Los
Tritones y Poseidón
Por
Alberto Espinosa Orozco
Poseidón es el dios griego del mar y, por
extensión, de las sustancias líquidas y de la humedad fecundante, siendo por
ello protector del crecimiento de las plantas y dios de los ríos, de las
fuentes y de los lagos. Su dominio está circunscrito al mar y al caballo negro
de las fuerzas salvajes y los deseos avísales. Sus aguas, en efecto, son las
profundas del pavoroso Ponto (Gaos) Es también el dios de los terremotos, que
desgarran a la tierra y a los montes por los movimientos oscilantes que vienen
de las profundidades de su reino. La majestuosa agitación del mar y su
rugido y el espantoso imperio de las
profundidades acuáticas son su dominio, y su reino las aguas del Ponto. Acaso
por todo ello su mundo no es el reino de la vida humana y está fuertemente
limitado por el poder celeste de su hermano menor Zeus. Hijo de Rea y Cronos
(Uranos romano), Poseidón (Neptuno
romano) es un crónida que se salvó de ser engullido por su padre cuando Rea dio
a éste para engañarlo un potro en lugar del hijo líquido. Es tradición
mencionar que Poseidón vivió en el averno junto con su oscuro hermano Hades
(Plutón romano).
Sin embargo, Poseidón es un dios
subordinado a lo femenino o a la Gran Diosa primordial, a la que sólo puede
dominar de forma animal no mirándola a los ojos, sin el enfrentamiento mutuo de
los rostros en el acto sexual. Su esposa
oficial es Anfítrite, con la que concibió al gigante Tritón, aunque se le
relaciona con varias diosas y humanas mortales. Se le considera por la
tradición el más veleidoso de los dioses, teniendo relaciones amorosas con
diosas y mortales, con las que empero no engendra sino monstruos o bandidos.
Una oscura leyenda cuenta que tuvo comercio carnal con la diosa Demeter en su
calidad de Erinnia (la Madre Da), la cual fue fecundada como yegua por
Poseidón, dando a luz al caballo maldito Arión y a una hija, cuyo nombre era
sólo conocido por los iniciados: la desventurada Perséfone. También se juntó con la Gorgona Medusa (a la
que se aplicaba el epíteto de “la Reinante”), la cual preñada por el dios
marino engendra al morir al caballo fulminante Pegaso, pero también a Criasor,
el de la espada vencedora (imagen desdoblada del semidios Perseo), y de su morbosa sangre verde hirvientemente
derramada en el mar al Coral negro y a Coral roja.
Se le llama Poseidón Hippios por ser el
creador, el padre y el domador del caballo. Su hijo Neleo, también llamado “el
despiadado”, fue criado entre caballos salvajes. Los otros hijos de Poseidón
son todos fuerzas monstruosas y gigantescas, entre los que hay que mencionar a
Orión, Otos, Efialtes y el gigante cíclope Polifemo. Poseidón es una potencia
ctónica al regir los terremotos mediante las tempestades del mar donde reposan
los continentes. dios que hace oscilar y estremecer la tierra, primitivamente simbolizó la fuerza primitiva también la
savia vital y el principio de fecundidad (por lo que s asocia no sólo el
caballo, sino también el toro).
Tritón es una divinidad marina hijo de
Poseidón y Anfitrite. Es el sucesor legítimo del dios del Mar. Es costumbre
atribuirle la paternidad e Palas, la amiga juvenil de juegos de Atenea, la cual
fue muerta por accidente por la diosa de las sabiduría. Como su padre simboliza
las olas encrespadas del mar y suele representársele con la parte superior
antropomorfa y la inferior de pez. Se cuenta que participó en la expedición e
los Argonautas, liderada por Jasón y donde también iba el citareo Orfeo.
Generalmente se denominan “Tritones” a los dioses mofletudos del mar que a lomo
de briosos delfines cabalgan orgullos el mar. Sin embrago, Virgilio en el
Capítulo VI de su inmortal Eneida describe su naturaleza profunda al dibujar
con rasgos severos los motivos que tuvieron los titanes al matar a la trompa
insuperable guerrero Miceno. Fue la sed de envidia y el apetito de venganza,
pues: “si insolente era la lanza de Diómedes, que a Marte hirió y puso en jaque
a Aquiles, muy dura era también de superar la fuerza y el resuello del
troyano”. Los tritones, de potentes y sinuosos brazos como los monstruos
marinos, son dioses de las aguas tan majestuosos en su poder como crueles y
mezquinos en sus juicios. Aunque dicho
de paso, hay que recordar que no obstante ser hijo de Poseidón el padre carnal
de Belerofonte es Glauco, el hijo de Sísifo. Aventurero orgulloso y seguramente
airado, Belerofonte insensatamente intenta subir a las alturas de Zeus montado
en Pegaso y entrar en su morada. El dios de dioses y de hombres lo precipita a
tierra para morir en la caída y guardar a la fabulosa bestia en su palacio.
Símbolo de las aguas bajas de donde nace la
vida, pero de manera aún indiferenciada, tempestuosa o monstruosa, que falta
desarrollar o armonizar. S así la expresión ctónica de las fuerzas creadoras,
encarnación de las fuerzas elementales y aún indeterminadas ajena a las formas
sólidas y durables. Éticamente el comportamiento simbolizado por Poseidón
merece un juicio severo, pues el dios que, como buen padre despótico, traiciona
todo esfuerzo serio de espiritualización, intentando incluso legalizar la
perversión, de legitimar incluso las satisfacciones perversas, la vulgarización
y la perversidad. Como todo déspota, pues Poseidón es en este rasgo un fiel
hijo de Cronos, intentará apropiarse del
objeto de su deseo, haciendo creer a las huestes vulgares que él es el dueño y soberano
incluso de la vida de sus vástagos y súbditos, no menos que de su mujer y sus
amantes o del territorio que domina -porque, en efecto, lo propio del déspota
está en esa fácil confusión del deseo consistente en intentar apropiarse del objeto de su deseo y en
dejarse pagar por la paternidad, que no es su propiedad, atribuyendo en cambio
a una necesidad materia o cósmica lo que es materia del su propia voluntad.
Pecar es profanar una cosa sagrada –las
demás diabluras son sólo delitos que pueden, o no ser castigados por la moral o
ley de usa sociedad o de una época y sólo son delito porque así se castigan.
Pero pecar es una cosa diferente al mero delinquir, justamente porque no se
castiga sino que es castigo, es participación en el mal, en la oscuridad, por
lo que es abandonado por la luz, es dejado por lo sagrado (por Dios). Pecar sin
delinquir es el supremo truco del demonio, es la permisividad social que hace
al diablo frotarse las manos. Pero a la vez es lo que da su medida al pecado,
porque el pecado es el mal premiado –por ello el demonio es el Príncipe de los
Prestigios, de lo deseado no deseable. Lo corrupto no es el soborno de la
mordida o la dádiva como valor entendido, sino el envilecimiento de quien
escoge la sombra o el abismo, elegir lo que nada dice sobre la luz, es preferir
la condena –que es en el fondo el sin-sentido o la duración insensata. El que
se condena se condena por sí mismo, se condena solo. Lo hace subordinando una
cosa sagrada y por tanto absoluta a otra
profana y relativa ( el amor al interés, la amistad a la servidumbre o a la
conveniencia, el deseo a la propiedad,
etc.). Pero lo que lo condena es elegir el polo, el horizonte o la
dirección hacia el abismo del sin-sentido. Lo que se presenta entonces como
absoluto es ese polo de la elección, no el movimiento hacia él, que aparece así
como relativo. Lo que se abisma y precipita conduce así indefectiblemente a la
mentira, pues el premio que es castigo puede no ocultar los hechos, pero no
puede no ocultar el sentido. El ocultar el sentido no es mentir, es mentir y
mentirse -es el ancho camino seguido por la condena llamado “desesperación”.
Quizás en el Hades infernar de los griegos se
tramaron los dos pecados verdaderamente capitales que llevan al camino de la
desesperación, elegidos satánicamente por Plutón y Neptuno respectivamente: la
soberbia y la pereza. La pereza es diabólica por ser un medio perfecto para
destejer el tejido de la creación, es la negación de la vida, es la caída
abismal hacia atrás como tendencia regresiva y disgregadora que hay en todo lo
organizado o en lo vivo, es la tendencia de la entropía que hay en el universo
a volver al estado bruto o en reposo. Es el marasmo y la descomposición, la
ciada en las aguas estancadas y venenosas de la putrefacción. Mientras que la
soberbia es la caída hacia delante, por el vértigo de la aceleración como movimiento que tiende a borrar la
creación no al liquidarla, sino apropiándosela, tragándosela. Hades niega
soberbiamente la vida escapando de ella, por ello su mundo fantasmal refleja el
pecado imaginario del espíritu desencarnad; el pecado de Neptuno es negar la
vida anegándose, hundiéndose en ella, yéndose a fondo, a pique, a morir –porque
la soberbia es esencialmente no aceptar morir, mientras que la pereza es su reverso
paralítico: no aceptar vivir.
Menguado en su poder, su verdadera
grandeza pertenece a un pasado arcaico. Antes dios eminente y omnipoderoso, la
historicidad de su mito fue arruinando su imagen llevándolo regresivamente otra
vez a su forma animal de híbrido humado de caballo y yegua salvajes. (Naigtmare
le está consagrda). El ser femenino domina en la religión preolímpica y se
manifiesta en la mentalidad. Se trata de la época en que los niños estaban
sujetos enteramente a la madre siendo el padre un forastero. El dominio de la
madre hacia que lo masculino tuviera menos peso que lo femenino. Tal época es
simbolizada en el mito clásico por medio de los Titanes, que fueron arrojados a
las profundidades por los dioses olímpicos, los cuales vencieron en un violento
encuentro que terminó con autoridad de los viejos dioses y la imposición de los
nuevos dioses y sus valores esenciales. El termino “Titán” otrora sinónimo de
Basileus o de Rey terminó por designar lo obstinado, lo salvaje o lo llanamente
malo. Su actuación predominante determinada por impulsos de poder y de
sexualidad los hace dioses priápicos o deidades fálicas, o bien resultan
representaciones de principios cráticos de la naturaleza, uniéndose así el
pensamiento y la representación al ser elemental, casi a la materia bruta de
las fuerzas naturales, acaso dominado por la urgencia imperativa de dominar a
la naturaleza, no pudiendo así pensar la libertad y la clara determinación de
la forma espiritual. En efecto, en el pensamiento o mentalidad primitiva, hoy
tan vigente como hace veinticinco siglos, las deidades masculinas se posponen a
las femeninas, y aquellas se ven dominadas por la búsqueda familiar de la
preponderancia o por el avatar de los acontecimientos, donde las
individualidades y su personalidad se pierden. La nota sobrealimente es
entonces lo colosal del acontecer, dominando a las imágenes a tal grado que
parecen grotescas, cómicas o monstruosas.categorías del ser estético por las
que ya Platón no disimuló su horror sin reservas. .
Su imagen esta figurada por el caballo
marino como contrafigura del delfín, imagen no del mar calmo o sereno, de la
calma chicha, sino de la temible ola y del mar encabritado asociado a la
tormenta y al rayo. Poseidón suele aparecer en la iconografía portando una
luenga barba, desnudo y con el tridente en la mano, a menudo de pie sobre un
carro tirado por dos o cuatro caballos. Su emblema es el tridente, junto con el
que suele representársele agitando el mar o abriendo las rocas para hacer
surgir de ellas fuentes o caballos marinos.
El tridente, atributo en la mitología de la
Grecia Clásica de las divinidades marinas como Anfítrite, Nereo y las Nereidas, es un símbolo de fuerza
y autoridad, a manera de báculo marino. El tridente es análogo al rayo portado
por Zeus, representado originalmente la aparición de las olas y los relámpagos.
Así, el arpón de tres brazos es el símbolo de las divinidades del mar cuyo
palacio se encuentra en el fondo de los abismos acuáticos. Cos su diente semeja
igual a las olas erizadas que a los dientes de los monstruos marinos o la
espuma de las tempestades. Es también el emblema de su rey Poseidón, cuyos
dientes son desiguales y es símbolo del premio inmerecido, del pecado o de la
culpa. (Segovia) Los tres dientes del báculo marino también simbolizan las tres
pulsiones esenciales del alma humana: la sexualidad, la nutrición y la
espiritualidad (el complejo sexo-estómago y boca-corazón y cabeza). Sin embargo
los dibuja más bien en lo que tienen de delirio, de pretensión o de deseo
exaltado. Representa sobre todo el peligro que hay en la debilidad esencial,
que deja al hombre en poder del seductor-castigador -un poco a la manera de
Satán, para quien es el tridente instrumento de castigo por la mordedura del
fuego. Hades y Poseidón conocen el poder del tridente, pues quien da la
sabiduría del bien y del mal (la doble vista) ocultando su precio (pues el que
mucho peca también muere mucho), o quien provoca por medio del conocimiento del
deseo irrefrenado y sus éxtasis efímeros, ocultando sus perturbaciones
espirituales, somáticas y disolventes de los lazos sociales, no pueden ser sino
partícipes de una misma y engañadora actitud chantajista vital-tanática. El
tridente de Poseidón simboliza entonces junto con la red la triple corriente de
energía del tantrismo, la serpiente enroscada alrededor del eje de la columna
vertebral (de los nadí) que hecha la red al centro y a uno y otro lado
(sushumña, idá, pingalá). La función del tridente es, en efecto, al de herir a
su presa, la cual ha sido atrapada por la red de los deseos, ya por la ficción
de la preponderancia gratuita, ya por el sensualismo exacerbado o por la
desmesura en la consideración de los propios merecimientos y las valores
subjetivas incapaces de vindicación objetiva.
Pero Poseidón es estrictamente hablando un
proscrito de la religión olímpica, la cual admite solamente deidades plenamente
antropomorfas –lo que no excluye, como pasa de transición, dioses con forma
animal, siempre y cuando estas estén como un paso en la metamorfosis o sean una
escala de la trasfiguración.
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