Bucentauros y Seres Híbridos
Por Alberto Espinosa Orozco
Al igual que los Centauros, los Bucentauros
y los Seres Híbridos merecen capítulo aparte, pues son en número indeterminado,
si no infinito. Hijos de Descartes y descendientes del Dr. Fankenstain, los
bucentauros obedecen al principio meramente lógico de la imaginación creativa,
que se distingue de la reproductiva notablemente por su capacidad de componer
figuras desmontando y reorganizando sus partes, por caso entre dos sustancias
de naturaleza aparentemente inasimilable. Seres o engendros del tecnicismo
metafórico, cuya sola carta de existencia se cifra en pegar dos cosas
diferentes pero análogas, iguales en algún sentido por el que se puedan
emparentar o pegar y zurcir (o bien que merezcan una atribución sustantiva como
para formar una pseudo clase), sobre-poblando de este modo el mundo de
pseudo-existentes o cuasi-cosas, menoscabadas o pobres, incoherentes o flojas
en alguna de las modalidades del ser.
Los seres híbridos obedecen a una ley, pues
no es indiferente que sea una u otra parte de la figura la que se humaniza o se
animaliza. Por ejemplo, en los seres mitad hombre mitad animal, la parte
superior esta ligada a las potencias superiores del espíritu: la vista y el
oído, los cuales son sentidos a distancia o que no necesitan el contacto o la
proximidad inmediata. La vista, decía Aristóteles, es el más noble de los
sentidos. Lo mismo puede decirse de la escucha que, como en la música, es un sentido
meramente contemplativo.
Por ejemplo, en el caso de Erictión, el
hombre serpiente, el hecho de que los pies se encuentren animalizados en forma
serpentina mientras que la cabeza permanece humanizada, indica un símbolo
positivo y favorable. En efecto, la parte superior de la figura humana está ligada
a las cosas mejores y nobles: la palabra, el pensamiento, la mirada, la
escucha. La morfología de tal ser indica que lo superior es en valor específico
a la parte inferior, ligada al deseo sexual y a los esfínteres, pero también a
las extremidades inferiores y motoras que nos mantienen pegados, enraizados al
suelo. El hombre serpiente se ha visto así como el iniciador o como el que
somete a los discípulos o peregrinos a
una prueba. Por lo contrario el hombre con cabeza de león espanta,
porque a pesar de ser el león un símbolo regio, indica que en tal ser hay un
predominio de la fuerza sobre la justicia. Tal es también el caso de la
Esfinge, cuyo acertijo, a decir de Thomas de Quincey debió ser solucionado por
Edipo con una respuesta alternativa, pues el animal por quien preguntaba el
monstruo era él mismo, Edipo de Colono, el hijo de sí mismo, el hijo de sus
obras o de la técnica, el hombre sin origen entrevisto en Freud.
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