La Muerte del Capitán Juan Joseph de Zambrano
Por Alberto Espinosa Orozco
El Palacio de Zambrano, en su haber con más
de dos siglos de historia, fue ordenado construir en cal y canto por el increíblemente
rico minero y comerciante Capitán Juan Joseph de Zambrano en el año de 1785 y
terminado a finales del año de 1798, siendo su edificación casi idéntica a la
ideada por Juan Rodríguez y Manuel Tolsá para el Ayuntamiento de Durango, que
nunca llegó a construirse. Ese mismo año se inició la edificación, por órdenes
del mismo propietario, del Teatro Coliseo, el cual fue inaugurado el 4 de
febrero de 1800, habiendo tenido un costo de 22 mil pesos oro a expensas de
Regidor, Alferez Real y Alcalde Ordinario de Durango el mismo Juan Joseph de
Zambrano. El palacio colonial más ostentoso del norte de México, de
considerables proporciones, contaba así con su propio teatro particular –en una
extraña mescla en ambas edificaciones, nos parecería hoy en día, de funciones
entre privadas y públicas (mescla que dejó su huella en la vida de la región,
donde ha sido costumbre colonial que los funcionarios públicos amasen sus
fortunas privadas a la sombra del poder gubernamental).
Como quiera que fuera, la prosperidad de las
minas de Zambrano llevó una relativa bonanza a la ciudad de Durango, creciendo
su población de 8 a 20 mil habitantes en doce años, creciendo la ciudad también
en calles, plazas y edificios públicos.
El Luego de explotar las extraordinariamente
ricas minas serranas de la región del Real de Nuestra Señora de las Consolación
de Agua Caliente, en Guarisamey, bajo la jurisdicción de San Dimas, al oeste de
la Sierra Madre Occidental, Joseph de Zambrano se asentó en la capital del
estado de Durango, entonces capital de la Nueva Vizcaya.
Hombre de varios mundos (la sierra, la corte
y la política, la empresa y la hacienda), Zambrano se dedicó también al
comercio, pues junto con la Factoría de Tabaco contaba con otros edificios en
la ciudad de su propiedad destinados a operaciones comerciales. Dada su influencia
socia social por mor de sus empresas y negocios fue nombrado Regidor y Alférez
Real de la Ciudad de Durango hacia a fines de siglo y en 1800 se le nombró
Alcalde Ordinario.
Perteneció a la Orden de Santiago y aunque
ostentaba ser Conde, y efectivamente era conoció como el Conde de Zambrano, el
título nunca pudo obtenerlo en realidad rectamente. La calle que pasa por un
lado de su magnífico palacio fue conocida en esa época como la Calle de
Zambrano, en lo que es ahora la Calle Zaragoza. Debido a su inmensa fortuna
llegó en su momento a ser considerado como uno de los diez hombres más ricos de
toda la Nueva España. El rico minero murió el 17 de febrero del año de 1816 y
la casa fue rentada al gobierno de la intendencia. Juan Joseph de Zambrano había
vivido en su casa con muchas comodidades e incluso alardes desmedidos de
ostentación.
Se cuenta que su muerte ocurrió de forma
accidental. De las muchas leyendas que se cuentan en torno a las minas de
Guarisamey sobresale la historia de la muerte del Conde Zambrano, quien estando
un domingo soleado al medio día con algunos amigos en la pequeña plaza del
lugar, vio que se le acercaban unos vecinos para invitarlos a asistir a la
misa, aceptando varios, no así Zambrano quien exclamó entre carcajadas: “¿Para
qué rezarle a Dios?” Y luego, echando una mirada que recorría los alrededores,
agregó: “Todo esto que tengo, ni Dios puede quitármelo!”
Al poco tiempo de que terminó la misa, nubes
amenazadoramente negras cubrieron el cielo, empezando primero una ligera
lluvia, que fue creciendo hasta convertirse en una gran tormenta acompañada de
relámpagos, truenos y centellas, y ya como a las tres de la tarde la corriente
del río creció saliéndose de cauce e inundando las viviendas de los
pueblerinos, obligándolos a abandonar todas sus pertenencias para refugiarse en
las partes altas. Y así siguió aquello, la fuerza del agua fue devastando las
paredes de adobe de las casas y de la hacienda de beneficio del Conde Zambrano,
arrastrando a su paso desde árboles hasta animales domésticos, muebles,
hierros, hombres, mujeres y niños. Zambrano se paró entonces sobre una gran
roca viendo azorado como todas sus posesiones desaparecían o quedaban
enterradas bajo toneladas de lodo y rocas, llorando desesperado por la pérdida
de su inmensa fortuna de más de 14 millones de pesos. Para el anochecer del
rico y floreciente Guarisamey no quedaba sino una poblado destruido y en
ruinas.
Fue así que el Conde perdió completamente la
razón y algún tiempo después sus familiares lo llevaron a la ciudad de Durango,
donde falleció sin haberse podido recurar ni de las pérdidas sufridas ni de la
impresionante forma de su pérdida. Hoy en día tanto Guarisamey como San Dimas
son ciudades fantasmas, habiendo contado la primera con 5 mil habitantes y la
segunda con 8 mil, en su época de esplendor.
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