domingo, 12 de enero de 2014

El Minotauro Por Alberto Espinosa Orozco

El Minotauro 
Por Alberto Espinosa Orozco 



   La historia del Minotauro, Teseo y Ariadna es la de un relato mítico, sin duda laberíntico e intrincado, híbrido y complejo. En el árbol de la mitología trágica ática crece como sobresaliente fruto el mito del horrible Minotauro abrazado mortalmente a Teseo. Del primer retoño nacido del brazo de los senderos que se abrazan, se confunden y se bifurcan, y del que ahora hay que hablar, es del Minotauro y de su hermana Ariadna. Por un extremo de la leyenda, pues, el mito afirma que todos los hijos del acaudalado rey Minos fueron poderosos, fantásticos o desmesurados. Es verdad y también es triste. La larga y retorcida rama de la historia de Minos, destinado a abrazarse a la rama de Egeo en un complejo simbólico trágico, tiene entre tres de sus retoños frutos de una sabia mágica sin duda de raíz amarga.
   Hijo del rey Minos y de la voluptuosa Pasifae, en el minotauro convergen el dominio perverso del tirano, no menos que la depravada perversidad del deseo de Pasifae, en que se encierra el amor culpable, el deseo injusto y el poder indebido. El terrible minotauro, buey con cuerpo humano, morfológicamente representa el caso inverso al de los centauros: la cabeza y el torso bovino unido a los vestigios de lo que fuera un cuerpo humano atlético, dando como resultado un ser terrible por desproporcionado y monstruoso.
   Ariadna también es hija del poderoso rey Minos y de Pasifae. La misteriosa Ariadna, portadora de la corona cual diadema luminosa con que ella puede encender los rincones más profundos de los palacios de Creta, y poseedora de otros muchos juguetes y objetos mágicos creados por el ingenio de Dédalo, representa también el complejo de una doble sustancia antitética y oscilante, cuyo desequilibrio es figurado por el relato mítico haciéndola primero salvadora y luego esposa del héroe ático Teseo, para después asimilarla en matrimonio con Dionisos en Naxos cuando es abandonada, dándole por ultimo un trono real en su Creta nativa. Tensión psíquica que va del secreto hilo que nos guarda en medio de las dificultades, a la ingratitud del amor mezclado con la pasión física y al interés pragmático, incluso a la inconstancia, a la dispersión de la identidad o del interés que implica el rapto dionisiaco –especie de contrafigura invernal y báquica de la nocturna y primaveral Perséfone, reina del Hades.
   Pero Minos y Pasifae tuvieron como hijo, además de Ariadna y Minotauro, al atlético Andiogeo. El hijo del rey de Creta perdió la vida cuando visitó Atenas, pues al ganar todas las competiciones en que participó en los Juegos Olímpicos, fue muerto por los envidiosos sobrinos de Egeo. Para acallar las insatisfactibles quejas del despiadado rey Minos, Egeo, rey de Atenas, tuvo que conceder cada nueve años el envío de siete muchachas y siete muchachos atenienses para ser  sacrificados, devorados por el Minotauro cretense, el cual vivía al interior del laberinto construido por el artista Dédalo –enredo de caminos y pasajes cuyos giros y vueltas eran conocidos también por el Minotauro, quien conducía a sus víctimas a un callejón sin salida para darles muerte.
  Por el otro extremo de la leyenda surge Teseo, hijo de la boda secreta entre Egeo, rey de Atenas, y Etra, princesa de Corintio, quien cansada de esperar a su prometido Belerofonte de Lisia se desposa con el rey aqueo. Mozo de extraordinaria fortaleza física, por indicaciones de su madre Etra, a Teseo le es dado encontrar bajo de la piedra legendaria la espada con la incrustación en oro serpentina y las sandalias mágicas, pruebas contundentes de que es hijo de Egeo, rey de Atenas, no de Poseidón como Etra había fingido hasta entonces. Al saber lo cual Teseo viaja en busca de su padre, dando muerte en su camino a Sinis, el bárbaro leñador gigante, a la monstruosa cerda salvaje y al malvado posadero Procusto.
   La bruja Medea, casada con Egeo en segundas nupcias, cuando descubre la identidad de Teseo por sus artes mágicas intenta envenenar a su marido roída por los celos al ambicionar el trono sucesor para uno de sus hijos. Al destilar una infusión de matalobos en la copa de vino de Egeo, éste descubre las prendas portadas por su hijo y lo reconoce, entendiendo en el rapto de la agnición la copa envenenada de Medea, quien al verla golpeando y corroyendo ácidamente el suelo escapa con rumbo incierto en una nube mágica. Teseo es reconocido entonces como hijo por Egeo, quien manda traer a Etra de Corinto para anunciar la legitimidad de su heredero al trono. Los sobrinos envidiosos de Egeo al ver sus ambiciones reales frustradas le tienden a Teseo una emboscada, pero mueren todos ellos en manos del futuro rey.
    Teseo, al tener que dar muerte a los envidiosos sobrinos de Egeo, atentando así contra su propia sangre, es elegido por los atenienses para que comandara a la seisena de muchachos que lo acompañarían a Minos para el sacrifico ritual. Teseo desamparado reza a la diosa Afrodita, la cual oyendo sus súplicas y plegarias convence a su hijo Eros para hacer que Ariadna se enamorara de él, de Teseo. Hecho lo cual Ariadna corre a la prisión donde esta encarcelado el joven héroe ateniense, para darle a cambio de la promesa matrimonial la calve que le ayudaría a matar al monstruoso Minotauro en el laberinto. Cerrado el compromiso Ariadna le entrega a Teseo el ovillo de hilo mágico hecho por Dédalo justo antes de abandonar Corintio, el cual, al atar el extremo suelto a la puerta del laberinto, rodaba como un ratón, desenrollándose al internarse por los intrincados caminos de esa bizarra ciudad o bosque artificial, hasta llegar a un espacio abierto en el centro, donde dormía el Minotauro por una hora al día, justo a la media noche.
   Teseo sigue el método ofrendado por Ariadna, pues mientras ella ataba la punta del ovillo a la puerta del laberinto y los seis compañeros de Teseo montaron guardia a la entrada, penetra en el castillo pasando el hilo por la mano en la oscuridad, llegando al sitio en el que dormía el Minotauro justo después de la media noche, cuando salió la luna, degollándolo con un estoque entregado por gracia de Ariadna –el cual hasta la fecha se envuelve ritualmente en España y en México en una franela mágica capoteadora del viento y de color rojo, rosa o malva o amarillo, constituyendo así un arte sui generis, denominado como es bien sabido  “Fiesta Brava”, rama sobresaliente de la Charrería. Al alcanzar la puerta de salida al Laberinto, Teseo baila de alegría la así conocida “Danza de las Grullas”, que es también una danza nupcial –cuyo simbolismo poético, nadie lo ignora, no es otro que el poder de volar para alcanzar las ideas de los inmortales. Aún en tiempos de Sócrates se recordaba aquella liberación con un rito o celebración que podía durar semanas –como consta en el diálogo de El Fedón platónico.
   La suerte posterior de Teseo está marcada por las incesantes peripecias. Hay que recordar que la grulla (símbolo de la poesía junto con el caballo para Robert Graves), siendo en cierto modo emblema de la de la soberbia filosófica y del origen de la palabra, por la apostura erguida en una sola pata sin contacto apenas con la tierra o el espejo de agua, representa también la necedad y la torpeza. Su simbolismo positivo la hace hermana del verbo, al aunar a su canto las inflexiones del sonido humano, la belleza de su plumaje y el movimiento de su danza, siendo consciente de sí misma y de la contemplación de la creación. En el conocimiento de sí reúne, pues, el de la creación y sus retornos cíclicos, siendo montura de los inmortales, también el cinabrio del incendio y el blanco tornasolado de la nieve inmaculada. Empero, una tradición Hindú advierte en uno de sus rasgos caracterológico un simbolismo contrario y negativo: el de la traición, el de “la grulla engañosa” en donde se personifican los impulsos destructores y del sadismo (Balagalá-mukhí, la divinidad con cabeza de grulla).
   En efecto, al  escapar Teseo del laberinto con la cabeza del Minotauro se cifrará para él una suerte de enredo simbólico de tremenda oscuridad y certero horror sagrado. A Teseo y a los menguados restos de su horripilante cuñado, se suma a la salida del Laberinto Ariadna, quien había liberado a las siete muchachas atenienses. Los quince jóvenes junto con la cabeza del monstruo se hacen a la mar rumbo a Atenas después de agujerar las naves de Minos. Empero, Dionisos le arrebata a Ariadna a Teseo en la isla de Naxos. Ariadna sólo logra superar la rabia húmeda del despecho, hecha brotar por tan súbito abandono, al decidir conformarse con la suerte estética de lo maravilloso que hay al casarse con un dios y no con un mortal. Dionisos, en efecto, de regalo nupcial le brinda a Ariadna la magnífica diadema constelada de piedras preciosas llamada “Corona Boreal”, cuyo dibujo está fijado por las estrellas en el firmamento boreal.
   Luego de la muerte de su padre Egeo a vistas de un malentendido, jactancioso de su valor y sus proezas Teseo reinó Atenas. Todavía pudo vencer, con ayuda de los consejos de Atenea, a las amazonas, feroces mujeres guerreras procedentes de Asia, cuando invadieron Grecia y atacaron Atenas. Empero, el desdichado rey Teseo selló su suerte cuando se dejó conducir por su amigo Pirítoo, quien deseoso de robar y casarse con la reina del submundo Perséfone, lo conduce a descender con él al Tártaro. Sorprendidos por Hades, los hizo sentar en un banco mágico en el que se quedaron pegados, no pudiendo separarse de él sin desgarrar sus carnes, escuchando las carcajadas de Hades (Plutón), azotados por las Furias y picados por serpientes fantasmagóricas cubiertas de manchas, a más de roídos de los dedos de las manos por el can tricéfalo Cerebro. Teseo logra escapa de las Furias al ser rescatado por Heracles en su inmersión infernal.
   Como nadie ignora el diseño y la construcción del laberinto se debieron al extraordinario genio del escultor ateniense Dédalo. Instruido directamente por la diosa Atenea y el herrero olímpico Hefaistos, su escuela fue insuficiente para impedir que lo arrojaran de su ciudad nativa acusado de dar muerte su sobrino Talo. Dédalo huye entonces a Creta donde es acogido por el poderoso rey Minos, hijo de la diosa Europa, creando en recompensa para él toda clase de muebles, estatuas, máquinas, armas, armaduras y juguetes. También construyó el sobresaliente y mítico “Laberinto de Minos”, el cual era una soberbia residencia minoica. 
   El laberinto minoico o “Palacio de la Doble Hacha” creado por Dédalo encierra un profundo simbolismo solar. Por un lado el Minotauro encerrado en el laberinto es un símbolo del poder regio y del dominio de Minos sobre su pueblo; por el otro, el hacha bipene es el símbolo del rayo arcaico Zeus-Minos. Ambos compuestos dan por resultado el simbolismo del “Trabajo total de la Obra”, que es uno de los Secretos de Salomón. Para la Alquimia la función mágica de tal simbolismo es la de revelar la vía para alcanzar el centro espiritual donde se libra el combate entre dos naturalezas: lo opresivo contra lo expresivo y, conversamente, lo abierto contra lo cerrado. En efecto, las idas y vueltas en los vericuetos del laberinto son el símbolo de la muerte y la resurrección espiritual –cuya imagen remite a la concentración que el artista debe tener en sí mismo para salir del reino de las apariencias por los mil caminos de las sensaciones, las emociones y las ideas. Mediante este procedimiento, el artista debe suprimir todo obstáculo a la “intuición pura” que le permita “volver a la luz”.
   El laberinto conduce simbólicamente al interior de uno mismo, al santuario interior y oculto donde reside lo más misterioso de la naturaleza humana, que equivale a una iluminación íntima donde todo se simplifica o define y determina al encontrar la “unidad del ser” por debajo y sobre de la multiplicidad de los deseos.  En el centro del laberinto se encuentra también la “logia invisible” que soñó Leonardo da Vinci: la esfera reservada para los humanistas de todas las épocas, lugares y países. El Santuario Central corresponde así mismo al perpetuo devenir de la espiral y al perpetuo retorno de la trenza donde se transforma y se renueva el “yo” indicando la victoria de lo espiritual sobre lo material, de lo eterno sobre lo perecedero, de la inteligencia sobre el instinto, del saber sobre la violencia ciega.
   El laberinto así tiene el valor de prueba a superar por el héroe. Se trata de los caminos de arena o escarpados de difícil acceso y recorrido largo y pesado, al final de los cuales se encuentra lo deseado. Alegóricamente indica que hay que ir en la vida directo hacia el centro espiritual donde reposa la inmortalidad –ya Maese Eckart recordaba que en el fondo del ser reposa el fondo de la deidad.
   El laberinto simboliza en lo particular el viaje al inconsciente de la profundidad violenta del ser, la mirada a las influencias malignas o nefastas que se propagan directamente en línea recta: la contundencia del inconsciente, el error o sus obstinaciones y el alejamiento de la fuente de la vida. En general su simbolismo atiende al hecho de que en la existencia terrenal, al igual que en el viaje por el laberinto, hay que superar un largo y tortuoso camino cargado de pruebas y de dificultades, para llegar a la “Jerusalén celestial”, el centro de la salvación y de la vida eterna.
   En efecto, el laberinto no es sino la imagen de un complejo sistema de defensa que anuncia en su interior la presencia de algo oculto y sagrado, a cuyo centro sólo pueden acceder los que están iniciados, los que conocen los planos de su arquitectura, los que observan el mundo desde un determinado nivel y en una perspectiva o en una posición o actitud característica. El laberinto así es camino y muralla, pues defiende del intruso presto a violar los secretos de lo sagrado, siendo un filtro que veda las relaciones intimas con lo divino al neófito o al avieso, accediendo a la revelación misteriosa sólo quien a través de la superación de múltiples pruebas iniciáticas se muestre digno o del tamaño.
   El laberinto así figura un pasaje de la existencia mundana como un cruce de caminos o el desarrollo de una tela de araña con callejones sin salida, cuyo enredo complejo de senderos retrasan al viajero la llegada al centro –que es a la vez el centro de si mismo o de la persona y el lugar del encuentro con lo otro: con la cifra, con la palabra. Se asocia así con el mito platónico de la caverna (La República, Libro. X) y al igual que éste permite un viaje iniciático vedado a los no calificados, prohibido a los profanos y a los legos. Su figura medieval (Charteres) es la de un mandala que figura las pruebas iniciáticas discriminatorias previas al camino del “centro escondido”, al “centro del mundo” donde recuperar la “ipseidad”, la identidad del “peregrino en casa” (el alma como microcosmos).
   Morfológicamente el laberinto tiene la estructura de otros mitos iniciáticos, como el de la búsqueda de Jasón y los Argonautas de las Manzanas de las Hespérides y del Vellocino de Oro de Clóquide, pero también se le puede comparar con el Mito de la Caverna platónico, condensándose su simbolismo en los peligros de las encrucijadas, pintadas como en los riesgosos tonos ocres y grises de lo confuso, de lo desordenado, lo embrollado; reduciéndose las pruebas a la penetración de un espacio de difícil acceso y bien defendido en cuyo centro se encuentra un símbolo de potencia, seguridad e inmortalidad.
   La dualidad del mito, a la vez símbolo solar y personificación del deseo pervertido por desmesura, figura la ley ausente del deseo como lo que pone un límite a la barbarie y triunfa sobre ella. El predominio de lo animal sobre lo espiritual en el hombre, simbolizado por el bárbaro desenfreno sexual y asesino de la bestia. que incluso no identifica a su objeto sexual o si su objeto de deseo es sexual, pone de manifiesto el tema trágico de la salvajería del deseo y sus incontrolables ramificaciones mediante la metáfora de los mil deseos. El centro y la salida del laberinto en cambio simbolizan el pivote o el gozne de la ley de Eros: el sitio de inflexión en donde el orden natural gira para volverse orden humano –pues el  orden del deseo humano no es sólo el de la emergencia fuera del instinto, es simultáneamente fundación del orden simbólico mismo. Para otros el mito del Minotauro no es sino un conjunto simbólico cuyo sentido sería resolver el complejo psíquico del “combate espiritual contra el rechazo”. Combate que sólo puede ganarse, más allá de la buena fortuna, mediante “ejercicios de luz”.


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