XI.- la Fascinación y los
Fantasmas:
el Expresionismo de
Germán Valles Fernández
Por Alberto Espinosa Orozco
11a de 12 Partes
Acorde
con los grandes expresionistas alemanes, (James Ensor, Egon Schila, Eduard
Munch, a los que habría que sumar a Oscar Kokoschka), pero también impactado
por la obra de los realistas crudos más modernos (Francis Bacon, Lucian Freud),
la obra de Germán Valles Fernández nos pone delate del espectáculo de la
corrupción, de los excesos de la carne en el mundo contemporáneo, siendo su estilo
sarcástico, irónico, incluso sarcástico, por lo que su registro emotivo hay que
buscarlo en algunos hilos del filón de
José Clemente Orozco. A escala local pueden detectarse otras influencias
sufridas o experimentadas por el artista, por haber recorrido ya antes una
senda paralela, donde destaca notablemente la obra de Elizabeth Linden Bracho,
pero también la de Manuel Soria y, más recientemente, la de Alma Santillán.
De
Linden Bracho, pero también de la escuela de Francisco Montoya de la Cruz, el
artista hereda la maestría en el trato con la materia, cuya sabía espátula
luminosa transforma incluso las superficies más pesadas y densas, absorbidas por la humedad del barro y la
esterilidad de la ceniza rayana con el vacío y con la nada muerta, o reducidas
a toscos pedruscos pedregosos, en cristales tornasolados e incluso
diamantinos, dando con ello entrada a
una especie de inversión de los valores, transformando las cosas podridas del
mundo en focos de luz.
Pintura
de realismo profundo, pues, que simultáneamente da cuenta de la caducidad del mundo
viejo, arrastrado por ángeles pecadores, donde se muestra también el
agotamiento de la creación, que pareciera caer cada vez más bajo por la
caducidad de sus fuerzas regenerativas, por la degradación de las cosas dejadas
al mero tiempo histórico, donde hay una constante pérdida de concentración y de
energía positiva, para entrar en una especie de pausa y de parálisis –desde donde se prepara la
germinación de un nuevo nacimiento
Pintura
expresionista, pues, bajo cuyo registro se fijan las expresiones de la anarquía
y de la miseria de una etapa histórica en franco declive y decadencia, roída
por sus faltas y erosionada por sus desequilibrios respecto a la norma eterna,
siendo por tanto su registro estético propiamente el de lo grotesco e incluso
el del sarcasmo –ingredientes mediante los cual nos permite asomarnos a las
bóvedas subterráneas de la vida, cuyos adornos caprichos y toscos nos hablan a la vez tanto de lo extravagante
y ridículo que hay en querer imitar la creación mediante su degradación, como
de algo encriptado, que al ser un enigma requiere descifrarse.
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