jueves, 27 de febrero de 2014

XI.- El Expresionismo de Germán Valles Fernández Por Alberto Espinosa Orozco

XI.- la Fascinación y los Fantasmas:
el Expresionismo de Germán Valles Fernández
Por Alberto Espinosa Orozco 
11a de 12 Partes



   Acorde con los grandes expresionistas alemanes, (James Ensor, Egon Schila, Eduard Munch, a los que habría que sumar a Oscar Kokoschka), pero también impactado por la obra de los realistas crudos más modernos (Francis Bacon, Lucian Freud), la obra de Germán Valles Fernández nos pone delate del espectáculo de la corrupción, de los excesos de la carne en el mundo contemporáneo, siendo su estilo sarcástico, irónico, incluso sarcástico, por lo que su registro emotivo hay que buscarlo en algunos hilos  del filón de José Clemente Orozco. A escala local pueden detectarse otras influencias sufridas o experimentadas por el artista, por haber recorrido ya antes una senda paralela, donde destaca notablemente la obra de Elizabeth Linden Bracho, pero también la de Manuel Soria y, más recientemente, la de Alma Santillán.
   De Linden Bracho, pero también de la escuela de Francisco Montoya de la Cruz, el artista hereda la maestría en el trato con la materia, cuya sabía espátula luminosa transforma incluso las superficies más pesadas y densas,  absorbidas por la humedad del barro y la esterilidad de la ceniza rayana con el vacío y con la nada muerta, o reducidas a toscos pedruscos pedregosos, en cristales tornasolados e incluso diamantinos,  dando con ello entrada a una especie de inversión de los valores, transformando las cosas podridas del mundo en focos de luz. 



   Acto de conciencia que, al explorar la “bella convulsiva” de la tradición de la ruptura, visita también un extremo posible de la condición humana, donde pareciera que se yuxtaponen y empastan hasta confundirse del todo las categorías estéticas cardinales de la belleza y la fealdad, hasta el grado de trocarse y volverse finalmente indistinguibles, trastocando el gusto por una perversión que tuerce verdad para engendrar engaño, dando por fruto por consecuencia la perturbación,  la desarmonía e incluso el choque, entre los mismos postulados del bien y del mal morales. De ahí la necesidad que hay en su paleta de caminar por ese tortuoso sendero a la vez con la luz del oleo, expresando a la vez la necesidad moderna de sentir la realidad dentro de sus aspectos más pesados y tectónicos. Así, la densidad de los materiales con los que trabajo sólo puede ser compensada mediante la utilización de colores cada vez más transparentes y puros, a semejanza de los meros ritmos musicales que combaten contra la pesada resistencia y simultaneidad orquestal de sus figuras, que por su propia naturaleza tienen horror de lo puro, o que repelen lo simple o lo angélico. Lucha contra las locuras cultivadas de la modernidad, que el artista contrarresta apelando directamente a los símbolos de la humanidad y a la restitución de las normas. Por ello su obra no resulta despiadada, sino más bien la de una visión pesimista de la condición humana, por ser un retrato de sus extravíos más punzantes, de su estulticia y de asebia, de su ignorancia respecto de las cosas del espíritu, especialmente de nuestra verdadera naturaleza sobrenatural- aunque no sobrehumana. 
   Pintura de realismo profundo, pues, que simultáneamente da cuenta de la caducidad del mundo viejo, arrastrado por ángeles pecadores, donde se muestra también el agotamiento de la creación, que pareciera caer cada vez más bajo por la caducidad de sus fuerzas regenerativas, por la degradación de las cosas dejadas al mero tiempo histórico, donde hay una constante pérdida de concentración y de energía positiva, para entrar en una especie de pausa  y de parálisis –desde donde se prepara la germinación de un nuevo nacimiento
    Pintura expresionista, pues, bajo cuyo registro se fijan las expresiones de la anarquía y de la miseria de una etapa histórica en franco declive y decadencia, roída por sus faltas y erosionada por sus desequilibrios respecto a la norma eterna, siendo por tanto su registro estético propiamente el de lo grotesco e incluso el del sarcasmo –ingredientes mediante los cual nos permite asomarnos a las bóvedas subterráneas de la vida, cuyos adornos caprichos y toscos  nos hablan a la vez tanto de lo extravagante y ridículo que hay en querer imitar la creación mediante su degradación, como de algo encriptado, que al ser un enigma requiere descifrarse.





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