El Minotauro
Por Alberto Espinosa Orozco
La historia del Minotauro,
Teseo y Ariadna es la de un relato mítico, sin duda laberíntico e intrincado,
híbrido y complejo. En el árbol de la mitología trágica ática crece como
sobresaliente fruto el mito del horrible Minotauro abrazado mortalmente a
Teseo. Del primer retoño nacido del brazo de los senderos que se abrazan, se
confunden y se bifurcan, y del que ahora hay que hablar, es del Minotauro y de
su hermana Ariadna. Por un extremo de la leyenda, pues, el mito afirma que
todos los hijos del acaudalado rey Minos fueron poderosos, fantásticos o
desmesurados. Es verdad y también es triste. La larga y retorcida rama de la
historia de Minos, destinado a abrazarse a la rama de Egeo en un complejo
simbólico trágico, tiene entre tres de sus retoños frutos de una sabia mágica
sin duda de raíz amarga.
Hijo del rey Minos y de la
voluptuosa Pasifae, en el minotauro convergen el dominio perverso del tirano,
no menos que la depravada perversidad del deseo de Pasifae, en que se encierra
el amor culpable, el deseo injusto y el poder indebido. El terrible minotauro,
buey con cuerpo humano, morfológicamente representa el caso inverso al de los
centauros: la cabeza y el torso bovino unido a los vestigios de lo que fuera un
cuerpo humano atlético, dando como resultado un ser terrible por
desproporcionado y monstruoso.
Ariadna también es hija del
poderoso rey Minos y de Pasifae. La misteriosa Ariadna, portadora de la corona
cual diadema luminosa con que ella puede encender los rincones más profundos de
los palacios de Creta, y poseedora de otros muchos juguetes y objetos mágicos
creados por el ingenio de Dédalo, representa también el complejo de una doble
sustancia antitética y oscilante, cuyo desequilibrio es figurado por el relato
mítico haciéndola primero salvadora y luego esposa del héroe ático Teseo, para
después asimilarla en matrimonio con Dionisos en Naxos cuando es abandonada,
dándole por ultimo un trono real en su Creta nativa. Tensión psíquica que va
del secreto hilo que nos guarda en medio de las dificultades, a la ingratitud
del amor mezclado con la pasión física y al interés pragmático, incluso a la
inconstancia, a la dispersión de la identidad o del interés que implica el
rapto dionisiaco –especie de contrafigura invernal y báquica de la nocturna y
primaveral Perséfone, reina del Hades.
Pero Minos y Pasifae tuvieron
como hijo, además de Ariadna y Minotauro, al atlético Andiogeo. El hijo del rey
de Creta perdió la vida cuando visitó Atenas, pues al ganar todas las
competiciones en que participó en los Juegos Olímpicos, fue muerto por los
envidiosos sobrinos de Egeo. Para acallar las insatisfactibles quejas del
despiadado rey Minos, Egeo, rey de Atenas, tuvo que conceder cada nueve años el
envío de siete muchachas y siete muchachos atenienses para ser sacrificados, devorados por el Minotauro
cretense, el cual vivía al interior del laberinto construido por el artista
Dédalo –enredo de caminos y pasajes cuyos giros y vueltas eran conocidos
también por el Minotauro, quien conducía a sus víctimas a un callejón sin
salida para darles muerte.
Por el otro extremo de la
leyenda surge Teseo, hijo de la boda secreta entre Egeo, rey de Atenas, y Etra,
princesa de Corintio, quien cansada de esperar a su prometido Belerofonte de
Lisia se desposa con el rey aqueo. Mozo de extraordinaria fortaleza física, por
indicaciones de su madre Etra, a Teseo le es dado encontrar bajo de la piedra
legendaria la espada con la incrustación en oro serpentina y las sandalias
mágicas, pruebas contundentes de que es hijo de Egeo, rey de Atenas, no de
Poseidón como Etra había fingido hasta entonces. Al saber lo cual Teseo viaja
en busca de su padre, dando muerte en su camino a Sinis, el bárbaro leñador
gigante, a la monstruosa cerda salvaje y al malvado posadero Procusto.
La bruja Medea, casada con Egeo
en segundas nupcias, cuando descubre la identidad de Teseo por sus artes
mágicas intenta envenenar a su marido roída por los celos al ambicionar el
trono sucesor para uno de sus hijos. Al destilar una infusión de matalobos en
la copa de vino de Egeo, éste descubre las prendas portadas por su hijo y lo
reconoce, entendiendo en el rapto de la agnición la copa envenenada de Medea,
quien al verla golpeando y corroyendo ácidamente el suelo escapa con rumbo
incierto en una nube mágica. Teseo es reconocido entonces como hijo por Egeo,
quien manda traer a Etra de Corinto para anunciar la legitimidad de su heredero
al trono. Los sobrinos envidiosos de Egeo al ver sus ambiciones reales
frustradas le tienden a Teseo una emboscada, pero mueren todos ellos en manos
del futuro rey.
Teseo, al tener que dar muerte
a los envidiosos sobrinos de Egeo, atentando así contra su propia sangre, es
elegido por los atenienses para que comandara a la seisena de muchachos que lo
acompañarían a Minos para el sacrifico ritual. Teseo desamparado reza a la
diosa Afrodita, la cual oyendo sus súplicas y plegarias convence a su hijo Eros
para hacer que Ariadna se enamorara de él, de Teseo. Hecho lo cual Ariadna
corre a la prisión donde esta encarcelado el joven héroe ateniense, para darle
a cambio de la promesa matrimonial la calve que le ayudaría a matar al
monstruoso Minotauro en el laberinto. Cerrado el compromiso Ariadna le entrega
a Teseo el ovillo de hilo mágico hecho por Dédalo justo antes de abandonar
Corintio, el cual, al atar el extremo suelto a la puerta del laberinto, rodaba
como un ratón, desenrollándose al internarse por los intrincados caminos de esa
bizarra ciudad o bosque artificial, hasta llegar a un espacio abierto en el
centro, donde dormía el Minotauro por una hora al día, justo a la media noche.
Teseo sigue el método ofrendado
por Ariadna, pues mientras ella ataba la punta del ovillo a la puerta del
laberinto y los seis compañeros de Teseo montaron guardia a la entrada, penetra
en el castillo pasando el hilo por la mano en la oscuridad, llegando al sitio
en el que dormía el Minotauro justo después de la media noche, cuando salió la
luna, degollándolo con un estoque entregado por gracia de Ariadna –el cual
hasta la fecha se envuelve ritualmente en España y en México en una franela
mágica capoteadora del viento y de color rojo, rosa o malva o amarillo,
constituyendo así un arte sui generis, denominado como es bien
sabido “Fiesta Brava”, rama
sobresaliente de la Charrería. Al alcanzar la puerta de salida al Laberinto, Teseo
baila de alegría la así conocida “Danza de las Grullas”, que es también una
danza nupcial –cuyo simbolismo poético, nadie lo ignora, no es otro que el
poder de volar para alcanzar las ideas de los inmortales. Aún en tiempos de
Sócrates se recordaba aquella liberación con un rito o celebración que podía
durar semanas –como consta en el diálogo de El Fedón platónico.
La suerte posterior de Teseo
está marcada por las incesantes peripecias. Hay que recordar que la grulla
(símbolo de la poesía junto con el caballo para Robert Graves), siendo en
cierto modo emblema de la de la soberbia filosófica y del origen de la palabra,
por la apostura erguida en una sola pata sin contacto apenas con la tierra o el
espejo de agua, representa también la necedad y la torpeza. Su simbolismo
positivo la hace hermana del verbo, al aunar a su canto las inflexiones del
sonido humano, la belleza de su plumaje y el movimiento de su danza, siendo
consciente de sí misma y de la contemplación de la creación. En el conocimiento
de sí reúne, pues, el de la creación y sus retornos cíclicos, siendo montura de
los inmortales, también el cinabrio del incendio y el blanco tornasolado de la
nieve inmaculada. Empero, una tradición Hindú advierte en uno de sus rasgos
caracterológico un simbolismo contrario y negativo: el de la traición, el de
“la grulla engañosa” en donde se personifican los impulsos destructores y del
sadismo (Balagalá-mukhí, la divinidad con cabeza de grulla).
En efecto, al escapar Teseo del laberinto con la cabeza del
Minotauro se cifrará para él una suerte de enredo simbólico de tremenda
oscuridad y certero horror sagrado. A Teseo y a los menguados restos de su
horripilante cuñado, se suma a la salida del Laberinto Ariadna, quien había
liberado a las siete muchachas atenienses. Los quince jóvenes junto con la
cabeza del monstruo se hacen a la mar rumbo a Atenas después de agujerar las
naves de Minos. Empero, Dionisos le arrebata a Ariadna a Teseo en la isla de
Naxos. Ariadna sólo logra superar la rabia húmeda del despecho, hecha brotar
por tan súbito abandono, al decidir conformarse con la suerte estética de lo
maravilloso que hay al casarse con un dios y no con un mortal. Dionisos, en
efecto, de regalo nupcial le brinda a Ariadna la magnífica diadema constelada
de piedras preciosas llamada “Corona Boreal”, cuyo dibujo está fijado por las
estrellas en el firmamento boreal.
Luego de la muerte de su padre
Egeo a vistas de un malentendido, jactancioso de su valor y sus proezas Teseo
reinó Atenas. Todavía pudo vencer, con ayuda de los consejos de Atenea, a las
amazonas, feroces mujeres guerreras procedentes de Asia, cuando invadieron
Grecia y atacaron Atenas. Empero, el desdichado rey Teseo selló su suerte
cuando se dejó conducir por su amigo Pirítoo, quien deseoso de robar y casarse
con la reina del submundo Perséfone, lo conduce a descender con él al Tártaro.
Sorprendidos por Hades, los hizo sentar en un banco mágico en el que se
quedaron pegados, no pudiendo separarse de él sin desgarrar sus carnes,
escuchando las carcajadas de Hades (Plutón), azotados por las Furias y picados
por serpientes fantasmagóricas cubiertas de manchas, a más de roídos de los
dedos de las manos por el can tricéfalo Cerebro. Teseo logra escapa de las
Furias al ser rescatado por Heracles en su inmersión infernal.
Como nadie ignora el diseño y
la construcción del laberinto se debieron al extraordinario genio del escultor
ateniense Dédalo. Instruido directamente por la diosa Atenea y el herrero
olímpico Hefaistos, su escuela fue insuficiente para impedir que lo arrojaran
de su ciudad nativa acusado de dar muerte su sobrino Talo. Dédalo huye entonces
a Creta donde es acogido por el poderoso rey Minos, hijo de la diosa Europa,
creando en recompensa para él toda clase de muebles, estatuas, máquinas, armas,
armaduras y juguetes. También construyó el sobresaliente y mítico “Laberinto de
Minos”, el cual era una soberbia residencia minoica.
El laberinto minoico o “Palacio
de la Doble Hacha” creado por Dédalo encierra un profundo simbolismo solar. Por
un lado el Minotauro encerrado en el laberinto es un símbolo del poder regio y
del dominio de Minos sobre su pueblo; por el otro, el hacha bipene es el
símbolo del rayo arcaico Zeus-Minos. Ambos compuestos dan por resultado el
simbolismo del “Trabajo total de la Obra”, que es uno de los Secretos de
Salomón. Para la Alquimia la función mágica de tal simbolismo es la de revelar
la vía para alcanzar el centro espiritual donde se libra el combate entre dos
naturalezas: lo opresivo contra lo expresivo y, conversamente, lo abierto
contra lo cerrado. En efecto, las idas y vueltas en los vericuetos del
laberinto son el símbolo de la muerte y la resurrección espiritual –cuya imagen
remite a la concentración que el artista debe tener en sí mismo para salir del
reino de las apariencias por los mil caminos de las sensaciones, las emociones
y las ideas. Mediante este procedimiento, el artista debe suprimir todo
obstáculo a la “intuición pura” que le permita “volver a la luz”.
El laberinto conduce
simbólicamente al interior de uno mismo, al santuario interior y oculto donde
reside lo más misterioso de la naturaleza humana, que equivale a una
iluminación íntima donde todo se simplifica o define y determina al encontrar
la “unidad del ser” por debajo y
sobre de la multiplicidad de los deseos.
En el centro del laberinto se encuentra también la “logia invisible” que
soñó Leonardo da Vinci: la esfera reservada para los humanistas de todas las
épocas, lugares y países. El Santuario Central corresponde así mismo al
perpetuo devenir de la espiral y al
perpetuo retorno de la trenza donde
se transforma y se renueva el “yo” indicando la victoria de lo espiritual sobre
lo material, de lo eterno sobre lo perecedero, de la inteligencia sobre el
instinto, del saber sobre la violencia ciega.
El
laberinto así tiene el valor de prueba a superar por el héroe. Se trata de los
caminos de arena o escarpados de difícil acceso y recorrido largo y pesado, al
final de los cuales se encuentra lo deseado. Alegóricamente indica que hay que
ir en la vida directo hacia el centro espiritual donde reposa la inmortalidad
–ya Maese Eckart recordaba que en el fondo del ser reposa el fondo de la
deidad.
El laberinto simboliza en lo
particular el viaje al inconsciente de la profundidad violenta del ser, la
mirada a las influencias malignas o nefastas que se propagan directamente en
línea recta: la contundencia del inconsciente, el error o sus obstinaciones y
el alejamiento de la fuente de la vida. En general su simbolismo atiende al
hecho de que en la existencia terrenal, al igual que en el viaje por el
laberinto, hay que superar un largo y tortuoso camino cargado de pruebas y de
dificultades, para llegar a la “Jerusalén celestial”, el centro de
la salvación y de la vida eterna.
En efecto, el laberinto no es
sino la imagen de un complejo sistema de defensa que anuncia en su interior la
presencia de algo oculto y sagrado, a cuyo centro sólo pueden acceder los que
están iniciados, los que conocen los planos de su arquitectura, los que
observan el mundo desde un determinado nivel y en una perspectiva o en una
posición o actitud característica. El laberinto así es camino y muralla, pues
defiende del intruso presto a violar los secretos de lo sagrado, siendo un
filtro que veda las relaciones intimas con lo divino al neófito o al avieso,
accediendo a la revelación misteriosa sólo quien a través de la superación de
múltiples pruebas iniciáticas se muestre digno o del tamaño.
El laberinto así figura un
pasaje de la existencia mundana como un cruce de caminos o el desarrollo de una
tela de araña con callejones sin salida, cuyo enredo complejo de senderos
retrasan al viajero la llegada al centro –que es a la vez el centro de si mismo
o de la persona y el lugar del encuentro con lo otro: con la cifra, con la
palabra. Se asocia así con el mito platónico de la caverna (La
República, Libro. X) y al igual que éste permite un viaje iniciático
vedado a los no calificados, prohibido a los profanos y a los legos. Su figura
medieval (Charteres) es la de un mandala que figura las pruebas iniciáticas
discriminatorias previas al camino del “centro escondido”, al “centro del
mundo” donde recuperar la “ipseidad”, la identidad del “peregrino en casa” (el
alma como microcosmos).
Morfológicamente el laberinto
tiene la estructura de otros mitos iniciáticos, como el de la búsqueda de Jasón
y los Argonautas de las Manzanas de las Hespérides y del Vellocino de Oro de
Clóquide, pero también se le puede comparar con el Mito de la Caverna
platónico, condensándose su simbolismo en los peligros de las encrucijadas,
pintadas como en los riesgosos tonos ocres y grises de lo confuso, de lo
desordenado, lo embrollado; reduciéndose las pruebas a la penetración de un
espacio de difícil acceso y bien defendido en cuyo centro se encuentra un
símbolo de potencia, seguridad e inmortalidad.
La dualidad del mito, a la vez
símbolo solar y personificación del deseo pervertido por desmesura, figura la
ley ausente del deseo como lo que pone un límite a la barbarie y triunfa sobre
ella. El predominio de lo animal sobre lo espiritual en el hombre, simbolizado
por el bárbaro desenfreno sexual y asesino de la bestia. que incluso no
identifica a su objeto sexual o si su objeto de deseo es sexual, pone de
manifiesto el tema trágico de la salvajería del deseo y sus incontrolables
ramificaciones mediante la metáfora de los mil deseos. El centro y la salida
del laberinto en cambio simbolizan el pivote o el gozne de la ley de Eros: el
sitio de inflexión en donde el orden natural gira para volverse orden humano
–pues el orden del deseo humano no es
sólo el de la emergencia fuera del instinto, es simultáneamente fundación del
orden simbólico mismo. Para otros el mito
del Minotauro no es sino un conjunto simbólico cuyo sentido sería resolver el
complejo psíquico del “combate espiritual contra el rechazo”. Combate que sólo
puede ganarse, más allá de la buena fortuna, mediante “ejercicios de luz”.
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