Gorgonas,
Harpías y Erinnias
Por Alberto Espinosa Orozco
Las
Gorgonas
Las Gorgonas son monstruos femeninos
horripilantes y alados cuyos cabellos son serpientes, su boca portadora de
colmillos vampíricos y una mirada literalmente petrificadora. Propiamente son
en número tres hermanas: Euríale, Esteno y Medusa. De ellas sólo Medusa es un
ser mortal. El héroe Perseo logró vencerla en el mundo Ático de la antigüedad,
y sigue venciéndola en la poesía y en el mito por el poder de la imaginación -cada
vez que en el arte pretende petrificar a los símbolos que constituyen la
fluidez de la memoria ya para fundirlos y dejarnos de piedra, en estéril
estatua, en imagen inmóvil de sí mismos, ya al disectarlos en el quirófano
analítico, ya al fundar con ellos imponentes religiones bastardas.
Contrariamente a las Erinias, las Gorgonas representan el tormento de la
culpabilidad reprimida por la vacua vanidad, y por ello mismo inconfesada.
Perseo la venció al pulimentar su escudo
cual espejo y mostrarle el reflejo de su horripilante fisonomía, congelándola
de esta suerte en el pavoroso grito del silente eco gestual. Perseo la degolló
con la temible espada, entregando la cabeza serpentina a Atenea, quien la
colocó en su escudo de armas. El cuerpo de Medusa rodó al mar. Cuando su
ardiente sangre degollada tocó la espuma de las aguas, saló volando disparado
como un cohete de sidra sideral el caballo Pegaso, alado y perfecto como el
ideal y respingando como el hielo seco cuando chillando salta al tocar el agua
cálida; de la sangre que penetró las aguas, petrificado y vivo como las
preciosas gemas de la tierra, se brindaron al mar los arteriales reflejos del
coral.
Del coral puede decirse que, en la geológica
belleza encarnada de su sangre de piedra podemos leer igual el mármol del ojo
que el ébano de la mirada, o bien recorrer sus ramificadas ramas y sentir el
fuego concentrado y diminuto de la antorcha patética que en la ira hierve y en la
vena estalla, o seguir sus caprichosas formas y señales por la perfección del
hilo de oro en que remata una manita tunca de alacrán, igual que una guirnalda,
una rosa, un cangrejo o una salamandra –que siempre es, pues, esto o aquello,
comunicándose, como la exuberante vida, como la eterna ley de analogía, que se
resiste a la insidia de la piedra (de lo todo-nada de la masa que en su solo
ser es solo piedra), por lo que nunca es nada en su furia y fuerza ígnea,
congelada por la presión del agua o detenida, por lo que siempre es algo,
aunque fragmentario que poco a poco se resuelve en todo o en lo que todo se
resuelve.
Situacionalmente danzando en su
prefiguración de formas, abriéndose camino desde la fijeza de lo expresado a la
fluida significación de lo expresivo, Coral y Pegaso son los dos hijos
insólitos de esa lejana divinidad mortal de funesta memoria narcisista,
recordada con el nombre de Medusa –como si de engendros abominables nacieran
flores, cantos, dulces cuentos, como si el odio engendrara por repulsión de sí
mismo cosas divinas, como sucede con las bellas miradas y las niñas (cosas de
hadas que según se cuenta llegan alguna vez, ahora cada vez más rara, a
suceder).
Hermana morfológica de las Gorgonas, o de
una de ellas, de la Envidia, deidad hija del gigante Palas y de Estigia, la
laguna vislumbrada en la sombría comedia del Hades por Dante a la zaga de
Ovidio. La cabeza erizada de serpientes y la mirada torva colocan a Envidia
entre los siete pecados capitales de acuerdo al ranking del simbolismo
cristiano.
Hay que consignar en tanto lejano pariente de
las Gorgonas: a la Hidra. El cuerpo de la Hidra es del tamaño de un perro
grande, tiene ocho cabezas de serpiente con cuellos muy largos y se dice que
vivió en los pantanos. Nuevamente a
Hércules toca combatirla, aplastando sus cabezas y quemando sus cuellos
cercenados para que no se reprodujeran o brotasen más cabezas serpentinas. La
tensión simbólica de las Gorgonas alcanza la forma del oximoron categorial,
pues en ellas se da la “coincidencia de los opuestos” en las notas
constituyentes de su esencia, al aliar la belleza de la mujer con la fealdad
híbrida del monstruo alado, acuñando la figura de las posibilidades indefinidas
de transformación de la naturaleza.
Gilberto Owen vio en Medusa, no sólo al
monstruo infernal de figura femenina, también presintió que la expresión de su sentido religioso
primitivo y profundo no era otra que una de las instancias del drama del arte.
El arte petrifica cuando por mala suerte, pereza o desidia una comunidad decide
para una cultura el olvido de su traición, no sólo como la pasividad de no
acordarse de su valor o de su continuidad, sino como el olvido idiota de
arrancarnos algo para dejarnos frívolamente con el lugar común de la obras
manoseadas u oficializadas, de cuya soberbia hinchazón no sólo se sirve el
eructo repetitivo del sapo o el diccionario académico y sus tautológicos onanismos,
sino que también es la hoya irónicamente convexa donde se cifra el desamparo e
indigencia de los pares. La poesía se
propone, al igual que el mito, la tarea de rescatar significaciones perdidas,
de liberar signos cautivos o señales disimuladas en el mundo, labor que queda
abierta interminablemente al lector de proseguir sacando a la luz todas las
significaciones posibles que la obra de arte contiene o implica. El mito
petrifica, como el arte y la literatura, cada vez que intentamos mirarlo con
vanidad para mirarnos tal cual somos subjetiva o exteriormente o cuando se
literalizan sus símbolos.
Las
Harpías
Nada se caracteriza por su no tener, por su
no ser –pues el ser es positividad, atributo y sustancia: esencia. De lo
contrario, los adjetivos de las cosas serían, a más de vacuos u ociosos, en
número infinito. El ser de las Harpías, como el de las arcaicas Sirenas, no
consiste meramente en no tener piernas y pelvis de mujer, sino en tenerlos de
ave. Las Harpías son divinidades fúnebres mensajeras del Hades griego, seres malignos y agresivos encargadas
de llevar a las almas al otro mundo infernal y subterráneo –acaso por ello se
les hace familiares con frecuencia de las sirenas y las Gorgonas, pero también
de las Erinias y las Euménides.
Se les conoce también como “armonías
maléficas” de las energías cósmicas, figuradas bajo la imagen de seres malignos
y agresivos dedicados a atormentar y martirizar constantemente a los hombres.
Las Harpías simbolizan así cual los negros nubarrones la profunda negatividad
de los remordimientos de conciencia que siguen a la consecución de los deseos
perversos. Cual el día que se vuelve oscuro y húmedo, acechante y temeroso, así
el alma del espíritu réprobo o del extraviado. Las Harpías aparecen entonces
asechando con sus garras agudas y olor infecto, con su indigencia a la vez
humana y femenina, volando como las brujas en busca de su presa dispuestas a
atormentar a las almas equívocas con dolor y molestia, tramando para ello
incesantes maldades.
La vos “Harpías” significa “rapaces” o
“ladronas”, siendo seres más que succionadores, captadores. De su nombre deriva
Harpagón, la ciudad de las harpías. Su número, al igual que el de las Gorgonas,
es también trino: Aeolo (La Borrasca), Ocípite (La Rauda, La Vela) y Celeno (La
Oscura). Furias que corren cual veloces nubarrones diabólicos, portadoras de la
venganza y el resentimiento, prestas a proveer el infierno del accidente súbito
o de la muerte repentina.
Primeramente doncellas aladas, las Harpías
acaban por convertirse en seres extraños con cuerpo de ave, cabeza y pecho
humano y orejas de oso –siendo en este sentido feroces “sirenas voladoras”.
Representan la alegoría de los vicios humanos y de los remordimientos que
siguen a la consecución de los deseos invertidos, pervertidos o malversados.
Como las brujas, suelen aparecer en número de tres y sólo pueden ser expulsadas
por el soplo del viento del hijo del dios Boreas.
Se caracterizan por su mala condición, por su
codicia y su astucia. Son frecuentes sus iconos en el arte decorativo medieval,
adoptando en la heráldica un cuerpo de águila de sentido siniestro. Sin duda representan
una alegoría de la culpa y la deuda moral –por lo que se les relaciona siempre
con las Erinias romanas. En el fondo simbolizan a la inevitable sombra que
acompaña al gozo de las pasiones viciosas, tanto los tormentos obsesivos que
hacen sufrir al deseo, cuanto los remordimientos culpables que persiguen a la
satisfacción perversa. Las Harpías figuran así, más que nada, la disposición a
los vicios y las provocaciones de la maldad (las tentaciones), que el castigo
doloroso que lava una culpa, o la pena que subsana el orden cósmico (Erinias).
Goethe las visualizó en su Fáusto bajo la
forma de tres brujas, de tres hechiceras hermanas de la muerte. En efecto, las
brujas fáusticas son, como las Harpías griegas, feroces persecutoras de la
culpa. Los mefistofélicos fantasmas no son otros que las tres brujas alemanas:
Mengel (Falta), Schud (Duda) y Not (Miseria), las cuales preceden al oscuro
cegador al que anuncian, su hermano Tod (Muerte) –contrafigura de Sorge, (La
Cuidadosa). La carencia y la insuficiencia, la deuda culpable y la necesidad
apremiante son así los estigmas y las ganzúas que atraen al inesperado, no
menos que a la cura o al cuidado. Las dos caras, podría decirse, de la promesa:
el “tu morirás” bíblico, por una parte, y el no menos renovado parto
testamentario “el que vive en mí no morirá”. Por su parte Dante las visitó en
el Canto XIII del Infierno en la celdas de los suicidas.
Contrafigura de las Harpías son las Moiras
griegas o Parcas romanas, hijas de Zeus y Temis y hermanas de las Horas. Toca a
ellas aparecer en los dos momentos definitivos de la vida: el nacimiento y la muerte.
El nacimiento da inicio a la realidad de nuestra vida (que es la realidad única
de la persona), mientras la muerte da termino a la vida de una manera absoluta,
alcanzando a labrar el perfil definitivo y último de la realidad personal hasta
en las partes más subjetivas e incomunicables, más íntimas y absolutamente
intransferibles del ser individual (la vida como proceso de individuación
creciente cerrado por la muerte).
Las Moiras representan la vida con sus
parcelas de dolor y felicidad, bajo la figura de tres hilanderas; Cloto que es
la hilandera que teje el dibujo de los acontecimientos de la vida mortal del
individuo; Láquesis, quien urde el hilo representante del carácter fortuito,
azaroso y contingente de la existencia y sus acontecimientos relevantes, y;
Átropos quien trama inflexiblemente la inmutabilidad del destino. Cada hombre
tiene su Moira, pues las hadas del destino no son sino la personificación del
inflexible, del inexorable destino individual –hasta el grado de hacer pensar
en un determinismo, acaso de raigambre historicista, absoluto, como en el
laberinto de hierro de algunas mitologías germánicas o en el de papel de los
nuevos totalitarismos burocráticos.
Las
Erinnias
Las Erinnias son divinidades vengadoras
griegas, que Roma asimiló bajo la forma de Furias vengadoras. Tienen, al igual
que las Gorgonas, un aspecto alado y terrible, pero suman a la cabellera
serpentina, terribles látigos chasqueantes para castigar las faltas de los
hombres a las normas o principios de los dioses. Fuerzas castigadoras y
persecutoras que hacen a los hombres culpables vivir en constante temor. Así,
simbolizan los sentimientos paranoides sufridos bajo la especie del
remordimiento o de la mala conciencia, atraídos sobre si por quienes han roto
su armonía interior, que se han alejado del palacio de Apolo. Dante las ilumina
en su relato al encontrarlas a las puertas de la ciudad de Dite. Ciervas de
Proserpina, la Reina del Dolor Eterno (Plutón) aparecen las tres furias
rodeadas de hidras venenosas, ciñendo sus horribles sienes por cabellos de
pequeñas serpientes y cerastas: a la izquierda Megera, a la derecha Alectón y
al centro Tisífona.
Al igual que las Gorgonas y las Harpías, las
Erinnias son demonios ctónicos de espantoso rostro que toman cuerpo de perro o
de serpiente. Seres del inframundo, que a manera de instrumentos de la venganza
divina siembran terror en el corazón de los hombres, las Erinias se identifican
en este sentido con la conciencia réproba o culpable, no menos que con el
sentimiento de autodestrucción que acompaña las faltas inexpiables. En
particular son las enviadas a castigar a quienes se exceden en sus derechos a
costa de los demás.
Se trata de mujeres que van en grupo y son
del todo repugnantes, pues roncan con resoplidos repelentes surgiendo de sus
ojos odiosos humores (Esquilo). Nacen de las gotas de sangre que cayeron a la
tierra de los testículos de Uranos mutilado por Cronos, siendo así la
contrafigura de Afrodita Citerea. Seres odiosos para los hombres, pero también
para los dioses olímpicos, las Erinias nacieron a consecuencia del mal,
habitando por ello las hondonadas y las tinieblas del Tártaro –sitio
subterráneo profundo equidistante del Hades como la Tierra lo es del Cielo.
Desde ese lugar rocoso e infranqueable al que no llega a escaparse ni un leve
rayo de sol las Erinias, augustas e inflexibles, nunca olvidan una falta.
Las furiosas bacantes que cuidan a los
mortales en medio del fangal del horrible resentimiento, la cólera, la
irritación y los gritos estridentes, a las tristes hijas de la Noche se les
llama en su morada bajo tierra “Maldiciones”, pues tienen el poder de aniquilar a los mortales por la perdición. La
Musa terrible que inspira sus cantos hace que los himnos de las Erinias se
eleve cual canción enloquecedora, encadenando y arrastrando el alma del
culpable al extravío destructor del juicio, sumiéndolo en la ruina de lo
demencial. El canto que deja marchito a los mortales, el himno que no acompaña
la lira, así como la vengativa danza de sus pies ante el abismo no son sino la manifestación estética y visible de
su persecución aniquiladora.
Al igual que las Moiras (el Destino), en el
origen eran espíritus guardianes de la naturaleza y el orden (físico y moral)
del mundo. Se desarrollan más tarde y se especifican como divinidades
vengadoras del crimen. Metáfora cronológica de la evolución de la conciencia,
que primero veda y prohíbe, para luego condenar y destruir al agente o
responsable de la trasgresión. Se transforman en Euménides cuando la razón reconduce
a la conciencia mórbida y así apacigua la desesperación sufrida o el padecer de
la angustia. Espíritus, pues, vindicativos que gustan de castigar, torturar y
atormentar a quienes ejercen violencia a los principios, las Erinias se
transforman con el tiempo en Euménides, seres benévolos que representan el
arrepentimiento conciliador, siendo los espíritus de la compasión, el perdón,
la superación y la sublimación. Su acción benéfica es la de liberar al culpable
de la angustia, siendo símbolo del arrepentimiento conciliador.
Erinias y Euménides representan así las dos
tendencias del alma pecadora. Las despiadadas Erinias acuñan el emblema de la
furia vengadora, de la cólera desatada bajo la forma del tormento de los
remordimientos autodestructivos en quien rechaza la culpa. Por lo contrario,
aparecen con el rostro de benévolas Euménides cuando la autoconfesión de la
culpa se transforma en pesar liberador y sublimado, logrando con ello la
conversión interior y el retorno al orden. En cualquier caso, ambos grupos
representan a genios protectores de la moral, especialmente del orden familiar,
siendo los principales espíritus que luchan contra la anarquía en las
costumbres.
Pariente de las Erinias y las sirenas no
habría que olvidar en esta revista a Eris, diosa griega de la discordia y según
Homero hermana y compañera de Marte. De acuerdo a la teogonía hesiódica hija de
la Noche y no se recuerda ya si del Olvido, solía representarse con una mujer
de aterrador aspecto por sus alas y el poder de lo súbito, el elemento
sorpresa, que éstas le conferían. Es
madre del Olvido, pero también del Hambre, las Penas, las Querellas, el Engaño
y la Ilegalidad. Divinidad dual, la diosa tiene un gemelo, una hermana o un
aspecto que da existencia a otra Eris benéfica, personificación de la noble
rivalidad. El robo de la manzana de Eris con la leyenda “A la más hermosa”
desató, cuentan los libros legendarios, la guerra de Troya.
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