viernes, 28 de febrero de 2014

XII.- Creación y Contemplación Por Alberto Espinosa Orozco


Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
XII.- Creación y contemplación Por Alberto Espinosa Orozco 
12a Parte y Última




   La creación por principio significa equilibrio, organización, fertilidad, estilo. En un sentido más radical significa luz: concentrarse en un objeto para darle vida, hacer que viva un lenguaje, que las cosas comuniquen, que podamos dialogar con ellas. Es entonces entrar a un estado de apertura donde se pueda vivir  de forma trasparente. Cuando una persona vive así, cuando esa persona es creadora, entonces comunica, y al hablar nos obliga a dejar atrás nuestros disfraces –porque también nos revela, nos hace verdad, obligándonos a decir quien somos. Acto de despojamiento del mundo de las ilusiones que equivale también a un acto de desnudamiento; pero de una desnudez que no nos petrifica, sino que por el contrario nos desentume de los hielos, que entibia el pecho sin caldear a la mirada y que por ello convierte todo en creación y en vida –que puede curar con la enfermedad y aliviar con el dolor, que puede también, como el amor, dar lo que no tiene.



   El artista Germán Valles Fernández es de esa estirpe. Porque su contemplación es la de la energía luminosa y clara, es la de la concentración del espíritu, de donde nace la vida. Su tarea así desde el principio ha sido la de restaurar la luz para inflamar el fuego del espíritu y hacer correr el agua de la vitalidad; también la de refrenar el alma inferior y oscura, que desprecia la vida y de donde proviene toda sensualidad que afecta el temperamento, para disolver sus tinieblas y transformarla su humedad en agua clara -tomando para ello como base la tierra de la atención, el sentimiento de respeto a la ley moral y la energía luminosa y clara del alma superior que aprecia la vida.
   Sin embargo su labor tiene que marchar forzosamente a contrapelo, porque en la edad contemporánea nuestra nadie se preocupa por su alma y nadie le interesa su propio misterio (su puesto y lugar en el cosmos). Sed de absoluto, pues, que no se ha de saciar en las fuentes corruptas de los misterios degradados, ni en el sensualismo contingentista,  o en el pasado oscuro de la historia de la humanidad, menos aún en las locuras de los convencionalismos, en la mediocridad espiritual, en la opacidad metafísica o en el agnosticismo perturbado. Hambre de totalidad y de reconciliación, pues, que sólo puede alcanzarse por medio de una visión del mundo sub especie aeterniti, como aquel sentimiento para los obras de arte que establece una norma, un criterio de contemplación a la manera de un principio de validez, por tanto más metafísico que estético. El arte es entonces concebido como una labor que debe conducir al espíritu –subiendo paso a paso por las escaleras del conocimiento trascendente, restableciendo por tanto las normas de la condición humana –las cuales apenas apelan de lejos a la individualidad, concentrando su atención en la luz, en el símbolo, en el canon, en la armonía y en la ley eterna. 



   Esfuerzo sostenido de detenerse, de pararse en sitio, de resistir, deseando simultáneamente la liberación de todos los seres, para hacer volver a la vida a las cosas putrefactas. Parada en sitio, pues, visión, que se extenúa por perseverar en el camino para asegurar la permanencia de la nobleza humana y el desarrollo del espíritu –a pesar de tener que enfrentar el espectáculo de los ojos ciegos, de los hombres que esclavos de sus propias concupiscencias caen y caen cada vez más bajo. Visión que no por ello deja de comunicarnos las cosas elevadas en su esfuerzo por sublimar la mente; que nos hace comprender también la idea de la unidad de la vida -que no somos seres independiente como los átomos separados, que somos uno con el cosmos, pues así como el universo afecta nuestras vidas, las acciones del hombre no resultan indiferentes a la totalidad. Visión, pues, que nos recuerda también la verdad antropológica de que a cada hombre toca volver a recorrer el camino, compensando el equilibrio perdido en cada era con sus acciones, equilibrando con ello su mundo al solidarizarse con los niveles existencia que participan de la vida haciendo que los ojos sean las ventanas del alma –porque aunque pequeño y sin poder el ojo humano no es menos que un espejo donde se reflejan los espacios estrellados.



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