Los
Modelos Eternos: las Esculturas de Marco Aurelio y de Carlos IV
Por Alberto Espinosa Orozco
Poco se ha escrito sobre una cierta influencia o parecido entre las estatuas del filósofo y emperador Marco Aurelio y la de Carlos IV realizada por Manuel Tolsá. La estatua ecuestre de Marco Aurelio realizada en bronce es muy antigua, pues data del siglo II, del año 176 d. C., presentándose sobre los lomos de un caballo –aunque se ha hecho ver repetidamente su parecido con las estatuas de Augusto, teniendo como tema central el poder y la grandeza divina del César. Al igual que las estatuas de Augusto, la de Marco Aurelio lo presenta agrandado y tendiendo su brazo y mano, en un gesto determinante, que igual se ha visto como significando clemencia (algunos historiadores relatan que en el medievo el conjunto incluía la efigie de un cacique bárbaro a los pies del caballo). La primera analogía con la estatua de Tolsá e encuentra en ese gesto determinante del brazo extendido que en el caso de Carlos VI lo representa también como un señor conquistador y victorioso, amante de la paz, que lleva en la mano un rollo de papel con un decreto.
Por Alberto Espinosa Orozco
Poco se ha escrito sobre una cierta influencia o parecido entre las estatuas del filósofo y emperador Marco Aurelio y la de Carlos IV realizada por Manuel Tolsá. La estatua ecuestre de Marco Aurelio realizada en bronce es muy antigua, pues data del siglo II, del año 176 d. C., presentándose sobre los lomos de un caballo –aunque se ha hecho ver repetidamente su parecido con las estatuas de Augusto, teniendo como tema central el poder y la grandeza divina del César. Al igual que las estatuas de Augusto, la de Marco Aurelio lo presenta agrandado y tendiendo su brazo y mano, en un gesto determinante, que igual se ha visto como significando clemencia (algunos historiadores relatan que en el medievo el conjunto incluía la efigie de un cacique bárbaro a los pies del caballo). La primera analogía con la estatua de Tolsá e encuentra en ese gesto determinante del brazo extendido que en el caso de Carlos VI lo representa también como un señor conquistador y victorioso, amante de la paz, que lleva en la mano un rollo de papel con un decreto.
Se trata, en efecto de dos estatuas
imperiales ecuestres, teniendo la correspondiente a Marco Aurelio la fortuna de
haber sobrevivido, no sólo a la frecuente refundición o a la conversión en
monedas, sino sobre todo al cristianismo medieval que las destruía por
considerarlas como ídolos paganos. De
hecho la estatua de Marco Aurelio es la única escultura ecuestre de un
emperador romano que ha llegado hasta nosotros, respetada por el tiempo,
asociándola en algunos casos al emperador Constantino, pero tenida de cualquier
suerte como la de un monarca no pagano, de un creyente inspirado por el
espíritu y por tanto asimilable al cristianismo. La fortuna de la estatua de
Tolsá, por su parte, ha sido parcial; primero desplazada de su sitio de honor
en Avenida Reforma en 1979, sustituida por primero una papirogamia gigantesca
pintada de amarillo canario y pestilente, al estar conectada al drenaje
profundo; luego, para finales del año 2013, sobreviviente a la Autoridad del
Centro Histórico, en recientes fechas, sometida a los ácidos corrosivos del
nitrato, que la tienen hoy por hoy
pelada, herida por la negligencia y en el dolor de la piel viva.
Por su parte, la estatua de Marco Aurelio se
encontraba en el Palacio de Letrán, en Roma, pero en 1538 fue trasladada a la
Plaza Capitolina, durante el rediseño de la colina Capitolina realizado por
Miguel Ángel, a quien se debe el diseño del pedestal sobre la que descansa la
escultura.[1] A
últimas fechas el pedestal y el bronce se encuentran resguardados en una sala
especial de conservación en el Museo Capitolino, mientras que en la plaza se
encuentra sendas réplicas. Y es
justamente este pedestal el que con toda seguridad sirvió de inspiración al
gran arquitecto Novohispano, pues guarda un gran parecido con el descanso de la
célebre escultura del Caballito. La obra de Manuel Tolsá fue realizada en…. estuvo
en el Zócalo capitalino, pero fue removido en 1823, luego de consumada la
Independencia de México, al claustro de la que fue Pontificia y Nacional
Universidad de México, ubicada entonces junto al Mercado del Volador, estando
muy cerca en aquel tiempo de un enrejado de madera donde estaba depositada la
escultura de la diosa Coatlicue, que había sido trasladada a ese sitio en 1790,
después de ser descubierta en las cercanías de la Acequia Real –considerándose en
aquel tiempo como un verdadero monstruo de la cultura prehispánica.
Antes de la obra de Manuel Tolsá se realizó
una primera escultura de Carlos IV por órdenes del Virrey de Revillagigedo cercana a la coronación de Carlos IV en 1788,
la cual fue colocada en la Plaza Mayor sobre un pedestal de mármol, pero tallada en madera por Santiago Sandoval, indígena del barrio de Tlatelolco -estatua
tuvo una corta duración y al cabo de dos años se encontraba prácticamente
destruida. Sin embargo, el 12 de julio de 1794, un nuevo virrey llegó a la Nueva
España, don Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte – quien había
dejado muy mala reputación en España, por una serie de actos de corrupción. En
una carta pide permiso al rey para que en la Plaza Mayor de México se le
erigiese una nueva estatua ecuestre en bronce, que substituiría y que tendría
un costo de 18,700 pesos, adjuntando como Anexos los proyectos de la escultura
y del pedestal que habían sido diseñados por el arquitecto y escultor don
Manuel Tolsá, por aquel entonces el Director de Escultura en la Real Academia
de San Carlos. Manuel Tolsá fue llamado para realizar el proyecto de la
escultura de Carlos IV, posiblemente en 1795.
La iniciación de las
obras y la primera piedra del pedestal del monumento ecuestre fue colocada por
propia mano del virrey el 18 de julio de 1796, aunque no fue hasta el 9 de diciembre de 1796, en la fecha del
santo de la reina María Luisa, cuando tras de una lujosa ceremonia se develó
una primera estatua, provisional, hecha de madera y estuco y recubierta con
hojas de oro, en medio de los vítores de la multitud. Branciforte nunca pudo
ver la estatua de bronce colocada al centro de la Plaza Mayor, pues fue retirado
de su cargo en 1798 tras de una cauda de actos de corrupción que le
caracterizaron.
Enrique Salazar Híjar y Haro nos elata todo el proceso que culminó Tolsá, para lograr
fundir tan colosal obra de arte: «Tolsá
continuó con el modelado de la escultura definitiva, teniendo como modelo el
hermoso percherín poblano llamado "Tambor". EI inmenso molde quedó
listo para su vaciado en bronce, pero el metal para la fundición aún no estaba
completo, por lo que Tolsá y su equipo debieron esperar tres años. Reunido
finalmente el metal, Tolsá revisó concienzudamente el molde antes de efectuar
el vaciado, encontrándolo en buenas condiciones. EI 2 de agosto de 1802, a las
5:00 de la tarde, el molde se recalentó para desalojar de su interior la cera;
también se encendieron dos hornos alimentados con carbón que contenían 300
quintales de metal en cada uno de sus grandes crisoles. A las 6:00 de la tarde
del día 4, el metal, convertido en incandescente masa líquida, estaba listo
para ser vaciado. Quince minutos fueron suficientes para que el crepitante
bronce fundido recorriera los caños y respiraderos para rellenar el molde,
completándose así el trascendental lance. Después de cinco días para que se
enfriara el molde, se descubrió que el vaciado había sido un éxito, pues el
bronce lo había llenado totalmente. Fue la escultura más grande y de una sola
pieza efectuada hasta ese momento en los dominios españoles de América. Catorce
meses necesitó Tolsá para cortar, limar, cincelar y pulir la escultura. Para
sacar de su interior el picadizo que la rellenaba, se le practicó en la grupa
del caballo un orificio por donde podía pasar un trabajador. Se dice que se
introdujeron en él 25 personas, para satisfacer la curiosidad de saber cuántas
cabrían. Por esta circunstancia, la escultura de Carlos IV recibió del pueblo,
además del cariñoso nombre de Caballito, el de Caballito de Troya.»
Una vez que la escultura quedó en su sitio la
inauguración oficial volvió a realizase en el mismo día de santo de la reina
María Luisa el 9 de diciembre de 1803, correspondiendo al nuevo Virrey José de
Iturrigaray realizar la ceremonia de inauguración y los festejos, que duraron
también tres días, siendo patentes las muestras de admiración por la gran obra,
reconociendo todos los presentes el gran talento de don Manuel Tolsá.
Don Enrique Salazar Híjar y Haro describe las
características de la estatua: «Un
gallardo caballo percherín, en el acto de andar pausadamente, siguiendo un
gracioso paso llamado galanteo, tiene la pata delantera izquierda levantada en
contraposición al brazo del rey. La pata trasera derecha pisaba, como alegoría
de dominación, el águila y el carcaj, símbolos del antiguo Imperio Azteca. Montado
en el hermoso caballo, sobre un paño que le sirve de silla, con sus
guarniciones, bellos adornos y sin estribos, el rey está vestido a la heroica,
empuñando en la diestra un cetro levantado en ademán de comandar un ejército y
ceñida su frente con una corona de laurel. La escultura estaba enfilada de frente
hacia la segunda puerta del Real Palacio.»
Sólo cabe agregar que la naturalidad de la
anatomía del caballo ideado por Manuel Tolsá tiende a mejorar los modelos
romanos, específicamente la estatua ecuestre de Marco Aurelio, en la que
evidentemente se inspira, consiguiendo un armonioso conjunto excepcionalmente
bien logrado, tomando a la vez como modelo de pedestal el ideado por Miguel Ángel
Bounaroti para aquella memorable escultura del moralista y emperador romano.
Porque hay también otra cosa, algo de ironía
en esa escultura de Manuel Tolsá al tomar para su efigie un modelo romano, muy
probablemente directamente el de Marco Aurelio, que fue un emperador filósofo,
mientras que ridiculiza en su retrato en cierto modo a Carlos IV, colocándolo
luego sobre un pedestal renacentista, tomando su modelo del mismo Miguel Ángel
a manera de cita, o como diríamos hoy, de intertextualidad –en una actitud que
dice a los siglos: miren, tras de esta escultura del rey absolutista hay algo
más, hay algo eterno, algo que remite al espíritu, a la perfección del saber y
de la forma, que es la filosofía y el arte verdadero, lo que no cambia, lo que
convoca al esse... por contraste con
otras formas pasajeras, accesorias, mezcladas con el non esse y sin trascendencia real, pero detrás de las cuales se
puede admirar el arquetipo eterno.
[1] La estatua es muy conocida y
emblemática, al grado que la moneda de 0,50€ italianos lleva su efigie. Hay
otra réplica de la estatua de 1908 que se encuentra en la Brown University, de
los Estados Unidos.
Poco se ha escrito sobre una cierta
influencia o parecido entre las estatuas del filósofo y emperador Marco
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