Andrés Henestrosa: las Verdades Sencillas
Tercera Parte: La Mujer y la
Escritura
Por Alberto
Espinosa Orozco
“Si los hombres son polvo.
entones esos remolinos
que se levantan en el camino
son hombres.”
Octavio Paz
VIII.- El Hombre
Han comenzado los funerales
del grande Andrés Henestrosa, porque tristemente el indio suriano zapoteco de pálida
tez ha muerto. El educador, político, escritor, artista de la palabra oral y
hombre de letras nació el 30 de noviembre de 1906 en el poblado de San
Francisco, en Ixhuatlán, Oaxaca. De formación autodidacta adquirió por mérito
propio una basta cultura universal, lo que le permitió incursionar en el
terreno de la literatura, dedicando su vida a la difusión de los tesoros de
creencias, costumbres y leyendas de la cultura regional zapoteca y de los
pueblos de su estado nativo. Llegó de Huchitán a la ciudad de México el 28 de
diciembre de 1922, día de los santos inocentes, a los 16 años de edad, con 30
pesos e la bolsa, sin creer en la divina providencia y con ningún plan. Llegó
en un tren que tomo en su pueblo sin horario debido a los accidentes revolucionarios
y pronto encontró en el Cine Máximo en la calle de Brasil un asiento como
dormitorio, muy cerca. Apenas a una carrera de la casa del estudiante
oaxaqueño, donde sus paisanos le permitían descansar por la mañana unas horas
en la calle de Libertad 20 número 8.
Desde muy joven cumplió con su
vocación estética, llegando con el tiempo a cristalizar una obra de creación
literaria en nada menor, destacando en ella el libro de relatos Los Hombres que dispersó la danza (1929), dilatando
su labor a obras como A los Cuatro Abuelos, Retrato de mi madre (1940),
La
confidencia a media voz, De Ixhuatlán por tierra a Jerusalén, tierra de Señor,
El remoto y cercano ayer, El Maíz, riqueza del pobre, la epístola El
tema de la muerte y Cena de Minucias (1970), colección
de artículos en que retrata a las personalidades protagonistas de México..
También formó el extraordinario Diccionario zapoteca español, el
cual enseñó durante años en Estados Unidos Fue maestro de literatura y lengua
castellana en la UNAM
y en la Escuela Normal
Superior durante 40 años.
Murió el día 10 de enero del 2008 a los 101 años de edad.
En el Palacio de Bellas se le rindió un homenaje póstumo. Las exequias fúnebres
contemplaron sobre una alfombra de color bermejo su ataúd de madera, ubicado al
centro del marmóreo vestíbulo y bajo la cúpula del máximo recinto de la cultura
nacional; una cortina negra cayó solemne desde lo alto del segundo piso
cubriendo el fondo del espacio adornado con coranas de flores. Sus restos
descansan en el Panteón Francés de “La Piedad ”, en una cripta familiar junto con su
esposa Alfa, en la ciudad de México.
Recordar las obras de un
hombre, los hechos y los sueños que marcaron la huella de sus pasos en su
deambular por el mundo, es una forma de la vida sin tiempo y presente perpetuo
al que llamamos eternidad. Rebelión de la memoria contra el poroso olvido que
salva en la rememoración la ausencia histórica del hombre para preservar en la
figura a la presencia –pues por su resistencia
al viento abrasivo del olvido se mide la altura metafórica e un hombre. Porque
la figura de Andrés Henestrosa, hombre memorioso que en el mundo ha sido, es
digno también como pocos del recuerdo y de la conmemoración colectiva.
Hace apenas poco más de un
lustro el sabio oaxaqueño visitó la ciudad de Durango gracias a la iniciativa
del animador infatigable de la cultura local Lic. Héctor Palencia Alonso. Así,
el maestr5ooaxaqueño viajo horas por aire y décadas por el pasado y la historia
para llegar hasta nosotros y volver a
recordarnos de viva voz, como si de viejos alumnos se tratara, la lenta lección
de los más acendrados valores nacionales, ilustrados por los personajes más
señeros de nuestra historia cultural y temperados por los conceptos cardinales
de la filosofía mexicana del siglo XX.
Así, en una de las grandes
aulas de la Casa de la Cultura de la
capital estética del nor-oeste mexicano entre mágicos espejos señoriales que
multiplicaron mágicamente el tiempo lejano del ayer hasta esponjarlo y
trasportarlo vivo hasta ese espacio, el maestro Henestrosa convocó a la
inteligencia durangueña para darle cumplimiento a una cita del saber que desde
algún lugar nos estaba desde siempre prometida. Durante cinco días a una hora
fija matutina nos habló entones de un tema selecto de su predilección,
llevándonos en brazos de la imagen o del ensueño al encuentro de personajes
legendarios y costumbres de otros tiempos, acariciando también frecuentemente
la potencia sin par de las ideas eternas.
IX.- La Mujer
Así, Andrés Henestrosa se ocupo de una de las figuras románticas más
misteriosas y fascinantes de la zaga cultural mexicana: Antonieta Rivas
Mercado. Ángel o musa perpetua del pálido zapoteco, quien durante evocó su
figura con la minuciosa precisión de un burilista que trabaja sobre la brumosa
superficie de una acuarela, imantando de tal forma el esplendor del fuego para
con sus palabras aglutinar al polvo del camino.
Antonieta Rivas mercado, en
efecto, fue un modelo de cultura, un dechado finura, ejemplo de riqueza de no
advertida riqueza. A mediados de 1926 el indio blanco, con escasos 19 años de
edad, fue invitado junto con el grupo literario al que pertenecía a una cena
ofrecida por la distinguida dama en su regia casona art noveau en la avenida
Álvaro Obregón. Así, de asiduo convidado
a la mesa de Antonieta pronto pasó a ser huésped permanente, entrando a u mundo
legendario habitado por la más sofisticada cultura cosmopolita. Le decía
Andresito, quédese a cenar, después el coche que lo lleve. El orgullosos
oaxaqueño rehusaba, pero ella le pedía que de sobremesa necesitaba leerle en
voz alta traducciones de las lenguas extranjeras modernas, del ingles, francés,
italiano, del alemán. La dama de sus mercedes se compadeció de él al darse
cuenta de las potencialidades y paradójica sencillez del joven talento. Le
enseño imborrables lecciones de urbanidad, etiqueta y las normas y formas de la
civilización europea. La cuchara, Andrés, con la derecha; Andrés, la cuchara
con la derecha -recalcaba. Sembró en Henstrosa así el anhelo de una educación
superior, la inquietud por estudiar lenguas, abriendo las ventanas de la alta
cultura ante sus ojos. Todas las tardes en su biblioteca le leía en voz alta a
Joyce, a Rilke, a Swedemburg, a Pirandello que entonces estaba de Moda, a
Cocteau, o O´Neell, pero también a los clásicos, a Schaquespeare, Milton, a
Salomón, a los grandes poetas alemanes.
Fue justamente en la
biblioteca de la
Señora Antonieta donde el futuro escritor leyó los cuentos de
todos los pueblos, sus leyendas, mitos y fábulas, seguramente seleccionados por
la culta mujer para el proyecto educativo de José Vasconcelos, quien armaría
con ellos los magníficos tomos Lecturas Clásicas para Niños en dos
gruesos y altos volúmenes memorables. Fue entonces cuado Henestrosa pensó
escribir los mitos y leyendas que aprendió de niño en su tierra huchiteca. El
libro se lo dictó directamente a Antonieta Rivas mercado, quien fielmente lo
trascribió en la máquina de escribir, publicándose al poco tiempo casi sin
ninguna corrección, tal y como se lo platico, como lo narro al oído de la Señora Rivas Mercado.
Los
hombres que dispersó la danza fue publicado y el primer ejemplar se lo
entregaron a Henestrosa el viernes 30 de noviembre de 1929, el mismo día que
cumplía 23 años de edad.
Así, Henestrosa se quedó a
vivir en casa de la Señora Rivas
Mercado por más de un año, desde octubre de 1927 hasta el jueves 28 de febrero
de 1929 –día funesto en que salió para unirse a la campaña de Vasconcelos por
la presidencia en León de Aldama; Guanajuato –perdiendo súbitamente el paraíso
y volviendo a la calle y a la miseria. Entró, luego del fracaso del movimiento
vasconcelista, a la política y se acostumbró a vivir en las entrañas del
monstruo.
Los amores de Antonieta fueron
desgraciados, en aquel entonces era discípula del pintor Manuel Rodríguez
Lozano, de quien se enamoró perdidamente. Estando con el filósofo José
Vasconcelos, por entonces exiliado en París, murió, en febrero de 1931. Su
finca art nouveau se vendió al finalizar el mismo año –una pena,
pensaba Henestrosa, porque el gobierno pudo salvarla, pero no lo hizo.
X.- El Habla
Andrés Henestrosa habló
desde su niñez tres lenguas: el zapoteco y el suave como lenguas de raza y el
español –un español apreciarlo y arcaico, del siglo XVI, con añadidos de
lenguas indígenas. Hombre de palabras, explorador no de letras muertas, sino
del espíritu que las anima, el joven oaxaqueño pronto se dedicó al aprendizaje
profundo del idioma castellano, para poder dominar y conocer su lengua,
estudiándolo con denuedo y tenacidad, siguiendo en ello el magno ejemplo de
Benito Juárez. Idioma que hay que saber y saber cuidar, porque un idioma que
vive en el habla hace con su lengua la patria. Cuando se deja de hablar
propiamente un idioma se mata al pueblo al que pertenece. Es por ello que el
idioma es la patria..
Su lengua materna, su primera
lengua, fue así una lengua india, una lengua de raza m-porque aunque se hablen
muchas lenguas, siempre se habla una lengua de origen, la lengua materna que se
aprendió de niño. Uno de sus aspectos más importantes es el fenómeno de la
oralidad, pues en mucho la cultura se compone de tradiciones orales, que
perviven y se trasmiten al ir venir de oreja en oreja. Henestrosa se dio así a
la tarea de preservar oralmente la riqueza tradicional de su lengua india
zapoteca, conociéndola hasta su raíz, hasta el meollo de su etimología y en sus
tonos e intenciones, en la reverberación de sus timbres y el columpio de su
campañilla, rescatando de ella siempre el sentido creativo que guarda, la fertilidad
metafórica y la analogía original de la palabra. Así, “guná”, que significa
trabajo, viene de “guuna”, mujer –pues como dijo el Arcipreste de Hita: el
hombre por dos cosas trabaja, la una cosa era por hallar manteneza, la otra,
por hallar juntamente con hembra placentera. La mujer y el trabajo van de la
mano, máxime tratándose de sociedades arcaicas o de agricultores. Así “guná”
originalmente re refiere a la obra de la agricultura y de la caza, siendo los
recolectores de peces maestros de las cazadoras de semillas, siendo así la
riqueza –lo que para la cultura hispánica es la “lana”, para los zapotecos es
entonces el “agua”.
En la raíz de la etimología
Henestrosa destacó siempre el sentido metafórico y poético que anima al
lenguaje, siendo uno de los valores más preciosos de la lengua. El discurso del
sabio suriano se basaba entonces en los hispanismos que se convierten en voces
zapotecas y reversiblemente, en la coloratura que los zapotequismos toman al
verlos bajo el cristal de la lengua hispánica.
Las lenguas indígenas han sido lenguas vasallas. Por ello Henestrosa
desde la lengua reinante, desde el español, intentó siempre una labor de
fertilización y enriquecimiento, curándola así de su sufrimiento y liberándola,
por parcialmente que fuese, de su sometimiento.
Porque las formas
lingüísticas, que varían de región en región, aportan cada una algún elemento y
cada lengua es una amalgama de culturas que dan por resultado una cultura, una
manera de ser, como la manera inconfundible del ser del oaxaqueño. Porque el
idioma es para el hablante algo más que una gramática, una sintaxis y un
vocabulario, o una prosodia: y una ortografía; es un uso -único lugar donde es
interpretable y donde toma sentido el palabra. El idioma es también el ánimo
con que se la habla, la emoción con que se lo usa, y eso es muy difícil de
aprender, en especial el tonito, el gesto, el ademán con que lo hablamos, que
es lo más difícil de adquirir. Así, cada región geográfica y cultural aporta un
elemento y es por esos elementos que es muy difícil, que es una verdadera
hazaña aprender bien otra lengua, porque entraña el conocimiento de todo un
mundo.
Destroza, preocupado siempre
por hacer un uso pulcro del idioma, adquirió una amplia cultura, dándole un uso
culterano, incuso libresco a su conversación, sin despreciar por ello los
dichos y refranes populares. Aprendió y estudió entonces perfectamente el
idioma español, hasta proclamar haberlo dominado como oaxaqueño alguno.
XI.- La Escritura
Pensaba Henstrosa que uno se hace
escritor a fuerza de leer libros y un día se le a uno escribirlos. Pero lo que
hace a un escritor de verdad no es publicar libros. No hay por qué escribir 30
libros, basta con uno. Un libro puede resumirse muchas veces en una línea, en
una idea. Porque lo que hace a un escritor, decía Henstrosa, es decir lo que el
pueblo piensa y siente; porque como el pueblo no tiene la manera de decirlo,
entonces produce a quien lo diga, al escritor, al poeta, al escultor, al
músico, al pintor, para que diga lo que el pueblo pide y requiere que exprese.
Los artistas son así los medios por los que un pueblo expresa su más íntimo,
profundo, recóndito sentir. Por ello se
escribe para todo, no para unos cuantos, mucho menos para unos solo, porque el
escritor escribe siempre para otro –a fin de cuentas, escribe para la
humanidad.
Durante toda su vida a Andrés
Henestrosa se le criticó por ser un escritor escaso, parco, perezoso. No es
verdad. Porque además de ser un gran estudioso de la lengua zapoteca y
castellana, sobre ser un lector disciplinado e infatigable que publico hasta el
final de su vida, Destroza fue también uno de nuestros más caudalosos
periodistas, oficio que desempeño por más de 70 años, dejando como herencia a
la posteridad más de 20 mil artículos dispersos en toda una gama de periódicos
y publicaciones. Artículos, pues, que publicó y que, como Dios manda, se los
pagaron y con lo que se ayudó a vivir. Labor, sin duda, con la que ayudó a
modelar la opinión pública de su tiempo y que ahora constituyen un acervo
indispensable para la periodización de la cultura nacional, por desfilar entre
sus páginas sucesos y figuras, y cuyas páginas quedan ahora pendientes a la
tarea de la selección y compilación –paralelamente a lo que sucede en el caso
del fénix de la durangueñeidad, Don Héctor Palencia Alonso, animador
insobornable de la cultura local quien dejó entre las páginas de publicaciones
locales, nacionales y extranjeras no menos de 7 mil artículos periodísticos aún
por rescatar y organizar.
El escritor reconoció que, efectivamente,
el periodismo es un medio difícil, sujeto a presiones de grupos, partidos e
instituciones, acosado por males endémicos que distraen al periodista de su
verdadero deber y perseguido por la marginalidad económica. Empero, recalcó que
en el medio siempre hay alguno que resiste a todas esas tentaciones y rigores,
por lo que siempre hay alguien que se salva.
Andrés Henstrosa quiso escribir una
novela. No sabemos si la terminó, ni si entre los reliquias materiales que dejo
a su ausencia se haya preservado. Lo
cierto es que igual que Hernández con su Martí Fierro la platicó durante 50
años. No sabemos si como el gaucho de argento tuvo los meses felices para
redactarla. De cualquier forma esa novela, que es la historia mítica de su
vida, también lo caracteriza, porque un hombre vive no solamente por lo que
realiza, sino también por lo sueña, por lo que ensueña.
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