domingo, 14 de mayo de 2017

Christian de Jesús Castro: Pequeños Milagros Por Alberto Espinosa Orozco

Christian de Jesús Castro: Pequeños Milagros
Por Alberto Espinosa Orozco






I
   La más reciente exposición de Jesús Castro consiste en una serie de 10 dibujos de mediano y 10 más de pequeño formato sobre el tema de nuestra situación actual como habitantes de la ciudad de Durango, en una interesante reflexión tanto individual como social de su sentido y orientación final.[1]
   Flamante ganador del primer premio de la primera Bienal Internacional de Dibujo Francisco Montoya de la Cruz 2014 (IMAC, CONACULTA), con la obra titulada “Irresoluto”, Jesús Castro Guzmán presenta en esta ocasión una cuidados expresión personal de su experiencia personal ante el contexto actual, el cual refleja, a manera de testimonio, de la crisis de valores actual que nos aqueja –de lo que pasa, de lo que nos pasa, quedándose por un momento como suspendido en el ambiente inamovible, como una lápida, o estancado, como las aguas añubladas, estancadas, no propicias para fertilizar de la tierra. 
   La atención concentrada a las cosas del espíritu del joven artista durangueño, lo ha llevado así al desarrollo de un estilo inédito: a la vez sintético y puro, podría decirse también que minimalista, a partir del cual forjarse un criterio claro de contemplación. Perspectiva, pues, desde la cual poder determinar sus objetos sin trasgredir las fronteras o rarificar las formas. A partir de esa actitud estética, que bien podría calificarse como la de un “despojamiento”, sólo los elementos y las formas anatómicas más esenciales toman la palestra del dibujo, barriendo por decirlos así lo accesorio, contingente e insustancial. Las expresiones mímicas del ser humano, las vestimentas y los objetos frugales que aparecen en sus retratos dan lugar así a una reflexión profunda de lo que somos como comunidad y socialmente y donde los caminos contrarios de la luz y las tinieblas se entrecruzan, en un choque de fuerzas contrarias, a veces subrepticio y sutil. Obra en la que reina por ello una doble sensación a la vez de resistencia y de lúgubre mortaja, de dones recibidos por la vida o de ceguera y de abandono paralitico.












II
   Al igual que sus compañeros de generación Luis Leonardo Ortega y Guillermo Martínez, aunque cada uno por distinto camino, Christian Castro lleva a cabo la analogía de la ciencia con el arte, resultando así sus obras un experimento; una prueba de laboratorio. Generación afortunada a la que le es dado desde un principio cierto aire de perfección y refinamiento, conciben la experiencia estética provocando un fenómeno en una cámara vacía, separando, combinando o cambiando ciertos elementos, para luego someterlos a la presión de una energía exterior, observando cómo es que la situación determinada hace reaccionar a sus propias naturaleza. Sus trabajos son así una verdadera operación de estudio, que requiere aislamiento e incluso abstracción del mundo en torno, el espacio cerrado, para poder aislar sus formas en las cámaras de vacío o sujetarlas a los vasos comunicantes de sus propias reverberaciones y semejanzas submarinas. Su actitud ante el objeto es así enteramente empírica que, antes de confirmar una verdad revelada o de fundirse en una verdad trascendente, someten a su modelo a una prueba: la de su exposición a la realidad –donde no se descartan las reacciones afectivas y psicológicas del artista. El artista es así el sujeto experimental: tanto el observador como el fenómeno observado. El sujeto que se conoce, con objetividad estricta, se descubre entonces al descubrir una realidad incógnita –que no puede sino aparecer en parte como incompleta, fragmentaria, y por tanto irresoluta.
   Prueba por tanto de la autonomía radical del arte, de su moderna especificidad, respecto tanto de la filosofía como de la religión. Exploración del universo por cuenta propia que permite al hombre sentir con el pensamiento, a la vez que pensar, reflexionar sentimentalmente. El riesgo: penetrar en zonas peligrosas del subconsciente vulnerando la integridad personal; el regalo: entrar en las zonas donde el fulgor de la verdad se asoma o en las profundidades de sí mismo –revelando a la vez que recreando con ello una cultura, los logros distintivos de un modo de ser regional y el espíritu de una comunidad.
   Encuentro a la vez con sus fantasmas y con el centro del universo, el punto de intersección de todos los caminos y el lugar de la reconciliación de todas las contradicciones. Descubrimiento de la parte humana que está abierta al infinito; interacción de la forma con la forma sin forma que son todas las formas, visión del rostro sin rostro que son todos los rostros –o ninguno. Lenguaje de las formas plásticas que se vuelve venda, sirena entre la bruma o lámpara de minero. Y lo que entonces encuentra Christian de Jesús Castro es un universo congelado, petrificado como dicen los ciegos que es el infierno, teniendo que luchar así contra las atmósferas opresivas del encierro, de la escases y de la asfixia. También con la sordera ante la voz del espíritu, sustituido todo por el espíritu humano, demasiado humano, a la vez temeroso y engolado, que por lo mismo no puede hacer coincidir su forma con la estentórea exhibición de su fuerza y sus promesas vanas.  Visión de lo espléndido, es cierto, pero también de la contradicción de la naturaleza humana, afectada de pequeñez y patetismo, dos cifras entra las que reposa, entre yagas, el frágil equilibrio de la condición humana y de cuya visión el artista ha sabido extraer una grandeza.















III
   La riqueza de sus composiciones y pinturas, aunada a la calidad del trazo y la intención de la sobria pincelada, logran así superponer varios planos en el tr5allecto de un mismo viaje o recorrido visual. Experimentación controlada por medio y a través de la expresión, que da por resultado una renovación del estilo a la vez que una renovación del espíritu.
   Búsqueda del hombre nuevo, es verdad, que ponga un nuevo espíritu y nuevo corazón en nuestros pechos –y cuya solución se encuentra por la vía cierta, no de la danza dionisiaca en el abismo, sino del vuelo de lo angélico, del cierto cumplimiento de alegría. Porque yendo a contracorriente, luchando contra los velos dolorosos que amortajan los fantasmas, contra la envolvente marea de los tiempos vertiginosos que corren hacia la abyecta decadencia del espíritu, contra el viento abrasivo del olvido que hace polvo calles y ciudades, el artista se presenta atento am los signos de los tiempos, a la vez que cumple con su fin: con la imagen ideal de su pleno acabamiento real.
   Metafísica asimismo del no-lugar… por venir. Aproximación, contacto, proximidad, cercanía con la totalidad, no con la mera idea de infinito, que a la vez exige la regeneración de las formas y la reconciliación con el rostro de la luz y de la trasparencia: con la fuente de agua rumorosa que es a la vez un surtidor de signos y una flama, un refugio que nos salva del dolor y una piedra. Quiero decir: firmeza, no de la tierra que nos sostiene sino de un más allá: de aquello que sostiene a la tierra  y a todo lo demás, que todo lo jerarquiza y pone en su lugar. Exploración, pues, del misterio único: el de ser habitantes, nacidos de tierra y en la tierra, del barro primordial, y a la vez de ser extranjeros, exiliados del reino verdadero, de la arcaica patria ancestral, que es la belleza.













IV
   Sus obras son así paisajes de la intimidad, retratos de figuras que muchas veces se esfuman como el viento o se disuelven como el agua. Doble imagen: por lado, el desgaste, erosionado, de las formas extremas y finales; por el otro, avistamiento a la vieja creación que va agotándose, por la fatiga del tiempo, volviéndola en cierto modo insípida y vacía; por el otro lado, ausencias petrificadas en el presente sin fin de la memoria que se presentan incoloras con la pureza intocable del principio.
   Obra que abiertamente desafía convenciones, que rompe moldes, porque va más allá del tiempo y sus insidias. Resultando a la vez perfectamente objetiva y a la vez personalísima. Notable exploración a la mística de nuestros orígenes, a los principios fundadores delo humano y a sí mismo, en un pertinaz atender a lo otro que nos constituye y de lo que estamos hechos.
   Mármol que se deja esculpir entre vetas sutilísimas, donde desfilan las calcinadas llamas de los genes, de los orígenes, de las tres generaciones superpuestas que constituyen lo humano en un momento histórico –sujetas siempre a la leyenda intemporal que nos convoca, a la corrupción del tiempo, al error que es la historia. Modelos temporales que el tiempo borra, opaca o que perturba, y que hace ver patentemente lo que hay en el hombre moderno de excentricidad, de desviación, de ser arrojado a las remotas regiones de un tiempo perdido, sin memoria, ni recuerdo, entre los turbios bamboleos  una toda una era equivocada. Revelación de esos barnices de lodo o chapopote, perturbados, de sus inanes tensiones somnolientas, tras de cuyas frívolas tormentas permanece incólume el trasparente continente, elemental como la forma que reposa sin premura o como el vaso de agua –que son las reliquias del hombre cronológico anterior, apenas enterrado a un palmo de las aguas revueltas del subconsciente.
    Esfuerzo logrado, quiero decir, de abrir los planos en esas capas tectónicas de la memoria, de entrar luego a sus claras dimensiones espaciales, pero también temporales, donde reposan las reliquias de las voces: donde las cosas hablan, aluden a otras cosas, quieren decir. Dibujos que son a la vez órganos de la visión y de la escucha: donde las formas que habitan sus modelos como signos que los determinan, que ponen límites y que definen –en un proceso creciente de idealización, que sin relativizarse en el tiempo, trabaja con el tiempo para revelarse como destino, siguiendo en todo ello una tendencia clásica.
   Así, a la calidad de los valores artísticos y artesanales, al cuidadoso trabajo y limpieza de la composición, a los juegos de claroscuros, hay que sumar el método de la lucidez: el de la triple reflexión de los planos que hace suyo al objeto de la representación: por un lado el desdoblamiento del modelo en los signos de la representación grafica; por el otro la doble dialéctica en que se despliegan sus vectores: la conciencia de sí mismo del artista ante el mundo, que es la prueba de la existencia y de su tiempo, aunado al movimiento de las líneas místico-estéticas que es la esencia de esa conciencia misma. Proceso circular que pone en movimiento la perspectiva del sujeto que contempla para luego adentrarse en la contemplación, que es el objeto, hasta obligarlo por decirlo así a decir su nombre verdadero a una escucha, donde comulga el sujeto el objeto y la representación misma .cerrando de este modo el círculo en nuevo nivel, donde comienza un nuevo círculo, espiral donde se abre la puerta del confinamiento, en donde podernos por lo tanto entrar, más que como una mera atmósfera de evocaciones, como a un lugar, casi me atrevería a decir que a un templo –porque ahí dentro, luego de los velos desgarrados, todo es atención, visión, escucha.















V
   Conciencia reflexiva, es verdad, pero que ni se pierde en la abstracción de sus formas ni disminuye en la tensión de sus fuerza, sino que vuelve siempre y otra vez sobre su objeto.
   Doble problemática: el de la presencia o encarnación de las formas (existencia) y el de su desaparición, mutismo o evanescencia. Por un lado, revelación de la realidad enajenada, del pasado negado o reprimido por mor del amor desaforado del presente, por la instintiva urgente del ahora; por el otro labor de gambusino que rastrea la historia subterránea, invisible, que se escapa inaprensible como arena entre los dedos. Visión del amplio espectro en que los seres, es decir nosotros, aparecen como impedidos de realidad, lastrados en el magma efímero del ahora, a la existencia, y en donde sin embargo se revelan los hilos de la memoria que nos mueven, en un trasfondo imborrable de sentido, que subsiste siempre, que es el centro siempre inamovible de donde partir y a donde volver, como una casa, como el alma misma de un pueblo, al cual pertenecemos irrevocablemente, y como una semilla ´árida  también, que solo espera en su latencia el agua de vida para su germinación, para hundir sus raíces en la estrellas con que palpita el alma indivisa y sin embargo plural del cosmos todo



VI
   Los dibujos de Christian de Jesús Castro son verdaderas meditaciones que giran en torno de una época y una geografía, sobre las vicisitudes de la fortuna también, sobre la decadencia y sus fantasmagorías. Época marcada por los estigmas del precario desarrollo interior, por el rebajamiento de la sexualidad, las transacciones con la carne, por el oscurecimiento de la conciencia y la venta de la imagen, por las malversaciones de la fortuna, por el amurallamiento social en el círculo cerrado de las cómodas convenciones, que conduce a la exclusión y el relativismo axiológico que de todo ello se deriva. Pandemia social que junto con el ocultamiento de la conciencia lleva a la corrupción de la contemplación.
   Exploración, pues, de la noche del alma, y del alma en lo que tiene de abismo sin fronteras.  A la vez, búsqueda de reconciliación con lo absoluto –con lo eterno, que paradójicamente siempre y todo el tiempo tiene historia. Búsqueda radical, quiero decir, de pureza: de purificación y transparencia. Camino de la libertad ascendente por limpiar las escorias, hiriéndose muchas piedras con las filosas piedras del camino –y resbalando también con su grama suelta.
   Su grito pareciera ser el mismo de la fenomenología: volver a las esencias –teniendo por ello que derrumbar primero los falsos oropeles del mundo y sus barrocos camuflajes. Ruta, así, que no puede sino conducirlo a una reflexión pormenorizada al centro de las cosas: de la ciudad, del hombre y de sí mismo, en una singular meditación sobre el origen del hombre y sus conceptos cardinales: el de ser el ser humano un morador, un habitante, un pasajero en tierra –marcado con un peculiar signo de trascendencia metafísico.
.  El artista Christian de Jesús escudriña así nuestras raíces en la biología, en la familia y… más allá, puesto que concibe al hombre idealmente y sin parodia alguna, emparentado con los ángeles –insinuado en el horizonte de su obra los poderes de Dios, del bienhechor y salvador, estando su obra marcada todo el tiempo por ese desgarramiento cordial que desgarra el pecho, por la tensión entre el amor terrestre y celeste.
. Los recursos técnicos para expresar tal peculiar estatuto ontológico del hombre no pueden ser sino complejos: el claroscuro de la opacidad y de la transparencia, imbuidos en una rica diversidad de planos que se superponen. Por un lado el mundo de lo mutante y lo diverso, de lo perturbador, del pasmo paralítico que acompaña el sordo zumbido de las sombras; por el otro, la ingrávida volatilidad de lo inconsútil. Así, en su técnica hay algo de la incorporación del graffiti contemporáneo, algo también de la delicada caligrafía china. Estilo a medio camino entre lo emblemático y lo geométrico también, apoyado en los elementos visuales últimos de círculos, cuadrados, conos y esferas –pero también de la goma, de la célula primigenia, en lo recuerda vivamente las exhaustivas investigaciones no menos viscerales que metafísicas, del precursor Oscar Mendoza Mancillas, cuyas formas últimas cosidas directamente sobre lonas, que son velas que son viajes, que son tiendas que son barcas, que son carne que es el fuego y que es también el agua.
   Postulación, pues, de una serie de abstracciones sintéticas, si cabe el oxímoron, donde condensar la originalidad que nos constituye, y que por tanto no puede sino expresarse de esa particular manera, hecha por las fuerzas primigenias y su ley de atracción, de contigüidades y semejanzas. Genealogía de las formas, es cierto, donde se imbrican la generación, la composición y el tiempo para formar el templo de la vida: las tres generaciones superpuestas que constituyen la historia en cada época presente y el relevo de la especie en el tiempo; los retratos y autorretratos de familia; y la génesis de la reproducción y trasformación de la materia viva y del genoma humano, del crecimiento genético y la definición del género y la especie por medio de la goma, de la leche y de la sangre. Minimalismo metafísico; génesis del ser que va de la potencia al acto; también visión de su nacimiento, crecimiento, decaimiento y muerte. Mirada a la cadena de la vida y a la doble sexualidad del ser humano, como de todo, que sin embargo respeta los límites de la formas y la potencia de las fuerzas –sin intentar ir más allá de ellas o o perturbarlas.
   Dialéctica de las oposiciones donde convive lo cercano y lo distante, lo pequeño y lo grande, lo ínfimo con lo inabarcable, en una expresión llena de misterio, que por lo mismo tiene algo de mística, de temor y de temblor y de aire  mayestático. Genes protéica de la transformación de la materia del genoma humano, donde la genética descifra el genio de la especie y la mecánica de las gónadas humanas. Minimalismo metafísico de la condición humana, donde el reduccionismo de las formas últimas en términos de esferas, cilindros y émbolos dan cuenta de las estructuras  donde se origina la fuente de la vida: cilindros que son pozos del tiempo; pozo que es manantial, que es ojo: ojo que nos mira a través de las edades –que presume el misterio y el horror de la inabarcable e indescifrable historia de la especie.




VII


   Proceso sintético de reducción de la formas a su esencia y a la vez de despojamiento, de desprendimiento de lo accidental o de lo equívoco –de las aguas cenagosas del estancamiento y sus venenos, donde mora la silenciosa devastación del inmortal gusano. Realismo profundo también, fundado en la complejidad compositiva, cada vez más fiel y comprensiva, de la anatomía humana. Tarea de fijar, de volver la atención y sostenerla en ese sólo punto radial que es el hombre, de seguir las huellas de sus pasos –a condición de no mirar atrás: de recordar la vedad en acto sin ser sumergido por las penas. Labor de concentración, en efecto, en un punto fijo, sin mirar los abismos que se abren por debajo del puente suspendido, para entrar en el espacio donde se activan las sustancias sobre el fundamento real de toda realidad, dando así con los elementos últimos de la relación, la sensación, la imaginación y los conceptos.
   Tarea ascesis, pues, de erosionar la culpa y disolver las manchas, que es la proverbial herrumbre del pecado, y lavar los ojos para temperar las vibraciones exteriores y encontrar dentro de sí la melodía del alma: las señales del rostro diamantino que ilumina la profundidad inagotable de los tesoros internos, que coinciden también la belleza y con nuestra verdadera patria interna. Ejercicio de raspar la superficialidad de las cosas, de purgarlas de su limo, del ligero polvo ácido que correo con su frívolo desprecio todo lo moderno, de limar la excentricidad vacía de la negligencia que se instala sin conciencia en la nada muerta y es engullida por las olas sin forma del devenir, para vislumbrar así el perfil del hombre nuevo y volver así al paisaje de la mansedumbre y fraternidad originaria.
   Combate con seres fantasmales que son cifras, con formas esquivas y ausencias de presente, sin existencia real más subsistentes. Más que presencias rechinidos, ondas hirsutas, hostiles, humo inaprensible, evanescente, sueño denso, pesadilla, apenas captadas de reojo por sus resonancias magnéticas.
   Estética rodeada de peligros, del cuerpo y de la carne no menos que del espíritu, pues implica la liberación de sus fantasmas y sus formas opresivas, en una lucha sin cuartel rayana con la soledad y con las sombras –para finalmente merecer la reconciliación con la belleza, que es la conjugación del bien y la alegría. Arte con mayúsculas, pues, que ha de ser visto como un verdadero tratado de la luz en su victorioso combate con las sombras.






















VIII
   Arte de antropología profunda, depurada del tiempo y purificada de la sangre que se postula como un lenguaje vivo –o mejor dicho, que por medio del lenguaje hace vivir algo: que abre un lugar para que esa vida lo habite.
   Búsqueda de una pureza y de una belleza superior, propiamente hablando sublime, a veces fascínate, en otras terrorífica, en una mirada de reojo –porque la mirada a lo suprasensible no se puede sostener o ver de frente, donde reposa también el alfa y el omega, que es el nicho de lo infinito. Mirada al interior de las cosas también, a sus esencias, cuya hermenéutica heurística se relaciona asimismo con el arte de la adivinación: tanto con las modificaciones cronológicas y contingentes del ser como de la activación o potenciación de las sustancias o su especialización.   
    Visones del deslumbramiento y de lo sobrecogedor, del rostro de todos y del rostro de nadie, de ninguno, de los subterfugios de la gran ilusión y del descorrimiento del velo de Maya, la obra de Christian de Jesús Castro no evita la reflexión sobre la vida, ni la conciencia de su dolor, con la indiferencia o la insensibilidad del ciego, si saber qué es lo que se evita. Por el contrario, tiene el valor de mirar las dislocaciones del sentido, el coraje de asumir el desamparo que ser hombre entre los hombres, sabiendo del dolor que es vivir. Pero justamente por ello puede hacer del dolor vivo una alegría, sin desdeñar las voces que salen a su paso, sin exasperarse por el zumbido negligente o por la sordera del olvido o las murallas de sordera que crispan los nervios. Es por ello también que puede comulgar con las cosas del mundo y tener la profundidad de campo de la conciencia histórica, de hundirse en las capas históricas de psicología humana, combatiendo con el ello el inane inmanentismo de la modernidad.
   Obra de arte que imprime  un inédito modo de vida, que con hilos sutilísimos sabe escapar de los vanguardistas callejones sin salida y de la rebeldía esclava, recobrando con una especie de ingenuidad primera, de reconquistando así la nobleza originaria del ser humano, que le permite calar en el núcleo más profundo, en el meollo más vivo de las cosas, para volver a ser así de nuevo familiar del mudo y amigo de la luz y la belleza.





[1] “Pequeños Milagros” de Jesús Castro. Galería 618. ICED. CONACULTA-PECDA. Del 15 de mayo al 30 julio de 2015.   Sin contar con la presencia de las autoridades oficiales del ICED, distraídas en otras actividades de su interés, con unas amables palabras de bienvenida y explicativas de la obra a cargo del mismo artista autor de la muestra Christian de Jesús Castro Guzmán, dio inicio la exposición “Pequeños Milagros” en la Galería # 618 de la calle de Constitución, a las 8.35 de la tarde del día viernes 15 de mayo del año en curso. Tanto los dibujos como los apuntes y bocetos forman parte del proyecto “Pequeños Milagros” con que al artista conquistó un estimulo anual del programa PECDA del CONACULTA, en México, para el desarrollo de su trabajo.






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