Retrato de Diego
Rivera: la Historia de un Comunista
Por Alberto Espinosa Orozco
Diego
María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos
Acosta y Rodríguez nació el 8 o el 13 de
diciembre de 1886, hijo de María del Pilar Barrientos Rodríguez, piadosa mujer
dueña de una tienda de dulces, y de Diego Rivera Acosta, maestro masón
librepensador e inspector de escuelas rurales.[1] Su hermano gemelo llamado Carlos falleció al año y medio de edad,
fecha a partir de la cual su madre padeció una larga neurastenia, como
consecuencia del drama infantil, aunado con el dolor y la pena que le producía
que su esposo Diego Rivera tuviera abiertamente su “casa chica”. A los tres
años de edad llenó las paredes de su cuarto con dibujos, por lo que su padre
puso a su disposición un cuarto forrado de pizarrones donde podía ejercitarse
hasta la saciedad.
A los cinco años de
edad se reveló como precozmente como el ateo que sería siempre, discutiendo en
plena iglesia con sus tías y el sacerdote sobre la existencia de Dios. El
gordito Diego era tan travieso e inquieto que sus compañeros encontraron su
verdadero nombre infantil: “Chilebola”, por gordo, juguetón y picoso. Lo crio
una bella india otomí, Antonia, quien lo introdujo en el bosque en las
prácticas ancestrales de la herbolaria y la brujería. Junto con su hermana
María Inés, la sencilla aldeana, de habla ruda y sólido pragmatismo, llevaba a
los niños a una montaña que domina Guanajuato para iniciarlos en los secretos
del mundo indio. Incluso le daba al Chilebola de beber leche directamente de
las tetas de una cabra. A la edad de seis años es un vago y se convierte en la
mascota de los burdeles de Guanajuato y a los nueve años tiene su primera
experiencia sexual con una joven institutriz de la escuela protestante. Con el
tiempo María del Pilar Rivera gozó de cierta fama entre el mundo pudiente de la
ciudad de México por realizar limpias según el más puro estilo de la santería.
Muy
pronto muestra su predilección por el dibujo y cuando se trasladó con su
familia a la Ciudad de México y entra a la Academia de San Carlos donde reinaba
un estéril academicismo de gusto afrancesado, teniendo la edad de 12 años,
confundiendo precocidad artística con precocidad sexual, entrando en la vida
adulta decidido a conquistarlo todo: su lugar en el mundo artístico, pero
también la gloria, las mujeres, el dinero, los poderes y bienes terrestres en
un apetito devorador que engloba la fórmula de la ambición.
En la
biografía de Gladis March la autora cita un pasaje en el que Diego Rivera
cuenta que en 1904, a
la edad de 18 años, asistió a las clases de anatomía en la facultad de
medicina, convenciendo a sus camaradas de comer carne humana para volverse
fuertes, siendo para él los pedazos más selectos los muslos y los senos de las
mujeres, así como el cerebro de una joven, que engullía cocinado a la
vinagreta. Contaba que sus experimentos con una dieta de carne humana incluía
particularmente la carne de muchachas jóvenes envuelta en tortillas declarando
que era como de lechón muy tierno. De ese cuento de ogro sacaba raja en sus
conversaciones parisinas, donde
confesaba, con la mirada sombría y la cara de palo, ser un caníbal –inflando
con ello su fama de gigante devorador de mujeres y de carne humana, capaz de
mover montañas.
Rivera fue un ogro devorador que incurrió en la inmoralidad de la
lujuria y del oportunismo. Fascinado por el dios Cronos, la historia terminó
por devorarlo, debido a su extremada ambición y ateísmo marcado. Fue también un
hombre generoso que ayudó a crear un mito modernizado de México en un arte sin
Dios: el mito de Frida Kalho, cuya ambiciosa credulidad e historia trágica la
llevó al albur del alcohol y en la pintura a un soberbio narcicismo
introspectivo.
Individualista anárquico, la vida sin sentido no siempre superable de
Diego Rivera fue la de una personalidad vivaz y contradictoria, muchas veces
incluso indescifrable. Su inteligencia estuvo permanentemente en conflicto al
decidir una combinación entre arte y política, las que se entrelazaban con
frecuencia de manera estrecha e indivisible. El torrente de su producción
pictórica realizó sistemáticamente estudios a lápiz de la realidad y de la
historia, encontrando las horas necesarias para redactar sus ideas, para
elaborar planes e información, para polemizar por escrito con políticos y otros
artistas, para escribir teorías. Fue
cubista, y adoptaría una sucesión en cascada de posiciones políticas, a veces
incongruentes entre sí, pues fue zapatista, leninista, nacionalista,
antiimperialista, comunista, troskista, almazanista, panamericanista,
lombardista, stalinista y un luchador por la paz.[2]
Diego
Rivera llevó a la traición la abyección
a su grado más patente de glorificación. No es que haya traicionado a sus
compañeros por traicionar la revolución, sino que traicionó a la revolución por
haber traicionado al hombre –por haberse traicionado a sí mismo. Su emblema fue
con las mujeres el de la infidelidad y socialmente el gregarismo –realidades
muy densas que reflejan el mundo en el que vivía. En el caso Trotsky llegó
incluso a ir más lejos.
Su
óptica deformante le permitía ver sólo lo que quería, producto de una marcada
egolatría. Su tipo era el del rebelde agasajado, la del disidente coptado por
el poder, exhibiendo un doble rostro por lo tanto que hace pensar en la
hipocresía, sirviéndose de la “razón histórica” para zigzaguear de un lado para
otro según sus propias conveniencias. Su ambición desmedida (hybris) se centró en la fama, en el
dinero, en las aventuras amorosas. Hedonismo y desmesura que tenía la forma
muchas veces del acaparamiento de privilegios por sus relaciones estrechas con
el poder.
Sin
embargo ya se dejaba sentir en la Secretaría de Educación una doble tendencia:
al protagonismo y a centrar los proyectos en pocas manos.
En su
libro de pedagogía estructurativa José Vasconcelos recalca que al salir de la
Secretaría de Educación se desistió Diego Rivera de seguir los planes
primitivos y comenzó a llenar los muros restantes con apologías descaradas de
los tipos políticos en boga y con caricaturas soeces de los que abandonaban el
poder –mientras en el viejo edificio de la Escuela Preparatoria José Clemente
Orozco llenaba los muros con su arte fuerte y sincero, aunque enfermo de
amargura y sarcasmo y Leal decoraba las escalera con temas de la conquista.[3] Durante el gobierno de Álvaro
Obregón (1920 - 1924) el licenciado José Vasconcelos fue ministro de la
Secretaría de Educación de 1921- 1924, sucediéndolo en ese mismo año Bernardo
J. Gastélum y durante todo el gobierno
de Plutarco Elías Calles (1924 -
1928) fue ministro de educación José Manuel Puig Casauranc.[4] En 1928 Diego Rivera pinta a Vasconcelos sentado de espaldas sobre un
elefante de bisutería dirigiendo su pluma una bacinica. En el patio posterior
del edificio que el mismo Vasconcelos había levantado, cuando el callismo
empezaba a ladrarle por lo que escribía desde su destierro, lo representó
Rivera en posición infame mojando la pluma en estiércol –creando con ello en el
medio mexicano una confrontación que hoy día todavía perdura. Nunca más
volverían a coincidir Rivera con Vasconcelos, ni siquiera durante la campaña
del educador a la presidencia de República de 1929.[5] Paralelamente a su laboren la SEP Diego Rivera pinta 39 frescos en la
Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, cerca de Texcoco, y participa en
la restauración del Palacio de Cortés en Cuernavaca.
El
estilo de Diego Rivera en sus composiciones para la SEP es el neoclásico,
estilo ideal donde la búsqueda de lo puramente bello fluctúa entre la expresión
sustancial de la cosa y la total transición hacia lo placentero El carácter de
este estilo es su suprema vivacidad (Lebendigkeit)
en una hermosa y apacible grandeza. Vivacidad de formas, miembros, movimientos,
donde todo es eficaz, dinámico y
excitante: el pulso mismo de la vida libre. Vivacidad que lo representa
todo por ser la expresión de una individualidad y una acción. Su claro llamado
al espectador es una complacencia hacia los demás, un agradecimiento, o bien
está libre de todo afán de agradar. Es así el arte de la representación de la
cosa: de lo sustancial concentrado o lo perfecto para ´si mismo. Arte:
apariencia –esforzada existencia en su ser para otros que pasa de su
simplicidad y solidez en si a su paulatina particularización, solidez simple y
dispersión, difundiéndose para otros en su constante existencia. Su mérito es
por ello el del encanto, que es lo sustancial encerrado en sí, despreocupado
para la gracia, que florece sólo en lo externo como una especie primera de
superficialidad. Por lo se da en este estilo la indiferencia, el bello desdén,
la confianza en si misma de la pura existencia que es una quietud en sí misma:
forma externa donde no se advierte ninguna reflexión peculiar, ni fin, ni
intención alguna, sino que cada expresión y cada signo no muestran más que la
intención y el alma del todo. Mundo donde ninguna exteriorización es reprimida,
donde cada miembro aparece para sí y se alegra de su existencia propia –aunque
resignándose a ser sólo un momento del todo. Se trata, pues, del encanto de la
vida donde sólo dominan las cosas en la profundidad y determinación de la
individualidad en la plena multiplicidad de sus rasgos que convierten la
apariencia en algo distinto, viviente y actual. Liberación de la cosa como tal
para tenerla plenamente en subida concreta.
Tendencia,
pues, hacia el lado externo de la apariencia, lo que vuelve al estilo agradable
y placentero o hacia la vivacidad de la cosa misma. Es lo placentero que se
manifiesta en lo externo como fin –per deviniendo un problema para sí. Se trata
del tránsito del estilo elevado a lo seductor, donde las particularidades se
vuelven más independientes, se intercalan como adornos y agregados,
premeditados o contingentes, a la cosa, halagando la subjetividad para la que
han sido creadas.
Estilo
cultivado en el deleite donde se da la versatilidad y el deseo por
complacer y la elegancia desarrollada
–dejándose llevar por lo forzado, por lo colosal o por desagradable para
impresionar. Por ello cae en la accidentalidad de la apariencia, convirtiendo
por tanto a la creación misma e esa accidentalidad, dejando por tanto de
importar la sustancia de la cosa y la forma necesaria fundada en si misma, sino
que trasluce el artista con su intención subjetiva ser su obra una confección
de aptitud en la ejecución, de mera habilidad y destreza. El público se libera
así del contenido esencial de la cosa para dialogar sólo con el artista al
través de su obra, entendiendo lo que el artista ha querido decir y admirando
su habilidad para decirlo. De tal manera alaga la vanidad de espectador y
satisface con ello su subjetividad, siendo por tanto el campo propio para el
enjuiciamiento subjetivo del arte.
Estilo que también incurre en afrancesamiento, el gusto por lo
atrayente, lo lisonjero, lo efectista, la tendencia hacia la frivolidad
placentero y a los contenidos superficiales. En la pintura épica también en cuanto su contenido histórico, que forma
la objetividad en su existencia exterior o que capta el mundo parla
representación en la forma de lo objetivo y para la representación interna como
objetivamente prendido, es decir, como teoría: como expresión alegórica
integrada básicamente por imágenes.
Arte
total, pues, que deriva hacia los tipos híbridos, anfibios o en estado de
transición, que no muestran la excelencia y libertad que la naturaleza. Géneros
intermediarios cuyos aspectos graciosos y placenteros no son sin embargo del
todo perfectos. Arte que sin embargo termina no siendo más que moda: la moda
moderna de descubrir en el arte la auténtica religión –la religión del arte: lo
verdadero, lo absoluto. Así, el arte se coloca por arriba de la religión y de
la filosofía –pero no en abstracto, porque contiene al mismo tiempo la idea de
la realidad para la intención y para los sentimientos. Sin embargo, bajo el
estilo neoclásico Rivera aparece como el antiguo narrador de milagros atroces.
Su historia es la del viajero que trae del porvenir una flor, pero ésta está
marchita. Es el historiador de los hombres bestiales que en la noche fantasean
un fútil credo servil o que invoca los horrores de los césares.
La
escuela de arte “La Esmeralda”, creada a instancias de Gabriel Fernández
Ledesma y sus hermanos quienes promovían la creación de escuelas rurales y
urbanas, tuvo como primer director a
Guillermo Ruiz “El Corito”, El 10 de
marzo de 1927 se abre así la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa, su
antecedente inmediato, en el Patio del Ex Convento de la Merced, implementando
la escuela un método de trabajo colectivo, a manera gremial, en un intento de
realizar un arte auténticamente democrático, que valorara el orgullo del
trabajo manual, la sensibilidad y la espontaneidad, haciendo obras saludables
por su sencillez y naturalidad. Contaba también con talleres de herrería y
orfebrería, inspirándose en las formas tradicionales del arte colonial y, en
menor medida, del prehispánico. La
Escuela Libre de de escultura y Talla Directa se ocupaba así de la formación de
canteros, herreros y tallistas. En la década de los 30´s la escuela se traslada
al callejón de “La esmeralda” y en1943 se convierte en la Escuela nacional de
Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” contando con su primer plan de
estudios.
El
número de maestros de educación primaria aumento de 9, 560 en 1919 a 25, 12 en
1921. Los inicios de actividades de la
SEP se caracterizaron por su apertura, amplitud e intensidad. Se organizaba
cursos, se abrían escuelas, se editaban libros y se fundaban bibliotecas. El
proyecto educativo nacionalista recuperaba también las mejores tradiciones de
la cultura universal. Vasconcelos
rechazaba el pragmatismo de la escuela norteamericana de Dewey, cosa que daría
un dramático vuelco con Calles. Vasconcelos lejos de rechazar e trabajo manual
lo tenía en aprecio –siempre que se
añada a él el razonamiento y el conocimiento teórico. Sin embargo el callismo di un giro
espectacular a la educación artística, la cual empieza a promoverse en un
sentido decididamente pragmático. Aunque se fundan los Talleres Técnicos e
Industriales donde pretendidamente se fusionaría el arte y la técnica, lo
cierto es que al trabajador sólo se le daba una capacitación manual. Incluso
los Talleres Infantiles preparaban sólo para los oficios industriales. Así, el
discurso oficial que hablaba de liberar
la fuerza creadora de la raza, de incentivar en el niño la propia creatividad,
lo hacia sólo como añagaza para la incorporación del proletariado al desarrollo
económico. El Estado en su alianza con la clase obrera desarrolla así una
“cultura proletaria” mediante las escuelas técnicas e industriales. Sin embargo
algunos programas siguieron vigentes, como los Centros Populares de Enseñanza
Artística Urbana, donde se vio en el arte un medio democratizador, donde los
grupos marginados urbanos y rurales podían tomar conciencia de su entorno,
medir sus posibilidades expresivas y su propia sensibilidad.
Esta
obra de Rivera ha sido considerada por la crítica oficial como la “Capilla
Sixtina” mexicana y obra cumbre del arte mexicano moderno, pues en su unidad
plástica, por su armonía de colores rojos, ocres, rojos tierra, azules, logra
expresar la gracia y la fuerza de los desnudos.
Los
caracteres alegóricos son realidades intermedias entre las realidades absolutas
de la vida y las puras abstracciones del entendimiento lógico. Para el pintor,
como para el místico, el mundo entero no es más que un dilatado sistema de
símbolos –pero ninguna interpretación agota el símbolo ni puede agotarlo. En
Chapingo Rivera lleva acabo la alegoría del matriarcado y de sí mismo,
intentando la divinización de sí mismo en un subjetivismo extremo cuyo único
asidero es la muerte. Mundo sin trascendencia, donde lo más moderno comulga con
lo más antiguo en una especie de involución destructora donde todo signo puede
ser contrario –donde poder leer también la crítica y la autocrítica de la
modernidad.
La
filosofía de Rivera es la del materialismo gnóstico –que investiga la Anábasis
fundamental y el punto alfa. Es la filosofía del panteísmo, la filosofía del
Uno-Todo en el que Deus-Natura-Homo no hacen más que uno. Es la representación y
la vivencia del universo que se expande sideralmente, presentado a nosotros
desde una visión pico-química, como vías de enrollamiento orgánico sobre sí
mismo. Se trata del esfuerzo por ver nacer la vida, de ver comenzar el
movimiento de las formas y el deseo de ser todo, de ladrar, de mugir, de
aullar, de volar. Es el fútil intento de estar en todo, de emanar con lo
olores, desarrollándose como las plantas, de discurrir como el agua, de vibrar
como el sonido, de bailar como la luz, de acurrucarse sobre todas las formas
para penetrar en cada átomo y descender hasta el fondo de la montaña para ser
la matera misma.
En
el fondo se trata del culto al dios de la dicha fácil y de la embriaguez
(Dionisio), de la materia que llama por estar ahí solicitando al hombre para
abandonarse a ella sin reservas y para que la adorase. Efusión por las formas
que es también disolución en ellas. Búsqueda del punto alfa más allá de todo (principium individuationis) que pretende
ser una salvación por el conocimiento de la materia –pero que sólo se logra
secularizando el tiempo y la vida, reinando entonces la preocupación, si no se
lo mitologiza, después de haberlo desacralizado. El carácter iniciático y
soteriológico no puede ser así sino el de la utilización de estructuras religiosas
residuales de la iglesia monista: la celebración de la llegada de las
estaciones, renovando la arquitectura de los templos adornándolos, no con
imágenes de santos y crucificados, sino con representaciones tomadas de las
bellezas naturales: con la fuerza creadora de los trópicos, de los corales, las
estrellas y las medusas tomados como un altar mayor.
Mundo
primitivo e infantil. Mito del mundo uno y armonioso, pues su mundo es el gran
imperio vital del existir. El alma sólo tiene un rostro hacia afuera y no hay
mito del alma, que no conoce el mundo de adentro, el reino invisible, el reino
interior, únicamente accesible al alma. Se trata del concept existencial, de la
imagen de la existencia perfecta y redonda en sí –radicalmente en contra de la
idea de José Clemente Orozco con su Prometeo, donde se postula un centro nuevo
con medidas nuevas.
Pintura existencial, es verdad, donde lo que se vive no es propiedad de
su alma, sino una parte del mundo y su formaciones -quedando anclado en las
profundas soledades de un más allá amorfo. Sin embargo, reconoce en la imagen
del mundo los rasgos de lo vivido tan fielmente que lo contemplado nos
enternece por la verdad de su contenido, que se eleva hacia lo grandioso.
Porque la postura existencial trata del hombre definido por sus inclinaciones y
convicciones y obligaciones exteriores –impuso que no lleva de dentro hacia un
centro sentimental y una voluntad fundamental, sino que impulsa hacia afuera, a
la fuerza centrífuga que tiene hacia la grandeza del mundo. Empero, en su
agrado hacia lo objetivo y existencial, hacia el ser del mundo, pude sentir lo
divino, sentir al gran ser que circunda al hombre y a sus figuras vivas –por lo
que conocerlas a ellas es conocerse a sí mismo, siendo lo decisivo ponerse en contacto
con ellas (parabién o para mal). Pero esa esfera dudosa y funesta que lo atrae
es un hechizo que aparta del orden y del deber, ante lo cual invoca su poder y
su grandeza. La conciencia no lo tortura, pues es un asunto de inteligencia que
sigue su hechizo, no del sentimiento, del alma o de la voluntad, pero que sin
embargo es oscurecida –trayéndole ello daño a su vida y a su honor. Error
oriundo de buscar el motivo de la decisión moral no en la voluntad, sino en el
conocimiento. Su mito es el mito mundial, no el mito anímico, donde actúa el
conocimiento sobre la voluntad y el sentimiento.
Por
un lado marca por el camino sinuoso y bifurcante del Partido, el cual añade a
la nota del gregarismo la de la confusión ideológica, donde se da una mescla de
“iniciados” y de verdugos de la humanidad donde irremediablemente sobreviene el
debilitamiento de los poderes metafísicos hallando como final escollo una falsa
idea del amor. Por otra parte se encuentra la sin-razón de la denuncia, el odio
a una libertad que no supieron utilizar sino para corromperla, sobreviniendo un
sentido exclusivista de la propiedad por renuncia al diálogo.
Como
resultad de ello el confinamiento existencial –donde se da abiertamente entre
algunos de los artistas la idea y consecuente práctica y del intento
desesperado de vivir como antes del bautismo, de vivir sin tener en cuenta a
Dios, de vivir como sin obedecer sus mandatos como si Dios no existiera. Confusión que llevaría a
lamentables rebajamientos de lo simbólico y de lo religioso incluso donde se
dan cita toda case de costumbres exóticas, de malentendidos y de supercherías y
de historias novelescas fabulosas en las que el héroe es un gandul, un héroe
moderno.
Más
específicamente se trata de la desmesura, del intento a veces bochornoso de
deificarse en vida. Es la hybris
fáustica, de lo sin medida ni limite preciso, en cierto sentido de lo
monstruoso. Porque Diego Rivera fue a la vez ogro, combatiente de la revolución
cultural de Vasconcelos, un gigante, un titán y un guasón, un bufón que tiene
el descaro de casarse con Frida Kalho a la que le dobla la edad y en terceras
nupcias un 21 de agosto de 1929. Junto con Frida prácticamente hasta su muerte,
van a vivir juntos o separados la gran aventura de la modernidad.
Es
poco antes del matrimonio que llega el periodo más fecundo de Diego Rivera
cuando pinta los124 frescos en los muros de la Secretaría de Educación Pública,
en Cuernavaca que despliegan por cerca de medio de kilómetro cuadrado, pinta y
paralelamente 39 tablero más para la Escuela Nacional de Agricultura de
Chapingo, cercana a Texcoco, donde describe la historia del estado de Morelos,
y en el Palacio de Hernán Cortez en Cuernavaca, donde describe la gloria de la
cultura de los pueblos indígenas. Trabajo colosal en el que destacan las
influencias europeas ya perceptibles desde la preparatoria, un cierto
bizantinsmo, manierismo de grandeza, compresión basta de los volúmenes
monumentales en la arquitectura, siendo a la vez Rivera un gran escenógrafo, un
hombre de teatro y un narrador popular. Retrata también la amargura del pueblo
cuando la revolución es prontamente conquistada por las fuerzas habituales de
la burguesía y la ambición personal de los caudillos, quienes arrebatan,
explotan, extorsionan y por último esquilman o mutilan al pueblo. Por una
parte, cumplimiento de los ideales del muralismo como un arte al servicio del
pueblo y en la fe en la cultura popular mexicana, pero sobre todo fe en la vida,
en la belleza sensual del cuerpo femenino en su presentación impúdica, violenta
–en una especie de visión mítica del cuerpo de la mujer. Coronado en la Escuela
de Agricultura de Chapingo, donde en el ábside del tempo aparece el cuerpo
desnudo de Lupe Marín, provocador y cósmico, que nos indica el culto de una
religión pagana que participa de los mitos ctónica en la adoración de la
Mujer-Terra, fecunda y generosa, de senos henchidos y de vientre amplio y
dilatado en los que se delata cierto impudor. Durante toda esa larga serie el
artista mexicano va dando cuenta de una gran versatilidad de estilos o maneras,
en una temática fuertemente nacionalista exorbitada un poco por la enumeración,
multiplicada muchas veces, de sus modelos.
En el
año de 1952 Diego Rivera se encontró en el Congreso de los Pueblos por la Paz
celebrado en Viena, a su viejo amigo de París Ilya Erembrug, luego de 30 años
de no verse, enredándose sin embargo en una serie de discusiones fastidiosas
sobre la pintura mural y la de caballete. El novelista reconoció que Diego
Rivera había intentado resolver uno de
las tareas más difíciles de nuestra época: la creación de una pintura mural.
Sus obras de caballete siempre tuvieron, salvo al final, una gran fuerza
pictórica, no así sus murales cuya función social difícilmente entendió.
Innumerables veces se pintó en ellos con el rostro de un niño. Hiso las paces
con los comunistas y los maristas teniendo a Lenin como su mito desde 1917
hasta su muerte. Criticó el formalismo
de Rufino Tamayo negándolo, aunque también eso enmendaría cuando pocos días
antes de morir al único pintor que citó para despedirse fue Rufino Tamayo a
quien siempre consideró mejor que el mejor pintor de la escuela de París de su
generación. En el año de 1955, cuando Rivera fue a Moscú a curarse en la próstata, visitó a Heremburg y al
recordar el pasado resurgió todo lo que había en el pintor mexicano de de
infantil, de franco y cordial y conmovedor se hizo presente en esa última velada
llenando de golpe el espacio con su presencia, pues si nuestra época a
constreñido a muchos, la época de Rivera tuvo que constreñirse a él.[6]
El
famoso fotógrafo Edward Weston lo describe de mirada infantil y frente
prominente y lisa a la manera de una cúpula inmensa. Un mestizo donde se daba
la combinación de todas las razas, con excepción de la anglosajona: la suavidad
y la corpulencia del italiano, de lengua suelta y con aspecto de conocer el
español, las manos cuadradas de indio mexicano, pequeñas y febriles, una mirada
viva con apariencias de reflejos, mirada de estallidos melancólicos e
inteligente de judío, pues descendía de Inés Acosta, su abuela paterna quien
descendía de judíos portugueses. Rivera tenía los ojos muy grandes y
excesivamente separados. Un aspecto apacible y algo distraído, de una reserva
que frisaba en la timidez con los
silencios del ruso. Hombre de mucha actividad, sibarita, muy inestable y
celoso. José Clemente Orozco lo
denominaba con los epítetos más sarcásticos: Pobre fat man, Diegoff Riveritch Romanof, potentado, mastodonte, líder
folklórico, rajón, fulano de tal, la puerca, el Sorolla azteca, tlaxcalteca o
azteca, la pianola de la pintura… Reconocía sin embargo en él a un trabajador
infatigable, que al igual que las pianolas
basta con meterle un
rollo impresionista, cubista, primitivista, para que toque in cesar, pues no se
cansaba nunca.
Anita
Brennen recuerda su encanto generoso de espíritu untuoso en la enormidad de su
apariencia de aspecto aterrador de gigante, de una fuerza a veces terrible de
la naturaleza, un seductor devorador de mujeres ante cuyo poder se rinde,
dominador y sensual. Suavidad de rostro contrastante con la enormidad de su
palabra cuya lengua relataba las historias de una infancia sobrenatural.
Elié Faure sin embargo lo
recuerdo menos como un mitógrafo que como mitómano que viviera diez siglos
antes de Homero, un charlatán que se alimentaba francamente de lo imaginario,
un creador de fábulas, un embustero y un fanfarrón, un monstruo bebe que Le
Clezió describe como un Pantagruel reduplicado en Panurgo. Un personaje
semifrabricado, semireal. El ogro, el embustero, el gigante de la pintura
moderna. Sus costumbres disolutas y sus matrimonios sucesivos que lo llevaron a
explorar los extremos de la época moderna, la aventura del historicismo en las
letras y del naturalismo en arte. Rivera, hombre obsesionado por el éxito,
entró en el succionarte torbellino de políticos, de intelectuales y de hombres
de dinero para desarrollar un arte de rumores fantásticos dominada por la
ambición, donde el apetito devorador intenta justificarse en una supuesta
precocidad sexual confundida con la artística. Conquistador que toma la
decisión de tomar todo lo conquistable: posición artística y social, mujeres,
gloria, dinero, poderes, bienes terrenales.
Expresión de la voluntad, de la fuerza, de la vitalidad, como momento
histórico de una radical independencia de espíritu que en la pintura y obra de
Diego Ribera es emblema histórico de un momento de la vida de México. Furor
estético de hacer, de pintar en el alma de un trabajador desmesurado. Rivera
quería que sus cuadros reflejaran la vida social de México bajo su óptica,
siendo así una esponja y un condensador de las luchas sociales y de los anhelos
de las masas.
Diego
Rivera llevó a cabo una portentosa labor en la decoración de los muros
públicos. Entre otras obras deben mencionarse los murales para la escuela de Escuela
de Agricultura de Chapingo (1925-1927) y muy notablemente los frescos
del Palacio
Nacional, en los que trabajaría seis años (1929-1935), pero sobre los
que volvería en los últimos años de su producción (1952- ) Se trata de una de las obras más
ambiciosas de Rivera y, hay que decirlo, más desafortunadas. No sólo incurrió
en el defecto de la pintura de estructura narrativa al intentar acomodar en un
espacio limitado el panorama completo de la historia mexicana, sino que también
pretendió articularla en torno de la lucha de clases como factor explicativo
preponderante, resultando el conjunto no sólo de una densidad abigarrada de
figuras y sucesos temporales, sino lo que es más cuestionable, de una densidad
que se antoja a la vez indigesta y excesivamente simplificada.
Pintó
también en el Palacio de Hernán Cortes en Cuernavaca (1930) y en el Hotel
del Prado, hoy desaparecido, El sueño del domingo en el Parque de la
Alameda (1947-1948). Cabe señalar que a diferencia de los otros muralistas
Diego Rivera cuidó muchos sus relaciones con la alta burguesía nacional y
extranjera, tendiendo relaciones estrechas con la alta burocracia nacional,
reclamando siempre para él la tajada del león pues, congruente con sus
posiciones marxistas quería el mismo lograr una posición de preferencia
absoluta, y al hacer bajar la idea al suelo material del devenir histórico
hasta divinizarse él mismo al través de su obra.
Rivera fue un ogro devorador que incurrió en
la inmoralidad de la lujuria y del oportunismo. Fascinado por el dios Cronos,
la historia terminó por devorarlo, debido a su extremada ambición y ateísmo
marcado. Fue también un hombre generoso que ayudó a crear un mito modernizado
de México en un arte sin Dios: el mito de Frida Kalho, cuya ambiciosa
credulidad e historia trágica la llevó al albur del alcohol y en la pintura a
un soberbio narcicismo introspectivo.
Individualista anárquico, la vida sin sentido no siempre superable de
Diego Rivera fue la de una personalidad vivaz y contradictoria, muchas veces
incluso indescifrable. Su inteligencia estuvo permanentemente en conflicto al
decidir una combinación entre arte y política, las que se entrelazaban con
frecuencia de manera estrecha e indivisible. El torrente de su producción
pictórica realizó sistemáticamente estudios a lápiz de la realidad y de la
historia, encontrando las horas necesarias para redactar sus ideas, para
elaborar planes e información, para polemizar por escrito con políticos y otros
artistas, para escribir teorías. Fue
cubista, y adoptaría una sucesión en cascada de posiciones políticas, a veces
incongruentes entre sí, pues fue zapatista, leninista, nacionalista,
antiimperialista, comunista, troskista, almazanista, panamericanista,
lombardista, stalinista y un luchador por la paz.[7]
Diego
Rivera llevó a la traición la abyección
a su grado más patente de glorificación. No es que haya traicionado a sus
compañeros por traicionar la revolución, sino que traicionó a la revolución por
haber traicionado al hombre –por haberse traicionado a sí mismo. Su emblema fue
con las mujeres el de la infidelidad y socialmente el gregarismo –realidades
muy densas que reflejan el mundo en el que vivía. En el caso Trosky llegó
incluso a ir más lejos.
Su
óptica deformante le permitía ver sólo lo que quería, producto de una marcada
egolatría. Su tipo era el del rebelde agasajado, la del disidente coptado por
el poder, exhibiendo un doble rostro por lo tanto que hace pensar en la
hipocresía, sirviéndose de la “razón histórica” para zigzaguear de un lado para
otro según sus propias conveniencias. Su ambición desmedida (hybris) se centró en la fama, en el
dinero, en las aventuras amorosas. Hedonismo y desmesura que tenía la forma
muchas veces del acaparamiento de privilegios por sus relaciones estrechas con
el poder.
Por
un lado marca por el camino sinuoso y bifurcante del Partido, el cual añade a
la nota del gregarismo la de la confusión ideológica, donde se da una mescla de
“iniciados” y de verdugos de la humanidad donde irremediablemente sobreviene el
debilitamiento de los poderes metafísicos hallando como final escollo una falsa
idea del amor. Por otra parte se encuentra la sin-razón de la denuncia, el odio
a una libertad que no supieron utilizar sino para corromperla, sobreviniendo un
sentido exclusivista de la propiedad por renuncia al diálogo.
Como
resultad de ello el confinamiento existencial –donde se da e intento
desesperado de vivir antes del bautismo de vivir sin tener cuenta a Dios, de
vivir como si Dios no existiera. Confusión que llevaría a lamentables
rebajamientos de lo simbólico y de lo religioso donde se dan cita toda case de
malentendidos y supercherías.
No es
desconocido el exotismo y los lujos orientales con el que vivió en compañía de
Frida Kalho, famosa por su libertinaje sexual y lesbianismo, adquiriendo
residencias como la que compró a los padres de Kalho y a la que hizo una
ampliación en piedra volcánica en el lote anexo que compraría en tal y tal ,
edificando posteriormente las dos torres del gran taller de San Ángel,
rematando todo aquel delirio incontenible de grandeza el adusto y monumental
edificio piramidal de piedra volcánica del Anahuacalli.
[1] El otro gemelo de Rivera, Pablo Ruiz Picasso, nació en Málaga el 25 de octubre de 1881 y muerto
en Mougins, Francia el 8 de abril de 1973, también va a inventase un nombre
estrambótico: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los
Remedios Cipriano de las Santísima Trinidad Mártir Patricio Clito Ruiz y
Picasso. Fue miembro del Partido Comunista Francés hasta su muere. Como a
Rivera sus contemporáneos le pusieron el remoquete de “Toro” por su inclinación
a devorar sexualmente a las mujeres y a todo lo que se le acercara.
[2] Raquel Tibol, Diego Rivera.
Luces y Sombras. Pág. 87.
[3] José Vasconcelos, De Robinson a Odiseo, Pág. 214.
[4] Gobierno de Porfirio Díaz
(1884 - 1911)
(1905 - 1911): Justo
Sierra Méndez
Gobierno
de Francisco León de la Barra (1911)
Gobierno
de Francisco I. Madero (1911 - 1913)
(1911 - 1912): Miguel Díaz Lombardo
Gobierno
de Victoriano Huerta (1913 - 1914)
Gobierno
de Francisco Carvajal (1914)
Gobierno
de Álvaro Obregón (1920 - 1924)
(1921 - 1924): José Vasconcelos
Gobierno
de Plutarco Elías Calles (1924 - 1928)
(1928): Moisés Sáenz
Gobierno
de Emilio Portes Gil (1928 - 1930)
(1928 - 1929): Ezequiel Padilla
(1929 - 1930): Joaquín Amaro
Gabinete de
Pascual Ortiz Rubio
(1930 - 1932)
(1930): Aarón Sáenz
[5] Raquel Tibol, Diego Rivera. Luces y Sombras. Pág.
75.
[6] Raquel Tibol, Diego Rivera: Luces y Sombras. Pág. 154 y 155.
No hay comentarios:
Publicar un comentario