Manuel Piñón: Rostros y Signos
Por Alberto Espinosa Orozco
“Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma de la mar.
…
No me hieras ningún costado,
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y frente a los vertebrales
espejos de la belleza.”
Ramón López Velarde
I
Las edades
históricas se suceden encabalgándose y destacándose las unas dentro, imbricadas
en las otras. Ante la temible confusión arrojada por el escepticismo
iconoclasta de la edad histórica que se cierra, la cual perpetró el absurdo
desplazamiento de las tinieblas del non-esse hacia las fuentes
del esse, se engancha ahora en
los tiempos que se mielan una nueva fe
iconista y simbólica, una renovada veneración por la
imagen y sus
centellas simbólicas.
Manuel Piñón asiste a
esa epifanía de las edades como alguien más que un mero espectador: como un
testigo. Su labor, así, va más allá de las apariencias al trazar tos canales y
tejer la urdimbre que suture y de solución de continuidad al arte plástico, a
la cultura de b Imagen. Para ello su trabajo no es solo la realización de una
meticulosa descripción y batanee exacto de sus rostros, gestos y posturas en J
donde poder leer tas actitudes fundamentales que dan carácter a su fisonomía.
Se trata también del esfuerzo por limpiar sus símbolos y fulgurantes
intuiciones de la barahúnda del lugar común, del devenir maquínico y rutinario,
de la polvareda arrojada ahí de los meros datos sensoriales -para hacer
presente lo que hay en ellos de vibración vital y ritmo, de norma y estructura
universal. No se trata, así, de la inmersión en el vértigo de la calda para
celebrar lo raro o glorificar lo amorfo, mucho
menos del hundimiento en b marmita preformal de las excitaciones o de
los mil deseos; por lo contrario, se trata del intento sostenido de leer en tos
rostros el estado psicológico de nuestra altura histórica, para así poder
adivinar b significación de nuestros guiños y ademanes, formulando o cifrando
en clave icónica los contrapesos justos restauradores del equilibrio
antropológico debido a una idea errónea
o en su caso Inexistente de nuestra desatendida y maltratada esencia.
II
Con humildad,
pacientemente, Manuel Piñón ha sabido surcar tos soberbios cursos radicales de
la existenciariedad moderna para Ir descifrando a contrapelo los delgados míos
argentinos y áureos de su vitalidad, de su humanidad. Así, no le son
desconocidos al artista mexicano los pasajes por tos riesgosos acantilados y
Iteras .¡ quebradas del psiquismo humano Inconsciente. Territorio salvaje o de
bárbaro refinamiento en donde sus figuras se contorsionan delirantemente,
cayendo en excesos expresivos, expresantes más que de su vitalidad, de su
soledad y angustia. Cómplice de la escueta post-modema surrealista y de sus
manierismos, sus rostros y formas parecieran de pronto, mancamente, romper los
límites de lo natural e Incluso abordar lo sobrehumano (Luna lleno, El
Flautista, Centinelas), dejando libres a los símbolos para permitirles volver a
refulgí con la fuera Inmanente y la energía condensada del rito (Ritos). Sin
embargo, el artista no nos engaña ni se equivoca, pues sabe muy bien que en
esos sórdidos, aunque deslumbrantes, despeñaderos no se agitan ya sino las
reliquias mortecinas y ruinosas de viaja» renglones y ritos, de antiguas
metafísicas o costumbres hoy en día obsoletas y definitivamente abandonadas. E»
efecto, en los hábitos y usos, en las costumbres y gestos de sus figuras se
decantan formas de vida en donde lo que frecuentemente florece es la enredadera
maniática y negra de la mera existencia, de lo que sólo es de hecho y sin razón
de ser, rama en donde no anida esencia, mostrando en otro nivel al psiquismo de
la edad roído de abismo, maquinalidad y tendencias autodestructivas.
Así, Manuel Piñón penetra
con ánimo crítico, muchas veces irónico pero nunca iconoclasta, la mística de
las tinieblas y sus agendas luciferinas, rozando sus dolorosos impresiones de
Imitación y fachada, de posesión, mutilación, humillación e inconciencia -pero
lejos de quedarse ahí, cruza el umbral para, dentro del radio de la experiencia
estética de la catarsis, conservar en otro nivel el valor inescapable de la
existencia, pero superándolo al subir te percepción a un estrato donde su
significación puede resultar trágica y terrible, pero en el que al destacarse
las leyes, no que hacemos los hombres sino que nos hacen hombres (tas leyes no
escritas), encontrar también un sitio en que revertir te angustia contemporánea
del bien (Kierkegaard), disolviendo el horror moderno a lo puro, a lo simple, a
lo angélico.
Frenesí de los sentidos,
belleza convulsiva de la desmesura (hlbris fáustica), vértigo de las
sensaciones y las formas, danza macabra o combustión condensada de reflejos en
que Igual se Incuba al demonio de la fiebre (Colibrí, Juana la Loca,
Sentimiento), que se insinúa como telón de fondo o tras bambalinas la
articulación del espejismo vertebral de la belleza, ya por la gracia rotunda de
sus divinas proporciones, ya por la perfección del altivo refugio en que se
guarda (Aureola). Relato del devenir, pues, que al Igual que los cursos de agua
o la existencia parasitaria de las larvas, participa del Impulso vital, pero no
de la Vida. Rostro mudo y esteticismo Inane en el que la imagen desplazada de
la vida adopta un modo evasivo o amorfo de la existencia, cuyas emociones no pueden
ser sino sombrías y cuyos motivos son los de la Insignificancia, donde no se
conoce, sino Incluso se desconoce la plenitud de la persona, dando lugar al
crecimiento canceroso de lo impersonal, de lo subpersonal, incluso dando pie al
desarrollo pedestre, monstruoso y patán de la antipersona.
III
Es entonces cuando sus
Iconos parecieran reflejar la presión histórica, agregando al denso tenebrismo
la masa tectónica, maléfica pero también brillante y luminosa, de sus
composiciones. Así, los volúmenes se engrasan al sumar la simultaneidad o
sincronicidad de los sucesos a la reduplicación de las formas -tocando acaso
apenas el borde de la estridencia, de la saturación o de la desafinación.
Porque la expresión de realidades existenciales densas o gruesas, instintivas o
Inconscientes, aligerada apenas por el refinamiento en el tratamiento de
colores y formas, no logra sino hacer sentir más cerca el desgarramiento y la
orfandad de un mundo hundido, que al quererlo sujetar dobla por su fuerza a las
muñecas, para licuarse y confundirse en b caída, en la (Klerkegaard),
disolviendo el horror moderno a lo puro, a lo simple, a lo angélico.
El rostro de la edad deja
entonces ver la caducidad de las gesticulaciones: en el ademán huraño y
exasperado de lo fársico, en el refinado desmayo feminoide o en la fiereza de
la escena espectacular y circense. Incluso en lo monstruoso que hay en la
contorsión del cuerpo total expresante del desorden y confusión en las
relaciones de deseo. En cierto modo se trata de un mundo sobreabundante y
barroco en el que desatinadamente se combate el horror vacui de los tiempos
nublados, de los malos tiempos de cierzo que corren. En el fondo la
significación de su fisonomía acaso sea bien la de los estertores grotescos o
los de la vociferación exasperada, promovidos por el abuso de una libertad
desafiante y descendente, orgiástica y delirante, guiada mas por la obsesión o
la manía, por los atavismos o la superchería que por la divina proporción de la
armonía.
Desde esa zona abisal de
las emociones humanas el artista durangueño se “pone en sitio",
plantándose de frente al no-ser para Insuflarle vida. A la manera de Hedor
Dostoievski o de José Clemente Orozco, Manuel Piñón entra en el edulcorado
mundo subterráneo de la extrema novedad o la herejía, pero no para
vilipendiarla, mucho pava glorificar su horror o participar en el gozo
demetérico de la confusión, de la neurosis, la Materia colectiva o el caos (en
donde se engendran, como en una gran matriz, toda la formas), sino para mirar
sus leyes o, al menos, para captar sus ritmos y sus ciclos. Se trata en parte
de las normas de la noche, de los principios del mundo subterráneo y prenatal,
los cuales son potentes para prevenir o al menos para guiarnos por las zonas
oscuras de la existencia, por los abismos inconscientes del ser humano.
Para vislumbrar las
fuentes primigenias del esse desde las abstrusas lejanías
del non-esse el artista no
puede sino trasparentar la Imagen
al apoyarse en el valor absoluto de lo humano -que puede llegar a lo
sobrenatural, pero no a lo sobrehumano (¡no hay superhombre, ardiente
Nietzsche!). El limite del hombre es, en efecto, lo plenamente humano, no hay
más. Lo demás, como en los animales, no son sino formas deficientes, pobres,
escasas, caricaturescas o menoscabadas de lo humano. Su obra, así, frisando y
flirteando por los extremos, externos al arte, de lo lindo concupiscente, lo
monstruoso, lo real maravilloso y lo grotesco, acaso no busca dar un sentido
nuevo o inexplorado a la existencia, sino uno validación estética, pero además
objetiva, psico-soclológlca e Incluso metafísica, a la realidad de la persona
-todo ello mediante la restauración del canon, de tos principios, de las
normas.
IV
El pintor así toma
distancia ante la novedad, el cambio y el ahora para fijar su objeto y sus
sorpresas. Detenido en un páramo desolado de reflexión, observa minuciosamente
en cada una de sus figuras la distinción y los límites perfectos en que se
distorsiona la figura o se fruncen los gestos, para a través del equilibrio en
que se guarda, se expande o se recoge b atmósfera hallar la estructura, el
principio o la norma simbólica. Como si la superficie misma del cuadro se
volviera seno acogedor que atrae la ondulación vibrátil del espacio luminoso, o
bien rechazara repeliendo los corpúsculos lumínicos que no competen o son
adversos a su ámbito. Porque el tema en los carbones y sanguinas, pero también
en la obra pictórica de Manuel Piñón, no es otro que el de la luz, el tema
eterno, cíclico y cotidiano, del combate de la luz, donde se hace el mundo y el
orden del día, siéndole Inherente la contrariedad y oposición Instintiva de las
ambigüedades y malversaciones tenebrosas y amorfas de la noche, del caos.
Se trata, en efecto, del
delicado rastreo de las huellas de la luz, de sus caprichos y prodigios, de sus
refracciones, reflexiones y transparencias al posarse sobre las figuras
humanas, asumido como el tema mismo y la tarea de la pintura moderna. Por esa
vía última del claro-oscuro, cuya poética fue Inaugurada acaso por Hamtenzoon
Van Rijn Rembrandt para la tradición de la cultura occidental en la alborada
del siglo XVII, el gran artista durangueño va imantando a sus modelos, cuerpos
y figuras, sometiéndolos a una intensa atracción de energía corpuscular que,
correspondida o repelida, va mostrando el carácter de la situación o de los
personajes, hasta volverlos signos fluyentes o agostados de la vida, dejándolos
significar en sus expresiones mímicas, de manera puramente Intuitiva, el eco o
reflejo de los estados de animo más reveladores de su estructura psíquica. Como
si en las figuras humanas y sus gestos y movimientos significativos hubiese una
especie de armonía preestablecida respecto a b luz que solicitan o a b
atmósfera en que se bañan -la cual va de b viscosidad viciosa del mago y su
herrumbrosa voluntad de dominio y adoctrinamiento, pasando por los ritos y los
vicios «restrictos que nos encadenan o aíslan del mundo, al aire transparente y
diáfano en el que ondea la mariposa o se filtra un suspiro. Superando por sus ácidos
críticos y corrosivos el renovado tedio de lo aburrido o el horror aniquilante
de la escena demoníaca, artificial o pornográfica, Manuel Piñón va transitando
hacia parajes de armonía, descubriendo el discreto encanto de la simple alegría
que frecuentan los espíritus de la luz al Impregnar el camino de las rutas
privilegiadas o de las sendas puras.
Como en los grandes poemas de aventura del pintor parte de la noche, del descenso a los Inflemos. Al igual
que el ciego Tiresias, que lo mismo es Hornero que Milton o Jorge Luis Borges
(Los ciegos), el artista busca en la invisibilidad sorda de la noche sensibilidad de lo Invisible en lo visible rara intuir el horizonte orientador.
Como sucede con el ciego o con el faro marino el artista rastrea la fuente de
luz hundida en la negrura, no la instancia revelada sino revelante, no el bloqueo sino la sombra, la huella de la vida. La ceguera de la pintura
representa así una alegoría del trabajo del espíritu, que da sentido sin
volvemos absurdos, que muestra sin ser el mismo puesto de manifiesto, que sólo
es fuente fluyente en la medida en que es búsqueda del foco de las
significaciones, fuerza viva dispuesta a Impregnar, a preñar, a Iluminar y
encender a las esencias.
Por esa vía la pintura ha
Ido llevando a Piñón al desarrollo de una especie de virtuosismo neoclásico
formal o manierista en el que, sin embargo, recurren y se entrecruzan tos temas
del romanticismo. Su preocupación por las emociones y estados de ánimo humanos
van así profundizando al encarnar la nocturna maravilla del encuentro, hasta
alzarse y levantarse y echar a vuelo tas constelaciones simbólicas o las
estructuras míticas en las que se reflejan y condensan una cantidad innumerable
de situaciones análogas.
V
Así, lo que a mueve la
obra de Manuel Piñón no es la moderna tradición de la ruptura (cuyo verdadero
nombre es olvido), sino la memoria, sutura de no el totalitarismo en que se
confunden los estilos y las épocas licuados en el rampante libertinaje de los postmodernos, mucho menos el escepticismo
o el dogmatismo metonímico, sino la búsqueda del hilo firme y la verdadera
libertad espiritual, en que esplenda el totalitarismo de los símbolos. El
destacado artista durangueño va redescubriendo así, al través de la vista, la
importancia del relato y el signo para el hombre de -donde se muestra la
estructura transhstórica del mito, la diversidad bien conjugada de un todo
orgánico, la inagotable riqueza de versiones de una misma humanidad, el faro
marino indicador de un horizonte en donde hallar un orden trascendente para el
hombre y un fundamento seguro a b existencia, sólido y firme como el suelo y
oxigenante y expansivo como el aire.
Pintura esencialmente
antropológica guiada por la búsqueda de una mística de la luz. pero que da
cuenta de sus objeciones y escollos tenebristas, los cuales decantan que la
condición trágica del ser humano quizá se especifique como un extremo regreso a
tas formas inferiores de la mística, las cuales Impulsan al hombre a perderse y
aislarse de b tradición, de la sociedad y del mundo en una Insaciable sed de
olvido. También pintura virtuosa, por su perfección técnica y formal, por la
facilidad y seguridad en el trazo y en ta ejecución, que al crear conforme a
normas constituye en la organización y el equilibrio un estilo -no la expresión
de la originalidad endeble de tas modas, sino la expresión originarla en que se
promete, anuncia y cumple la originalidad de la persona. Como prueba de cío el
artista desciende hada formas tradicionales de la manufactura, ingiriendo en su
técnica los modos lujosos de la ornamentación como los oficios sencillos de la
artesanía -de donde surgen, como en el primitivo arte mesoamericano, el dibujo
de las flores y las hojas, el aroma de tos cantos. También el resurgimiento de
viejas virtudes olvidadas: la humilde generosidad hospitalaria, la sencillez
diáfana del amor o del orden del día, la frugal modestia de la abundancia, la
suave fuerza que otorga la maestría como autoridad bien temperada. Mundo social
cuyo nivel tradicional modela los estratos primigenios de lo humano,
permitiéndonos pertenecer a un grupo y a su historicidad, participando
secretamente acaso al través del arte de una comunidad de fe con trascendencia
metafísica. Tradición y oficio, pues, que nos permite Integramos con lo propio
y distintivo de un grupo, no con lo típico (el folklorismo trascendental o el
nacionalismo huero), mucho menos con el "noscentrismo” excéntrico del
gregarismo, sino con lo característico y distintivo de una sociedad en tanto
especializado!! y perfeccionamiento de una propiedad o propio derivado de la
esencia humana. Costumbres pues conservadas por la tradición, la cual se
muestra como sinónimo y esencia del ser histórico: como la condición de todo
progreso, de toda desenajenación de la libertad, de todo iluminismo.
La pregunta radical sobre
lo humano propuesta por el artista Manuel Piñón, sobre y por debajo de la
esencia de lo humano, nos lanza así en medio de la zozobra y la borrasca a una
exploración de sus signos, de lo que tienen que ver las formas con un
significado mas general que las comprende, dando como resultado una gracia y
perfección de las formas antes nunca visto.
Porque la labor del arte
no es acaso la de explicar al mundo o la de justificarlo, sino la de ayudarnos
a formular explícitamente un nuevo Interrogante, la de acicateamos en la
búsqueda no de una nueva dirección o de una libertad Inexplorada, sino de una
nueva, de una renovada plenitud de la mirada al caminar por la vieja senda de
la tradición con el peso y peligro de todas sus quebradas y rupturas.
Renacimiento, pues, o nuevo nacimiento del relato, del texto, del mito, del
humanismo y del signo en donde encontrar la clave secreta que distingue y
delimita al esse del non-esse -escapando náufragos del río amorfo de lo subpersonal
hada la costa sólida de la realidad psicológica y social, pero también
metafísica del ser, de la persona humana. De esta suerte, por los caminos
abruptos, serpeantes y sinuosos del arte, el singular artista durangueño que es
Manuel Piñón va interrogando y descubriendo, de manera tan brillante como
vistosa, todas las potencias de la naturaleza humana de acuerdo o enderezadas a
la realización de su máxima plenitud.
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