Germán Valles Fernández:
la Fascinación y los Fantasmas
XII.- Creación y
contemplación Por Alberto Espinosa Orozco
12a Parte y Última
La
creación por principio significa equilibrio, organización, fertilidad, estilo.
En un sentido más radical significa luz: concentrarse en un objeto para darle
vida, hacer que viva un lenguaje, que las cosas comuniquen, que podamos
dialogar con ellas. Es entonces entrar a un estado de apertura donde se pueda
vivir de forma trasparente. Cuando una
persona vive así, cuando esa persona es creadora, entonces comunica, y al
hablar nos obliga a dejar atrás nuestros disfraces –porque también nos revela,
nos hace verdad, obligándonos a decir quien somos. Acto de despojamiento del
mundo de las ilusiones que equivale también a un acto de desnudamiento; pero de
una desnudez que no nos petrifica, sino que por el contrario nos desentume de
los hielos, que entibia el pecho sin caldear a la mirada y que por ello
convierte todo en creación y en vida –que puede curar con la enfermedad y
aliviar con el dolor, que puede también, como el amor, dar lo que no tiene.
El
artista Germán Valles Fernández es de esa estirpe. Porque su contemplación es
la de la energía luminosa y clara, es la de la concentración del espíritu, de
donde nace la vida. Su tarea así desde el principio ha sido la de restaurar la
luz para inflamar el fuego del espíritu y hacer correr el agua de la vitalidad;
también la de refrenar el alma inferior y oscura, que desprecia la vida y de
donde proviene toda sensualidad que afecta el temperamento, para disolver sus
tinieblas y transformarla su humedad en agua clara -tomando para ello como base
la tierra de la atención, el sentimiento de respeto a la ley moral y la energía
luminosa y clara del alma superior que aprecia la vida.
Sin
embargo su labor tiene que marchar forzosamente a contrapelo, porque en la edad
contemporánea nuestra nadie se preocupa por su alma y nadie le interesa su
propio misterio (su puesto y lugar en el cosmos). Sed de absoluto, pues, que no
se ha de saciar en las fuentes corruptas de los misterios degradados, ni en el
sensualismo contingentista, o en el
pasado oscuro de la historia de la humanidad, menos aún en las locuras de los
convencionalismos, en la mediocridad espiritual, en la opacidad metafísica o en
el agnosticismo perturbado. Hambre de totalidad y de reconciliación, pues, que
sólo puede alcanzarse por medio de una visión del mundo sub especie aeterniti, como aquel sentimiento para los obras de
arte que establece una norma, un criterio de contemplación a la manera de un
principio de validez, por tanto más metafísico que estético. El arte es
entonces concebido como una labor que debe conducir al espíritu –subiendo paso
a paso por las escaleras del conocimiento trascendente, restableciendo por tanto
las normas de la condición humana –las cuales apenas apelan de lejos a la
individualidad, concentrando su atención en la luz, en el símbolo, en el canon,
en la armonía y en la ley eterna.
Esfuerzo
sostenido de detenerse, de pararse en sitio, de resistir, deseando
simultáneamente la liberación de todos los seres, para hacer volver a la vida a
las cosas putrefactas. Parada en sitio, pues, visión, que se extenúa por
perseverar en el camino para asegurar la permanencia de la nobleza humana y el
desarrollo del espíritu –a pesar de tener que enfrentar el espectáculo de los
ojos ciegos, de los hombres que esclavos de sus propias concupiscencias caen y
caen cada vez más bajo. Visión que no por ello deja de comunicarnos las cosas
elevadas en su esfuerzo por sublimar la mente; que nos hace comprender también
la idea de la unidad de la vida -que no somos seres independiente como los
átomos separados, que somos uno con el cosmos, pues así como el universo afecta
nuestras vidas, las acciones del hombre no resultan indiferentes a la
totalidad. Visión, pues, que nos recuerda también la verdad antropológica de
que a cada hombre toca volver a recorrer el camino, compensando el equilibrio
perdido en cada era con sus acciones, equilibrando con ello su mundo al
solidarizarse con los niveles existencia que participan de la vida haciendo que
los ojos sean las ventanas del alma –porque aunque pequeño y sin poder el ojo
humano no es menos que un espejo donde se reflejan los espacios estrellados.
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