Los
Grifos
Por
Alberto Espinosa Orozco
El Grifo es un animal fabuloso de la familia
de las aves. Pájaro con alas, garras delanteras y cabeza de águila, el cuerpo y
las patas traseras de león y larga cola de reptil.
Para el cristianismo el Grifo tiene una
simbología marcadamente dual: o bien representa al Salvador, o por lo contrario
es imagen de quienes persiguen y oprimen a los creyentes, al mezclar en un
monstruoso híbrido la rapacidad del águila a la ferocidad del león. En efecto,
para la emblemática medieval en el grifo hay un redoblamiento de la naturaleza
solar al participar del simbolismo del león y el águila, la fuerza y la
sabiduría, participando también de la tierra y el cielo símbolo de las dos
naturalezas de Cristo: humana y divina. Fuerza de salvación, el grifo ha sido
también interpretado por la emblemática cristiana conversamente, a la manera de
la imagen del demonio de rango satánico o de Satán mismo (hestiseki). Su
naturaleza híbrida le quita las virtudes de sus dos sustancias enlazadas: la
franqueza del león y la nobleza del águila, resultando así una fuerza cruel en
su significación desfavorable. Para el cristianismo el grifo es símbolo así de
lo abisal, de lo informe, de lo tenebroso, de lo caótico –o dicho civilmente,
de la fuerza mayor o del peligro inminente. Formulado con la vieja conseja
popular española: detrás del dios simbolizado está el simbolismo del diablo.
En la cultura hebrea es símbolo de la antigua
Persia y su doctrina característica: la ciencia de los magos. El grifo oculta
entonces el poder de la invisibilidad de Adristha (o el invisible). En
pluralidad se les asimila a las monturas de las shakati. Por su parte la
cultura griega vio en él a una fuerza mayor y monstruosa encargada de guardar y
vigilar los caminos, el tesoro, al mismo árbol del la vida en el país de los Hiperbóreos en los
confines septentrionales de la tierra, o bien es el guardián que se opone a los
buscadores de oro en las montañas. Es también la montura de Apolo. Con esta
imagen se le ha empleado frecuentemente a manera de ornamento, personificando
acaso al buen guardián, la fuerza y la vigilancia, no menos que el obstáculo a
superar para encontrar el tesoro.
Dante lo vislumbro bajo la forma del
monstruo gigante Gerión en el puente de los Capítulos XVII y XVIII de su
infernal Comedia, justo al llegar al extremo del séptimo círculo del infierno.
Se cuenta que Gerión, Rey Fabuloso de las Baleares, tenía tres cuerpos y
multitud de toros rojos que apacentaba con carne humana. Acaso por esos
atributos el poeta lo asocia a los usureros y los fraudulentos y lo asimila a un
dragón gigante en forma de grifo que va a trasportar al poeta y a su maestro a
un lugar en el Infierno llamado Magebolgue (La Bolsa o La Alforja Maldita). El
lugar de piedra ferruginosa, igual que la cerca que lo rodea, encierra a los
alcahuetes y a los fraudulentos –abismo inmundo donde comienzan Las Fosas, las
que se adentrarán en la negrura conteniendo y castigando a trasgresores cada
vez más irredimibles, empezando por los seductores por cuenta ajena y los
seductores por cuenta propia.
Aparece justo después de que los poetas
heroicos han cruzado la temible cascada de Flegistón con su agua teñida de
sangre, y se enfrentan aterrados al insondable abismo. Dante hace alusión a un
cordón y a la pantera de pintada piel. Se cuenta la fábula del Cordón de Gerión,
con el cual se puede lazar a la monstruosa bestia, siendo en su interpretación
moral imagen del conjuro que por la virtud de la magnanimidad y la verdad
transfigura y amansa la barbarie del hombre acérrimo del fraude o la rapiña.
Así, después de que Dante y su maestro
Virgilio abandonan el recinto donde los usureros son azotados por el doloroso fuego llega desde el cielo el
esperado Gerión quien deja a los poetas montar en su grupa y bajando en cien
rápidos círculos como el halcón para dejarlos en el fondo del abismo, al pie de
la desmoronada roca, en el precipicio de llamas y lamentos, para alejarse cual
saeta lejos de las aguas del abismo. La descripción que de él hace Alighieri al
inicio del Canto XVII es memorable y más que suficiente:
“He
ahí a la fiera de aguzada cola, que traspasa las montañas y rompe los muros y
las armas: he ahí la que corrompe al mundo entero”. Así empezó a hablarme mi
Maestro e hizo a aquella una seña, indicándole que se dirigiera hacia la margen
de piedra donde nos encontrábamos. Y aquella inmunda imagen del fraude llegó a
nosotros, y adelantó la cabeza y el cuerpo, pero no puso la cola sobre la
orilla. Su rostro era el de un varón justo, tan bondadosa era su apariencia
exterior, y el resto del cuerpo, el de una serpiente. Tenía dos garras llenas
de pelos hasta los sobacos, y la espalda, el pecho y los costados salpicados de
tal modo de lazos y escudos, que no habido tela turca ni tártara tan rica en
colores, no pudiendo compararse tampoco a aquellos los de las telas de
Arácnea.”
Dante retrata al monstruo Gerión cuando la
detestable fiera se mantenía sobre el cerco de piedra que circunda la arenosa
llanura, agitando su cola en el vacío, levantando el arma de su poderoso dardo
como hace el escorpión. Su tornasolada indumentaria hace ver lazos y escudos
cual palabras falsas que encadenan, como la trampa de las falsas palabras, cuyo
otro filo es el de encubrir, la defensa artificiosa de sus enredos. El espejo,
pues, inverso y deformado de la verdad. Gerión queda asociado por contigüidad o
metonimia a los violentos y usureros que por arriba preceden los sufrimientos
de los fraudulentos y concupiscentes que los suceden por abajo del abismo.
Mira de perfil y rara vez de frente y de
arriba a abajo. Se alimentan como los tártaros, los toros de Gerión y el
Minotauro, de carne cruda. Símbolo de fuerza y vigilancia, lo es también del
obstáculo para llegar al tesoro. Su símbolo abraza así tanto el dominio del
miedo como el del heroísmo. Se ha querido moralizar la imagen del Grifo como
metáfora del trabajo, en el que el héroe vence a un yo inferior para
desarrollar otro yo superior, que deja pues morir al hombre viejo superficial
para que nazca el nuevo hombre que encuentra los tesoros del reino interior
espiritual. El símbolo hablaría así de la necesidad de regeneración, del hombre
nuevo para poder crear y vivir en un nuevo mundo.
Haciendo un repaso, puede hablarse de una
especie de “complejo de Dite”, visitado y descrito por Dante bajo el consejo de
Virgilio, y en que van a ir apareciendo casi todas las fieras de la presente
revista. En el camino que va del Capítulo IX al XVII el poeta inmortal y su
maestro se adentran propiamente en el infierno: se trata de la ciudad fortaleza
de Dite, es el campo del dolor y los terribles tormentos del Tártaro, ceñido
por la laguna Estigia donde son los incontinentes arrojados, condenados a la
laguna cenagosa de insolente tufo y que exhala gran fetidez, para ser azotados
sin cesar por el viento y la lluvia y chocar entre sí con estridentes gritos.
Al divisar la alta torre en la ardiente
cúspide de improviso aparecen las tres furias infernales de movimientos y
miembros femeninos. Las vengadoras tintas en sangre son las Erinnias, que se
desgarran los pechos con las uñas, golpeándose con las manos dando fuertes
gritos que invocan en repelente vecindad el fantasma de la Gorgona Medusa. A
las puertas del Tártaro, recuerda Virgilio en el Capítulo VI de la Eneida,
vagaban en su primera exploración los fantasmas de Briareo, el gigante de cien
brazos, la Hidra de Lerna, la Quimera monstruosa con su cuerpo de cabra, las
Gorgonas, los mil centauros y la sombra de los tres cuerpos. Es el lugar del
olmo enorme que en aquel antro extiende sus ramas seculares y donde habitan los
sueños vanos pegados como insectos a las hojas.
Un ángel cruza no sin atronar a la raza
réproba y abre paso sobre la puerta de la ciudad prohibida. El triste abismo es
un campo de antiguos sepulcros envueltos y encendidos eternamente en un mar de
llamas haciendo montuoso el terrible terreno. Las lozas levantadas de donde
salen lamentos, dolientes suspiros y un triste hedor solo quedarán cerradas
cuando vuelvan de Josafat las almas con los cuerpos que han dejado arriba.
Pasan por el sector de los heresiarcas epicúreos, encontrándose no sólo con
Farinata Uberti, Federico II y con el cardenal Otaviano degli Ubaldini, sino
con su antiguo maestro Cavalcante de Cavalcanti, sombra desoída, que hace el
más deslavado y triste de los papeles. Habitan esas regiones sombrías,
violentas y fraudulentas, el inmenso pueblo prolífico de vicios, pues es
indescifrable la multitud de los delitos que no enumera la garganta de hierro
ni las cien lenguas: suicidas, blasfemos, incendiarios, ladrones, hipócritas,
aduladores, hechiceros, simoniacos, falsarios, rufianes y barateros pueblan ese
hoyaco no menos que cianitas, parricidas, avarientos y sediciosos y en general a todos aquellos que desprecian
o injurian a la Naturaleza y sus bondades.
Alejándose de las murallas ferruginosas de
la fortaleza los bates van hacia el centro de la ciudad por un sendero que
conduce a un valle que exhala un hedor insoportable, fetidez que despide las
horribles emanaciones del profundo abismo. Al llegar a un alto promontorio de
rocas rotas y acumuladas en círculo, donde haya el primer recinto del séptimo
círculo, encuentran tendido al monstruoso Minotauro oprobio de Creta, el cual
al verlos se muerde a si mismo de ira saltando de un lugar a otro. Junto a la
roca hendida crece el río de sangre donde hierve aquel que por medio de la
violencia daña a los demás. Al igual que la montaña que rodea toda la llanura
hay un ancho foso en forma circular al
pie de cuya roca desgajada corren millares de Centauros atravesando con sus
flechas toda alma que sale de la sangre más de lo que le permiten sus culpas.
El río que de ahí deriva no es otro que el Flegestón.
Se les acercan los Centauros Quirón, nuestro
viejo amigo, seguido de Foló maldito por los lapitas y Neso, engañador de
Deyanira y vengador póstumo de su propia muerte. Montando en la grupa del ágil
y gigante monstruo Neso por comando de Quirón, los poetas marchan por la orilla
de aquella espuma horrible donde hierven ahogados y sumergidos lo mismo los
tiranos Pirro que Atila o Sexto que Alejandro y Dionisio, o los dos Renatos asaltantes de caminos. El
Centauro Neso vadeando el sanguinario río los hace entrar al bosque oscuro
donde anidan las brutales Harpías, formando el segundo recinto del séptimo
círculo, el cual linda con el tercer recinto o los terribles arenales.
El Bosque espeso y oscuro no es surcado por
sendero alguno, de follaje nada verde sino oscuro, de ramas no rectas sino
nudosas y entrelazadas, no conociendo más fruto que las espinas venenosas. Es
la espesa y áspera selva de los endrinos donde anidan las brutales Harpías de
alas anchas y rostros y cuellos humanos, que llevan garras en los pies y el
vientre cubierto de plumas y están subidas a los árboles lanzando extraños
lamentos –unos son los de Celeno presagiando el mal futuro, otros son los
chasquidos de Tisífona que con su cabellera erizada de serpientes castiga a los
culpables con su látigos que silban como lenguas de víboras.
En Bosque de los Endrinos encuentran los
poetas el alma de los suicidas encerradas en nudosos troncos, mientras las
Harpías devoran las hojas de aquellos espíritus tan feamente encarcelados para
que el dolor se abra paso y exhale. Después de hablar con dos parroquianos, los
escritores llegan al Arenal Inmenso. Espacio cubierto de arena ácida y espesa
por donde caen grandes copos de fuego eterno redoblando el dolor de las almas
que ahí se aprietan. Así como el sangriento foso circunda la dolorosa selva, el
bosque de Endrinos rodea cual una guirnalda el arenal que toda planta rechaza
de su superficie, por do van las almas desnudas llorando miserables, unas
yaciendo de espaldas contra el suelo, otras sentadas en confuso montón, otras
continuamente andando y dando vueltas alrededor de las otras agitando sus
míseras manos sin reposo apartando a los lados las brasas perpetuamente renovadas.
Luego de escuchar los impíos ladridos de
Capaneo, rey de Tebas, martirizado sin par al alimentarse de su propio despecho
y rabia, los genios van arrimados
siempre caminando por la orilla del bosque para no poner los pies sobre la
abrazada arena, hasta llegar a un riachuelo rojo horripilante que corre por la
arena y que en su notable corriente toda llama amortigua. El lugar donde
desemboca la selva es el río de color rojo horripilante de orilla y fondo
petrificados. Es el Flagetón, río macabro que sigue a la laguna Estigia formada
a su vez por el Aqueronte, originada a su vez por la lluvia de las lágrimas del
gran monarca del monte Edna (acaso imagen de Saturno y espejo de Roma). El río
sangriento de Flagetón por fin forma en el abismo al pálido y último río del
Cocito.
Marcha entonces Dante tras Virgilio por una
de las orillas petrificadas del río, cual ribazos sumidos en la densa niebla,
cuando son asaltados por una legión de almas atadas en mesnadas para llorar
eternos tormentos. Se acerca el rostro abrazado y desfigurado de su maestro y
amigo Brunetto Latini, encadenado a literatos y clérigos de gran fama, preso en
la inmunda caterva de Prisciano, Francisco de Acorso y Andrés de Mozzi. Luego
de que conversan con uno de otros cuatro, desde la parte inferior de la roca
escarpada, por el aire denso y oscuro aparece, como el buzo que sale del mar,
el monstruoso gigante Gerión.
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