domingo, 26 de enero de 2014

Los Grifos Por Alberto Espinosa Orozco

Los Grifos
Por Alberto Espinosa Orozco 




   El Grifo es un animal fabuloso de la familia de las aves. Pájaro con alas, garras delanteras y cabeza de águila, el cuerpo y las patas traseras de león y larga cola de reptil.
   Para el cristianismo el Grifo tiene una simbología marcadamente dual: o bien representa al Salvador, o por lo contrario es imagen de quienes persiguen y oprimen a los creyentes, al mezclar en un monstruoso híbrido la rapacidad del águila a la ferocidad del león. En efecto, para la emblemática medieval en el grifo hay un redoblamiento de la naturaleza solar al participar del simbolismo del león y el águila, la fuerza y la sabiduría, participando también de la tierra y el cielo símbolo de las dos naturalezas de Cristo: humana y divina. Fuerza de salvación, el grifo ha sido también interpretado por la emblemática cristiana conversamente, a la manera de la imagen del demonio de rango satánico o de Satán mismo (hestiseki). Su naturaleza híbrida le quita las virtudes de sus dos sustancias enlazadas: la franqueza del león y la nobleza del águila, resultando así una fuerza cruel en su significación desfavorable. Para el cristianismo el grifo es símbolo así de lo abisal, de lo informe, de lo tenebroso, de lo caótico –o dicho civilmente, de la fuerza mayor o del peligro inminente. Formulado con la vieja conseja popular española: detrás del dios simbolizado está el simbolismo del diablo.
  En la cultura hebrea es símbolo de la antigua Persia y su doctrina característica: la ciencia de los magos. El grifo oculta entonces el poder de la invisibilidad de Adristha (o el invisible). En pluralidad se les asimila a las monturas de las shakati. Por su parte la cultura griega vio en él a una fuerza mayor y monstruosa encargada de guardar y vigilar los caminos, el tesoro, al mismo árbol del  la vida en el país de los Hiperbóreos en los confines septentrionales de la tierra, o bien es el guardián que se opone a los buscadores de oro en las montañas. Es también la montura de Apolo. Con esta imagen se le ha empleado frecuentemente a manera de ornamento, personificando acaso al buen guardián, la fuerza y la vigilancia, no menos que el obstáculo a superar para encontrar el tesoro.



   Dante lo vislumbro bajo la forma del monstruo gigante Gerión en el puente de los Capítulos XVII y XVIII de su infernal Comedia, justo al llegar al extremo del séptimo círculo del infierno. Se cuenta que Gerión, Rey Fabuloso de las Baleares, tenía tres cuerpos y multitud de toros rojos que apacentaba con carne humana. Acaso por esos atributos el poeta lo asocia a los usureros y los fraudulentos y lo asimila a un dragón gigante en forma de grifo que va a trasportar al poeta y a su maestro a un lugar en el Infierno llamado Magebolgue (La Bolsa o La Alforja Maldita). El lugar de piedra ferruginosa, igual que la cerca que lo rodea, encierra a los alcahuetes y a los fraudulentos –abismo inmundo donde comienzan Las Fosas, las que se adentrarán en la negrura conteniendo y castigando a trasgresores cada vez más irredimibles, empezando por los seductores por cuenta ajena y los seductores por cuenta propia.
   Aparece justo después de que los poetas heroicos han cruzado la temible cascada de Flegistón con su agua teñida de sangre, y se enfrentan aterrados al insondable abismo. Dante hace alusión a un cordón y a la pantera de pintada piel. Se cuenta la fábula del Cordón de Gerión, con el cual se puede lazar a la monstruosa bestia, siendo en su interpretación moral imagen del conjuro que por la virtud de la magnanimidad y la verdad transfigura y amansa la barbarie del hombre acérrimo del fraude o la rapiña.  
   Así, después de que Dante y su maestro Virgilio abandonan el recinto donde los usureros son azotados  por el doloroso fuego llega desde el cielo el esperado Gerión quien deja a los poetas montar en su grupa y bajando en cien rápidos círculos como el halcón para dejarlos en el fondo del abismo, al pie de la desmoronada roca, en el precipicio de llamas y lamentos, para alejarse cual saeta lejos de las aguas del abismo. La descripción que de él hace Alighieri al inicio del Canto XVII es memorable y más que suficiente:
   “He ahí a la fiera de aguzada cola, que traspasa las montañas y rompe los muros y las armas: he ahí la que corrompe al mundo entero”. Así empezó a hablarme mi Maestro e hizo a aquella una seña, indicándole que se dirigiera hacia la margen de piedra donde nos encontrábamos. Y aquella inmunda imagen del fraude llegó a nosotros, y adelantó la cabeza y el cuerpo, pero no puso la cola sobre la orilla. Su rostro era el de un varón justo, tan bondadosa era su apariencia exterior, y el resto del cuerpo, el de una serpiente. Tenía dos garras llenas de pelos hasta los sobacos, y la espalda, el pecho y los costados salpicados de tal modo de lazos y escudos, que no habido tela turca ni tártara tan rica en colores, no pudiendo compararse tampoco a aquellos los de las telas de Arácnea.”



  Dante retrata al monstruo Gerión cuando la detestable fiera se mantenía sobre el cerco de piedra que circunda la arenosa llanura, agitando su cola en el vacío, levantando el arma de su poderoso dardo como hace el escorpión. Su tornasolada indumentaria hace ver lazos y escudos cual palabras falsas que encadenan, como la trampa de las falsas palabras, cuyo otro filo es el de encubrir, la defensa artificiosa de sus enredos. El espejo, pues, inverso y deformado de la verdad. Gerión queda asociado por contigüidad o metonimia a los violentos y usureros que por arriba preceden los sufrimientos de los fraudulentos y concupiscentes que los suceden por abajo del abismo.
   Mira de perfil y rara vez de frente y de arriba a abajo. Se alimentan como los tártaros, los toros de Gerión y el Minotauro, de carne cruda. Símbolo de fuerza y vigilancia, lo es también del obstáculo para llegar al tesoro. Su símbolo abraza así tanto el dominio del miedo como el del heroísmo. Se ha querido moralizar la imagen del Grifo como metáfora del trabajo, en el que el héroe vence a un yo inferior para desarrollar otro yo superior, que deja pues morir al hombre viejo superficial para que nazca el nuevo hombre que encuentra los tesoros del reino interior espiritual. El símbolo hablaría así de la necesidad de regeneración, del hombre nuevo para poder crear y vivir en un nuevo mundo.
   Haciendo un repaso, puede hablarse de una especie de “complejo de Dite”, visitado y descrito por Dante bajo el consejo de Virgilio, y en que van a ir apareciendo casi todas las fieras de la presente revista. En el camino que va del Capítulo IX al XVII el poeta inmortal y su maestro se adentran propiamente en el infierno: se trata de la ciudad fortaleza de Dite, es el campo del dolor y los terribles tormentos del Tártaro, ceñido por la laguna Estigia donde son los incontinentes arrojados, condenados a la laguna cenagosa de insolente tufo y que exhala gran fetidez, para ser azotados sin cesar por el viento y la lluvia y chocar entre sí con estridentes gritos.
   Al divisar la alta torre en la ardiente cúspide de improviso aparecen las tres furias infernales de movimientos y miembros femeninos. Las vengadoras tintas en sangre son las Erinnias, que se desgarran los pechos con las uñas, golpeándose con las manos dando fuertes gritos que invocan en repelente vecindad el fantasma de la Gorgona Medusa. A las puertas del Tártaro, recuerda Virgilio en el Capítulo VI de la Eneida, vagaban en su primera exploración los fantasmas de Briareo, el gigante de cien brazos, la Hidra de Lerna, la Quimera monstruosa con su cuerpo de cabra, las Gorgonas, los mil centauros y la sombra de los tres cuerpos. Es el lugar del olmo enorme que en aquel antro extiende sus ramas seculares y donde habitan los sueños vanos pegados como insectos a las hojas.
   Un ángel cruza no sin atronar a la raza réproba y abre paso sobre la puerta de la ciudad prohibida. El triste abismo es un campo de antiguos sepulcros envueltos y encendidos eternamente en un mar de llamas haciendo montuoso el terrible terreno. Las lozas levantadas de donde salen lamentos, dolientes suspiros y un triste hedor solo quedarán cerradas cuando vuelvan de Josafat las almas con los cuerpos que han dejado arriba. Pasan por el sector de los heresiarcas epicúreos, encontrándose no sólo con Farinata Uberti, Federico II y con el cardenal Otaviano degli Ubaldini, sino con su antiguo maestro Cavalcante de Cavalcanti, sombra desoída, que hace el más deslavado y triste de los papeles. Habitan esas regiones sombrías, violentas y fraudulentas, el inmenso pueblo prolífico de vicios, pues es indescifrable la multitud de los delitos que no enumera la garganta de hierro ni las cien lenguas: suicidas, blasfemos, incendiarios, ladrones, hipócritas, aduladores, hechiceros, simoniacos, falsarios, rufianes y barateros pueblan ese hoyaco no menos que cianitas, parricidas, avarientos y sediciosos  y en general a todos aquellos que desprecian o injurian a la Naturaleza y sus bondades.
   Alejándose de las murallas ferruginosas de la fortaleza los bates van hacia el centro de la ciudad por un sendero que conduce a un valle que exhala un hedor insoportable, fetidez que despide las horribles emanaciones del profundo abismo. Al llegar a un alto promontorio de rocas rotas y acumuladas en círculo, donde haya el primer recinto del séptimo círculo, encuentran tendido al monstruoso Minotauro oprobio de Creta, el cual al verlos se muerde a si mismo de ira saltando de un lugar a otro. Junto a la roca hendida crece el río de sangre donde hierve aquel que por medio de la violencia daña a los demás. Al igual que la montaña que rodea toda la llanura hay un ancho foso en forma circular  al pie de cuya roca desgajada corren millares de Centauros atravesando con sus flechas toda alma que sale de la sangre más de lo que le permiten sus culpas. El río que de ahí deriva no es otro que el Flegestón.



   Se les acercan los Centauros Quirón, nuestro viejo amigo, seguido de Foló maldito por los lapitas y Neso, engañador de Deyanira y vengador póstumo de su propia muerte. Montando en la grupa del ágil y gigante monstruo Neso por comando de Quirón, los poetas marchan por la orilla de aquella espuma horrible donde hierven ahogados y sumergidos lo mismo los tiranos Pirro que Atila o Sexto que Alejandro y Dionisio,  o los dos Renatos asaltantes de caminos. El Centauro Neso vadeando el sanguinario río los hace entrar al bosque oscuro donde anidan las brutales Harpías, formando el segundo recinto del séptimo círculo, el cual linda con el tercer recinto o los terribles arenales.
   El Bosque espeso y oscuro no es surcado por sendero alguno, de follaje nada verde sino oscuro, de ramas no rectas sino nudosas y entrelazadas, no conociendo más fruto que las espinas venenosas. Es la espesa y áspera selva de los endrinos donde anidan las brutales Harpías de alas anchas y rostros y cuellos humanos, que llevan garras en los pies y el vientre cubierto de plumas y están subidas a los árboles lanzando extraños lamentos –unos son los de Celeno presagiando el mal futuro, otros son los chasquidos de Tisífona que con su cabellera erizada de serpientes castiga a los culpables con su látigos que silban como lenguas de víboras.
   En Bosque de los Endrinos encuentran los poetas el alma de los suicidas encerradas en nudosos troncos, mientras las Harpías devoran las hojas de aquellos espíritus tan feamente encarcelados para que el dolor se abra paso y exhale. Después de hablar con dos parroquianos, los escritores llegan al Arenal Inmenso. Espacio cubierto de arena ácida y espesa por donde caen grandes copos de fuego eterno redoblando el dolor de las almas que ahí se aprietan. Así como el sangriento foso circunda la dolorosa selva, el bosque de Endrinos rodea cual una guirnalda el arenal que toda planta rechaza de su superficie, por do van las almas desnudas llorando miserables, unas yaciendo de espaldas contra el suelo, otras sentadas en confuso montón, otras continuamente andando y dando vueltas alrededor de las otras agitando sus míseras manos sin reposo apartando a los lados las brasas perpetuamente renovadas.
   Luego de escuchar los impíos ladridos de Capaneo, rey de Tebas, martirizado sin par al alimentarse de su propio despecho y rabia,  los genios van arrimados siempre caminando por la orilla del bosque para no poner los pies sobre la abrazada arena, hasta llegar a un riachuelo rojo horripilante que corre por la arena y que en su notable corriente toda llama amortigua. El lugar donde desemboca la selva es el río de color rojo horripilante de orilla y fondo petrificados. Es el Flagetón, río macabro que sigue a la laguna Estigia formada a su vez por el Aqueronte, originada a su vez por la lluvia de las lágrimas del gran monarca del monte Edna (acaso imagen de Saturno y espejo de Roma). El río sangriento de Flagetón por fin forma en el abismo al pálido y último río del Cocito.
   Marcha entonces Dante tras Virgilio por una de las orillas petrificadas del río, cual ribazos sumidos en la densa niebla, cuando son asaltados por una legión de almas atadas en mesnadas para llorar eternos tormentos. Se acerca el rostro abrazado y desfigurado de su maestro y amigo Brunetto Latini, encadenado a literatos y clérigos de gran fama, preso en la inmunda caterva de Prisciano, Francisco de Acorso y Andrés de Mozzi. Luego de que conversan con uno de otros cuatro, desde la parte inferior de la roca escarpada, por el aire denso y oscuro aparece, como el buzo que sale del mar, el monstruoso gigante Gerión.



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