Germán
Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
Por Alberto Espinosa Orozco
1a de 12 Partes
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“Pero entre los
chacales, las panteras, los linces,
los monos, los
escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos
chillones, aulladores, gruñidores, rastreros,
en la infame
casa de fieras de vuestros vicios,
hay uno más feo,
más malvado, más inmundo!
Aunque no hace
aspavientos ni lanza agudos gritos
convertiría con
gusto la tierra en un despojo
y en un bostezo
se tragaría el mundo;
es el tedio!,
con los ojos inundados de un llanto involuntario
sueña con
cadalsos mientras fuma su pipa.
¡Tu conoces,
lector, a ese monstruo delicado,
hipócrita
lector, mi semejante, mi hermano!”
Al Lector de
Charles Baudelaire
I.-
Los Ángeles Caídos
La obra de Germán Valles Fernández se
caracteriza por su decisión de ir de frente a los problemas más angustiantes y
dolorosos de nuestra circunstancia, decantando sus materiales plásticos y
herramientas lumínicas hasta poder retratar en toda su desnudez la zozobra ,
desde la experiencia de su propia perspectiva,
uno de los escorzos características de la época contemporánea –que si en
su anverso se muestra como un era secular y meramente inmanentista, se revela
en su reverso como un mundo cancino, agotado por el desgaste de sus fiebres y
su hastío, agobiado también por su carrera -que bien a bien no puede llegar a
ningún sitio. Porque el tema del artista durangueño no es otro que el del mundo
de los cuerpos encallados que, a medio camino del incendio, de la parálisis o
del estancamiento, dejan traslucir, al través de sus vicisitudes y extremas
contingencias, la imantación del mundo de abajo, del submundo, revelando así
también las zonas más lúgubres del inconsciente.
Puede decirse que el tema de su obra es, más
que el erótico, el de la erosión de los cuerpos –pasando de la exploración del
instante del placer y de la descripción de la mera escena disonante o
espectacular, a la búsqueda de la imagen prístina, del símbolo y el mito.
Porque su objeto no es otro, sin embargo, que el misterio del mal y de la caída
del hombre. Tema religioso también, que es el del hombre arrojado por su
desobediencia fuera del paraíso terrenal al barro, a las ciénagas y marismas
del mundo, por haber probado el fruto prohibido del árbol del conocimiento del
bien y del mal. La desgarradora visión del artista contribuye al tema al pasar
revista a las figuras de cómplices o víctimas de la caída, dando a la vez una
idea final de tal desplome al estudiar la anatomía y del desamparo de los
cuerpos, sujetos a toda suerte de presiones y deformidades, de vejaciones y
degradaciones, de descargas y perturbaciones, donde cada cual, ante la angustia
de la presencia del abismo, se aferra a la peña de otro cuerpo como el erizo se
aferra a su roca en el turbio agitar de la marea.
Retratos del cuerpo del ser humano
contemporáneo sujeto a las tentaciones de la voluptuosidad y del inconsciente,
que tras la exhibición más de su impudicia que su desnudes tiembla sin embargo
por dentro, ante el temor de lo indefinido o lo infundado, por la angustia y el
terror pánico de caer cada vez más hondo, succionado por el abismo de la
oscuridad, de lo que no tiende fondo, para perderse finalmente en la nada.
Retratos del mundo del deseo y de la carne amotinada, pues, aguijada por las
agudas depresiones y las contorsiones psíquicas, acorralados por la miseria de
la materia, por el polvo, por el barro y el salitre. Procesión también del río
vertiginoso de los cuerpos réprobos, que
alternativamente emergen de las sobras o se vuelven a hundir en las tinieblas
de sus deseos inversos, tocando simultáneamente los extremos helados de la
humedad y de la desecación por el fuego, pasando también de la cómoda tentación
de la pereza a la ignorante asebia del tedio.
Recorrido, pues, por una época y una región
del ser atenazada por la nada; relato también de una vergonzosa historia que en
medio de la decadencia de las formas y de la decrepitud de sus contenidos
muestra la posible participación del hombre en los niveles más bajos de la
creación, lindantes con la materia en bruto. Mirada a las zonas oscuras de la
existencia humana que se atreve a presentar los fenómenos del alma inferior del
ser humano tal como se le presentan, iluminándolos bajo una perspectiva
personal, para así poder someterlos a la objetividad de la conciencia y a los
ácidos corrosivos de la crítica. Mirada cáustica, es verdad, que con los cloros
purificadores de la ironía descarnada llega a calar en el hueso y en el tuétano
del problema de nuestro tiempo, en la
cuestión del hombre moderno, que en estado carnal y de naturaleza, se ha dando
a la tarea de intentar explicar al ser humano por lo más bajo: por sus
instintos, por su animalidad, por lo meramente genético o por la materia, por
la evolución, por la historicidad, por la temporalidad o por su mera y llana
existencia, extirpado de él toda sobrernaturaleza e incluso toda esencia y todo
espíritu, soslayando los relatos su parentesco con lo divino o su relación con
los ancestros y los héroes, con el simbolismo
y el mito. Explicaciones risibles, pero que han dado pie asimismo a lo
terrible: transformar la sobrenaturaleza humana en lo infranatural, en lo
desviado, en lo invertido, en lo infrahumano e inhumano -que acaban por
precipitarse con más fuerza en la caída, para participar finalmente del demonio
o de la bestia.
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