Germán
Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
II.-
Filosofía del Cuerpo
Por Alberto Esponosa Orozco
2a de 12 Partes
Así, en las poderosas imágenes plásticas
de Germán Valles podemos leer una especie de filosofía del cuerpo, pues junto
con las expresiones mímicas del cuerpo humano, expresante de suyo de su
animación, se registran también los indicadores contemporáneos de una vitalidad
convulsionada y en decadencia, que anuncia su caducidad, o al menos su
agostamiento, tanto en la creciente pérdida de sus contornos y de sus
determinaciones como de su lozanía –a lo que hay que añadir tanto los azares y
contingencias a que se ve sometido el cuerpo humano, las tensiones y hábitos de
vida, pero también las enormes presiones contemporáneas, que lo llevan con
frecuencia tan pronto al debilitamiento de su fuerza que a la depresión
devastadora, dando lugar así a la expresión mímica de cuerpos de piel
desbordante, enjuta o flácida, achicados, abombados o achatados, marcados tanto
por las tensiones que por las distensiones de sus excesos, significando la
carne cruda una animación meramente material y mórbida (Bacon, Freud).
La
carne avara que sólo sabe acumula la grasa para sí, que desea colmarse con más
que aquello que la colma, en el intento frustráneo de retener sólo para sí una
alegría que no quiere brindarse sino a sí misma, en un deseo onanista y
desbordado proveniente del maleamiento de la s sociedad, cifrado en que unos
pocos reclaman de sus congéneres mucho más del servicio que están dispuestos a
brindarles, acaparando después para ellos solos todos los privilegios de la
puta alegría (“Doña Avaricia”). Almas
blandengues y obesas que incurren en el pecado del relativismo moral, dejándose
convencer, para salirse siempre con la suya, de que el bien el mal no son sino
funciones de ella misma –desprendiéndose como conclusión, tarde o temprano, que
cuando la gente actúa movida sólo por sus mezquinos intereses egoístas no puede
sino producirse un estado de ansiedad y de miseria común.
Retrato contrastante también de la
existencia concreta del hombre moderno, donde desfilan los extremos de un mundo
profundamente desequilibrado, el que la legión de los egoístas, con todos sus
excesos y pecados, no abonan en su manga ancha sino al recrudecimiento de la
miseria moral y material, creando de tal forma una especie de espejo inverso de
su desmesura de placeres e ilimitación de poder. Región periférica de la
existencia en la que se siente más crudamente el fenómeno sólito del
desconocimiento de la persona, en el sentido estimativo y práctico, al grado de
amenazar el cuerpo mismo de la humanidad, al excluir a bastas zonas de la población
del mundo del trabajo, de la educación y de la cultura, arrojándolo luego sin piedad a los inmensos
pudrideros de la mendicidad o a la indigencia de la grey astrosa. Cuerpo
desamparado, desollado vivo, pelado, donde pulula lo cuasi-modal, las qusicosas
de la pseudovida, que no pueden dar lugar sino al surgimiento de lo
infrahumano. Cuerpos sujetos a las contingencias de la enfermedad y los
accidentes del azar, capaces de frustrar ya no digamos el desarrollo de etéreas
esencias, sino incluso de aniquilar a las mismas existencias.
Pintura directa, pero que al ser al mismo
tiempo critica y corrosiva igualmente detecta severos trastornos en el tejido
de la sociedad, trastocada por un circo
de sustituciones y dislocamientos, donde los que fueran claros órganos y
centros directores encargados de llevar equidad, salud y justicia a la especie,
tanto material como espiritualmente, se han desviado de su misión o se
encuentran totalmente enajenados y desfiguradas por otras potencias. Fenómeno
de corrupción, en efecto, donde la figura de la Justicia aparece con antifaz y
ciega, como si se negara a la visión no por mor de la imparcialidad de sus
juicios, sino en un acto de concupiscencia, de impudicia y de exhibicionismo
hiriente.
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