domingo, 9 de febrero de 2014

Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas 1a de 12 Partes Por Alberto Espinosa Orozco

Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
Por Alberto Espinosa Orozco 
1a de 12 Partes



“Pero entre los chacales, las panteras, los linces,
los monos, los escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos chillones, aulladores, gruñidores, rastreros,
en la infame casa de fieras de vuestros vicios,

hay uno más feo, más malvado, más inmundo!
Aunque no hace aspavientos ni lanza agudos gritos
convertiría con gusto la tierra en un despojo
y en un bostezo se tragaría el mundo;

es el tedio!, con los ojos inundados de un llanto involuntario
sueña con cadalsos mientras fuma su pipa.
¡Tu conoces, lector, a ese monstruo delicado,
hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!”
Al Lector de Charles Baudelaire




I.- Los Ángeles Caídos
   La obra de Germán Valles Fernández se caracteriza por su decisión de ir de frente a los problemas más angustiantes y dolorosos de nuestra circunstancia, decantando sus materiales plásticos y herramientas lumínicas hasta poder retratar en toda su desnudez la zozobra , desde la experiencia de su propia perspectiva,  uno de los escorzos características de la época contemporánea –que si en su anverso se muestra como un era secular y meramente inmanentista, se revela en su reverso como un mundo cancino, agotado por el desgaste de sus fiebres y su hastío, agobiado también por su carrera -que bien a bien no puede llegar a ningún sitio. Porque el tema del artista durangueño no es otro que el del mundo de los cuerpos encallados que, a medio camino del incendio, de la parálisis o del estancamiento, dejan traslucir, al través de sus vicisitudes y extremas contingencias, la imantación del mundo de abajo, del submundo, revelando así también las zonas más lúgubres del inconsciente.
   Puede decirse que el tema de su obra es, más que el erótico, el de la erosión de los cuerpos –pasando de la exploración del instante del placer y de la descripción de la mera escena disonante o espectacular, a la búsqueda de la imagen prístina, del símbolo y el mito. Porque su objeto no es otro, sin embargo, que el misterio del mal y de la caída del hombre. Tema religioso también, que es el del hombre arrojado por su desobediencia fuera del paraíso terrenal al barro, a las ciénagas y marismas del mundo, por haber probado el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. La desgarradora visión del artista contribuye al tema al pasar revista a las figuras de cómplices o víctimas de la caída, dando a la vez una idea final de tal desplome al estudiar la anatomía y del desamparo de los cuerpos, sujetos a toda suerte de presiones y deformidades, de vejaciones y degradaciones, de descargas y perturbaciones, donde cada cual, ante la angustia de la presencia del abismo, se aferra a la peña de otro cuerpo como el erizo se aferra a su roca en el turbio agitar de la marea.
   Retratos del cuerpo del ser humano contemporáneo sujeto a las tentaciones de la voluptuosidad y del inconsciente, que tras la exhibición más de su impudicia que su desnudes tiembla sin embargo por dentro, ante el temor de lo indefinido o lo infundado, por la angustia y el terror pánico de caer cada vez más hondo, succionado por el abismo de la oscuridad, de lo que no tiende fondo, para perderse finalmente en la nada. Retratos del mundo del deseo y de la carne amotinada, pues, aguijada por las agudas depresiones y las contorsiones psíquicas, acorralados por la miseria de la materia, por el polvo, por el barro y el salitre. Procesión también del río vertiginoso de los cuerpos réprobos,  que alternativamente emergen de las sobras o se vuelven a hundir en las tinieblas de sus deseos inversos, tocando simultáneamente los extremos helados de la humedad y de la desecación por el fuego, pasando también de la cómoda tentación de la pereza a la ignorante asebia del tedio.
   Recorrido, pues, por una época y una región del ser atenazada por la nada; relato también de una vergonzosa historia que en medio de la decadencia de las formas y de la decrepitud de sus contenidos muestra la posible participación del hombre en los niveles más bajos de la creación, lindantes con la materia en bruto. Mirada a las zonas oscuras de la existencia humana que se atreve a presentar los fenómenos del alma inferior del ser humano tal como se le presentan, iluminándolos bajo una perspectiva personal, para así poder someterlos a la objetividad de la conciencia y a los ácidos corrosivos de la crítica. Mirada cáustica, es verdad, que con los cloros purificadores de la ironía descarnada llega a calar en el hueso y en el tuétano del problema de nuestro tiempo, en  la cuestión del hombre moderno, que en estado carnal y de naturaleza, se ha dando a la tarea de intentar explicar al ser humano por lo más bajo: por sus instintos, por su animalidad, por lo meramente genético o por la materia, por la evolución, por la historicidad, por la temporalidad o por su mera y llana existencia, extirpado de él toda sobrernaturaleza e incluso toda esencia y todo espíritu, soslayando los relatos su parentesco con lo divino o su relación con los ancestros y los  héroes, con el simbolismo y el mito. Explicaciones risibles, pero que han dado pie asimismo a lo terrible: transformar la sobrenaturaleza humana en lo infranatural, en lo desviado, en lo invertido, en lo infrahumano e inhumano -que acaban por precipitarse con más fuerza en la caída, para participar finalmente del demonio o de la bestia.



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