Germán Valles Fernández:
la Fascinación y los Fantasmas
V.- El Alma Inferior: el
Tedio
Por Alberto Espinosa Orozco
5a de 12 Partes
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De tal
manera la exploración del artista va calando cada vez más hondo, como si
recorriera los círculos concéntricos de la Comedia
dantesca o penetrase la gruta desimantada de los símbolos fatales, cuyo
grotesco y tosco escenario estuviese cargado con los densos cortinajes,
pórfidos y meláfidos, de la noche y el incendio.
Registro de la sintomatología corporal de una
era, la nuestra, la pintura de Germán Valles es también, por tanto, el retrato
de su decadencia y de su barbarie moral. Así, el artista nos va guiando por los
parajes sombríos de una triste libertad, orgiástica, delirante, posesa, donde llega
a reinar incluso la aglomeración y la confusión de las formas, destacándose
entonces por todas partes las presiones
de abajo: del submundo, de lo inmundo -que se filtran al través del
subconsciente colectivo hasta llegar a abrir las puertas de cuerno del sueño y
de ese antro de fieras que es el inconsciente.
Lo que
el artista entonces nos pone directamente ante los ojos es el espectáculo del
dominio del alma inferior en el hombre sobre el alma superior y el espíritu.
Porque en la compleja naturaleza humana hay un alma inferior (yin), asociada a
la tierra, a la receptividad del elemento vital que anima la carne, pero
también a lo frío y a lo oscuro o sombrío, que hay que transformar y purificar,
para así restaurar la energía del alma superior que, al afinarse, conduce a las
claras costas del espíritu.
El alma
inferior, ligada al río de la consciencia ya a su desarrollo, corresponde
también al vagabundeo interior, donde se hunde la conciencia para producir toda
desatención y toda negligencia. Cuando el alma inferior se encuentra encima del
alma inferior el cuerpo, en efecto, se adormece, el espíritu se vuelve turbio y
nublado, sobreviniendo la negligencia, en la que es fácil caer luego de
realizar muchas tareas, todo lo cual se expresa en el bostezo bobo que va invocado
al caos (las fauces devoradoras).
La
energía entonces se dispersa, la mente se encuentra inestable y la respiración
se vuelve tosca –invitando entonces al erotismo, a la identificación
psicológica de los cuerpos que se funden a altas temperaturas. El cuerpo,
elemento de comunicación, de socialización por excelencia, no revela entonces
sin embargo sino una mente nublada, que tiende a adormecerse, manifestando la
energía dispersa en un espíritu que vaga con alguna dirección, o que se aferra
a una presencia que se apega (vivir con fantasmas). Cuando el alma inferior ha
tomado todo el control se da un olvido donde toda subsiste una tenue llama que
se apaga débilmente (negligencia consciente), llegando a ser un olvido real, un
no querer mirar hacia atrás (negligencia inconsciente). En tal estado el
espíritu es confuso, sombrío, pues se trata de una oscuridad sin forma donde
propiamente no existe el sentimiento. Cuando la conciencia está atada al alma
inferior la conciencia divaga, entrando el sujeto en estados de embotamiento o
depresión. Cuando el cuerpo está gobernado por el alma inferior se revela en un
temperamento afectado por la sensualidad, por lo que padece grandes
sufrimientos y da lugar a la escoria de lo oscuro –porque entonces el cuerpo
está siendo gobernado por al sensualidad y la oscuridad puras y el alma cae en
los elementos del cuerpo –perdiéndose por tanto en los escollos de los riscos,
límite donde los árboles desnudos hacen su nido.
Cuando
se tienen demasiadas cosas en la mente, cuando se toma la vida demasiado en
serio y no se es dueño de sí, cuando la mente anda vagando, con demasiados
cabos suelos y se establece en la indiferencia o en la nada (estado de vacío
mental), se corre el peligro de caer en el mundo de las sombras, dominado por
los elementos del cuerpo o de la mente, de caer en las ilusiones mentales o
psicológicas y, finalmente, en la inercia del cuerpo y de sus hábitos, que
carecen de energía creativa y de evolución, lo cual se revela en un estado
interno frío, de congelación y despojamiento, que hacen del sujeto o un zopenco
(un ídolo e barro) o un caradura –hombres que se han perdido en los vericuetos
del mundo, arrebatados por el viento de las formas o congelados por el deseo
desolado, posesivo, de las cosas.
El alma
inferior, en efecto, tiene un obsesivo apego al cuerpo y a las cosas, al grado
de mezclarse con los objetos de la percepción, de identificarse con las
pasiones y con el deseo de posesión. Alma pegajosa, apegada a la existencia
física y a los objetos materiales, cuyo reino interior se ve alienado por la
confusión y por la mente ordinaria que se dirige hacia la muerte, adhiriéndose
con facilidad al imperio de las fuerzas femeninas, pues, sometidas a la
debilidad del desmayo y a la posesión. Así, las aguas del alma inferior marchan
hacia abajo, pues al ser su energía tensa y opaca (yin) concentra toda la
sensualidad que afecta al temperamento, estando afectadas por tanto por lo lunático,
lo opaco, lo misterioso y lo oscuro, por la densidad de las tinieblas y la
opacidad del reino de las sombras. El alma inferior padece por ello durante la
vida grandes sufrimientos –y tras la muerte se alimenta de sangre, que es la
oscuridad que retorna a la oscuridad, pues lo semejante atrae a lo semejante.
Cuando los ojos se han quedado ciegos, sin
luz, sin energía creativa, surge también un hoyo en la consciencia, que es llenado inmediatamente por una
malignidad. Se trata entonces de la ceguera del espíritu, que reduce la inspiración
a delirio, a obsesión, a manía o a posesión –indicadores de que el sujeto ha entrado
a la realidad sorda, cerrada, despeñada entre las quebradas de lo amorfo y
subpersonal. También en la participación de una bizarra fe en el devenir oscuro
y vacío de contenido metafísico -que inmediatamente atrae los niveles del ser
que propiamente no participan de la vida, que desconocen la memoria estando por
tanto desprovistos también de forma.
Así, los
retratos de Valles Fernández van pasando revista a una serie de figuras emblemáticas
afectadas por el alma inferior, expresando sus formas en términos que bien
pueden calificarse de éticos, potenciando con ello sobremanera las cualidades
estéticas de su realización, al poner en el centro y en relieve el contorno de
sus de vidas, tan sombrías como insignificantes, devanadas en el inútil desgaste,
en el sordo combate en contra el triunfo de las formas, de las normas, pero
también de lo que es a la vez simple y puro: de lo angélico. Los cuerpos
serpentiformes dominados por el alma inferior y vegetativa, donde se revela la enajenación
entrañada en la pérdida de la identidad individual y, lo que es más grave, de
la pertenencia, la angustia de no poder pertenecer, propiamente, ni a nada ni a
nadie. Onanismo sentimental donde los cuerpos vencidos por la fatiga se hunden
en el mundo de lo oscuro al tener los ojos inyectados por la sombra de la
pesada ligereza, de la pesarosa alegría, invadidos por las fuerzas inversas
adversas a la vida.
Las potentes
imágenes del artista van así dando minuciosamente cuenta de cómo lo amorfo, en
complicidad con el devenir evasivo, avanza hasta dominar el impuso
vital-biológico, en una clara tendencia a los automatismos psico-mentales que
lindan con lo meramente subpersonal -compensando simultáneamente las
debilidades de la carne que rebajan el tono vital por medio del gregarismo, la
regresión a formas larvarias de la vida donde descargarse de la responsabilidad
individual, o por medio de las kratofaías (sadismo) -indicios todos ellos de
que el alma inferior ha asumido todo el control.
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