Los
Centauros
Por Alberto Espinosa Orozco
Por Alberto Espinosa Orozco
Inmediatamente después, entre los parientes
morfológicos del Unicornio, destacan sobre todo los Centauros, quienes merecen
capítulo aparte. Los hipotonies (seres monstruosos mitad hombre mitad caballo)
se dividen claramente en dos familias. Por un lado, los hijos de Cronos y de
Filira, de los que el viejo Quirón reclama la mayor celebridad y sabiduría,
representan la fuerza poderosa de la buena ley al servicio de los combates
justos. Por el otro lado, los ixionidas biformes, hijos de la imagen engañadora
de Hera metamorfoseada en nube y de Ixión (rey de Tesalia quien mató a su
suegro para no entregarle los regalos que le había prometido por la boda), los
cuales simbolizan la fuerza bruta, insensata y ciega. Porque en la salvaje
sangre que corre por las venas de la potente bestia equina fluye, unida a la
corriente de sabia divina, también la esencia humana – partida en dos desde el
centro mismo de su raíz por las posibilidades antagónicas del bien y el mal.
En efecto, por una parte los Centauros,
seres de una raza primitiva y salvaje, representan la inversión del caballero
andante o del jinete que doma y amaestra las fuerzas elementales: it est, la
supremacía de lo inferior, el espíritu debilitado dominado por las fuerzas del
instinto y del inconsciente, las cuales se adueñan de la persona y abolir la
lucha espiritual interior -reduciendo su ser al desenfreno de las tendencias
vulgares, del mero ser impulsivo o a la arrojadiza actividad de sus impulsos
zoológicos. Amantes del vino, las mujeres y los placeres sensuales son emparentados
por ello con los faunos, los silenos y el dios Pan griego. Simbolizan de tal
suerte la bestialidad humana imantada por las bajas pasiones del adulterio, la
venganza y la fuerza bruta, siendo propensos por ello al rapto, el robo y la
violación. Se les solicita así, alegóricamente, como imágenes de herejes y
concupiscentes. Demonios tempestuosos, los Centauros aparecen entonces como
espíritus dominados por la carnalidad y sus brutales violencias que, sin la
fuerza espiritual y su reino interior (intimidad), vuelven al hombre semejante
a las bestias, apareciendo en rebaños, atados entre sí en el gregarismo a que
conduce el hacer de su vientre una trampa. Acaso por ello su tramposo padre
Ixión es representado castigado en el más allá atado a una rueda que gira por
toda la eternidad.
La fábula más popular en que hayan figurado
los Centauros es el de su combate contra los Lapitas, quienes como huéspedes
los invitan a una boda en que conocen el vino. Un Centauro borracho llamado
Foló ultraja a la novia, hincando con ello la Centauromaquia –combate
reproducido por Fidias o sus amanuenses en el Partenón y cantado por Ovidio en
Libro XII de las Metamorfosis, pero también vislumbrado en la obra de Rubens.
Se cuenta que, vencidos por los Lapitas, los Centauros huyeron de Tesalia y que
Hércules a flechazos extermino su estirpe bárbara.
Lucrecio en el Libro V de su De rerum natura
muestra el desnivel de este engendro híbrido de la mitología o su imposibilidad
con un argumento biológicamente impecable y del todo convincente. En efecto, la
madurez equina lograda a los tres años haría convivir a un bebé balbuciente con
un caballo plenamente adulto, cuyo cuerpo moriría cincuenta años antes que el
del hombre. La imposible unidad somática de naturalezas tan alejadas en sus
ciclos de madurez y en sus espectros totales de vida no son sino un ingrediente
más a la reflexión sobre la naturaleza desequilibrada, entre infantiloide y
violenta, del bruto monstruo equino. Por su parte Durante Aligieri los hace
participar en el Canto XII del Infierno en su divina Comedia, que es el famoso
capítulo conocido universalmente justamente con el nombre de “Canto de los
Centauros”.
Hay que recordar que la expresión “Caballo”
en el sureste mexicano guarda en sus silabas un sustantivo monstruoso e
innominado, perteneciente estéticamente y con propiedad a la categoría de lo
maravilloso sombrío, pues el vocablo conserva la experiencia de los indios
americanos precolombinos al ver, seguramente con horror sagrado, la llegada de
los primeros conquistadores españoles cargados de arcos y flechas y montados en
los equinos que ellos desconocían, fundiendo en la visión inocente al jinete
con su cabalgadura.
Para saber de la otra rama de los Centauros,
la de los hipocentauros descendientes de Cronos (Saturno) y Filira, hay que
ocuparse del más justo de los Centauros, de Quirón, pero también de sus
hermanos. La leyenda lo hace maestro de Jasón, de Aquiles y de Esculapio, a
quienes enseñó las artes de la guerra, de la medicina y de la cirugía, pero también
de la música y la cinegética. Quirón, en efecto, fue iniciado en el arte médico
por obra del divino Apolo (visión mítica de la medicina), haciéndolo así
portaestandarte de la búsqueda primitiva de las causas orgánicas que liberan de
las prácticas supersticiosas de la magia. Pero paradójicamente Quirón lleva una
herida incurable en una de sus patas, inflingida por el arquero Heracles (Apolo
en tanto símbolo solar). El crónida Quirón, hijo del tiempo y por tanto
inmortal, renace a través de los siglos oponiendo su medicina a Zeus, padre de
Apolo, pues su arte se obstina en sólo curar el cuerpo, pero revelando en su
herida una incurable enfermedad del alma o, al menos, un desequilibro u
oscilación o desnivel entre las fuerzas del cuerpo y de la vida psíquica, cuya
armonía era buscada por la originaria medicina apolínea.
Como inigualable fuente modernista sobre
esta noble rama de la misteriosa estirpe híbrida hay que acercarse a Rubén
Darío (1867-1916), quien abiertamente penetró en la memoria para encontrar en
sus voces uno de los coloquios más sabios que de ellos se tenga alguna noticia.
Me refiero, claro está, al Coloquio de los Centauros, que fuera publicado en su
libro Prosas Profanas (1896).
Preside Quirón, el arquero luminoso dibujado
en el Zodiaco (Sagitario), el cual según cuenta la leyenda es herido por
Hércules en un combate, mostrando todavía “la roja herida por do no pudo salir
la esencia de la vida”, legando posteriormente su inmortalidad a Prometeo. Su
discurso destila, además de serenidad y encanto, sabiduría profunda. Junto con
Rubén Darío, Quirón va a exponer a sus huestes el delicado y complejo concepto
de la “unidad de la vida”, intentando resolver el problema planteado por el
pitagorismo y la filosofía posterior: que el uno en apariencia es muchos –la
esencia, pues, de la “apariencia” o del fenómeno. En efecto, la “unidad de la
vida” se da bajo aparente discordia –pero en el fondo la mujer es hermana del
hombre, el intelecto padre del cuerpo y la muerte es hija de la vida. Empero, en
lo profundo, el orden armónico del universo está controlado por el “ritmo”. Se
trata, es verdad, del galope rítmico de los Centauros, de las huestes de
Quirón, que cubren la llanura de la Isla de Oro –la isla del inmortal Ensueño
en que detiene su esquife el Argonauta Orfeo, en que el Tritón elige su caracol
sonoro y la Sirena Blanca va a ver el sol.
Quirón aparece entonces como el portador del
manjar salvaje: la fuente sana de la verdad que busca la triste raza humana –de
la que bebieron Esculapio, Aquiles y el mismo Heracles. Crónida al fin, el
Centauro empieza por advertir que la ciencia es flor del tiempo. Después de
recordarle a Orneo que: “Ni es la torcaz benigna ni es el cuervo protervo:/ son
formas del Enigma la paloma y el cuervo.”, va a contar algunos secretos de la
verdadera historia de Afrodita Uránica: es Venus, la Anadiomena, la lírica
sirena cuyo nombre es sonoro como un verso, y cuyo fuerte poder esta en hacer
de la Amargura un vaso de mirra y miel: es la Hermosura. Es la señora de los besos
y de los corazones, de las sabias y las atracciones, la princesa de los
gérmenes y de las matrices que hace gemir a la tierra de amor, es la Sirena
Blanca y es también la virgen pura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario