viernes, 14 de febrero de 2014

V.- Germán Valles Fernández: El Alma Inferior: el Tedio Por Alberto Espinosa Orozco



                      Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
V.- El Alma Inferior: el Tedio
Por Alberto Espinosa Orozco 
5a de 12 Partes




   De tal manera la exploración del artista va calando cada vez más hondo, como si recorriera los círculos concéntricos de la Comedia dantesca o penetrase la gruta desimantada de los símbolos fatales, cuyo grotesco y tosco escenario estuviese cargado con los densos cortinajes, pórfidos y meláfidos, de la noche y el incendio.
   Registro de la sintomatología corporal de una era, la nuestra, la pintura de Germán Valles es también, por tanto, el retrato de su decadencia y de su barbarie moral. Así, el artista nos va guiando por los parajes sombríos de una triste libertad, orgiástica, delirante, posesa, donde llega a reinar incluso la aglomeración y la confusión de las formas, destacándose entonces  por todas partes las presiones de abajo: del submundo, de lo inmundo -que se filtran al través del subconsciente colectivo hasta llegar a abrir las puertas de cuerno del sueño y de ese antro de fieras que es el inconsciente.
   Lo que el artista entonces nos pone directamente ante los ojos es el espectáculo del dominio del alma inferior en el hombre sobre el alma superior y el espíritu. Porque en la compleja naturaleza humana hay un alma inferior (yin), asociada a la tierra, a la receptividad del elemento vital que anima la carne, pero también a lo frío y a lo oscuro o sombrío, que hay que transformar y purificar, para así restaurar la energía del alma superior que, al afinarse, conduce a las claras costas del espíritu.
   El alma inferior, ligada al río de la consciencia ya a su desarrollo, corresponde también al vagabundeo interior, donde se hunde la conciencia para producir toda desatención y toda negligencia. Cuando el alma inferior se encuentra encima del alma inferior el cuerpo, en efecto, se adormece, el espíritu se vuelve turbio y nublado, sobreviniendo la negligencia, en la que es fácil caer luego de realizar muchas tareas, todo lo cual se expresa en el bostezo bobo que va invocado al caos (las fauces devoradoras).
   La energía entonces se dispersa, la mente se encuentra inestable y la respiración se vuelve tosca –invitando entonces al erotismo, a la identificación psicológica de los cuerpos que se funden a altas temperaturas. El cuerpo, elemento de comunicación, de socialización por excelencia, no revela entonces sin embargo sino una mente nublada, que tiende a adormecerse, manifestando la energía dispersa en un espíritu que vaga con alguna dirección, o que se aferra a una presencia que se apega (vivir con fantasmas). Cuando el alma inferior ha tomado todo el control se da un olvido donde toda subsiste una tenue llama que se apaga débilmente (negligencia consciente), llegando a ser un olvido real, un no querer mirar hacia atrás (negligencia inconsciente). En tal estado el espíritu es confuso, sombrío, pues se trata de una oscuridad sin forma donde propiamente no existe el sentimiento. Cuando la conciencia está atada al alma inferior la conciencia divaga, entrando el sujeto en estados de embotamiento o depresión. Cuando el cuerpo está gobernado por el alma inferior se revela en un temperamento afectado por la sensualidad, por lo que padece grandes sufrimientos y da lugar a la escoria de lo oscuro –porque entonces el cuerpo está siendo gobernado por al sensualidad y la oscuridad puras y el alma cae en los elementos del cuerpo –perdiéndose por tanto en los escollos de los riscos, límite donde los árboles desnudos hacen su nido.
   Cuando se tienen demasiadas cosas en la mente, cuando se toma la vida demasiado en serio y no se es dueño de sí, cuando la mente anda vagando, con demasiados cabos suelos y se establece en la indiferencia o en la nada (estado de vacío mental), se corre el peligro de caer en el mundo de las sombras, dominado por los elementos del cuerpo o de la mente, de caer en las ilusiones mentales o psicológicas y, finalmente, en la inercia del cuerpo y de sus hábitos, que carecen de energía creativa y de evolución, lo cual se revela en un estado interno frío, de congelación y despojamiento, que hacen del sujeto o un zopenco (un ídolo e barro) o un caradura –hombres que se han perdido en los vericuetos del mundo, arrebatados por el viento de las formas o congelados por el deseo desolado, posesivo, de las cosas.
   El alma inferior, en efecto, tiene un obsesivo apego al cuerpo y a las cosas, al grado de mezclarse con los objetos de la percepción, de identificarse con las pasiones y con el deseo de posesión. Alma pegajosa, apegada a la existencia física y a los objetos materiales, cuyo reino interior se ve alienado por la confusión y por la mente ordinaria que se dirige hacia la muerte, adhiriéndose con facilidad al imperio de las fuerzas femeninas, pues, sometidas a la debilidad del desmayo y a la posesión. Así, las aguas del alma inferior marchan hacia abajo, pues al ser su energía tensa y opaca (yin) concentra toda la sensualidad que afecta al temperamento, estando afectadas por tanto por lo lunático, lo opaco, lo misterioso y lo oscuro, por la densidad de las tinieblas y la opacidad del reino de las sombras. El alma inferior padece por ello durante la vida grandes sufrimientos –y tras la muerte se alimenta de sangre, que es la oscuridad que retorna a la oscuridad, pues lo semejante atrae a lo semejante.



   Cuando los ojos se han quedado ciegos, sin luz, sin energía creativa, surge también un hoyo en la consciencia,  que es llenado inmediatamente por una malignidad. Se trata entonces de la ceguera del espíritu, que reduce la inspiración a delirio, a obsesión, a manía o a posesión –indicadores de que el sujeto ha entrado a la realidad sorda, cerrada, despeñada entre las quebradas de lo amorfo y subpersonal. También en la participación de una bizarra fe en el devenir oscuro y vacío de contenido metafísico -que inmediatamente atrae los niveles del ser que propiamente no participan de la vida, que desconocen la memoria estando por tanto desprovistos también de forma.
   Así, los retratos de Valles Fernández van pasando revista a una serie de figuras emblemáticas afectadas por el alma inferior, expresando sus formas en términos que bien pueden calificarse de éticos, potenciando con ello sobremanera las cualidades estéticas de su realización, al poner en el centro y en relieve el contorno de sus de vidas, tan sombrías como insignificantes, devanadas en el inútil desgaste, en el sordo combate en contra el triunfo de las formas, de las normas, pero también de lo que es a la vez simple y puro: de lo angélico. Los cuerpos serpentiformes dominados por el alma inferior y  vegetativa, donde se revela la enajenación entrañada en la pérdida de la identidad individual y, lo que es más grave, de la pertenencia, la angustia de no poder pertenecer, propiamente, ni a nada ni a nadie. Onanismo sentimental donde los cuerpos vencidos por la fatiga se hunden en el mundo de lo oscuro al tener los ojos inyectados por la sombra de la pesada ligereza, de la pesarosa alegría, invadidos por las fuerzas inversas adversas a la vida.
   Las potentes imágenes del artista van así dando minuciosamente cuenta de cómo lo amorfo, en complicidad con el devenir evasivo, avanza hasta dominar el impuso vital-biológico, en una clara tendencia a los automatismos psico-mentales que lindan con lo meramente subpersonal -compensando simultáneamente las debilidades de la carne que rebajan el tono vital por medio del gregarismo, la regresión a formas larvarias de la vida donde descargarse de la responsabilidad individual, o por medio de las kratofaías (sadismo) -indicios todos ellos de que el alma inferior ha asumido todo el control.




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