de los Olímpicos por
excelencia.
La ligereza de las alas es lo propio de las
naturalezas sublimes y sutiles, el impulso por perfeccionar la naturaleza
humana que logra el acceso a las regiones uránicas de la espiritualidad. Como
en el caso de la serpiente, que es símbolo de la perversión del espíritu tanto como de la sabiduría, cuando
adquiere el atributo de las alas es símbolo de divinidad, sublimación y
victoria, como sucede en la imagen de Quetzalcóatl o con los héroes matadores
de monstruos o animales feroces.
David
escribe en los Salmos:
“Oh
Dios, a ti mi voz elevo,/
porque
tú me contestas;/
préstame
atención, escucha mis/
palabras,/
dame
una clara muestra de tu/
amor,/
tú,
que salvas de sus enemigos/
a
los que buscan protección en tu/
poder.//
Cuídame
como la niña de tus/
ojos;/
protégeme
bajo la sombra de tus/
alas/
de
los malvados que me atacan,/
¡de
los enemigos mortales que me/
rodean!/
Son
engreídos, hablan con/
altanería;/
han
seguido de cerca mis pasos/
esperando
el momento de/
echarme
por tierra.//
Parecen
leones, feroces leones/
que
agazapados en su escondite/
esperan
con ansias dar el/
zarpazo.”
(Salmos 17,
6-12).
Y
más adelante:
“La
maldad habla al malvado/
en
lo íntimo de su corazón,//
Jamás
tiene él presente/
que
hay que temer a Dios.//
Se
cree tan digno de alabanzas,/
que
no encuentra odiosa su/
maldad.//
maldad.//
Es
malhablado y mentiroso,/
perdió
el buen juicio, dejo de/
hacer
el bien,//
Acostado
en su cama, planea/
hacer
lo malo;/
tan
aferrado está su mal/
camino/
que
no quiere renunciar a la/
maldad.//
Pero
tu amor, Señor, llega hasta/
el
cielo;/
tu
fidelidad alcanza al cielo azul./
Tu
justicia es como las grandes/
montañas;/
tus
decretos son como el mar/
grande
y profundo.//
Tú,
Señor, cuidas de hombres y /
animales./
¡Que
maravilloso es tu amor, oh/
Dios!/
¡Bajo
tus alas, los hombres/
buscan
protección!/
Quedan
completamente/
satisfechos/
como
la abundante comida de tu/
casa;/
tú
les das de beber de un río/
delicioso,/
porque
en ti está la fuente de la/
vida/
y
en tu luz podemos ver la luz.”
(Salmo
36, 1-9).
Las alas se relacionan directamente con el
aire, el elemento más sutil y plástico de la naturaleza y que es por ambas
notas símbolo del pneuma o espíritu.
Las alas son así un símbolo constante de espiritualidad, que conciernen a la
divinidad o a lo que se aproxima a ella como resultado de una trasfiguración.
Las alas talares que Hermes lleva en sus sandalias han sido interpretadas por Gastón Bachelar como símbolo tanto del
viajero nocturno como de los sueños de viaje. En efecto, el talón dinamizado
despierta en la imaginación una realidad onírica más viva que las alas en los
omóplatos, las cuales pueden indicar un sueño de caída, de la defensa contra el
vértigo que se realiza agitando
angustiosamente los brazos. Las alas talares por lo contrario indican un
instante dinamizado: el impulso de la creación que le dan al vuelo no sólo un
ritmo, sino una historia y una continuidad propia de la obra nocturna. Los
zapatos voladores, las botas de siete leguas, el cazado de los budistas que los
muestran volando por los aires, son imágenes de las alas en los talones como
alas específicamente oníricas, son las alas del dinamismo instantáneo del
viajero, que prevalece en cierto modo entonces sobre las alas de la
espiritualización meramente contemplativa.
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