miércoles, 19 de febrero de 2014

VIII.- Germán Valles Fernández: La Maceración de la Carne Por Alberto Espinosa Orozco

Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
VIII.- La Maceración de la Carne
Por Alberto Espinosa Orozco 
8a de 12 Partes




      El hombre podría definirse como el único ser en peligro de dejar de ser lo que es, de degradarse a un ente de ser dado, evadiendo la responsabilidad que implica la libertad: que es el forjarse, el luchar contra el destino para hacerse, como un ser creativo, como un “ser que hacerse”. La decadencia de la cultura, de la moral, de la educación, muestra a las claras la senectud de las fuerzas del cosmos, que el mundo se ha hecho viejo, poniendo al hombre de ser no ser hombre, de ser un no-hombre, contrariando con ello radicalmente su esencia, su naturaleza espiritual, dando pie a una  sociedad  corroída por el vicio y por la disolución de la persona, por la pseudotranza, por el falso misterio o por el misterio degradado en la vulgaridad de lo profano profunda o en la mera parapsicología de salón donde se efectúa, lo mismo que en la mis negra, la mímica de la participación (surrealismo), dando a colación un cuerpo unido la energía de la opacidad, hasta convertirse en un mismo magma amorfo.
   Ante tal espectáculo desolador la defensa del pintor Valles Fernández es la de la invocación de la luz bajo el registro, no menos hiriente,  de la ironía, bajo cuya técnica disgrega al hombre profano al mostrar y simultáneamente anular las formas vulgares de equilibrio psico-somático. Su estrategia es así la de disolver efectivamente los estados de conciencia alimentados por la bonanza de la carne, de derribarlos de sus grotescos altares, de humillarlos al revelar todo lo que hay en ellos de despersonalización, de dolor y de risible. La acidia muelle queda entonces reducida, junto con otras formas de comodidad humana, a sus estados más vergonzantes y de decrepitud, donde el hombre mismo es reducido a un plasma amorfo, cuya sed insaciable de gozo produce no más que un empobrecimiento del ser y dentro del cual sólo pueden debatirse el tedio, la desesperación y la nada.



    Técnica de maceración de la carne, pues, consistente en mostrar fehacientemente lo que en la carne del hombre no sobrepasa la condición humana, reduciéndola así a la inmanencia de la vanidad, luego a la despersonalización del barro, hasta llegar finalmente al polvo del olvido -mostrando a la vez lo que hay en el cuerpo humano de animal humillado y de vegetal dormido. Definición del hombre por su hedonismo, por su capacidad de sentir y hacer sentir placer, pues, que desemboca en el agujero en la conciencia, el cual empieza como liviandad, como alegría de la vida, que prosigue en la desmesura de ilimitación del placer, entrando finalmente en el callejón sin salida del hoyo en la conciencia del sensualismo intrascendente (fenomenismo). Pintura que plantea así una aguda contradicción, una tensión ya insufrible, en la que el Jardín de las Delicias (“Las Bellas Artes”), aparece como un poderoso cristal de aumento  o imagen potenciada de los extravíos del alma inferior -que a las claras muestra la pequeñez de la condición humana, porque que todo lo carnal se descompone en este mundo sujeto a las ilusiones y los dolores; porque  pretender rehuir el dolor o la solidaridad, motivados por los pruritos del egoísmo o de los impulsos inconscientes, conduce indefectiblemente a la experiencia de la sordidez, del asco, o del confinamiento en la covacha cochambrosa del olvido..
   Tarea, pues, de experimentar y hacer experimental al observador los extremos de la sordidez y de la desolación del alma humana, hasta llevarlo al limite, a la sensación cultural más automática de todas: el asco, ante cuyas escenas el ser humano inmediatamente retrocede con actitud de notoria repelencia, en defensa orgánica del propio ser, huyendo de la muerte, de los extremos, hacia un punto más estable de la contemplación. Porque el trabajo del artista es en el fondo el de conducirnos, por el camino de una luz más diáfana, a la liberación tanto del cilindro, que es el pozo de la concupiscencia, como del oscuro cubo del confinamiento, que es el cuerpo, prisión del alma inferior, para lograr salir así de la densidad de la materia, de la energía tensa y opaca que hay en las tinieblas. Porque si el alma inferior, depositada en el cuerpo físico y que navega por el río de la conciencia en lo que tiene de devenir oscuro, nubla la mente, embotado y deprimiendo el espíritu, el alma superior tiene la tarea como misión fundamental quemar la escoria del alma inferior, de controlar el mundo de la sensualidad, que por tender a lo oscuro y negativo tiende a resbalar por la pendiente de las fuerzas succionantes de las sombras, o a  convertirse en tumba de la conciencia que libera al antro de fieras del inconsciente Tarea, pues, de quemar la escoria del alma inferior, de trascender densa opacidad que hay en lo oscuro, controlando, fundiendo y disolviendo el alma inferior, para así poder refinar y completar el alma superior, que es donde se oculta el espíritu original, que hay que preservar, restaurando de tal suerte lo creativo, que es la luz de los ojos, que es el alma que ve lo que no tiene forma y que escucha lo que no tiene sonido, y que en medio del silencio sueña al hacer girar la luz de la conciencia.






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